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16

_____________ se detuvo con sorpresa al ver a Miriam salir de la iglesia justo por la puerta principal. Para nadie era un secreto  que la mujer no fuese precisamente devota, de hecho, su reputación se debía más que nada a otras cosas.

¿Qué podría haberla llevado a visitar la iglesia tan temprano?

Miriam se volvió y vio a ____________  con cara de sorpresa. Un sonrojo se extendió por sus mejillas entonces.

—Vaya, conque eres tú—  saludó precipitadamente, dejando boquiabierta a la castaña por el comportamiento tan dócil que presentaba —Solo... solo estaba dando las gracias al padre Arón— expresó colocando uno de sus mechones de cabello detrás de su oreja.

La chica frunció el ceño, extrañada. ¿Dar las gracias al padre Arón? ¿Y por qué? Algo no cuadraba.

—¿Estás bien, Miriam? Pareces nerviosa— se atrevió a preguntar, lista para ser atacada verbalmente por la aludida.

Increíblemente no fue así.

—¡Oh, estoy bien, perfectamente!— exclamó con una risa forzada —Bueno, me voy. Hasta luego—

Se despidió apresuradamente y se alejó a grandes zancadas, casi trotando. ______________ la siguió con la mirada, más desconcertada que nunca.

Sintiéndose cada vez más nerviosa ante la perspectiva de encontrar al padre Arón, tomó valor de entrar en la casa de dios.

Ya dentro, se vió envuelta en una ola de terror al encontrarse a Arón leyendo un libro. El hombre desvió su atención del contenido y  centrándose en ella, sonrió con esa misma sonrisa forzada.

—Buenos días ___________ ¿qué te trae por aquí tan temprano? la iglesia aún permanece cerrada— saludó poniéndose de pié para así comenzar a avanzar hacia donde estaba.

El sonido de sus botas sobre el suelo, se extendía como eco por todo el salón.

La chica tragó saliva, queriendo irse lo antes posible de allí.

—Ah...buenos días. Lamento llegar así, yo solo venía por un libro que había olvidado ayer...¿cree que podría ir por él?— se excusó y por unos instantes, pudo jurar que aquel hombre dudó de sus palabras.

—Por supuesto que sí. Adelante, te acompañaré. Tengo la llave justo aquí— su tono era aparentemente encantador, pero los ojos de Arón la observaban con una mirada casi  perversa.

Inmediatamente la femenina se exaltó, queriendo evitar a toda costa que ese hombre la acompañara.

—Es muy amable, pero conozco el camino. Solo me tomará unos minutos— con el corazón acelerado, trató de sonar convincente, pero nada de lo que dijo dió resultados.

—Tonterías, además necesito guardar este libro en su lugar—

—¿Has visto a __________?— la expresión de molestia que adornaba su rostro, le hizo entender a Belfegor que el azabache exigía una respuesta inmediata.

El demonio de la pereza bostezó en el sofá, rascando su nuca mientras trataba de despertar su mente adormecida por fruto del sueño. Recordaba haberla asustado en sueños, algo que realmente disfrutaba, pero después de eso, no supo más de ella en lo que fue del  día siguiente.

—Si te refieres a tu pequeño bocadillo, no— se posicionó boca abajo, dispuesto a continuar con su plácido sueño. En cambio, la  furibunda mirada que el Señor de las Moscas todavía le arrojaba, le prohibió disfrutar de su actividad favorita —¿y ahora qué?— abrió uno de sus ojos, ya extenuado por todo lo sucedido.

—¿Me tomas por imbécil? Sé que fuiste tú quien le causó la pesadilla de anoche— una sonrisa traviesa se formó automáticamente ante la deducción tan exacta del azabache —me ayudarás a buscarla y si te niegas, Hades sabrá lo que has estado haciendo— advirtió con simpleza.

Los ojos de Belfegor se abrieron como los de un búho, siendo asaltado por un escalofrío que herizó cada centímetro de su piel enseguida que Beelzebub hizo mención al rey del inframundo. Agilmente se incorporó del sofá, oyendo como Beelzebub abandonaba su residencia sin tomarse las molestias de esperarlo.

—Beel, amigo mío. Espérame— sin más, salió disparado del sofá, dispuesto a colaborarle.

—¡Déjame salir maldito enfermo!— los golpes en la puerta no cesban, sin embargo, nadie vendría a socorrerla.

Sintió un horror paralizante. Sus peores temores se habían confirmado y ahora estaba atrapada con aquel lunático. Gritó con todas sus fuerzas, todavía esperanzada de que alguien fuese capaz de orila.

—Grita todo lo que quiera, este lugar está vacío los días de semana— Arón se acercaba a ella a pasos lentos, con una perversa sonrisa adornando sus finos labios.

La chica retrocedió, mirándolo con miedo y repulsión. Trató de pensar en una forma de huir, pero la única salida era una pequeña ventana por la cual no cabía.

Las manos del mayor sujetaron sus hombros, inmovilizándola. La femenina luchó con todas sus fuerzas por liberarse de su asqueroso agarre, pero Arón era más fuerte que ella.

Ahora todo parecía esclarecerse, el porqué de ese sentimiento de rechazo hacia él y la razón de porqué Miriam había acudido allí.

—Desde que llegué a este pueblo y te conocí, no pude apartar mi mirada de tí ni un instante— se sintió asqueada cuando el hombre empezó a acariciar su cabello y susurrarle al oído con esa voz tan desagradable que solo le revolvía el estómago.

Cerró sus ojos, rezando porque alguien oyera sus plegarias.

Un dios.

Un demonio.

Un ángel.

—Tengo un mal presentimiento— expresó Beelzebub mientras abandonaba el local de la señora Bernard, a quien había acudido con la esperanza de que tuviese noticas del paradero de la chica.

—¿Te preocupa tu almuerzo? No te sientas mal, yo también me preocuparía— comentó, llevando una de las deliciosas uvas que la amable señora vendía, a su boca —seguro está...no lo sé, haciendo cosas de humanos— le restó importancia, más concentrado en el sabor de aquellas frutas.

Beelzebub lo miró fulminante, no tenía tiempo para lidiar con los absurdos comentarios de Belfegor.

—Hola Beel— un rayo de esperanza se presentó con la llegada de aquel niño —¿Estás buscando a __________?— Luke se acercó hacia ellos con un viejo balón en mano, sonriéndole amistosamente.

—¿La has visto?— cuestionó esperanzado.

—Sí, la vi dirigirse a la iglesia muy temprano en la mañana. Me resultó extraño, considerando que a esas horas todavía permanecía cerrada— el rubio se encogió de hombros, sin darle mucha importancia —bueno, ya debo irme. Nos vemos— despidiéndose de él, volvió de regreso con sus amigos que esperaban por él para retomar su juego.

Una mala sensación se manifestó en Beelzebub y sin perder más tiempo, corrió seguido de Belfegor a aquel lugar que aborrecía.

Al llegar, fue recibido por los gritos lejanos que de inmediato identidicó. Siguió el origen de estos, hasta dar con la biblioteca. Dentro de esta, fue capaz de escuchar como la chica pedía por ayuda.

—¡___________!— llamó, tratando inútilmente de abrir la puerta.

Un inmenso alivio asaltó el cuerpo de la joven desde dentro, no dudando en llamar con más intensidad a su compañero.

—¡Ayúdame por favor!—

Beelzebub no titubeó y de una patada, tiró abajo la puerta de madera. Al entrar, vió a Arón sobre la muchacha, tratando de desgarrar sus prendas. La chica lo miró con los ojos desorbitados, llenos de terror.

—Vaya...Padre Arón— Belfegor dió un paso adelante y el aludido inmediatamente se alejó de la chica, asustado —¿tratando de abusar de jovencitas inocentes? eso no es muy cristiano de su pa...— el demonio fue apartado de manera tosca por Beelzebub, quien con una mirada inyectada de veneno se abalanzó sobre aquel sujeto, tomándolo por el cuello fuertemente.

—Fegor, llevátela de aquí— ordenó, sin despegar ni por un instante sus ojos de Arón. Éste, comenzando a adquirir un color morado por la falta de aire.

Belfegor vaciló, pero cuando la  atención del azabache cayó sobre él, corrió a auxiliar a la joven, sacándola de allí. ____________ temblaba entre sus brazos y pálida como un muerto, fue incapaz de emitir palabra alguna debido al trauma.

Ya en la seguridad de su hogar, Belfegor luchaba por liberarse del agarre de la muchacha, quien seguía aferrada a él como si fuese su única tabla de salvación en medio de la tormenta. Internamente, comenzaba a arrepentirse de haber llevado su presencia al mundo humano, al mismo tiempo que se sorprendía de lo fácil que terminaba involucrado en esos asuntos que tanto dolor de cabeza le provocaban.

—Beel no debe tardar— aclaró su garganta, intentando por tercera vez alejarla infructuosamente.

Ella continuaba temblando y llorando, todavía en un estado de trance.

En medio de la incomodidad, recurrió a vacilantes palabras para reconfortarla.

—Ya pasó, estás a salvo. Beel no dejaría que nada malo te pase...— murmuró, dando palmaditas en la cabeza de la femenina.

Deseando que Beelzebub se apresurara.

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