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02

Jungkook terminó de desempacar la última caja y se dejó caer en el sofá con un largo suspiro. Sus ojos recorrieron el espacioso departamento, admirando cada detalle. Era exactamente como le gustaba: moderno, amplio y con acabados de lujo. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que estaba en un lugar que realmente podía llamar hogar.

-. Mi hermano sí que acertó esta vez- murmuró para sí mismo con una ligera sonrisa.

El alivio de estar en un nuevo espacio contrastaba con el caos que había vivido en su antiguo apartamento. Ese lugar había sido un infierno. Los vecinos siempre se quejaban del ruido, y al final, los propietarios terminaban echándolo innumerables veces. Pero no era su culpa. Había noches en las que simplemente no podía evitar liberar a su animal interior. Transformarse era una necesidad, un escape momentáneo para dejar que el león que llevaba dentro corriera libre, aunque solo fuera por unos minutos.

Y luego estaba el problema más grande: su ciclo de calor.

Cada seis meses, su cuerpo y su mente entraban en un estado de tormento absoluto. Sus instintos se apoderaban de él, consumiéndolo con un deseo incontrolable. Y siempre, sin excepción, su animal interior tenía un único objetivo: Park Jimin.

El mero pensamiento de su jefe hacía que Jungkook apretara los puños con frustración. Durante esos ciclos, era como si cada fibra de su ser clamara por él. El deseo no era solo físico; era una necesidad visceral, casi dolorosa. Su león rugía en su interior, exigiendo buscarlo, tocarlo, reclamarlo.

Por suerte, siempre estaban sus amigos. Taehyung, Hoseok y Seokjin se aseguraban de mantenerlo bajo control cuando las cosas se volvían inestables. Si no fuera por ellos, Jungkook no quería imaginar lo que habría pasado. Tal vez ya habría hecho algo de lo que no podría arrepentirse.

-. Maldita obsesión... -murmuró, pasándose una mano por el rostro.

Se levantó del sofá y caminó hacia las ventanas, que ofrecían una vista impresionante de la ciudad iluminada. Se quedó allí, observando las luces mientras trataba de calmar los pensamientos que se arremolinaban en su mente. Por un momento, se permitió imaginar cómo sería tener a Jimin cerca, no como su jefe severo, sino como alguien a quien pudiera amar libremente.

Pero sabía que ese sueño era tan distante como las estrellas que parpadeaban sobre el horizonte.

-. Debo controlarme... siempre debo controlarme- se dijo en voz baja, como si repetirlo pudiera hacerlo más fácil.

Unos golpes en la puerta lo sacaron abruptamente de sus pensamientos. Jungkook parpadeó, confundido, y giró la cabeza hacia la entrada.

-. ¿Quién será?- murmuró para sí mismo mientras se dirigía lentamente hacia la puerta

Era extraño. No esperaba visitas. Sus amigos habían decidido pasar el fin de semana con sus familias, aprovechando que era viernes, y él había planeado una noche tranquila para terminar de organizar su nuevo hogar. Tal vez era el casero o algún vecino curioso.

Con pasos firmes, pero con el corazón latiendo un poco más rápido de lo normal, se acercó a la puerta y la abrió.

Frente a él, y para su absoluta sorpresa, estaba Park Jimin.

Jungkook parpadeó varias veces, como si su mente intentara procesar lo que veía. Incluso se frotó los ojos rápidamente, preguntándose si estaba alucinando. Pero cuando volvió a mirar, ahí seguía Jimin, observándolo con el ceño ligeramente fruncido, aunque en sus ojos también había un destello de sorpresa.

Por un instante, ninguno de los dos dijo nada.

Jungkook aprovechó ese silencio para estudiar al hombre frente a él. No llevaba sus lentes habituales, esos que siempre le daban un aire severo en la oficina. Su cabello, que normalmente estaba perfectamente peinado, caía desordenado sobre su frente, enmarcando su rostro con una suavidad inusual. Llevaba un suéter ancho, que parecía una o dos tallas más grande, y unos pantalones deportivos que, aunque simples, no podían restarle atractivo.

El contraste era desarmante. Era un Jimin completamente diferente al jefe intimidante que dominaba la oficina con su presencia imponente. Este Jimin lucía relajado, incluso vulnerable. Y para Jungkook, era un deleite visual que lo dejó completamente sin aliento.

El silencio se prolongó unos segundos más, aunque para Jungkook se sintieron eternos. Su corazón latía desbocado, y podía sentir cómo su animal interior se removía, inquieto. La visión de Jimin así, tan natural y desprovisto de su usual frialdad, era demasiado para él. Su boca estaba seca, y tuvo que tragar saliva antes de atreverse a hablar.

-. S-Señor Park... ¿Qué... Qué hace aquí?- balbuceó, su voz un poco más alta de lo que esperaba.

Jimin parpadeó, como si finalmente saliera de su propio estado de sorpresa. Su expresión recuperó algo de su compostura habitual, aunque todavía parecía ligeramente incómodo.

-. No pensé que usted sería el nuevo vecino, señor Jeon- dijo Jimin con un tono que, aunque neutral, cargaba una leve pero evidente nota de decepción.

El comentario atravesó a Jungkook como una flecha. Esa decepción, aunque apenas perceptible, le dolió más de lo que quería admitir. ¿Acaso Jimin lo odiaba tanto como para no quererlo siquiera como vecino? La idea lo desgarró. Una vez más, la realidad se encargaba de recordarle su lugar: Park Jimin jamás lo miraría con otros ojos, jamás lo vería como algo más que un subordinado que constantemente lo decepcionaba.

Jungkook aclaró su garganta, tratando de no dejar que su tristeza se reflejara en su voz-. Ah... sí, lo soy. También estoy sorprendido. No pensé que usted viviría aquí, señor Park-

Jimin asintió con esa expresión imperturbable que siempre llevaba, como si la conversación fuera poco más que un trámite. Sin decir una palabra más, se agachó para tomar una canasta de frutas que descansaba en el suelo junto a la puerta. Jungkook lo miró con una mezcla de curiosidad y confusión mientras el pelicastaño extendía la canasta hacia él.

-. Es para usted. Bienvenido al edificio- dijo Jimin con su tono monótono y cortante, aunque para Jungkook, esas palabras fueron suficientes para que su corazón diera un vuelco.

Jungkook tomó la canasta con cuidado, como si estuviera recibiendo el objeto más valioso del mundo. Por un momento se quedó mirándola, incrédulo. ¿De verdad Jimin le estaba dando un regalo? Toda la tristeza que lo había invadido hacía apenas segundos desapareció, reemplazada por una oleada de felicidad indescriptible. El hecho de que aquel detalle, tan pequeño como fuera, viniera de la persona que amaba, era suficiente para iluminarle el día.

-. Ah... muchas gracias, señor Park- dijo, sin poder ocultar la alegría que teñía su voz.

-. Espero que el lunes no llegue tarde, señor Jeon -respondió Jimin con frialdad, dándose la vuelta para volver a su apartamento, que, para sorpresa de Jungkook, estaba justo frente al suyo.

Jungkook se quedó congelado, observando la puerta que acababa de cerrarse. Park Jimin no solo le había dado un regalo, sino que vivía justo enfrente de él. ¿Podía ser esto real? Una sonrisa amplia y sincera se dibujó en su rostro, algo que no sucedía con tanta frecuencia.

-. Hoy definitivamente es mi día de suerte- murmuró para sí mismo mientras cerraba su puerta.

Con la canasta todavía en sus manos, se dejó caer sobre el sofá. No podía dejar de mirarla. Un simple regalo de bienvenida, algo que para cualquier otra persona sería insignificante, para Jungkook lo significaba todo. Acarició suavemente el asa de la canasta, como si quisiera grabar el momento en su memoria.

-. Voy a guardar esto por el resto de mi vida- susurró con una risita, sintiéndose ridículo pero, al mismo tiempo, increíblemente feliz.

Por primera vez en mucho tiempo, tenía la sensación de que el destino le estaba dando una pequeña oportunidad. Y aunque su razón le decía que no se hiciera ilusiones, su corazón no podía evitar emocionarse ante la idea de tener a Jimin tan cerca. Literalmente al otro lado del pasillo.

Jungkook notó algo entre las frutas: una pequeña nota doblada cuidadosamente. Su curiosidad lo llevó a tomarla con delicadeza, como si fuera algo frágil y valioso. Al desdoblarla, sus ojos recorrieron el texto escrito con una caligrafía impecable y precisa. Las palabras lo golpearon como una ráfaga de aire fresco, haciendo que su corazón latiera tan fuerte que casi dolía.

Nunca, ni en sus sueños más salvajes, habría imaginado recibir algo tan personal de Park Jimin. Pero lo que realmente lo dejó sin aliento fue el detalle al final del mensaje: una carita sonriente dibujada con sencillez, pero que para él significaba el mundo.

La nota decía:

"Espero que esta canasta de frutas sea de su agrado. Si no lo es, por favor no dude en decírmelo; lo entenderé perfectamente. Espero que podamos llevarnos bien y que su estadía en este edificio sea agradable. Que tenga un excelente fin de semana. :)"

Jungkook leyó y releyó las palabras, incapaz de creer lo que tenía frente a él. ¿Jimin había escrito esto? ¿Con sus propias manos? ¿Ese Jimin frío e inexpresivo había plasmado un mensaje tan amable? Y esa carita sonriente... esa pequeña y sencilla adición lo desarmó por completo.

Llevó la nota al pecho, como si quisiera absorber el significado detrás de esas palabras y guardarlas en su corazón para siempre. Podía sentir cómo su animal interior se agitaba emocionado, casi rugiendo de alegría. Aunque sabía que el mensaje era simple, formal incluso, para él era como una señal, un pequeño rayo de esperanza en su amor unilateral.

-. Este es, sin duda, el mejor día de mi vida-susurró para sí mismo, con una sonrisa que no podía ni quería ocultar.

Se sentó en el sofá, mirando la nota una vez más antes de doblarla con cuidado. Decidió que la guardaría como un tesoro. Porque para Jungkook, ese pedazo de papel no solo era un gesto amable, sino un pequeño puente entre él y el hombre que amaba.

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