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Me desperté al notar la luz del sol en la piel y parpadeé varias veces, confuso.
¿Dónde estaba?
Miré a un lado y vi el enorme lecho cerniéndose sobre mí.
Vale.
Estaba en el suelo.
Junto a la cama de Yoongi.
Estiré las piernas y gemí.
Me dolían partes del cuerpo que ni siquiera sabía que tenía y algunas que ya hacía mucho tiempo que había olvidado.
Me puse en pie tambaleante y me aventuré a dar algunos pasos.
Hubiera dejado que me cortaran el brazo derecho y parte del izquierdo por poder darme un buen baño, pero parecía que me las tendría que arreglar con la ducha.
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Después de una larga e intensa ducha de agua caliente, cojeé hasta la cocina.
Yoongi estaba sentado a la mesa, mi mesa, con su teléfono móvil en la mano, supuse que escribiendo o enviando un correo electrónico.
Parecía estar perfectamente.
La biología había jodido bien a las mujeres y a los donceles.
Literalmente.
– ¿Una noche dura? –preguntó, sin siquiera molestarse en mirarme.
Qué diablos.
Estaba en mi mesa, podía hablarle con franqueza.
– Ni me lo recuerde.
– ¿Una noche dura? –me volvió a preguntar, esbozando una leve sonrisa.
Me serví una taza de café y me lo quedé mirando fijamente.
Me estaba tomando el pelo.
Por su culpa casi no podía andar, me dolía la espalda de dormir en el suelo ¿y me estaba tomando el pelo?
En realidad, me pareció dulce a su manera enferma y retorcida.
Tomé una magdalena de arándanos de la encimera y me senté con cuidado.
No conseguí disimular un gesto de dolor.
– Necesitas proteínas –observó.
– Estoy bien –respondí, dándole un mordisco a la magdalena.
– Jimin.
Me levanté, cojeé hasta la nevera y saqué un paquete de beicon.
Mierda.
Encima me tocaba cocinar.
– He dejado dos huevos hervidos para ti en el cajón calentador.
Me siguió con los ojos, mientras yo volvía a guardar el beicon y tomaba los huevos.
– El ibuprofeno está en el primer estante del segundo armario, junto al microondas.
Era patético.
Probablemente Yoongi estuviera deseando no haberme puesto nunca su collar.
– Lo siento. Es que... Es que hacía mucho tiempo.
– Qué cosa tan absurda por la que disculparse –dijo– Estoy más molesto por tu actitud de esta mañana. No debería haberte dejado dormir tanto.
Me volví a sentar y agaché la cabeza.
– Mírame –me ordenó– Me tengo que ir. Nos vemos luego en el vestíbulo. A las cuatro y media, tienes que estar vestido y preparado para la fiesta benéfica.
Asentí y él se levantó.
– Hay una bañera grande en la habitación de invitados; la encontrarás en la otra punta del pasillo donde está tu dormitorio. Utilízala.
Luego se marchó.
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Me sentí más humano después de darme un baño bien largo y tomar un ibuprofeno.
En cuanto me sequé, preparé una taza de té, me senté a la mesa de la cocina y llamé a Tae Hyung.
– Hey –exclamé cuando respondió.
– Minnie –contestó– no sabía que te daban permiso para llamar.
– No funciona así.
– Eso es lo que dices siempre –respondió con su voz de "me importa una mierda lo que digas porque no pienso creerme ni una sola palabra"– Aunque, como ahora estás solo, no tienes nada mejor que hacer.
Tae Hyung no solía tomarme desprevenido.
– ¿Cómo sabes que estoy solo?
– JungKook me comentó que iría a jugar al golf y a comer con Yoongi y un tal NamJoon antes de la fiesta benéfica de esta noche. Tú no lo sabías porque Yoongi sólo debe darte la información estrictamente necesaria.
Casi podía ver su sonrisa engreída a través del teléfono y me pregunté por qué narices había pensado que llamarle era una buena idea.
– No nos hemos visto mucho esta mañana –repliqué con despreocupación, fingiendo que no me importaba que Yoongi no me hubiera dicho adónde iba.
Pero era mentira, porque, por algún motivo, me dolió que me lo ocultara.
– Y recuerda que JungKook no sabe que Yoongi...
– Sinceramente, Minnie, tu extraña vida sexual no es el mejor tema de conversación para una primera cita.
En ese momento se abrió la puerta principal y luego se cerró.
– Tengo que colgar. Yoongi ha vuelto –dije, encantado de tener un motivo para cortar y emocionado de que él hubiera vuelto.
– ¿Estás seguro? –preguntó Tae Hyung, interesado por primera vez– Es demasiado pronto. JungKook me dijo que me llamaría cuando acabaran y aún no sé nada de él.
– Tengo que dejarte. Adiós.
Colgué justo cuando alguien entraba en la cocina.
Pero no era Yoongi.
Un alto y esbelto hombre de piel ligeramente bronceada de pelo corto y con unas gafas de sol oscuras me miró sorprendido, con una expresión que probablemente era igual a la mía.
– Vaya –dijo– No sabía que hubiera nadie.
– ¿Quién eres? –pregunté, seguro de que si Yoongi esperaba que alguien fuese a su casa me lo habría mencionado.
– Kim SeokJin –respondió, tendiéndome la mano– Mi marido NamJoon y Yoongi se conocen desde hace muchos años.
Le estreché la mano.
– Park Jimin. Disculpa, Yoongi no ha mencionado que fuera a venir nadie.
Levantó un bolso de noche de satén negro que llevaba en la mano.
– Me olvidé de esto cuando dejé el traje.
Sus ojos se posaron sobre mi collar y vi que esbozaba una astuta sonrisa.
– ¿Te apetece un té? –le pregunté.
– Sí –contestó, mientras se sentaba– Creo que sí.
Le serví una taza y mantuvimos una agradable conversación.
Después de quince minutos, ya tenía la sensación de conocerlo de toda la vida.
SeokJin era la persona más amable y centrada con la que había hablado en mucho tiempo.
Se había mudado al vecindario de los Jeon al acabar el instituto y Suran se convirtió en una segunda madre para él.
Cuando supe que SeokJin también había perdido a su madre cuando era un niño, me sentí aún más unido a él.
Yo le conté que la mía había muerto hacía cuatro años y SeokJin asintió, me tomó la mano y dijo:
– La seguirás echando de menos toda la vida, pero te prometo que cada día que pase será más fácil.
Durante nuestra conversación, me di cuenta de que su mirada se posaba en mi collar en varias ocasiones, pero no hizo ni un solo comentario al respecto.
Por un momento, me pregunté si Yoongi habría mentido cuando dijo que su familia y sus amigos no sabían nada de su estilo de vida, pero enseguida decidí que no parecía un mentiroso.
Transcurrió casi media hora sin que nos diéramos cuenta, hasta que SeokJin miró su teléfono y dio un pequeño grito:
– Oh, no, ¡mira la hora que es! Tenemos que darnos prisa si no queremos llegar tarde.
Me dio un beso en la mejilla al marcharse y me prometió que seguiríamos hablando en la fiesta benéfica.
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Soy un chico con mucha imaginación y tengo que admitir que cuando intenté adivinar el tipo de traje que Yoongi me había comprado, mis pensamientos escoraron hacia el cuero y las cintas.
Pero la prenda que me esperaba en la cama era maravillosa.
Un traje de un diseño muy exclusivo, que yo no me habría podido permitir ni con dos anualidades de mi sueldo.
Satén negro con escote fruncido y delicadas mangas sobre los hombros.
Era entallado sin ser vulgar ni demasiado sugerente; largo hasta los pies y un poco acampanado al final.
Me encantaba.
No solía maquillarme, pero Tae Hyung era mi mejor amigo y él nunca pasaba por delante de una tienda de maquillaje sin comprar algo, así que sabía un par de cosas sobre el tema.
Luego me acomodé el cabello en la mejor forma que fui capaz de hacerme y me miré al espejo.
– No está mal, Minnie –me dije– Creo que serás capaz de no ponerte en evidencia, ni a ti ni a Yoongi.
Luego entré un momento en mi habitación para ponerme los zapatos y bajé la escalera para reunirme con Yoongi en el vestíbulo.
Debo admitir que estaba tan nervioso como una adolescente en su primera cita.
En cuanto lo vi me detuve en seco.
Me estaba esperando de pie y de espaldas a mí.
Llevaba un largo abrigo de lana negro, con una bufanda de seda asimismo negra alrededor del cuello y el pelo le rozaba el cuello del abrigo.
Cuando me oyó, se dio la vuelta.
Lo había visto con vaqueros y lo había visto con traje, pero no había nada en la Tierra que se pudiera comparar a Yoongi con esmoquin.
– Estás muy guapo –comentó.
– Gracias, Amo –conseguí decir, con la garganta cerrada.
Me ofreció un chal negro.
– ¿Nos vamos?
Asentí y cuando me acerqué a él, tuve la sensación de estar flotando.
No sabía cómo lo hacía, pero había conseguido hacerme sentir lindo de verdad.
Cuando me puso el chal sobre los hombros, me rozó la piel con las manos muy suavemente.
De repente, me asaltó un desfile de imágenes de la pasada noche.
Rememoré lo que aquellas manos le hicieron a mi cuerpo.
Cuando salíamos, pensé que no había otra forma de describirlo:
Estaba nervioso.
Me alteraba saber que me iba a dejar ver en público con Yoongi.
Ya me había dicho que no le iba la humillación pública.
Esperaba que eso significara que no me iba a pedir que se la chupara durante la cena.
Y también me ponía nervioso saber que iba a conocer a su familia.
¿Qué pensarían de mí?
Él acostumbraba a salir con personas de la buena sociedad, no con bibliotecarios.
En enero en Seúl hacia frío, y aquél era uno de los más gélidos que se recordaba.
Pero Yoongi lo tenía todo controlado:
Cuando llegamos al coche, éste ya estaba en marcha y dentro se estaba muy calentito.
Incluso me abrió la puerta como un auténtico caballero y la cerró cuando hube entrado.
Condujo en silencio durante un buen rato.
Al final puso la radio y sonaron las suaves notas de un concierto de piano.
– ¿Qué clase de música te gusta? –preguntó.
Aquella delicada melodía tenía un efecto relajante sobre mí.
– Ésta me parece bien.
Y ésa fue toda la conversación que mantuvimos de camino a la fiesta.
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Cuando llegamos, él le entregó las llaves a un aparcacoches y nos dirigimos a la entrada del edificio.
Yo llevaba muchos años viviendo en Seúl y ya me había acostumbrado a los rascacielos y las multitudes, pero mientras aquella noche subía la escalera, consciente de que me iba a mezclar con gente a la que hasta la fecha sólo había visto de lejos, me sentí abrumado.
Por suerte, Yoongi me puso la mano en la espalda e hizo que me sintiera extrañamente tranquilo al notar el contacto de su piel.
Inspiré hondo y esperé, mientras él le entregaba mi chal y su abrigo a la mujer encargada del guardarropa.
Al poco de haber entrado, SeokJin se apresuró a ir hacia nosotros, seguido de un hombre alto y muy atractivo.
– ¡Yoongi! ¡Jiminnie! ¡Ya están aquí!
– Buenas noches, SeokJin –le saludó él, inclinando levemente la cabeza– Veo que ya conoces a Minnie.
Yoongi se volvió hacia mí y arqueó una ceja.
No le había mencionado la visita de SeokJin y, aunque no tenía ni idea del motivo de mi omisión, tuve la sensación de que no le había gustado.
– Oh, relájate –SeokJin le golpeó el pecho con el bolso– Nos hemos tomado una taza de té juntos cuando he pasado por tu casa. Así que sí, Yoongi, ya nos conocemos.
Luego se volvió hacia mí.
– Jiminnie, éste es mi marido, NamJoon. Nammie, él es Jimin.
Nos dimos la mano y me pareció un hombre muy agradable.
Al contrario que su esposo, sus ojos no reflejaron ninguna sorpresa al ver mi collar.
Miré a mi alrededor preguntándome si JungKook y Tae Hyung ya habrían llegado.
– Yoongi –dijo otra voz.
Una mujer se detuvo delante de nosotros.
Su gracia y elegancia natural le conferían una apariencia majestuosa.
Y, sin embargo, tenía una mirada amable y una sonrisa acogedora.
Supe inmediatamente que debía de ser la tía de Yoongi.
– Suran –confirmó él– Permíteme que te presente a Park Jimin.
Él me podía llamar Jimin, pero yo no pensaba permitir que lo hicieran también todos sus conocidos.
– Minnie –dije, tendiéndole la mano– Llámeme Minnie, por favor.
– Yoongi me ha dicho que trabajas en una de las bibliotecas públicas de Seúl, en la de Gangnam
Me hizo saber Suran cuando le estreché la mano.
– Siempre paso por allí cuando voy al hospital. Quizá podamos quedar para comer algún día.
¿Eso estaba permitido?
¿Podía comer con la tía de Yoongi?
Parecía algo demasiado personal.
Pero no podía rechazar su proposición; no quería rechazarla.
– Me encantaría.
[ ⛓ ]
Me preguntó por la fecha de publicación de varios libros nuevos de sus escritores favoritos.
Hablamos durante algunos minutos sobre nuestras preferencias y los autores que menos nos gustaban y descubrimos que ambos disfrutábamos mucho de las novelas de suspenso y muy poco de la ciencia ficción.
Al rato, Yoongi nos interrumpió.
– Voy a buscar un poco de vino –me dijo– ¿Tinto o blanco?
Me quedé helado.
¿Era una prueba?
¿Le importaba la clase de vino que prefiriese?
¿Habría una respuesta correcta?
Estaba tan cómodo hablando con su tía, que me había olvidado de que aquello no era una cita normal.
Entonces, él se acercó a mí para que sólo yo pudiera oírlo.
– No tengo ninguna intención oculta. Sólo quiero saberlo.
– Tinto –susurré.
Asintió y se fue a buscar las bebidas.
Yo lo observé mientras se alejaba:
Sólo verlo caminar ya era todo un placer para la vista.
Pero cuando estaba a medio camino del bar, un adolescente le salió al paso y se abrazaron.
Yo me volví hacia SeokJin.
– ¿Quién es ese chico?
Me sorprendió que alguien fuera capaz de acercarse a Yoongi y abrazarlo de esa forma tan íntima.
– Es HoSeok –me informó– El receptor de Yoongi.
Estaba totalmente desconcertado.
– ¿Receptor?
– De la médula ósea de Yoongi.
Hizo un gesto en dirección al cartel que presidía la entrada del salón y en ese momento me di cuenta de que estábamos en una celebración de la Asociación Benéfica de Médula Ósea de Seúl.
– ¿Yoongi ha donado su médula ósea?
– Ya hace bastante tiempo. Creo que Hobi tenía ocho años; Yoongi le salvó la vida. Tuvieron que perforarlo por cuatro puntos distintos y sin anestesia. Pero dice que valió la pena pasar por eso para salvar una vida.
Cuando volvió Yoongi yo aún tenía los ojos como platos.
Por suerte, enseguida sirvieron la cena y pude pensar en otras cosas.
JungKook y Tae Hyung ya estaban sentados a nuestra mesa, vueltos el uno hacia el otro, enfrascados en una animada conversación.
Yoongi me retiró la silla para que me sentara.
Cuando nos vio, Tae esbozó una breve sonrisa, pero rápidamente volvió a centrarse en JungKook.
– Me parece que nos deben una –afirmó Yoongi cuando se sentó.
– Minnie –dijo por fin JungKook, levantándose y estrechándome la mano por encima de la mesa.
– Tengo la sensación de que ya te conozco.
Le lancé una mirada furiosa a Tae Hyung.
«Yo no he sido –decía su expresión– No sé de qué está hablando»
– Eh, Yoongi –continuó JungKook– ¿No te parece cool que estemos saliendo con dos chicos que son tan amigos? Lo único que podría superarlo sería que fueran hermanos.
– Cállate, JungKook –le ordenó NamJoon– Intenta comportarte como si tuvieras modales.
– Chicos, por favor –intervino Suran– Si siguen así, Tae Hyung y Minnie no se atreverán a volver a quedar con nosotros.
Los «chicos», como los llamó Suran, consiguieron no armar mucho jaleo.
Imaginé el grupo tan ruidoso de niños que debieron de ser.
No dejaban de provocarse entre ellos.
Incluso Yoongi se unía de vez en cuando, pero era el más reservado de los tres.
Primero nos sirvieron los aperitivos y el camarero me trajo un plato con tres enormes vieiras (un tipo de molusco).
– ¡Caramba, mamá! –exclamó JungKook– ¿Vieiras? ¡Están a punto de empezar los play-of's!
Pero se puso a comer de todos modos, sin dejar de mascullar quejas sobre lo que él llamaba comida de «mariquita»
– JungKook se crió entre osos –me susurró Yoongi– Suran sólo lo dejaba entrar en casa de vez en cuando. Por eso encaja tan bien en el equipo. Todos son animales.
– Te he oído –le advirtió JungKook desde el otro lado de la mesa.
Tae Hyung se rió.
Enseguida nos trajeron las ensaladas y los primeros platos, y no sé qué pensaría JungKook, pero yo me empecé a sentir bastante lleno.
Todo el mundo participó de la conversación mientras cenábamos.
Supe que SeokJin era diseñador de moda y, después de que nos entretuviera a todos contándonos los contratiempos más habituales del mundo de la pasarela, JungKook tomó el relevo y nos deleitó con algunas de sus mejores anécdotas sobre fútbol americano.
Cuando acabamos el segundo plato, me volví hacia Yoongi.
– Tengo que ir al servicio.
Me levanté y los tres hombres que había a la mesa hicieron lo mismo.
Por poco me vuelvo a sentar.
Había leído sobre situaciones como ésa, incluso lo había visto en alguna película, pero nunca se habían levantado todos los hombres de una mesa sólo porque lo hubiera hecho yo.
Incluso Tae Hyung pareció sorprenderse.
Por suerte, SeokJin me echó una mano.
– Creo que iré contigo, Minnie.
Se acercó y me tomó de la mano.
– Vamos.
Avanzamos por entre las mesas en dirección a los servicios; Jin iba delante.
– Supongo que vernos a todos juntos puede resultar un poco abrumador –dijo– Ya te acostumbrarás.
No tuve el valor de decirle que dudaba mucho que me invitaran a muchas reuniones familiares.
Por fin llegamos a los servicios y entramos a una antesala más grande que mi cocina.
Cuando acabé, SeokJin me estaba esperando ante el enorme e iluminado tocador.
– ¿Alguna vez has tenido una intuición, Minnie? –me preguntó, mientras se retocaba el maquillaje.
Yo no entendía por qué lo hacía:
Estaba fabuloso.
– Ya sabes, una corazonada.
Me encogí de hombros y seguí su ejemplo, retocándome también.
– Pues yo acabo de tener una –prosiguió Jin– Y quiero que sepas que eres bueno para Yoongi.
Me miró.
– Espero que no te importe que te lo diga, pero es como si nos conociéramos de toda la vida.
– Yo siento lo mismo –admití– Me refiero a que tengo la sensación de que tú y yo nos conocemos desde siempre. No quería decir que yo fuera bueno para Yoongi.
– Ya sé que a veces es un poco cerrado y que puede costar llegar a conocerlo, pero nunca lo he visto sonreír tanto como esta noche.
Se volvió hacia mí.
– Tiene que ser por ti.
Cuando me pinté los labios, me tembló la mano.
Pensé que reflexionaría sobre esa conversación más tarde, cuando estuviera solo en la oscuridad de la noche.
O quizá en algún momento de la semana, cuando Yoongi no estuviera tan cerca.
En algún momento en el que no tuviera que mirarlo a los ojos y preguntarme qué era lo que veía reflejado en ellos.
Cuando volví a guardar el pintalabios en el bolso, SeokJin me abrazó.
– No te dejes engañar por esa fachada tan dura –me dijo– Es un chico estupendo.
– Gracias, SeokJin –susurré.
Cuando regresamos, nos esperaban los postres y los cafés.
Los hombres se volvieron a poner en pie y Yoongi me retiró la silla.
SeokJin me guiñó un ojo desde el otro extremo de la mesa.
Yo bajé la vista y la posé en mi porción de tarta de queso con chocolate.
¿Estaría en lo cierto?
Después de los postres, empezó a tocar una pequeña banda, varias parejas se levantaron de sus sillas y se pusieron a bailar.
Las dos primeras canciones eran rápidas y yo me recosté en mi asiento para observar.
Pero entonces comenzó a sonar la tercera, una pieza más lenta.
Una sencilla melodía de piano.
Yoongi se puso en pie y me tendió la mano.
– ¿Quieres bailar conmigo, Jimin?
Yo nunca bailaba.
Era tan malo que podría hacer que la gente huyese de la pista de baile despavorida, pero mi cabeza seguía dándole vueltas a lo que había dicho SeokJin y, al otro lado de la mesa, vi que Suran se llevaba la mano a los labios como para esconder una sonrisa.
Levanté la cabeza para mirar a Yoongi; se le habían oscurecido los ojos y supe que no era una orden.
Podía rechazarlo.
Podía negarme educadamente y no me lo reprocharía.
Pero en ese momento no había nada que deseara más que estar entre sus brazos y sentirlo entre los míos.
Acepté su mano.
– Sí.
Ya habíamos estado juntos de la forma más íntima posible, pero cuando me rodeó la cintura con un brazo y nuestras manos entrelazadas se posaron sobre su pecho, pensé que nunca me había sentido tan unido a él.
Estaba seguro de que me debía notar temblar.
Me pregunté si ése sería su plan:
Dejarme tembloroso y anhelante en público.
Yo sabía que era perfectamente capaz de conseguirlo.
– ¿Lo estás pasando bien? –me preguntó, rozándome la oreja con su cálido aliento.
– Sí –contesté– Muy bien.
– Todo el mundo está encantado contigo.
Me estrechó con más fuerza y nos deslizamos lentamente por la pista de baile, mientras sonaba la canción.
Yo intenté poner en orden todo lo que había descubierto sobre él aquella noche:
Que había donado médula ósea a un completo desconocido, su forma de bromear con su familia, con sus amigos y, sobre todo, pensé en Jin y en lo que me había dicho cuando estábamos en los servicios.
Pensé en todo eso e intenté encajarlo con el hombre que me había atado a su cama la noche anterior.
El mismo hombre que afirmaba que no era fácil de complacer.
Pero fui incapaz de hacerlo.
Y, mientras bailaba con él, comprendí una cosa:
Estaba peligrosamente cerca de enamorarme de Min Yoongi.
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Volvimos a su casa poco antes de medianoche.
Fue un viaje de vuelta tranquilo y silencioso.
A mí me pareció bien.
No tenía ganas de hablar con nadie, y en especial con él.
Apolo corrió hacia nosotros cuando Yoongi abrió la puerta y yo me eché hacia atrás por miedo a que me manchara el traje.
– Déjate puesto el traje y espérame en mi dormitorio –dijo él– Colócate en la misma posición que adoptaste cuando viniste a mi despacho.
Subí la escalera muy despacio.
¿Había hecho algo mal?
Repasé mentalmente toda la noche y pensé en los muchos, muchos errores que podría haber cometido.
No le había dicho que SeokJin había pasado por su casa.
Había insistido en que todo el mundo me llamara Minnie.
Había quedado con Suran para comer juntos.
¿Y si cuando me preguntó por la clase de vino que prefería me estaba poniendo a prueba?
¿Y si tenía que haber pedido vino blanco?
¿Y si debería haber dicho «el que usted desee, Señor Min»?
Mi mente repasó las tres mil cosas que había hecho mal, cada una más absurda que la anterior.
Deseé que me hubiera dado alguna instrucción antes de salir.
Cuando entró, seguía vestido.
Por lo menos eso me pareció.
Yo había agachado la cabeza y lo único que vi cuando se detuvo frente a mí fueron sus zapatos y sus pantalones.
Luego se colocó detrás de mí, cada nuevo paso que daba, más lento que el anterior, levantó las manos muy despacio y resiguió el borde del escote del traje con los dedos.
– Esta noche has estado espectacular. Y ahora mi familia no hablará de otra cosa que no seas tú.
¿Eso significaba que no estaba enfadado?
¿No había hecho nada mal?
Era incapaz de pensar teniéndolo tan cerca.
– Esta noche me has complacido, Jimin.
Su voz era suave y sus labios bailaban por mi espalda:
Los sentía cerca, pero nunca llegaban a tocarme.
– Ahora soy yo quien debe complacerte.
Me desabrochó los botones del traje y luego dejó caer las mangas muy despacio.
Entonces sentí sus labios sobre mi piel.
Los deslizó por mi columna mientras el resto del traje caía al suelo.
Me tomó en brazos y me llevó a la cama.
– Acuéstate –me dijo y yo sólo pude obedecer.
Él se arrodilló entre mis piernas y me quitó los zapatos, los cuales dejó caer al suelo.
Levantó la cabeza, me miró a los ojos y luego se agachó para darme un beso en la cara interior del tobillo.
Se me escapó un jadeo.
Pero no se detuvo.
Sus labios fueron repartiendo suaves besos por mi pierna, mientras me acariciaba la otra con la mano, muy lentamente.
Llegó a mis bragas y deslizó uno de sus largos dedos por el elástico de la cintura.
Yo sabía exactamente lo que estaba haciendo y lo que se proponía hacer.
– N-no –dije, posando una mano sobre su cabeza.
– No me digas lo que debo hacer, Jimin –musitó.
Me bajó las bragas y volví a quedarme desnudo y expuesto para él.
Nadie me había hecho nunca eso.
Besarme allí.
Y estaba convencido de que era justo lo que se disponía a hacer.
Me moría de ganas, lo necesitaba, y cerré los ojos anticipando lo que iba a venir.
Me besó con suavidad, justo en el clítoris, y yo me agarré a las sábanas mientras notaba cómo me abandonaba hasta el último de mis pensamientos coherentes.
Ya no me preocupaba lo que fuera a hacerme.
Sólo lo necesitaba a él.
Lo requería con urgencia.
De cualquier forma que él deseara.
Sopló y volvió a besarme.
Se tomó su tiempo moviéndose muy despacio, dándome tiempo para que me acostumbrara.
Iba repartiendo besos esporádicos, tan suaves como susurros.
Entonces me lamió y yo arqueé la espalda.
Joder.
Me olvidé de sus dedos.
Sus dedos no podían competir con aquella lengua.
Entonces adoptó un ritmo suave, lento, lamiéndome y mordisqueándome.
Yo intenté cerrar las piernas para atrapar esa sensación dentro de mí, pero él me puso las manos en las rodillas y me las abrió.
– No me obligues a atarte –me advirtió, y su voz vibró contra mi sexo, provocándome un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo.
Después volví a sentir su lengua:
Me lamió justo donde necesitaba.
Luego me mordió con delicadeza.
Yo empecé a notar cómo crecía el familiar hormigueo de mi clímax, comenzando justo donde estaba su boca y deslizándose por mis piernas, mi torso y mis pechos, rodeando mis pezones.
Pero no, no era yo, eran las manos de Yoongi.
Y me estaba dando placer con la lengua mientras sus dedos me acariciaban los pezones.
Tiraban de ellos.
Me los pellizcaba.
Retorcí las sábanas enrollándolas alrededor de mis muñecas, tirando de ellas con la misma fuerza con la que me arqueaba contra él.
Su lengua giró alrededor de mi clítoris y solté un pequeño grito cuando el placer se adueñó de mi cuerpo:
Se originó justo en el punto donde Yoongi me acariciaba con suavidad y se desplazó hacia arriba en espiral.
– Creo que es hora de que te vayas a tu habitación –me susurró luego, cuando se me normalizó la respiración.
Él seguía estando completamente vestido.
Me senté en la cama.
– ¿Y qué pasa contigo? ¿No deberíamos...?
No sabía cómo decirlo, pero él no se había corrido y no me parecía justo.
– Estoy bien.
– Pero mi deber es servirte –contesté.
– No –dijo– Tu deber es hacer lo que yo diga y te estoy diciendo que es hora de que te vayas a tu habitación.
Me levanté de la cama sintiéndome muy ligero y me sorprendió que mis piernas me sostuvieran.
Entre las emociones del día y la relajante liberación que acababa de experimentar, no tardé mucho en dormirme.
Ésa fue la primera noche que oí música.
Las notas de un piano sonaban en alguna parte:
Era una melodía suave y dulce, delicada y evocadora.
Busqué la fuente del sonido en mi sueño, intenté averiguar quién estaba tocando y de dónde procedía la música.
Pero sólo conseguí perderme y cada nuevo pasillo que recorría me parecía igual que el anterior.
Al final descubrí que la melodía procedía de la casa, pero no logré llegar hasta ella y, en mi sueño, caí de rodillas y lloré.
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Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆
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