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La mañana siguiente, me despertó el olor a tocino.

Salté de la cama y corrí a mirar el reloj.

Las seis y media.

¿Por qué estaba cocinando Yoongi?

No me había dicho nada sobre la hora a la que tenía que prepararle el desayuno.

No podía haberme metido en un lío por no saber que esa mañana quería desayunar más temprano, ¿verdad?

Me lancé a toda prisa a otro ritual matutino acelerado:

Hice la cama, me cepillé los dientes y me vestí.

No sabía a qué hora me haría volver a mi casa.

Quizá tuviera tiempo de ducharme un poco más tarde.

Bajé a la cocina justo a las siete. 

Yoongi estaba sentado a la mesa y había servido dos platos.

– Buenos días, Jimin –dijo.

En sus ojos y en su voz percibí una excitación que no había advertido antes.

– ¿Has dormido bien?

Había dormido fatal.

Ya había sido bastante horrible meterme en la cama caliente y necesitado, pero lo de dormir desnudo no había ayudado en absoluto.

De repente, me vinieron a la cabeza los recuerdos de lo que me había hecho la noche anterior.

– No. –Me senté– La verdad es que no.

– Venga. Come.

Había cocinado para un regimiento:

En la mesa había beicon (tocino), huevos y magdalenas de arándanos recién hechas.

(*Magdalenas de arándanos*)

Lo miré arqueando una ceja y él sonrió.

– ¿Usted duerme? –le pregunté.

– A veces.

Asentí como si lo que hubiera dicho tuviera sentido y me concentré en la comida.

No me había dado cuenta del hambre que tenía.

Cuando Yoongi volvió a hablar, yo ya me había comido tres trozos de beicon y la mitad de mis huevos.

– Debo decirte que ha sido un fin de semana muy agradable.

No entendía por qué utilizaba la palabra «agradable» para referirse a lo que habíamos hecho durante esos días y acabé suponiendo que sería alguna clase de chiste para dominantes.

Me atraganté con un trozo de magdalena.

– ¿Ah, sí?

– Estoy muy contento contigo. Tienes un comportamiento muy interesante y demuestras ganas de aprender.

A mí me sorprendió que pudiera emitir alguna clase de juicio con el poco tiempo que habíamos pasado juntos, pero respondí:

– Gracias, Señor.

– Hoy tienes que tomar una decisión muy importante. Podemos discutir los detalles cuando hayamos acabado de desayunar y te hayas duchado. Estoy seguro de que tendrás muchas preguntas que hacerme.

Aquélla podría ser la única oportunidad que se me presentara, así que la aproveché.

– ¿Puedo preguntarle una cosa, Señor?

– Claro. Ésta es tu mesa.

Inspiré hondo.

– ¿Cómo sabe que no me duché ayer por la mañana y que tampoco lo he hecho hoy? ¿Vive aquí o también tiene casa en la ciudad? ¿Cómo...?

– Una pregunta detrás de otra, Jimin –dijo, levantando una mano.

– Soy un hombre muy observador. Ayer no parecía que te hubieras lavado el pelo. Y esta mañana he supuesto no te habías duchado porque has entrado en la cocina como alma que lleva el diablo. Vivo aquí los fines de semana y tengo otra casa en la ciudad.

– No me ha preguntado si esta noche he seguido sus instrucciones.

– ¿Lo has hecho?

– Sí.

Bebió un sorbo de café.

– Te creo.

– ¿Por qué?

– Porque sé que no puedes mentir; tu cara es un libro abierto.

Dobló la servilleta y la dejó junto al plato.

– No juegues nunca al póquer; perderás.

Quería enfadarme, pero no podía.

Era verdad, intenté jugar al póquer una vez contra Tae Hyung y lo perdí todo.

– ¿Puedo hacer otra pregunta?

– Sigo sentado a la mesa.

Sonreí.

Sí, lo estaba.

Aquel hombre musculoso, con aquel magnífico cuerpo y aquella sonrisa engreída...

Todo él seguía sentado a la mesa. 

Conmigo.

– Hábleme de su familia.

Él arqueó una ceja como si no pudiera creer lo que le había pedido.

– Mi tía Suran me adoptó cuando yo tenía diez años. Es jefa de personal en el hospital Lenox. Mi tío murió hace algunos años. Su único hijo, JungKook, juega en los Giants.

– He visto su foto en los periódicos –dije– Mi mejor amigo, Tae Hyung, me preguntó si sabía si seguía soltero.

Yoongi entornó los ojos y apretó los labios hasta convertirlos en una fina línea.

– ¿Qué le has contado a tu amigo sobre mí? –preguntó– Creía que los documentos que te envió Han eran muy claros respecto a la cláusula de confidencialidad.

–No pasa nada –repuse– Tae Hyung es mi llamada de emergencia; tenía que contárselo. Pero lo entiende y no le dirá nada a nadie. Confíe en mí. Lo conozco desde la escuela primaria.

– ¿Tu llamada de emergencia? ¿Él también lleva este estilo de vida?

Negué con la cabeza.

– A decir verdad, su estilo de vida es prácticamente opuesto a esto, pero sabe que yo deseaba este fin de semana y accedió a hacerlo por mí.

Mi respuesta pareció satisfacerlo y asintió brevemente con la cabeza.

– JungKook no sabe nada de mis gustos y sí, es soltero.

Esbozó una sonrisa ladeada.

– Tengo tendencia a ser un poco sobreprotector con él. Ya se ha cruzado con más de una cazafortunas.

– Tae Hyung no es ningún cazafortunas. Ya me imagino que siendo un deportista profesional, y tan atractivo, habrá tenido muchos desengaños, pero le aseguro que él es la persona de mejor corazón que he conocido nunca y es leal hasta la muerte.

No parecía muy convencido.

– ¿A qué se dedica?

– Es profesor en un jardín de infancia. Tiene una sonrisa cuadrada, es pelirrojo y estupendo.

– ¿Por qué no me das su número de teléfono? Se lo daré a JungKook y que él decida si lo quiere llamar o no.

Sonreí.

Tae Hyung me iba a deber una muy grande.

Yoongi se puso serio de nuevo.

– Volviendo a lo que te he dicho antes que debíamos hablar, quiero que lleves mi collar, Jimin. Por favor, piénsalo mientras te duchas. Reúnete conmigo en mi dormitorio dentro de una hora y lo comentaremos más a fondo.

¿Su collar?

¿Tan pronto?

No esperaba que me ofreciera el collar tan rápido.

¿Por qué sería que siempre que hablaba con Yoongi acababa sintiéndome más nervioso y confuso al final de la conversación de lo que lo estaba al principio?

Apolo levantó la cabeza desde el suelo, me miró y aulló.

Una hora más tarde, Yoongi me estaba esperando en su habitación con una caja en las manos.

Había un banco acolchado en medio del dormitorio y me hizo un gesto para que me sentara en él.

Al salir de la ducha, había encontrado una bata de satén plateada con unas bragas a juego esperándome sobre la cama.

Era bastante arrogante por parte de Yoongi elegirme la ropa, pero yo había aceptado sus términos.

Así pues, me puse la bata y, ya en su habitación, me senté en el banco acolchado con la mayor delicadeza posible.

Él sólo llevaba unos vaqueros de color azul desteñido.

Ni siquiera se había puesto calcetines.

Tenía perfectos hasta los pies.

Se dio la vuelta y dejó la caja sobre una cómoda que había junto a su cama.

Cuando se volvió de nuevo hacia mí, sostenía una gargantilla de platino compuesta por dos gruesas tiras entrelazadas.

La luz del sol se reflejó en las caras de los muchos brillantes incrustados en el platino.

– Si aceptas llevar esto, significará que me perteneces. Serás mío y podré hacer contigo lo que quiera. Me obedecerás y nunca cuestionarás lo que te ordene. Tus fines de semana serán para mí y yo dispondré de ellos como se me antoje.

» Tu cuerpo será asimismo mío y podré utilizarlo como quiera. Nunca seré cruel contigo ni te provocaré daños permanentes, pero no soy un Amo fácil, Jimin. Te pediré que hagas cosas que jamás creíste posibles, pero también te puedo proporcionar un placer inimaginable.

Toda la piel se me cubrió con una capa de sudor frío.

Yoongi se acercó más a mí.

– ¿Has entendido todo lo que te he dicho?

Asentí.

– Sí, Señor.

– ¿Lo quieres llevar?

Asentí de nuevo.

Se puso detrás de mí y me rozó el cuello con las manos al abrocharme el collar.

Era la primera vez que me tocaba en todo el fin de semana y me sobresalté al notar el contacto.

– Pareces un rey –dijo, deslizándome las manos por los hombros y arrastrando la bata con los dedos.

– Y ahora eres mío.

Bajó las manos hasta mis clavículas y luego las paseó suavemente por mis pechos.

– Esto es mío.

Deslizó a continuación las manos por mis costados.

– Mío.

Me dio un beso en el cuello y luego me mordió con suavidad.

Sus dedos.

Sus manos.

Dejé caer la cabeza hacia atrás y suspiré de lo bien que me hacía sentir.

– Eres mío.

Sus manos prosiguieron su descenso.

Llegó a la goma de mis bragas y tiró de ella, apartándola.

– Y esto...

Metió un dedo en mi interior.

– Es todo mío.

Empezó a mover el dedo dentro y fuera y entonces descubrí que yo había acertado de pleno con sus dedos:

Podían hacer cosas maravillosas.

Me penetró con fuerza y profundidad, pero justo cuando estaba al límite, los sacó.

– Incluso tus orgasmos son míos.

Dejé escapar un gemido cargado de frustración.

Maldita fuera, ¿es que no iba a dejar que me corriera nunca?

– Pronto –susurró– Muy pronto. Te lo prometo.

Pronto, ¿cuándo?

¿En algún momento de la hora siguiente?

Sentía el peso del collar alrededor del cuello y levanté la mano para tocármelo.

– Te queda muy bien.

Tomó un almohadón de la cama, que quedaba detrás de él, y lo dejó caer al suelo.

– Tu palabra de seguridad es «aguarrás». En cuanto la digas, todo esto habrá acabado. Te quitas el collar, te marchas y no vuelves más. Pero si eliges no decirla, volverás aquí cada viernes.

» A veces llegarás a las seis y cenaremos en la cocina. Otras veces llegarás a las ocho y te meterás directamente en mi habitación. Mis órdenes acerca de las horas de sueño, la dieta y el ejercicio siguen siendo las mismas. ¿Lo entiendes?

Asentí.

– Bien –prosiguió– Suelen invitarme a muchos eventos. Asistirás conmigo. Tengo uno de esos compromisos el domingo que viene, un acto de beneficencia para una de las organizaciones sin ánimo de lucro de mi tía. Si no tienes ningún traje de noche, yo te proporcionaré uno. ¿Está todo claro? Pregúntame si tienes alguna duda.

Yo estaba hecho un lío.

Era incapaz de pensar con claridad.

– No tengo ninguna pregunta.

Se inclinó hacia delante y me susurró al oído:

– No tengo ninguna pregunta...

Quería algo, quería que yo dijera algo. 

¿Qué era?

– Dilo, Jimin. Te lo has ganado.

Y entonces caí.

– No tengo ninguna pregunta, Amo.

– Sí. Muy bien.

Se separó de mí con los ojos brillando de excitación.

Se colocó detrás del almohadón y se desabrochó los vaqueros.

– Ahora ven aquí y demuéstrame lo contento que estás de llevar mi collar.

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Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆

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