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⛓ 17 ⛓

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Estaba sentado tras el mostrador principal, haciendo girar la rosa entre los dedos.

– A alguien el amor le ha dado fuerte~♪ –canturreó Martha, sentándose a mi lado y apoyando la barbilla en las manos.

– ¿Quién, yo?

Volví a hacer girar la rosa.

– Es evidente –respondió– Pero ese pedazo de hombre que te ha dejado esta rosa está en la misma situación que tú.

Parpadeó teatralmente varias veces.

– ¿Min Yoongi? –dije, deleitándome en el sonido de su nombre pronunciado por mis labios– Sólo nos hemos visto unas cuantas veces.

Vale, era mentira.

Había estado haciendo mucho más que ver a Yoongi.

Y la rosa no era más que un detalle de agradecimiento por no haberlo rechazado.

Martha se puso en pie.

Una rosa blanca con un rubor en los pétalos es algo muy serio.

– ¿Ah sí?

Dejé de hacerla girar.

– ¿Por qué?

– ¿Te suena John Boyle O'Reilly? –preguntó– ¿El poeta irlandés?

Yo negué con la cabeza.

Nunca había oído hablar de él.

Martha unió las manos.

– Esto es tan romántico... Es de su poema «Una rosa blanca»

– No es blanca.

Ella me lanzó una mirada impaciente.

– Eso ya lo sé. Sólo te estoy diciendo cómo se titula el poema.

– Perdona.

Le hice un gesto de disculpa con la mano; estaba muy interesada por saber adónde quería llegar.

– Continúa, por favor.

Entonces Martha carraspeó:

«La rosa roja susurra de pasión,
y la rosa blanca musita de amor;
oh, la rosa roja es un halcón,
y la rosa blanca es una paloma.
Pero yo te mando una rosa blanca
con un rubor en los pétalos;
pues el amor más puro y dulce
tiene un beso de deseo en los labios»

Se me cayó la rosa de entre los dedos.

«Eso no significa nada. No significa NADA. Sólo le habrá gustado esta rosa en particular. Es sólo una coincidencia»

Pero, ¿desde cuándo Yoongi hacía algo que fuera sólo una coincidencia?

Nunca.

– ¿Minnie? –me llamó Martha.

«Un beso de deseo en los labios»

«Nada. No significa nada», susurró Minnie el racional.

O quizá fuera Minnie el loco.

¿Cómo iba a saberlo a esas alturas?

«Claro. Tú sigue repitiéndote eso. Sigue diciéndote que sólo es algo que hace cada fin de semana. Lo que tú quieras. En realidad ya no importa, ¿verdad? Porque para ti sí que significa más», dijo Minnie el loco.

O quizá fuera Minnie el racional quien dijo eso.

– ¿Minnie?

– Perdona, Martha.

Tomé la rosa y la dejé sobre el escritorio.

Me la quedé mirando fijamente.

– Es un poema precioso. Muy romántico.

«Un beso de deseo en los labios»

Levanté los ojos para mirar a mi compañera.

– Creo que iré a la sección de poesía, a leer algo más de O'Reilly...

Llevaba mucho tiempo acariciando la loca fantasía de convertirme en el sumiso de Min Yoongi.

Quería someterme a su control, ser preso ante su voluntad.

Ya había aceptado el hecho de que me había enamorado de él, pero, ¿qué pasaba con lo que él sentía por mí?

¿Había alguna posibilidad de que Yoongi también se hubiera enamorado de mí?

[ ⛓ ]

Tenía la sensación de que el viernes no llegaría nunca.

Los minutos se arrastraban y las horas se me hacían eternas.

Yoga.

Trabajo.

Caminar en lugar de correr.

Pero por fin allí estaba.

Llegué a casa de Yoongi a las seis menos diez y cuando salí del coche oí a Apolo ladrar dentro de la casa.

Yoongi abrió la puerta principal.

Maldita fuera, estaba guapísimo con esa camisa de manga larga y pantalones negros de vestir.

Me temblaban las piernas sólo de mirarlo.

Sus ojos me siguieron mientras subía la escalera.

– Feliz viernes, Jimin –dijo, en un tono de voz tan suave que casi me desmayo.

«Ahora lo es»

– Pasa.

Se hizo a un lado y me dejó entrar.

– La cena está servida.

Y menuda cena.

Coq au vin (Pollo al Vino) servido en la mesa de la cocina.

Cada bocado estaba delicioso.

Mientras comíamos, me di cuenta de que Yoongi y yo compartíamos la misma pasión por la cocina.

¿Cómo sería cocinar con él?

Nos imaginé pelando y cortando.

Los dos entre los vapores de las ollas hirviendo.

Probando con cucharas de madera para comprobar el punto de sal.

Sutiles roces aquí y allá.

Frotándome contra él mientras me movía delante de la encimera.

Alargando el brazo sobre su cabeza para tomar algo de un estante.

Una repetición de lo que ocurrió en la mesa de la biblioteca, pero esa vez sobre la encimera de la cocina.

«Soy tuyo. Tuyo. Tuyo»

– ¿Cómo te encuentras? –me preguntó, devolviéndome a la realidad mientras terminábamos de cenar.

Recordé las palabras que me dijo el miércoles:

«Lo seguirás sintiendo el viernes por la noche»

Sonreí.

– Dolorido en los lugares apropiados.

– Jimin... –me reprendió– ¿Has sido un chico malo esta semana?

Yo me quedé de piedra.

Él, con meticulosidad y toda la intención, dejó el tenedor junto al plato.

– Ya sabes lo que les pasa a los chicos traviesos, ¿verdad?

Negué con la cabeza.

– Que hay que castigarles.

¡Oh, Dios, no!

– Pero he hecho yoga, he dormido las horas estipuladas y he caminado en lugar de correr, como me dijiste que hiciera.

No podía estar pasando lo mismo otra vez.

La última vez rompí las reglas.

Eso lo entendí.

Pero esa semana no había hecho nada mal.

No quería que me volviera a tumbar sobre aquel potro del infierno.

Tendría que utilizar mi palabra de seguridad.

Maldita fuera.

– Jimin.

Yoongi estaba relajado y sereno.

No parecía enfadado ni decepcionado.

Su expresión no tenía nada que ver con la de la última vez.

– ¿Cuántas clases de azotes hay?

¿Qué?

¿Y qué más daba cuántos había?

Todos dolían.

– Tres –dijo, contestando su propia pregunta– ¿Cuál era el primero?

Me estaba perdiendo algo.

¿Qué era?

Mi cerebro se remontó frenéticamente hasta aquella noche.

¿Qué fue lo que me dijo?

Calentamiento, castigo y erótico.

Erótico.

«Oh»

Él arqueó una ceja.

– Sube tu culo a mi habitación.

Me levanté de la mesa y corrí escaleras arriba.

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Si debo ser sincero, he de admitir que suponía que Yoongi tendría preparado el potro.

Solté un suspiro de alivio cuando vi que no estaba; lo único que había era una montaña de almohadones en medio de la cama.

La cama de Yoongi.

«El miedo no tiene lugar en mi cama»

Y yo lo creía.

Esa noche sólo tendría que ver con el placer.

Él se encargaría de ello.

La excitación me empezó a calentar por dentro.

Me desnudé y esperé.

Entró en el dormitorio poco después.

Hizo un gesto con la cabeza en dirección a la cama y empezó a desabrocharse la camisa.

 – Ponte boca abajo sobre los almohadones.

Gateé por la cama y me coloqué sobre los almohadones de forma que mi trasero quedara elevado.

Él se acercó al cabezal de la cama y sacó una correa.

– No podemos dejar que te protejas, ¿verdad? –me preguntó, mientras me ataba las manos y tiraba de ellas de modo que me apoyara en los codos.

La cama se hundió cuando él se colocó detrás de mí.

Sentí sus manos deslizándose por mi cuerpo.

– ¿Has estado usando el tapón, Jimin?

Yo asentí.

– Bien.

Me abrió las piernas.

– Quiero que te abras para mí.

Sus dedos examinaron mi palpitante abertura.

– Vaya, Jimin. Ya estás húmedo. ¿Acaso te excita imaginarme poniéndote el culo rojo?

Me mordí la mejilla por dentro.

Me acarició y luego me dio tres rápidos azotes con la mano.

Escocieron, pero era la clase de estremecida punzada que gritaba:

"Sí Señor, me puedes azotar otra vez, por favor"

– El respetable pueblo de Seúl te paga un sueldo para que trabajes en la biblioteca y no para que te escabullas a la sala de la "Colección de Libros Raros".

Me azotó una y otra vez, y en cada ocasión, su mano aterrizaba en un lugar distinto.

Pero en lugar de dolor, cada vez sentía más placer.

En lugar de dolor, experimenté una calidez que se extendía desde su mano hacia la parte inferior de mi cuerpo.

Lo necesitaba.

Necesitaba que me tocara.

Lo necesitaba dentro de mí.

– Estás tan húmedo...

Entonces deslizó un dedo en mi sexo, luego me azotó justo donde estaba húmedo y dolorido.

Yo gemí.

– ¿Te ha gustado, Jimin?

Me azotó de nuevo.

«Ahí. Sí, por favor. Ahí»

Zas.

Yo levanté más las caderas y él empezó a azotarme de nuevo en el trasero.

–Tu culo se ha puesto de un precioso tono rosa.

Noté cómo su polla se apretaba contra mí y contuve el aliento.

– Pronto haré mucho más que azotarlo. Pronto me lo follaré.

Oí que rasgaba el envoltorio de un preservativo y luego Yoongi cambió de postura para deslizarse en esa parte de mí que lo esperaba tan húmeda y caliente.

No pude evitar gemir.

Él se retiró.

– Esta noche no puedes hacer ningún ruido o no podrás tener mi polla.

Me volvió a azotar.

– ¿Lo entiendes? Asiente si comprendes lo que te he dicho.

Yo asentí.

– Bien.

Se internó en mí con energía y yo reculé en busca de su cuerpo.

– Esta noche estás hambriento, ¿verdad? Sí, ya somos dos.

Empezó a embestirme con fuerza y profundidad, yo contraje los músculos interiores cada vez que me penetraba.

Yoongi lo hacía una y otra vez.

Y yo respondía a cada nueva embestida balanceándome hacia atrás y absorbiéndolo más adentro.

Más adentro...

Más adentro.

Entonces alargó el brazo hasta el punto en el que se unían nuestros cuerpos y me frotó el clítoris.

Nunca antes lo había hecho.

Mi cuerpo explotó de placer y él se estremeció detrás de mí, sumándose a mi clímax.

Luego rodé sobre los almohadones hasta quedar tumbada en la cama y Yoongi se quedó echado a mi lado mientras su respiración se normalizaba.

Estiró la mano, la deslizó por mi costado, subió por mi pecho y la posó sobre mi hombro, que seguía estirado por encima de mi cabeza.

– Creo que el miércoles no vi todo lo que quería ver –dijo– Jimin, ¿serías tan amable de concertarme una visita para que pueda volver a visitar la "Colección de Libros Raros" este miércoles?

«Sí, Señor»

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Aquella noche salí de mi habitación y recorrí el pasillo en dirección a la escalera.

La luz de una media luna iluminaba mis pasos y le daba un brillo surrealista a toda la casa.

Cuando pasé por delante de la habitación de Yoongi vi que la puerta estaba cerrada.

Nunca me había dicho que no pudiera explorar en plena noche, pero no quería que me sorprendiera.

Bajé los escalones silenciosa como un ratón y me metí en la biblioteca.

«Mi» biblioteca.

Busqué los estantes donde Yoongi guardaba su colección de poesía.

Mis dedos recorrieron los lomos de un libro tras otro.

«Tiene que estar aquí. Tiene que estar. Por favor, que esté»

Me detuve.

Las obras completas de John Boyle O'Reilly.

Tomé el libro de la estantería con manos temblorosas y me acerqué a la ventana.

El volumen se abrió de forma natural por una página que estaba a unas
tres cuartas partes del libro, justo donde estaba el poema «Una rosa blanca»

Algo revoloteó hasta el suelo y me agaché a cogerlo:

Era un pétalo de rosa blanca con un ligero rubor en la punta.

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Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆

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