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El viernes por la noche, cuando iba de camino a casa de Yoongi, me remordía la conciencia.
Su administrador me llamó a la biblioteca el miércoles y me dijo:
– Este viernes, el señor Min le recibirá a las ocho. Su coche lo recogerá como de costumbre.
Eso fue todo.
Sin detalles.
Sin explicaciones.
Nada.
Estaba un poco decepcionado, porque disfrutaba mucho de nuestras cenas de los viernes.
Cenar con él antes de meterme en su dormitorio me ayudaba a comenzar el fin de semana de una forma suave y relajada.
Y quizá fuera sólo cosa mía, pero tenía la sensación de que a él también le gustaba pasar ese rato conmigo.
Aunque sólo fuera para poder tomarme el pelo y prepararme para lo que hubiera planeado.
Pero aquella noche tenía una idea bastante clara de lo que habría
planeado para el fin de semana.
Yo había estado utilizando el tapón, como él me había indicado, me sentía preparado, y, sin embargo, tenía la extraña sensación de estar pasando algo por alto.
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Cuando el coche se detuvo en el camino ya había oscurecido.
Apolo no salió a recibirme y Yoongi tampoco.
Llamé al timbre.
La puerta se abrió muy despacio y Yoongi me hizo un gesto para que
entrara.
– Hola, Jimin.
Asentí.
¿Por qué nos quedábamos en el vestíbulo?
¿Por qué me estaba mirando así?
– ¿Has pasado una buena semana? –preguntó– Puedes contestar.
– Ha estado bien.
– ¿Bien? –inquirió, arqueando ambas cejas– No estoy completamente seguro de que «bien» sea la respuesta apropiada.
Yo repasé mentalmente la semana, intentando comprender de qué iba todo aquello.
No me vino a la cabeza nada fuera de lo común.
El trabajo había sido el de siempre.
Tae Hyung era el mismo.
Había ido a correr.
Había asistido a aquellas ridículas clases de yoga.
Dormido ocho...
Oh, no.
Oh, nooo.
Oh, no, no, no...
– Jimin –dijo en un tono relajado– ¿Hay algo que quieras decirme?
– El domingo por la noche sólo dormí siete horas –susurré, mirando el suelo.
¿Cómo podía saberlo él?
– Mírame cuando hablas.
Lo miré.
Tenía los ojos en llamas.
– El domingo por la noche sólo dormí siete horas –repetí.
– ¿Siete horas? –dio un paso adelante– ¿Crees que elaboré todo un plan para tu bienestar porque estoy aburrido y no tengo nada mejor que hacer?Contéstame.
Me ardía la cara.
Estaba convencido de que iba a desmayarme en cualquier momento.
Desmayarse estaría bien.
Desmayarse sería preferible.
– No, Amo.
– Tenía planes para esta noche, Jimin –me reprochó– Cosas que quería enseñarte. Y ahora tendremos que pasar la noche en mi habitación, trabajando en tu castigo.
Parecía que quisiera que yo dijera algo.
Pero no estaba seguro de poder
hablar.
– Siento haberte decepcionado, Amo.
– Lo lamentarás más cuando haya acabado contigo.
Hizo un gesto con la cabeza en dirección a la escalera.
– A mi habitación. Ahora.
Siempre me había preguntado cómo se sentiría un criminal condenado
caminando hacia el calabozo.
¿Cómo conseguían mover los pies?
¿Mirarían las calles o las celdas por las que iban pasando y recordarían tiempos mejores?
¿Podrían sentir los ojos de los demás mientras pasaban ante ellos?
No estoy diciendo que sea lo mismo.
Ya sé que no lo es.
Sólo se puede morir una vez.
No se siente nada después de muerto.
Y yo iba a sentir perfectamente lo que se me venía encima.
Pero mientras me dirigía a la habitación de Yoongi, decidí que recibiría mi castigo sin quejarme.
Él había dictado unas reglas y yo las había aceptado.
Había quebrantado una y eso tenía consecuencias.
No me quedaba más remedio que
pasar por aquello.
Cuando llegué al dormitorio, no me sorprendió ver allí el potro.
Inspiré hondo y me quité la ropa.
Temblé un poco cuando me subí al banco y me tendí sobre él.
Pero, ¿dónde tenía que poner las manos?
¿Debía cruzarlas por debajo de mi
pecho?
No parecía que ésa fuera la postura correcta.
Las dejé colgando.
Estaba incómodo.
¿Por encima de la cabeza?
No, probablemente parecería un estúpido.
Oí que Yoongi entraba en la habitación y de repente mis manos dejaron de importarme.
Una parte de mí deseaba poder verle la cara, pero la otra se alegraba de no
poder hacerlo.
En aquel momento era muy consciente de que estaba desnudo y expuesto a él.
Una cálida mano me tocó el trasero y me sobresalté.
– Yo utilizo tres clases de azotes distintos –expuso, acariciándome– El primero es un azote erótico. Se utiliza para aumentar el placer, para excitar.
Su mano resbaló por mi trasero y se detuvo entre mis piernas.
– Como lo que te hice con la fusta, por ejemplo.
Su caricia fue aumentando de intensidad hasta que me pellizcó.
– La segunda clase de azote sirve para castigar. No sentirás ningún placer. Su
propósito es recordarte las consecuencias de tu desobediencia. Yo dicto unas reglas pensando en tu bienestar, Jimin. ¿Cuántas horas se supone que debes dormir de domingo a jueves? Contéstame.
– Ocho –dije, con un nudo en la garganta.
¿No podíamos acabar de una vez con todo aquello?
– Sí, ocho y no siete. Es evidente que lo olvidaste, por lo que quizá un trasero dolorido te ayude a recordarlo en el futuro.
Se quedó en silencio.
El único sonido que oía eran los latidos de mi corazón retumbando en mi cabeza.
– El tercer tipo es un azote de calentamiento. Se utiliza antes de los azotes de castigo. ¿Sabes por qué tengo que darte unos azotes de calentamiento?
No, nunca había oído hablar de azotes de calentamiento.
Pero no pensaba decir ni media palabra.
Entonces dejó una correa de piel junto a mi cabeza, para que pudiera verla bien.
– Porque tu culo no podría soportar los azotes de castigo sin un calentamiento previo.
Mis manos buscaron a ciegas algo donde poder agarrarme al banco.
– Veinte azotes con la correa de piel, Jimin.
Se detuvo.
Esperó.
– A menos que tengas algo que decir.
¡Me estaba invitando a decir mi palabra de seguridad!
¿Cómo podía pensar que abandonaría con tanta facilidad?
Me obligué a quedarme completamente quieto.
– Muy bien.
Empezó con la mano.
Al principio me azotó con suavidad y no estaba tan mal.
En realidad era casi placentero.
No era peor que la fusta.
Pero siguió.
Y siguió.
Y siguió...
Empecé a sentirme incómodo y me puse tenso cuando me esforcé por quedarme quieto.
Un rato después, quizá unos cinco minutos más tarde, empecé a tensarme antes de que su mano impactara sobre mi trasero y a temer el siguiente azote.
Porque, maldita fuera, ya me dolía y ni siquiera había empezado.
Comenzaron a asomar algunas lágrimas a mis ojos.
¿Cuánto iba a durar aquello?
No dejaba de azotarme con la mano una y otra vez.
Repetidamente.
Y aquello sólo era el calentamiento.
Entonces se detuvo y me pasó la mano por el trasero como si estuviera
valorando algo en mi piel.
Luego tomó la correa de donde la había dejado junto a mi cabeza.
– Cuenta, Jimin.
La correa silbó en el aire sin previo aviso y aterrizó en mi irritado trasero.
– ¡Ay!
– ¿Qué? –preguntó.
– Uno. Quería decir uno.
Volvió a bajar de nuevo.
– ¡Joder! Quiero decir, dos.
– Vigila tu lenguaje.
Esa vez me azotó con más fuerza.
– Tre-... Tres.
El cuarto me dolió tanto que estiré las manos hacia atrás para cubrirme.
Yoongi se detuvo un momento y se inclinó sobre mí para susurrarme al oído:
– Si te vuelves a tapar, te ataré y añadiré diez azotes más.
Crucé los brazos y me los puse bajo el pecho.
Para cuando llegamos al undécimo ya estaba llorando.
Hacia el decimoquinto me costaba respirar.
Cuando conté dieciocho decidí que dormiría diez horas.
Cada noche.
«Pero por favor, para»
– Deja de suplicar.
Estaba hablando en voz alta.
Suplicando.
No me importaba.
La correa impactó de nuevo en mi cuerpo.
Dije algo que debió de sonar a diecinueve.
Uno más y se habría acabado.
– ¿Cuántas horas vas a dormir, Jimin? Contéstame.
Inspiré hondo.
Me sorbí los mocos.
– O... O... Ocho.
Uno más y se habría acabado.
– Vein-... Te.
El único sonido que se oía en la habitación procedía de mí.
Sollozaba y sorbía.
Me temblaba todo el cuerpo.
No estaba seguro de poder levantarme del banco.
– Lávate la cara y vete a tu habitación –dijo Yoongi.
Él ni siquiera tenía la respiración agitada.
– Me parece que tienes que recuperar algunas horas de sueño.
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Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆
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