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Capítulo 9: Graduación y una nueva tragedia.

Mi último año en el instituto fue un poco accidentado, por decirlo de alguna manera. A principios de curso, en la asignatura de Doma, el caballo del compañero que tenía al lado se encabritó de repente y nos coceó al chico y a mí. Resultado: un par de costillas rotas por mi parte.

La verdad es que podría decirse que salí más o menos bien librado esa vez. Mi compañero tuvo menos suerte y pasó gran parte del curso en la enfermería por la posterior caída.

Meses después me hicieron caer de la escoba en un partido de quidditch y me rompí el brazo izquierdo.

Suerte que no estaba volando a mucha altura, pues podría haber sido mucho peor.

A eso había que sumarle el pequeño pero profundo corte en el costado que sufrí casi a final de curso en un duelo de espadas. Al menos me llevé la victoria.

Mi cuerpo empezaba a llenarse de marcas.

Tras graduarme, con unas notas geniales, todo hay que decirlo, mi familia y yo celebramos una pequeña e íntima fiesta en el hotel de mis abuelos, en Abisko.

Lo pasamos muy bien todos juntos de nuevo tras varios meses. Pero cuando recuerdo ese día aún se me salta alguna lágrima.

Quién iba a decir que mi amado abuelo nos iba dejar al día siguiente víctima de un maldito ataque al corazón.

Esta vez la marca grabada fue en mi alma. Y fue más profunda y dolorosa que cualquier herida antes sufrida jugando al quidditch, en un duelo o luchando con la espada.

Él había sido más padre para mí que el mío propio, o así lo sentía desde que era pequeño. Su pérdida tan repentina fue un gran golpe anímico para mí. Lo echaba horriblemente de menos todos los días.

Aún le echo de menos, siempre lo haré, pero la herida está un poco más cerrada.

Entonces, sumido en mi dolor, unos días más tarde del funeral, hice una rápida maleta y me marché de casa con los pocos ahorros que había podido recaudar durante mi adolescencia más un dinerillo extra que me había dejado mi abuelo.

Quería ver mundo y olvidarme de todo un tiempo.

Mi abuelo también era un espíritu libre. Él me entendía mejor que nadie. Y estoy bastante seguro de que hubiera estado de acuerdo con mi pequeña escapada para sanar mi alma.

Curiosamente tomé un tren para mi primer viaje. Hacía tiempo que no usaba ese transporte y me apeteció.

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