Capítulo 5: Descubriendo Durmstrang.
Una vez llegamos a nuestro destino, atracamos en la playa cercana al castillo. Allí nos esperó a los de primer año un señor llamado Hernest, más conocido por aquí como el Farero.
Se trata de un anciano vestido con el atuendo típico de los isleños y que siempre lleva una pipa, tirantes y un abrigo de pieles.
Cuando todos y cada uno de los alumnos de primero bajamos del gran barco, él nos guió hasta el interior del castillo y nos dejó en el vestíbulo.
Hernest siempre es muy amable con los alumnos y todos le teníamos mucho cariño y queríamos escuchar sus fascinantes historias sobre el mar y las misteriosas criaturas que habitaban en él. Su forma de narrar, interpretando cada papel con una voz diferente, nos hipnotizaba a todos.
El Farero se encarga de vigilar el colegio y sus terrenos desde el faro de Durmstrang, una inmensa mole de piedra en el mar siempre tormentoso junto al acantilado del castillo, que solo es visible para los magos. Más o menos la labor que hace Hagrid en el colegio Hogwarts.
La mágica luz del faro es de un espectral color azulado y alumbra con intensidad el negro mar del norte de Noruega cuando el gran barco se acerca a la escuela cada 1 de septiembre todos los años, marcándole el camino a seguir con seguridad hacia el castillo de Durmstrang.
Ya en el vestíbulo del lugar, una figura de un gran dragón de bronce iluminado por cuatro pilares de aceite llameante nos dio la bienvenida a todos los alumnos que allí nos encontrábamos.
Más tarde descubrí que la susodicha estatua del dragón escupía fuego constantemente.
Algo que me maravilló, pues mi curiosidad natural salió a flote y me puse a pensar en si la estatua estaba hechizada por el director para que hiciera eso, o la propia figura era mágica por sí misma y «actuaba» a voluntad. Lo cierto es que nunca llegué a saberlo. Una lástima.
Quizá algún día vuelva al que fue mi colegio e intente desvelar ese misterio que me asombró de niño y adolescente.
Siempre me ha gustado descifrar enigmas. De vez en cuando pienso que mi afán de conocimiento es más un defecto que una virtud, pues me mete en problemas a veces.
La sala en cuestión es de buen tamaño y está decorada por grandes tapices del color rojo sangre que representa nuestra escuela.
Miraba con atención las colgaduras murales cuando el subdirector apareció y nos llevó al Gran Comedor, donde se celebraría la Ceremonia de Selección.
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