Capítulo 4: Llegando a Durmstrang.
Cuando tenía once años, fui inscrito en el Instituto Durmstrang, un colegio para magos y brujas en la zona de Europa donde vivía. Este está ubicado en un lugar desconocido en el norte de Escandinavia, Suecia o Noruega, nadie lo sabe con certeza.
Lo que sí se sabe es que se encuentra junto al gélido mar de Noruega, al borde de un acantilado infranqueable.
La fortaleza inexpugnable y oscura que es su sede, es un tosco y lúgubre castillo. Fue mi hogar durante siete años. Aunque quizá la palabra «hogar» no es la adecuada.
Instituto Durmstrang.
Este solo tiene cuatro pisos de altura y las chimeneas solo se encienden con fines mágicos o para iluminar las estancias, por lo que todos y cada uno de los que residíamos ahí, desde el director hasta los alumnos, debíamos llevar ropa que abrigara hasta dentro del mismo.
Nuestro uniforme escolar es adecuado para ello, pues consta de un pantalón verde caqui para los chicos o una regia falda por debajo de las rodillas del mismo color para las chicas, una casaca de color rojo sangre y unas botas negras.
Sin duda, parecían uniformes militares.
Además llevábamos un abrigo o una capa de pieles, y gorros, bufandas, guantes y demás accesorios para el invierno tan frío característico de esta zona.
Eso sí, un punto a favor, al menos para mí, es que el colegio está rodeado de unos verdes jardines bastante amplios.
Me encantaba ir a correr por esos extensos y frondosos prados todos los días por las mañanas o por las tardes. Cosa que hago también en Hogwarts desde que estoy aquí.
Pasar un tiempo a solas para pensar y estar en paz con la naturaleza es algo que adoro hacer de vez en cuando.
Solo alumnos de sangre pura son inscritos en Durmstrang. Las propias familias de sangre pura y fines conservadores son las que inscriben a sus familias para que sus generaciones estudien en este selecto y estricto instituto mágico.
Si por ejemplo una familia está inscrita en el Instituto Durmstrang, todas sus generaciones recibirán la carta de acceso a la escuela.
Pero que seamos sangre pura no significa que odiemos a los que no lo son. Al menos por mi parte, pero siempre hay excepciones. Como en todo.
Cuando llegaba el momento, una lechuza de las nieves, originaria de estas zonas, te traía un pergamino con la carta en la que estaba el permiso de acceso a la escuela mágica y una lista de libros y enseres necesarios en nuestra estancia en Durmstrang durante los próximos siete años.
Todas y cada una de las cosas que los alumnos necesitábamos podían adquirirse en un mercadillo oculto tras un almacén en la lonja de Oslo llamado Merkadal, que significa Mercado Loco.
Este mercadillo está lleno de variopintas tiendas y curiosos puestos.
Además tiene un puerto donde se encuentra atracado el gran barco mágico que nos llevaría por mar hasta el Instituto Durmstrang el día 1 de septiembre, fecha en la que comenzaría el curso.
Cuando recuerdo el momento en el que ya estuvimos a bordo me emociono sin poder evitarlo.
Pero este no es un barco cualquiera, sino uno que viaja bajo el agua y que tiene una gran capacidad en su interior para albergar a multitud de alumnos.
Podría decirse que es parecido a un «hotel» sumergible. Tiene todo lo necesario para vivir, sea un trayecto corto o largo.
Como esta escuela es mágica, es ilocalizable, como las demás que hay repartidas por todo el mundo.
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