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025

El sol comienza a asomarse lentamente por el horizonte, llenando la habitación del hotel con un suave resplandor anaranjado. La luz se filtra a través de las cortinas semi abiertas, acariciando el suelo de madera y proyectando sombras alargadas sobre las sábanas arrugadas. Apenas puedo creer que anoche estuvimos en una fiesta llena de música, risas y el estruendo de las copas chocando al ritmo de los brindis. Ahora, todo parece tan tranquilo, como si el mundo hubiera decidido detenerse solo para darnos este instante.

Carlos está a mi lado, profundamente dormido. Su respiración es rítmica, lenta, y me llena de una paz indescriptible. Tiene un brazo extendido sobre mi cintura, como si, incluso en sueños, necesitara saber que estoy aquí. Su cabello está desordenado, en todas direcciones, y su rostro relajado muestra la más mínima sonrisa, como si su subconsciente aún estuviera celebrando su gran victoria de ayer.

No quiero despertarlo, pero tampoco puedo dejar de mirarlo. Hay algo casi mágico en estos momentos, cuando la persona que amas está tan cerca, tan vulnerable, tan... real. Con el paso de los meses, me he acostumbrado a verlo en su faceta más pública: el piloto carismático, competitivo y siempre impecable que es en la pista. Pero aquí, ahora, él es solo Carlos. Mi Carlos.

Intento moverme un poco para no quedarme rígida, pero en cuanto lo hago, su brazo se tensa, sujetándome con más fuerza. Murmura algo incomprensible antes de abrir un ojo perezosamente, y una sonrisa traviesa se dibuja en sus labios.

―¿A dónde crees que vas, preciosa?

Río suavemente, consciente de que cualquier movimiento brusco lo hará apretar aún más el abrazo.

―Ni siquiera estoy moviéndome, cariño.

Él entrecierra los ojos, fingiendo sospecha. ―Lo estabas pensando. Te conozco.

Le sonrío y niego con la cabeza. Antes de que pueda responder, Carlos tira de mí, acercándome más hasta que nuestros rostros quedan a pocos centímetros de distancia. Su aliento cálido choca contra mi piel, y siento un cosquilleo en el estómago, esa sensación familiar que nunca desaparece, sin importar cuánto tiempo llevemos juntos.

―¿Tienes resaca? ―le pregunto en tono burlón, mientras paso mis dedos por los mechones alborotados de su cabello.

Carlos sonríe con picardía, todavía sin abrir del todo los ojos. ―Cuando ganas una carrera, estás obligado a celebrar como se debe. Pero tenerte a mi lado hace que cualquier resaca sea secundaria.

―Eso no responde mi pregunta.

―Estoy perfectamente ―dice con un encogimiento de hombros, aunque la ronquera en su voz lo delata un poco―. Y tú, ¿cómo te sientes? Ayer no paraste ni un segundo.

Apoyo mi cabeza en su pecho, escuchando los latidos de su corazón. ―Estoy bien. Aunque todavía no supero lo increíble que fue la noche de ayer. La forma en que todos te miraban, cómo te celebraban... Carlos, te lo mereces tanto.

Se queda en silencio por un momento, y luego siento cómo sus dedos comienzan a dibujar pequeños círculos en mi espalda. Su otra mano se desliza hasta mi mejilla, obligándome a mirarlo.

―Tú también estuviste increíble ―dice con una sinceridad que me desarma―. Verte ahí, apoyándome, siendo mi roca... Eso significa más para mí que cualquier trofeo, Alex.

Me muerdo el labio, tratando de contener la emoción que siempre me provocan sus palabras. ¿Cómo es posible que me haga sentir tan importante en su vida, como si yo fuera su verdadero premio?

―Deberíamos levantarnos ―murmuro, aunque no tengo ganas de moverme―. Tienes entrevistas esta mañana, ¿recuerdas?

―Podrían esperar un poco más ―responde, antes de inclinarse para darme un beso suave. Sus labios se presionan contra los míos con una ternura que contrasta con la intensidad de sus abrazos. Es un beso tranquilo, cálido, pero cargado de todo lo que no necesita decir en palabras.

Cuando finalmente nos separamos, me encuentro sonriendo como una tonta. Él apoya su frente contra la mía, manteniendo los ojos cerrados por un momento más.

―Quiero que hoy sea solo para nosotros.

Levanto una ceja, entre divertida y sorprendida. ―¿Y tus compromisos? ¿La prensa, los fans, Ferrari?

Carlos se encoge de hombros con una despreocupación que raramente le veo. ―No van a desaparecer si me tomo unas horas más contigo. Además, después de ayer, creo que me gané un día para nosotros. ¿Qué dices?

Sus ojos brillan con esa mezcla de picardía y ternura que siempre consigue desarmarme. Asiento finalmente. ―Vale. Pero solo si tú haces el desayuno.

―Hecho ―responde sin pensarlo dos veces, aunque ambos sabemos que es un pésimo cocinero y que probablemente tendré que rescatarlo en algún momento.

Nos levantamos lentamente, todavía con esa pereza típica de una mañana tranquila. Mientras él busca algo de ropa en su maleta, me quedo sentada en la cama, observándolo. Hay algo hipnotizante en la forma en que se mueve, esa elegancia natural que parece inherente a todo lo que hace.

La luz del amanecer entra por la ventana, bañándolo en tonos dorados. Su figura parece brillar bajo esos primeros rayos de sol, y me encuentro sonriendo sin razón aparente.

―¿Qué estás mirando? ―pregunta de repente, al notar mi mirada fija.

Me encojo de hombros, fingiendo indiferencia. ―Nada. Solo me gusta verte.

Él se ríe, y puedo notar cómo un leve rubor se extiende por sus mejillas. Es raro verlo sonrojarse, pero cuando sucede, me hace querer abrazarlo aún más. Termina de vestirse y se acerca a la cama para tirar de mis manos y obligarme a levantarme.

―Vamos, preciosa. Si sigues mirándome así, nunca saldremos de aquí.

―Quizá esa sea la idea ―respondo, entre risas, mientras finalmente me pongo de pie.

Un rato después, salimos al pequeño balcón de nuestra habitación, cada uno con una taza de café caliente en la mano. Desde allí, la ciudad comienza a despertar lentamente. Los sonidos de los coches y las voces lejanas de la gente llenan el aire, mezclándose con el canto de los pájaros. Es un contraste hermoso con el bullicio de la fiesta de anoche.

Carlos se sienta en una de las sillas, llevándome con él. Me acomodo en su regazo, y él pasa un brazo por mis hombros, atrayéndome más hacia su pecho. El calor de su cuerpo y el aroma del café me envuelven, creando una burbuja de tranquilidad que no quiero que termine nunca.

Nos quedamos en silencio por unos minutos, simplemente disfrutando del momento. A veces no hace falta decir nada; su presencia es suficiente.

―¿Sabes algo, Alex?

―¿Qué? ―pregunto, girándome ligeramente para mirarlo.

―No sé qué hice para merecerte.

Su voz es suave, casi un susurro, pero sus palabras me golpean directamente en el corazón. Lo miro a los ojos, esos ojos que siempre tienen la capacidad de leerme como si fuera un libro abierto.

―Pues yo tampoco sé qué hice para merecerte a ti, Carlos. Pero me alegro de haberlo hecho.

Él sonríe, esa sonrisa que me derrite cada vez, y me da un beso en la frente. ―Te amo, preciosa.

―Y yo a ti, cariño.

El resto de la mañana pasa en una especie de limbo, entre risas, bromas y momentos tranquilos. Carlos intenta cumplir su promesa de preparar el desayuno, pero, como esperaba, termina pidiéndome ayuda cuando empieza a quemar los huevos. Nos reímos tanto que casi tiramos el café al suelo.

Al final, no importa lo que hagamos, porque cada segundo con él se siente especial. Mientras recogemos los platos y preparo un segundo café, pienso en lo afortunada que soy de compartir mi vida con alguien como Carlos.

Este día, este momento, este amor... Todo es perfecto. No puedo pedir nada más.

Después de un largo día de entrenamiento, cuando mi cuerpo está agotado y la mente solo quiere desconectar, la sensación de llegar a casa siempre me envuelve con una mezcla de calidez y alivio. Sin embargo, hoy el aire tiene un toque diferente, algo especial. Cuando entro, todo parece estar en silencio, pero de inmediato algo llama mi atención: un sobre rojo, cuidadosamente colocado sobre la mesa de la entrada.

Reconozco la letra antes de abrirlo. Carlos.
Al instante, una sonrisa se dibuja en mi rostro. Es una carta, pero no cualquier carta, sino el inicio de una de sus sorpresas. Es imposible no emocionarme, porque siempre logra hacer que cada detalle sea único. Abro el sobre con una mezcla de ansiedad y cariño, sabiendo que esta sorpresa es solo para mí. Lo leo en voz baja:

"Preciosa, sé que hoy ha sido largo y cansado, pero esta noche quiero que no pienses en nada más que en disfrutar. Sigue las pistas. Empieza donde guardas tus recuerdos más preciados. Con todo mi amor, Carlos."

Mis ojos se iluminan. Sé lo que esto significa: un juego de pistas. Y no es cualquier juego, sino uno de esos que Carlos prepara con tanto amor y dedicación. Un juego que me hace sentir especial en cada paso. Decido comenzar de inmediato.

La primera pista me lleva a mi habitación, ese lugar que, aunque parece sencillo para muchos, para mí es donde guardo los recuerdos más importantes de mi vida. Es mi refugio, el lugar donde puedo ser yo misma, sin máscaras. Me acerco a mi mesita de noche y, como esperaba, allí está el sobre. Lo abro y leo las siguientes palabras, con su letra única, algo desordenada pero siempre tan cariñosa:

"Este es tu refugio, el lugar donde puedes ser tú misma. Aquí guardas lo que más importa. Pero lo que más me gusta es cómo has aprendido a hacer que cada momento se convierta en algo especial. La próxima pista está en el lugar donde te sientes más fuerte."

Mi mente vuela. ¿Dónde me siento más fuerte? Pienso en todos los lugares de la casa que tienen un valor especial para mí, pero la respuesta se hace evidente. La antigua habitación de mi hermano Derek, la cual se quedó intacta durante mucho tiempo después de su marcha, es el lugar que me da más fuerza. 

Después de la muerte de Victor, tomé la decisión de transformarla en un espacio que reflejara mis logros personales, mis medallas de equitación, mis trofeos, mis recuerdos de lucha y perseverancia. Ahí, entre esos recuerdos, está la siguiente pista. Camino con firmeza hacia esa habitación, y al llegar, encuentro un sobre colocado sobre una de las estanterías donde guardo mis medallas más importantes.

Lo abro y me sorprende ver un billete de avión. Al verlo, mi pulso se acelera. Reconozco el destino: Maranello. El lugar donde todo comenzó. El lugar donde conocí a Carlos, donde nuestras vidas cambiaron para siempre. Al verlo, los recuerdos llegan con fuerza, y sonrío al pensar en ese primer día que nos encontramos.

"¿Lo reconoces? Este billete te lleva a un lugar donde todo comenzó. Maranello, hace un año y tres meses. El día que nos conocimos y nuestras vidas cambiaron para siempre. La siguiente pista está donde, para mí, tú eres más fuerte."

Carlos siempre sabe cómo tocar mi corazón con cada uno de estos detalles. Este billete no solo me recuerda ese primer encuentro, sino todo lo que hemos logrado desde entonces. Lo guardo con cariño y continúo mi búsqueda.

La siguiente pista me lleva a pensar. ¿Dónde me siento más fuerte para él? La carta lo dice claramente: "Donde, para mí, tú eres más fuerte." Después de pensarlo un poco, llego a la conclusión de que debe estar en el edificio que se alza frente a nosotros: el edificio donde hace unos meses, Carlos me pidió ser su novia.

Ese día fue perfecto, aunque ni él ni yo sabíamos qué pasaría después. La azotea de ese edificio, con sus vistas de Madrid, fue testigo de algo que nunca olvidaré. Carlos, nervioso, pero lleno de amor, me pidió ser su novia. Y no solo fue el acto, sino todo lo que significó. Allí, en ese momento, entendí que no podía imaginar mi vida sin él. La azotea se había convertido en un lugar especial, cargado de recuerdos, pero también de promesas.

Sin perder tiempo, me dirijo hacia el edificio, mi corazón latiendo con anticipación. Camino por las calles de Madrid, las luces de la ciudad brillando alrededor, y al llegar, me encuentro con la entrada del edificio. No hay rastro de Carlos, pero sé que me está esperando en el lugar donde todo cambió. Tomo el ascensor, mi estómago lleno de mariposas, hasta que finalmente llego a la azotea.

Al salir al aire libre, la vista de la ciudad me deja sin aliento. Las luces de Madrid brillan como estrellas en el horizonte, y una brisa suave acaricia mi rostro. Pero lo que más me emociona es lo que veo frente a mí: una pequeña mesa de madera, adornada con velas y flores frescas. Carlos está allí, esperándome. Está vestido con una camisa blanca, y cuando me ve, su rostro se ilumina con una sonrisa cálida y sincera. Sus ojos brillan al verme.

—¿Te ha gustado el juego de pistas? —me pregunta, con una sonrisa traviesa.

Mi corazón da un salto. No puedo evitar sonreír, completamente emocionada.

—Es perfecto, Carlos —respondo, mientras me acerco a él. El ambiente se siente mágico, y todo parece tan bien planeado, tan lleno de amor.

Carlos toma mis manos con ternura, mirándome profundamente.

—Lo hice todo para ti, preciosa. Para recordarte cuánto significas para mí. Quiero que siempre sepas lo afortunado que soy de tenerte a mi lado.

Mis ojos se llenan de emoción. Todo lo que hace, cada detalle, cada gesto, me hace sentir la persona más afortunada del mundo.

Nos sentamos juntos en la mesa, bajo el cielo estrellado. Las velas titilan suavemente, y el aire nocturno parece envolvernos en una burbuja de paz. Nos miramos en silencio durante unos segundos, disfrutando de la compañía mutua. Las palabras sobran. Aquí, en este lugar, todo lo que realmente importa es lo que compartimos.

—Carlos, nunca olvidaré ese día en la azotea —le digo, tomando su mano. —Ese fue el día que cambió todo para nosotros, el día en que me pediste ser tu novia.

Él sonríe, y sus ojos se suavizan con cariño.

—Fue el mejor día de mi vida, Alex. No podría imaginarme en ningún otro lugar, ni con nadie más. Este momento, esta noche, es otro de esos días que quiero recordar para siempre.

El aire nocturno está lleno de promesas, y mientras estamos allí, juntos, me doy cuenta de lo mucho que hemos crecido, lo lejos que hemos llegado. Este es nuestro lugar, el lugar donde nuestras vidas se cruzaron, y ahora, el lugar donde seguimos escribiendo nuestra historia. La azotea de este edificio, con sus vistas a Madrid, se ha convertido en un lugar lleno de amor, y sé que siempre lo será.

Con él, sé que todo es posible. Cada detalle, cada gesto, me recuerda lo afortunada que soy. No hay nada que desee más que estar a su lado, y en este lugar, bajo las estrellas, con la ciudad brillando a nuestros pies, sé que somos imparables.

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