Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

024


La puerta se cierra con un golpe más fuerte de lo habitual, y el sonido resuena como una advertencia. Carlos entra en el apartamento, dejando caer las llaves sobre la mesa con una brusquedad que no me pasa desapercibida.

Lo observo desde el sofá, y ya sé que algo no va bien. Lo conozco demasiado bien, y esa forma en la que ni siquiera me mira al entrar solo significa una cosa: está enfadado.

—¿Todo bien? —pregunto con cautela, intentando que mi voz no suene demasiado tensa.

Carlos finalmente levanta la vista hacia mí, y su expresión no es la que esperaba. Está serio, pero no explosivo, lo que me pone más nervioso. Es un tipo que siempre va de frente, que dice lo que piensa. Pero ahora parece contenerse, como si estuviera eligiendo cada palabra con cuidado.

—No sé, Alex. —Su tono es casi sarcástico, con un filo que no suele dirigir hacia mí. —. ¿Hay algo que me quieras contar?

Frunzo el ceño, completamente confundido. Me pongo de pie lentamente, sintiendo cómo la tensión en la habitación aumenta con cada segundo que pasa.

—¿Contarte qué? ¿De qué hablas? —pregunto, genuinamente perdida.

Carlos bufa, una risa seca que no tiene nada de humor. Saca su teléfono del bolsillo y me lo lanza sobre la mesa, donde aterriza con un ruido sordo. Miro la pantalla y veo una entrevista en video. Es Christian, hablando en un evento reciente.

—Escucha —dice Carlos, señalando la pantalla. Sus ojos oscuros están clavados en mí, exigiendo una explicación.

Pulso el botón de reproducir, y al principio no entiendo el motivo de su enojo. Es solo Christian hablando de nuestras últimas competiciones, de cómo hemos trabajado en equipo. Pero entonces lo dice:

"Alex y yo hemos sido amigos desde que éramos niños. Crecimos montando juntos en el club ecuestre. Es una conexión que tenemos desde hace años."

El video se detiene, y la habitación queda en un silencio helado. Levanto la vista hacia Carlos, que sigue esperando, su mandíbula apretada y los brazos cruzados.

—¿Y? —pregunto, todavía intentando entender por qué esto es un problema.

—¿Y? —repite él, dejando escapar una carcajada amarga—. ¿De verdad me estás diciendo y? Alex, ¿cómo es posible que no me lo hayas contado? ¡No tenía ni idea de que Christian y tú os conocíais desde niños!

—Es que no pensé que fuera importante... Él se... —respondo, mi tono ya defensivo.

Carlos da un paso hacia mí, y puedo sentir la frustración emanando de él.

—¿No pensaste que fuera importante? —repite, incrédulo—. Alex, ¡él es tu compañero de entrenamientos! Trabaja contigo todas las semanas y nunca me mencionaste que habéis tenido una relación tan cercana durante años. ¿Cómo se supone que debo sentirme al respecto?

Lo miro, intentando mantener la calma, pero siento cómo mi paciencia comienza a desgastarse.

—Carlos, no hay nada de lo que debas preocuparte —digo con firmeza, levantando un poco la voz—. Sí, Christian y yo nos conocimos de niños, pero no significa nada ahora. Es solo un compañero. No entiendo por qué estás reaccionando así.

—¿No entiendes? —Carlos me mira con los ojos entrecerrados, sus palabras llenas de reproche—. Alex, me siento como un idiota. Llevo meses viéndote con él, confiando en que sabía todo lo que necesitaba saber. Pero resulta que no. Resulta que hay partes de ti que ni siquiera te molestas en compartir conmigo.

Su tono es una mezcla de dolor y enojo, y eso me golpea más fuerte de lo que esperaba. Siento un nudo en el estómago mientras trato de encontrar las palabras adecuadas para calmarlo.

—Carlos, no es que estuviera ocultándotelo... —comienzo, pero él me interrumpe.

—¿Ah, no? ¿Entonces qué? ¿Simplemente se te olvidó? —pregunta con sarcasmo, extendiendo los brazos—. Porque, desde donde estoy, parece que no confías en mí lo suficiente como para contarme algo tan simple. Y si no confías en mí en eso, ¿en qué más estás siendo reservado?

La acusación me golpea como un puñetazo, y mi voz se eleva antes de que pueda detenerla.

—¡Esto no tiene nada que ver con confianza! ¡Es una tontería, Carlos! ¡Estás exagerando algo que ni siquiera debería ser una discusión! Christian y yo no tenemos nada más que una amistad. No sé por qué estás haciendo esto.

Carlos sacude la cabeza, claramente frustrado.

—No es una tontería para mí, Alex. ¿Sabes lo que se siente enterarte de algo así por una maldita entrevista? ¿Por qué tengo que descubrir cosas sobre ti por otras personas y no por ti misma? —pregunta, su voz más baja, pero cargada de un dolor que no puedo ignorar.

Abro la boca para responder, pero no tengo una buena respuesta. Tiene razón en una cosa: podría habérselo mencionado en algún momento. Pero para mí, nunca fue relevante.

Es Christian. Un amigo. Nada más. Sí, nos llevábamos mal por todo lo que pasó en la infancia, pero hemos podido pasar de página.

—Carlos... —intento acercarme a él, pero da un paso hacia atrás.

—No lo entiendes, ¿verdad? —dice, su tono frío—. No se trata de Christian. Se trata de nosotros. De lo que esto dice sobre nuestra relación.

—¡Nuestra relación está bien! —grito, sintiendo cómo mi frustración alcanza un punto de quiebre—. Pero tú insistes en hacer un problema donde no lo hay. No entiendo por qué necesitas convertir cada cosa en un ataque personal.

Carlos me mira durante un largo momento, su expresión endureciéndose. Por un segundo pienso que va a responder, pero en lugar de eso, se da la vuelta y camina hacia la puerta.

—¿A dónde vas? —pregunto, mi voz temblando un poco.

Él se detiene con la mano en el pomo, sin mirarme.

—A cualquier lugar que no sea aquí —dice finalmente, su voz apagada—. No puedo estar aquí ahora mismo.

Y entonces se va. La puerta se cierra detrás de él, y el silencio que deja es ensordecedor. Me quedo quieta, mirando el espacio vacío donde estaba, incapaz de procesar completamente lo que acaba de pasar.

Mis piernas tiemblan, y antes de darme cuenta, me dejo caer en el sofá. Siento cómo las lágrimas comienzan a acumularse en mis ojos, y no puedo detenerlas. Mi pecho sube y baja con sollozos silenciosos mientras me cubro el rostro con las manos.

No quería que esto terminara así. No quería que se fuera.

Pero ahora estoy aquí, sola, llorando en una habitación que de repente se siente demasiado grande, preguntándome cómo algo tan pequeño pudo rompernos de esta manera.

Estoy tumbada en la cama, de espaldas a la puerta, con el cuerpo agotado y el alma aún más. Las lágrimas se secaron hace horas, pero el dolor permanece, como un nudo en el pecho que no puedo deshacer. La casa está en silencio, rota, igual que yo.

Solo la luz de la luna ilumina tenuemente la habitación, proyectando sombras sobre las paredes desnudas. Cada rincón parece amplificar la ausencia de Carlos, cada segundo de su partida aún resuena en mi mente.

Lo peor no fue la pelea, ni siquiera las palabras que intercambiamos con rabia y dolor. Lo peor fue verlo marcharse. Ese sonido de la puerta cerrándose detrás de él, como un golpe seco, sigue repitiéndose en mi cabeza. No se despidió, no miró atrás. Y yo me quedé aquí, con todas las palabras que no dije ahogándome en la garganta.

Cierro los ojos, intentando no pensar. Pero cada vez que lo hago, la imagen de su rostro, de sus ojos oscuros llenos de furia y algo más —¿dolor? ¿miedo?— vuelve a perseguirme. ¿Por qué no se quedó? ¿Por qué no intentó arreglarlo antes de marcharse?

De pronto, un ruido rompe el silencio de la casa. Es sutil, apenas un clic en la cerradura de la puerta principal. Mi corazón se acelera, como si quisiera saltar de mi pecho. Sé que es él. Sé que es Carlos. No podría ser nadie más.

Mis músculos se tensan. No sé si quiero verle. No sé si estoy preparada para enfrentar lo que sea que venga ahora. Pero al mismo tiempo, una pequeña chispa de esperanza se enciende dentro de mí. Quizás ha vuelto para explicarse. Quizás esta vez no se irá.

Escucho sus pasos, lentos, cautelosos, resonando en el suelo de madera. Se detienen frente a la puerta del dormitorio, y por un momento todo queda en silencio otra vez. Siento su presencia, incluso sin mirarlo.

La puerta se abre despacio, con un crujido apenas audible. Me quedo inmóvil, de espaldas a él, aunque sé que está ahí, observándome.

—Alex... —dice al fin, en un susurro casi inaudible. Su voz tiembla.

No respondo. No sé qué decirle. Parte de mí quiere gritarle, exigirle una explicación. Otra parte quiere abrazarlo y fingir que nada de esto pasó. Pero no hago ninguna de las dos cosas.

—Sé que estás despierta... Por favor, mírame.

Abro los ojos, pero no me muevo. Sigo de espaldas, mirando la pared, sin fuerzas para girarme.

Entonces, un aroma dulce, fresco y familiar llena la habitación. Flores. Suavemente, me incorporo un poco, lo suficiente para girar el rostro hacia él.

Está de pie al lado de la cama, sosteniendo un ramo de amapolas blancas entre las manos. Su figura se recorta contra la penumbra de la habitación, y sus ojos me buscan con una mezcla de culpa, arrepentimiento y algo más que no logro descifrar.

—Te traje esto... —dice, su voz baja, casi tímida—. Sé que no arreglan nada, pero no sabía cómo empezar a pedirte perdón.

No puedo evitar mirar las flores. Son hermosas, simples, pero tienen algo especial. Igual que Carlos. Mis ojos vuelven a encontrar los suyos, y aunque quiero mantenerme firme, siento las lágrimas arder nuevamente en mis ojos.

—¿Por qué te fuiste, Carlos? —mi voz es un susurro quebrado, pero la pregunta pesa en el aire como una losa.

Él deja el ramo sobre la mesita de noche, como si sostenerlo fuera demasiado para él, y se pasa las manos por el cabello, un gesto tan suyo que por un momento me olvido de la pelea.

—Porque soy un imbécil, Alex. —Su voz es un suspiro, cargado de frustración.
—. Porque dejé que mis inseguridades me dominaran, y reaccioné como un idiota. No debería haberte dejado sola. Nunca debí marcharme.

Cierro los ojos, tratando de contener las lágrimas. Sus palabras me alivian, pero el dolor todavía está ahí, latiendo en algún rincón profundo de mi pecho.

—¿Y si vuelves a hacerlo? —pregunto con un hilo de voz.

Carlos parece encogerse ante mis palabras, como si le dolieran más de lo que esperaba. Se sienta en el borde de la cama, pero no se acerca más, como si estuviera esperando mi permiso.

—No voy a volver a hacerlo, Alex. —Su tono es firme, aunque sus ojos brillan con algo que parece miedo—. Lo que hice está mal, y no puedo prometer que no cometeré más errores. Pero puedo prometerte que nunca más voy a dejar que mi orgullo o mis celos sean más fuertes que mi amor por ti.

Sus palabras golpean algo dentro de mí, y las lágrimas comienzan a caer de nuevo, silenciosas, incontrolables.

—Me dolió, Carlos. —Le miro directamente, dejando que vea todo el dolor que siento—. Me dolió que pensaras que te estaba ocultando algo, que no confías en mí.

Él asiente, y veo cómo aprieta los puños sobre sus piernas, como si intentara controlar su propia frustración.

—Lo sé, y lo siento tanto, Alex. Lo siento más de lo que puedo decir. Cuando escuché esa entrevista, sentí que había una parte de ti que no conocía, y me asusté. No porque no confíe en ti, sino porque no confío en mí mismo. —Su voz se quiebra al final, y veo cómo baja la cabeza, derrotado.

Me quedo en silencio, dejando que sus palabras se asienten en mi mente. Respiro hondo, intentando calmar el torbellino de emociones que todavía me consume. Finalmente, me incorporo por completo y me acerco un poco a él.

—No necesito que seas perfecto, Carlos. —Mi voz es suave, pero firme—. Solo necesito que estés aquí, que confíes en mí, incluso cuando tengas miedo.

Él alza la mirada hacia mí, y veo algo diferente en sus ojos: una determinación nueva, una promesa silenciosa.

—Confío en ti, Alex. Lo juro. Y prometo que nunca más dejaré que mi cabeza nos separe.

Le miro por un largo momento, buscando cualquier rastro de duda, pero no encuentro nada más que sinceridad. Finalmente, me dejo caer en sus brazos, apoyando mi frente contra su pecho. Sus brazos me rodean con fuerza, y por primera vez en toda la noche, siento que puedo respirar otra vez.

—Te perdono —susurro contra su camiseta, con la voz temblorosa—. Pero no vuelvas a dejarme así, Carlos. No podría soportarlo.

—Nunca más. —Responde con firmeza, inclinándose para besarme suavemente en la frente—. Nunca más.

Nos quedamos así, abrazados, mientras el ramo de amapolas descansa sobre la mesita, un símbolo simple pero poderoso de nuestra reconciliación. Quizás esta noche no lo resolvimos todo, pero dimos el primer paso. Y mientras nos mantengamos juntos, sé que podemos superar cualquier tormenta.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro