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022


La brisa fresca de la mañana acaricia mi rostro mientras observo la pista desde el borde del campo. El sonido de los cascos de los caballos en la arena resuena en mis oídos, mezclado con los murmullos de la multitud.

Las banderas ondean al viento, y el sol se levanta lentamente, iluminando la tierra de Francia, donde esta mañana tengo la oportunidad de competir en una de las pruebas más importantes de mi vida.

Mi corazón late con fuerza, pero intento calmarme. He entrenado durante meses para llegar aquí, y esta es mi oportunidad.

Me ajusto las riendas de mi yegua mientras espero mi turno. Mi mente repasa cada paso, cada salto, cada movimiento que debo hacer en la pista. Es un recorrido complicado, pero confío en mi compañero. La adrenalina se mezcla con la emoción. Es ahora o nunca.

A mi lado, mi entrenador William está observando todo, como siempre lo ha hecho desde que era pequeña. Hemos tenido algunos altibajos en nuestra relación, pero al final siempre hemos sabido que la equitación es nuestra pasión compartida. Aunque llevamos años sin vernos, después de mi vuelta al equipo olímpico hace cinco meses, gracias a Carlos, hemos vuelto a trabajar juntos. Es un regreso que me llena de emoción, porque sé que no hay mejor persona para darme los consejos que necesito.

—Lo tienes, Alex. Todo va a salir bien. Estás preparada —dice con una sonrisa cálida, pero firme, casi como si intentara calmar mis nervios.

Respiro profundamente y asiento. Mis ojos se enfocan en el recorrido, cada salto más grande que el anterior. La tensión en mis hombros aumenta, pero también siento esa chispa de determinación que me ha acompañado desde que empecé a montar. Este es mi momento, y no voy a dejarlo escapar.

—Lo haces increíble, Alex. Tienes todo lo necesario para ganar —me dice, con una sonrisa orgullosa.

Sonrío de vuelta, aunque el nudo en mi estómago no se va. Este es el tipo de competición que no se puede tomar a la ligera, pero sé que tengo el control. Al menos, eso me repito mentalmente.

—Gracias, William. Voy a darlo todo.

Miro a mi alrededor y veo a mis amigos apoyándome desde la grada. Carlos, está allí, de pie, con su inseparable sonrisa. A su lado, Lando, Charles y Max charlan entre ellos, pero sus ojos siempre están en mí, listos para aplaudir cada movimiento. Me siento afortunada de tenerlos en mi vida.

Mi padre, Toto, también está cerca, observando con atención. Su mirada es seria, pero sé que está orgulloso de mí. Ha estado tan involucrado en mi carrera desde que nos vimos por primera vez como yo en la suya, pero nunca me ha presionado. La relación que tenemos es especial, y aunque no siempre lo diga, sé que lo que más quiere es verme feliz.

Al fondo está George, que, aunque no tiene el mismo nivel de conocimiento sobre la equitación, siempre ha sido un pilar para mí. Su entusiasmo es contagioso, y hoy no es la excepción. Le sonrío y él me responde con un gesto afirmativo. Me da confianza.

Y no solo ellos están aquí. También está Derek, que comparte conmigo la pasión por los caballos. Siempre hemos sido tan cercanos y siempre he admirado su habilidad para montar.

Y por supuesto, Madison, que hoy está acompañada de mi sobrina Leah, la cual corre por el borde de la pista, llena de energía. Me hace sonreír solo verla.

El sonido del micrófono me arrastra de mis pensamientos. Es mi turno. Respiro hondo y me subo a Hazel, que parece sentir la tensión en el aire.

La yegua da un par de pasos hacia la pista, y mi corazón late con fuerza. La adrenalina está a tope. Este es el momento. Siento que mis piernas tiemblan un poco, pero eso no me detiene. Al contrario, el nerviosismo solo aumenta la determinación que tengo de hacerlo bien.

La pista es amplia y tiene obstáculos desafiantes, pero he entrenado para esto. Mi mente se centra en lo que tengo que hacer. En cada salto, en cada giro, en cada segundo que pasa. El público se queda en silencio, solo el sonido de los cascos de Hazel y el crujir de la arena bajo sus patas llenan el ambiente.

El primer salto se acerca. Me concentro. Mi respiración se calma y las riendas en mis manos se sienten firmes. Lo paso sin problema. El siguiente obstáculo está justo delante de nosotros, y esta vez es más alto. La tensión se incrementa, pero confío. Me inclino hacia adelante, dejando que Hazel lo salte con elegancia.

El público estalla en aplausos. Yo no dejo de sonreír, pero mantengo la concentración. Ya falta poco.

El siguiente obstáculo es más alto, más desafiante y el que no se me da bien... la ría...

Siento el sudor en mi frente, pero no me detengo. Mi cuerpo se inclina hacia adelante, mis riendas se ajustan, y Galán salta con precisión. Otro aplauso, pero ya estamos en el siguiente. Cada salto me da más confianza, y aunque mis piernas tiemblan, sigo adelante con determinación.

Finalmente, llega el último salto. Es el más importante de todos, el que decidirá si tenemos la oportunidad de ganar.

Mi corazón late con fuerza al ver le muro, pero no puedo dejar que el miedo se apodere de mí. Este es el momento. Me concentro, y con un último esfuerzo, nos lanzamos hacia adelante, saltando con todo lo que tenemos. Caemos suavemente sobre la arena, y el cronómetro se detiene.

Mis piernas tiemblan, pero mi mente está clara. He hecho todo lo que pude. Solo espero que haya sido suficiente. Los aplausos de la multitud me llegan como un susurro lejano, pero estoy tan centrada en la pantalla de resultados que apenas los escucho.

Camino con pasos rápidos hacia la zona de resultados, mi respiración aún acelerada. Mis ojos no se despegan de la pantalla gigante que muestra los tiempos. Y allí está mi nombre, en la parte superior. Mi tiempo es el más rápido. He ganado.

Cuando llegamos al último salto, siento cómo Hazel toma velocidad. Con una última gran zancada, salta perfectamente, y caemos suavemente sobre la arena. El cronómetro suena, y el recorrido ha terminado.

Mi respiración es entrecortada, pero tengo una sensación extraña en el pecho. Algo me dice que lo hemos hecho bien. No es solo el alivio, sino la certeza de que esta vez he dado todo lo que tengo, pero aún así todavía están los recuerdos de las últimas competiciones... Quinto lugar, sexto, cuarto, séptimo...

Me detengo y miro al público. La ovación es ensordecedora. Los vítores parecen llenarme de energía. Me bajo de Hazel con la ayuda de un asistente y miro hacia la pantalla gigante del evento. Mi tiempo aparece en segundos, y los números me hacen saltar del asombro. ¿Es posible? ¿He ganado?

Un calor sube por mi pecho, mi respiración se acelera y no puedo evitar el impulso de sonreír de forma exagerada. Mis ojos se clavan en la pantalla y en las cifras que marcan mi tiempo: soy la ganadora. En mi mente, todo parece desvanecerse, y mi cuerpo comienza a temblar de emoción. De alguna manera, no puedo creerlo. Es como si todo lo que había soñado en estos años estuviera sucediendo en este momento.

Dejo a Hazel con los asistentes y, con el corazón acelerado, me dirijo hacia la zona de resultados. La multitud sigue celebrando alrededor, pero yo camino, casi en trance. Mis ojos no se despegan de la pantalla mientras corro hacia el área donde los resultados están siendo publicados en tiempo real.

Es cuando llego allí y veo mi nombre en lo más alto, lo que acaba de suceder realmente se asienta en mi mente. He ganado. Mi corazón da un vuelco y mi garganta se cierra por un segundo. Cierro los ojos y me tomo un momento para asimilarlo, pero es una sensación tan dulce y tan completa que no puedo dejar de sonreír.

El sonido del micrófono vuelve a captar mi atención, y con una mezcla de nervios y emoción, sigo el flujo de la multitud hacia el podio. La gente sigue vitoreando, y una vez más, los ojos se clavan en mí. Me siento pequeña ante tantos ojos que esperan ver lo que sucede a continuación, pero mi piel arde de felicidad. Los jueces llaman mi nombre, y el aplauso crece más fuerte.

Mi respiración se corta por un segundo, pero al escuchar mi nombre en el micrófono, me tomo una última bocanada de aire y camino hacia el podio.

Siento el metal frío bajo mis manos cuando subo los escalones y me paro allí, en el centro, frente a todo el mundo. La medalla de oro se me entrega con una sonrisa, y mientras la ajustan sobre mi cuello, el sonido de los himnos comienza a sonar.

El himno español retumba en mis oídos, y me siento sobrecogida por la emoción. Mi corazón late al compás de las notas, y una calidez me invade al ver la bandera española ondeando frente a mí. Es un momento tan hermoso que casi no puedo creer que lo esté viviendo.

Me quedo allí, inmóvil, dejando que el himno me envuelva. Un nudo se forma en mi garganta mientras mis ojos recorren a la multitud. Veo a mis amigos y mi familia entre el público, todos ellos con la mirada fija en mí, todos con sonrisas de orgullo y felicidad.

La emoción me embarga. He llegado hasta aquí gracias a ellos, y el sentirme parte de algo tan grande me llena de una satisfacción que no sabía que podía experimentar.

La ceremonia se acaba, pero yo sigo allí, de pie, disfrutando del momento que, en mi mente, parece suspenderse en el tiempo. Mientras el público sigue aplaudiendo, bajo del podio y me apresuro a ir a cambiarme.

La presión de la competencia se disuelve en unos pocos minutos, y cuando me doy cuenta de que estoy de vuelta en mi ropa normal, el calor de la victoria todavía se siente en mi pecho.

Salgo del vestuario unos minutos después, lista para enfrentar lo que sigue, y lo que veo al dar el primer paso es una multitud que me espera con los brazos abiertos.

Mis amigos están allí, con sonrisas enormes, aplaudiendo y vitoreando mi nombre. Carlos y los demás están en primera fila, y entre ellos, veo también a la familia de Carlos, que me recibe con el mismo entusiasmo. Los Sainz están allí, con esa calidez que me hace sentir que formo parte de su familia.

Charlotte se lanza hacia mí tan pronto como me ve, sus ojos brillando de alegría.

—¡Lo lograste, Alex! ¡Eres increíble! —me grita, mientras me abraza fuertemente.

La abrazo con la misma intensidad, el sentimiento de haber alcanzado algo tan grande se apodera de mí y de ella.

—No habría podido sin ti, Charlotte —le digo, y la emoción me nubla la vista.

Me giro y busco entre mis amigos esperando encontrar una figura familiar que me haga sentir aún más respaldada en este momento tan especial.

Y allí está, al lado de Derek mi padre.Mi corazón late más rápido al verlo, él me ha demostrado que es tener un verdadero padre.

Se acerca lentamente, y aunque su paso es firme, hay algo en su porte que transmite calma, como si estuviera guardando todo el orgullo y la emoción para este preciso momento.

—Papá —le digo, mientras me acerco a él con una sonrisa, tratando de controlar la emoción que me embarga. Mi voz temblorosa refleja lo que siento, pero no puedo evitarlo.

Él me mira en silencio por un momento, y luego, con una suavidad que pocos logran ver en él, extiende sus brazos hacia mí. Me abrazo a él con fuerza, buscando esa seguridad que siempre ha sido tan característica de su presencia. Es un abrazo largo, uno que no necesita palabras.

En este momento, las palabras no son suficientes para expresar lo que siento. Mi padre me ha apoyado desde nuestro reencuentro, pero hoy, al ver su orgullo reflejado en su rostro, sé que este logro es más que solo mío.

—Lo hiciste, mi niña—dice en un susurro, su voz grave pero llena de una emoción que pocas veces muestra. —Estoy muy orgulloso de ti. Todo lo que has conseguido, todo lo que has logrado… lo has hecho con tu propio esfuerzo.

Su voz se quiebra al final de la frase, y me doy cuenta de que las palabras también tienen un peso significativo para él.

—Gracias, papá —respondo, sintiendo cómo las lágrimas se acumulan en mis ojos. No puedo evitarlo. Todo lo que he pasado, todo lo que he sacrificado, tiene un propósito, y este abrazo, este momento, es la recompensa más grande que podría haber imaginado.

Mi padre me aparta ligeramente, tomándome del rostro con una mano fuerte, pero suave. Me observa en silencio, y aunque no dice nada más, sé lo que piensa...

Está viendo a la mujer que se ha convertido en una atleta exitosa, pero también está viendo a su hija, esa pequeña niña que alguna vez soñó con estar aquí y el no lo supo... pero aún así, no dejó de buscarme.

En sus ojos veo una mezcla de orgullo, amor y admiración, y no necesito que me diga nada más para saber cuánto significa este momento para él.

—Hoy ha sido tu día, Alex. Siempre supe que ibas a llegar aquí, que lo ibas a conseguir. Pero verte aquí, verte ganar... no tiene comparación —me dice, su voz un poco más suave ahora, como si quisiera saborear cada palabra.

—No habría llegado hasta aquí sin ti —le respondo finalmente, con la voz quebrada. Mi corazón late con fuerza, y siento cómo todo el esfuerzo de los años se pone en perspectiva. Todo ha valido la pena.

Mi padre sonríe, pero lo hace a su manera, con esa sonrisa reservada que solo muestra cuando se siente completamente orgulloso. No necesita decir más, porque todo está dicho en ese gesto, en ese abrazo.

Me da un último beso en la frente, algo que nunca me había dado frente a todos, pero que en este momento me parece el gesto más sincero y lleno de amor.

—Lo sabes, ¿verdad? Siempre estaré aquí, sin importar lo que pase. Lo que has hecho hoy es increíble, pero para mí, lo más importante es que sigas siendo la persona que eres. Eres mi hija, Alex. Y eso es lo que más me enorgullece.

Las palabras de mi padre, cargadas de amor y apoyo, hacen que una lágrima escape de mis ojos. No la contengo, porque sé que esta es la culminación de todo lo que he vivido, todo lo que hemos vivido juntos. Y aunque mi victoria hoy está marcada por la medalla que llevo alrededor del cuello, sé que para él, lo más importante es que yo siga siendo la misma persona que conoció.

Me aparto un poco para mirarlo de nuevo, y por primera vez, veo cómo una leve sonrisa se dibuja en su rostro. Es una sonrisa tranquila, satisfecha, como si finalmente todo estuviera en su lugar.

—Ahora sí, ve a disfrutarlo, hija. Lo has conseguido.

Con un último abrazo, me alejo de mi padre, sabiendo que esta victoria no solo es un logro personal, sino un logro compartido con él, con mi familia, con todos los que han estado conmigo. Hoy es mi día, pero no estoy sola. Y nunca lo estaré.

Me vuelvo a girar y veo a todos los demás: Lando, Max, Charles, George, Derek, Madison, y Leah. Cada uno tiene una sonrisa enorme, sus ojos brillando de orgullo. Y, por último, Carlos. Él es el último en acercarse, su mirada llena de emoción. No dice nada al principio, solo se acerca a mí y, sin previo aviso, me besa. Un beso suave, lleno de promesas y de orgullo.

—Estás preciosa —me dice con voz temblorosa, y esas palabras me tocan más de lo que imaginaba. Carlos tiene una forma única de hacerme sentir especial, como si no hubiera nadie más en el mundo.

Le sonrió, sintiendo cómo la emoción se apodera de mí nuevamente.

—Gracias, cariño —respondo, con una sonrisa llena de gratitud.

Él vuelve a besar mis labios, esta vez demostrándome lo orgulloso que está de mí. El resto tan solo mira, con una sonrisa.

—Estoy muy orgulloso...— me dice besando esta vez mi frente.

El bullicio sigue siendo el mismo, y aunque estoy rodeada por los brazos de Carlos tras separarnos del beso, una nueva ola de emoción me invade cuando escucho una voz familiar.

La familia de Carlos se acerca, y mi corazón da un pequeño salto. Verlos aquí, apoyándome, me hace sentir aún más especial.

La primera en acercarse es su madre, Reyes. Su rostro refleja una sonrisa de orgullo que ilumina su rostro, y no necesito más que un vistazo a sus ojos para saber cuánto se alegra de este logro.

Me da un cálido abrazo que no puedo más que corresponder, sintiendo en su abrazo todo el amor y el apoyo que ha dado a su hijo y, por extensión, a mí.

—Alex, querida, no sabes lo orgullosa que estoy de ti —dice Reyes con una suavidad en su voz que me llega al alma—. Has trabajado tan duro para esto, y hoy lo has demostrado. ¡Felicidades, hija!

Sus palabras son un bálsamo para mi alma, y me siento abrumada por la calidez de su apoyo. Respondo con una sonrisa, tratando de contener las lágrimas que empiezan a acumularse en mis ojos.

—Gracias, Reyes. Realmente significa mucho para mí tenerte aquí —respondo, tomándola de las manos.

Unos pasos detrás de ella, veo a su marido, el padre de Carlos, quien me mira con una sonrisa genuina y orgullosa.

Se acerca y me da un fuerte abrazo, dándome un par de palmaditas en la espalda.

—¡Impresionante, Alex! Te lo mereces. Has trabajado tanto para llegar aquí, y hoy lo has logrado. Estoy muy feliz por ti. —Su tono es grave, pero su sonrisa es la más cálida que puedo imaginar.

—Gracias, Carlos. De verdad, todo esto no habría sido posible sin el apoyo de todos vosotros —respondo, aún con la emoción a flor de piel.

Justo detrás de él, veo a las hermanas de Carlos. Ambas se acercan, con una energía que resalta por su entusiasmo.

Ana me lanza una mirada llena de alegría y me abraza con fuerza.

—¡Eres increíble, Alex! ¡No podía dejar de aplaudir mientras competías! Estoy tan orgullosa de ti, ¡tú puedes con todo!

Blanca, quien está junto a su hermana también me abraza.

—Te lo mereces, Alex. Hoy ha sido tu día, y estamos muy contentos de que estés logrando todo lo que te propones. ¡A seguir así!

Me siento rodeada de amor, de energía positiva y de alegría compartida. Esta victoria no solo es mía, sino de todos los que han estado a mi lado, apoyándome sin dudarlo. El sentimiento de pertenecer a esta familia, aunque por ahora solo sea a través de Carlos, es indescriptible.

Me siento más conectada que nunca con ellos, y en cada sonrisa, en cada palabra, en cada abrazo, siento la fuerza que me han transmitido.

Y antes de que pueda darles más las gracias, la pequeña Leah corre hacia mí, con sus manitas levantadas. Me agacho para abrazarla, y su risa me contagia de inmediato.

—¡Tía Alex, ganaste! —dice con una enorme sonrisa en su rostro, con esa sinceridad infantil que siempre me ha cautivado.

—Sí, lo hice, pequeñita. Gracias por estar aquí —le respondo, sintiendo una inmensa ternura por ella.

Mientras abrazo a Leah, siento a Carlos observándome desde atrás. Me da un leve asentimiento, y esa mirada suya, llena de orgullo, hace que mi corazón palpite con más fuerza. Al final, cuando me aparto de su familia, me doy cuenta de que no podría haber tenido un mejor apoyo que el que tengo aquí, en esta gente tan especial.

Carlos me toma de la cintura y besa mi mejilla. Está orgulloso y todo esto mi lo transmite. Y ahí estamos, entre mis amigos, mi familia, y la gente que me ha apoyado desde el principio. Esta victoria no es solo mía.

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