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˗ˏˋ✩ Carrusel ✩ˎˊ˗

Capitulo 12

El carrusel, antes un torbellino de gente, ahora se muestra casi vacío. La disminución del número de personas es palpable, un vacío inquietante que se instala en el ambiente a pesar del movimiento constante.  Absorto en sus pensamientos, Gyeong-seok, sin darse cuenta, se separa del grupo, la distancia física reflejando la creciente ansiedad que lo carcome.  La separación, aunque involuntaria, es un reflejo de la tensión que ha ido creciendo entre él y los demás, la presión de la situación, la creciente incertidumbre sobre su propia supervivencia.  Quizás un deseo inconsciente de protegerse, de evitar la carga emocional de la situación.

Y una vez más, el carruaje se detiene, el silencio que sigue es ensordecedor.

—Tres personas— anuncia una voz, la misma que antes, fría e impersonal, pero ahora cargada de un peso que antes no tenía.  El número, tres, se proyecta en el temporizador, una sentencia de muerte para quien no encuentre pareja.  Es un número que resuena en el silencio, amplificando el temor y la angustia.

—¿Qué hacemos?— pregunta Yong-sik, su voz un hilo de desesperación en el vacío creciente. El pánico se apodera de él, la amenaza latente de la muerte se cierne sobre ellos.

Hyun-ju, con la mirada perdida en la multitud, busca desesperadamente a Gyeong-seok.  La ansiedad se apodera de ella, la imagen de él, separado, la atormenta.

—En parejas, busquemos a uno más— pide, su voz apenas un susurro, una súplica desesperada, la esperanza de encontrar a Gyeong-seok entre la multitud, un intento de conjurar el pánico que la amenaza. 

El número tres, pronunciado con tanta frialdad, ha desatado una nueva ola de terror, una amenaza que se cierne sobre ellos, amplificando la ansiedad y el miedo a la muerte inminente.  La separación de Gyeong-seok, antes un detalle insignificante, ahora se convierte en una amenaza real, un abismo que la separa de la posibilidad de supervivencia.

—¡Gyeong-seok! —exclama Hyun-ju, dejando en claro que no busca a alguien más, si no a él

—¡Necesitamos uno! ¿Alguien? —cuestiona Yong-sik, sin soltar a su madre

—¡Vendrás con nosotros! —Los jugadores 220 y 172 sujetan a Yong-sik con una fuerza brutal, ignorando sus protestas.  El terror se refleja en los ojos del joven, su cuerpo se tensa en una inútil resistencia contra la fuerza bruta de sus captores.  Es un forcejeo desesperado, una lucha desigual contra la implacable maquinaria de la muerte.  Sus manos arañan el suelo, buscando un apoyo, un punto de anclaje en la desesperación.  Pero los hombres son implacables, sus brazos de hierro lo arrastran hacia la puerta, ignorando sus gritos de auxilio.

—¡Pero estoy con mi mamá! —grita Yong-sik, su mirada buscando desesperadamente a Geum-ji.  Pero su madre permanece inmóvil, petrificada por el horror.  La escena, la violencia de la situación, la ha paralizado.  Es un shock absoluto, un vacío que la envuelve, dejando su mente en blanco.  No reacciona, no puede reaccionar, solo observa, impotente, como se llevan a su hijo.  Sus ojos, antes llenos de vida, ahora reflejan un vacío desolador, la imagen del terror congelada en su mirada.  Es un shock que la paraliza, un vacío que la engulle.

—¡Rápido, vámonos! —Los captores insisten, arrastrando a Yong-sik sin piedad.

—¡Mamá! —El grito desgarrador de Yong-sik se desvanece tras la puerta que se cierra con un golpe seco, un sonido que sella su destino.

El tiempo parece detenerse.  El silencio que sigue es ensordecedor, roto solo por los latidos frenéticos del corazón de Geum-ji.  La atmósfera en la habitación donde se encuentran Gi-hun y 001 es opresiva, cargada de una tensión palpable.  Gi-hun, con la cara llena de preocupación, observa a Geum-ji,  quien parece ajena al mundo, perdida en un limbo de terror.  La imagen de Yong-sik siendo arrastrado, la fuerza bruta de sus captores, la impotencia de su madre, todo se mezcla en un torbellino de emociones que la deja en estado de shock.

—Venga —dice Gi-hun, su voz apenas un susurro, un intento de romper el silencio sepulcral.  Su llegada, junto con 001, había sido oportuna, salvando a Geum-ji justo antes de que el cronómetro llegara a cero.

Yong-sik, encerrado en la oscuridad, busca a su madre, la culpa lo carcome.  La impotencia, la incapacidad de defenderse, la imagen de su madre paralizada por el terror, lo atormentan.  Desea con todas sus fuerzas que ella y sus amigos estén a salvo.

—Los jugadores eliminados son: jugador 034, jugador 038, jugador 104, jugador 109, jugador 291, jugador 309, jugadora 335, jugador 345, jugador 365, jugadora 368, jugadora 430... —La voz del altavoz anuncia los números de los eliminados, una letanía de muerte que resuena en el silencio.  Cada nombre es un número más en el corazón de Geum-ji, deseando no escuchar el numero de sus amigos e hijo

—¿Se encuentra bien, señora?— interrumpe Gi-hun, su voz suave, intentando despertarla de su letargo.

—¡Ahh! Sí. Se lo agradezco —responde Geum-ji, su voz un susurro, un intento de regresar a la realidad.  Aún arrodillada, hace una corta reverencia, la imagen de su hijo, arrastrado a la muerte, aún grabada en su mente.

—Oiga, ¿y a dónde fue su hijo? —cuestiona 001, su mirada penetrante, observando la reacción de Geum-ji.  La pregunta, aunque inocente en su formulación, está cargada de una sospecha palpable.  La imagen de Yong-sik siendo arrastrado, la inacción de Geum-ji, todo apunta a una posible complicidad, una duda que se refleja en la expresión de 001.

—¿Quién? —pregunta Geum-ji, su voz temblorosa, como si intentara ganar tiempo, como si aún no pudiera procesar la pregunta.  La confusión que muestra es genuina, pero también una máscara para ocultar el pánico que la invade.

—¿No estaba con usted? —repite 001, su tono más firme ahora, la duda se ha transformado en una acusación velada.

—¡Ah! Mi hijo... eh... —Geum-ji comienza a balbucear, sus manos jugando nerviosamente entre sí.  La tensión es palpable, la atmósfera se carga de una incomodidad creciente.  Su relato, apresurado y poco convincente, solo aumenta las sospechas. —Sí, sin querer nos separamos. Él me dijo que traería a una persona más y me pidió que lo esperara —dice, su voz entrecortada, intentando mantener la compostura.  Una risa nerviosa escapa de sus labios, un intento fallido de disimular la mentira. —Pero luego me desorienté y...

—¿Y él no la buscó? —pregunta 001, elevando una ceja, su escepticismo es evidente.  La duda se ha convertido en una certeza, la historia de Geum-ji no se sostiene.

Gi-hun, hasta ahora silencioso observador, analiza la situación con cautela.  Observa el rostro de Geum-ji, la forma en que evita su mirada, la forma en que sus manos tiemblan, la forma en que su voz se quiebra.  Ve la verdad en sus ojos, la verdad que ella intenta ocultar tras una máscara de confusión.  Pero también ve el dolor, el terror, la culpa.

Geum-ji, al comprender que la acusan de abandonar a su hijo, se pone de pie de golpe.  La culpa y la impotencia la superan, rompiendo la barrera de shock que la había paralizado.  Las lágrimas brotan de sus ojos, un torrente de dolor y arrepentimiento.

—Déjeme decirle algo —exclama, su voz quebrada por las lágrimas, pero firme en su defensa. —Él no es esa clase de persona. Aunque no tengamos dinero, en el fondo es un buen hombre. Otros se han aprovechado de él por idiota, pero él jamás se ha aprovechado de nadie en toda su vida. ¡Así que no piense mal de mi hijo! —Su grito es un torrente de emociones contenidas, una mezcla de dolor, rabia e impotencia.  Es un grito que nace del corazón, un grito que refleja el amor incondicional de una madre por su hijo.

001, sorprendido por la intensidad de la reacción de Geum-ji, baja la mirada, avergonzado.  La acusación había sido precipitada, la duda, aunque comprensible, había sido injusta.

—Discúlpeme —dice, su voz baja y arrepentida. —No fue mi intención.

Gi-hun, en silencio, observa la escena, la comprensión y la empatía se reflejan en su mirada.  La situación es compleja, llena de matices, pero la verdad, la verdad del amor incondicional de una madre, ha prevalecido.

Las puertas se abren, indicando que los cuerpos han sido retirados, permitiendo que salgan.  En la pantalla, el número 141, un nuevo recordatorio de la fragilidad de la vida y la crueldad del juego.

Geum-ji emerge del laberinto de sobrevivientes con la mirada ansiosa, escaneando la multitud con desesperación.  Busca a su equipo, a su hijo, anhelando la familiaridad de sus rostros tras el infierno recién vivido.  Entonces, como un faro en la tormenta, la voz de Young-mi la llama.

—¡Por aquí, señora! —La joven agita su mano, su rostro radiante de alegría.

—¡Ah! —exclama Geum-ji, su voz llena de alivio.  Extiende los brazos, invitando al abrazo. —¡Young-mi! ¡Gracias al cielo! —La abraza con fuerza, un abrazo que transmite toda la gratitud y el alivio que la inundan.  Luego, recibe a Hyun-ju en el mismo abrazo cálido, un círculo de consuelo y seguridad. —Me alegro que estén bien, ¿Cómo están? ¿No se lastimaron? —Su mirada escruta sus rostros, buscando cualquier señal de daño, cualquier cicatriz del terror que acaban de sobrevivir.

—No —responde Hyun-ju, girando la cabeza hacia Gyeong-seok, quien se acerca con una sonrisa leve, una sonrisa que refleja la alegría del reencuentro, pero también la gravedad de la situación. —Lo encontramos —señala al joven.

—Se estaba acabando el tiempo cuando de repente lo encontramos, ahí en medio de la pista ¡como un caballero en un cuento de hadas! —exclama Young-mi, su voz llena de emoción, la imagen de Gyeong-seok apareciendo como un salvador en el último momento, la llena de una alegría infantil.  Su brazo rodea el de Gyeong-seok, sellando la escena con un gesto de complicidad y afecto.

—¡Gracias a Dios! —exclama Geum-ji, una hermosa sonrisa ilumina su rostro, borrando el cansancio y el miedo.  Su mirada se posa en el hombre, una mirada llena de amor y alivio. —Ya no te vuelvas a separar —lo reprende con ternura, su voz llena de un cariño maternal que hace reír a Gyeong-seok.

—No, señora, ya no lo haré —asegura Gyeong-seok, asintiendo con respeto, su mirada llena de afecto y arrepentimiento.

—Pero, ¿Dónde está Yong-sik? —pregunta Hyun-ju, su voz cargada de preocupación.  La pregunta corta el momento de alegría, recordando la incertidumbre que aún persiste.

Geum-ji está a punto de responder cuando la voz de Yong-sik, cargada de culpa y arrepentimiento, se alza por encima del murmullo de la multitud.

—¡Mamá! —El grito es un torrente de emociones reprimidas, la culpa es palpable en su voz, su mirada baja al suelo, confesando su vergüenza por haberla dejado sola.

Geum-ji no dice nada, solo avanza, sus pies parecen pesados, arrastrándose hacia su hijo.  Se acerca lentamente, como si temiera romper el hechizo de la reunión, y lo abraza con fuerza, un abrazo que transmite un amor incondicional, un abrazo que perdona y consuela.  Es un abrazo que trasciende las palabras, un abrazo que dice más que mil disculpas.

—Mamá, perdóname —suplica Yong-sik, su voz entrecortada por los sollozos.

—Estoy bien. Estoy viva. Sigo aquí —responde Geum-ji, su sonrisa cálida y reconfortante, sus ojos llenos de amor y comprensión.  Su mirada no abandona la de su hijo, transmitiendo una seguridad y un cariño inquebrantable.

—Yo... perdóname —los sollozos de Yong-sik se intensifican, cada palabra es un torrente de arrepentimiento.

—¡Ya, ya! —Geum-ji le acaricia la espalda, su voz suave y tranquilizadora.

—Perdóname —repite Yong-sik, aferrándose al abrazo de su madre.

—Los dos estamos bien, ya cálmate —dice Geum-ji, su voz llena de cariño, mientras le soba la espalda.

La escena conmueve a los que la observan.  El abrazo entre madre e hijo, un símbolo de amor y perdón, rompe el silencio.  Pero es en la mirada de Gi-hun donde se refleja la verdadera profundidad del momento.  Observa la escena con una mezcla de tristeza y nostalgia, una mirada que parece recordar un abrazo similar, un abrazo perdido, un abrazo que nunca tuvo.  Su rostro refleja un pasado doloroso, un recuerdo que la escena del reencuentro entre madre e hijo ha despertado, un eco de un amor perdido y una familia rota.

—¿Qué sucede? —cuestiona el jugador 388 al llegar junto a 001

Geum-ji, aferrada al brazo de su hijo, suelta un suspiro entrecortado. La plataforma comienza a girar, la música resuena, una melodía corta y punzante que anuncia la inminencia del peligro. La incertidumbre se cierne sobre ellos como una sombra opresiva, la adrenalina recorre sus venas, un cóctel de miedo y tensión.  Unos segundos de silencio sepulcral se extienden, la confusión reina en medio de la tormenta de emociones.

—¡Seis! —La voz del altavoz resuena, fría e implacable, dictando el número de jugadores que deben pasar.

—Cuatro mujeres, dos hombres —ordena Gi-hun, su mirada escrutadora recorriendo los rostros tensos de su grupo.  La decisión debe ser rápida, precisa, la vida de cada uno depende de ella.

—Yo voy con mi madre —dice Yong-sik, su voz firme, a pesar del miedo que lo carcome.  Su lealtad a su madre es inquebrantable.

—Entonces... —Gi-hun busca una solución, el tiempo se agota.

—Yo voy con ustedes —dice 388, su mano en alto, ofreciendo su ayuda sin dudar.  Un gesto de solidaridad en medio del caos.

—Okey —Gi-hun asiente, su mirada recorre a cada uno de ellos, una mirada que pesa como una losa. —Vayan.

388, Geum-ji, 222, Yong-sik, Hyun-ju y Young-mi corren hacia una puerta, la esperanza de la salvación los impulsa.  Pero la puerta está ocupada.  La confusión y la desesperación los paralizan por un instante.  Entonces, Hyun-ju los guía hacia la puerta verde.

—¡Por aquí! —grita, señalando la puerta, su voz llena de urgencia. —¡Vengan! —insiste, el tiempo se agota, el reloj desciende implacablemente.

—Diez... nueve... —La cuenta regresiva marca el ritmo de su desesperación, cada número un golpe en el corazón.

Corren, cegados por el pánico, la tensión es insoportable.  No se dan cuenta de que un jugador es empujado fuera de la habitación por la que acaban de pasar, un jugador que en su caída arrastra a Young-mi.  El caos es total.  El silencio solo se rompe por el sonido de los pasos apresurados y el descenso del contador.

—¿Y Young-mi? —Hyun-ju, al contar a los miembros del grupo, descubre la ausencia de Young-mi.  La pregunta sale de sus labios como un grito ahogado.

—Hyun-ju —exclama Geum-ji, el terror se refleja en sus ojos.

—Cuatro... tres... —El reloj sigue su marcha implacable, condenándolos a la separación.

Hyun-ju intenta salir, pero una fuerza desconocida la empuja de vuelta a la habitación, la puerta se cierra con un golpe seco, sellando su destino.  Hyun-ju, aturdida por el golpe, choca con 388.  En un instante de claridad, comprende la tragedia. Young-mi ha quedado fuera.

—¡Hyun-ju! —La voz de Young-mi, llena de pánico, llega a través de la estrecha rendija de la puerta.  Un grito desesperado, un llamado a la ayuda que se desvanece en el silencio.

—¡No, Young-mi! —grita Hyun-ju, la desesperación la paraliza. 

Pero cuando se dirige a la puerta, es demasiado tarde. Young-mi ha desaparecido.  La puerta se cierra, sellando el destino de Young-mi y dejando a los demás con la impotencia y el horror de la separación.  La tensión es insoportable, el silencio que sigue es ensordecedor, roto solo por los latidos frenéticos de sus corazones.  El drama es palpable, la tragedia sellada por el implacable tic-tac del reloj.

—Es tu culpa —espeta Hyun-ju, su voz cargada de rabia y dolor.  Agarra con fuerza el cuello de la chaqueta de 333, quien es el responsable de haber cerrado la puerta, dejando a Young-mi atrás.  La impotencia la consume, la culpa la corroe.

—¿Qué? —pregunta 333, elevando una ceja con desdén. —Claro que no es mi culpa —gruñe, su tono arrogante e insensible. —Si no fuera por mí, no estarías aquí —le reprocha, su mirada fría y calculadora, buscando quebrar su resistencia.  Sus palabras, aunque con una pizca de verdad, son una afrenta a la profunda tristeza de Hyun-ju.

—¡Tú la mataste! —grita Hyun-ju, las lágrimas brotan de sus ojos, un torrente de dolor y arrepentimiento. —¡Ella seguiría aquí de no ser por ti! —Su voz se quiebra, llena de la angustia de la pérdida y la culpa por no haber podido evitarlo.

—¡Ya no había tiempo! ¡Entiéndelo! —replica 333, su voz llena de ferocidad, intentando justificar sus acciones. —¡Habrías muerto cuando saliste! —La mira fijamente a los ojos, buscando intimidarla, buscando silenciar su dolor. —¡Entonces todos también habrían muerto porque les hubiera faltado un jugador! —dice al soltarse bruscamente de su agarre, dejando a Hyun-ju temblando contra la pared. —¡Así que todos estamos vivos gracias a mí! —reprende, su voz llena de una arrogancia hiriente. —¿Están de acuerdo? —cuestiona, su mirada recorre a cada uno de los presentes, buscando apoyo, buscando validación. —¡Habrán la puta boca! —les grita, su frustración e impotencia a flor de piel.

El silencio reina en la habitación, un silencio pesado, cargado de culpa y arrepentimiento.  Solo el sollozo contenido de Hyun-ju rompe la tensión.  El peso de la decisión tomada, la pérdida de Young-mi, se cierne sobre ellos.

Finalmente, 222 asiente, su voz apenas un susurro.

—¡Es cierto! Es verdad lo que dice.

—Tiene razón —certifica 388, su voz firme, aunque con un dejo de pesar. —Ya no había tiempo.

Las palabras de 333, aunque lógicas, no ofrecen ningún consuelo a Hyun-ju. 

La imagen de Young-mi, abandonada y sola, la atormenta.  El peso de la culpa la aplasta.  Simplemente se recarga contra la pared fría, su cuerpo temblando, mientras los sollozos, antes contenidos, ahora se liberan, un torrente de dolor y arrepentimiento que refleja la impotencia de Geum-ji y Yong-sik, quienes comparten la culpa por no haber podido evitar la tragedia. 

La tristeza de Hyun-ju es un espejo de su propio dolor, una profunda pena por la pérdida de una amiga, una pena agravada por la culpa y la impotencia de haberla dejado atrás.  El silencio se mantiene, roto solo por los sollozos de Hyun-ju, un lamento por la vida perdida y por la carga de culpa que ahora comparten.

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