PROLOGO
PROLOGO
El sudor frío le empapaba la camisa. Sus manos, temblorosas, apenas podían sujetar el vaso de agua que ya estaba casi vacío. Cada respiración era un esfuerzo, un jadeo entrecortado que resonaba en el silencio opresivo de la habitación. Millones de wones. La cifra bailaba ante los ojos de Gyeong-seok, un espejismo de esperanza en el desierto de su desesperación. Era el precio de la vida de su hija, la única moneda que podía comprarle un futuro a Na-yeon. Si tuviera el dinero ahora mismo, firmaría cualquier documento, se arrodillaría ante cualquier dios, con tal de que comenzaran los protocolos. Pero no tenía nada. Ni un miserable centavo.
Los dibujos que vendía en la feria apenas cubrían los gastos de la cuota. Su pequeña, su dulce Na-yeon, conectada a un laberinto de tubos que le estrujaban el alma, le robaban el aliento. El cáncer, esa implacable enfermedad, se había apoderado de su vida, había robado a su esposa, lo había convertido en un padre soltero luchando contra una batalla que parecía perdida.
Un sollozo silencioso escapó de sus labios. "¿Por qué?", se repetía una y otra vez Gyeong-seok, la pregunta grabada en lo más profundo de su ser, un eco que retumbaba en la vacía habitación. Golpeó la pared con la cabeza, un gesto desesperado, un intento de silenciar el dolor que lo consumía.
Se acercó a la cama donde Na-yeon dormía, un ángel pálido bajo la fría luz de la habitación. La anestesia la mantenía en un sueño profundo, un respiro temporal de su sufrimiento. Dejó un beso suave en su mejilla, sintiendo la frialdad de la piel contra la suya. Su mirada se posó en el gorro de fresas que Na-yeon tanto amaba, un pequeño detalle que se había materializado misteriosamente en la ambulancia. Un enigma insignificante en medio del torbellino de su desesperación.
Necesitaba aire, necesitaba escapar de la claustrofobia de la habitación, de la pesadilla que lo envolvía. Gyeong-seok salió a la calle, dejando que el viento frío le azotara el rostro, un intento desesperado de despertar de este horrible sueño. Quería sentir la risa de Na-yeon, quería sentirla correr tras él, pero solo había silencio, un vacío que resonaba con el latido de su propio corazón roto.
Estaba tan perdido en sus pensamientos que no notó la presencia del hombre hasta que este carraspeó. Un hombre elegante, de traje negro y maletín, que parecía salido de otra realidad.
—Oh, perdone —dijo, con una sonrisa cortés y una leve reverencia—. Pase usted.
Él se hizo a un lado, dejando paso al estacionamiento. El hombre de traje le ofreció una sonrisa a Gyeong-seok, una sonrisa que no llegaba a sus ojos, una sonrisa que ocultaba algo siniestro.
—¿Quisiera usted jugar a un juego conmigo? —preguntó, elevando una ceja.
La pregunta lo tomó por sorpresa a Gyeong-seok. "¿Un juego?", pensó, la confusión nublando su mente. Pero la desesperación era un ciego que lo empujaba hacia la oscuridad.
—Si usted gana, le doy cien mil wones. Si yo gano... —el hombre hizo una pausa, su sonrisa se ensanchó, mostrando una frialdad que heló la sangre de Gyeong-seok—. Usted me paga con su cuerpo.
Un escalofrío recorrió su espalda. Horror, asco, rechazo. Gyeong-seok negó con la cabeza, su corazón latiendo con fuerza.
—No, no es eso —dijo el hombre, riendo. Su risa era fría, calculadora—. Si yo gano, le doy una bofetada. Eso equivaldría a cien mil wones. ¿Qué dice?
Una bofetada. Cien mil wones. La posibilidad de adelantar el pago de la habitación del hospital, de aliviar un poco la carga para Na-yeon. Gyeong-seok se acarició la mejilla, dudando, pero el peso de la desesperación lo empujó a aceptar.
—Está bien —dijo, su voz apenas un susurro.
El hombre abrió el maletín, mostrando un fajo de billetes que parecían burlarse de su pobreza.
—¿Tarjeta azul o roja?
Cerró los ojos, pidiendo a cualquier fuerza superior que lo ayudara, que le diera una oportunidad para salvar a Na-yeon. Volteó la tarjeta. Ganó. El hombre, sorprendido, cumplió su promesa.
Ronda tras ronda, la desesperación se mezclaba con la esperanza en el corazón de Gyeong-seok. Cada bofetada era un golpe, un precio que pagaba por la posibilidad de salvar a su hija. Su mejilla se hinchaba, un mapa de moretones que reflejaba su lucha, su sacrificio. Pero los billetes se acumulaban en sus bolsillos, un pequeño consuelo en medio del dolor.
—Si quiere ganar más dinero, para pagar la operación de su hija... —dijo el hombre, su sonrisa insinuante—. Puede llamarnos. Habrá dinero después de varios juegos, pero debe pensarlo rápido solo hay 456 puestos.
Una oportunidad. Na-yeon. La imagen de su pequeña, pálida y débil, lo inundó de una fuerza que desconocía. Gyeong-seok tomó la tarjeta, un símbolo de su desesperación, de su sacrificio.
Regresó a la habitación, la tarjeta en su mano, la imagen de Na-yeon grabada en su mente. Solo son juegos inofensivos, se decía. ¿Qué podía pasar?
Marcó el número. No hubo respuesta. Su voz, temblorosa, pero firme, resonó en el teléfono.
—¡Hola! ¡Llamo por los juegos!
—Si esta interesado en unirse, solo dígame su nombre completo y su fecha de nacimiento —pidió la voz distorsionada al otro lado de la línea.
Gyeong-seok dio sus datos, su nombre, su fecha de nacimiento, una firma de su sentencia. La voz al otro lado de la línea confirmó la cita.
—Mañana, a las ocho. En la esquina del hospital.
Sonrió, una sonrisa amarga, una sonrisa de desesperación y esperanza. Ya tendría el dinero para la operación de Na-yeon. Sin saber que el precio lo pagaría después.
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NOTA DE LA AUTORA; Holis, ya me pondré al corriente con esta historia. Solo ténganme paciencia que mi internet es de Latinoamérica. 🤧
Por su apoyo y compresión, ¡GRACIAS, TE AMO! ❤️😘
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