
💔𝗖𝗮𝗽í𝘁𝘂𝗹𝗼 𝟴💔
Para Ben ese mes transcurrido había sido como estar en el cielo, su vida había vuelto a sentirse completa. Se sentía feliz.
Su trabajo empezaba a dar frutos y tenía al amor de su adolescencia con él.
Por sus trabajos no podían verse tan seguido como él deseaba, pero aún así intentaban mantener la comunicación, él apreciaba el esfuerzo que hacía Bev para estar con él y contestar sus llamadas; ella tenía mucho trabajó en ese momento.
―¿En qué piensas, Romeo? ―preguntó en broma Helen.
―En lo bien que nos está yendo ―murmuró sin apartar la vista del plano que tenía en el escritorio.
―¿Solamente?
Ben no pudo evitar reír, elevó su mirada para ver a la rubia; ella lo miraba curiosa, esperando una respuesta.
―Sabes que no.
―Cierto ―Helen hizo un extraño sonido con su boca antes de reír―. Cupido ha tocado a tu puerta.
―Tal vez toque pronto a la tuya.
―No, pero gracias ―la escuchó alejarse―. Mi vida está muy bien así ―gritó conformé cerraba la puerta.
Negó, divertido, aún no entendía como Helen seguía soltera; era bastante inteligente además de bonita, también divertida, cualquier hombre sería feliz a su lado.
Un par de horas después por fin se permitió alejarse del plano, miró su creación con el corazón hinchándose de orgullo. Amaba su trabajo. La emoción por mostrarlo lo dejo por unos minutos congelado, si lo aceptaban sería un contrato demasiado importante, esperaba fuera suficiente.
―¡No lo vas a creer! ―exclamó Helen entrando por la puerta, feliz.
―¿Te ganaste la lotería?
Helen hizo un puchero.
―Ojalá ―susurró con pesar para luego volver a su estado de felicidad―. Nos invitaron los del proyecto de tu enamorada a una reunión con sus amigos. Están ansiosos por mostrarle a sus amigos los creadores de tan geniales estructuras, sus palabras no las mías ―le guiño un ojo.
―No creo pueda asistir ―habló con pesar.
―¿Por qué? Será algo bastante beneficioso para nosotros.
―Pensaba descansar ―busco excusarse.
La verdad es que no le apetecía salir, prefería quedarse en casa hablando ―aunque fueran diez minutos― con Bev. No le veía sentido asistir a un evento sin su hermosa pelirroja.
―No me dejes sola en esto, Ben ―su boca se torció borrando su sonrisa.
―Helen...
―Ben ―interrumpió―. Solo serán un par de horas ya luego podrás ir al apartamento que aún ni has de haber amueblado ―bufó divertida.
Dos horas, pensó.
Asintió para satisfacción de su socia.
Podría sobrevivir a ello, luego se iría a casa, bueno, el lugar que decía ser su casa ahora. Había decidido alquilar un pequeño departamento mientras terminaba su trabajo en California, luego volvería a Nebraska.
No pudo evitar sonrojarse al pensar en Beverly yéndose con él, le enseñaría su hogar. Todo sería perfecto.
Se casarían y formarían una familia, claro cuando su trabajo estuviera lo suficientemente estable para darles todo lo que se merecen.
Nada podía salir mal.
Volver a tener a Beverly se sentía como estar nadando en un mar de amor y pasión, se sentía afortunado y lleno de vida. Nada los podría separar, ya no. La tía de Bev podía tragarse sus palabras y todos aquellos que no creyeron en él. Todos podían irse al infierno.
La noche llegó más rápido de lo que espero para su desgracia, se vistió con un traje de color gris y subió a su auto para ir a por Helen, esperaba Bev recibiera su mensaje y no se sintiera extrañada al no obtener respuesta si lo llamaba.
El camino hasta el dichoso lugar fue más ameno de lo que pensó, Helen hablaba hasta por los codos y lo hacía reír con sus anécdotas de la infancia. Al llegar al lugar ambos miraron con asombro lo elegante, además de gritar ostentoso a los cuatro vientos.
―Me siento como mosca en leche ―susurró deseando poder salir corriendo.
―Somos dos ―susurró igual de bajo Helen.
Ambos se observaron para luego reír.
Sus clientes al mirarlos no dudaron en acercarse contentos a saludarlos ―eran demasiado cortés―, Ben no pudo evitar fruncir el ceño al observar cómo miraban con descaro a Helen, sin importarles tener a sus esposas al lado o el estar rodeados de personas importantes.
―Es un placer tenerlos aquí ―pudo escuchar a uno decir.
―El placer es todo nuestro ―fingió una sonrisa Helen mientras le daba un codazo para que reaccionara.
Tosió nervioso.
―Sí, muchas gracias ―agregó él.
Los hombres se miraron entre sí antes de asentirles con una sonrisa para luego marcharse deseándoles una cálida noche.
―¿Te importaría esperarme? Debo ir al baño ―informó Helen sin mirarlo.
―¿Tengo opción? ―preguntó con un deje de diversión.
―No ―rio alejándose.
Los tacones de Helen hicieron eco con cada paso que daba, no podía evitar sentirse pequeña rodeada de la falsedad de todas las personas que habían en ese salón, incluso un amargo sabor se le instaló en el paladar al recordar a su madre y la vida perfecta que fingía tener.
Un suspiro de alivio escapó de sus labios al encontrar el baño vacío, se acercó al espejo frente al tocador e intentó sonreír. Llevó sus manos al abrigo que llevaba esa noche y sin pensarlo dos veces se precipitó a terminar de abotonar todos sus botones.
Malditos pervertidos, pensó con molestia al recordar a todos los clientes en la sala.
La molestia le subió por la garganta quemando todo a su paso, se sentía asqueada de las miradas recibidas. Se miró en el espejo pensando que tal vez era su culpa, pero descartó aquel pensamiento de inmediato.
Nadie tenía que mirarla de forma inapropiada aun si vistiera con hojas ―lo cual ni era el caso―, portaba un bonito vestido celeste que le llegaba un dedo arriba de la rodilla junto con un abrigo blanco. No lo entendía.
El sonido gutural de alguien vomitando en uno de los cubículos a su espalda la sobresaltó. Sintió preocupación por la persona dentro y sin dudarlo dio dos pasos cerca.
―Oye ―llamó―. ¿Estás bien?
No obtuvo respuesta.
―Puedo ayudarte a buscar a tu acompañante o llevarte a casa si lo deseas ―siguió hablando.
Y, de nuevo, no hubo respuesta.
Iba a volver a decir algo cuando la puerta fue abierta de golpe, ambas mujeres se miraron sorprendidas sin ninguna saber que decir.
―Helen...
―Beverly...
Aun sin salir de su asombro, Beverly paso al lado de la chica y se acercó al lavabo, observó por el espejo como la mujer dudaba en si acercarse o no con su nerviosismo reflejado en la forma que forma que jugaba con sus manos.
―¿Estás bien? ―la escuchó decir.
―Sí, algo debió sentarme mal hoy ―contó.
―Podemos llevarte al médico, no vaya a ser una intoxicación.
―¿Podemos? ―preguntó incrédula.
―Sí, Ben y yo o bueno si quieres solo Ben.
Beverly estuvo a punto de caer al escuchar que Ben se encontraba allí, Helen se acercó a tomarla del brazo, alarmada.
―En serio creo que necesitas ir al médico ―insistió con preocupación.
―No, te prometo que estoy bien solo debo tomar aire.
―Te acompaño.
―¡No!
Helen parpadeo confundida ante el brusco alejamiento de Beverly, quiso acercarse a ella, pero Bev retrocedió.
―Te veo luego, Helen ―se despidió a prisas―. Iré a tomar aire y buscar a Ben ―mintió.
No espero una respuesta y se marchó, con cada paso que daba sentía que se desmayaría en cualquier momento, Beverly miró en todas direcciones con preocupación. Se sentía asfixiar entre tantas personas y la desesperación empezaba a carcomerle el alma.
Dio varios pasos en busca de la salida y entonces los vio, su corazón se detuvo por una milésima de segundos antes de volver a latir con fuerza. Una fuerza demasiado dolorosa.
Dio media vuelta e intentó huir, quiso correr lejos de ahí, pero era demasiado tarde.
―Mira ahí está mi esposa ―escuchó decir con orgullo―. Mi esposa me ha hablado mucho de ustedes y su maravilloso trabajo.
Sabiendo que todo se había venido abajo, se giró con tristeza.
Beverly jamás olvidaría la mirada de dolor que recibió esa noche por parte de Ben.
Jamás olvidaría el rostro de confusión que recibió acompañado de un corazón roto.
Porque sí, ella de nuevo le había roto el corazón al hombre que juraba amar.
―Ven aquí, corazón ―la voz de Tom se escuchaba lejana aún, así como si de un robot se tratase, se acercó―, mira por fin conocí al maravilloso arquitecto del que me hablaste.
Lo miró con temor, él la miraba con dolor.
Sí el salón se quedará en silencio, todos podrían escuchar como el corazón de Ben Hanscom se hacía añicos por segunda vez. El hombre alejó su mirada de la de la mujer que minutos atrás juraba sería su esposa.
Cuando Tom Rogan se acercó a hablar con él y mencionó a su hermosa esposa jamás pensó se trataría de Beverly. Su Beverly. No. Ya no más.
Ver como ese amable hombre la llamaba con tanto amor lo hizo quebrarse en miles de fragmentos que por si fuera poco no hacían más que trazar cortes en su interior.
¿Cómo alguien podía ser tan cruel?
Apretó los puños, se obligó a cambiar la expresión de dolor que abarcaba su rostro por una expresión neutral. No iba a tirar por la borda su trabajo, no iba a lanzar por un precipicio sus sueños y los de Helen, menos por alguien que le demostró de una forma tan cruel que no lo amaba.
―Amamos el diseño que le dieron a la sucursal que construiremos ―habló Tom conforme pasaba su brazo alrededor de la cintura de Beverly para atraerla más hacia él―. ¿Verdad, corazón? ―sin dejar de sonreír miró a su esposa.
―Sí ―murmuró Bev con un hilo de voz y la mirada perdida, algo de lo que Tom no se percató.
―Me alegra saber eso señor Rogan, mi socia y yo trabajamos fielmente siguiendo las indicaciones de lo que deseaban.
―Y lo cumplieron, es hermoso.
Ben asintió con una fingida sonrisa, buscó con su mirada a Helen deseoso de que lo sacará de allí con cualquier excusa. No quería estar ahí.
Sintió un alivio cuando por fin encontró.
Helen pareció entender su mirada de auxilio porque terminó la conversación que mantenía con unos adultos mayores y se acercó, con cada paso que daba la sonrisa que la mujer tenía en su rostro se desvanecía para convertirse en una de horror al ver a Beverly en brazos de otro hombre.
―Ella... ella es mi socia ―informó Ben rogándole con la mirada que no dijera nada.
Tom no dudo en mirarla de pies a cabeza, Beverly bajó la mirada.
―Que criatura más hermosa ―soltó sin vergüenza ni respeto a la mujer a su lado.
Helen se obligó a sonreír.
―Un gusto, señor...
―Tom Rogan ―completó el hombre.
―Señor Rogan.
―El gusto es todo mío ―sin descaro alguno Tom le guiño un ojo, Helen miró a Ben―. Mi esposa ha hablado maravillas de ustedes.
―¿Esposa? ―soltó sorprendida.
―Así es, tres maravillosos años de matrimonio ―contó Tom sin imaginarse que con cada palabra que decía el mundo de dos personas se venía abajo.
―Oh ―Helen miró a Ben entendiendo todo―. Hacen una maravillosa pareja, Ben, ¿podrías llevarme a casa?
―Yo... claro ―aceptó agradeciéndole con la miraba.
―¿Tan temprano? ―intervino Rogan.
―Corazón, debe de haber sido un día agotador para ellos ―quiso intervenir Bev que se había mantenido en silencio la mayor parte del tiempo.
―Así es, además ando con la menstruación y en verdad necesito ir a darme un baño, tengo mis pies hinchados y unas inmensas ganas de comer helado ―mintió precipitadamente Helen―. En verdad esperamos tengan una maravillosa velada.
Sin dejarlos despedirse tomó del brazo a Ben y se giró para salir de aquel maldito lugar.
Ninguno dijo nada en lo que llevaban de camino, no había palabras de aliento o desahogo para lo que media hora atrás había ocurrido. A pesar de la oscuridad en el auto, Helen pudo percibir una que otra lágrima descendiendo por las mejillas de su amigo, su corazón se encogió al verlo así.
Ben aceleró el auto y Helen gritó del susto, miró alarmada al hombre que parecía ido en una especie de trance.
―Ben, frena ―pidió sintiendo el temor recorrer sus venas.
Miles de recuerdos cruzaban la mente de Ben, sintiendo miles de estacas clavarse por todo su cuerpo para luego caer al vacío, las voces eran lejanas y no podía distinguir nada. Todo era oscuridad.
―¡Frena, Ben! ―pidió nuevamente la rubia―. ¡Ben, frena por favor!
Nada.
―¡Ben!
El gritó de Helen lo hizo reaccionar, piso el freno con tanta fuerza que el auto derrapó, por instinto estiró su brazo para evitar que Helen se golpeara.
Silencio.
Sus corazones a punto de salirse por su boca eran lo único que podían escuchar, Ben miró a Helen arrepintiéndose al instante; su rostro se encontraba bañado en lágrimas de desespero y preocupación.
Se sintió un imbécil de ser el causante de su miedo y llanto.
―Ben ―sollozó asustada―. Baja del auto, yo... yo conduzco.
Ben parpadeó sin saber qué decir.
―¡Qué bajes del maldito auto! ―gritó Helen llena de miedo.
Ella no se sentía molesta, pero sí asustada.
No quería morir, aun no.
No espero que Ben respondiera, sabía que su cabeza era un lío y su corazón peor. Bajó del auto para ir hacía la puerta del piloto, le sorprendió cuando Ben abrió la puerta y bajó de ella sin esperar una segunda orden, sin decir nada.
Esa noche sin duda alguna el corazón de Ben Hanscom se había vuelto a hacer pedazos, y peor aún, por culpa de la misma persona.
No me funen, esto me duele también a mi.
Los secretos siempre salen a la luz...
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