💔𝗖𝗮𝗽í𝘁𝘂𝗹𝗼 𝟳💔
1 mes después
El sonido de voces discutiendo sobresaltó a Milán, se precipitó a levantarse de la cama para salir corriendo a la sala de estar. No tenía ni dos minutos de haber entrado al lugar cuando el disgusto subió por su garganta provocándole náuseas.
Ahí se encontraba Audra discutiendo con Bill.
¿Acaso no se cansaba de amargarle la existencia a los demás?
En todo ese mes, Bill no hacía más que pedirle distancia y ella seguía ahí. El hombre de momento parecía no tolerarla ni en pintura, ¿por qué no esperaba a que terminara de recordar? A fin de cuentas, iría corriendo a su lado, siendo lo más probable.
Bill ya recordaba bastantes cosas a excepción de los últimos meses antes del accidente, recordaba su pequeña boda, viajes, sus libros ―había vuelto a escribir―, pero en sus recuerdos no figuraba Audra de manera romántica.
Richie solía decir que había algo raro en todo el asunto, pero Milán no le creía ―o no se lo permitía―, no creía en nada, no quería hacerlo. Bastante tenía aun recogiendo los pedazos de corazón roto como para volver a ilusionarse de nuevo.
―¡Bill acaso no lo entiendes! ―la escuchó gritar.
Bill la miró cruzado de brazos, su cuerpo se encontraba recostado a un mueble de la sala y el bastón con el que había empezado a apoyarse para caminar estaba a su lado.
―La que parece no entender eres tú, no sé porque sigues insistiendo con lo mismo ―respondió tranquilo―. No me interesas, punto.
Audra negó repetidas veces.
―Todo es una confusión de tu mente, corazón ―su voz se quebró―. Esa mujer te está lavando el cerebro, ella te esta manipulando.
Milán quiso reír al escucharla, pero prefería permanecer en silencio escuchando la conversación aprovechando que aún no se habían percatado de su presencia.
―Nadie me está manipulando, Milán se ha mantenido lo suficientemente alejada para ponerme en tu contra a comparación tuya que cada vez que apareces ruegas al cielo que me "ilumine" para irme contigo y empezar a odiar a la chica que te recuerdo es mi esposa. Mi mujer.
Milán se sintió pequeña en cuanto Bill la miró, la voz decidida con la que habló la hizo temblar y sentir como una adolescente de nuevo. Las mariposas que creía extintas en su interior revolotearon, sintió sus piernas como gelatinas. Apartó la mirada de él.
Sintió al no tan pequeño Draco ―como había decidido Bill llamarlo―, pasearse alrededor de sus piernas en busca de cariño, se agachó para tomarlo entre sus brazos provocando que el felino soltará un maullido que la delato delante de Audra.
―¿Qué haces ahí? ―si las miradas mataran, Milán estaba segura de que ya estaría tres metros bajo tierra.
―Es mi casa ―contestó sin inmutarse.
―Esta es una conversación privada.
―Bueno, no creo sea tan privada si estas gritando ―comentó dirigiéndose a la sala para dejar al pequeño animal en el sofá―. Cuando aprendas a dialogar sin gritar o lloriquear puedes decir que es una conversación privada.
Audra intentó acercarse a Milán, sin embargo, Bill se interpuso.
―Vete, Audra ―pidió el hombre apunto de perder la paciencia.
―¿Estás hablando en serio?
―Siempre hablo en serio ―contestó cansado de repetir siempre lo mismo.
Los ojos de Audra pronto se llenaron de lágrimas y Milán no pudo evitar rodar los ojos con fastidio.
Siempre de víctima, pensó.
―Te lavaron el cerebro, ¿ya se acostó contigo y por eso no quieres ir a casa conmigo?
Milán no pudo evitar soltar una carcajada al escucharla decir aquello, se acercó a ella cruzándose de brazos.
―¿En serio te preocupa eso? ―rio―. Aunque pensándolo bien no es una mala idea, ¿eso me convertiría en la amante? Digo, soy su esposa, pero tu eres la prometida ―preguntó de forma inocente―, tal vez eso le ayude a recordar, ¿no crees?
Las lágrimas de cocodrilo de Audra desaparecieron más rápido que un rayo, su rostro de dolor fue sustituido por uno de ira, cuando Bill intentó intervenir ya era demasiado tarde. La mujer se había abalanzado sobre Milán haciéndola caer.
Ambas mujeres rodaron por el suelo luchando por tomar el control, Audra de manera descontrolada araño la mejilla de Milán haciéndola enfurecer, esta tomó la cabeza de Audra entre sus manos y sin pensarlo dos veces la estrelló contra el piso.
Los gritó de preocupación de Bill se escuchaban lejanos.
Antes de que pudiera lanzarle un segundo golpe, Milán sintió los brazos de Bill alrededor de su cintura rodeándola para luego alejarla. No hizo el intento de soltarse para no lastimarlo, observó victoriosa como la mujer en el suelo la miraba con odio.
Por perra, pensó.
―¡Audra quiero que te marches ya mismo! ―gritó Bill por primera vez molesto―, llamaré a la policía sino te vas.
―No estarás hablando enserio.
―¿En serio crees que estoy bromeando? ―frunció el ceño―. ¡Largo!
La pareja observó como el dolor de cabeza de ambos se levantaba del suelo y abandonaba la casa como alma que lleva el diablo, Milán por un momento creyó ver humo saliendo de la cabeza de la mujer, sonrió al imaginarlo.
―Creo que ya puedes soltarme ―murmuró al recordar que los brazos de Bill se encontraban alrededor de su cintura.
―Lo siento ―susurró apenado―, iré por el botiquín para curarte ese rasguño.
―Yo puedo hacerlo.
―No ―detuvo su andar para mirarla―. Yo lo hago.
Milán quiso reprochar de nuevo y negarse, pero tuvo que tragar sus palabras al verlo desaparecer sin detenerse a escucharla. Lo maldijo en silencio tomando asiento en uno de los sofás, molesta.
¿Por qué tenía que ser tan estúpidamente lindo? ¿Por qué no podía ser un imbécil? Así sería más fácil odiarlo.
Lo observó aparecer minutos después con un pequeño botiquín en su mano, desvió la mirada e intentó pensar en cualquier otra cosa que no fuera en lo jodidamente atractivo que podía verse aún con aquel bastón en su mano.
¡Cielos, iba a enloquecer!
Eso me pasa por querer jugar con fuego, pensó.
Un mes de convivencia en donde trataba de mantenerse lejos y todo se estaba yendo a la basura. Ella no podía permitirse eso. No.
Cerró los ojos al sentir el ardor del algodón empapado de alcohol sobre su mejilla, la molestia que sentía se disipó al sentir la respiración de Bill mezclarse con la suya, abrió los ojos indecisa y, entonces, todas las barreras que había puesto se vinieron abajo.
Bill alejó el algodón de su mejilla. Su mirada recorrió el rostro de la mujer que era su esposa, su respiración se detuvo al igual que su mirada sobre sus labios carmesí.
¿Qué se sentiría besarla?, se preguntó.
No era lo mismo recordar.
En sus recuerdos sus labios sabían a fresa y gloria, una combinación única y exótica. Recordaba que besarla lo hacía sentir sentimientos inexplicables; se sentía en el paraíso, él nunca creyó que aquello existiese, pero verla todos los días lo hacía replantearse tal cosa y, es que, algo tan hermoso debía venir de algún lado.
Sus miradas se convirtieron en una sola, se debatió entre besarla o no. Una decisión difícil.
Se acercó lento dándole la oportunidad de alejarse si ella lo deseaba, para su sorpresa, ella se quedó inmóvil con su miraba sobre su boca. La miró una última vez más deseoso de probar sus labios, entonces, la beso.
Fresa y gloria.
Se sintió en el cielo, incluso podía jurar que volaba entre las nubes.
Si le dijeran que así se sentía estar en el infierno no le importaría arder en él.
Los brazos de ella se ciñeron alrededor de su cuello, él aprovechó para acercarla más a su cuerpo. Sus labios se movían de forma lenta al inicio en un intento de recordar el sinfín de sensaciones que sentían hasta que lo que era un beso dulce se convirtió en uno lleno pasión y necesidad.
Pasión por revivir cada momento juntos.
Necesidad de sentir el amor que tenían por el otro.
Necesidad de ellos.
Las manos temblorosas de Bill recorrían el cuerpo de Milán en busca de hacerla sentir amada, hacerla sentir la única mujer que estaba seguro había en su vida. Dejó de besar sus labios para descender su boca por su cuello dejando castos besos, la escuchó suspirar y eso no hizo más que encender el fuego que crecía en su interior.
Las manos de ella se aferraron a él en el momento en que sus dedos recorrieron su piel por debajo del pijama. Miles de sensaciones recorrieron su cuerpo, un gemido escapó de sus labios al sentir sus manos tan cerca de su intimidad.
De pronto un balde de agua fría cayó sobre ella acompañado de la realidad de la situación, abrió los ojos y el color subió por sus mejillas, se alejó de él de un saltó.
Bill la miraba sorprendido, sus mejillas se encontraban sonrojadas y un bulto podía visualizarse en su entrepierna. Alejó la vista avergonzada.
¿En qué rayos estaba pensando?
―Yo... disculpa ―Bill se levantó e intentó acercarse, ella retrocedió dos pasos.
―No ―intentó sonar tranquila, aunque fue todo lo contrario―. No paso nada, no tienes que disculparte, solo... solo olvídalo ¿sí?
William asintió y bajó su mirada, no quería hacerla sentir más incómoda de lo que podía notar estaba. No podría ni quería olvidar algo así, no lo haría.
―Iré a prepararme para visitar a Daniel y Ally, ¿vendrás? ―la escuchó hablar.
―¿Crees que sea buena idea?
―El doctor dijo que eso te ayudaría.
―No lo digo por eso, me refiero a que no quiero crear problemas entre tu hermano y tú.
Milán sabía a qué se refería, quince días atrás Daniel la había visitado y bueno, cuando vio a Bill lo mando al carajo, ella se había molestado con él y ambos terminaron discutiendo.
―No pasará nada ―intentó sonar convencida.
Dejando de lado la fuerte conversación que había tenido con Daniel días atrás, Milán estaba convencida de que todo estaría bien. Esperaba así fuera.
Lo observó asentir, intentó regalarle una sonrisa y de paso borrar con ello la bochornosa situación de minutos atrás. No dijo nada más y emprendió camino a su habitación.
Dos horas después, se encontraban frente a la casa de Daniel.
El camino había sido en total silencio ―uno incomodo― en el que ninguno era capaz de decir algo. Se miraron por unos segundos en el que el rubor volvió a apoderarse de su rostro, ambos maldijeron en sus adentros.
Ella tomó aire, abrió la puerta de la camioneta. Una sonrisa se poso sobre sus labios al momento de tomar la bolsa de regalo de los asientos traseros y bajó, Bill la siguió.
Por fin conocería a su sobrino, el pequeño Louis había nacido hace unos días y no podía sentirse más que ansiosa de conocerlo. Se sentía nerviosa y con cada paso sentía que vomitaría en cualquier momento de los nervios, Bill la seguía sujetando su bastón con fuerza.
Estaba a tan solo minutos de conocer al nuevo miembro de la familia, al pequeño rayo de luz que venía a traer felicidad.
Cuando Daniel la había llamado para contarle de la llegada al mundo de Louis no podía creerlo, de la emoción recuerda haber corrido a abrazar a Bill, incluso abrazó a Draco. Se sintió feliz por primera vez en mucho tiempo.
La puerta fue abierta a los segundos del timbre haber sonado, su hermano se encontraba del otro lado con una sonrisa y ojeras como resultado de largas noches sin dormir, sin pensarlo dos veces corrió a sus brazos.
Su hermano se había convertido en padre y su corazón no podía sentirse más feliz de verlo en aquella etapa.
Su madre estaría orgullosa de ver en la persona que Daniel se había convertido.
―Hola, enana ―saludó sin soltarla―. Veo que me has extrañado mucho ―bromeó.
―Hola ―susurró sintiéndose a gusto entre sus brazos.
Su hermano siempre sería su refugio más seguro, a pesar de las discusiones, de la diferencia de pensamiento, de todo.
Se separaron y Milán no dudó en lanzarle una mirada a Daniel pidiéndole con todo su corazón fuera amable con Bill. El mayor soltó un bufido antes de mirarlo.
―Bienvenido, Denbrough ―soltó sin emoción―. Pasen están en su casa.
Ambos agradecieron y ella le entregó el obsequió. El corazón de Milán dio un vuelco de emoción en el momento en que piso la sala de estar, una sonrisa abarcó su rostro y sintió las lágrimas acumularse en sus ojos.
―¡Te vas a quedar ahí o vas a venir a conocer a tu sobrino!
Ally soltó una carcajada sin dejar de mecer el pequeño bulto entre sus brazos, miró a Milán reaccionar por fin, acercándose. La mamá primeriza le sonrió mientras le mostraba con sumo cuidado al pequeño integrante; su piel era pálida y una pequeña mata de cabello negro cubría su pequeña cabecita. Una sonrisa se formó en su boca entre sueños.
―Es hermoso ―murmuró embelesada.
―¿Quieres alzarlo? ―preguntó Ally ganándose una mirada horrorizada de parte de Milán―. No seas miedosa.
―Yo... no sé.
―Es sencillo, vamos.
Milán giró el rostro para ver a los demás, Bill se encontraba atentó de pie a un lado de la puerta y Daniel sonreía emocionado.
Asintió algo indecisa.
En el momento en el que el pequeño bebé fue puesto sobre sus brazos se obligó a permanecer atenta y serena, lo sostuvo con la fuerza necesaria evitando hacerle daño. Era tan pequeño y hermoso.
Lo miró con amor sin poder creer aún que su hermano se había convertido en padre.
―Mi bebé sosteniendo a mi otro bebé ―escuchó a Daniel hablar con emoción.
Evitó mirarlo para no romper en llanto.
¿Cómo podía sentirse tan completa y tan desecha a la vez?
―¿Qué te pasó en la mejilla, nena? ―escuchó la voz de Ally, preocupada.
Parecía que su intento de cubrirlo con maquillaje había sido un total fracaso.
―Yo... ―intentó buscar una respuesta.
―Fue Audra ―por primera vez Bill se animó a hablar.
―¡¿Qué?! ―exclamaron molestos Daniel y Ally.
―¿Qué mierda pasó? ―exigió saber Daniel acercándose a ella.
―Lo mismo de siempre ―susurró Milán sin mirar a ninguno―, solo que esta vez no aguanto lo que le dije.
―Esto es inaudito, no entiendo porque sigues aguantando esas pendejadas ―Daniel dio varias vueltas por la sala, molesto.
―Bill la mandó al carajo como siempre.
―¿En serio? ―Ally miró a Bill, este sin saber que hacer le saludo con la mano.
―Sí ―por primera vez Milán los miro―, miren no quiero hablar de esa loca, menos hoy que es un día importante. ¿Está bien?
Daniel y Ally se observaron antes de asentir.
Para Milán era una tontería arruinar un momento tan hermoso con discusiones que llegarían a nada. Bajó su mirada de nuevo hacia Louis y sonrió, era demasiado hermoso para ser verdad.
Sintió una mirada diferente sobre ella que la obligó a levantar la vista de nuevo, su mirada se encontró con la de Bill que sonreía al verla sin imaginarse que en la mente del escritor solo había pensamientos de lo hermoso que sería verla cargando a un bebé de ambos.
Porque sí, Bill estaba dispuesto a luchar por su amor.
Dispuesto a recuperar a su esposa, su mujer y si todo salía bien a la madre de sus hijos.
Quiero agradecer a las dos personitas especiales que me dieron la idea del nombre del pequeño bebé y el del gatito, en verdad gracias por su apoyo.
¿Teorías?
Espero el capítulo sea de su agrado, nos vemos pronto.
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