💔𝗖𝗮𝗽í𝘁𝘂𝗹𝗼 𝟭𝟳💔
Los labios de Bill se estrellaron con amor sobre los de su esposa mientras los brazos de ella se deslizaron alrededor de su cuello. Luego de casi dos años separados, el volver a hacerlo, aunque fuera tan solo un par de días resultaba una pesadilla.
Habían vuelto recién de la escapada a acampar cuando la editorial había solicitado su presencia en Chicago, estuvo a punto de negarse, sin embargo, Milán le había dicho que tal vez ya era momento de seguir cumpliendo su sueño luego de dos años echados a la basura por culpa de Audra.
Milán deseo poder acompañarlo, pero su disquera la ocupaba para terminar de planear lo de su gira alrededor del país. Él le había pedido quedarse luego de saberlo. Ya lo habían hablado, él iría a la gira y, luego de ella, se tomarían el tiempo para formar un hogar.
Nada podría salir mal esta vez.
No había nadie que pudiera arruinar su felicidad nunca más.
― ¿Me llamarás cuando llegues? ―susurró Milán sobre sus labios.
Él asintió tontamente recargando su cabeza sobre la de ella.
―Lo prometo, cariño.
―Te amo, Bill.
―Y yo a ti ―susurró alejándose―. Te veré en dos días, cuídate mucho, cielo.
Lo último que vio fue a Milán asentir con el pequeño Draco acariciándose en sus pies. Su corazón se encogió de amor al subirse al taxi que lo llevaría al aeropuerto dejando atrás a su pequeña familia.
Milán observó al taxi marcharse hasta que se perdió en la distancia. Se agachó para tomar al pequeño animal entre sus brazos y, entonces, volvió a sentir aquella abrumadora sensación de ser observada; la misma que sintió en la boda, en el bosque e incluso en el supermercado, frunció el ceño y elevo el rostro mirando en todas direcciones, pero no había nada.
―Qué raro ―murmuró para sí misma antes de mirar una última vez a su alrededor y entrar a casa cerrando la puerta con seguro.
Dejó al gato sobre el sofá y caminó hasta la habitación, su mirada se intensificó al ver el marco donde yacía una vieja fotografía de su madre tirado en el suelo con los fragmentos de vidrio a su alrededor.
―Mierda, mierda ―exclamó al ver el desastre que había en el suelo.
No se molestó en buscar al responsable que sabía muy bien era su hijo de cuatro patas, Draco solía tener momentos de hiperactividad por lo que no le sorprendería que él fuera el causante.
Cuando terminó de recoger los fragmentos de vidrio con sumo cuidado, con la fotografía de su madre en su mano, se dirigió a la cocina. Del refrigerador sacó un pequeño bote de yogurt sabor manzana. Dejó la fotografía sobre la encimera, se recargó en el mueble y sin despegar la mirada de su sonriente madre llevó la primera cucharada de yogurt a su boca.
Le resultaba doloroso saber que llevaba más tiempo extrañando a su madre del que vivió a su lado. Jamás la olvidaría de eso estaba segura. Las últimas semanas había estado soñando con ella la mayoría de las noches, pero todo se resumía a un sueño borroso al día siguiente.
La sensación de asco recorriendo su estómago hasta su garganta la hizo soltar el bote de yogurt y correr hacía el baño en donde devolvió todo lo que había consumido ese día.
Cerró los ojos luego de expulsar todo el contenido en su estómago y le rogó al cielo que no fuera un virus. Se odiaría si Bill se enfermará y no pudiera asistir a su reunión.
No se preocupó por salir del baño, se deshizo de su ropa y se metió a la ducha. El agua caliente recorrió su cuerpo, lavó su cabello con su shampoo de lavanda y al salir enrollo alrededor de su cuerpo una toalla. Salió del baño y camino hacía el closet de dónde saco una calientita pijama.
Con el ajetreo de las últimas semanas y el virus que estaba ahora segura había contraído se sentía más cansada de lo habitual. Quería y debía aprovechar a descansar todo lo que pudiera antes de que dieran inicio a la gira, suspiró abotonando el último botón de su camisa para luego dejarse caer en la cama. Mañana tendría una reunión importante en la mañana, descansaría todo lo que pudiera esta vez.
Cerró los ojos cayendo al instante en un profundo sueño y, luego, el teléfono sonó. Se talló los ojos con pereza antes de estirar tontamente la mano a la mesita de noche. Se sorprendió de lo oscuro que estaba todo a su alrededor.
¿Cuánto tiempo había dormido?, se preguntó.
―Hola ―saludó en medio de un bostezo a la persona al otro lado de la línea.
La risa de su esposo la saludo con gusto.
―Te apuesto mil dólares a que estabas dormida.
Milán sonrió.
―No voy a apostar contigo algo que sé voy a perder.
―Cierto ―podía jurar que él sonreía del otro lado―. ¿Cómo estás?
―Extrañándote ―musito poniéndose de pie para ir a la cocina.
―Yo también te extraño y mucho ―lo escuchó suspirar al otro lado de la línea ―, ya quiero volver a casa.
―No pasa aún ni un día, Denbrough ―bromeó entre risas antes de que su mirada se dirigiera a la puerta corrediza que se encontraba abierta. Ella juraría que Bill la había dejado cerrada el día anterior. Su risa cesó.
―Yo sé que me extrañas ―bromeó Bill del otro lado ― ¿Todo bien? ―preguntó un par minutos después al no obtener respuesta.
Milán se acercó con cuidado a la puerta, estiró su mano y jalo de ella con prisa para cerrarla. Frunció el ceño observando su jardín.
―Milán, cielo ―la voz de Bill le recordó por segunda vez que él seguía ahí.
―Perdón ―murmuró volviendo a la realidad― ¿Me decías algo?
―Sí, cariño ―el alivió le recorrió el cuerpo―. ¿Todo bien?
―Sí, me distraje mirando a Draco ―mintió sin soltar la puerta―. Iré a prepararme algo de cenar, ¿hablamos luego?
―Está bien, te amo mucho.
―Y yo a ti. Nunca lo olvides.
Sin esperar una respuesta colgó.
El sabor de un mal presentimiento se posó en su paladar. La idea de que algo iba a ocurrir le provocó dolor de estómago. Cerró los ojos unos segundos para llenarse de valor y, entonces, se giró.
No había nada.
El alivió le devolvió el aire a sus pulmones, miró en cada rincón de la casa y cocina sin encontrar nada raro o inusual. Tomó un vaso de agua entre sus manos dispuesta a volver a la habitación a seguir durmiendo.
Y, ahí fue donde el infierno la arrastró.
El grito que escapó de su garganta quemó todo su interior a su paso. Las lágrimas no tardaron mucho en aparecer y su cuerpo comenzó a temblar con violencia.
No, no, no, pensó con horror dejando caer el vaso a sus pies.
Quiso correr y escapar de ahí en ese instante más sus piernas no respondieron. Lo que recibió a cambio de sus lágrimas fue una media sonrisa junto a una mirada sin emoción bajo la luz de la lámpara que iluminaba su rostro sin expresiones.
No.
No.
No podía... no.
―Ha pasado mucho tiempo mi niña, ¿no lo crees?
Y, eso, eso fue la gota que derramó el vaso.
Escucharlo hablar fue lo que la hizo darse cuenta de que en ese preciso momento el infierno había llegado a ella de nuevo.
Joel Miller estaba ahí.
El hombre que su hermano le había jurado estaba muerto.
Él estaba ahí.
―Pa... pa... papá.
¿Se lo esperaban?
¿Estamos listos para revivir el pasado?
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