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⚜ 1 ⚜

[Minnie]

Tardé más tiempo del habitual en recorrer el camino de vuelta a casa de Yoongi.

O quizá sólo fue una sensación mía.

Tal vez sólo fueran los nervios.

Ladeé la cabeza con aire reflexivo.

Quizá no sólo fueran los nervios, tal vez fuera la expectativa.

Las expectativas que tenía después de tantas semanas de hablar, de esperar y de planificar...

Y por fin estábamos allí.

Por fin habíamos vuelto.

Me llevé la mano al cuello y toqué el collar, el collar de Yoongi.

Las yemas de mis dedos se desplazaron por su conocido contorno y se deslizaron por encima de los diamantes.

Moví la cabeza de un lado a otro para volver a familiarizarme con la joya.

No tenía palabras para describir cómo me sentía volviendo a llevar el collar de Yoongi.

Como mucho podía comparar la situación con un rompecabezas al que por fin habíamos puesto la última pieza.

Sí, era cierto que durante las últimas semanas Yoongi y yo habíamos vivido como amantes, pero los dos nos sentíamos incompletos.

Cuando me volvió a poner el collar y me reclamó de nuevo, yo encontré lo que me faltaba.

Era extraño incluso para mí, pero por fin sentía que volvía a ser suyo.

Por fin el coche llegó a su casa y recorrió el largo camino de la entrada.

Vi luz en las ventanas.

Yoongi había programado el temporizador previendo que cuando yo llegara ya habría oscurecido.

Su pequeño gesto me resultó muy conmovedor.

Demostraba, como todo lo que hacía, lo presente que me tenía en todo momento.

Jugueteé con las llaves mientras caminaba hacia la puerta principal.

Mis llaves.

De su casa.

Ya hacía una semana que me las había entregado.

Yo no vivía con él, pero pasaba mucho tiempo allí.

Me dijo que lo más lógico era que pudiera entrar con mis llaves y cerrar cuando me marchara.

Apolo, su golden retriever, corrió hacia mí cuando abrí la puerta.

Le acaricié la cabeza y lo dejé salir unos minutos.

No lo dejé pasear mucho tiempo, porque no estaba seguro de lo que tardaría Yoongi en volver a casa y quería estar preparado cuando llegara.

Quería que el fin de semana fuera perfecto.

— Quédate aquí —le dije a Apolo después de pararme un momento en la cocina para rellenarle el cuenco de agua.

El perro obedecía todas las órdenes de Yoongi, pero, por suerte, en esa ocasión también me hizo caso a mí.

Normalmente me habría seguido escaleras arriba, y aquella noche sería muy extraño que él también estuviera en la habitación.

Salí rápidamente de la cocina en dirección a mi dormitorio.

La habitación que ocuparía los fines de semana.

Me desnudé y dejé la ropa bien doblada a los pies de la cama doble.

Ése era uno de los puntos en los que Yoongi y yo nos habíamos puesto de acuerdo:

Yo dormiría con él las noches de domingo a jueves, siempre que estuviera en su casa, pero las noches de viernes a sábado dormiría en la habitación que reservaba para sus sumisos.

Ahora que teníamos una relación más tradicional durante la semana, los dos queríamos asegurarnos de que adoptábamos la actitud correcta durante los fines de semana.

Y esa actitud sería más fácil de mantener si dormíamos separados.

Era cierto que la nueva situación nos iría bien a ambos, pero quizá beneficiara un poco más a Yoongi.

Él no solía compartir la cama con sus sumisos y mantener una relación romántica con una era algo completamente nuevo para él.

Entré desnudo en el cuarto de juegos.

Yoongi me había mostrado la habitación el fin de semana anterior:

Me explicó cómo funcionaba todo, hablamos mucho y me enseñó cosas que yo no había visto nunca y otras de las que jamás había oído hablar.

En esencia, era una habitación sencilla:

Suelos de madera, pintura de un tono de marrón muy oscuro, muebles de cerezo, incluso había una enorme mesa de madera maciza.

Sin embargo, las cadenas y los grilletes, el banco, la mesa de piel y el potro de madera desvelaban su verdadera naturaleza.

Bajo las cadenas colgantes me esperaba un único almohadón.

Me dejé caer de rodillas sobre él y me coloqué en la postura que Yoongi me explicó que debía adoptar siempre que lo esperara en el cuarto de juegos:

El trasero sobre los talones, la espalda recta, la mano derecha sobre la izquierda apoyada en el regazo y sin cruzar los dedos y la cabeza agachada.

Adopté la postura y esperé.

El tiempo fue pasando.

Por fin lo oí entrar por la puerta principal.

— Apolo —dijo y aunque yo sabía que decía el nombre del perro en voz alta para dejarlo salir otra vez, otro de los motivos era alertarme quién era la persona que había entrado en la casa y darme tiempo a que me preparara.

Quizá también lo hiciera pensando que oiría posibles pasos en el piso de arriba.

Los pasos que le dirían que yo no estaba preparado para su llegada.

Me sentí orgulloso de saber que Yoongi no oiría nada.

Cerré los ojos.

Ya no tardaría mucho.

Imaginé lo que estaría haciendo:

Dejar salir a Apolo, quizá le estuviera dando de comer.

¿Se desnudaría en el piso de abajo?

¿Lo haría en su dormitorio?

¿O entraría en el cuarto de juegos con el traje y la corbata puestos?

Me dije que no importaba.

Cualquier cosa que hubiera planeado sería perfecta.

Agucé el oído.

Estaba subiendo la escalera.

Solo.

El perro no lo seguía.

En cuanto entró, sentí cómo cambiaba la atmósfera de la habitación.

El aire se cargó de electricidad y el aire entre nosotros parecía zumbar.

En ese momento comprendí que le pertenecía.

.

Estaba en lo cierto al haberlo asumido.

Pero había algo más, algo más importante y es que quizá él también me perteneciera a mí.

Se me aceleró el corazón.

— Muy bien, Jimin —dijo y se puso delante de mí.

Iba descalzo y vi que se había quitado el traje para ponerse unos vaqueros negros.

Volví a cerrar los ojos.

Aclaré mi mente.

Me concentré.

Me obligué a permanecer inmóvil bajo su escrutinio.

Se dirigió a la mesa y oí cómo abría un cajón.

Durante un segundo intenté recordar todo lo que había en los cajones, pero me contuve y me obligué de nuevo a relajar la mente.

Volvió y se colocó a mi lado.

Un objeto de piel bastante firme se deslizó por mi espalda.

La fusta.

— Tu postura es perfecta —observó, mientras deslizaba el artilugio por mi espalda— Espero encontrarte así siempre que entre en esta habitación.

Me sentí aliviado al saber que mi postura lo satisfacía.

Aquella noche tenía muchas ganas de complacerlo.

De demostrarle que estaba listo para aquello.

Que estábamos preparados.

Yoongi se había mostrado muy preocupado al respecto.

Aunque, por supuesto, en ese momento no se podía adivinar en él ni un ápice de duda o preocupación, ni en su voz, ni en su actitud.

Su conducta en el cuarto de juegos era de control y confianza absoluta.

Deslizó la fusta por mi estómago y luego la volvió a subir.

Me estaba provocando.

Maldita fuera.

Me encantaba la fusta.

A pesar de las ganas que tenía de verle la cara, mantuve la cabeza gacha.

Quería mirarlo a los ojos, pero sabía que el mejor regalo que podía hacerle era demostrarle mi más absoluta confianza y obediencia, así que permanecí con la vista en el suelo.

— Levántate.

Me puse de pie muy despacio, sabiendo que estaba exactamente debajo de las cadenas.

Normalmente él las tenía recogidas, pero aquella noche las había dejado colgando.

— De la noche del viernes al domingo por la tarde tu cuerpo es mío —aseveró— Tal como acordamos, la mesa de la cocina y la biblioteca siguen siendo tuyas. Ahí y sólo ahí serás libre para decir lo que piensas. Pero con respeto, claro.

Sus manos se deslizaron por mis hombros y luego siguieron por mis brazos.

Una de sus manos resbaló por entre mi pecho y siguió hasta donde estaba húmedo y dolorido.

— Esto —dijo acariciando mis labios exteriores— es tu responsabilidad.
Quiero que te lo depiles entero tan a menudo como sea posible. Si decido que has descuidado esa responsabilidad, serás castigado.

Y en eso también nos habíamos puesto de acuerdo.

— También es responsabilidad tuya asegurarte de que la esteticista hace bien su trabajo. No admitiré ninguna excusa. ¿Está claro?

Yo no dije nada.

— Puedes contestar —me indicó y percibí una sonrisa en su voz.

— Sí, Amo.

Insertó un dedo por entre mis pliegues y noté su aliento en mi oreja.

— Me gustas bien depilado —su dedo giró sobre mi clítoris— Húmedo y suave. No quiero que haya nada entre tu coño y lo que sea que decida hacer con él.

«Joder»

Entonces se puso detrás de mí y me agarró del culo.

— ¿Has estado usando el tapón?

Esperé.

— Puedes contestar.

— Sí, Amo.

Sus dedos regresaron a la parte frontal de mi cuerpo y yo me mordí la cara interior de la mejilla para evitar gemir.

— No te lo volveré a preguntar —me advirtió— De ahora en adelante es responsabilidad tuya preparar tu cuerpo para aceptar mi polla de cualquier forma en que yo decida compartirla contigo —dejó resbalar el dedo por mi oreja— Si quiero follarme tu oreja, espero que tu oreja esté preparada

Me metió el dedo en la oreja y tiró.

— ¿Lo entiendes? Contéstame.

— Sí, Amo.

Me levantó los brazos por encima de la cabeza y luego me sujetó primero una muñeca y luego la otra a los grilletes.

— ¿Recuerdas esto? —preguntó, haciéndome cosquillas en la oreja con su cálido aliento— ¿Te acuerdas de nuestro primer fin de semana?

De nuevo permanecí sin decir nada.

— Muy bien, Jimin —dijo— Sólo para que no haya malentendidos, durante el resto de la noche, o hasta que te diga lo contrario, no quiero que hables ni digas nada. Sólo hay dos excepciones, la primera es que puedes usar tus palabras de seguridad.

» Deberás decirlas cuando sientas que necesitas hacerlo. Debes saber que el hecho de que utilices tus palabras de seguridad no tendrá repercusiones ni consecuencias. Y la segunda es que cada vez que te pregunte si estás bien, quiero recibir una respuesta inmediata y sincera.

Por supuesto no esperaba ninguna respuesta.

Tampoco iba a dársela.

Sin previo aviso, sus manos se volvieron a deslizar hasta ese lugar donde me moría por él.

Como tenía la cabeza gacha, vi cómo insertaba un dedo en mi interior y me mordí la mejilla para evitar gemir.

Dios, qué bien me sentía cuando me tocaba.

— Qué húmedo estás —se internó un poco más y giró la muñeca.

Joder.

— Normalmente me deleitaría yo solo con tu sabor, pero esta noche me siento generoso.

Me sacó el dedo y tuve una inmediata sensación de vacío, pero antes de que pudiera pensar en ello, noté cómo ese dedo resbaladizo se metía en mi boca.

— Abre la boca, Jimin, y saborea lo preparado que estás para mí.

Yoongi deslizó el dedo por mis labios separados antes de metérmelo en la boca.

Ya había probado mi sabor en alguna ocasión, por curiosidad, pero nunca lo había hecho con tanta cantidad y jamás lo había lamido en el dedo de Yoongi.

Me sentía depravado y salvaje.

Joder, me excitó mucho.

— Date cuenta de lo dulce que eres —dijo, mientras yo le lamía el dedo.

Se lo chupé como si fuera su polla, deslizando la lengua por su longitud y succionándolo con suavidad.

Lo deseaba.

Lo deseaba dentro de mí.

Lo chupé con más fuerza, imaginando que tenía su polla en la boca.

«No te correrás hasta que yo te dé permiso y seré muy poco generoso»

Las palabras que me dijo cuando estábamos en su despacho regresaron a mi mente y reprimí un gemido antes de que escapara de entre mis labios. Iba a ser una noche muy larga.

— He cambiado de opinión —dijo, cuando acabé de lamerle el dedo— Sí que quiero probarlo.

Entonces pegó los labios a los míos y me obligó a abrir la boca.

Sus labios eran brutales, poderosos, exigentes; su única misión era beber de mi sabor.

Joder, si Yoongi seguía por ese camino me iba a dar un ataque.

Se retiró y me levantó la barbilla.

— Mírame.

Lo miré a los ojos por primera vez desde que había entrado en la habitación:

Firmes y verdes.

Se pasó la lengua por los labios y sonrió.

— Cada vez estás más dulce.

Me obligué a seguir mirándolo a los ojos a pesar de las ganas que tenía de dejar resbalar la vista por su pecho y su cuerpo perfecto.

Pero no era yo quien debía decidir si podía disfrutar de eso, así que seguí sosteniéndole la mirada.

Él rompió la conexión:

Se dio media vuelta y se dirigió a la mesa.

Se metió algo en el bolsillo y agaché la cabeza antes de que se volviera hacia mí.

Dio cinco pasos hasta donde yo estaba y entonces todo se tornó oscuro.

— A mi absoluta merced —dijo, con una voz tan suave como la seda del pañuelo que me cubría los ojos.

Me acarició el pecho.

Sus largos dedos se apoderaron de mis pezones y los hizo rodar, tiró de ellos y me los retorció.

«Joder» 

— Había pensado utilizar las pinzas esta noche —me explicó, dándome un pellizco en la punta de un pezón.

«Jodeeer»

Ya habíamos hablado de las pinzas, pero no las había utilizado aún.

Noté cómo me crecía una pequeña burbuja de expectativa en el estómago.

Yoongi me había prometido que me gustarían mucho y que el breve dolor que sentiría merecería la pena cuando experimentara el placer que me provocarían.

— Lo había pensado —prosiguió— pero me he decidido por otra cosa.

Noté cómo deslizaba algo de metal por mi pecho.

Parecía un cortador de pizza, algo dentado.

Lo deslizó alrededor de uno de mis pechos y luego hizo lo mismo con el otro.

La sensación fue increíble.

No se acercó a ninguno de mis pezones.

Sólo fue aproximando la rueda cada vez más hasta que la apartó.

Entonces los artilugios fueron dos, ambos se movían exactamente de la misma forma.

Me provocaba con ellos, pero sin llegar nunca a donde yo más necesitaba el contacto.

Cada vez los acercaba y luego los volvía a alejar.

La siguiente vez se acercaron incluso más y sentí que, si no me tocaba pronto, entraría en combustión espontánea.

Y entonces lo hizo y las ruedas pasaron por encima de mis pezones:

Justo donde necesitaba sentir más alivio.

Me gustó tanto que olvidé dónde estaba y lo que estaba haciendo y gemí de placer.

— Ah~

Yoongi se retiró inmediatamente.

— Maldita sea, Jimin —exclamó, quitándome el pañuelo de los ojos— Lo has hecho dos veces en menos de dos horas. Ahora y antes en mi despacho.

Me tiró tan fuerte del pelo que no tuve más remedio que mirarlo a los ojos.

— Estoy empezando a pensar que no quieres nada de esto.

Se me llenaron los ojos de lágrimas.

Yo quería hacerlo todo perfecto ese fin de semana.

Y, sin embargo, ya la había fastidiado dos veces:

Una vez en su despacho y otra vez en su cuarto de juegos.

Pero lo peor, lo peor de todo, era saber que había decepcionado a Yoongi.

Me quería disculpar.

Quería decirle que lo sentía y que podía hacerlo mejor.

Pero me había dicho que no hablara y lo mejor que podía hacer era obedecer sus órdenes.

— A ver —continuó, mirándome a los ojos— ¿Cuál era el castigo por desobedecer durante una escena?

Él conocía el castigo tan bien como yo.

Probablemente mejor.

Sólo lo estaba alargando para hacerme sudar.

— Ah, sí —dijo, como si acabara de recordarlo— El número de azotes por desobedecer durante una escena es decisión del Dominante.

«Decisión del Dominante. Joder»

¿Qué decidiría?

— Podría azotarte veinte veces —me pasó las manos por el trasero— Pero eso arruinaría el resto de la noche y no creo que ninguno de los dos quiera eso.

Dios, no.

No me iba a azotar veinte veces, ¿verdad?

Bajé la vista y me esforcé todo lo que pude por no mirar el potro.

— Pero ya te he azotado tres veces en mi despacho —reflexionó— y es evidente que no ha servido de nada.

El corazón me latía con fuerza.

Estaba convencido de que Yoongi podía oírlo.

— Ocho —sentenció poco después— Repetiré los tres azotes anteriores y añadiré cinco más —se acercó a mí y susurró:

— La próxima vez sumaré cinco más y te azotaré un total de trece veces. Después serán dieciocho —me estiró del pelo— Créeme, no querrás que te azote dieciocho veces.

Cielos, no, no quería dieciocho azotes.

Ni siquiera quería recibir los ocho que me iba a dar.

Me soltó las muñecas.

La lata de bálsamo se quedó en la mesa, ignorada.

De momento no me iba a hacer nada para aliviar el dolor.

— Al potro, Jimin.

«Joder.»

«Joder. Joder. Joder. Joder. Joder»

Mientras me acercaba al potro, me dije que podía hacerlo.

Los dos podíamos hacerlo.

Aquello no tenía nada que ver con lo que había ocurrido la última vez.

Él ya me había explicado que entonces cometió un error con el descuido que mostró después de castigarme.

Y además esa noche sólo me daría ocho azotes.

Estaba decidido a asegurarme de que no habría ninguno más.

Pero por muy terrible que fuera el recuerdo de la última vez, no fue la amenaza del dolor lo que ralentizó mis pasos, sino lo decepcionado que me sentía conmigo mismo.

Por haberlo desobedecido, pero, sobre todo, al pensar que habían sido mis actos los que lo habían obligado a castigarme el primer fin de semana que volvíamos a jugar.

Durante la primera hora de nuestro primer fin de semana.

Me apoyé boca abajo en la suave hendidura del potro.

Quería que aquello acabara cuanto antes para que pudiéramos centrarnos en actividades más placenteras.

Yoongi no me hizo esperar.

Empezó a azotarme con la mano casi inmediatamente después de que me colocara en posición.

«Calentamiento»

Me fue golpeando el trasero con rápidos azotes a los que imprimió más fuerza que a los azotes eróticos.

— Me decepciona mucho tener que estar haciendo esto tan pronto —dijo.

Sí, eso era lo que más me dolía.

—Te he pedido que contaras los azotes que te he dado en mi despacho —tomó algo que había junto al potro— Pero como te he dicho que no hables, tendré que ser yo quien los cuente esta vez.

El mordisco de la correa de piel se hizo notar en mi trasero.

— Uno —pronunció con voz fuerte y firme.

Volví a notar el impacto.

— Dos.

«Ay»

Cuando me azotó por quinta vez, ya tenía las mejillas cubiertas de silenciosas lágrimas.

Me mordí el labio inferior para evitar quejarme.

— Tres más —susurró, acariciándome la zona en la que me había azotado.

— Seis —dijo tras el siguiente azote.

Me di cuenta de que no me estaba pegando con demasiada fuerza.

Dos más.

Sólo dos más y podríamos seguir adelante.

— Siete.

Y por fin:

— Ocho.

Oí su respiración pesada detrás de mí y parpadeé con fuerza para apartar las lágrimas de mis ojos.

Yoongi dejó la correa y pude oír sus pasos alejándose.

Poco después, volví a notar sus manos frotándome algo frío y húmedo en el trasero.

— ¿Estás bien? —preguntó.

Yo dejé escapar un tembloroso suspiro de alivio.

— Sí, Amo.

Siguió acariciándome mientras hablaba.

— Ya hemos hablado de esto. Odio tener que castigarte, pero no puedo pasar por alto la desobediencia. Ya lo sabes.

Sí que lo sabía.

Y en adelante me esforzaría más.

Se colocó junto al potro y se inclinó hasta que su rostro quedó frente al mío.

Luego me besó una mejilla muy despacio y después la otra.

Cuando sus labios se acercaron a mi boca, se me aceleró el corazón.

Y entonces me besó:

Un beso lento, suave y largo.

Suspiré.

Se retiró y en sus ojos vi un brillo travieso.

— Ven aquí, precioso —me tendió la mano para ayudarme a levantarme— Quiero perderme en el sabor de tu dulce sexo.

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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆

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