˙sɐllıʌɐɹɐɯ sɐl ǝp síɐd lɐ ɹǝʌloΛ :⇂ olnʇídɐƆ
https://youtu.be/yPjlCza7JHI
"Alice's theme de Danny Elfman."
—Muchas gracias, señor Barrow, por esta oportunidad que me otorgó. Desde un principio yo le asegure que le daríamos más que las empresas Ascot, y así fue. Me alegró mucho de qué hayamos logrado esto juntos, como equipo —comencé a decir con una sonrisa, transmitiendo la felicidad que albergaba en mi cuerpo—. Señor, no sabe cuánto le agradezco que haya confiado en mi empresa familiar. En serio, se lo agradezco de todo corazón.
Y, en definitiva, lo hacía. Hubiéramos tardado años en hacernos conocer si no hubiera sido por el hombre que estaba frente a mí. Estábamos totalmente agradecidas mi madre y yo con él.
El hombre era alguien reconocido en el mundo de negocios, por su cuidado y su sabiduría; sabía con quienes firmar contratos para aumentar su fortuna, así que era difícil tener un negocio apoyado por él. Ya que siempre estaba rodeado de gente y de ideas, pero nosotros tuvimos el privilegio de hacer tratos con aquel hombre.
De inmediato, el señor me miró con una gran sonrisa, recordándome que él no era como todos los hombres de esta época; Barrow tenía ciertas características de ellos, pero no las cumplía del todo. Su mentalidad era más abierta qué las demás, y por ello, me agradaba mucho. Además de qué me recordaba a mi padre y un poco al señor Ascot; ambos eran hombres increíbles y maravillosos, al igual que Barrow. Eran hombres a los cuales ignoraban las creencias y lo que decían los demás, por ello, Barrow había aceptado arriesgar toda su riqueza con la empresa de mi madre y mía, haciendo algo que nunca creímos que pasaría. Él aceptó un contrato con nosotros, en dónde, se podría perder una gran suma de dinero o se podría ganar está, y en este caso, se ganó; logrando así, qué esté momento sea una pequeña celebración adelantada.
—Cuando llegaste a mi oficina, yo no deseaba arriesgar mucho, pero cuándo comenzaste a hablar y decir todas tus ideas, observé ese brillo en tus ojos... —comenzó a decir hasta fijar su vista en mí, dándome una leve sonrisa—. Un brillo tan inusual, pero familiar a su vez, que me hizo darme cuenta qué no me iba a arrepentir. Esa seguridad y confianza en ti, no la había visto ni en el caballero más respetado del mundo —confesó provocando que una sonrisa saliera de mis labios—. Definitivamente, tienes mucho que dar a este mundo, Alicia, que nadie te haga creer lo contrario —comentó el señor con una sonrisa para finalizar su discurso.
En ocasiones, solía ver al señor Barrow como mi padre, ya que este solía decir cosas tan lindas y sinceras sobre mí que no me las creía. Estaba acostumbrada qué en este mundo no era respetada una mujer, y me tomaba de sorpresa oír todas esas palabras de un hombre de esta época y de este mundo. Si estuviera en el país de las maravillas, tomaría estás palabras como algo usual, pero no estaba allí desde hace años.
El país de las maravillas. De verdad, extrañaba ese lugar.
El señor Barrow carraspeó atrayendo mi atención, haciéndome sentir patética frente a él.
—¿Disculpé?
—Eres muy lenta —mencionó el señor Barrow con una risa burlona.
La mayoría de las veces eso pasaba entre nosotros; él se reía de mí.
Barrow era un hombre mayor de edad y creo que era el único que me apoyaba en mi "ignorancia al mundo moderno". Aunque dentro de poco alcanzó los treinta, seguía sin entender varios conceptos de esta sociedad, o me negaba a seguirlos, provocando qué todos creyeran qué era una ignorante y el hombre era de mis pocos amigos en este mundo, y no me molestaba su burla en ciertas ocasiones.
—La mayoría me decían que no firmara el contrato con usted, porqué eras una mujer capitana de un barco y estabas soltera. Un total desastre. Pero, pensé que era momento de cambiar un poco las cosas, ¿no crees? —confesó con una sonrisa—. Tú cambiaste el concepto de varias cosas en mi vida, Alicia; eres una mujer maravillosa, nunca lo dudes. —volvió a comentar el hombre dándole un trago a su bebida y parándose de su asiento, comenzando a caminar por su oficina.
Yo sonreí por el halago y tomé un trago de vino sin decir nada más. Era un buen día.
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Llegué a la casa en dónde me estaba quedando y suspiré agotada dirigiéndome a mi habitación. La casa era pequeña como mi antiguo hogar de Londres, pero amaba estar ahí.
Ya cuando estaba en mi habitación, comencé a escribirle una carta a mi madre diciéndole las buenas noticias juntó con un cheque, en el que venía una parte de la que nos tocaba a ambas. No le iba a entregar todo el dinero ahora, por qué no sabía sí lo necesitaría después. Así qué guardé la carta en mi abrigo para mañana entregársela por medio de un trabajador.
Me acerqué a mi peinador para arreglarme el cabello un poco antes de dormir, y al estar ahí, me miré detenidamente. Margaret tenía razón; mi belleza no duraría para siempre. Ya que unas pequeñas arrugas se asomaban a lado de mis ojos, por tanto haber sonreído en lo largo de mi vida, al igual que al lado de mis labios. Y, aunque comenzaba a mirarme mayor, todavía no pasaba por mi mente la idea de casarme y tener una familia para comenzar a vivir como las demás mujeres de mi época, sin tener el privilegio de seguir viajando por todo el mundo como lo tenía ahora. Posiblemente nunca tendría una pareja, pero sí haría lo que tanto deseaba.
Además, ningún hombre de este mundo lograba llamarme la atención como para vivir eternamente con él, así que no me importaba estar sola toda mi vida. En lo personal, prefería estar sola a estar con alguien que no me quería y ni yo a él.
Seguí apreciando mi reflejo recordando a mi hermana y todo lo que había dejado en Londres. Hace años que no había visto a mi hermana y eso me provocaba ansias de contarle todo sobre su esposo. Realmente, Margaret merecía algo mejor, pero temía destrozar a mi hermana con esa noticia.
—Alicia, ¿estás ahí? —escuché a alguien llamarme y me dirigí a la puerta principal para invitarlo a entrar.
Al abrir la puerta, observé a mi compañero de negocios; James Harcout.
—Siempre estaré aquí —contesté con una sonrisa invitándolo a entrar a la casa.
Él me regresó la sonrisa para después adentrarse a la pequeña sala de estar.
James había sido de tanta ayuda en el negocio, brindando unos tips sobre el negocio que utilizaban los Ascot, ayudándonos a ser mejores cada vez más. Era claro que era un buen compañero de negocios.
—Me enteré sobre el contrato —comenzó a decir James—, con esto finalmente los Ascot quebraran.
Sonreí y me senté junto con él en el pequeño sofá de la sala.
—Sí, mi madre tenía razón.
James me miró con una sonrisa y yo tragué saliva nerviosa sin saber qué comentar, provocando qué el silencio reinara entre nosotros, volviéndose el ambiente un poco incómodo. Él estaba inquieto y desesperado, mientras yo esperaba que me dijera lo que tenía que decir, pero al parecer, no quería hacerlo.
—¿A qué venías, James? —pregunté para después sonreír un poco forzada.
El hombre suspiró y cerró los ojos brindándose apoyo o valor para hablar, hasta que finalmente lo hizo.
—¿Quisieras ir a cenar conmigo está noche? —preguntó James y mi sonrisa se desvaneció.
No quería ir con él a cenar, y no era porqué él sea desagradable, sino, porque no quería darle ilusiones.
Hace unos meses me había dado cuenta de los sentimientos de él hacía a mí, pero simplemente yo no le correspondía.
—Estoy muy cansada, James, ¿podría suceder en otro momento? —tragué saliva nerviosa—. Me parece qué sería mejor idea ir cuándo lleguemos a Londres, acompañados de mi madre para celebrar juntos —aclaré con una sonrisa tratando de atrasar está salida.
El hombre me sonrió de forma forzada levantándose del sofá, notándose levemente decepcionado de mis palabras.
—De acuerdo.
Y así, sin más, salió de la casa dejándome a solas en el hogar.
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Ya eran altas horas de la noche y yo me encontraba en mi cama dando vueltas sobre está, tratando de descansar. Después de que James me había dejado sola, me había puesto mi pijama y me dispuse a dormir, pero como cada noche el recuerdo del Sombrerero y mis demás amigos del país de las maravillas se hicieron presentes, provocando que el insomnio me invadiera.
Suspiré y me froté el rostro con cansancio, tratando de recuperar el sueño, pero no lo lograba. Cansada y estresada, volví a cerrar los ojos esperando poder descansar al fin, pero el sonido de algo chocar con mi ventana me puso alerta, y de inmediato me levanté y me asomé en ella para después abrirla y ver al causante de eso.
Tackery Earwicket, estaba en la calle.
La liebre de marzo, al verme, levantó una oreja para después salir corriendo.
—¡Tackery! —grité, pero al ser ignorada por él, salí corriendo a dirección de la puerta principal de la casa para ir detrás de mi amigo.
Al salir, observé al conejo en la distancia y fui corriendo hacia él cuándo este comenzó a brincar. Finalmente, después de años, volvía al país de las maravillas.
En el palacio de los sueños, Mad-ClepGirl (Dianessa)🐧
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