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Capítulo 1-Recuerdos

Jenny se encontraba acostada en su cama, pensativa. Desde tan sólo sus 4 años de edad había visto como sus padres hacían cosas terribles. Lo cierto es que ella no quería ser como ellos.

Drogadictos acosadores, que solo pueden deshacerse de los problemas de su vida golpeando a su hija de 17 años o olvidando por medio de las drogas.

Las cuales, probablemente también vendían....
Exactamente, la cocaína.

Todos los días, después de salir de la universidad, se repetía uno de los dos patrones:
Llegaba a casa, cabizbaja, la limpiaba en un tiempo récord con tal de no encontrarse con sus padres y se encerraba en su habitación por unas dos horas haciendo las tareas.
La otra, mucho menos preferible, era exactamente la misma que la otra solo que con cachetones, puñetazos, o incluso agresiones más íntimas,  entre tareas hogareñas.

Esos patrones, por supuesto dependían de sus padres. De su humor y de cuanto habían tomado.
Jenny los consideraba a los dos unos seres sin cerebro. Pero, lamentablemente solo podía esperar. Esperar a cumplir esos ansiados 18 años e irse de aquella sala de tortura.
No veía el momento de hacerlo.

Ese día, su padre había perdido su puesto de trabajo al ser detectado tomando cocaína por un control de drogas en medio de su jornada habitual.
Su enfado no había tardado en manifestarse por medio de golpes hacia Jenny, quien todavía se recuperaba de la paliza de la semana pasada.

Ahora se encontraba en su cama, con un corte atravesando su ceja y su mejilla y por otro lado varios moratones en los brazos, cuello y piernas. Toda ella dolía. Pero el dolor era su vida...

Otro día mas.

Una rutina normal.

Ella había aprendido a detener emorragias como una verdadera profesional, y a tratar sus moratones como era debido. Todo resultado de práctica .

Con su propio cuerpo.

Sintió un nudo en la garganta.
No podía ser que volviese a empezar a llorar.
Pero, justo antes de que la primera lágrima resbalarse por su mejilla, algo la alertó.
Unos golpes furiosos en la puerta de su habitación. Y su nombre pronunciado por una voz masculina con odio y rabia.
Era el segundo asalto.

-JENNY! ABRE LA PUERTA!-gritó esa voz masculina que hacía caer hasta al chico más duro del barrio.
Jenny, reconociendo la dejadez de su voz, supo que había tomado.

Demasiado.

La puerta sufrió el peso de una fuerte embestida.
Su cuerpo tembló levemente.
Al segundo golpe, la puerta se fue abajo, dejando ver la figura de su padre, un cuerpo esquelético de no ser por su gran barriga.
Y.... En sus manos, lo que parecía ser... Un bate.
Con el corazón en la boca, miró a su padre y, acto seguido, recorrió con la mirada la habitación en busca de salida. Una paliza con un bate pintaba mal, era más de lo que podía soportar.

-Mierda...-musitó Jenny.

-¡Has roto un vaso! ¿Eres gilipollas!? ¿¡Quieres ver lo que se siente al romperse en mil pedazos!?

A la vez que decía esto, el hombre se aproximó en dos zancadas a su hija, y propinó le propinó una cachetada que hizo que su labio se rompiera dolorosamente.

Esta gimió levemente a la vez que, debido a la inercia, volvía la cara a un lado.

Intentó retroceder en un intento de escape pero su padre había pisado uno de sus pies con los suyos.

Realmente se sentía como un antiguo y desgastado  saco de boxeo, el cual estaba a punto de romperse.

Y esta vez no era tan sólo físicamente.

Jenny vió como el báte embestia contra su estómago.  No sintió el impacto pero sí la repentina falta de aire.

Su padre no le dio tiempo a recomponerse, e intentó asestar otro golpe, en la parte superior de la cabeza de Jenny.
Sin embargo, esta interpuso entre su cabeza y el bater su brazo, el cual al recibir el golpe crujió levemente.

Jenny gritó de dolor.

-Ya estoy harto de tus idioteces. ¡DÉJATE HACER ESTÚPIDA!-dijo agarrando los finos y largos cabellos pelirrojos de su hija y llevándola escaleras abajo.

Jenny, impotente, se retorcía a la vez que su espalda chocaba una y otra vez contra los escalones de madera desgastada.

Espantada, se percató de que no sentía su brazo.

Pero lo que de verdad la espanto fue lo que vería  abajo.
Su madre, sosteniendo con una mano uno de los trozos de cristal del vaso y con otra una aguja  que contenía un líquido blanco.

Cocaína.

Adivinando lo que su madre quería hacer, Jenny gritó.

Como nunca antes lo había hecho.

Un grito espantoso, que pedía ayuda a cualquier ser que pudiera estar rondando por los alrededores de aquella maltrecha casa en donde se encontraba.

La mujer que se hacía llamar su madre rió macabramente.
Entonces, apretó con su pulgar la geringuilla dejando caer unas cuantas gotas sobre la cara de la adolescente.

Ella cerró los ojos, esperando lo peor.

- Hemos decidido que es hora de que pruebes el ingrediente... De.... De la felicidad.... JAJAJAJAJ- río su padre inmovilizado a Jenny entre su cuerpo y la encimera.

Jenny gruñó a la vez que susurraba:
-Dejádme en paz por favor...

- Ah, créeme¡ No hay mejor paz que deleitar esto!- gritó su padre con una mirada perdida en sus ojos.

Jeny supo al instante que ese no era el primer chute que sus padres habían tenido en sus manos aquella noche.

Estaban más que drogados.

-¡Enfermos! ¡Soltadme! ¡AYUDA!-gritó desesperada al ver al la geringuilla acercarse a mi piel.

Entre las risas macabras de mis padres, mis gritos de auxilio y el sonido de su corazón desbocado, Jeny se desmayo sintiendo la aguja entrar en su piel.
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Narra Jeny
Desperté en la camilla de un hospital, conectada al varios tubos transparentes y tapada con una sábana blanca.

-Señorita Tanner, por fin despertó...

Una voz femenina resonó en el cuarto.

¿Donde estoy?¿Por que me están llamando por mi apellido?

La voz provenía de una oficial de policía, la cual acababa de entrar por la puerta.

-¿Qué hago aquí? ¿Quién demonios me trajo hasta aquí? ¿ Qué...?- 

- Ya basta. El oficial le explicará pronto. Estará aquí en breve.- La policía me interrumpió, cortante.

Cuando la mujer abandonó la habitación, cerré los ojos y traté de tranquilizarme.

Me dolía la cabeza, únicamente podía pensar en lo que había vivido antes de llegar aquí: mis padres me habían drogado.

¿ Y si ahora me arrestan por culpa de la cocaína...? Tiene sentido, tantos policías no pueden significar nada bueno.

-No... No puede ser... No puedo acabar en prisión... ¡NO!- chillé desesperada.
Oí las puertas abrirse. Trate de recomponerme rápidamente, me erguí en la cama y sequé mis mejillas.

- Señorita Tanner, buenas.

Yo miro al oficial, sin ninguna expresión presente en mi cara.

-Se preguntará como ha llegado aquí...- dice el hombre mirándome fijamente.

-Sí.

- Lamento ser yo el que lo diga, pero sus padres han muerto en un accidente automovilístico hace unos días.- al escuchar la noticia, me sobresalto a la vez que mi garganta se cierra debido al los nervios.- usted tiene legalmente 18 años, no hará falta dejarla a cargo de otros tutores legales.

-¿Yo? T-tengo diecisiete, oficial.

- Señorita, usted cumplió años hace una semana. Lleva sin despertar alrededor de un mes...- el hombre me miró con expresión dura- sus padres le inyectaron algo más que droga.

Las lágrimas se agolparon en mis ojos. Tenía la sensación de haber dormido en un lugar pésimo y despertado en uno peor.

-Gr-gracias oficial... podría saber... ¿cuándo  me dan el alta.... Y donde viviré?- Dije con voz temblorosa.

- Lo único que sé de usted es que usted ha heredado legalmente la casa de sus padres. He de suponer que podrá irse de este hospital en unas semanas. Lamento su pérdida- dijo el hombre a modo de despedida, saliendo de la habitación.
Por mi parte... solo miré a una de las paredes de la habitación del hospital, adormecida físicamente gracias a los anelgesicos y gritando de dolor mentalmente.

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