𝔦. ❝𝒯𝒽𝑒 𝐵𝑒𝑔𝒾𝓃𝓃𝒾𝓃𝑔 𝑜𝒻 𝒯𝒽𝑒 𝐸𝓃𝒹❞
Era una mañana de un día sábado normal en la casa de los Roberts. El sol se elevaba en las mismas casas a la misma hora, en el mismo lugar. Los rayos del sol se colaban por las gruesas cortinas de un chico de 16 años el cual se removía incómodo en su cama, arrugando las sábanas debajo de él y abrazando una almohada como si su vida dependiera de eso. Hubiera seguido en su profundo e incómodo sueño de no ser por su madre que lo llamaba desde abajo.
– ¡Damian, levántate ya! ¡Es tarde y tenemos que salir! –
Damian se despertó sobresaltado, empapado de sudor y jadeando, el mozo miró alrededor dándose cuenta que estaba en su dormitorio. Trató de recordar qué era lo que estaba soñando para haberse despertado así, pero lo único que logró fue que lo envolviera un incómodo dolor de cabeza. Su madre, como la mujer paciente que dice ser, volvió a llamarlo desde abajo.
– ¡¿Ya te levantaste Damian?! ¡Arriba! –
– ¡Voy mamá! ¡Me acabo de despertar mujer, dame un respiro! –gritó el adolescente con la voz ronca -debido a estar recién levantado- para que su madre logrará oírlo.
– ¡Pues más te vale apurarte, Damian! ¡Date prisa! – el joven azabache se dio la vuelta tanteando para encontrar sus lentes, hasta que finalmente, su búsqueda dio resultado. Se volvió a tumbar boca arriba en su cama y se quedó viendo fijamente el techo, como si fuera un perro en medio de una escuela llena de niñatos mirones. Después de unos minutos de especular sobre todo y nada, el muchacho se paró de la cama cual resorte. Pudo sentir el frio a través de sus pies descalzos y, con unos pequeños golpes en su delgado rostro, logró despabilarse. Se encamino al baño en donde se dio una ducha rápida, vistió y peinó.
Una vez arreglado salió de su cuarto y bajó las escaleras pasando el comedor para poder entrar a la cocina. En la mesa pudo ver sentados a Leo, su hermano menor de 8 años, a menudo Damian decía que Leo era como una bomba por lo alborotador que era; y a Daniel, su padrastro desde hacía 3 años, después de que su padre biológico se fuera de casa Damian vio a su mamá algo decaída hasta la llegada de Daniel, por lo que aceptó su presencia rápidamente.
–Buenos días Damian ¿cómo amaneciste? –preguntó Daniel con su característica sonrisa.
–Buen día, Dani. Amanecí bien, supongo– respondió el joven con una pequeña sonrisa en su pálido rostro, después se acercó al pequeño pecoso y le dio un beso en la mejilla. El pequeño Leo y Damian eran muy unidos. Desde que el, ahora adolescente, tenía 6 años le pedía a su madre y padre -en ese momento el biológico- un hermano pequeño por lo que cuando llegó Leo a su vida lo protegió de todo y todos. Tenían un gran apego, Leo sabía que siempre podía contar con Damian en lo que sea.
Damian y Leo no se parecían en nada, por un lado, Leo era un chico extrovertido, alegre y muy imaginativo. Tenía la piel ligeramente bronceada con bastantes pecas dispersas en su joven cuerpo, unos brillantes y soñadores ojos color miel -como los de Alice, su madre-, cabello castaño claro de textura increíblemente suave y sedosa, casi como el de un muñeco, y sus dientes estaban un poco chuecos, por alguna razón Leo era flaco y algo bajo para su edad.
Por otro lado, Damian era un chico de rostro delgado, cabello rizado un poco más arriba de sus hombros y de un color increíblemente oscuro, casi como la noche; tenía unas visibles ojeras debajo de sus grandes ojos grises; sus dientes estaban todos en orden, pero aún tenía algunas muelas de leche, lo que lo extrañaba por completo; su pálido rostro estaba regado por pequeñas y apenas visibles pecas y por algunos granos, causa de la adolescencia. Él era un adolescente muy reservado con la gente desconocida, cuando una persona gana la confianza del chico puede comprobar que es alguien muy ocurrente.
Damian entró lentamente a la cocina cuando su madre estaba vertiendo la masa de panqueques en el sartén.
–Buenos días, hijo– dijo la mayor con una tierna sonrisa plasmada en su cansado rostro, consecuencia de todos los años de estrés y preocupaciones.
– ¿Te ayudo en algo, mamá? – preguntó el adolescente con una sonrisa juguetona y la espátula en la mano derecha, como un pirata a punto de batirse en duelo.
–Claro hijo, solo ayúdame a servir las cosas. – la mayor le dio una sonrisa divertida a su hijo y le quito la espátula de la mano. Con un tierno puchero el muchacho sacó los platos y lo necesario para poder servir el desayuno. A Damian le gustaba ayudar a su madre en todo lo que podía a pesar de que ella insistía en que no la necesitaba. El adolescente sabía que, aunque su madre lo negara, era una mujer con mucho estrés.
El joven de pálida tez puso sobre la mesa el desayuno que su madre había preparado, Daniel y Leo agradecieron mientras esperaban a que el chico y la adulta se sentaran. Después de que el azabache llevara la jarra con algo de agua a la mesa, se sentaron e iniciaron a consumir lo antes preparado por Alice y Damian.
Todos tenían -al menos- un panqueque, tocino y un huevo en su plato -a excepción de Damian quien no comía nada de huevo, su sabor le desagradaba por completo-. Leo tenía un juego de naranja en su vaso de plástico con pequeñas estampas de lunas, su huevo y tocino estaban acomodados de una forma que la yema de huevo fuera un ojo y el tocino una ceja, la salsa Kétchup vertida para complementar esa "obra de arte" -en palabras del mismo Leo-, su panqueque bañado en miel maple y mantequilla, a menudo Damian pensaba en su hermano como un pozo sin fondo ya que nada lograba satisfacer su joven estómago por completo, si así era en ese momento, Damian no quería ni imaginarse la cantidad de comida que consumirá en el futuro; por otro lado, Daniel tenía en su plato dos huevos y un tocino sorprendentemente acomodados y un panqueque con mermelada en un plato aparte, para Damian, era gracioso ver como Daniel siempre separaba la yema de huevo con su cuchillo para comerse la clara y como, al final, siempre se comía la yema completa; era algo extraño y gracioso; Alice, al contrario de los varones antes mencionados, tenía un desayuno más simple en su plato, sencillamente tenía un huevo y un poco de tocino -más crujiente que el de los demás-, y una taza de café con leche; por último, Damian tenía solo un panqueque con miel y mantequilla en su plato, y un poco de jugo de naranja vertido en su vaso de cristal. El adolescente nunca tuvo un gran apetito, fácilmente podría estar sin comer todo un día y al siguiente a penas notar un pequeño cambio en su estado.
–Bueno, ¿quién me acompañará al trabajo hoy? –Preguntó la madre del adolescente y el niño, mirando a los dos menores intensamente.
–Mamá, yo pensaba quedarme en la casa. Quería seguir pintando o algo así. – Respondió el adolescente, viendo cautelosamente a la mayor de la familia, esperando una reacción de su parte, grande fue su alivio cuando vio a su madre asintiendo lentamente con una pequeña sonrisa en su rostro.
–Ya veo, ¿y tú, Leo? –
– ¡Si! ¡Ir con mami! ¡¡Hurra!! – Festejó el menor haciendo un baile extraño provocando una gran carcajada en los dos varones y una risita en la única mujer presente.
–Si cariño, irás con mami –dijo la fémina mirando a su hijo menor con una dulce sonrisa en el rostro – ¿y tú, Dani? ¿Trabajaras en casa o nos acompañarás a la oficina? –
–Creo que hoy te acompañaré amor, terminé ayer por la noche mi presentación y quería ayudarte en lo que pueda hoy. –La matriarca de la familia Roberts miró a su esposo con ternura mientras un ligero sonrojo se esparcía por sus pómulos y asintió en modo de agradecimiento. El varón mayor se acercó y besó castamente los rosados labios de la fémina provocando que el sonrojo de esta se intensificara y soltara una pequeña risa nerviosa, a su vez, el menor hacia muecas de asco fingiendo arcadas mientras que el adolescente volteaba la mirada, claramente incómodo.
–Perfecto, gracias, Dani. –dijo la pelinegra con una sonrisa en el rostro, avergonzada. Un silencio se instaló en el comedor de la familia Roberts, en ese silencio Damian cerró los ojos, pudiendo así, escuchar los sonidos de su alrededor: Pudo escuchar como su hermano balanceaba las piernas en su respectivo asiento haciendo que su silla de madera rechine ligeramente ante las suaves sacudidas a las que el niño la sometía; escuchó su propia respiración uniforme, calmada y tranquila; podía sentir cada vez que inhalaba por su nariz, ensanchando sus orificios nasales, y cada vez que exhalaba por la boca ligeramente curveada en una sonrisa.– ¿Seguro que no quieres acompañarnos, Damian? –la mujer volvió a preguntar, preocupada de que el adolescente se quedara tanto tiempo solo en casa.
–Sí, estoy totalmente seguro mamá. No tienes que preocuparte por mí, cualquier cosa puedo hablarte, además, voy a estar todo el tiempo en casa. –dijo el adolescente con una ligera sonrisa en su pálido rostro.
–Bien hijo, recuerda no hacer tonterías por favor. –dijo la ojimiel con ternura mientras se paraba y le daba un beso en la frente a sus dos hijos.
–Ni que fuera a quemar la casa mamá. –dijo el azabache en tono de queja, ante esto, una ligera risa escapó de los finos labios de la matriarca Roberts mientras empezaba a levantar los platos sucios. Damian al notar eso se paró y ayudó a su madre a recoger los platos y limpiar la mesa. Mientras tanto, Daniel intentaba responder de la mejor manera posible al joven pecoso quien hacia todo tipo de preguntas irrelevantes, entre ellas están: "¿Por qué brilla el Sol?" "¿Por qué la Luna no se cae?" "¿Por qué las estrellas son tan pequeñas?" "¿Nos quieres?" "¿Qué tanto?". Y seguían y seguían.
Cuando Damian y Alice terminaron de recoger y lavar, Daniel se levantó de su silla con su típica sonrisa adornando su faz.
–Bueno familia, –empezó a hablar el varón mayor de los Roberts– creo que es hora de alistarnos para irnos. –Damian, que se esperaba una charla motivacional o algo parecido, vio con ojos entrecerrados al mayor mientras un suspiro de decepción escapaba de sus labios.
–Tienes razón amor, Leo ve a cepillarte los dientes y a ponerte zapatos. –
– ¡Sí, mamá! –dijo el menor con emoción para, acto seguido, salir corriendo al baño a la velocidad de una bala.
–Bien, creo que haremos lo mismo. Espéranos aquí Damian, quiero despedirme de ti antes de salir. –Alice se encaminó junto a su esposo al baño para poder cepillarse los dientes y ponerse el calzado adecuado para salir. Mientras tanto el adolescente de negra cabellera lanzó un suspiro y fue a sentarse a uno de los sillones de la sala -la cual quedaba justo enfrente del comedor-, con aburrimiento alzó la mirada al blanco techo sobre su cabeza. Enfocando su vista, pudo notar como había pequeñas grietas en 2 esquinas, vio bastantes telarañas en las uniones de la pared y el techo así que, con asco, bajó la mirada a sus piernas y cerró fuertemente los ojos mientras algunos escalofríos recorrían su joven cuerpo. Detestaba las arañas.
Sacudiendo la cabeza inició a regañarse a sí mismo por su comportamiento tan infantil, ya no era un niño asustadizo... ¿o sí? No, Damian había cambiado mucho después de las primeras y constantes burlas hacia su persona en el colegio. Traicionado por su propia mente, el joven azabache volvió a esa etapa de su vida en la que aún era un crío débil, pudo visualizar a su pequeña versión de 7 años en la escuela, siendo señalado por todos, logró ver el momento donde le ponían esos desagradables sobrenombres que se quedarían grabados en su mente, como si fuera metal ardiendo en su piel.
Con la cabeza gacha y el ceño fruncido, Damian empezó a jugar con sus dedos en un intento de dispersar esos pensamientos hasta que la voz de su madre lo hizo reaccionar. Alzando la cabeza vio a su familia frente a él con sonrisas adornando sus rostros.
–Ya nos vamos querido, te amo. –
–Yo a ti mamá, te quiero. Recuerda cuidarte por favor. –
–Eso te lo debería de decir yo cariño. –la matriarca Roberts le dedicó una suave -pero brillante- sonrisa a su hijo mayor a la vez que se separaba del abrazo.
–Claro, má. –una risa escapo de los labios del adolescente– Te cuidas mocoso. –el azabache revolvió los cabellos castaños de su joven hermano provocando quejas y muecas graciosas de parte del pecoso.
– ¡Adiós, Damian! –respondió el menor de los Roberts con una brillante sonrisa iluminando su rostro. El adolescente le devolvió la sonrisa al menor, acto seguido, envolvió en un corto abrazo al patriarca Roberts.
–Te cuidas, Dani. –
–Igual Damian, no quemes la casa por favor. –
–Hasta más tarde, hijo. –Alice se despidió de su hijo con un movimiento de mano, acción que copiaron Leo y Dani, para desaparecer por el umbral de la puerta.
"Bien, ahora estoy solo..." Un suspiro cansado escapó de los labios del adolescente. "Supongo que iré a pintar un rato..." El azabache se encaminó a su cuarto, una vez en su cuarto se dispuso a sacar algunas brochas y pinceles, un lienzo, pinturas al óleo, aceites y diluyentes, agua y el soporte para el lienzo. Silencio el celular para no ser molestado y se cambió a una ropa vieja para no preocuparse por ensuciar. Agarró una brocha mientras le daba al lienzo una mirada calculadora, embarró un poco de pintura negra en la brocha que sujetaba su mano derecha y dejó que su mano hiciera todo el trabajo, dejando la mente en blanco y respirando profundamente el delicioso aroma a pintura.
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Damian miró su lienzo -ahora manchado en pintura- con orgullo, pudo ver como su esfuerzo había daba frutos en una obra de oscuros colores; la forma era la de un perro negro, una chica y un chico juntos sobre un cerro viendo a la luna brillar tan resplandeciente como siempre, como un farol en el cielo nocturno. El mozo sonrió y sacó la pintura a su balcón para dejarla secar, lanzo un suspiro de satisfacción mientras veía el cielo; estaba nublado y empezaba a oler a humedad, clara señal que llovería en un rato pudo ver como los colores del cielo eran más oscuros que cuando comenzó a pintar por lo que asumió que era mucho más tarde que antes "¿¡Qué!?" Alarmado, Damian corrió hacia su celular para revisar la hora, las 5:30 p.m., con urgencia, el azabache desbloqueo el aparato y empezó a buscar el contacto de su madre; 10 llamadas perdidas. "Me matará..." Con pesar, Damian presionó el contacto, llamándola, los irritantes sonidos que indican cuando el teléfono de la otra persona está sonando empezaron... una...dos...tres veces hasta que sonó la voz de su madre por la bocina del celular.
– ¿Hola? –
–Hola, mamá– soltó el adolescente nervioso a la reacción de su madre.
– ¡Damian Roberts! ¿¡Acaso sabes la cantidad de veces que he intentado marcarte y me manda al buzón!? ¿¡Sabes lo preocupada que estaba!? –el joven tuvo que separar el celular de su oído debido a los gritos de su madre.
–Sí, perdón mamá; estaba pintando y silencié mi celular. –explicó el adolescente con la esperanza de no recibir un castigo.
–Hablaremos esta noche jovencito. –dijo la mayor con un tono severo para dar por finalizada la llamada. Damian soltó todo el aire que no sabía que estaba reteniendo en algo de alivio Tal vez, cuando llegue no recuerde regañarme. Pensó el chico con preocupación y una sonrisa nerviosa. Con un suspiro recordó que estaba sucio debido a la pintura por lo que rápidamente entró al baño con el fin de darse una ducha.
Cuando al fin terminó de bañarse, decidió salir un poco. Saliendo de su hogar, Damian sintió como la brisa fresca de la calle golpeaba su pálido rostro y escuchó como movía las hojas que caían en su jardín. La calle de los Roberts siempre fue muy tranquila, no se escuchaba los sonidos de personas desesperadas en sus autos para llegar a sus trabajos, tampoco se escuchaba el típico bullicio de la ciudad, simplemente, podías escuchar al viento soplar y mover las hojas, los árboles; podías escuchar el cantar de las aves y a las pocas familias que vivían cerca si prestabas la suficiente atención; respirando profundamente, el adolescente se encaminó a la tienda más cercana -a dos cuadras de su hogar-. Cuando el adolescente llegó pudo ver a una pareja joven, una familia -los dos padres y tres niños menores que él-, un anciano y un chico de su edad que se veía muy enfermo. Con una mueca, Damian fue por un par de refrescos y tres bolsas grandes de frituras antes de pagar e irse a su casa.
Llegando a su casa con las bolsas en sus manos, dejó las llaves sobre la mesa del comedor y entro a la cocina a guardar/esconder su comida, después, el adolescente se hizo algo sencillo de comer.
No pasó mucho antes de que sus padres y Leo llegaran a la casa, recordando su última plática con su madre, el azabache fue a recibirlos con una sonrisa nerviosa.
–Hola a todos. –
– ¡Dami! –el menor se arrojó a los brazos de su hermano mayor con una sonrisa emocionada en el rostro. – ¡Mamá me compró un chocolate! –Damian se fijó en el rostro de su hermano y pudo ver cómo, desde los labios hasta la barbilla, el niño estaba lleno de este dulce.
–Ya lo noté –respondió el adolescente con una sonrisa divertida instalada en su rostro. –Hola, mamá– saludó el joven, rezando en sus adentros para que su madre no recordara su última plática.
–Hola, hijo. –la matriarca Roberts saludó a su hijo con una sonrisa cariñosa en el rostro y rodeó sus brazos en un amoroso abrazo. Damian correspondió la muestra de afecto con una sonrisa de alivio, festejando internamente por lograr evitar el regaño.
–Hola, mocoso. –habló el patriarca Roberts una vez que su esposa y su hijastro se separaron del abrazo.
–Hola mamá, Dani. –Cuando los Roberts terminaron de saludarse, Dani, Leo y Alice fueron a cambiarse a una ropa más cómoda para poder relajarse. La familia se juntó en el cuarto de los mayores e iniciaron a ver una película. Todo lo que parecía ser una noche en familia perfecta se desmoronó rápidamente cuando el timbre de la casa sonó en medio de la película. ¿Quién se hubiera imaginado que esa misma noche un tipo con un hacha se presentaría en su puerta con una sonrisa sádica en su rostro?
Bienvenidos al inicio del fin.
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