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Capítulo 8

Ismeina y Adelaida aumentaron el paso cuando algunos guardias las avistaron y, al no recibir respuestas, comenzaron a seguirlas. Finalmente, lograron salir del castillo y atravesaron la muralla hasta llegar al primer pueblo. Esperaron a que el príncipe las alcanzara y siguieron evitando a los guardias que se dedicaban a evacuar. Ismeina no estaba del todo segura del plan, pero aun así prometió al príncipe que protegería a Adelaida. Al ver que alguien sospechoso se acercaba, no dudó en ocultarla, ya que los cuernos redondos que se posaban en cada lado de la cabeza de ella, aunque cubiertos por la capucha, sobresalían cuando movía la cabeza.

—¿No puedes ocultarlos? —preguntó Ismeina, al tener que volver a jalarle la capucha.

—Lo intento, pero aún no puedo recordar del todo mis poderes y me es complicado cambiar a una forma más humana.

—Esto es perfecto. El príncipe ha realizado un contrato con un demonio que tiene amnesia.

—Este demonio con amnesia es su mejor arma en este momento —contestó Adelaida y se señaló a sí misma.

Ismeina la ignoró y volvió a jalarle la capucha para cubrirla. Los guardias comenzaron a regresar con muchos heridos. Algunas carretas tienen un fuerte olor a sangre, Ismeina cubrió su nariz porque la falta de alimento comenzaba a hacerse evidente.

—Me has insultado por mi falta de memoria y tú ni siquiera te has alimentado antes de salir a una batalla —exclamó Adelaida con burla.

—No me he olvidado, yo no soy del todo normal y de lo que me alimento no se encuentra en este reino.

—Parece que somos dos clases de seres muy diferentes al resto.

Ismeina no le contestó, ya que su argumento parecía cierto. El temblor volvió a sentirse y a unos metros un hombre con armadura dañada comenzó a acercarse, pidiendo ayuda a gritos. Pero antes de poder llegar, fue decapitado al instante. Tanto ellas como las demás personas a su alrededor se quedaron desconcertadas al ver cómo la sangre salía en chorro del cuerpo del hombre y, cuando cayó al suelo, vieron a una mujer que sostenía una gran guadaña de filo amenazante. Se llevó a los labios la sangre que había quedado manchada en la guadaña y con su lengua la lamió.

—Miren nada más, los ratones queriendo huir del gato —lo dijo de forma amenazante, haciendo que los inocentes temblaran de miedo. Giró su guadaña y comenzó a acercarse a pasos lentos. Los guardias formaron una fila alrededor de los pueblerinos que aún no lograban entrar. Uno de ellos dio la orden y con espadas en mano se lanzaron a atacar, pero al quedar a una distancia poco cercana a ella, sintieron la energía demoniaca de ese ser. El miedo los invadió y solo unos pocos pudieron mantener el control de sus emociones. Algunos soltaron sus espadas y fueron los que recibieron una muerte rápida.

Ismeina no logró moverse. Era la primera vez que su cuerpo se quedaba inmóvil por el miedo. Vio cómo ese demonio decapitaba y atravesaba con su guadaña a los caballeros. Sabía que debía correr. Ahora la idea del príncipe le sonaba absurda. Ese demonio emanaba una energía que no era de este mundo terrenal. Comenzó a retroceder y al buscar la mano de Adelaida, no la encontró, ya que vio cómo esta pasaba a su lado.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó con voz temblorosa.

—Espera al príncipe, yo me encargaré de ella —contestó Adelaida con voz serena y se alejó de Ismeina.

Los caballeros caían como insectos, la sangre se esparcía por la tierra y salpicaba por todos lados mientras el demonio reía y danzaba por el lugar. Se detuvo al ver cómo los pueblerinos comenzaban a gritar. Volvió a girar su guadaña y de un movimiento rápido se acercó a ellos, preparándose para lanzar un golpe que le abriría paso al castillo. Pero antes de poder hacerlo, su guadaña fue detenida por Adelaida.

—No te dejaré hacerlo, Xalome.

—Tú —Xalome dio un brinco hacia atrás y finalmente pudo visualizar a Adelaida cuando esta se quitó la capucha.

—Venir a asesinar personas inocentes es muy bajo para ti, Xalome. ¿Acaso ya no hay decencia en tu pútrida alma?

—Maldita traidora, deberías estar muerta.

—Yo debería decir lo mismo. Atravesé tu cráneo con una de mis dagas.

—Solo hiciste que perdiera el ojo y me volviste una humillación para todos los jinetes —exclamó Xalome con enojo y apartó su cabello del ojo derecho, que estaba cubierto por un parche de color negro con incrustaciones de plata.

—Debí enterrarlo más profundo. Así hubiera terminado con tu miseria y evitado todo este berrinche.

—¿Crees que una herida así me detendría? —Xalome apretó el mango de la guadaña y comenzó a girarla para volver a atacar—. Tu traición no solo me desfiguró, sino que me convirtió en una paria. ¡Pero he vuelto más fuerte y sedienta de venganza!

Adelaida tomó una de las espadas del suelo y se posicionó para defenderse.

Ismeina aprovechó la oportunidad y salió del escondite para hacer que los guardias siguieran metiendo a los pueblerinos, ya que la energía que irradiaban ambas chicas había marchitado cada flor que se encontraba cerca de ellas.

—Terminaré de una vez con la persona que nos traicionó hace doscientos años y cuando lleve tu cabeza a los jinetes, al fin seré recibida como una de ellos.

—Los jinetes —la inquietud en su voz la hizo bajar por un momento la espada —jamás creí volver a oír de ellos.

—A pesar de que nos traicionaste ante los guardianes, no pudiste sepultarnos a todos. Esta vez yo seré la que atraviese tu cabeza —con esas últimas palabras Xalome se lanzó a atacar a Adelaida. Pero ante la distracción de la pelea, pocos notaron al gran demonio rojo acercarse con una gran roca que en un parpadeo lanzó a las torres del castillo. Adelaida fue atravesada por la guadaña, pero no fue un error de pelea, sino porque su cuerpo sintió que Adalbert había sido herido y no pudo reaccionar a tiempo.

—Parece que solo han sido palabras falsas las que has mencionado —exclamó Xalome con burla mientras enterraba más su guadaña en el estómago de Adelaida.

—Te equivocas, esta vez descuartizaré cada parte de tu cuerpo.

Adelaida soltó la espada para agarrar el filo de la guadaña con ambas manos. Comenzó a sacarla de su cuerpo y aunque Xalome aplicaba fuerza para detenerla, Adelaida logró apartarla y patear a Xalome con la suficiente fuerza para hacerla caer en una de las pequeñas casas.

—¡Ismeina! —gritó Adelaida. Ismeina logró oírla y se volvió—. Regresa y busca a Adalbert, algo está mal.

Ismeina no replicó, simplemente asintió y regresó por la salida que el príncipe les había indicado. Adelaida tocó su herida al recoger la espada. Vio el líquido negro salir de su cuerpo cuando se agachó, maldijo y cuando vio a Xalome salir de los escombros, trató de concentrarse para pelear. Saber que Adalbert estaba herido provocó en ella debilidad y no era el mejor momento para demostrarlo.

Xalome volvió a atacar. Nuevamente fue detenida por la espada de Adelaida. Varios destellos se cruzaron al chocar. Adelaida se defendió, pero su cuerpo aún sentía las heridas que había recibido. Aun así, daba pelea a Xalome mientras evacuaban. Los caballeros terminaron de meter a los últimos pueblerinos. Las runas de protección se activaron dentro de las murallas y aunque el demonio rojo volvió a lanzar rocas, esta vez no logró dañar a nadie.

—Eso no me detendrá. He combatido miles de guerras y esas runas no terminarán conmigo.

—Tienes razón. Yo seré la que termine contigo.

Adelaida tomó otra espada y logró rasguñar el rostro de Xalome. Se apartó para mirar su herida. Esta se había recuperado un poco, pero aún sentía otras heridas en su cuerpo que no habían sanado en absoluto.

—¿Qué te tiene distraída, Adelaida?

—Eso no te incumbe Xalome. Deberías preocuparte por tu vida, ya que esto para mí solo es un entrenamiento —dijo Adelaida, con ojos llenos de determinación y desdén.

Xalome apartó la armadura que le cubría el centro del pecho, dejando una runa oscura, que era un círculo con líneas entrelazadas que irradiaban un poder siniestro.

—Este símbolo me lo han otorgado los desterrados para terminar con la reina y el rey de Ōkami. Mi demonio ya se ha encargado de uno de ellos.

—¿Crees que la reina se rendirá tan fácil? Los desterrados deben de ser unos idiotas al mandar a una de las más inútiles de sus soldados —respondió Adelaida, con una sonrisa irónica.

Con un grito de furia, Xalome lanzó una de sus dagas hacia Adelaida y volvió a atacarla con su guadaña. Adelaida bloqueó el ataque, pero el impacto la hizo retroceder. Xalome giró su guadaña con destreza, provocando varios cortes en el cuerpo de Adelaida, quien se defendió con su espada para apartarse y tratar de recuperarse.

—Dime algo, Adelaida. ¿Por qué defiendes este reino? ¿Acaso los guardianes te ofrecieron un trato después de traicionarnos?

—No te incumbe —replicó Adelaida, con voz gélida.

—O tal vez tienes un trato con alguno de ellos —insinuó Xalome, sonriendo de forma maliciosa.

Adelaida no respondió y Xalome sonrió aún más al ver que su silencio confirmaba sus sospechas.

—Vaya, la gran Adelaida hizo un trato con la realeza. Sé que los reyes no aceptarían los servicios de un demonio, pero he oído que el príncipe es un rebelde. Dime, Adelaida, ¿te has atado al príncipe de Ōkami?

La mirad de Adelaida se endureció al darse cuenta de que Xalome había acertado. La euforia en el rostro de Xalome era evidente.

—Es por eso que tus movimientos se han vuelto lentos. Tu príncipe ha salido herido en la pelea. Entonces, si te asesino, le daré muerte al heredero de Ōkami.

Adelaida se lanzó hacia Xalome con la espada, enfurecida por la amenaza. A pesar de sus heridas, sintió una picazón en las manos y, en un pestañeo, estas se encendieron envolviéndolas en un fuego rojizo. Con un movimiento rápido, Adelaida tocó el pecho de Xalome y la disparó con el fuego que la envolvía. Xalome gritó del dolor al sentir su cuerpo arder, atravesando varias casas antes de detenerse.

—¡Demonio, ataca! —ordenó Xalome, con voz llena de desesperación.

El demonio avanzó hacia Adelaida, pero antes de que pueda atacar, Adelaida llenó su cuerpo de llamas rojizas y, al sentir al demonio cerca, expulsó el fuego de su cuerpo, vaporizándolo en un instante. Xalome miró con horror cómo su demonio se convertía en cenizas.

—Esto no ha terminado, Adelaida —gruño Xalome.

—Esto ya ha terminado, Xalome. Los desterrados nos han usado por siglos. Jamás nos otorgarán la libertad que nos prometieron. Es por eso que los abandoné y no me arrepiento de traicionarlos.

—¡Eres una traidora! La sexta jinete te entregó su confianza. ¡Yo te la entregué y no te importó! —lágrimas de rabia bajaban por las mejillas de Xalome—. Fui humillada por los jinetes y desterrada al infierno, donde mi propio padre me usó como juguete para sus peores torturas. Pero ahora poseo un poder que me ha sido obsequiado. Terminaré contigo y este reino de porquería.

Xalome tomó una de sus dagas y, antes de que Adelaida pudiera detenerla, se la clavó en el centro de la marca. Un líquido negro brotó de su cuerpo y comenzó a rodearla.

—¡Mis amos, entrego mi cuerpo para que cumplan su cometido! ¡Solo les pido mi lugar con los jinetes! —gritó Xalome. Unas nubes negras se formaron arriba de ella. Un rayo cayó sobre su cuerpo, y con eso, su transformación comenzó, terminando con la poca conciencia de Xalome, dando paso a un ser completamente corrompido y con ansias de llenar sus manos de sangre inocente.

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Ismeina miró cómo los últimos pueblerinos entraban a las murallas. Las runas terminaron por activarse y rodearon el lugar. Sintió alivio y siguió su camino. Al fin logró entrar al castillo. Su avance era lento, ya que había miles de personas dentro del palacio. El olor a sangre inundaba el aire, pero uno en especial lo reconoció.

Corrió y empujó a varias personas. —¡Muévanse! —grito, pues el olor a sangre era demasiado. Se detuvo cuando un guardia la detuvo de golpe. Miró como llevaban a la reina Arlet y al príncipe en una camilla, ambos inconscientes y sangrando. Ismeina explicó que podía ayudar; aun así, el guardia no la dejó pasar. Ismeina usó su fuerza para empujarlo y lograr pasar. Quedó a los pies de Adalbert cuando fue nuevamente detenida.

—¡Príncipe, no se rinda! ¡Adelaida está peleando con aquel demonio! Si usted muere, no podrá ganar —gritó Ismeina.

Adalbert aún tenía pulso, pero este descendía poco a poco, provocando que Adelaida no pudiera recuperarse y tuviera que usar su último recurso al ver cómo Xalome se revelaba al terminar su transformación. 

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