Capítulo 6
Los calabozos se encuentran en la parte más baja del castillo; al ser un lugar bendito, debe mantenerse oculto para que no sea destruido. Adelaida siente su cuerpo pesado, pero se sorprende al no sentir más que eso. A su alrededor ve a otros prisioneros retorcerse de dolor o gritar para ser liberados. Observa su cuerpo y no nota quemaduras ni salpullido. Incluso los guardias que la han llevado parecen tener dudas al encerrarla en aquel cuarto de piedra con runas benditas. La puerta es de metal con incrustaciones de plata y una pequeña rejilla que da a los otros prisioneros. Adelaida siente las cadenas aflojarse, comienza a moverse y estas se deslizan por su cuerpo. La rejilla se abre, un vaso de agua con pan pasa por ahí y se cierra.
—¡Necesito un baño! —grita Adelaida, ya que llevar encima esa masa negra seca en todo el cuerpo no es nada cómodo. Solo le han proporcionado una camisa que apenas cubre lo esencial, junto con un pantalón roto. Termina por sentarse en una de las esquinas. Toma el vaso de agua y pan, pero apenas prueba este último y siente el sabor agrio en la lengua. Lo escupe y trata de limpiar el sabor con el agua.
—¡Malditos! —vuelve a gritar al descubrir que el pan ya está en descomposición. Lo avienta a la puerta y cae de rodillas, se recuesta en el suelo y lleva sus rodillas al pecho para tener un poco de calor en ese lugar desolado.
La paz no dura, apenas cierra los ojos y un temblor sacude el sitio. Adelaida oye las paredes quebrarse, pero sabe que el lugar no caerá, ya que está bendecido. Oye los gritos de algunos presos y ve por la rejilla a los guardias retirarse del sitio para ocuparse de lo que esté sucediendo arriba. Adelaida trata de convocar sus poderes, pero al no terminar el contrato con el príncipe, estos permanecen dormidos. Muerde uno de sus dedos para formar uno de los símbolos satánicos, pero este comienza a desintegrarse en un segundo.
Adelaida se siente inútil y trata de recordar algún otro hechizo, pero solo siente el vacío en su memoria. No mentía al decir que no tenía recuerdos; era la verdad. Al ser despertada, no reconocía nada a su alrededor, solo su nombre y algunos de sus poderes. Tal vez por eso se aferró a hacer un contrato con la persona que la había convocado. Se sintió estúpida; ni siquiera había puesto sus condiciones, solo iba a aceptar lo que el chico le pidiera. ¿Qué clase de demonio hace eso? Se lleva la mano al pecho, siente sus latidos y vuelve a recordar aquel sentimiento al sentir los labios del príncipe. Ese beso no era normal. Sonríe y desea volver a sentirlos antes de ser ejecutada.
Oye unos pasos acercarse, se incorpora y toma la cadena que aún permanece ahí. La enreda en su brazo y toma el otro extremo para golpear a la persona que parece estar revisando las otras jaulas. Cuando oye que se cierra la de su lado derecho, se posiciona y, cuando su puerta se abre, lanza la cadena que se entierra en un costado de la puerta. Se impulsa para caer sobre el enemigo y lo logra. Ambos ruedan por el piso antes de que el sujeto pueda reaccionar. Adelaida queda sobre él y lanza su puño para golpearlo en el rostro, pero es detenido por la mano del sujeto.
—¡Príncipe! —oye una voz detrás de ella y, cuando la tierra se dispersa, al fin logra ver aquellos ojos color esmeralda que le hicieron cambiar su puño a entrelazar la mano con Adalbert, quien solo sonríe y corresponde al gesto de Adelaida.
—Hola, Adelaida.
—Adalbert —contesta y no puede contener aquel sentimiento que se ha alojado en su cuerpo. Acerca sus labios a Adalbert, que con gusto él recibe. Con su colmillo rasga su labio y, cuando la sangre llega a la lengua de Adalbert, la explosión de energía vuelve a rodear su cuerpo. La masa negra aparece a su alrededor y atraviesa el hombro derecho de ambos, terminando de unir a las serpientes y formando el sello del contrato.
Adelaida es la primera en separarse. Siente como su energía se regenera; el poder demoníaco que tanto ansiaba ha aumentado, todo gracias al ser que ahora comparte su poder y parte de su alma. Adalbert apenas soporta el poder que ahora llena cada parte de su cuerpo. Siente que ciertas partes arden y, cuando Adelaida lo toma del rostro para volver a besarlo, esa sensación solo se intensifica.
Adelaida lo acaricia suavemente, trazando líneas con sus dedos por su cuello y hombros mientras sus labios se encuentran una y otra vez. Adalbert, atrapado en el momento, desliza una mano por la espalda de Adelaida, atrayéndola más cerca.
Ambos se separan ligeramente, solo lo suficiente para mirarse a los ojos.
—¿Disculpen? —Ismeina logra captar la atención de ambos. Adalbert toma de los hombros a Adelaida para apartarla.
—Lo siento, Ismeina, he sido un irrespetuoso.
—No se preocupe, príncipe, los he interrumpido por lo que está sucediendo arriba. ¿No deberíamos ir a apoyar ahora que ha terminado su contrato?
—Es cierto.
—¿Qué ha sucedido? —pregunta Adelaida.
—Un demonio de sangre ha aparecido en el pueblo del bosque. Se acerca rápidamente al reino. Necesito que me apoyes para detenerlo o varias personas serán asesinadas.
—Tengo condiciones.
—¿Cómo te atreves a pedirle algo así al príncipe? —le reclama Ismeina.
—Al hacer un contrato con un demonio, tengo derecho a poner mis condiciones porque parte de mi alma le pertenece.
—Eso no te da derecho a tratar a alguien de la realeza de esa forma.
—Lo entiendo —contesta Adalbert.
—Príncipe.
—Yo conocía las consecuencias de hacer este contrato. No te preocupes, Ismeina.
—Entiendo, alteza.
—Adelaida, he aceptado este contrato para beneficiar a mi reino. Escucharé tus condiciones, pero a cambio escucharás las mías.
—Eso haré, príncipe.
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