Capítulo 13
Arlet toma la carta, las palabras son claras y lo que más temía se ha hecho realidad. Vuelve a sentarse, ya que el mareo no se detiene, pero no muestra debilidad. A pesar de sentirse traicionada por su propia sangre, decide tomar una decisión que la hará retractarse de cada palabra que ha salido de su boca.
—Adalbert, si quieres que perdone a este demonio, tendrás que cumplir uno de mis mandatos —exclama mientras se apoya en el brazo de su rey para ponerse de nuevo de pie. Mira a su hijo y continúa—. Tendrás que ir al reino Owl con tu propia guardia y traerme la cabeza de uno de los jinetes. Si fallas, tú y el demonio irán a juicio con el consejo.
El salón se queda en silencio, ya que esta sería la primera vez que un primogénito de Ōkami es mandado a juicio por sus propios padres. Adalbert mira de reojo a su padre; este solo aparta la mirada y Adalbert sabe que no contará con su apoyo. Tendrá que arriesgarse por una persona que solo lleva horas de conocer, pero con sus acciones ha demostrado ser de fiar. Vuelve a mirar a su madre.
—Reina Arlet, acepto su mandato y me dirigiré al reino Owl cuando forme mi guardia.
—Puedes retirarte.
Adalbert se inclina, toma de la muñeca a Adelaida y se retiran del salón. Arlet siente como su pecho duele y espera que sea por las heridas, no por la decepción que le ha causado su propio hijo. Eliot ordena que se retiren los guardias, le pide a Kaley acompañar a Adalbert e interferir si es necesario. Cuando al fin se queda con su reina, la rodea con sus brazos. Las palabras no salen, pero él sabe cuándo ella necesita su apoyo y se quedan juntos hasta que la oscuridad de la noche comienza a rodear su reino.
.·:*¨ ✘♚✘ ¨*:·.
La cachetada se oye en uno de los pasillos, Adalbert toca su mejilla y Adelaida, con ojos llenos de furia, no ha dudado en dársela.
—¡Eres un idiota! —le reclama—. No podrás traer la cabeza de un jinete, esos seres son por mucho superior a ti.
—Tú acabas de vencer a uno.
—Xalome no era un jinete, solo un general. Has visto como nos costó derrotarle.
—Era la única manera de ayudarte.
—No necesitaba tu ayuda. Hubiera podido negociar con la reina porque Kaley sabía de mi juramento con la primera guardiana.
—Mi madre no lo permitiría, te llevaría a juicio y el consejo te sentenciaría.
—Es lo mismo, nos llevarás a una ejecución segura.
Adalbert sabe que su decisión fue precipitada y las consecuencias serán terribles, pero es hora de demostrarle a su madre que puede ayudar de otras formas al reino.
—¿A quién llevarás a esta misión suicida?
—Solo seremos tú y yo. Nadie merece morir por culpa mía.
—Estamos de acuerdo en eso.
Adelaida da unos pasos para tranquilizarse. Adalbert solo la mira esperando alguna otra reclamación. Ella se detiene y voltea a verlo.
—Llévame a la cocina. Me muero de hambre —dice con una voz más calmada. Adalbert siente alivio al verla tranquila, se acerca a su lado y ambos se dirigen a la cocina.
El lugar se ha calmado gracias a la ayuda de los sanadores que han venido con Kaley. La noche llega trayendo tristeza. Los pueblerinos salen del castillo junto con los caballeros que cargan antorchas para alumbrar y en un minuto guardan silencio para recordar a todos los que han perdido la vida. Adalbert mira por una de las ventanas del castillo, los heridos se han levantado para brindar honor a los caídos. Adelaida solo sigue caminando y no es porque no le importe, simplemente que ella no es de Ōkami y al final un ser de su misma especie ha causado todas esas muertes. Quedarse solo sería una burla para los muertos.
Lo primero que ven al entrar en la cocina es a Ismeina devorando su tercer plato de pollo con verduras asadas. No duda en levantarse y correr a abrazar a ambos.
—Tú eres el primer demonio que me entusiasma ver con vida —dice con felicidad.
—Gracias por eso, pero mi vida no durará por mucho tiempo.
—¿A qué te refieres?
—Que el principito te cuente su magnífica idea —contesta con sarcasmo y se aparta de ellos para buscar un plato y comer.
—¿Adalbert?
—Toma asiento Ismeina, esto será largo.
Adalbert comienza desde la reunión con su madre. De ahí suelta los detalles y por qué aceptó el mandato. Adelaida pone poca atención, se nota su rostro de molestia al volver a oír los pretextos de Adalbert por salvarle la vida. Por un momento se arrepiente de haber aceptado un contrato con un humano.
—Básicamente, acaba de condenarnos a muerte.
—Es cierto, pero con eso podrían detener tu ejecución —le defiende Ismeina.
—Solo cambió mi fecha de ejecución. Si los jinetes me ven, no dudarán en ejecutarme. ¿Pensaste en eso, Adalbert?
—Pensé en salvarte en ese momento.
—¡No necesito que me salves!
Adelaida termina por romper el plato del enojo. Ismeina se pone en medio de ellos para evitar una pelea.
—Es tan fácil para ti, Adalbert. Pero te recuerdo que ambos compartimos alma y no volveré a darte mi parte.
Sale con rapidez. Adalbert quiere ir detrás de ella, pero Ismeina le detiene.
—Démosle espacio. Yo hablaré con ella en un rato.
—Ha estado así desde que regresó. No entiendo que es lo que le sucede.
—Solo está preocupada.
Ismeina le anima y se ponen a ayudar cuando las personas regresan. Adalbert no ve a Adelaida en ninguna parte. No la busca porque sigue atendiendo a las personas en la cocina y cuando es de madrugada casi todos los pueblerinos comienzan a dormir. Adalbert le pide a Ismeina avisarle si ve a Adelaida y llevarla a sus aposentos. Ismeina le contesta con un sí y se despide. Mira cómo se aleja el príncipe, camina por los pasillos y ayuda a algunas personas en su camino. Pregunta por una chica de cuernos redondos y una niña le identifica señalándole el techo. Ismeina sube por uno de los ventanales de la tercera torre que se une al castillo, camina cuidadosamente por el techo rocoso y ahí la ve, Adelaida sentada abrazando sus piernas y su cabello negro cubriendo su rostro.
—Te encontré.
Adelaida voltea cuando la escucha. Ismeina se sienta a su lado, el viento es fuerte y su cabello también se despeina.
—Quiero estar sola.
—Yo también.
Ambas se quedan en silencio. Adelaida la mira de reojo y le agradece el estar callada. Cuando al fin se calma lo suficiente decide hablar.
—Recordé a una persona en la cascada. Éramos cercanos.
—Eso es bueno, tal vez podamos encontrarlo.
—Fue hace doscientos años, Ismeina. Si no es un demonio o ser sobrenatural, dudo que siga con vida.
—Eso no importa, estás recuperando tus recuerdos. Pronto podrás recordar el resto de tu vida.
—No quiero recordar. Porque cuando sentí ese recuerdo una ráfaga de tristeza, odio y dolor recorrió mi cuerpo.
—¿Tienes miedo de saber que eras un ser cruel o que te sucedió algo terrible?
—¿Qué tal si ya lo era? Me uní a los jinetes y solo decidí traicionarlos para salvarme de los guardianes —Adelaida se queda un momento en silencio, deja que el viento enfrié su rostro—. Sabes, Xalome era mi amiga, la única que llegó a comprenderme. Yo sabía sobre su pasado y el dolor que cargaba, usé todo eso para ganarme su confianza y apuñalarla por la espalda. Sabía cuáles eran las consecuencias que ella enfrentaría y, aun así, la abandoné. He hecho eso varias veces para salvarme. Sé que no soy de fiar y tengo miedo de hacerles lo mismo a ustedes.
—Pero ya no eres así. Nos salvaste y no dudaste en poner tu vida en peligro por proteger a Adalbert. Ni siquiera escapaste o te aprovechaste de tu contrato. Tú eres buena, Adelaida.
—Esa palabra no va con un ser demoniaco.
Ismeina pone sus manos sobre las mejillas de Adelaida y hace que la mire.
—Entonces repetiré estas palabras hasta que puedas creerlas. ¡Eres buena, Adelaida!
Adelaida aprecia las palabras de Ismeina y siente nostalgia como si esas palabras las hubiera oído hace años. Ismeina aparta sus manos para abrazarla y por primera vez, Adelaida agradece el poder tener una amiga. Deciden entrar al castillo cuando se sienten lo suficientemente cansadas. Ismeina le da el mensaje del príncipe, pero le pide que duerman en una de las habitaciones vacías para continuar hablando un poco más. Adelaida acepta y juntas se encierran en lo que parece una bodega. Acomodan unos costales y en pocos minutos ya se encuentran durmiendo, al igual que los habitantes del reino que al fin logran un momento de paz.
.·:*¨ ✘♚✘ ¨*:·.
Los hechiceros y sanadores fueron los primeros en levantarse, encargándose de reparar parte del castillo y atender a los heridos. Adalbert observa a todos moverse de un lado al otro mientras su carruaje se acercaba, y los sirvientes comenzaban a llenarlo con sus pertenencias. Kaley se le acercó y le entregó una carta.
—Los reyes me han pedido dársela —dijo Kaley, con voz firme—. Léela en privado y, como sabe, me han pedido acompañarle por seguridad.
—Supuse que te lo pedirían —respondió Adalbert, guardando la carta en su bolsillo.
Kaley entró al carruaje, y Adalbert esperó pacientemente a que Adelaida apareciera. No pasó mucho tiempo antes de verla salir de la puerta principal junto con Ismeina, quien traía un vestido blanquecino, una pechera junto y una espada.
—¡Iré con ustedes! —gritó Ismeina con emoción cuando está a unos pasos del príncipe. Antes de que Adalbert pudiera replicar, Ismeina subió al carruaje y se acomodó junto a Kaley.
—Fue su decisión —dijo Adelaida—, no puedes detenerla.
—Eso creí —respondió Adalbert, suspirando—. Haré todo lo posible para que no sufra ningún daño.
—Ambos lo haremos —exclamó Adelaida mientras Adalbert le ofrecía su mano para que subiera al carruaje. Adelaida la aceptó como una muestra de que estaban en armonía.
Todo lo necesario estaba en el carruaje. Adalbert dio una mirada final a su hogar cuando el carruaje comenzó a moverse. Sabía que sus padres no vendrían a despedirlo y aceptaba eso; su rebeldía había sido suficiente para indicar que ya no es considerado el heredero del trono, y no se siente mal por eso, al contrario, al fin podía quitarse ese gran peso de los hombros.
El camino al reino Owl era inquieto, ya que el sendero principal estaba destruido por el ataque. Tendrían que detenerse en el bosque Centinel para pedir un portal a las hadas y llegar directamente al reino. Kaley se dedicó a explicarles las costumbres del reino y también quién es el rey en estos momentos.
—Nariel Owl Gaztelu —comenzó Kaley—, es el primer híbrido en conseguir un lugar en la realeza a tan corta edad. Sus padres fallecieron cuando él tenía 14 años a causa de un problema con un pueblo vecino que no estaba de acuerdo con la unión de ellos. Su madre era una dama del bosque y él un humano; fue un matrimonio arreglado para traer paz en ambas razas. Quien iba a creer que su propia gente les asesinaría.
—Qué lástima, debió ser difícil para el príncipe —dice Ismeina, con voz llena de compasión.
—Al principio lo fue, pero el príncipe se las arregló —continuó Kaley—. Retomó lo que su tatarabuelo hizo para evitar otra tragedia. Junto con las hadas y los seres del bosque, buscaron los materiales más raros del mundo subterráneo, los estudiaron y crearon armaduras difíciles de destruir, así como que armamento contra demonios. El ejército del príncipe también mejoró cuando él mismo fue a entrenar al reino Māo, trayendo técnicas de batalla valiosas. Su carisma, humildad y generosidad han ganado el amor de su pueblo, así como la atención del consejo.
—Es un genio —comentó Adelaida, impresionada.
—Tengo entendido que nuestra relación con su reino es tranquila —añadió Adalbert—. Tenemos que mantenerla así y evitar problemas.
—No tiene de que preocuparse, príncipe —dijo Kaley—. El rey Nariel es muy civilizado y entenderá por qué traemos a un demonio con nosotros. Aun así, debemos evitar problemas con su gente.
Kaley sacó una capa con capucha y se la entregó a Adelaida. Ella la aceptó con poco afecto, atándola a su cuello, y la capucha logró cubrir sus cuernos.
—Te queda bien —dijo Adalbert, intentando animarla.
Adelaida no dijo nada. Miraba los pastizales y, al visualizar el bosque, supo que habían llegado. El carruaje se detuvo, y cuando el cochero les abrió la puerta, dos pequeñas con vestidos florales y diademas en la cabeza los recibieron.
—Bienvenidos, los estábamos esperando, alteza —dijeron ambas al mismo tiempo, haciendo una reverencia.
Adalbert les devolvió el saludo. Las niñas les pidieron que las siguieran y que sus pertenencias llegarían a sus habitaciones. Adelaida se colocó detrás de Adalbert cuando las niñas la vieron con disgusto en sus rostros. Adalbert les explicó la situación, y las niñas cambiaron su expresión, pero no le quitaron la mirada a Adelaida.
—El portal se abrirá en unos minutos. Nuestro rey los recibirá en persona para llevarlos de inmediato a la fortaleza —dijo una de las niñas.
El viento a su alrededor se volvió más fuerte. Un olor dulzón los envolvió, y a unos pasos, donde los lirios estaban floreciendo, comenzó a a formarse una masa de energía colorida que giraba y se hacía más grande.
—El portal está listo. Nuestro rey los espera.
Adalbert da los primeros pasos. Las niñas movieron juntas las manos, y el portal los absorbió a todos. Cuando sus ojos volvieron a enfocarse, vieron a su alrededor caballeros de armadura de plata sobre caballos negros. Uno de ellos bajó y, al quitarse el casco, unos ojos color aguamarina los miran con curiosidad.
—Soy el rey Nariel —dijo con una sonrisa—. Bienvenidos a Owl.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro