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Capítulo 12

Adalbert escucha voces a su alrededor y, cuando al fin logra abrir los ojos, la luz de las velas lo deslumbran. Su cuerpo se siente pesado. Gira su cabeza a la derecha y a sus pies se encuentra a Ismeina recargada en la cama. Adalbert se endereza e Ismeina abre los ojos de inmediato.

—Príncipe, no debería moverse. La señorita Kaley vendrá en un momento.

—¿Mis padres y Adelaida? ¿Se encuentran bien?

—Están sanando —les interrumpe Kaley al entrar—. Tu padre está compartiendo energía celestial con tu madre y Adelaida se está recuperando en la cascada Lumi.

—Tengo que ir a verlos.

Adalbert baja de la cama y da unos cuantos pasos antes de sostenerse de la cama. Ismeina lo ayuda, tomándolo de la cintura para apoyarlo.

—Príncipe, lo mejor será que descanse.

—Ismeina tiene razón. El cuerpo de Adelaida se está curando y el tuyo también sanará en un rato.

—Quiero verla —ordena Adalbert, con una firmeza que no admite discusión.

—De acuerdo príncipe, pero me temo que los reyes han ordenado que no saliera del castillo hasta que su recuperación esté completa, e Ismeina se encargará de cuidarte.

Es lo último que dice Kaley antes de cerrar la puerta, dejando a ambos en un total silencio. Ismeina lleva a Adalbert de nuevo a la cama y le entrega un pequeño tazón de sopa.

—La señorita Kaley tiene razón. Pronto tendremos a Adelaida con nosotros, pero por el momento debes descansar y alimentarte.

Adalbert acepta el plato de sopa, ya que el hambre aparece cuando el olor llega a su nariz. Toma un bocado y siente cómo llena ese vacío en su estómago.

—Gracias, Ismeina —le agradece Adalbert—. Perdona, ni siquiera te he preguntado si has resultado herida en la batalla.

—No se preocupe, príncipe. Adelaida se encargó de protegernos para que pudiéramos entrar al castillo. Las runas se activaron y no fui herida —Ismeina saca una manzana de su bolsillo—. Los curanderos han repartido bastante comida para los heridos. Me dieron esta manzana cuando me vieron merodeando. La tomé para usted.

—La guardaré para comerla más tarde —dice Adalbert, tomando la manzana y dejándola sobre el mueble—. Perdóname, Ismeina, has quedado involucrada en asuntos de la realeza. Te prometo que cuando esto se resuelva, te llevaré a tu hogar.

—No tengo prisa por volver. Quiero ayudarles en lo que pueda para que esto se resuelva. Además, le debo mi vida, príncipe.

—Adalbert, dime por mi nombre. Hemos pasado por tanto que creo que ya somos amigos.

—Entonces, gracias por salvarme la vida, Adalbert —ambos ríen. Adalbert se siente a gusto con Ismeina a su lado. Los ojos color avellana de la vampira muestran tanta bondad que puede mantenerse tranquilo y, gracias a esto, se vuelve a quedar dormido después de un rato de plática.

Ismeina recoge los platos, apaga las velas y sale del cuarto sin hacer ruido. Pero cuando se cierra la puerta, Adalbert abre los ojos, se levanta de la cama con cuidado y toma una de las dagas que ha dejado Ismeina. Se dirige a la puerta, pero cuando toma el cerrojo, este se mueve antes que él y la puerta se abre. Sus ojos se enfocan en Adelaida, quien ha abierto la puerta. Sin resistirse, la toma entre sus brazos, abrazándola con tanta euforia que Adelaida siente que le falta el aire.

—¿Te encuentras bien? Vi sangre salir de tu boca —dice Adalbert con preocupación, acariciando su mejilla con ternura.

—Me encuentro bien. Estas son las consecuencias por usar magia antigua. Mi cuerpo recibió más daño, pero mírame, ya estoy casi recuperada.

—Deberías descansar —le dice Adalbert, mirándola con adoración y preocupación.

—Yo debería decir eso de usted, príncipe —responde Adelaida, sonriendo débilmente.

Ambos se quedan mirando hasta que una de las sirvientas se acerca y tose un poco para que se den cuenta de su presencia. Al fin, ambos la miran.

—Príncipe, la reina solicita su presencia, al igual que la de la señorita.

—Iré de inmediato.

La mujer se retira, y Adalbert cierra la puerta de la enfermería. Luego, ofrece su brazo a Adelaida, y ella acepta. Ambos caminan con confianza al salón del trono.

El camino no es tranquilo. Los curanderos se mueven por todo el castillo, los heridos son bastantes y cada cuarto está ocupado por pueblerinos. La comida es repartida por los sirvientes. Adelaida siente pena por todas las personas. Ella misma vio los cadáveres cuando peleaba contra Xalome, esa maldita que ni siquiera tuvo piedad por los niños. Sus pensamientos son interrumpidos cuando Adalbert se detiene frente a la puerta de madera, que se abre de inmediato. Ambos entran, dejando el caos detrás de ellos.

Adelaida mira de frente a la reina, quien solo le da una mirada de desaprobación. A su lado se encuentra el rey Eliot. Su mirada es serena y sostiene la mano de su esposa, aun dándole energía para su recuperación.

—Kaley nos ha dado tu información, pero me gustaría oírlo de ti, por favor —exclama el rey. Adelaida se suelta del brazo de Adalbert, da unos pasos adelante y comienza a hablar.

—Mi nombre es Adelaida Araciel. Fui espía de los guardianes hace doscientos años, ayudé a la derrota de los jinetes y abandoné a los desterrados después de la batalla. La líder de los guardianes prometió protegerme y darme una nueva vida, pero no recuerdo que sucedió después de eso. Mis memorias están bloqueadas.

—Kaley ha corroborado tu historia, pero aún tenemos nuestras dudas, ya que nadie sabe cómo terminaste en aquel árbol.

—Pudo ser un castigo de los jinetes. Asesiné a su ejército y a la sexta jinete....

—Estarías muerta —la interrumpe la reina—. Los jinetes solo son los peones, los desterrados son el verdadero enemigo, y ellos son los únicos que pueden traer demonios antiguos a la vida.

—Madre, esos seres fueron encerrados por los guardianes.

—Eso suponíamos, pero después de hoy ya no estoy segura.

Kaley se acerca a la reina, le pide permiso para hablar y ella solo mueve la cabeza en señal de aprobación.

—Nosotros, los guardianes, fuimos los encargados de acabar con los jinetes. A causa de eso, perdimos a nuestros dos líderes y el reino entero de Conran.

Adelaida se sorprende. Ahora lo entiende, por qué nadie la reconoció. La líder de los guardianes estaba muerta y con ella su promesa.

—Aun así, tu promesa con los guardianes la cumpliremos, pero tu contrato con mi hijo es inaceptable —declara la reina poniéndose de pie sin tambalearse al soltar la mano de su esposo—. Te atreviste a terminar el contrato a pesar de que sabías que se te castigaría por ello.

—Con todo respeto, reina Arlet, sin ese contrato su reino hubiera caído.

—Miserable.

—¡Madre! Adelaida nos salvó. Yo acepté el contrato, no se me obligó, y si ella es castigada, entonces yo también merezco el mismo castigo —declara Adalbert poniéndose a un lado de Adelaida. La reina termina por enfurecerse.

—Adalbert, eres el primogénito de Ōkami y su futuro rey. Como tu reina te ordeno terminar el contrato con este demonio, y si te niegas, no dudaré en tomar medidas extremas para darle fin a este sacrilegio.

—Y como príncipe de Ōkami, exijo un juicio justo por la vida de Adelaida. Y si te niegas, estoy dispuesto a acudir con el consejo.

—¡Adalbert! —le detiene su padre.

La reina se siente decepciona de su propia sangre. No dudaría en asesinar a Adelaida, quien ha traído solo desgracia a su linaje. Desenfunda su espada. El rey se pone de pie para detenerla, pero un golpe frenético en la puerta hace que todos se detengan. La puerta se abre y uno de los mensajeros llega corriendo.

—¡Mi reina, el reino Owl ha sido atacado!

La carta en sus manos llega con un mensaje de ayuda que cambia totalmente la decisión de los reyes.  

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