♧•°「 Ꮯa̤̮℘ḭtʊʆꪮ 1 」•°♧
[Narrador/a POV]
La noche caía silenciosa, y con ella, la lluvia comenzó a caer en gotas finas que empañaban el aire. Dark avanzaba bajo su capucha, cubriéndose del agua que se deslizaba por su capa. No había muchas personas por las calles, y la quietud de la ciudad solo acentuaba su aislamiento. El sonido del agua golpeando el suelo era casi hipnótico, un recordatorio constante de su soledad.
Finalmente, se detuvo y se sentó en una banca, dejando que la lluvia lo rodeara. Sus pensamientos eran un torbellino de recuerdos y derrotas. ¿Cómo había llegado hasta aquí? El poder que una vez lo definió ahora se sentía lejano, como un eco olvidado. Ya no era el hombre temido, el señor de las sombras; ahora solo quedaba un espectro, una sombra de lo que fue. La sensación de ser insignificante le pesaba más que la misma lluvia que lo empapaba.
—¿Qué quedó de todo eso? —susurró, sin esperar respuesta, mirando las gotas deslizándose por su rostro. El suelo, empapado y oscuro, parecía reflejar su alma desgarrada. Las victorias que una vez llenaron su pecho con orgullo ahora eran recuerdos vacíos, fantasmas de lo que pudo haber sido.
El eco de su propia voz le recordó lo lejos que había caído. Ya no tenía seguidores, ya no había reinos que gobernar ni batallas que librar. Todo había sido arrasado por su propia furia, y ahora ni siquiera el poder que una vez controló podía calmar el vacío que sentía en su interior.
—¿Vale la pena seguir buscando algo que nunca encontré? —se preguntó, mirando las sombras de la ciudad. Todo a su alrededor parecía tan distante, como si fuera un observador en su propia vida. El hombre que había sido, el que había comandado ejércitos y desatado caos, ya no existía. Solo quedaba él, atrapado entre los restos de un pasado que ya no podía modificar.
Las gotas de lluvia seguían cayendo sin cesar, pero a él ya no le importaba. No importaba cuánta agua lo empapara, ni cuánta oscuridad lo rodeara. Lo único que sentía era la presión de un peso invisible, uno que no podía abandonar, no importaba cuántas veces lo intentara.
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Dark alzó la mirada hacia el cielo oscuro, observando cómo las nubes se arremolinaban, ocultando cualquier rastro de luz. Una parte de él quería que lloviera más fuerte, como si el mundo pudiera ahogar todo lo que llevaba dentro. Pero la tormenta no era suficiente para borrar lo que sentía. Nada lo era.
Cerró los ojos por un momento, tratando de encontrar consuelo en la monotonía del agua golpeando su capucha, el suelo y los tejados de los edificios cercanos. Sin embargo, en la quietud de la noche, los recuerdos se filtraban como veneno en sus pensamientos. Vio rostros. Algunos lo miraban con odio, otros con miedo, y un rostro en particular... aquel que lo miraba con una mezcla de decepción y lástima. Chosen.
El nombre golpeó su mente como un trueno. Había intentado olvidarlo, enterrar el dolor y la frustración de su mayor derrota. No una batalla perdida, ni un reino que se le escapó de las manos, sino algo más íntimo. Más devastador. Nunca haber conquistado lo único que realmente deseaba: el corazón de su mejor amigo.
—Qué patético —se murmuró a sí mismo con amargura, dejando que una risa amarga escapara de sus labios. La lluvia disimulaba cualquier lágrima que pudiera caer, aunque no estaba seguro si aún le quedaban fuerzas para llorar. Después de todo, ¿de qué serviría? Chosen no estaba allí. Nunca lo estaría.
De pronto, un ruido rompió la monotonía. Pasos. Dark no se molestó en voltear. No importaba quién fuera; nada ni nadie podía ser peor que lo que enfrentaba en su mente. Sin embargo, los pasos no se detuvieron, y pronto una figura se plantó frente a él, sombría e imponente, como un recuerdo del pasado que se negaba a desaparecer.
—¿Siempre tan dramático? —la voz era familiar, cargada de un tono entre burla y preocupación.
Dark levantó la mirada lentamente, y allí estaba. King Orange, con su porte despreocupado y una sonrisa que parecía desafiar la oscuridad misma. A pesar de todo, había algo en él que irradiaba la misma melancolía que Dark sentía, como si ambos compartieran un mismo vacío.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Dark, su voz áspera y cansada, como si apenas le quedaran palabras por decir.
King Orange se encogió de hombros y se sentó a su lado sin pedir permiso. Dejó que la lluvia lo mojara también, sin preocuparse por nada más que el momento.
—Pensé que alguien como tú no debería estar solo bajo esta lluvia. Además, pensé que te vendría bien un recordatorio de que no eres el único que lo perdió todo.
Dark lo miró de reojo, su ceño fruncido apenas disimulando la curiosidad que sus palabras despertaban. Pero no respondió, al menos no de inmediato. En cambio, dejó que el silencio hablara por ellos mientras ambos se sentaban bajo el aguacero, dos figuras en un mundo que parecía haberlas olvidado.
Y quizás, en ese silencio, algo comenzó a cambiar. O tal vez, simplemente, era el principio de otra tormenta.
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La lluvia seguía cayendo, implacable, formando pequeños riachuelos que corrían por las calles desiertas. King Orange sacó un cigarrillo de un bolsillo de su chaqueta empapada, lo encendió con dificultad y le dio una calada, dejando escapar el humo lentamente. El olor se mezcló con el de la lluvia y el asfalto mojado.
—¿Sigues pensando en ellos, verdad? —preguntó finalmente, sin apartar la vista del horizonte.
Dark no respondió de inmediato. Su mirada estaba fija en el suelo, en el reflejo distorsionado que el agua formaba a sus pies. Pensar en ellos... Era inevitable. No solo en Chosen, sino en todos los que alguna vez estuvieron bajo su mando, en todos los que le habían dado la espalda o lo habían traicionado. Pero el nombre de Chosen siempre volvía primero, como una espina incrustada en su mente.
—¿Y si lo hago? —respondió al fin, su voz cargada de resignación—. No cambiará nada.
King Orange soltó una breve carcajada, amarga y algo forzada.
—Esa es la cosa contigo, Dark. Siempre piensas que nada puede cambiar. Que todo está perdido. ¿Nunca has considerado que el problema no son los demás, sino tú mismo?
Dark giró la cabeza lentamente, clavando su mirada en él. Había furia en sus ojos, pero también algo más: cansancio. Un agotamiento tan profundo que parecía consumirlo desde dentro.
—¿Y qué sabes tú de eso? —su tono era bajo, pero cortante—. No estuviste allí. No viste cómo todo se desmoronaba, cómo me dejaron solo cuando más los necesitaba.
King Orange lo observó con calma, su sonrisa desvaneciéndose poco a poco.
—Tienes razón —admitió después de un momento—. No estuve allí. Pero no necesitas recordarme cómo se siente perderlo todo. Yo también lo perdí, ¿recuerdas? Mi esposa, mi hijo, mi propósito... Todo se esfumó. Y aquí estoy, sentado bajo la lluvia contigo, igual de perdido. La diferencia es que yo no me dejo consumir por el odio. Al menos, no más.
Dark volvió a mirar al frente, pero las palabras de King Orange resonaban en su mente. Era cierto que ambos habían caído, pero la forma en que enfrentaban su caída no podía ser más distinta. Mientras él se aferraba al dolor y al resentimiento, King Orange parecía haber encontrado una manera de convivir con el vacío, aunque fuera imperfecta.
—¿Y qué sugieres que haga? —preguntó finalmente, con un dejo de sarcasmo—. ¿Que me levante y finja que todo está bien? ¿Que me perdone a mí mismo y a ellos? No puedo... No quiero.
King Orange dio otra calada a su cigarrillo antes de apagarlo contra el banco de metal.
—No digo que finjas. Solo digo que tal vez es hora de soltarlo, aunque sea un poco. No por ellos, ni por lo que pasó, sino por ti mismo. Nadie va a hacerlo por ti, Dark.
El silencio volvió a caer entre ellos, pero esta vez no era incómodo. Había algo en las palabras de King Orange que empezaba a abrir pequeñas grietas en la coraza de Dark, aunque él no quisiera admitirlo. Tal vez, después de todo, no estaba tan solo como creía.
La lluvia comenzaba a amainar, y el cielo oscuro dejaba entrever un débil resplandor en el horizonte. King Orange se levantó, sacudiéndose el agua de los hombros.
—Vamos. El frío de esta noche no va a matarnos, pero tampoco quiero averiguarlo.
Dark lo observó, dudando por un momento. Luego, con un suspiro pesado, se puso de pie y ajustó su capucha. No era una victoria, ni siquiera una tregua, pero tal vez... era un paso.
Ambos comenzaron a caminar juntos, dejando atrás la banca vacía y las sombras de la noche. La lluvia había cesado, pero los ecos de su conversación seguían resonando, prometiendo más preguntas, más reflexiones, y quizás, más respuestas.
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Mientras caminaban bajo las luces amarillentas de los faroles, el eco de sus pasos se mezclaba con el goteo persistente de la lluvia que escurría de los techos. King Orange metió las manos en los bolsillos de su abrigo, mirando de reojo a Dark, quien mantenía la mirada fija en el suelo, como si estuviera analizando cada grieta en el pavimento.
—¿Entonces qué haces aquí? —preguntó Dark de repente, rompiendo el silencio—. No me digas que fue pura casualidad.
King Orange sonrió con ironía, pero no giró la cabeza para mirarlo.
—¿Cuándo fue la última vez que creíste en las casualidades? —respondió, encogiéndose de hombros—. Estoy aquí porque sabía que estarías tú. Y porque, por mucho que lo niegues, necesitas compañía.
Dark frunció el ceño y soltó una risa amarga.
—¿Compañía? —repitió, casi escupiendo la palabra—. No necesito a nadie. No ahora. No después de todo lo que pasó.
King Orange se detuvo en seco, obligando a Dark a detenerse también. Lo miró con una seriedad inusual, la sonrisa completamente borrada de su rostro.
—¿Y eso te lo crees tú? —dijo en un tono bajo, casi desafiante—. Mira alrededor, Dark. Mírate a ti mismo. Llevas años hundido en este agujero, convenciéndote de que estar solo es lo que mereces. Pero no estás sobreviviendo. Apenas estás existiendo.
Dark apretó los puños bajo la tela mojada de su abrigo, pero no dijo nada. Había algo en las palabras de King Orange que lo atravesaba como un cuchillo, y odiaba admitir que tal vez tenían algo de verdad.
—Yo no vine aquí para arreglarte —continuó King Orange, suavizando el tono, aunque su mirada seguía siendo firme—. Vine porque sé lo que es sentirse así. Y porque, por alguna razón, creo que todavía queda algo en ti que vale la pena salvar.
Dark lo miró fijamente durante un largo momento, su mandíbula tensa, como si estuviera a punto de replicar. Pero las palabras no salieron. No porque no tuviera nada que decir, sino porque no sabía cómo responder a algo tan directo, tan... genuino.
Finalmente, Dark suspiró y se pasó una mano por el cabello mojado, apartando un mechón que le caía sobre los ojos.
—No necesitas salvarme, Orange —dijo con cansancio—. No hay nada que salvar.
King Orange dejó escapar un suspiro, pero no discutió. En lugar de eso, simplemente comenzó a caminar de nuevo, esta vez más despacio. Dark, después de unos segundos, lo siguió, sus pasos resonando ligeramente detrás de los de su viejo "amigo."
Ambos avanzaron en silencio, dejando que la noche hiciera su trabajo. Y aunque ninguno de los dos lo admitiría, ese breve intercambio había removido algo en ellos. Quizás, solo quizás, era el inicio de algo diferente. No una salvación, no un arreglo mágico, pero sí una pequeña grieta en el muro de oscuridad que habían construido a su alrededor.
Y en esa grieta, por primera vez en mucho tiempo, podría caber algo más que la soledad.
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[Continuará...♡]
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