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XXIII. Décima Hora

89 horas para El Renacer.

7:02 am.

Las ganas de arrancarse el pequeño tubo que iba del tanque de oxígeno a su nariz estaban alcanzando proporciones insanas. Aquel shis, shis, con cada respiración, como si fuera un balón desinflándose, le irritaba. Por lo general lo ignoraba, pero ahora, con más de veinticuatro horas sin dormir, su paciencia estaba al límite. Y los vasos de papel vacíos de café regados por el enorme escritorio de tres metros de largo anexado a la pared de informes, no ayudaban a reducir su ritmo cardíaco y consiguiente irritación.

Los sedantes de Rachel estaban empezando a remitir el día de ayer, la enfermera le avisó que los mismos no dañaron al pequeño, aunque existía el riesgo de un parto adelantado. Además, le indicó que era probable que necesitara un tiempo en rehabilitación para utilizar de nuevo los músculos faciales. No se vería afectada gravemente en cuestiones motoras, por lo que comer estaba asegurado, mas hablar, era otro tema.

Por su parte, cuando se fue a revisión, el doctor Fawkes le indicó de nuevo que no se estresara o esforzara para que el pulmón pudiera sanar con relativa rapidez.

¡Ja! No estresarse. Estaba que la sangre se le cuajaba en las venas. Toda la miserable noche, luego de que lo echaran a patadas del hospital después de las horas de visitas (cómo envidiaba en ese sentido a Nico y su falta de presencia, porque sólo le bastaba con colocarse tras la puerta y la enfermera no repararía en él), se la pasó en informes, manteniendo el ataque al servidor que sostenía en aquel limbo a su spyware. Más de veinte computadoras de mesa en ello, las dos portátiles propias, la de su padre, la de su madre, y la de los tres novatos que se unieron al caso. No recordaba los nombres, y no le importaba ahora.

Veintinueve ordenadores al unísono en el mismo despreciable limbo y nada lograba derribarlo. Sí, se lenteaba horrores, pero no lo suficiente como para abrir un bache y salir. Tal vez unos más, quizá con algunos más lograría resultado. Con la pata temblándole un poco por la brutal cantidad de cafeína en su sistema, tecleó en un parpadeo el comando en su propio ordenador portátil para abrir un segundo escritorio y comenzar un segundo ataque. Era una especie de ordenador fantasma, que serviría a la perfección, pero forzaría demasiado a su laptop.

El sonido de los fan cooler de la computadora portátil sonaron como pequeños vendavales, gritando por intentar aplacar el calor de los que estaban siendo presas. James le dio varios golpes toscos con la pata abierta al teclado de su computador en un intento de hacer que se enfriara. El café y la falta de sueño lo estaban afectando.

El calor del mismo se le colaba por las almohadillas de las garras de los dedos, y un constante, bip, cada siete segundos no ayudaban a que su ánimo mejorara.

—No te me vas a dañar, pedazo de piedra —gruñó de forma ininteligible—, llevas conmigo mucho como para que te jodas por una simple recalentada. —Otro pitido—. Vamos, aguanta, cacharro.

El código binario de los intentos de abrumar el servidor abarcaban por completo todas y cada una de las pantallas de los veintinueve computadores, mientras James con una pata intentaba romper las leyes de la física, o como mínimo sus nervios, intentando lograr llegar al síndrome de túnel carpiano, mientras tecleaba con una pata y con la otra daba otro sorbo de café.

Podría acabarse el mundo, pero que no se quedara sin café. Aquella bebida era un don y una maldición para el rendimiento de cualquier criptólogo como él en esos momentos. Otro bip de su laptop y un bufido que faltó poco para ser gruñido.

Las secuencias numéricas de unos y ceros empezaron a desplazarse más y más rápido, el calor de su ordenador era cada vez más, y consecuentes pitidos en las demás computadoras lo volvían loco. De improvisto la puerta de la oficina de informes se abrió, dejando colar la luz fluorescente del pasillo. Al verla, James quedó momentáneamente ciego.

—¡Ciérrala! —chilló—. No veo.

—Tú eres el hijo de Hopps —comentó una voz.

Poco a poco, superando las chiribitas, James enfocó a un tigre blanco que lo miraba con lo que parecía sorpresa. ¿Cómo era que se llamaba?

—¿Tú no eras Arsh... Ar...?

—Aschersbelen —le ayudó, con un tono de alguien a quien está acostumbrado a corregir su nombre—, pero dime Archer. Por cierto, ¿llevas aquí toda la noche?

—¿Qué comes que adivinas, Shere Khan?

—¿Shere qué? —se extrañó. James hizo un gesto con la pata para dejar el tema.

—Sí, llevo desde ayer aquí. Estoy a punto de lograr mi cometido. Sólo necesito ti...

Su frase se vio interrumpida de golpe cuando, como si fuera un evento paranormal, todas las computadoras, al mismo tiempo, emitieron tres pitidos secuenciales. Dos agudos y uno grueso. Bip, bip, bup. Ambos, zorro rojo y tigre blanco, ladearon la mirada hacia la imagen que el proyector conectado al ordenador portátil de James mostraba en una de las paredes libres de la oficina grupal.

Con una fuerte carcajada, el vulpino señaló victorioso, y con la pata temblorosa, a lo que aparecía debajo de la secuencia en cuenta regresiva de números.

—¡Al fin! —exclamó, victorioso—. El bastardo de Inval programó una puerta trasera. —Se volvió hacia Archer—. Tú, ve a por mis padres, les dará un infarto de la alegría cuando vean esto. —Inspiró, bajando su animosidad un poco—. Por cierto, Archer, gracias por la idea del MMO.

Con un asentimiento, el tigre bajó como un rayo.

James se giró hacia la imagen, alzó su pata y miró la hora en su muñeca. Las siete de la mañana, más de doce horas en ello, sin embargo, valieron la pena, porque debajo de la cuenta regresiva, del tamaño de un tablón de anuncio, parpadeaba un texto sencillo.


97: 58: 04

SÓLO EL JUEZ LOS SALVARÁ AHORA.

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89 horas para El Renacer.

7:09 am.

Al abrir los ojos, deseó no haberlo hecho, estaba emocionalmente destruida.

Hacia las tres de la mañana es cuando su cuerpo dejó de tener los espasmos por el choque de la pistola eléctrica. Luego, recostada en el sofá, con un dolor enorme en el pecho, replegó sus piernas contra sí y se las abrazó, ignorando las gruesas puntadas de dolor del hombro herido.

El frío de la madrugada se metió por la ventana, abrazándola y comiéndosela viva, sin importarle que por dentro se sintiera usada y desechada. Con pereza Lune se había levantado y se fue a su cuarto, se metió en las sabanas de su cama y cerró los ojos, queriendo olvidar. Era duro que el animal de quien se había dado cuenta, amaba, la traicionara de esa manera.

Con la única calidez de su gruesa manta hubo pensado qué posibilidad alentó a la gacela a hacer lo que hizo. De irse. De atacarla. No se sintió tan mal porque se fuera, si era su decisión, ella no podía interponerse, así no funcionaba el mundo, sin embargo, fue cuando ella levantó la pata con la pistola eléctrica y disparó que sintió como si la hubieran apuñalado, sacado y pisado el corazón; todo frente a sus ojos.

Ahora, con la manta cubriéndola por completo y la luz del sol colándose por la ventana rota de su habitación, Lune frunció el ceño. Dolía, sí, mas eso no impediría averiguar sus motivos. Estuvo pensándolo mucho, y se sorprendió el que casi no sabía nada de Carla. Sólo que era género fluido, que su tía la aceptó así y por ende vivió con ella, y que ésta murió. Más nada. ¿Cómo se pudo haber enamorado de alguien de quien no sabía casi nada importante?

Peor, ¿cómo pudo tener a alguien así en su casa?

Apretó las patas en puños y respiró profundamente varias veces, acumulándosele el calor bajo la manta. No importa la tristeza y dolor que tuviera por dentro, una cosa era segura: daría con Carla sí o sí, y para ello, primero debería investigar a la gacela.

Se apartó de un movimiento amplio la frazada y se levantó de un brinco, obviando el dolor del hombro y dirigiéndose así como estaba, con una pijama corta, hacia su ordenador portátil. Lo abrió y encendió, una vez que apareció la «nube azul» de Windows, ingresó a la web y entró en la página de la ZPD.

Ingresó en el registro de los oficiales, el cual les permitía exclusivamente a ellos acceder a documentos o registros que necesitaran siempre y cuando no estuvieran en las cercanías de la jefatura. Colocó su nombre, apellido, el código de su placa y su código numérico como policía. Una vez dentro de la base cliqueó dos veces sobre los archivos de informes y fue al buscador:


BUSCAR: CARLA BLAIR


Luego de pocos segundos, aparecieron, para su sorpresa, dos archivos. El primero y más reciente era de Carla, y el segundo era de otro animal que tenía el mismo apellido que ella. Ignorando el segundo, suponiendo que era de un animal sin relación con la gacela, porque el que otro tuviera el mismo apellido era normal, entró en el de ella.

Estaba limpio. Ridículamente limpio. La única mancha que podría haber tenido era la de agresión a un oficial, que fue cuando le dio la patada, pero como Lune hizo aquella jugada para retirar cargos, su expediente, aunque estaba en la base como registro, se encontraba limpio.

Hizo pinza sobre su entrecejo y suspiró con lentitud, anonadada de que no hubiera nada. Era entendible puesto que ella le limpió el expediente al sacarla de la cárcel anticipadamente para que no presentara cargos contra la jefatura, pero de ahí a que no apareciera la información personal en el perfil de la base una vez se crea el expediente, era muy raro.

«Parece como si sólo se hubiera materializado en la ciudad.»

«Nada pasó como lo tenía planeado», recordó ella dijo. Ahora, ¿por qué? ¿Planear qué? Inspiró y soltó el aire con lentitud, sopesando qué le había ocultado Carla, y por qué razón se marchó de esa manera. Si hubiera querido irse, con sólo decirle la hubiera dejado.

Enrollaba la sábana con su dedo y la desenrollaba varias veces, con la laptop apoyada en sus piernas, mientras ella estaba sentada en el borde de la cama. No podía saber sus intenciones si no le conocía a fondo, eso era algo básico que enseñaban en la Academia en cuanto a perfiles criminales: «Para predecir el futuro de un sospechoso, debes conocer su pasado».

Sin embargo, ¿cuál era el pasado de Carla? Lo único que tenía de ella era que se llamaba Carla Blair, era una gacela y más nada.

Llevada por la curiosidad, deslizó su dedo por el sensor de la computadora y cliqueó el segundo archivo, el de una tal Rebeca Blair. Al contrario del de Carla que cargó al instante, éste duró poco más de quince segundos para abrirse.

Era un informe detallado sobre la vida de Rebeca Blair, quien para su sorpresa también era una gacela. Una que se parecía endemoniadamente a Carla. No, pensó, negando con la cabeza ante la posibilidad que ideó. Sin embargo, al ver que la gacela estaba dada de baja le vino una idea a la mente. ¿Qué Carla no le había dicho que a su tía la habían matado?

Sacudió la cabeza, sacándose ese recuerdo de la mente, primero debía leer el expediente y luego hacer conclusiones.

Le pareció curioso el hecho de que Rebeca Blair fue una diseñadora de moda y gurú de la belleza. Creadora de varias líneas de moda tanto casuales como de gala, se había ganado el respeto internacional como una de las mejores diseñadoras del país, y fue una sorpresa que procediera de la cosmopolita ciudad de Zootopia. Dinero tenía por cantidades enormes, aunque Lune empezó a sospechar que tanta riqueza no podía provenir del negocio de la moda; mucho menos en tan poco tiempo que llevaba en el mismo.

Lo siguiente que leyó, le aclaró el panorama. Resultaba ser que la gacela era miembro de una organización criminal llamada Los Olímpicos, conformada por doce miembros establecidos y un décimo tercero oculto. Dichos miembros tenían un alias como identificación, haciendo alusión a los dioses del panteón griego, teniendo Rebeca Blair el alias de Afrodita, la diosa de la belleza. «Como anillo al dedo el alias.»

Rebeca, o Afrodita, se especializaba en la trata de blancas en la organización, planificando secuestros de hembras hermosas así como blancos selectos por clientes exigentes. Trata que fue desmantelada por Judy Hopps y Nick Wilde en un operativo donde hubo un enfrentamiento en Burrows que más tarde los guió al escondite. No se detallaba mucho sobre ello, sin embargo, en el adjunto de su muerte, se detalla que fue encontrada en Sabana Central, con una puñalada en el estómago. El siniestro se le atribuyó a un ajuste de cuentas al grupo criminal rival de Los Olímpicos: Los Gigantes.

Ambos casos, Olímpicos y Gigantes, le sonaban a Lune, ya que fueron nombrados en la Academia, sólo que de pasada. Presionó el hipervínculo que tenía la palabra Gigante y una ventana secundaria se abrió, dejando un archivo sobre la organización criminal.

Era igual a los Olímpicos en cuestión a los alias. Mientras que unos hacían alusión a los dioses griegos, los otros a los gigantes griegos que entraban en guerra, la Gigantomaquia, contra los dioses. «Es demasiado elaborado como para ser fortuito», pensó Lune. Y tenía razón, porque al seguir hondando en los archivos, dio con que los líderes de las respectivas organizaciones eran hermanos. Nada menos que con el apellido Wilde. Y de éstos, el líder de los Gigantes colaboró con la ZPD para destruir a los Olímpicos.

Eran el padre y el tío del subjefe Wilde, respectivamente.

Una teoría empezó a hilarse en la mente de Lune. Según las palabras de Carla, su tía había sido asesinada, y tal vez, ella fuera Afrodita. Lo que quería decir que era su sobrina, ¿era posible? «¿Cuál es la probabilidad de que eso sucediera?» Se estaba aferrando a un clavo ardiente que amenazaba con quebrarse, pero mientras más lo pensaba más sentido tenía. Ella le dijo que la Alcaldía usó su caso y no le dio la justicia que necesitaba, lo que encajaría a la perfección con el escenario, ¿cómo le darían justicia si el animal al que quería ajusticiar estaba muerto y colaboró con la policía? La ZPD no sería tan imbécil como para atacar la pata que le ayuda, sumado al hecho de que si se hacía público en ese tiempo que tanto sobrino como tío eran policía y mafioso, se hubiera desatado un caos.

Suponiendo que tenía razón. Suponiendo que James Wilde, líder de los Gigantes, matara a Rebeca Blair, Afrodita, eso no soldaba todos los puntos; su teoría cojeaba. «A ver, digamos que hasta ahí tengo razón, ¿qué tendría que ver eso con que Carla se marchase, y más aún con un plan?»

La luz de la mañana se coló por la ventana rota, formando raros brillos, como un prisma, en el aire. Un escalofrío le caló los huesos. «Si miras mucho tiempo al abismo, el abismo verá dentro de ti», recordó había dicho Carla. Aquella idea que le llegó era aterradoramente posible: ¿cómo se tornaría una mente lastimada, con rencor, decepcionada y deprimida por la pérdida de un familiar? Tantas emociones negativas, deseos de justicia que nunca se llevaron a cabo no terminarían en nada bueno. Era una bomba de tiempo.

«Por eso los malos atacan a la familia, porque duele más que a una misma». Si Carla no pudo obtener la justicia de James, ¿qué le impediría obtenerla del subjefe Wilde? Sumado a tantos años oscuros, ¿qué le impediría no formar un plan para matar a Nick Wilde?

—No, Lune —se dijo—, es demasiado tirado del pelaje como para ser real. —Se quedó en silencio un rato—. ¿Pero y si lo fuera?

Si lo fuera, su teoría cojeaba por otro lado. ¿Cómo ella llevaría a cabo eso? ¿Con quién lo planearía?

—¿Por qué no lo habría hecho hace años? —se preguntó con un murmullo—. No es como si estuviera esperando el momen...

Oh, por todos los dioses...

Se centró en los momentos en que Carla apareció en su vida. Fue poco después de haber iniciado con el caso de Inval, que incluía aquella locura con las similitudes de la mitología egipcia. E Inval había demostrado ser un animal con una planificación horrorosamente precisa, sumado a una manipulación excepcional al haber logrado unificar animales tan dispares como una ex-soldado, un traumatólogo y un psicólogo. ¿Y si hubiera reclutado a Carla?

No. No podía ser. Todos los animales representaban un aspecto predominante de la mitología, según sus alias en las fotos del diario del doctor Zury Nassar que el hijo de la jefa Hopps llevó a la jefatura. La precisión militar de la diosa de la guerra, la violencia del dios del caos, y la medicina con el dios lunar. Carla no calzaba en ninguno existente.

Abrió una pestaña del buscador de internet y buscó una lista detallada de los dioses de dicha mitología para confirmar. Luego de varios minutos, encontró uno que parecía darle una bofetada al rostro...

—¡No puede ser!



89 horas para el Renacer.

7: 18 am.

Carla había pasado la noche en uno de los departamento de Greco que, como el predijo, no revisaron ni encontraron. Todo por el simple hecho de que no estaba registrado a su nombre, sino al de la que se lo arrendó y que él utilizó como un segundo almacén. No de cosas llamativas, mas sí para guardar cosas. El contiguo, había sido revisado por la ZPD y ella no ingresó a éste para no dejar algún rastro que la ligara a sí misma.

El tiempo que pasó en dicho lugar, meditó sobre si lo que hacía estaba bien. No tenía idea de qué efectos tendría Osiris en los animales, sin embargo, el que sea el final de muchos animales, tal como le había dicho, era algo seguro. ¿Estaba dispuesta a matar a muchos animales por complacer un capricho? ¿Aún si dentro de esa tanda de animales está Lune?

Lune.

Había intentado sacársela de la mente, pero aquellos ojos azul oscuros que la veían con tristeza cuando la dejó en el sofá luego de darle el choque eléctrico, la perseguían sin cesar. Sentía esa mirada en la nuca, en el cuerpo entero.

Con las atenciones de ella en la cabeza, la sensación del pelaje en sus pezuñas cuando la vendaba, aquel aroma tan relajante que tenía, la forma en que sonreía de vez en cuando, como si fueran muy suyas aquellas expresiones, Carla tomó una decisión de la cual no se arrepentiría. Sabía que era lo que tenía que hacer.

Tomó un móvil y salió del departamento, arrojó la llave hacia la calle y se encaminó hacia destino.

Una vez en el sitio, se detuvo y alzó la mirada al obelisco, se acercó y pasó la pata por su superficie. Ignorando los grafitis que había en el mismo, se centró en la pluma tallada que había en éste y sin apartar la pata, con la otra sacó el móvil de su bolsillo y entró en una aplicación. Era una especie de GPS que le daba las ubicaciones de los demás obeliscos, marcados con puntos amarillos. No sabía a ciencia cierta cómo funcionaban los mismos, sólo recordaba lo que Alastor le explicó cuando le dijo cómo llegar con Osiris, y que ella sería la que lo activaría.

Fue tocando los puntos amarillos y una ventanilla se abría, donde pedía una contraseña para activar unos transmisores en los demás. «Tú sabrás cómo colocar nuestros alias, Carla», recordó le había dicho. Lo pensó, porque si erraba en uno, la ventana se cerraría y los transmisores se bloquearían.

Decidió colocarlos en cuanto a las especies habitantes en los demás ecosistemas, en el del obelisco de Distrito Forestal colocó «Anubis», por ser un lobo; en el de Sabana Central, «Neit», por ser una leopardo; en el de Tundra, «Jonsu», por ser un reno; en el de Sahara, «Seth», por ser un lince; y en el del Centro, donde estaba ella, «Maat.» Rogó internamente no embarrarla con Seth, sin embargo, como su alias era el dios del desierto, lo vio propicio.

En la pantalla de su celular, los puntos amarillos cambiaron a color verde y la aplicación se cerró sola.

Carla esperó que algo sucediera, mas nada importante pasaba. «Los obeliscos te guiarán». Ajá, pensó, ¿pero cómo? El sol que iluminaba causaba que las sombras de los objetos se proyectaran por el suelo, algunas cortas, otras largas, otras finas o anchas, y entonces lo comprendió.

Sombras.

Una de las partes del alma en la mitología egipcia. Uno de los rasgos de Anubis.

Dio varios pasos atrás y se percató de que la sombra que el obelisco proyectaba en el suelo parecía apuntar a un almacén pequeño. Carla se quedó mirando la edificación, era de un piso, con la pintura exterior cayéndose como cáscaras de huevo y con una puerta simple, de madera, y junto a esta, una persiana metálica baja.

Sin saber muy bien qué hacer, se encaminó hacia el lugar. Una vez frente a éste se percató de que la puerta estaba abierta y se podía entrar como si fuera su propia casa.

—No creo que Greco haya hecho el lugar tan obvio —murmuró mientras entraba—. Es demasiado arriesgado.

Se ubicó por el lugar, al menos, lo que pudo, porque no había algún sistema de alumbrado. Era sólo un cuarto de cuatro paredes de hormigón con una escalera que descendía en una de ellas. Se acercó a ésta y empezó a bajar los peldaños uno por uno, sintiendo el repiqueteo de la llave en su cuello.

Al llegar al fondo encontró otra puerta de madera, precedida por una reja metálica. Intentó abrirla, pero estaba cerrada a cal y canto. Se llevó una pezuña al collar, lo sacó y se mantuvo mirando la llave. «¿Será posible que abra la reja?» Se quitó el collar e introdujo la llave en la cerradura.

Intentó girarla, lográndolo con una facilidad pasmosa. Abrió la reja con un chirrido y al girar el pomo de la segunda puerta, dio con un pasillo con una simple bombilla fluorescente y que en el fondo había una puerta de metal, gruesa, como la de un banco.

—Inteligente —dijo para sí, caminando hacia la tercera puerta—; al parecer tan simple y común nadie sospecharía, y quienes entraran al salón y vieran la reja, no les interesaría entrar. Es tan simple que es estúpido. Oculto a plena vista.

En la puerta metálica, al igual que en la caja fuerte de los clientes del banco, había un pequeño tablero electrónico en con el mismo mensaje:


¿QUIÉN GUIARÁ AL JUEZ?


Esta vez, con una seriedad de piedra, decidida, tecleó la contraseña:


ANUBIS


Los sonidos de descompresión de la puerta se escucharon como un silbido y ésta se abrió un poco, sólo lo suficiente como para que una fría brisa se colara del cuarto al pasillo. Carla la abrió, y dentro observó una maquinaria, tanques, un complejo sistema de tuberías que salían de un tanque industrial, y una computadora con varios monitores en una mesa de trabajo con una cuenta regresiva.

«Así que esto es Osiris», pensó, viendo que en el tanque industrial, con un vidrio para ver su contenido, se divisaba una bolsa de plástico del tamaño del puño de un oso, de un color negro y de aspecto frágil. No había agua dentro. La bolsa se mantenía unida a la base del tanque por una cuerda que parecía hecha de papel de arroz y flotaba gracias a una suave corriente de aire caliente, según lo dictaminaba los dígitos en uno de los monitores de la computadora.

En la parte superior del tanque salía una única tubería de lo que parecía ser titanio, que se ramificaba y perdía por el pequeño cuarto, unas salían por el techo, otras se hundían en el suelo. «Un agente que se esparce por aire.»

Con un suspiro se sentó en la silla junto al escritorio, llevó las pezuñas al teclado, apartó unas hojas que había sobre este e introdujo su alias. Instantes después, un mensaje apareció en la pantalla, informando de que en la jefatura de la policía, habían accedido a la puerta trasera de Osiris.



89 horas para El Renacer.

7: 25 am.

Judy estaba que se subía por las paredes de la sala de informes al ver que no podía hacer nada. Sólo estaba sentada en la mesa oval, en el centro de la misma, viendo cómo a un lado suyo, en la mesa empotrada a la pared, Archer, el tigre blanco, Batigne, la tigresa, Lewis, el león, Dan, Meloney y para su sorpresa Sabrina, intentaban descifrar el código que aparecía en la imagen que el proyector emitía.

La coneja se quedaba admirando la imagen y lo que aquellos caracteres significaban. La posibilidad de terminar con todo y cerrar ese caso de una vez por todas.


97: 38: 42

SÓLO EL JUEZ LOS SALVARÁ AHORA.

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James estaba sentado en la mesa oval también, con su ordenador, que era el que estaba conectado al proyector y emitía la imagen, masajeándose las sienes, intentando descifrar la clave de acceso. Nick, a su lado, le colocó una pata en el hombro, y al ella verlo, éste le sonrió en un apoyo tácito.

Se sentía horrible no poder hacer nada. Si hubiera sido un caso como los Olímpicos o la SPQR que era de acción y búsqueda, hubiera sido coser y cantar. Sin embargo, este era más que todo, inteligencia y deducción pura.

—Repito —dijo Judy a los demás—: ¿a nadie se le ocurre quién sea el Juez además de lo que sabemos? Osiris era el que presidía el tribunal de la Duat, mas es demasiado fácil.

—Exacto, —asintió James, con un silbido del tubo de oxígeno. Las ojeras que tenía se veían por sobre el pelaje—. Inval no cometería ese garrafal error.

—No puede haber sólo un dios —alegó Nick—. Las mitologías antiguas se caracterizan por tener varios, e incluso repetir aspectos. En la griega, por ejemplo, el amor es tanto de Afrodita como de Eros, Agaphe y Filia. ¿Por qué en la egipcia sería distinto?

Hubo un murmullo del joven zorro rojo y la sala se sumió en silencio, sólo roto por el tap, tap, tap, de los teclados.

—La clave debería ser algo que Inval no pudiera olvidar —comentó Sabrina, en su silla de ruedas. Al pequeño Jaune lo dejaron al cuidado de Nico en casa de Nick y Judy; internamente la coneja rogaba que su hijo no dejara incendiar la casa por cuidar a una cría—. Algo sencillo de recordar.

—¿Cómo recuerdas algo con facilidad si haces tantas cosas a la vez? —quiso saber Meloney.

—Debería... —Dan pareció contener la respiración—. El anillo.

Judy quedó un instante en blanco y luego recordó el anillo que habían recuperado del cuerpo de Inval. Aquella inscripción en el mismo: «¿QUIÉN GUIARÁ AL JUEZ?», parecía propicia. Era una pregunta, ¿pero y si ése fuera el código?

—Nick —le pidió a su esposo—, quiero que vayas a mi despacho, llames al laboratorio y preguntes si tienen algún resultado. Una vacuna o algo, o si al menos dieron con la composición de molecular de Osiris. Rápido, te necesito aquí cuanto antes.

Con un asentimiento, él se bajó de la silla y salió.

Suspirando, la jefa de la policía se volvió hacia su hijo.

—¿Crees que Van der Welk tenga razón? —le preguntó—. Ellos, Van der Welk y Vicario, localizaron el cuerpo de Inval y éste tenía un anillo con una inscripción grabada. «¿QUIÉN GUIARÁ AL JUEZ?» ¿Puede ser la contraseña?

Llevándose una pata al cuello, James pareció meditarlo.

—Puede ser —dijo—. Es factible, necesitaba recordarla por si quería...

—Tenemos un problema —vociferó Batigne, con un deje asustado en la voz—. El servidor perdió las defensas.

—¿Y cuál es el problema en ello? —preguntó Judy.

—Que dicho servidor era una capa, encubría algo más.

—Mejor dicho, varias cosas más —agregó Archer, fastidiado y estresado—. Unos virus.

—Un virus no es nada de qué preocuparnos —intervino James, mirando hacia los animales en las computadoras—. Desvíenlo hacia la ZPD y que el sistema de antivirus de la sede lo destruya. Simple.

—Es que no es sólo un virus, hermanito —gruñó Meloney—. En la CIA nos topamos con uno de estos malnacidos y aquí hay más de diez.

—No me digas que es...

—¿Qué comes que adivinas? Tenemos un gusano.

James se pasó las patas por el rostro.

—Por los dioses, lo que me faltaba.

Judy mantuvo la calma, no era el momento de desquebrajarse por un contratiempo. Ella era la jefa, ella tenía que ser la que siguiera en pie para todos.

—¿Qué un gusano no es un virus entonces? —preguntó Sabrina.

El zorro rojo resopló asqueado.

—Los virus tienen cadenas de mutación. Esto no.

Con calma, para no alterar la situación, Judy preguntó.

—Entonces explícate, ¿qué está pasando? Pensaba que era un virus.

James respiró hondo y miró a Judy a los ojos, esos azules como los de James, el tío de Nick de quien venía el nombre de su hijo, dejaban claro un enorme cansancio y una sensación de derrota que ella desplazaría como sea.

—Mamá, los virus se reproducen. Crean clones. Son presumidos y estúpidos, egomaníacos binarios. Paren más deprisa que... —Se detuvo en seco y tosió—. Se reproducen mucho, volando. Ésa es su debilidad. Puedes liquidarlos si sabes que están haciendo. Por desgracia, este programa carece de ego, no necesita reproducirse. Tiene la cabeza despejada y concentrada. De hecho, cuando haya logrado su objetivo, lo más probable es que cometa un suicidio digital. Es un kamikaze de los invasores informáticos y algo increíblemente molesto de resolver. —Hizo un gesto teatral con la pata, como si le enseñara lo que los mataría—. Eso, es un gusano informático.

—¿No es un término muy mundano? —comentó Dan.

—Por eso mismo. Un gusano no tiene nada de estructuras complejas, sólo instinto: comer, defecar, reptar. Eso es todo. Sencillez. Sencillez letal. Hace aquello para lo que está programado y luego muere. —Sonrió con ironía—. Muy adecuado, en medicina los virus más antiguos, y por tanto más básicos, son los más difíciles de matar.

—¿Y para qué está programado este gusano, James? —inquirió Judy.

—Lo ignoro. Lo que sé es que si las defensas de ese servidor murieron, es que alguien lo está manipulando. No puedes programar eso. Estamos en una partida contra alguien al otro lado de esos números, si lo dejamos ganar... Bueno, ya saben. Morimos. Dudo que sea alguien con la astucia de Inval, tal vez sólo derribó el servidor para que el gusano pudiera hacer lo suyo.

—¿Puedes detenerlo?

—No lo sé. Todo depende de qué hubiera pensado Inval al crearlo.

—¿Cuánto nos queda? —preguntó Nick, en la puerta; luego se volvió hacia ella—. Acabo de oír todo, y en el laboratorio no tiene nada sobre Osiris. Están investigando.

La coneja apuntó a la proyección. 97: 30: 13.

—¡James —vociferó Meloney—, revisa tu pc, mandé las órdenes de ejecución del programa! ¡Echa un vistazo!

El criptógrafo asomó la mirada a la pantalla y luego se pasó una pata por la frente.

—¡Ay, dioses! —exclamó James—. Inval... ¡Bastardo!



97 horas para El Renacer.

7: 34

Lune trotaba hacia la plaza del Centro, donde había un obelisco. Las ubicaciones de los demás las sabía porque el hijo de la jefa Hoops les había entregado unas fotos a la ZPD de una investigación extraoficial que ellos hicieron.

Tenía el corazón latiéndole a toda prisa, por adrenalina y furia.

Todo había calzado con una insultante precisión.

Cuando buscó la lista de dioses de la mitología egipcia, dio con uno que la dejó sin habla: una diosa que llevaba el equilibrio de todo, la armonía, lo blanco y negro, el caos y el orden, la verdad y la mentira, la justicia.

Blanco y negro.

Aquellos dos colores le rebotaron en la mente, porque recordaba de la secundaria aquella particularidad interesante. En la antigüedad se asignaban esos colores a la mujer y el hombre, respectivamente.

Femenino y masculino.

Y no podía ser coincidencia que Carla fuera género fluido.

Ahora entendía el plan.

Carla apareció con una casualidad inaudita ante la policía poco después de que el caso iniciara, congenió con Lune y ésta, como toda una imbécil, la llevó a su casa para evitar una demanda a la ZPD, y estuvo siempre allí. Silenciosa, aunque la ayudaba y apoyaba siempre. Se fue ganando su confianza poco a poco, para que ella le hablara de sus días en la jefatura, y Lune como toda una tonta, cayó.

¿Qué necesidad había de robar información si quien te lo contaba era una policía?

El metal frío de la pistola en su cintura, contra el pelaje que no estaba vendado la centraba, le ayudaba a controlar un enojo naciente, ácido y venenoso. Carla la utilizó a su antojo. Era una simple herramienta.

Ella era Maat.



97 horas para El Renacer.

7: 36 am.

—¿Qué pasa, James? —exclamó Nick, asustado.

La forma por la que hubo reaccionado su hijo le dejó en claro al zorro que no eran noticias maravillosas lo que tenía, sino que era grave. Muy grave.

James se pasó una pata por la frente, estaba pálido tras el pelaje.

—¿Crees que podamos hacer un PEM en la ciudad o causar un apagón?

—Explícate, James Piberius Wilde. —El tono de Judy hizo dar un respingo a los tres zorros familiares de ella, Nick, James y Meloney. Estaba molesta—. Te sorprendes, y no nos comunicas qué pasa. Nos tienes al vilo.

—Lo siento, —dijo—. Este gusano no se caracteriza por un ciclo degenerativo normal. Funciona como un ciclo selectivo. En otras palabras, es un gusano con gusto.

Nick abrió la boca para hablar, pero Judy con levantar un dedo, lo acalló.

—Casi todas las aplicaciones destructivas borran un banco de datos —continuó—, pero ésta es más compleja. Borra sólo los archivos que caen dentro de ciertos parámetros.

—¿Quieres decir que no atacará a todo en general? —preguntó esperanzado Lewis, el león—. Eso es bueno, ¿verdad?

—¡No! —estalló James—. ¡Es malo! ¡Es jodidamente malo!

—¡Calma! —ordenó Judy—. ¿Qué parámetros está buscando el gusano?

—Operativos —respondió su hijo—. Más que todo de la empresa de ventilación de la ciudad.

Nick sintió como si el piso dejara de existir. Los distintos ecosistemas de Zootopia se mantenían gracias a un delicado y bien orquestado sistema de ventilación, con una precisión suiza. Un sistema que se administraba en el Centro de la ciudad y que mantenía los demás ecosistemas funcionando para que los respectivos animales pudieran subsistir sin sufrir las consecuencias. Dicho sistema era principalmente subterráneo, aunque las boquillas de algunos (calefacción, más que todo) salían por las calles, como los hidrantes.

Este sistema administraba el aire húmedo de Distrito Forestal, el asolador calor infernal de Plaza Sahara, el frío glacial de Tundratown, el clima tropical de Sabana Central... Si el gusano borra el banco de datos de la empresa de ventilación, el sistema se averiaría.

—Esto es catastrófico —gruñó Judy con voz grave—. Este gusano nos aclara algo: Osiris se transmite por aire, porque para que ataque a dicha empresa, es la única razón. Busca esparcir Osiris una vez se active. ¿Puedes saber si controlará la maquinaria de la empresa?

James negó con la cabeza, impotente.

—Tiene como objetivo los controles automáticos de la potencia del manejo de las maquinarias. Es decir, una vez los destruya el sistema de ventilación funcionará a su máxima potencia.

—¡James! —Meloney se veía nerviosa—. No sólo es la empresa. Maldita sea, ése Inval era un demonio. Sólo uno de los más de diez gusanos tiene esa programación.

—Hemanita, no me la pongas peor.

—Los demás son distintos: un segundo tiene como objetivo los datos de la CIA. Un tercero los de la ZPD. Un cuarto el Ayuntamiento. Un quinto el banco.

—¡Revisa el de la ZPD! —exclamó Judy.

—Su objetivo son los archivos de la ZPD que sólo los policías con permiso pueden ver. Ése caso en específico, . Los Olímpicos.

La coneja compuso una expresión de desconcierto.

—¿Qué tiene que ver el caso de los Olímpicos con esto?

En silencio, Nick intentaba ver el impacto que tendría que la ZPD le hubiera ocultado a la ciudad su relación sanguínea con ambas organizaciones, Olímpicos y Gigantes. Ellos eran unas especies de héroes por haberlos detenido y eliminado. Y si se enteraban que él era su hijo y sobrino, respectivamente, la desconfianza se alojaría en todos los animales. Peor aún, la imagen de Zanahorias caería por el suelo, y su credibilidad. ¿Cómo podía la jefa de la ZPD tener como pareja y compañero de trabajo a un familiar de mafioso?

La tacharían de ingenua.

Era probable que los prejuicios volvieran a arraigarse poco a poco.

—¿Se puede detener? —preguntó Nick, tomando la única oportunidad que vio. El sistema a máxima potencia y Osiris siendo un virus que se propaga por aire, no es una combinación que valga la pena probar.

—Desde aquí, no. Necesito tiempo, mucho tiempo. Descifrar cada uno de los objetivos y desarmarlos poco a poco.

—Pero la puerta trasera existe, ¿no? —alentó Judy—. O sea que estaba la posibilidad de que Inval quisiera retractarse.

—¿Qué buscaba él? —quiso saber Archer.

—Quería que la ciudad fuera autosustentable, que se dieran cuenta de que la sobrepoblación nos estaba perjudicando. De encontrar una manera para mejorar y evitar la espiral en la que estamos.

—Jefa Hopps —anunció Batigne—, el gusano que tiene como objetivo la ZPD está empezando a atacar los escudos que tenemos. La primera línea se está debilitando.

Nick sabía que la ZPD contaba con un sistema de protección de datos de cinco niveles o líneas. La primera burlaba a cualquier tonto que quisiera entrar a los datos sin autorización expresa o la clave de acceso que ciertos policías tenían. La segunda línea bloqueaba a los que sabían sobre cómo infiltrarse. La tercera eliminaba los «buitres», hackers de nivel medio que no eran importantes. La cuarta eliminaba, rastreaba y daba la IP de los «tiburones», quienes eran hackers profesionales; a éstos se los arrestaba y condenaba de por vida. La quinta y última era la defensa más importante, puesto de que en caso de que alguien superara la cuarta (lo que nunca había pasado), la quinta lo destruiría, mas no lo rastrearía, sino que enviaría un spyware para saber todo de él, puesto que alguien de ese calibre o podría ser una buena fuente de información, o una ayuda para la fuerza que se pudiera reclutar haciendo presión en sitios adecuados.

—¡Debemos introducir el código del anillo! —exclamó Sabrina.

—Pero, Sissy, es muy raro. ¿No te parece que es muy vulnerable tener tal clave en un anillo?

En un instante, el salón de informes se volvió una cacofonía de voces que apoyaban colocar el código del anillo y otras que se negaban.

—Voy a decirles una cosa —bramó Judy, y Nick sabía que ella estaba igual de nerviosa que él. Un error y sería fatal—. Dentro de poco cualquier cachorro con una conexión a internet podrá saber todo lo que la ZPD contiene, y no sólo el caso de los Olímpicos, sino el programa de testigos, de protección de testigos, los fichajes de delincuentes que tenemos. Todo. —Inspiró con fuerza—. Por una razón Inval tenía ese anillo. Ya he tomado una decisión. James, introduce la cita. Ahora.

Éste respiró hondo, tal vez sabiendo que ella tenía razón, no tenían otra alternativa. Se acercó al teclado.

—Bien. Léeme lo que ponía el anillo, mamá, por favor. Despacito.

Judy le dijo letra por letra la inscripción del anillo que se encontraba en Evidencias y James tecleó. Cuando hubieron terminado volvieron a leerla y omitieron los espacios. En el centro de la proyección aparecieron las letras:


QUIENGUIARAALJUEZ


—No me gusta —murmuró Meloney—. Tiene mala pinta.

James vaciló, con un dedo suspendido sobre la tecla de ENTER.

—Hazlo —ordenó Judy, asintiendo.

James pulsó la tecla. Segundos después toda la sala supo que había sido un error.


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Hola, gente, ¿qué tal?

¿Qué les pareció el cap?

Dejen su review, gente, no olviden dejar su review, así me alientan a continuarlo.

Nos leemos luego.

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