XX. Schandenfreude
145 horas para El Renacer.
Un largo bostezo salió de sus labios, resonando con un ahogado eco por el estudio del departamento, al tiempo que seguía tecleando como un tornado códigos y comandos para infiltrarse por completo en la red total de cámaras de vigilancias viales de la ciudad.
Dar con ella no fue problema muy engorroso, pero encontrarla era un mundo de diferencia. Moviendo algunos hilos con contactos en la aduana que James había ayudado y, ¿por qué no?, sobornado en su tiempo, les pidió que buscaran a animales procedentes de Rusia que hubieran entrado en un período de diez años como mínimo. La búsqueda le arrojó cincuenta especies. De éstas separó las que eran hembras y leopardos de las nieves, quedando con tres animales.
En el transcurso del tiempo desde que Nick le informó sobre que esa leopardo fue quien dejó así a Rachel, Lourdes inició una exhaustiva investigación y seguimientos de los tres objetivos que había encontrado. Los primeros dos resultaron ser animales simples, corrientes, jóvenes en busca de emociones fuertes en Zootopia; sin embargo, la última, era su blanco.
Le costó mucho verla, tanto que solo pudo ficharla cuando salió de su departamento («tal vez fuera temporal») y se reunió con un oso en una cafetería. Poco después, ese mismo día, se enteró de que dicho oso, gracias a las cámaras de seguridad vial que grabaron el hecho, había sido partícipe en una brutal golpiza a unos pequeños y el homicidio de quien, supo después, era su niñera. Pequeños que eran hijos de la hiena con la que Judy y Nick mantenía tratos y de Van Der Welk.
Tenía el nombre, la edad, la especie e incluso datos sueltos sobre su época en servicio en los Spetnaz; lo que le faltaba era el qué hacía con ese oso.
Lourdes se pasó las patas por el rostro, dejándose el pelaje de la cabeza en punta por la frustración. Llevaba investigando todo este tiempo pero no tenía nada contundente; no tenía algo claro con lo que ir donde Judy y poder matar a Natasha sin que la ley le cayera encima. La maldita se cuidaba los pasos como toda una profesional.
«Militar a fin de cuentas.»
La puerta del estudio se abrió con suavidad, el pequeño contorno de Finnick, huraño, con el ceño fruncido y cara de malas pulgas, apareció.
—¿Vienes del hospital? —le preguntó al zorro.
—Sí —gruñó éste, no muy cómodo por el tema—, ¿por qué no me dijiste que Rachel está embarazada?
La loba alzó la mirada del portátil, la cerró y entrecruzó las patas sobre el escritorio.
—Porque no estaba en mi poder decírtelo, Finnick. La decisión es de Rachel y James.
—Entiendo —suspiró, cayéndose de hombros—. Por un momento creí...
—Que era biológico —sonrió agotada—. Me pasó lo mismo.
Con una seca sonrisa, que en el fondo eran cálidas, Finnick se pasó una pata por la nuca, ladeando la mirada.
—Me siento viejo —murmuró—; seremos abuelos. Parece que era ayer cuando estafaba con Nick. —Dio un puntapié al suelo para luego señalar la portátil con los labios—. ¿Has encontrado algo más?
—Sí. —Lourdes alzó una pata y se frotó el entrecejo, tratando de que el estrés que tenía, el cansancio, la frustración y el enojo palpitante no la consumieran por completo—. Sólo que no encuentro alguna razón para poder matarla sin que me caiga encima la ley. —Finnick fue a decir algo pero ella se adelantó—. Nick ya me salvó el pellejo una vez, milagrosamente sin levantar sospechas; creyeron que se debió a una falla en el sistema. Que lo hiciera otra vez nos dejaría en evidencia.
—Lo entiendo. —Se giró dispuesto a salir—. Deberías ir a la cama —comentó—, calmarte un poco, dormir, despejar la mente.
Ella movió el cuello, escuchando los pequeños crujidos del mismo. «Tiene razón, llevo más de diez horas aquí.» Se puso de pie y caminó hasta él para después ambos irse a su habitación.
144 horas para El Renacer.
Unos toques incesantes que comenzaron muy lento y aumentaron su velocidad e intensidad hasta que se volvieron casi golpes lo despertaron de su incómodo sueño. Nico abrió los ojos, aletargado, encontrándose en la habitación de un hospital. Por un breve instante, en el que su mente se adaptaba al lugar e iniciaba la secuencia de recuerdos de cómo llegó allí, estuvo en blanco. Lo recordó todo de inmediato al ver el rostro a Sadie.
Se había quedado en la habitación del hospital esperando a que ella despertara, y como no lo hizo, su madre le insistió para que fuera a dormir; sólo bastó con decirle una vez que esperaría hasta que lo hiciera porque sabía, sería importante. Judy no replicó, o intentó persuadirlo, la convicción en su voz era total. Por ende, ella hubo asentido y retirado.
Parpadeó dos veces, enfocando el reloj de la pared del hospital: las 00: 15. «Media noche.» Volvió su mirada hacia la lince y el corazón volvió a contraérsele de dolor como cuando la vio por primera vez habiendo salido del quirófano. Estaba reclinaba sobre la cama, un poco levantada, tenía vendajes pequeños, como parches, en las zonas donde había y saldrían cardenales o morados suaves, magulladuras, una cortada en el labio y un vendaje doble que le cubría el ojo izquierdo en diagonal.
—Hola —dijo lo primero que se le ocurrió, el ambiente era muy tenso entre ambos.
—Hola. —Bajó la mirada. Nico frunció los labios, el tono de Sadie era muy bajo, opaco y ahogado, y su ojo no tenía ese brillo característico de ella.
Acercó un poco más la silla a la cama, tanto que si lo hacía otro poco quedaría bajo la misma, y con mucho cuidado, de la misma forma en que manejaría una reliquia muy delicada, le tomó el rostro acunando sus patas en sus mejillas y le hizo verle.
—¿Estás bien? —preguntó, y al momento se dio cuenta de lo ridícula que era la pregunta—. ¿Cómo te sientes?
—Perdón —musitó con un titubeo, apretando las patas en puños en sus piernas; la intravenosa en su brazo se tensó y Nico estuvo mirándola de soslayo esperando que no se saliera.
Bajó sus patas y las colocó sobre las de ella, en un gesto tranquilizador.
—¿Por qué, Sadie? —dijo, con una voz suave y tranquila.
—Tenías razón. —Sintió en sus palmas cómo se tensaban aún más los puños de ella—. Siempre la tuviste. —Su ojo sano comenzaba a humedecerse—. Tenías toda la jodida razón. Y yo... —Inspiró—. Yo solo seguí en mi afán de querer encontrarlos.
—No tienes que pedir perdón por eso, Sadie.
—Mírame. —Alzó la mirada y la fijó en la suya—. Dime que debí hacerte caso. Dime que todo lo que hice fue un error.
—Sabes que no lo haré, porque no lo fue. —Suspiró con fuerza, tratando de no dejar que todo lo que tenía en los hombros, tanto miedo, inseguridad, impotencia y frustración la terminaran embargando a ella. Eso era lo que menos quería—. Gracias a esa improvisada investigación que realizamos, gracias a ti, debo agregar, mamá no hubiera dado con uno de los miembros de ese grupo. Al final murió, pero eso ya no importa.
—¿Por qué eres así? —le preguntó—. ¿Por qué no eres como los demás, eh? —Otra vez aquel brillo de lágrimas intentando salir—. De seguro mi madre vendrá en la mañana y me formará un número aquí, más ahora que quedé tuerta, ¿por qué tú no reclamas o dices algo?
Con cariño, tomó las patas de ella entre las suyas y las juntó, cubriéndolas.
—Porque no soy tu madre, en primer lugar —sonrió—. Sería raro que salieras con tu propia madre, ¿no lo crees? Segundo porque soy tu novio, y eso no me convierte en un verdugo o un juez. Además, ¿con qué derecho podría reclamarte si yo te seguí en todo?, sería muy hipócrita hacerlo.
—¿Pero y los problemas que terminé causando? —Su mirada le sacó una sonrisa pequeña, parecía un cachorro que estaba esperando un regaño. Uno que sin duda le llegaría en la mañana, cuando su suegra y su madre vinieran a verla.
—Nadie te va a recriminar nada, Sadie. Sería muy desalmado hacerlo, siendo tú la que más sufrió.
Ella, un poco más calmada, aunque sin perder ese aspecto y expresión apagada, asintió y le tomó una de las patas.
—No has sido la única que sufrió, ¿sabes? —le dijo, controlando sus emociones—. No tienes idea de cómo me sentí cuando me enteré de que te habían secuestrado. Por ende sabía que estabas herida, porque vamos, tú no eres de las que se dejan atrapar tan fácil; sé que no me enamoré de una damisela en apuros. Y cuando te vi... —Hizo una pausa—. Dioses, tal vez lo lleve en la esencia, o porque tanto convivir con mis padres me ha hecho, sin saberlo, un poco duro, pero no supe cómo demonios hice para conservar la calma.
—Lo siento —repitió agachando la cabeza. Nico le soltó las patas y volvió a acunarle el rostro, fijándole la vista, mirándola con intensidad.
—No lo sientas —la reprendió—. No lo sientas ni por un solo momento, Sadie. Por ti y aquella insistencia mi madre pudo dar con aquel lince.
—¡Mira cómo quedé, Nico! —le reclamó, frunciendo un poco el ceño; se veía cómica puesto que solo se le veía una ceja, la otra estaba vendada—. Voy a parecer una pirata o un villano de película barata.
Oh... ahora veía bien por dónde iban los tiros. Ella en realidad no estaba sintiéndose mal por lo que le sucedió («bueno, tal vez la mitad»), sino que se sentía así, decaída, porque tal vez estuviera pensando que porque está así, con un ojo sano, él la terminaría dejando de querer.
Una risa casi alegre en su totalidad brotó de sí, como el cantar de aves libres. Se levantó y acercándose un poco más, colocó su frente en la de ella.
—Aún buscas alguna razón para disculparte o excusarte por lo que te pasó —dijo, sonriendo y viéndola al ojo, rogando internamente que ninguna enfermera entrara al escuchar el pitido ascendiente del ritmo cardíaco de Sadie en el monitor—, no lo hagas. No dejaré de quererte por lo que te pasó o por cómo quedaste. Sigues siendo la lince extrovertida, intensa y loca de la que me enamoré, ¿entendido? —La vio y sintió asentir, con el ojo anegado en lágrimas que rogaban por salir—. Tu estado no me importa, al contrario, hace que mi corazón se ponga a prueba contra el dolor, me da valor para seguir. No te sientas mal por ello, cuando en su lugar debes convertir ese daño en una virtud. Óyeme bien, porque no soy muy emocional y lo sabes: te amo. Siempre te amaré por darme felicidad, lince torpe, luzcas como luzcas.
Tragó grueso, tratando de comprender de dónde habían salido aquellas palabras. Le dijo lo que sentía, guardándose el temor que había tenido porque aquella hemorragia que tenía en el ojo la terminara afectando para siempre. Psicológicamente era un impacto muy duro. Ella podía haberse levantado sin valor o ánimos de seguir por tal trauma, pero por esa vez, y las que hicieran falta, le tocaría a él ser su luz.
No sería tan brillante como ella lo fue para él, pero al menos sería un halo que no la dejaría hundirse.
Vio el labio temblarle un poco, sabiendo que tenía sus emociones hechas un tornado dentro de ella; redujo aquella distancia mínima que los separaba y con cuidado de no rozar los pequeños tubos que le anexaban oxígeno en su nariz, la besó.
Se sintió renacer con ese beso, mucho mejor que los que le había dado antes, y sabía, en su ser, en sus labios, en su cuerpo, que probablemente no habría otro tan maravilloso como ese.
Se separó de ella, poco a poco, abriendo los ojos con el «bip, bip, bip» acelerado del pulso de Sadie en el monitor. Y antes de que pudiera hacer otra cosa sintió las patas de ella abrazarlo con fuerza. Demasiada, porque sintió sus garras arañarle la espalda.
—Imbécil —gimoteó, con gruesas lágrimas recorriéndole la mejilla derecha; alzó la vista, viéndola desde abajo. «Debo besarla de nuevo. Debo. Debo.»—. No es justo que hables así. —Era lindo aquel hilillo de voz—. ¿Qué haré si en algún momento me siento mal al verme al espejo?
—En ese caso, de adultos viviremos en una casa sin espejo, ¿quién los necesita? Con las cucharas nos resolvemos.
Ella rió, ronca, nasal, y aún así una risa que se le hizo hermosa.
—Gracias, Nico —dijo, sonriendo de nuevo de aquella forma que solo Sadie podía y el brillo vivaracho volviendo a sus ojos.
—No hay de qué —repuso, dándole un rápido beso en la frente. Aquel gesto era tan inocente e intimo a la vez que sólo ahora lograba entender por qué su padre lo hacía con su madre—. Recuerda que la animada eres tú; aunque cada que lo necesites, podemos cambiar roles. Ahora —agregó, buscando sus labios—, dame otro beso. Son mágicos.
Y sin esperar más, lo hizo.
137 horas para El Renacer.
Sentía el cuerpo como sacos de boxeo que hubieran sido desechados luego de haber cumplido su vida útil, todo porque en la mente no le dejaba de rondar, en primera instancia, cómo traería de vuelta el cuerpo de Atha a Zootopia, si es que lo encontraba. Segundo, y lo más obvio, sobre cómo harían para ponerse adelante en aquella persecución sin sentido de los ideales de un muerto.
Y en parte, según los datos que fueron recabados durante la investigación de Inval, dejando de lado sus métodos, quedaba una cosa en claro: buscaba una mejoría total del sistema en el que vivían. Y no era que todo fuera de maravillas, siendo sincero, Samuel estimaba que si no se tomaban unas medidas para ponerle un alto a las cosas y buscar soluciones, todo terminaría reduciéndose a una de esas películas ciberpunk de bajo presupuesto en una década, más menos.
En cierto sentido apoyaba a Inval, sólo que sus métodos eran incorrectos. No podía sacrificar a tantos animales inocentes por un cambio, es ridículo y macabro. Aún así, Samuel no encontraba alguna otra manera de reducir la sobrepoblación tan descabellada en la que estaba sumiéndose el mundo entero, o la naciente falta de recursos, sea monetarios, energéticos o alimenticios.
Tenía que meterse en la mente de Inval, pensar como él, llegar a las mismas conclusiones que el lobo negro para poder prever lo que él hizo. Adivinar qué efectos tendría Osiris en específico y dónde se hallaba. Era como jugar el juego del gato y el ratón, con la diferencia que estaban persiguiendo a un ratón muerto. «Supo hacer sus jugadas bien; fue astuto.» Murió por su ideal sin flaquear en ningún momento, eso era digno de admirar; eran pocos los animales que no tenían miedo de enfrenarse a la muerte por defender su pensamiento. Bueno, después de todo, alguien que no es capaz de sacrificar algo, no puede ser capaz de cambiar nada.
En ese caso, se sacrificó así mismo como inicio.
El sonido de un tocar en la puerta de la habitación lo sacó de sus pensamientos, ésta se abrió con lentitud, dejando entrar a Ben, quien iba ataviado con su albornoz azul de Gazelle.
—Vas tarde, Sam —le hizo saber, con un bostezo. Samuel se dejó caer de hombros suspirando y bostezando, contagiado por el del guepardo. Ambos se habían levantado hacía menos de veinte minutos, todo por culpa del lobo por haber olvidado no colocar la alarma.
—No importa —dijo, sabiéndose que, por llegar un poco tarde, no iba a ser el fin del mundo. Afincó las patas en sus rodillas y se levantó, con una mueca de esfuerzo infinito—. No tengo ganas de ir a trabajar —resopló, frente al espejo luchando por anudarse la corbata; aquellas prendas eran obra del demonio—; no después de lo de ayer.
—Puedes quedarte si quieres —le propuso Benjamín, caminando hasta él y anudándosela en cuatro movimientos.
Como agradecimiento le dio un rápido pico y volvió a acomodarse el uniforme; le sacó brillo a la placa y se la prendió al pecho. En el reflejo del vidrio vio cómo Ben se sentaba en el enorme King Size de ambos.
—Quiero —dijo Samuel—, pero tengo que llevar la laptop a la jefatura para que todos se pongan al corriente de la cuenta regresiva. Supongo que James irá. —Una vez todo listo, se volvió a verlo—. ¿A qué hora es el concierto?
—A las ocho de la noche, pero inicia treinta minutos después. Tu entrada te la metí en tu billetera. —Dicho esto, Samuel tomó la misma de la mesita de noche y se la guardó, poco después se toqueteó los bolsillos para asegurarse de que no olvidaba nada.
Ambos salieron y una vez en la sala al lobo le llegó el delicioso aroma del desayuno, y para mejor, uno de sus favoritos: hotcakes. Se detuvo justo en la puerta, guardando su arma reglamentaria en la funda y la tranquilizante en la otra, solo le faltaba la radio, pensando.
Bah, daba igual. Se dio la vuelta y con una sonrisa animada le pasó una pata a Ben por la cintura, llevándolo a la cocina. Su ser le impedía irse sin comer, sumado a que, tal vez fue idea de Ben, los hotcakes lo atraían como una polilla a la luz.
134 horas para El Renacer.
En la jefatura, Judy, Nick, Meloney, Dan, Samuel y los nuevos, Batigne, Archer, ya que Lewis se había tomado el día, oían diligentemente la explicación de James sobre la cuenta regresiva, que se mostraba en una imagen sobre la pizarra acrílica, gracias a un proyector. Cómo la Alcaldía les solicitó al Departamento de Criptología en el que trabajaba alguna información de Inval, dándoles permiso a usar los fondos necesarios; cómo el jefe le asignó a él dicha tarea; la manera en que dio con aquella pared con su spyware y la forma en que terminó en el hospital, salvándose por poco.
Ayer, poco tiempo después de haber vuelto del hospital, insistiéndole porque se quedara en casa de ella y no sólo en la propia, claro está, habiendo recibido una revisión de los doctores del Hospital Militar que le dieron el visto bueno, Judy le propuso el ser parte del grupo, ayudándolos en lo que a informática correspondía. Su hijo aceptó sin reparos, argumentando de malas pulgas que daría con aquello que le habían pedido, más por Rachel y desmantelar los ideales de quien le había hecho eso.
Una vez terminó de explicar, con la inquietante cuenta en reversa tras de sí, se afincó en uno de los tanques de oxígeno que el doctor, Fawkes, si se acordaba bien, le aconsejó usar siempre para no forzar el tejido que se estaba reconstruyendo de su pulmón. Como consecuencia, la voz no le salía del todo grave, y tenía aquel tono duro y ronco de un fumador empedernido.
—Ahora ya sabemos que dicha cuenta regresiva es para la activación de Osiris —dijo éste, con un leve silbido en su respirar— y puede constatarse haciendo los cálculos. 134: 26: 11 horas, sumadas a las horas de los días que han pasado desde que inició todo esto nos da doscientas ochenta y ocho horas. Doce días.
—Como las doce horas —convino Judy, llevándose una pata al mentón, con la vista fija en los números amarillos.
—La cuestión es, y creo es la más importante —dijo Nick, serio—, es dónde se encuentra lo que dicha cuenta cronometra. Se da por sentado que es Osiris, claro, pero si podemos dar con la cuenta y la ubicación que transmite la señal de la misma, podremos dar con Osiris. —Miró a James, y se giró el anillo en su pata—. ¿Puede hacerse?
—¿Algo como pinchar la línea de un teléfono, pero con la señal? —comentó Dan.
—De poder se puede —confirmo James, rascándose la nuca, incómodo—; el problema es que sencillo no es. Las señales son captadas por antenas, y variando la frecuencia de las señales emitidas, el tamaño de las antenas también varía. Como deben de saber, las comunicaciones se llevan a cabo mediante señales de ondas, frecuencias, y a más alta la frecuencia, más difícil es captarla, oírla y localizarla, aunque se mueven con más facilidad en el ambiente.
—O sea —intervino Meloney—, que no puede ser una frecuencia baja.
—Exacto, y ahí es donde me topé con un muro cuando investigaba en el Departamento. —Apuntó a los números tras de sí con el pulgar, sobre su hombro—. El que yo pudiera captar la señal de esa frecuencia no era muy sorprendente, suponiendo que yo estuviera al menos unos buenos kilómetros cerca, el problema fue cuando les di el canal de la misma a los del Departamento; me quedé de piedra cuando uno de mis compañeros, específicamente en el límite de la ciudad, hacia Burrows, podía captarla sin problemas con su ordenador.
—¿Eso no es algo raro? —preguntó Judy, sabiendo que de la jefatura a Sabana Central, en los límites de la Autopista Burrows-Zootopia, era un tramo de al menos veinte minutos en auto si todo iba bien.
—Es algo muy raro, mamá. —Se apretó el entrecejo antes de continuar—. Que se pudiera interceptar tan lejos quiere decir que debe manejarse en microondas: ondas electromagnéticas tan altas que su pico de longitud es muy, muy pequeño. De ahí el micro. —Hizo una pausa—. El problema no es ese, sino que para emitir ondas de tal magnitud se necesita una antena como la de las sedes televisoras. Si es lo suficientemente baja en el ámbito de las microondas podría usarse una antena casera, véase las del servicio de televisión paga, por ende...
—Es casi imposible de hallar... —vaticinó Nick.
—Porque encontrar una frecuencia específica que se emita con una antena parabólica casera, en la ciudad, sería como buscar una aguja en un pajar —completó Judy.
James asintió, cayéndose de hombros y caminando hacia una silla junto a Nick, arrastrando el artilugio con ruedas donde reposaba su pequeño tanque de oxígeno. Se desparramó en la silla y afincó la cabeza en el respaldar, viendo al techo.
—Llegamos a esa conclusión —terminó—. De hacerse se puede, claro, pero ¿cuántas antenas hay en la ciudad? ¿Mil? ¿Dos mil? ¿Diez mil? ¿Cien mil? Peor aún: ¿cuánto tiempo llevaría el encontrar la antena emisora buscando una por una?
—Así que por eso infiltraste el spyware en la cuenta de Inval, logrando llegar a... —Meloney hizo una floritura hacia la imagen proyectada en la pizarra— esto.
—Un burdo ataque por la fuerza —asintió James—. No sé qué clase de animal era Inval, pero él estaba doce pasos delante de nosotros. Lo planeó al detalle. Es decir, ¡mira! —Apuntó, de malas pulgas, la proyección—. El bastardo pudo hacer un limbo informático para evitar, en el caso de que lo intervinieran, como yo lo hice, que supieran mucho. Sólo poder ver ese cronómetro es una burla, el malnacido se está burlando de mí. De nosotros.
La sala quedó en un silencio abrumador, nadie tenía nada importante qué decir o un apoyo tanto moral como estratégico. Era abrumador darse cuenta cómo Alastor Inval, un simple animal, solo, pudo haber hilado todo de forma tan fina. Anoche Judy casi no pudo dormir por esa razón, sopesando todo lo que hizo el lobo.
No era un animal ordinario, eso era seguro. Desarrollar y alterar virus para crear un agente que no sabían aún qué hacía, crear un «seguro» para dicho patógeno y camuflarlo como una vacuna para la gripe, con quién sabe qué resultados en el cuerpo animal. Programar un contador que se inició de alguna manera que la policía no sabía, una base de datos autónoma para lanzar Osiris. Sumado al hecho de que convenció de alguna forma a varios animales de seguir sus ideales, con el lindo detalle de que eran prescindibles; alguno le tuvo que haber aportado lo que necesitaba, y después de eso no importaba si morían o no. Como bien había visto con Zury Nassar, el médico, e Iver Basir, el lince.
Aún le parecía increíble e insólito que en tan poco tiempo, solo unos años, pudiera hacer tanto, y lo peor era que él fue paciente. No tuvo prisa alguna. Todo estaba ocurriendo tal y como debió haberlo planeado.
Él era el marionetista que los controlaba desde la muerte a su antojo.
Odiaba aquella sensación de no estar al tanto de todo.
Archer, muy serio y con una expresión analítica, contrario a los demás, fruncía los labios y el ceño, al tiempo que se apretaba el entrecejo. Estaba concentrado.
—Podría hacerse un rastreo de la señal —propuso, mirando con una intensidad aplastante a James; su hijo irguió la cabeza y lo miró, igual de crispado—; quiero decir, una señal debe venir de algún lado, ¿no? Entonces, podríamos rastrearla.
—Ve al punto —le replicó.
—O sea, no hay sistema inexpugnable. Todo tiene una falla, una puerta trasera, un sistema de emergencia que pueda accionarse o utilizarse. Algo así como un sistema administrador. —Archer hablaba con una sonrisa naciente—. Si ya se está haciendo un ataque por fuerza y la programación lo soporta, quiere decir que puede haber un servidor privado desde donde dicho conteo sea emitido, ¿no?
—Eso ya lo he analizado, chico. —Judy rió para sí. «¿Chico?, pero si Archer es mayor que James.»
—No, no. —Negó con la cabeza—. No me di a entender. Te pongo un ejemplo: los juegos MMO, los multijugadores masivos en línea. —Hizo un gesto de comprensión con las patas, mostrando las palmas—. Dichos juegos se basan en un servidor para contener los datos online de avatares, gráficos, comandos y demás, ¿no? —James asintió—. Bueno, he ahí el truco. ¿Cuál es el fallo común de los MMO?
—Sus servidores y capa... —James abrió mucho los ojos, comprendiendo, inspirando tan fuerte que lo embargó un ataque de tos—. ¡Dioses, eres un jodido genio! —Se dio un golpe en la cabeza—. Qué imbécil fui. ¡Eso podría funcionar!
Dan alzó la pata para llamar la atención.
—Eh... ¿nos podrían explicar qué podría funcionar? —preguntó, y Judy le agradeció internamente por ello, se había perdido.
James los miró a todos y se detuvo en ella y Nick, sonriendo como un cachorro emocionado.
—Miren: en los juegos multijugadores masivos en línea, o MMO, que sean por servidores, tienen un límite antes de colapsar, tildarse o lagearse, y eso es por, precisamente lo que el tigre aquí sugiere, sobrecargarlo. —Apuntó con un amplio gesto la proyección sin apartarles la mirada—. La plataforma en la que ese limbo está, la que controla la cuenta regresiva, tiene enormes posibilidades de ser un servidor programado al detalle por Inval. Y como es un servidor, puede tumbarse. Se puede sobrecargar, tildar, pegar o incluso bugear. Lo que un ataque por fuerza hace es, valga la redundancia, forzar los «muros» —dijo, realizando las comillas en el aire—, derribarlos o sobrecargarlos tanto que se abra una brecha en la programación para poder sacar el espía de allí, o incluso mejor, hallar una puerta trasera.
—¿Quieres realizar una especie de ataque masivo? —le preguntó Samuel, que hablaba por primera vez.
—Exacto. —Asintió—. Tantos como se puedan, como aguante el mismo servidor. Me arriesgo a decir que tiene una baja capacidad, tal vez porque Inval no supondría que muchos animales pudieran dar con ese limbo. Soporta el intento de mi spyware de salir, ahora la pregunta es: ¿cuánto puede seguir aguantando?
Con las esperanzas renovadas, Judy afincó las patas sobre el escritorio ovalado en el que todos estaban charlando y los miró con detenimiento.
—Hagámoslo —sonrió—, después de todo, ¿qué otra salida tenemos?
126 horas para El Renacer.
Con el plano del estadio donde se celebraría el concierto de la estrella pop extendido sobre la mesa y sujeto a la misma con unas chinchetas, Natasha le señalaba los puntos donde colocarían los tanques de propano.
—No tiene muchas ciencia, Malik —le dijo, tocando con la punta de su índice los lugares—. Aquí, aquí, aquí, aquí y aquí. Puntos clave, colócalos o mándalos a poner de manera que parezca que serán parte del número. He visto sus presentaciones para planear el ataque y ha usado fuego para realzar el baile de sus tigres, no deberían sospechar. —Señaló un último lugar—. Éste otro tanque lo pondrán cerca de la boca de alcantarilla de los servicios; las tuberías de desagüe y aguas blancas, así como la de gas, pasan por esta boquilla. Necesito que explote esta principalmente.
—Explotando un tanque los demás lo harán por la reacción en cadena con una diferencia de seis a siete minutos si nadie apaga el fuego —contó el oso.
—Mucho tiempo.
—Los tanques están fabricados así, para ralentizar una posible explosión lo más posible.
Natasha suspiró con pesadez y llevó una pata a su cuello, girándolo y escuchando cómo crujía. No había dormido casi nada.
—Déjalo, ya me encargaré. —Lo miró—. Ve con los tuyos y haz lo que te pido; con eso estaría saldado tu fallo. Aún así, estarás vigilante en la zona circundante al estadio para que no ocurra nada que pueda arruinar esto, ¿quedó claro?
Malik asintió, se levantó de la silla que debía ser de hierro por haber soportado su peso y se marchó.
124 horas para El Renacer.
Lourdes estaba impaciente. Aquel seguimiento que le tenía a la leopardo de las nieves la estaba volviendo loca. Quería saltarle encima y hacerla picadillo con los Shellers que cargaba en los bolsillos de su pantalón. Había iniciado el día como el anterior, revisando los vídeos de las cámaras viales de la zona donde se encontraba el departamento de ella, sin nada durante la mañana.
Sin embargo, su premio llegó hacía poco más de dos horas: aquel oso con el que la leopardo se reunió en un café, iba a visitarla. No duró mucho tiempo, aproximadamente cuarenta minutos, pero como Lourdes sabía, un plan trazado, si es que podía hacer una movida de la magnitud de la del hospital, no llevaba más de veinte minutos en explicarse.
Al momento en que el oso salió de la propiedad de ella, Lourdes monitoreaba por su móvil la cámara, gracias a un programa de su ordenador que le permitía conectar ambos artilugios, y a la vez que conducía hacia el destino y oteaba con el rabillo del ojo la pantalla, trataba de hilar una forma en la cual sacarle al oso el qué hacía allí.
Halló la respuesta cuando obligatoriamente debió parar en un semáforo en rojo, esperando con impaciencia y tamborileando sus garras sobre el volante, mientras con la otra pata movía el dedo por la pantalla de su teléfono. Minimizó la visión en tiempo real y buscó el vídeo que tenía en su memoria. Cuando pudo lograr introducirse en el sistema de control de las cámaras viales, pudo descargar, porque sabía le serviría (y siendo sincera con ella, un poco de morbo), el vídeo del ataque de dicho oso a unos pequeños.
Sabía que esos hijos, ese zorro ártico y la pequeña hiena, eran hijos del zorro que trabajaba en la ZPD, Van Der Welk. Por consiguiente, di Regno, la dueña del Banco Central de Zootopia, era su madre; mejor dicho, Trivia. El recuerdo de esos ojos de hielo atravesándola como rayos X le causaba un escalofrío en la base de la nuca. Fue por decisión de ambas, una vez que todo el asunto con la SPQR terminó, intercambiar números si ocurría un evento como ese.
Y vaya que ahora mismo le venía como anillo al dedo.
Anexó dicho video a un breve mensaje y el programa, con la respectiva contraseña, para que pudiera infiltrarse en las cámaras. «Este es quien atacó a tus hijos, haz lo que quieras con él, pero si llega a cantar sobre quién lo contrató antes de que lo mates, me lo haces saber. Disfrútalo.»
Hubo estacionado su auto a una distancia prudencial del edificio y esperó, en las sombras, a que algo ocurriera. Por más de una hora nada pasaba, hasta que, a las ocho y quince minutos, la leopardo salió con unos pantalones de chándal, una camiseta de manga larga negra y un suéter con capucha negro también, sumado a que en su pata cargaba un maletín que se veía pesado.
Levantó la pata y uno de los taxis estacionado en el centro comercial del frente, giró y la recogió.
Lourdes corrió a su auto y comenzó a seguirla a una distancia no muy corta, para no alertar al conductor, así como no tan larga para no perderla. El taxi giraba en unas calles, se detenía en ciertos lugares, pero terminó su trayecto: un edificio industrial a seiscientos metros del estadio de Sabana Central, donde estaban celebrando el concierto de Gazelle. «¿Qué hace aquí? ¿Atacará el estadio?»
La vio salir y entrar al edificio de doce plantas. Lourdes no se bajó, esperando a ver qué sucedía, ya que no parecía ser una escena sugerentemente peligrosa. «Clap», «clap», era el único sonido en su auto, de sus dedos contra el volante, mientras recostaba su mejilla contra la palma de su pata.
Pasados poco más de quince minutos, la vio. En la azotea, casi camuflándose con el negro cielo estrellado, la leopardo apuntaba un rifle de gran calibre hacia donde estaba el estadio. No le encontró sentido a aquello, si quisiera matar a alguien, aquella distancia no la favorecería; no obstante, sabiéndose en una pelea, más que todo por cobrar lo de Rachel, tomó sus cuchillos Sheller y salió de su auto.
Tres pasos después, en medio de la calle, la detonación se efectuó. Un disparo, seco, potente, ruidoso; no tenía silenciador, por lo que no quería ocultarse, quería que la encontraran. Iba a musitar para sí que aquella leopardo de las nieves debería estar loca para hacer eso, cuando un sonido, como el grito de un gigante, se coló por la calle, los callejones, las ventanas...
Y luego vino la onda expansiva, que no era más que una simple brisa por la lejanía en la que se encontraba.
Sólo le bastó girar unos pocos grados su rostro para ver la bola de fuego que se elevaba, majestuosa y despiadada, en una de las salidas del estadio.
Saliendo de aquel limbo que le causó la sorpresa, volvió en sí, corriendo a todo lo que sus piernas le daban entrando al edificio y empezando a subir las escaleras hasta la azotea, con una ligera sonrisa dibujándosele.
Ya tenía una excusa perfecta para matarla sin repercusiones.
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Hola, gente, ¿qué tal?
¿Qué les pareció el cap?
¿Las escenas con Lourdes?
¿La de Nico y Sadie? (Sé que les gustó, no lo nieguen)
¿La Samín (Samuel y Benjamin)?
¿La explicación de James?
¿Preparados para el vs habrá al tiempo que ocurre la Octava Hora?
Dejen su review, gente, no olviden dejar su review, así me alientan a continuarlo.
Nos leemos luego.
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