XVI. Proximidad
155 horas para El Renacer.
Samuel estaba con el corazón latiéndole desbocado, sintiendo su palpitar en las sienes, como si alguien usara su cabeza como tambor, mientras esperaba a que la gerente del Museo Central de Zootopia bajara a los depósitos y buscara el Libro de Amduat luego de que él le explicara con lujo de detalles la situación a la que se enfrentaba la policía. Gracias a todos los dioses la armadillo había comprendido y no puso pero alguno para traer el libro, solo que no lo dejaría llevárselo.
—Únicamente fotografías, oficial —le había dicho.
El lobo sacó su móvil y, con dedos temblorosos tanto de los nervios por el libro como por recordar que Atha estuviera ahora muerto en quien sabe qué calle de El Cairo, llamó a Benjamín, para ponerlo al tanto de todo lo que pasaba. Y también, de la transmisión que había recibido en su patrulla al momento de ir hacia el museo: alguno de los que estaban con Inval, atacaron a los hijos de Jeannette. Cuando lo hubo oído en la patrulla tragó grueso, compadeciéndose del animal que lo hubiera hecho, porque sabía muy bien que Jenny se volvería un demonio y lo mataría... en el mejor de los casos.
El tono de marcado sonó una, dos, tres, cinco, siete veces, y cuando empezó a asustarse porque el guepardo no le contestaba, respondieron.
—¿Sam? —preguntó, con un bostezo—. ¿Sucedió algo? Es raro que llames cuando estás en turno. ¡Oh, claro!, de seguro es por lo del spyware. No he podido avanzar mucho —dijo con abatimiento—, quien fuera el que creo aquella data, en el que el espía de James pudo entrar, lo hizo muy complejo. Aunque no han logrado detectarme, porque he estado cuidándome de ello, no he podido avanzar mucho, pero me sigue preocupando esa cuenta regresiva.
—Ben —lo cortó, dejando eso de lado—, ¿estás bien? ¿No ha pasado nada inusual? —Ya conocía aquellos modus operandi: atacar donde más duele para dar una advertencia o una lección. Un juego inteligente, siempre y cuando no sospechen que los fueran a atacar, sin embargo, Samuel, que ya estaba un poco curtido con aquello, aunque no tanto como Judy, ya previó eso.
—No, no ha pasado nada —respondió con un tono extrañado—. ¿Sucedió algo?
Le hizo una breve explicación de lo que había pasado: la probable muerte de Atha, el secuestro de Sadie, el ataque a los hijos de Jenny y cómo iban con la investigación. Ante todo esto, Ben ahogó una expresión.
—No es el momento, Ben —se apresuró a añadir—. ¿Recuerdas dónde están las armas, no?
—Sí.
—Bien. —Escuchó el traqueteo de la armadillo en la escalera que conducía a los depósitos subterráneos del museo—. Quiero que vayas, saques unas cuantas y estés preparado. No sé si los que atacaron a los pequeños de Jenny me vincularon con la investigación, aunque he cubierto mis pasos, actuado desde afuera por lo mismo, pero solo por si acaso quiero que las uses para protegerte. Y por favor —añadió conociéndolo—, dispara a matar; ellos no te inhabilitarán si te encuentran, intentarán matarte. Haz lo mismo con ellos.
—Vale —dijo, y Samuel pudo notar ese tono tembloroso en su voz. Aún seguía sin comprender cómo estar en una situación así lo ponía nervioso, pero cuando sucedió lo de la SPQR y tuvo que proteger a James de unos disparos, no dudó en ponerse entre ellos—. ¿Dónde...?
—Me tengo que ir, Ben —lo interrumpió al ver la coronilla de la gerente del museo—. Te quiero, cuídate.
Y cortó. Instantes después la armadillo salió por completo de la escalera con una caja de madera de cedro un poco más ancha que ella. Él se apresuró a ayudarla, tomó la caja ignorando la voz de «con cuidado» y la colocó en el suelo del vestíbulo. Era una caja rectangular y con un ojo tallado en la tapa.
—Es el ojo de Horus —dijo la armadillo, quien de seguro había notado su expresión de desconcierto—; es un símbolo de protección en la mitología egipcia. —Se aproximó a la caja y con cuidado, como si estuviera tocando una reliquia (lo que era), levantó la tapa. Dentro había un pergamino de láminas de piedra o arenisca que se unían sobre una capa de madera fina y luego sobre una de piel; asemejaba más bien un pergamino chino—. Te presento el Libro de Amduat original.
—¡¿El original?! —exclamó sorprendido—. ¿Qué no el original debería estar en El Cairo.
—Eso es lo que se cree —respondió con una sonrisa condescendiente—, pero no. Bueno, de hecho sí, el original debería estar en El Cairo, solo que cada cierto tiempo lo sacan y permiten su salida de Egipto para mostrarlo en museos prestigiosos, como lo es este.
—¿Desde hace cuanto está aquí?
—Un mes, más o menos. —Lo sacó de la caja y con suavidad lo colocó sobre la tapa que estaba en el suelo, para después levantarla con las patas—. Claro —añadió con vehemencia—, esto es extremo secreto, ¿te imaginas que los egipcios, que valoran sus antigüedades más que a ellos mismos, se enterasen de que el original está de vacaciones por el mundo? Se formaría una revuelta.
Lo abrió con delicadeza; la piel parecía rasgarse de lo vieja que estaba, las finas y juntas láminas de madera crujieron y las barras verticales de piedra desgastada en las que estaban grabadas los jeroglíficos amenazaron con desmoronarse.
—¿Quieres que te lea el libro entero o solo una sección?
—Entero —respondió con firmeza. Si Atha había muerto para darle aquella información, lo mínimo que podía hacer era escuchar qué ponía el susodicho libro.
155 horas para El Renacer.
—Aquí están los planos —dijo Malik, en el umbral de la puerta del departamento de Natasha.
El oso tenía una pata estirada con unos papeles en la misma, varias hojas superpuestas y tomadas a las prisas. Su apariencia estaba un poco más desaliñada que cuando lo había visto en la madrugada, esta vez tenía un corte en la mejilla y sangre en la chaqueta, pero Natasha no reparó en eso, tomó los planos y le dirigió una mirada fría al animal.
—¿Lo demás? —preguntó.
—Los tanques de propano están en mi bodega, puedes hablar con cualquiera de mis animales para que los traiga.
—No. Hablaré con Ty. —Aquel tigre era una conexión muy importante, aunque se lo ocultara al oso—. ¿No ha muerto en alguno de tus absurdos ataques de poder, no?
—Sigue vivo, le llamaré para que venga.
—Bien. ¿Cómo fue el ataque?
—Los pequeños están vivos, pero si no los atienden rápido, morirán —respondió, con una expresión de piedra—. Ahora mismo comandé a mis demás animales para que vayan por los demás objetivos. Sé que en el Hospital Militar hay dos, en la casa de la coneja jefa de la policía hay otros escondidos. —Se llevó una pata al comunicador que le colgaba de la oreja—. Hay una hiena que salió de la ZPD rumbo al Hospital Central.
Una sonrisa de victoria se le curvó en los labios. Ya lo habían descubierto. Ciertamente aquella intervención de esos jóvenes en el despacho de Jonsu le sirvió de ayuda para deshacerse del doctor, que cada tanto presentaba síntomas de culpabilidad o indicios de querer salirse del plan. Ella no permitiría que nadie desertara, y quien lo hiciera, lo pagaría. Bien, se dijo, uno menos, solo tenía que hallar la forma de deshacerse de Seth, ese lince era muy inestable como para confiarle algo de tan delicado estatus como era estar en Osiris. No iba a perder el objetivo por unos cuantos, si tenía que hacerlo todo sola, lo haría.
—Manda tus tropas a donde debas, pero quiero que como mínimo mates a Jonsu. De hoy no puede pasar, ¿captas?
—Entendido.
—No vuelvas a aparecerte por acá —le ordenó—. Si he de necesitar tus servicios, te citaré en otro lado. No quiero que los animales aledaños empiecen a ver un patrón. —Empezó a cerrar la puerta—. El dinero te lo depositaré en tu cuenta fantasma.
Cerró y se fue caminando hacia su ordenador, se sentó y, tocándose el mentón, trató de pensar alguna forma para deshacerse de Seth. No tuvo que pensarlo mucho, lo más sencillo era avisarle a la policía, y como él no estaría preparado para un golpe de la misma, caería rápido. Pero aún estaba el problema de la lince que se llevó con él.
Todo indicaba que tendría que recurrir a Maat de alguna forma.
154 horas para El Renacer.
Descansando en una de las bancas de la ciudad, de aquella zona que era punto clave para los porvenires de Osiris y lo que sucedería en poco tiempo, Maat se quedó mirando el cielo, cuyas nubes se movían con toda la tranquilidad del mundo, obstruyendo la luz del sol de tanto en tanto.
Soltó un suspiro retrospectivo al recordar los planes que había trazado con Greco hacía tiempo. Le parecía que hubiera sido ayer cuando lo conoció en aquella conferencia de medicina que el lobo había dado en su universidad, argumentando sobre un sistema sustentable de salud que cualquier ciudad podría realizar, pero que no tuvo mucha aceptación entre las demás. No obstante, a Maat sí le había interesado.
Había sido un chispazo entre ambos, congeniaron con sólo unas palabras luego de que le rompiera unos colmillos a uno de los animales que no le gustó su presentación, y terminaron todo el día en un restaurante debatiendo modelos de distintos tipos de medicinas, algunos de ellos experimentales. Aquella charla casual se convirtió en una especie de amistad de esas que surgen sin planearse ni quererlas, que sólo nacen y ya; y ambos lo supieron, se dieron cuenta de que ambos estaban destinados para realizar grandes cosas.
Poco a poco, en las semanas siguientes, mientras más hablaban, Maat parecía darse cuenta de que él era una especie de espejo de sí mismo. Comprendía todo lo que le agobiaba y tenía las mismas respuestas que en su tiempo, se dijo a sí mismo. Ambos congeniaron en que el mundo, por el rumbo que estaba tomando, estaba yendo hacia su propia destrucción, tanto económicamente como social, había una decadencia en todo. Sin embargo, en la base de sus ideas, diferían.
Alastor Inval pensaba que el mundo estaba como estaba porque los demás animales no podían ver más allá a causa de estar centrados en siempre tener más, en aumentar sus intereses; Maat, en cambio, pensaba que todo lo causaba el que los demás solo se preocuparan por sí mismos, que no ayudaran a otro si no hubiera un interés de por medio. Codicia y egoísmo. Pero en lo que pensaban igual era que tenían que hacer algo, tenían que ponerle un alto a todo eso.
De esa forma, con una idea en mente, Maat comenzó a analizar animales, y como una de sus habilidades era, por decirlo de alguna forma, el camuflaje o la infiltración, pudo hacerse pasar con facilidad por enfermera, paciente, veterana, e ir recolectando información y perfiles, mientras Alastor estaba en la creación de lo que le convenció sería la forma de mejorar todo. De esa forma, Maat logró encontrar tres animales que cumplían con las características para que Inval saliera impune si todo se cumpliera.
Una leopardo de las nieves exmiembro de un comando militar de operaciones especiales, que tenía un alto sentido del deber y cumplimiento de las órdenes sin importar de qué tipo fueran, y que presentaba ciertos trastornos de estrés postraumáticos, lo que la hacían obsesiva con cumplir una ordenanza. Un lince con esquizofrenia que le serviría de chivo expiatorio en el momento de que lo que Alastor hiciera lo que sea que fuera a hacer. Y por último, un doctor, siendo el de la suerte un traumatólogo; un reno que era el jefe en su división del Hospital General de Zootopia.
No sabía en aquel momento el por qué Inval le había pedido encontrar animales con aquellas características, pero él mismo se lo aclaró, meses después, antes de que se ocultara porque estaba llamando mucho la atención.
—¿Me estás queriendo decir, Greco, que Osiris será algo que mate a cientos de animales; miles, quizá? —le había preguntado Maat, con sorpresa.
—Nadie dijo que el cambio deba hacerse pasivamente —repuso él, tenía un semblante acabado: profundas ojeras en el rostro, los ojos inyectados en sangre y el pelaje desgreñado y andrajoso, sin duda de los días que pasó sin dormir mientras creaba Osiris—. Me habías dicho, cuando nos conocimos, que querías que hubiera un cambio. —Le tomó la pata—. Es la única manera, y lo sabes. Muchas veces el mundo se purga a sí mismo cuando es necesario, solo debes mirar en la historia, algunas son buenas y otras son malas, pero siempre hay muertos. ¿Está mal acelerar el proceso?
»Me contaste lo que te pasó, y cómo nadie te ayudó con eso. ¿Por qué no hacerles pagar el haberte usado y no ayudarte, no dar con el que lo hizo?
En ese momento no sabía que responder, porque le había contado su historia, en los meses que duraron juntos, mas no por completo. Sí, le hicieron una injusticia, algo que tenía unas ganas enormes de cobrarse, como si fuera un monstruo que cada vez que lo mataba renacía con más fuerza. Sí dieron con el que lo hizo, solo que no se lo contó. ¿Cómo hubiera reaccionado él si le hubiera dicho que aunque lo identificaron, no lo apresaron, sino que cooperaron con él?
Y entonces aquella sed de justicia, aunque más de venganza, borboteó en Maat. Si no le dieron justicia, ¿por qué tenía que preocuparse porque unos cientos de animales murieran? Era por el bien de todos.
—Olvídalo —dijo, negando con la cabeza, después lo vio a los ojos, con una ligera sonrisa—. ¿Cómo lo harás?
Él le dio otra sonrisa como respuesta.
—Yo no lo activaré, lo harás tú.
—¿Yo? ¿Cómo?
Inval se inclinó un poco sobre la mesa en la que ambos estaban, comiendo como la pareja que eran, aunque en un lugar discreto del establecimiento lejos de la ventana y miradas curiosas; bueno, sin lograr dejar de lado las que Maat atraía por sí mismo. Sonrió enigmáticamente.
—Los obeliscos te guiarán.
«Los obeliscos te guiarán». Perdió la cuenta de cuánto tiempo duró para resolver aquel enigma que le había planteado, y ahora, volviendo de sus recuerdos, le parecía tan sencillo y a la vez tan complejo. Le llevó su tiempo descubrirlo, pero mirando el obelisco de la plaza, sabía qué había querido decir Greco en su tiempo.
Por el oeste de la plaza vio venir a un tigre que tenía una chaqueta negra con la capucha alzada, caminando con las patas en los bolsillos. Se sentó a su lado y como quien no quiere la cosa, sacó un móvil y comenzó a teclear.
—No pensé que vendrías tan rápido —dijo el animal.
—¿Qué quieres? —espetó Maat por lo bajo—. ¿Y cómo lograste dar con ese número telefónico?
—No fue difícil, te he seguido la pista. —Suspiró y con la pata libre sacó un papel del bolsillo con disimulo, lo colocó entre ambos y se levantó—. Ella me pidió que te diera esto, y que se lo hagas llegar a algún policía. ¿Sabes dónde queda uno?
—¿Neit cree que yo iré hasta una jefatura a entregar eso? —Tomó el papel con la pata recubierta con un guante, lo miró con detenimiento: era una nota de secuestro de las más clichés que conocía, hecha con recortes de letras, formando el comunicado, mas no sintió necesidad de leerlo—. ¿Por qué no se la lleva ella?
—Me dijo que te dijera —continuó como si Maat no lo hubiera interrumpido—, que dentro de poco dará a cabo la Octava Hora y que te reúnas con ella para planear cómo activarás Osiris.
Maat arqueó una ceja tan fuerte que por poco no salió disparada de su rostro. ¿Qué esa leopardo quería qué? ¿Quién demonios se creía ella? ¿Acaso se olvidaba de a quién fue que Greco le encomendó Osiris? «Ya. Ya. Está obsesionada por cumplir lo que Greco le pidió; es normal.» Se puso de pie, dobló la nota y la metió en uno de sus bolsillos; la luz del sol impactó en el collar de donde le colgaba la llave que sacó de la bóveda del lobo, sacándole un destello.
—Veré cómo lo hago —dijo—. Si recuerdo bien, por aquí han de vivir varios policías.
El tigre asintió y dio media vuelta para irse. Maat esperó, cavilando una posibilidad que no le gustaba para nada, sería jugársela demasiado permitir que aquella información pululara libre por ahí. «Es por el bien de todos», se dijo mientras estiraba las patas y sonaba sus nudillos; y cuando el tigre giró en una esquina de uno de los callejones cercanos a la plaza, ella lo siguió trotando, dando la ilusión de que era un peatón corriente.
Aquel tigre no podía seguir vivo; no ahora que sabía ese número de teléfono.
154 horas para El Renacer.
—¡No me pienso mover de aquí! —espetó James, cuando Lune lo hubo liberado de las esposas que lo retenían a la cama y este, un poco más recuperado, salió despedido hacia Terapia Intensiva, donde tenían a la que sabía, por la reunión en el despacho de Judy, era la novia del zorro—. Si me quieren sacar de aquí hay dos formas —dijo, sentado en el suelo apoyando la espalda contra las puertas dobles que lo separaban de la loba inconsciente—: o inconsciente o con Rachel. Y estoy seguro que mamá estará reacia a aceptar ambas.
—¡Debo sacarte de aquí! —objetó Lune, nerviosa; si lo que había dicho la jefa Hopps era cierto, Carla podía estar en peligro. Aunque no tuviera una razón por la cual sentir aquella preocupación por la gacela, esa sensación no se iba—. ¡Coopera, por favor! ¡No eres el único que está nervioso!
—¿¡Nervioso?! —le soltó con aire ofendido—. ¡¿Crees que esto lo hago por querer, porque tal vez sea una rabieta amorosa?! ¡No tienes idea de mis razones, Vicario! ¡Mi peso es más grande que el que tú puedas tener! Ahora, si no vas a darme un arma para poder defenderme en algún caso, lárgate y dile a mamá que mande a alguien para que se quede.
Con un gruñido de nervios, tomó el radio de su cinturón y trató de contactar con la jefa Hopps. Al establecer la conexión le relató en la situación que se encontraba y, luego de bufar molesta y decirle que estaba siguiendo la pista del rastro de sangre que había dejado Sadie en el callejón, le dijo que si no quería ir a la jefatura, que le entregara un arma.
—Ya está muy grande para estar pendiente de él a cada momento —comentó Judy.
—¡Al fin me das la razón, mamá! —repuso James.
—¿Cuál es esa razón de peso que le habías dicho a Lune por la que te quedarías?
James abrió los ojos con sorpresa y tragó grueso, tartamudeando la respuesta.
—L-lu-luego te digo.
—Jefa —dijo una voz al fondo de la línea—, venga a ver esto: encontramos huellas de neumáticos.
—Debo irme —les dijo a Lune y James—. Lune, dale una de tus armas a James. Y tú, jovencito, más te vale protegerte, y a ella. No permitas que pase otra catástrofe. —Y luego, con un tono más delicado, más maternal, añadió—: Cuídate.
Lune sacó una de las dos 9mm que tenía y se la entregó al zorro, este la tomó y, levantándose para quedar un poco a su altura e irguiéndose como si le hubieran encomendado una misión importante, le dijo que se fuera, que cuando lo que pasaba en ese momento terminara, iría por sus propios medios a la jefatura.
Ella no necesitó que se lo dijeran dos veces, se dio media vuelta y salió como una bala hacia la patrulla que dejó estacionada en el recibidor del hospital. Insertó la llave y la giró, reviviendo el automóvil con un rugido del motor, pisó el acelerador y se enfiló hacia su departamento, con la mente en otro lado.
Era obvio que la habían fichado, de eso no tenía duda, era una de los que estaban encargados del caso de Inval, pero no tenía a ningún familiar o alguien importante al que pudieran atacar. Aún así, sí había alguien, estaba claro que irían a por Carla.
Al cabo de varios minutos y de haber surcado las calles de la ciudad de un distrito a otro, Lune llegó a su edificio y vio que varios animales, la mayoría más grandes que ella, rodeaban armados el mismo. No lo dudó ni un segundo, pisó el acelerador y los arrolló con la patrulla, mientras saltaba del auto en movimiento. Cayó al suelo rodando, y a la par que giraba, escuchó el grito ahogado de a quienes les hubo dado como el fuerte choque de la patrulla contra el concreto de la pared.
Se apoyó quedando en cuatro patas y alzó la mirada, un león de no más de veinte años, logró atisbar, ya estaba levantando su arma, una semiautomática, en su dirección. Gracias a los reflejos naturales de cazadora más el entrenamiento de la Academia, logró lanzarse casi con un salto hacia un lado, al mismo tiempo que escuchaba la detonación del arma; la bala impactó en la pared cercana y se quedó allí.
Se apoyó en la pared del callejón lateral del edificio, sopesando qué hacer. Tenía dos opciones: salir e iniciar una guerra campal contra ellos, siendo superada en número, o usar la escalera de evacuación de incendio que se alzaba por la pared externa del edificio, llegar a su departamento y, una vez allí, buscar la otra pistola que tenía guardada. No tenía que ser una genio para darse cuenta de qué haría.
Escuchando los juramentos y maldiciones de los animales que iban por ella y los berridos de ayuda que les daban los que debieron ser impactados por el auto, subió al contenedor de basura que había en el callejón y, calculando el impulso que debía tener para el salto del mismo hacia la elevada escalera de incendios, saltó. Logró asirse al borde y flexionarse lo suficiente para subir.
—¡Arriba! —gritó uno de los animales a sus espaldas, y luego vinieron los disparos.
Lune agachó la cabeza protegiéndosela con un brazo sin detener su ascenso, tratando de evitar que alguna bala le diera, escuchando los «ping» y «pam» del choque de metal contra metal. Un piso antes del suyo, se asomó por la baranda con el arma en alto; una bala le rozó el hombro, dejándole una quemadura, y con un gruñido tanto de dolor como de enojo, disparó varias veces contra los animales. Le dio a un oso y a dos coyotes, aunque solo mató al oso, los otros dos solo dieron gemidos lastimeros.
Llegó a su piso y le dio un culatazo al vidrio de su habitación para poder entrar, no era momento de ética, después mandaría a colocar otro; entró y con los latidos resonándole en la sienes, fue hasta su cómoda y abrió el último cajón, donde debajo de unas camisetas estaba un revólver cargado y una cajita con veinticuatro municiones; guardó el arma en su guantera vacía y las balas en el bolsillo de su camisa. «Solo tengo cinco rondas.»
—¡Carla! —gritó, por sobre los tintineos de las garras de los animales en el metal de la escalera de incendio; dentro de nada estarían allí—. ¡Carla!
Nadie respondió.
Recorrió el departamento en poco menos de diez segundos y no halló a nadie, estaba vacío. Un miedo cruel e irracional empezó a calarla, como una marea rompiendo un borde que cada vez subía más y más; si Carla no estaba allí, ¿dónde?
—Vicario —se oyó desde la radio en su cintura—. ¡Vicario!
Lune dio un respingo y tomó la radio, volviendo hacia su habitación. Un lobo estaba ya con medio cuerpo adentro de la habitación, en una extraña posición tratando de evitar las puntas cortantes del vidrio roto, levantó la cabeza y cuando compuso una expresión de sorpresa Lune ya había disparado; el animal cayó hacia atrás, golpeando secamente la escalera.
—¡Vicario! —la llamó de nuevo una voz por su radio, a ella le sonaba familiar, pero no lograba dar de quién era.
—¡Lune! —gritó otra voz, por el walkie-talkie, esa la reconoció: era Carla. Una tranquilidad inusitada la embargó, él estaba bien. Al instante de pensarlo se planteó dos cosas: ¿por qué se sintió así porque él estuviera bien? ¿Y cómo supo, con solo el tono y la cadencia de la voz, que era él y no ella?
Sacudió la cabeza para concentrarse, no era momento de pensar en esas cosas; sin embargo, ahora que aquel temor de que él estuviera herido fue reemplazado por una serenidad reconfortante, podía apuntar y disparar con más eficacia, logrando así dar de baja a un oso que apenas había asomado la coronilla, intentando entrar.
—¡Carla! —exclamó, calmada—, ¿qué haces en esta frecuencia?
—¡Estoy en la jefatura, genia!
—¿Qué haces allá?
—Cuando desperté vi que alguien deslizó un papel debajo de la puerta y al verlo intenté llamarte, pero no contestabas... —Obvio que no iba a contestar, si hacía nada ella y Dan estaban en el departamento de Inval investigando, no podía darse el lujo de distraerse— así que vine a la jefatura.
—¿Un papel? —Le disparó a otro animal y fue acercándose cada vez más a la ventana; apartó los cuerpos de la misma y vio que quedaban tres animales más: dos subiendo por la escalera y uno en el callejón, intentando subir—. ¿Cómo una nota?
—¡Sí! —Se escucharon disparos al fondo—. Una nota rara, con letras recortadas. ¿Tienes idea de a quién hiciste enojar para que te enviaran algo así?
—No... no lo sé. —Salió de su habitación y con cuidado de que los dos que subían, un león y un lobo, y el que intentaba hacerlo, otro oso, no la vieran, se agachó sin dejar de apuntarlos. Disparó dos veces, cortas, rápidas y certeras; el lobo y el león cayeron inertes, mas no pudo esquivar la bala del oso, que le impactó en un hombro, arrancándole un grito por el rayo de dolor que le recorrió el cuerpo y, molesta, le disparó, logrando darle—. ¿Qué sucede en la ZPD?
—¿Tú qué crees? —soltó este—. Estamos jugando tiro al blanco; ¡hay una jodida balacera en la central!
—¡Sal de ahí! —le contestó del mismo modo, entrando de nuevo a su habitación, levantó como pudo el colchón de su cama y lo puso como muro sobre la ventana rota para que no entrara nadie. Fue hasta la puerta y salió del departamento.
—¡Ah, claro! —replicó con sarcasmo—. Se me olvidaba que yo soy imbatible y las balas no me afectan; ¡qué torpe soy! ¡¿Cómo demonios voy a salir de aquí?! Deberías agradecerme de haber traído la nota, porque le avisaron a la coneja y escuché que dieron con alguien.
Jadeando por el cansancio y el dolor que le causaba la herida ahora que la adrenalina dejó de hacer efecto, Lune tecleó el botón de planta baja del ascensor, que se puso en movimiento instantes después; el leve zumbido del mecanismo mientras descendía la relajaban hasta el punto de darle sueño. «No he perdido mucha sangre como para sentirme con sueño», pensó llevándose una pata a la herida. Inspiró profundo y frunció los labios al tocarla, el dolor era como finas y largas agujas que subían por el hombro hasta el cuello y le perforaban la cabeza.
No. Era mejor no tentar la suerte y no arriesgarse a causarse una herida mayor a la que tenía.
Al llegar al vestíbulo pasó de largo, ignorando a los asustados animales en el suelo que estaban a resguardo y se encaminó hacia su patrulla. Ahora que la veía bien, estaba en mal estado, el golpe contra el muro le dejó el parachoques por el suelo, y el capó un poco arrugado; ah, sí, y la cebra que estaba muerta con la mitad apoyada en el capó también empeoraban la imagen.
Se subió y giró la llave; el motor dio unos chillidos lastimeros al intentar encender. Intentó de nuevo; mismos chillidos.
—Vamos, cacharro, prende de una vez —se quejó.
Con un quinto intento, el motor prendió, pero sonaba de una forma que lo que daba era lástima, parecía que en cualquier momento terminaría por morir. Arrancó con un traqueteo de lo que supuso sería la transmisión, aunque no estaba segura, no sabía mucho de autos.
No supo a ciencia cierta cuándo llegó a la jefatura, porque el dolor del hombro la tenía en una especie de plano parecido a un limbo, había veces que cualquier cosa, como una ligera brisa o el movimiento del pecho al respirar, le arrancaban rayos de dolor que la dejaban atontada como si le estuvieran quitando la piel con ganchos, y otros en los cuales no sentía nada, era como si fuera ingrávida. Al estacionar y reunir las fuerzas que le quedaban, bajó de la patrulla y con pasos tambaleantes llegó a la sede de la policía. En la entrada de la misma había varios cuerpos de animales distintos, en el vestíbulo unos pocos salteados por aquí y por allá, todos muertos y con un charco creciente de sangre rodeándolos, que crecía dependiendo del tipo de herida mortal que les habían propinado.
Había llegado pasada la acción; bueno, ella ya había vivido su propia odisea, y cuando estaba empezando a marearse, escuchó que alguien la llamaba.
—¡Lune!
Volvió la cabeza hacia un lado y lo vio; un poco ensangrentado y con una especie de cortada en la mejilla que parecía más una quemada; un roce de bala muy cercano. Aquellos ojos grises de la gacela la veían de una forma que no tenía claro si era de preocupación o si era que estaba tan atontada que veía cosas donde no las había. Su andar era orgulloso y fuerte, lo que le confería un aire de agresor con aquella sangre en la ropa, pero la expresión se le tensó cuando la vio con detenimiento.
—Estás herida —le dijo, para luego buscar con la mirada a alguien que la ayudara.
—Estoy bien —repuso la loba, levantando la pata del hombro herido para aparentar que de verdad lo estaba, pero al hacerlo un dolor inmenso le recorrió la espina, mareándola y haciéndola contener un gruñido; expresión que no pasó desapercibida para Carla.
Sintió como él le colocó ambas pezuñas en los hombros, fijándole la mirada.
—No lo estás; estás sangrando. —Le señaló la herida con un gesto del mentón—. Mírate.
Lune lo hizo solo para repetirle que no era una herida muy grave, era solo un simple tiro que le dieron. Cuando lo hizo, abrió los ojos de sorpresa; «sí es un poquito grave. Solo un poco.» En el hombro, tan cerca del hueso de la clavícula que parecía estar encima, tenía un orificio rojo, de donde manaba sangre sin detenerse y cuyo pelaje estaba empapado, había pequeñas zonas, incluso, donde podía ver el desgarro en la piel.
La vista se le nubló por un instante y ella afincó el peso en un pie para no tambalear.
—¿Ves que estás mal? —repuso Carla, con un tono normal—. Deja que venga alguien y te atiendan, eso llevará puntos.
La cabeza le daba vueltas, y con cada palpitar le retumbaba como si fuera un tambor en alguna ceremonia; con dolor, mareada y con un cansancio enorme, Lune no fue consciente de que había reposado su frente en el pecho de él, denotando que además de superarla un poco en altura, tenía más atributos que ella. «¿Desde cuándo me doy cuenta si ella tiene más senos que yo?»
Con los ojos cerrados y sin querer moverse de aquel lugar, escuchó que un policía preguntaba, con cierto deje de preocupación en la voz:
—¿Han visto al hijo de la jefa?
—¿Cómo es? —preguntó Carla.
—Un zorro con melanismo. No lo encuentro.
Hubo una pausa breve, como si el lugar estuviera preparándose para lo que él soltaría.
—Sí, lo vi salir con aquel dúo de animales. Ya sabes, cuando avisaron a su jefa sobre lo que decía la nota y ella les dijera que mandaran a aquel hipopótamo y mapache, él zorro salió tras ellos. Era raro —añadió—, parecía como si no quisiera que lo vieran.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Hola, gente, ¿qué tal?
¿Qué les pareció el cap?
¿La escena con Samuel?
¿La de Natasha?
¿La de Maat?
¿La de acción con Lune?
¿Preparados para la que se viene? :v
Dejen su review, gente, no olviden dejar su review, así me alientan a continuarlo.
Nos leemos luego.
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