XV. Reviviendo el hielo
158 horas para El Renacer.
Atha corría con desespero por las calles de El Cairo para tratar de salvarse, siendo seguido por una comitiva de seis animales, quienes eran liderados por Jawhar y Salib. Se escondió en un callejón y se apretó el entrecejo con la pata sana, jadeando.
¿Por qué demonios no siguió ese presentimiento que tuvo con Jawhar cuando estuvieron en la pirámide? ¿Cuántas veces le había dicho Ren que siempre siguiera dichas sensaciones, o al menos las chequeara para ver por qué pasaban? Si tan sólo hubiera investigado al camello esto no estaría pasando.
Sin embargo, lo importante era que tenía el libro consigo, resguardado debajo de su camiseta. Por nada del mundo podía perderlo. Agudizó el oído mientras recordaba cómo terminó así.
Luego de que le colgara tan abruptamente a Samuel la llamada de teléfono, había tomado sus cosas y salido del hotel donde se quedaba como si fuera un guepardo, directo al mercado donde trabajaba Salib. La sorpresa de haber unido los puntos sobre lo que sea a lo que estuviera rigiendo la cuenta regresiva que Samuel le dijo, con el libro, fue enorme. Y estúpidamente obvia. El Libro de Amduat describía el viaje de Ra, el dios del sol, en su barca solar a través de la Duat, no obstante, lo que lo ayudó a ensamblar todo fue que, según había dicho Salib antes, dicho viaje, tal como lo relataba el libro, se hacía en un trayecto de doce horas.
Las horas de la noche.
Luego de tal revelación no pudo quedarse quieto y fue al mercado, exigiéndole el libro al lince, pero este se negaba diciéndole que si no tenía la gran cantidad de dinero que pedía por dicha copia, no se lo daría. Atha bufó exasperado y le explicó su situación, relatándole que muchos animales morirían si no se lo daba.
—¿Y a mí qué me importa? —le había respondido este, impertérrito.
—¡Son vidas inocentes! —replicó Atha, dando un golpe al improvisado aparador que los separaba.
—Animales que si viven o mueren, no son de mi incumbencia. —Se encogió de hombros—. Ellas no me dan de comer. Ahora —añadió—, si no tienes los trescientos mil euros que pido, lárgate.
El lobo se había retirado, abatido, no tenía tal cantidad de dinero, y si no lograba leer lo que ponía el libro, morirían animales. Ya había visto lo que sucedió en Zootopia una vez se hubo metido por internet, un ataque horrible; de enormes magnitudes. No dejaría que algo así pasara de nuevo, tanto porque no era moralmente correcto, como porque si Ren estuviera viva, lo hubiera obligado a detenerlo.
Así, pues, decidió que si no podía tener el libro de una forma, lo tendría de otra: se quedó toda la tarde escondido por la zona, moviéndose de vez en cuando por las prolongadas sombras que dibujaban los toldos del mercado, como una sombra, esperando el momento oportuno para poder robarlo. Y fue durante dicha vigía que vio cómo Jawhar pasaba por el puesto de Salib, y con solo pegar su oreja a las finas capas del toldo pudo escuchar lo que hablaban.
Él decía algo sobre que tenía esconder el libro, si era posible destruirlo, porque una benefactora en otro país le había ordenado que el libro no cayera en patas equivocadas. Jawhar le prohibió al lince vender el libro y luego de dichas palabras, oyó el tintineo de lo que parecían monedas.
En ese momento no sabía por qué Jawhar, su guía de las pirámides, hacía tal cosa. ¿Qué había en el libro que no quería que nadie viera? ¿Quién era la benefactora? Todas sus dudas fueron disipadas cuando, en un arrebato de cólera de Salib por tener que obedecer órdenes de un desconocido exigió al menos el nombre del animal del pedido, y el camello le había respondido:
—Confórmate con saber el lugar: Zootopia.
Estuvo a punto de perder el equilibrio en las cajas donde se balanceaba para oír mejor. Zootopia. El animal estaba ligado a la ciudad, ¿y qué animal que no tuviera nada que esconder tomaría medidas tan drásticas? ¡Ese animal debía ser parte de los que Samuel le había dicho!
Por lo tanto, cuando el sol se puso y Salib salió de su tienda, a las siete de la noche, Atha se introdujo en la tienda y robó el libro. A lo que menos se parecía era a un libro; era un pergamino dorado, gastado y lleno jeroglíficos. Atha sabía que en algún lado debía estar la traducción de los mismos, por lo que registró con cuidado la caja con relleno mullido donde estaba el papiro y encontró una hoja blanca, con fuente de computadora, con la descripción de lo que ponía en el pergamino.
No decía mucho, realmente. Solo que Ra en su viaje por la Duat, encontraba en una «puerta» u hora, un monstruo distinto, causando que envejeciera poco a poco con el pasar de las doce, dejando en la doceava, su momia, para así renacer con el salir del sol. Lo que logró entender fue que Ra sufría y batallaba durante el transcurso de la noche, moría en la doceava hora, y renacía con el amanecer. Dolor, muerte y renacimiento.
Enrollando con cuidado el pergamino y metiéndolo por dentro de su camiseta, apretó la traducción con fuerza en su pata y salió silenciosamente de la tienda. Para nada porque apenas asomó la cabeza, dos coyotes lo vieron y empezaron a gritar, con armas en alto, algo en árabe que no lograba entender; aunque no tenía que ser muy inteligente, lo más probable es que gritaran «ladrón».
Empezó a huir de ellos calle arriba, rumbo a su hotel, cuando poco después una furgoneta negra frenó a su lado, abrieron la puerta y oyó un disparo, no fue hasta que reconoció los rasgos del camello, cuando se percató de que estaba herido. Jawhar bajó de la furgoneta junto a Salib y otros cinco animales, dos osos, un guepardo y dos lobos. Atha no sentía dolor gracias a la adrenalina y se volvió, corriendo a toda su capacidad, dejando atrás al camello y su comitiva, y cuando llegó con los coyotes, le dio un puñetazo a uno, esquivó el que el otro lanzó y en un rápido movimiento le quitó el arma al que golpeó, disparándole al otro.
Mató a los dos con esfuerzo, quedando siete animales en su búsqueda, pero herido como estaba, no tendría mucha oportunidad. Si quería vivir debía correr.
Un ruido lo sacó de sus pensamientos: un jadeo y unas ordenes de separarse y buscarlo. Atha se palpó el libro en su ropa y arrugó la traducción, metiéndola en su bolsillo, para luego levantar con su brazo bueno la pistola. Se inspeccionó la herida en el otro brazo mientras movía las orejas tratando de captar sonido alguno, un agujero de bala casi al nivel del codo, causándole dolor al flexionar el brazo; pero viviría.
Se acuclilló contra un contenedor de basura que había en el callejón y esperó, con el arma en alto. Oyó pasos. Acompasados; como si el que caminara lo hiciera de mala gana. Poco después escuchó el bufar del mismo animal. Inspiró lentamente para salir y disparar con rapidez, dándole el tiempo de emprender una huida y esconderse de nuevo. Si todo iba bien, ese plan le serviría.
Salió. El guepardo abrió los ojos por la sorpresa y cuando fue a tomar su arma, Atha ya había jalado el gatillo; la bala perforó el aire y se alojó en la cabeza del animal, haciéndolo desplomarse hacia atrás y caer con un ruido sordo.
—¡Por aquí! —oyó gritar a uno—. ¡En el callejón!
Al girar hacia el sentido contrario de la voz, se vio rodeado por ambas salidas del callejón, en la del frente, Jawhar estaba con un lobo y, según vio de reojo hacia atrás, a su espalda estaban los dos osos.
—El libro —dijo Jawhar, estirando la pezuña donde no sostenía el arma—; ahora.
Atha levantó ambas patas, sin soltar el arma, en señal de rendición, mientras cavilaba sus posibilidades. Dos osos atrás, un lobo y un camello delante, y dos altas paredes de ladrillos a los lados; por donde lo viera la salida más lógica era donde Jawhar, pero no sabía cómo lo haría.
—Me rindo —dijo.
—Muy sabio —convino el camello, con una inclinación de cabeza, caminando hacia él sin dejar de apuntarlo.
Empezó a acercarse y cuando estuvo en el rango del lobo, este, ignorando el dolor del brazo, le hizo un placaje, para luego tomarlo por el cuello y usarlo como escudo. Fue casi instantáneo: al momento en que iba a decir que no dispararan, aludiendo a la camaradería entre ellos, los osos abrieron fuego en su contra, matando en seco Jawhar y el lobo detrás, también, conectándole un disparo al hombro. Suprimiendo un grito de dolor, Atha se volvió y le disparó al lobo, dándole en el estómago y haciéndolo doblarse sobre sí mismo con gritos de dolor; arrancó a correr, con las balas de los osos rozándole las orejas.
—Imbécil —le espetó uno de los osos al otro cuando le dieron un nuevo balazo, esta vez en las costillas, haciéndolo gruñir—, no lo mates. Inhabilítalo. Así podremos interrogarlos.
«¡Oh, no; eso sí que no!»
Se volvió hacia ellos antes de girar el callejón y disparó al mismo tiempo que uno de los osos. El que estaba al lado del que disparó recibió el balazo, en el pecho, mientras el que disparó le había conectado uno en una pata.
Cojeando y herido, huyendo del oso a su espalda, calle arriba, mientras se preguntaba dónde estaba el otro lobo y Salib, le llegó un recuerdo de Ren cuando la había cachado en la universidad, en el campus en plena noche, sentada bajo un árbol. Ella estaba escuchando una música relajante y a la vez algo escalofriante, con corales extendidos, flautas de bambú y cascabeles.
—Es muy tarde —la había sorprendido él.
—Lo sé, Atha —repuso ella, con los ojos cerrados, apoyada contra el árbol y moviendo una oreja—. Solo quiero relajarme.
—¿Por qué no vas a tu habitación?
—Por eso —dijo, apuntando con un índice al cielo nocturno. Atha había alzado la vista y vio que, extrañamente, aquella noche no tenía estrellas, sino un manto negro con un solo círculo plateado, la luna llena—. Se dice que en las noches de luna llena sin estrellas, es donde los buenos mueren, y las estrellas lamentan su pérdida sin brillar.
A él le había parecido algo tonto, por no decir infantil, aquella afirmación. Sonaba más como lo que diría una abuela o un adivino, aunque tenía que admitir que aquella noche era extraña, soplaba un viento gélido que parecía traer tristeza y a la vez calma. Atha no había respondido nada, solo se sentó al lado de ella, cerró los ojos y, apoyándose en el árbol también, se quedó a su lado. Esa noche, podrían relajarse ambos.
Volvió en sí con una risa apagada, mientras veía cómo en la esquina del fondo, el lobo restante lo señalaba y empezaban a correr, con Salib detrás, hacia él. Atha frenó en seco y torció por otro callejón, perdiéndolos, mientras se dejaba caer poco a poco contra la pared.
—Me estoy haciendo sentimental —murmuró para sí, alzando la vista y dándose cuenta de que aquella noche en Egipto, no había ni una sola nube en el cielo, ni había ni una sola estrella brillando, y la luna, llena y plateada, parecía iluminar con debilidad, como lamentándose.
Oyó un rasgar contra el suelo y un quejido ahogado, y cuando se volvió hacia el origen del sonido, solo pudo ver un pelaje grisáceo y un destello de un cuchillo en al aire; acto seguido un dolor caliente le recorrió el vientre y unas zarpas le desgarraron el cuello. Era el lobo a quien le había disparado. Este tenía una sonrisa triunfante mientras levantaba sus garras para dar un nuevo golpe, pero Atha fue más rápido, se sacó el cuchillo que tenía clavado en el vientre y se lo clavó en el pecho al lobo, quien cayó al suelo, dio unos espasmos y no se movió más.
Le empezó a temblar el cuerpo cuando intentó moverse. Eso era malo. Muy malo. Estaba entrando en shock. «Debo... debo avisarle a Samuel.» Se llevó una pata al bolsillo donde tenía la arrugada traducción de los jeroglíficos y la sacó junto con su móvil, y con dedos temblorosos, marcó una videollamada con el lobo. La imagen de su contacto apareció en el mismo mientras trataba de contactar, y luego de un tortuoso minuto y medio, respondió.
Al fondo podía ver lo que era la jefatura de policía, de día, lo que le recordó a Atha que de Egipto a Zootopia se llevaban diez horas, más o menos, y cuando sus ojos se encontraron con los oscuros de Samuel, este ahogó una expresión. Atha se llevó el índice de su otra para a los labios, indicándole que no dijera nada. Él comprendió. Intentó hablar, pero de sus labios no salía sonido alguno, solo sangre. «No es posible que me haya desgarrado alguna cuerda vocal.» ¿Cómo le diría ahora lo que pasó? ¿Cómo le informaría que en el Libro de Amduat estaba lo que necesitaba?
Entonces se sacó el pergamino que era el libro de su ropa y lo colocó frente a la cámara de su celular, rogando que él entendiera de qué se trataba.
—¿Qué es ese rollo? —preguntó Samuel, consternado y en voz baja.
Un nuevo intento de hablar le hizo toser sangre, salpicando la pantalla y causándole un estremecimiento del demonio por el dolor en su vientre Oh, dioses, esa no la contaría. Como último recurso, tomó la arrugada traducción, la acomodó lo más que pudo y la ondeó frente a la cámara.
—¿«Traducción del Libro de Amduat»? —leyó él, luego abrió los ojos como platos, comprendiendo—. ¿Eso es con lo que habías dado? ¿Ese es el libro que debemos buscar para detener Osiris?
Atha asintió, con la visión borrosa. Le dolía respirar, parpadear, le dolía existir; ondeó la pata libre a modo de despedida y cortó la llamada, luego con las escasas fuerzas que tenía, apoyándose en una pared, lanzó su celular por las rendijas de ventilación de un edificio cercano que estaban a ras del suelo, así no descubrirían que había pasado información.
Quedó sentado contra la pared, tratando de oír algo sobre los que venían siguiéndole la pista, mas no captó nada. Tomó el Libro de Amduat y lo rasgó en trozos cada vez más pequeños, si él no lo tendría, tampoco se lo daría a ellos. Empezó a sentir mucho sueño y al cabo de un rato se dejó llevar por esa sensación; era momento de descansar.
Y viendo la luna solitaria en la negrura del cielo nocturno, sonrió, con un viento gélido que barría con los trocitos del pergamino, dándole la impresión que aquella brisa le traía unos sonidos de cascabeles, flautas y corales; una música muy conocida para él.
Quizá ya era momento de ir a verla.
157 horas para El Renacer.
En Distrito Forestal, Dan seguía al pie de la letra la foto que había tomado del closet del departamento de Inval, orientándose con el mapa por las húmedas calles del distrito.
Había dado vueltas por el lugar de la plaza del obelisco, que era la referencia del mapa, mas no encontraba la entrada a dicho pasadizo que señalaba el mapa; todo lo que encontraba alrededor era la calle a la derecha de la plaza, un edificio de la bolsa fiscal a la izquierda de la misma, delante de esta un parque recreativo para cachorros y detrás, una intersección. No había entrada alguna o pasaje. Optó por lo más sensato, que era ir a la plaza, escrutar el obelisco e intentar encontrar algo; tal vez en el mismo estuviera el cómo llegar a dicho pasadizo.
Una vez en la plaza, la aclimatación del distrito hizo su debut, iniciando una llovizna a las once de la mañana, empapándole el pelaje y uniforme. Caminó en círculos, rodeando el obelisco, sin encontrar nada llamativo, solo enredaderas, musgo y grafitis; volvió a chequear su fotografía. Estaba la plaza circular y el obelisco, vistos de lado, como en un plano, a su izquierda la avenida Ivy y un poco más allá, un largo camino que llegaba a una zona cuadrada.
Bien, se dijo, la calle de la avenida se situaba a la izquierda de la plaza del obelisco, por ende, la entrada al mismo debería estar en la zona izquierda de la plaza, la que queda de cara a la carretera. Eso reducía la búsqueda, por lo que empezó a buscar algún camino, pero solo encontraba plaza, carretera y, doscientos metros más lejos, un edificio.
—¡Esto no tiene ningún sentido! —vociferó, hastiado, a nadie en específico—. ¡Solo hay calle y más calle! ¡Tan solo sí...! —Se interrumpió de repente; en su rabieta de desahogo bajó la vista al suelo y notó que la sombra del obelisco parecía apuntar a una alcantarilla que contenía las tuberías de aguas blancas.
«Un pasillo frente a la avenida Ivy, pero que no se puede ver. ¡Inval, hijo de...!», pensó con una sonrisa. ¡El pasillo no estaba a simple vista; estaba bajo tierra! Estaba allí, solo había que saber buscar.
Fue hasta la tapa de la misma y, buscando la hendidura por la cual los empleados de la Alcaldía hacían las revisiones, limpiezas o reparaciones al sistema, la abrió, dejando ver una entramada red de tubos metálicos que llevaban el vital líquido a los demás animales en las zonas cercanas. No obstante, más al fondo, gracias a su vista de depredador, pudo notar que en lugar de haber un suelo de concreto, parecían haber unas escaleras. Se guardó el móvil en el bolsillo y comenzó a descender por las escaleras metálicas anexadas al concreto.
Una vez hubo bajado y llegó a las escaleras notó solo eran de cinco peldaños hacia abajo, parecía más bien como una ruina oculta. Algo más debía de haber, caviló Dan, porque esas escaleras no podrían estar fortuitamente en ese lugar, aunque así pareciera, aunque trataran de hacer de una construcción no iniciada. Miró a su alrededor. Estaba en una estancia circular de tres metros de radio, por cuatro de profundidad hasta la superficie, por donde se colaba la luz de la entrada sin la tapa, y escuchaba el rumor de la vibración del agua en los tubos.
Había algo que se le escapaba. Debía concentrarse y encontrar la respuesta a ese enigma. Caminó hasta la pared y comenzó a caminar, rodeando la estancia, sin despegar su pata de la pared, sintiéndola con la punta de sus dedos; rugosa, como todo concreto, y mientras más caminaba más... ¡Un momento! En una zona, más cerca a las tuberías, dejaba de ser rugosa y se tornaba de un liso no característico del concreto, parecía... Colocó su oído en la pared y dio dos golpes con los nudillos. Pum-pum. El eco resonó con la claridad de una campana de catedral: ¡era una pared hueca!
—¿Ahora cómo entro? —se preguntó, mirando la pared. No parecía que hubiera interruptor alguno para llegar a lo que hubiera, o llegara a haber, tras la pared. Una sonrisa emocionada por la pista que tal vez encontrase se le formó en el rostro, mientras abría y cerraba la pata—. A la antigua entonces.
Dio dos saltos hacia atrás para luego cargar contra la pared y embestirla con fuerza. Sintió cómo la madera divisoria se ondulaba un poco por su peso y lo mandaba de vuelta hacia atrás, y cuando se hubo recuperado, sonrió, aquella madera cedería con al menos tres embestidas más. Y en efecto, luego de tres impactos, Dan escuchó un crujido y con un golpe con la palma abierta, la pared se quebró hacia adentro.
Agotado y jadeando, pasó a través de la abertura de la pared, a una habitación de un metro y medio cuadrado, con una escalera de caracol de unos dos metros. Sintió una euforia al estar más cerca de lo que fuera aquello y bajó, no sin antes ver, sintiéndose estúpido, que la pared tenía un mecanismo de apertura parecido a los de los teatros, y que cuyo dispositivo era una tubería, o más bien, un switch camuflado como tubería. Sin más importancia bajó por la escalera.
Llegó a un pasillo de unos cinco o siete metros de largo y que al fondo parecía unirse con una habitación amplia, Dan tomó su móvil y se fijó en la foto del mapa, ese pasillo era el de la foto y la habitación del fondo, el cuadrado grande; y se dio cuenta también de que no tenía señal. Apagó el teléfono y caminó apresuradamente, con el repiqueteo incesante de una gota resonando por el pasillo y el rumor del sistema de tuberías. La habitación tenía una puerta común y corriente, lo que extrañó al zorro, sin embargo, al abrirla, lo azotó una corriente de aire caliente, como si se hubiera metido en un sauna y tapándose el hocico con el cuello de la camisa, entró.
Era una habitación que le activó las alarmas a Dan porque estaba dividida a la mitad en dos partes por una cortina plástica, como la que hay en los hospitales. Una parte, donde él entró, había una larga pizarra, un escritorio y papeles por donde quiera que mirara; en la pizarra había un diagrama de doble hélice que sabía pertenecía al genoma y muchos números, mientras que en el escritorio, unos folios, carpetas y un aparato negro que reconoció al instante: un supresor de ondas de frecuencia. De esa manera no podrían localizarlo.
¿Sería posible que ese hubiera sido su escondite durante todo ese tiempo? Y para corroborarse aquello, tomó uno de los papeles que estaban en el escritorio; al leerlo, la emoción por haber descubierto el lugar fue desplazada por un terror enorme: la hoja tenía fórmulas químicas indescifrables para él, pero la descripción en la página, lo hizo estremecerse.
Combinación exitosa de Osiris con la prueba n° 50. Se obtuvo con éxito alterar la composición del virus de la gripe en un Alphavirus para que mutara con Osiris; a su vez, se ha podido obtener resultados que superan las expectativas al hacerlo mutar con la cepa alterada del ebolavirus.
El contratiempo surgido es que Osiris necesita el Alphavirus para hacerse mortal, mas la cepa del Alphavirus ha demostrado capacidad para alterar el genoma de los sujetos de prueba. Se necesita métodos de propagación masiva del Alphavirus para hacer a Osiris viable (idear después).
Perplejo, Dan giró su vista hacia el otro lado de la habitación, de donde provenía aquel caluroso aire, y no necesitó ser un médico para saber qué sucedía tras esa cortina: era un criadero. Un criadero de virus.
Debía salir de allí lo más rápido posible e informarle a Judy, por lo que se dio media vuelta y sin mirar más, salió a todo lo que sus piernas le daban de aquella habitación, recorrió el pasillo, subió las escaleras y luego las de la alcantarilla, saliendo al Distrito Forestal, y se dirigió a su patrulla a toda prisa.
156 horas para El Renacer.
—¡Que está muerto, Judy! —le soltó Samuel, con exasperación—. ¡Debemos ir por ese maldito libro antes que nada! ¡Ahí debe estar el cómo detener a Osiris, o cuando mucho, cuándo se activará!
En la sala de reuniones de la jefatura, abrumada por la noticia de Samuel, Judy estaba tratando de dividir todo en pequeños espacios de información en su cabeza para no terminar con un derrame por tamaño golpe de información. Se levantó y con un marcador acrílico empezó a anotar las cosas en la pizarra que había en dicha sala: lo que habían averiguado en la casa de Inval en Tundra, el laboratorio y sus experimentos, faltando la muestra n° 50; el mapa y las cosas que habían encontrado en el departamento del lobo en Sabana Central; el anillo con la inscripción de «¿QUIÉN GUIARÁ AL JUEZ?»; el Alphavirus mutable de la vacuna de Inval y que lo que sea que fuera Osiris, lo necesitaba; que habían más animales que trabajaron con el lobo; el ataque al hospital; y, más recientemente, que Sadie fue secuestrada. Esta última información se la pasó Nico hacía solo treinta minutos, cuando se apareció por la jefatura asustado porque ella no le contestaba.
Al inicio Judy se había enfadado porque él se hubiera escapado de casa, pero su enfado pasó a perplejidad y luego a temor cuando su hijo, sin poder contener un tic en un dedo, golpeándose la pierna, le contó todo lo que habían hecho a sus espaldas. Que habían investigado sobre Egipto y esas cosas para tratar de encontrar algo por su cuenta, la búsqueda de los obeliscos y, lo más sorprendente, que hubieran dado con la identidad de uno de los animales que formaban parte de aquel grupo, el doctor Zury Nassar, para luego mostrarle una foto de su móvil de lo que parecía ser un radio.
Ella había mandado un escuadrón de cuatro animales para buscar a Sadie, con la información de Nico de que el último lugar donde se vieron fue en el hospital, más en específico, afuera del mismo y que ella venía rumbo a la estación; y diez minutos después vinieron con uno de los accesorios de Sadie: uno de sus pendientes, más señales de lucha y sangre en uno de los callejones cercanos a la estación.
Le había ordenado a Nico no salir de la jefatura, mientras esperaba a que todos los demás vinieran a la reunión, sin embargo, como pareciera que el destino no la podía ver en teoría calmada, Samuel llegó como un tornado gritando que Atha estaba muriendo en El Cairo, pero que antes logró, de alguna manera, darle una información importante sobre un libro de la mitología egipcia, El Libro de Amduat.
—Ve al museo —le dijo a Samuel, volviendo de sus recuerdos, apretándose el entrecejo— y diles que te dejen ver ese libro. Sé que ha de estar en el depósito del mismo, que no lo exhiben, pero si tienes que traerlo o unas fotos a punta de pistola, hazlo. Ya me arreglaré con el Alcalde después.
Samuel, de un momento a otro, perdió la exasperación.
—Jefa, ¿eso no es ilegal?
Judy le lanzó una mirada que podría haberlo dejado muerto o convertido en piedra en el sitio.
—Si yo te digo que lo hagas, lo haces, ¿quedó claro? —dijo con voz lenta, poniendo énfasis en la frase—. Estamos hablando de un asunto sumamente grave. No permitiré que más animales mueran. ¡Ve!
Él asintió y salió. En la sala, sentados alrededor de una mesa ovalada estaban Nick, Lune, Meloney y Nico (quien ahora por más que ella no quisiera se había vuelto parte de todo eso), quienes la veían de hito en hito, en silencio, esperando que hablaran.
—Bien —dijo, tratando de apagar el palpitar nervioso que sentía en las sienes; debía tomar el toro por los cuernos y liderar todo lo que pasaba en la ciudad—, con respecto a... —Una de las dos puertas dobles de la sala se abrió de par en par, dejando ver a una Jeannette como poseída.
Tenía los ojos rojos, fijos en ella y destilaba un aura asesina por cada poro de su piel, y el arma que tenía en la pata derecha no ayudaba a reducir esa imagen. Tras ella, varios policías le apuntaban.
—¡HOPPS! —gruñó ella, con una voz gélida—. ¿Dónde está Daniel?
Daniel. Sabía que aquello significaba que era algo grave porque Dan le había contado, hacía tiempo, que ella no lo llamaba por su nombre si no era algo de suma importancia. Parpadeó dos veces para recuperarse del impacto y respondió.
—Está en... —Se volvió a ver a Lune.
—Distrito Forestal —completó ella.
—¿¡Qué demonios hace en Distrito Forestal!? —Respiró una vez, sonoramente—. No, mejor, ¿qué mierda está haciendo que tiene el teléfono apagado? ¡No puedo contactar con él!
Judy tomó su radio y trató de contactar, pero solo se oía la estática, sin respuesta. No obstante, pocos momentos después, escuchó el rechinar de neumáticos, como cuando un auto frena de golpe yendo a una alta velocidad. Minuto y medio después, Dan abrió de golpe la puerta contigua.
—¡Jefa, encontré...! —Se detuvo al ver a Jeannette a su lado, pasó la mirada de Judy a ella, como preguntándole qué hacía su esposa allí.
De improvisto, como un rayo, lo siguiente que Judy vio fue la pata de Jeannette rodeando el cuello de Dan y azotándolo contra la pared, juntando su rostro con el de él, gruñendo furiosa. Judy miró de hito en hito a Nick y a los demás en la sala de reuniones, quienes estaban igual de impresionados que ella.
—¿Dónde estabas? —gruñó por lo bajo la hiena.
—Investigando —respondió él; por sobre el hombro de Jeannette se dio cuenta de que Dan no le apartaba la mirada a su pareja—. ¿Qué sucedió? —preguntó con una seriedad no característica.
La jefa de la policía notó cómo, luego de aquella pregunta, la pata de la hiena, donde tenía el arma, empezó a temblar, y comenzó a musitar algo con la voz quebrada, lo suficientemente bajo como para que solo lo escuchara él, pero gracias a su sentido del oído, Judy también lo escuchó.
—Han... Mocoso, han... —Ese titubeo, ese tono de un dolor enorme; la coneja no necesitó más, sabía perfectamente lo que había pasado. Ese dolor lo reconocería cualquier animal... cualquier animal como ellas.
Dio largas zancadas hacia Nick, Meloney y Lune, y les ordenó.
—Nick, ve por Tao, Provenza y Ramírez, ellos tienen experiencia en esto y diles que acompañen a di Regno y Van der Welk. —Él asintió, bajó de la silla y salió de la sala como una flecha; luego ella se volvió a Meloney—. Hija, ve a casa, y pon a resguardo a Sabrina y los demás, llévate algunas armas contigo, por si acaso. —Frunció los labios, preocupada—. Lune —dijo y ella asintió—, quiero que vayas al Hospital Militar, saques a James de allí y lo traigas aquí. ¿Lo conoces?
—Sí, jefa —asintió—, lo he visto. Delo por hecho. —Luego pareció dudosa en preguntar—. ¿Puedo preguntar por qué?
Ella asintió con una sonrisa tensa, estaba familiarizada con esos procederes de sus enemigos.
—Nos están atacando —respondió, impasible, aunque por dentro estaba aterrada; por mil veces que ese escenario se repitiera, odiaba la sensación de falsa seguridad que debía darse a ella y los demás—. Es estrategia. Atacar donde más duele: la familia.
Lune abrió los ojos con lentitud, comprendiendo, y cayendo en cuenta de algo, sin mediar palabras, salió corriendo con el móvil en la pata.
Antes de volverse hacia Nico, pudo escuchar a Jeannette.
—Atacaron a los niños, Daniel. Mataron a Diana.
—¿Y los niños? —murmuró Dan, sorprendido y atemorizado, con un deje de ira.
—En el hospital, fuera de peligro, pero casi los matan, mocoso. Casi...
—Nico —le dijo Judy a su hijo—, ¿habías dicho que el doctor era parte de ese grupo, no?
Él asintió, pero antes de poder abrir la boca y decir algo, Jeannette se había vuelto como una fiera hacia él, caminando con gesto amenazador.
—¿Doctor? —preguntó, impaciente—. ¿Conoces a alguno de los que les hicieron esto a mis hijos?
Nico le explicó lo que había descubierto en el despacho de Zury Nassar, en el Hospital Central de Zootopia, sin apartarle la vista de la pata donde tenía el arma. Cuando hubo terminado, la expresión de Jeannette se tornó calma, tanto que perturbaba, revisó cuántas balas tenía y, sin mediar palabra con alguien, salió disparada.
—¡Jeannette! —gritó Dan, saliendo tras ella. Judy los siguió, no sin antes ordenarle con la mirada a Nico que no se moviera del sitio.
En el vestíbulo, los encontró: él le tomó el brazo a ella, exigiéndole saber a dónde iba. Cuando la vio, pudo darse cuenta del gélido brillo que bailó en los ojos azul hielo de Jeannette, recordándole a Judy la vez que ella les ayudó con la limpieza en aquel edificio donde murió Ren.
No le cabía duda, habían vuelto a traer a la antigua Jeannette, a aquella hiena de hielo que había formado parte de la SPQR, y con toda la calma, frialdad y naturalidad del mundo, como quien dice el clima, dijo:
—Voy a matar a un doctor. —Dan hizo gesto de replicarle, pero ella alzó el arma y le puso el cañón entre la cejas—. Y Daniel, mocoso, ten por seguro una cosa, ni tú, ni nadie... —Le lanzó una mirada de refilón a Judy— me detendrán. Ahora, suéltame.
Resignado, la soltó, no sin antes darle una sonrisa cariñosa.
—Cuídate —dijo—. Iremos tras de ti dentro de poco.
—No —respondió ella, negando con la cabeza y con una sonrisa que en lugar de hacerla ver amable, la hizo ver como la depredadora carroñera que era—; que se cuide él. Porque tal vez no fue él quien le hizo esto a mis niños, pero al menos tendré la satisfacción de matar a uno de los de ese grupo.
—«Mis niños» —repitió Dan, sonriendo casi burlón—. Pensé que moriría antes de oírte decir eso. —Jeannette se escandalizó, mas cuando iba a replicar, él le dio un toquecito en la frente—. ¿Lograron ablandar ese corazón de hielo, eh?
Con un bufido, más apenada que molesta, ella salió de la estación, subió a su auto y se fue. Judy llegó junto a Dan, quien suspiró pesado al verla.
—Jeannette enojada inflige su terror —comentó, dándole un golpe amistoso en el brazo. La hiena le había recordado a Nick cuando Zeus había mandado a casi matar a Meloney.
Dan negó con la cabeza, muy serio.
—No la conoce enojada, jefa. —Suspiró, retrospectivo—. Y yo solo la he visto un poco. —Sonrió con pesadez—. Mi pésame para quien hizo enojar a mi solecito.
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Hola, gente, ¿qué tal?
¿Qué les pareció el cap?
¿La escena con Atha?
¿La de Dan?
¿La de Judy al final?
¿Preparados para la que se viene? :v
Dejen su review, gente, no olviden dejar su review, así me alientan a continuarlo.
Nos leemos luego.
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