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XIX. Vendajes

153 horas para El Renacer.

Que Malik se hubiera presentado más pulcramente que hace dos horas era un cambio agradable. La chaqueta negra con la que siempre iba ya no estaba manchada de sangre, por lo que debía ser otra, sus jeans tampoco y el corte en su mejilla tenía una curita. Si alguien lo viera por primera vez apuntaría a que era un guardaespaldas más que un asesino sin escrúpulos. Recibió un recado suyo por parte de uno de sus animales, quien se presentó en su departamento y le dijo que la esperaba en una cafetería a doce cuadras de su residencia.

Natasha supuso que su encuentro se debía a que, para variar en aquel enrevesado juego que le hubo dejado Anubis, había cumplido con sus pedidos y pedía ver que realizaba la transacción en su teléfono. Asistió y partió, no sin antes ponerse un suéter de manga larga para cubrir la herida de su antebrazo que aún no sanaba bien; guardar un revolver pequeño en su cintura tapado con su larga camiseta y un cuchillo en su pierna que era cubierto por el pantalón.

Una vez hubo llegado al sitio, el oso la esperaba en una de las mesas más alejadas de los ventanales, casi escondido en una esquina, aunque la sombra y el corpulento físico de Malik le resultaron inconfundibles a la leopardo de las nieves.

—Así que no lo mataste —comentó, con el rostro apoyado en una de sus patas, vuelta un puño, mientras con la otra meneaba diligentemente una cucharita dentro del café que pidió hacía minutos—. Es impropio de ti, Malik.

—Ya te lo dije —reiteró el oso, subiéndose más aún el cierre de la chaqueta; un poco más, pensó, y se cerrará el hocico—, ellos se me adelantaron. El doctor intentó suicidarse y me vio. No sé cómo, pero me vio; y justo cuando fue a saltar hizo un gesto de arrepentimiento, lo que hizo que la bata se le quedara enganchada a un ducto.

—Y al fin y al cabo —completó ella, sabiendo la historia—, la hiena lo lanzó a una cerca metálica con pinchos. —Suspiró, colocando la cucharita en la mesa y llevando la bebida caliente a sus labios. Luego de un sorbo, añadió—: No esperarás que te pague por una muerte que no cumpliste, ¿cierto?

—No.

—¿Y por qué me citaste aquí? —le preguntó—. No creo que seas de esos animales románticos, Malik. Habla de una vez, que estoy ocupada en algo importante.

—Es sobre mi manera de compensarte.

Con otro sorbo, Natasha alzó una ceja, interesada.

—¿Cómo?

—¿No creerás, Neit, que he logrado durar tanto en este oficio y escurriéndome de las mafias mayores dejando trabajos a medias? —le preguntó, con un gruñido bajo, parecía un barítono—. Si no cumplo un trabajo, compenso haciendo otro gratis.

—Un peculiar sistema, debo decirte. —Fijó sus ojos con los del oso, demostrándole quién tenía el control—. Aunque fiable. Así generas confianza y empatía con tu contratista, ¿me equivoco? —Negó con la cabeza—. Bien —asintió ella—, necesito que me des tu pata de obra con los tanques de propano, necesito moverlos y con el brazo en este estado no es que sea algo de coser y cantar, ¿comprendes?

—¿Solo eso? —quiso saber. Natasha hizo un gesto con la pata.

—Sí, sí, solo eso.

—¿Al lugar de los planos?

—Correcto.

—Bien. —Se puso de pie, la silla chirrió contra el suelo—. ¿Cuándo?

—Mañana en la noche —respondió, llevando la taza de nuevo a sus labios— Tendremos una explosiva celebración. —Sonrió con enigma y bebió su café, viendo cómo el oso salía y el «ding» de la campanilla de la puerta flotaba por entre las animadas conversaciones del local.



150 horas para El Renacer.

Los empleados de la morgue ya se habían llevado los cuerpos de los animales que habían iniciado un ataque, que a Nick le pareció suicida, a la estación de policía; los oficiales heridos ya estaban en sus respectivas casas y los más leves y que no habían terminado su turno, volvieron al trabajo, aunque en informes, donde todo era más suave, pero infinitamente más aburrido.

El día fue una montaña rusa de emociones, sin embargo, entre él y Judy pudieron sobreponerse y calmarse, para transmitirles aquella calma y firmeza a los que los rodeaban. Quizá ella no lo sabía, o quizá sí, pero no era sorpresa para nadie que ella era una especie de modelo a seguir, o un faro que ilumina cuando el ambiente es tan oscuro que ahoga. Levantaba la moral con solo seguir positiva y firme.

No obstante, en ese momento incluso a Nick le costaba mantener aquella máscara con los demás policías: si padeciera del corazón estaba seguro que hubiera muerto... unas cinco veces. Atacaron la jefatura, a Vicario, a los hijos de Van der Welk y a Sadie. Pese a ello, Nick tenía una espina que le molestaba: sus enemigos no habían conseguido otra cosa que no fueran bajas, por lo que aquella campaña suicida debía tener un objetivo.

Distraerlos, tal vez.

El sonido de la puerta cerrándose lo sacó de sus pensamientos, y también a Samuel, Jeannette, Vicario y los novatos más interesados en el caso, que aunque no supieran mucho y estuvieran involucrados por las circunstancias que vivieron hacía pocas horas, imponían con su gran presencia. Sus tamaños eran mayores a los de Nick y Judy; dos tigres, Batigne y Aschersbelen, y un león, Lewis.

Lewis movía con cuidado el hombro herido, mientras Aschersbelen (Judy le había dicho que lo abreviara con Archer) se mantenía en silencio y Batigne, con no más de unos rasguños, traqueteaba sus garras en el escritorio de madera. Judy pasó junto a ellos y tomó asiento en la misma silla que Nick. Ella podía ser la jefa de la ZPD, pero las sillas no tenían compasión con nadie, sumado a que cambiarlas representaría un gasto innecesario.

Tenía la oreja derecha vendada allí donde le dieron el tiro y replegada hacia atrás, lo que contrastaba con la otra que estaba erguida con vigor. Lanzó unos papeles en el escritorio.

—Bien —se hizo notar—, ¿qué tenemos? Debemos ponernos al día para anticiparnos; no me está gustando arriesgar tanto a los míos. Uno a uno, por favor, y rápido, que debo ir a ver a mi hijo al hospital.

—Opino lo mismo —comentó Jeannette, impertérrita. Los novatos no le quitaban el ojo de encima.

—Vale —inició Samuel, suspirando—; en mi caso obtuve información sobre Osiris, podría decirse. —Judy le alzó una ceja ante ese «podría decirse» y Nick espero a que continuara—. Como bien saben, menos la señora Van der Welk, Vicario, y los novatos, Atha, mi contacto, murió en El Cairo, pero antes de hacerlo le había informado sobre la investigación que llevábamos, aprovechando que nos ha tendido la pata en anteriores ocasiones. —Una fugaz mirada entre el zorro y la coneja les recordaron «aquellas» ocasiones—. Él me hizo saber que debíamos buscar un libro: El libro de Amduat, que en realidad es un pergamino y está en el museo, y cuya gerente tuvo la amabilidad de traducirme.

»El caso es que en dicho pergamino se relata, en palabras cortas, el viaje de Ra, el dios del sol, en su barca solar por el inframundo durante la noche para, al terminar, iniciar el amanecer. Lo preocupante de aquello es que la barca de Ra atraviesa unas casas o puertas durante cada una de las horas, siendo en su totalidad doce horas. De esas doce, solo se nombraban la Primera, la Cuarta, la Séptima, la Octava, la Décima y la Doceava.

—¿Y eso qué tiene que ver? —le interrumpió Jeannette, de malas pulgas.

—Que cada una de esas horas tiene una metáfora en el mito que parece seguir un patrón en los sucesos que tenemos.

—Explíquese, por favor —le pidió Archer, con voz suave.

—Verán: la Primera relata sobre una infinita oscuridad, un río negro en el cual la barca inicia su viaje y los muertos vagan por los bordes del río. La Cuarta es un río amarillo con niebla tóxica. La Séptima es la de los juicios y lamentos. La Octava es un río de fuego. La Décima la verdad y la Doceava el Renacer.

»Todo esto sucede en doce horas, pero ¿y si cambiáramos las horas a días?

Pocos segundos después, Judy habló.

—Es una cuenta regresiva —aseveró, frunciendo un poco el ceño—. Si tomamos los días serían doce días, pero como lo que ha pasado no transcurre en doce días tal cual, sino más bien en una secuencia progresiva y a la vez inversa.

—Pelusa —dijo Nick al fin—, que se entienda.

—Matemáticas, Nick —repuso—. Doce días menos cinco, siete; y la Séptima Hora, según Samuel, es el juicio. ¿Crees que es coincidencia? —Nick conformó una perfecta «O» con los labios—. Y me refiero a que es a la inversa porque los siguientes días no cuadran por completo. Con la Primera podríamos apuntarlo al suicidio de Inval, con la Cuarta el ataque químico al Hospital Central; respectivamente pasaron el primer y cuarto día luego de que comenzara todo esto.

—Eso dejaría a lo que pasó hoy como el quinto día, pero ha pasado lo que sería la Séptima Hora... ¿Los egipcios no eran buenos en matemáticas?

—En efecto, y he ahí el por qué es una secuencia de doble sentido, tanto progresiva como inversa. Mañana sería el sexto día, pero a la inversa, tomando este día como la Séptima, podrían atacar con la Octava Hora. —Inspiró—. Y no me gusta cómo suena «río de fuego», tiene demasiadas interpretaciones.

Judy se ensimismó y movía los ojos de un lado a otro, pensando, por lo que dejándola en sus razonamientos, con un asentimiento de la cabeza le indicó a Vicario que diera su versión. La loba roja asintió y empezó.

—En mi caso, junto a Van der Welk, fuimos a un departamento que estaba a nombre de Inval, y nos sorprendimos de lo que encontramos: ropa de mujer, maquillajes, entre otras cosas; lo que nos sugiere de que Inval podría haber vivido allí con otroanimal, no se descarta que fuera una pareja sentimental. —Hizo una breve pausa—. Tras el closet encontramos una especie de mapa que Van der Welk se propuso a seguir la pista.

—Yo puedo corroborar eso —intervino Jeannette—. Dan no puede estar aquí porque está en el Hospital Militar con los pequeños. —Nick se preguntó qué heridas tenían los pequeños—. Me pidió que les contara lo que encontró; un laboratorio. —Ante aquella mención, Nick y Judy prestaron muda atención a lo que la hiena les contaba—. Según me contó, encontró un laboratorio en Distrito Forestal, subterráneo, que contenía muestras varias, pero lo que le llamó la atención y lo hacía poner nervioso al decírmelo, es que Inval usó un virus de gripe para poder esparcir un Alphavirus... sea lo que sea eso.

Vicario irguió la orejas de golpe al oír eso último y Nick se dejó caer de hombros, abatido; la suposición de que la milagrosa cura de gripe que mutara con los virus nacientes de dicha enfermedad y los eliminara fuera posiblemente un agente dañino era cierta. Mas si bien no era Osiris en sí, era el catalizador.

—¿Y de Osiris? —le preguntó la loba a la hiena.

—Según me contó Dan, parece ser un ebolavirus alterado.—Algo que inquietaba al zorro era que di Regno, mientras comentaba aquello, parecía no importarle. Entendía que ella ocultara sus emociones y reacciones, pero parecía más bien muerta en vida.

—Entonces no hay nada que la dueña de Empresas Roux pueda hacer al respecto —dijo Judy; afincó ambas patas en la mesa—. Eso nos deja en claro que Osiris es un ebolavirus alterado que una vez se una al Alphavirus de la vacuna, que Inval creó y manipuló a Lyneth para que la esparciera, hará algo de proporciones y efectos desconocidos.

—En palabras simples, sí —convino Nick.

Los lila de Judy, cansados y agotados, lo buscaron.

—Debemos mandar a algunos de los especialistas del laboratorio que encontramos, Nick, y enviarlos al que Dan halló. Necesitamos establecer la composición de ese virus alterado para en el caso de no poder detener su expansión, al menos crear una vacuna.

Nadie se atrevió a decir que aún no existía vacuna para el ébola.

—Por cierto —dijo Samuel—, no se ha podido avanzar con respecto a la cuenta regresiva que Meloney me dio, Nick.

—¿Qué cuenta regresiva?—preguntó Judy, alternando miradas entre ambos. Nick le hizo un resumen fugaz sobre lo que había descubierto James—. Oh... ¿y por qué no me lo habías dicho?

Como modo de respuesta, Nick se encogió de hombros, inocentemente.

Judy bostezó.

—Creo que deberían irse ya, deben descansar. ¿Nada grave les pasó?

—Además de mis chicos, no. —Los ojos azules hielo le refulgieron a Jeannette tanto de ira como de dolor.

—Por mi parte tampoco —dijo Samuel—; Ben estuvo esperando que algo pasara y por suerte nada ocurrió. No nos tenían focalizados. ¿Meloney?

—Nada, tampoco —le respondió—. Ella pensó también que atacarían a Sabrina o Jaune, pero todo tranquilo, en lo que cabía.

—En mi caso trataron de matarme —informó Lune, con el hombro y torso vendado, usando la camiseta de policía como una especie de capa—. Me siguieron y casi entraron a mi casa. Al final solo me dieron un tiro.

—¿Sólo? —exclamó Archer—. ¿Esperabas algo más?

Lune se encogió de hombros.

—En este trabajo nada es seguro.

—Bien —habló Judy, dirigiéndose a los novatos—, Batigne, Archer, Lewis, lamentos haberlos metido en esto, pero ustedes quisieron venir. Luego de lo que han escuchado y el oscuro pronóstico que tenemos tanto la ZPD como la ciudad, ¿prefieren seguir en rondas normales o unirse al caso?

Los dos machos parecían pensarlo, pero fue la tigresa quien decidió por los tres.

—Por supuesto que aceptamos. —Y ellos suspiraron con resignación.

—Por favor, retírense, descansen. Lewis, te daré la semana libre para que te recuperes, aunque si quieres venir y colaborar, quedará bajo tu responsabilidad. —Miró a Jeannette—. Dile a Dan lo mismo, solo que él tiene tres días, y si quiere venir, es bienvenido.

—Vendrá, así lo tenga que traer amarrado. Entre él y yo haremos todo lo posible para encontrar a quien le hizo eso a mis hijos, y me aseguraré de que sufra. —Fulminó a Nick con la mirada.

—Lo siento por lo del hospital —se disculpó Nick, sabiendo que se hubo dejado llevar por el estrés. La hiena frunció el ceño, se levantó y se fue.

—Samuel —siguió Judy—, te agradecería que mañana cuando vengas me traigas la cuenta regresiva para analizarla; y si puedes a Ben también.

—Con Ben no cuentes, Judy... jefa —se rectificó frente a los novatos; una sonrisa entre divertida y avergonzada le se le dibujó—. Él irá al concierto de Gazelle de mañana.

—Oh... bueno. —Suspiró—. Lune, lo mismo que le dije a Lewis va contigo, una semana libre y...

—Me tomaré solo un día —le informó la loba roja—. No es muy grave, jefa, solo un tiro. Mañana descansaré y pasado vendré como nueva. A fin de cuentas, debemos resolver esto cuanto antes. —Se puso de pie.

Con una sonrisa de agradecimiento, la coneja asintió, para luego parpadear recordando algo.

—Por cierto, se me olvidaba, la gacela ha de estar en la enfermería. El roce de bala no era grave, pero sí molesto. Búscala ahí.

Con un mudo y sorprendido asentir, Lune se dio media vuelta y salió del despacho. Poco a poco todos se fueron yendo, dejándolos a ambos solos. Cuando el último hubo salido, Nick esperó a que la puerta se cerrara para preguntarle a su coneja.

—¿Todo bien? ¿No estás guardándote cosas para ti sola, cierto?

—¿Qué más puedo guardarme? —Se recostó contra el espaldar de la silla y luego le apoyó la cabeza en el hombro—. Nick, si te soy sincera no sé cómo saldremos de esto. Es muy... desmoralizante. Complejo.

—Como siempre lo hemos hecho —dijo, y ella alzó la vista—: de frente y sin medir las consecuencias.

—Al modo suicida, querrás decir —bufó.

—Me alegra que lo entiendas.

Silencio. Él le acarició con cuidado la oreja vendada, pasándole los dedos cariñosamente por el pelaje, sacándole varios temblores a la coneja; sabía, con solo verla, que no eran de dolor, sino más bien por sentir sus almohadillas contra aquella zona tan sensible.

—¿Dónde dejaste a Nico? —preguntó.

—En el hospital. No quería separarse de ella.

—¿Fue muy grave lo que le pasó a Sadie? —quiso saber.

—Perderá el ojo —murmuró, con un hilillo de voz—. ¿Sabes? Me recordó a ti.

—¿El qué? —se extrañó.

—Nico. —Hizo una breve pausa, dejando que el nombre de su hijo flotara entre ellos—. Sus ojos en el momento que le dije que viniera con nosotros o se fuera a la casa con Meloney fueron iguales a los tuyos.

—¿Cómo?

—Me recordaron cuando tu... cuando Zeus mandó a lastimar a Meloney —dijo; el recuerdo de aquello le cayó como una bala de cañón en el estómago—. Miedo e ira. Dolor. No es justo que un chico tan joven tenga esa mirada, Nick.

—Somos Wilde, mi Zanahorias —repuso llevándose la punta de las orejas de ella a sus labios; el anillo de oro en su dedo, grueso y con una W grabada, recuerdo de James, brilló un poco—. Para bien o para mal, es algo con lo que cargamos. Y algo que o nos derrumba o nos fortalece. Mira a nuestros hijos: Meloney y lo de Sabrina, James con lo de Rachel, Nico y Sadie, el secuestro de Annabeth, y el de Hazel, Leo, Luke y Jason. Fueron y son muy jóvenes para vivir eso, y aún así, helos ahí.

—No sé cómo lo soportan —reconoció—; si me hubiera pasado eso a su edad probablemente hubiera quedado traumada.

—Lo hacen porque son nuestros hijos. —Sonrió, y poco después ella también—. ¿Por qué más si no?



149 horas para El Renacer.

Detestaba aquel lugar. Ese blanco fantasmal del suelo, los azulejos y las paredes. Los asientos duros e inflexibles para con su maltratado cuerpo. El olor a lejía que pululaba en el aire, podía jurar que ése debía de ser el mismísimo olor de la muerte. Y sobre todo, detestaba con toda el alma a las enfermeras y los internos que iban y venían como pequeños soldados en una zona de guerra, que lo ignoraban cuando les intentaba preguntar algo y en el caso de que lo atendieran, le dieran un robótico: «Debes esperar, cuando esté estable te informaremos».

«Cuando esté estable. Cuanto esté estable. Cuando esté estable. ¡¿Qué no sabían decir otra cosa que no fuera esa?!»

—Nico, no deberías estar aquí —dijo su madre. Él se volvió a verla, sentado en los puestos anexados a la pared del pasillo por el que se ingresaba al quirófano donde estaba Sadie—. En lugar de torturarte aquí solo, podrías estar con nosotros.

—Gracias mamá —dijo—, pero no. Agradezco que quieran darme apoyo, pero lo único que quiero y me interesa en este momento es saber cómo saldrá Sadie. Además, me siento un poco agobiado en la sala de espera. Todos quieren saber si estoy bien o qué pasó y no estoy para eso.

Judy caminó hasta él y tomó asiento a su lado; Nico apoyó sus codos en las piernas y afincó su mentón en sus patas entrecruzadas.

—Lo entiendo, ¿pero no te importará que yo me quede aquí? —quiso saber.

A modo de respuesta, él negó con la cabeza, mirándola de reojo. En cierta medida, agradecía el gesto, porque aunque no quisiera estar en la sala de espera, absorbiendo la angustia que bailaba allí, tampoco le gustaba tener que esperar solo. Le daba una sensación como si de aquellas puertas dobles saliera un verdugo para darle su sentencia.

Se quedaron en silencio, con el único ruido de fondo de las camillas moviéndose, los doctores gritando nombres y soluciones, el precipitado correr de los ayudantes y enfermeros, y uno que otro grito o gemido dolorido de algún paciente. Odiaba los hospitales, parecía que aquella edificación estuviera hecha con el único objetivo de sacarle la esperanza, de succionarle con un macabro deleite el buen estado. Para el zorro con melanismo era un misterio por qué había animales que elegían eso como carrera; algo de locos debían de tener.

Se quitó las patas del mentón y las estiró, aún apoyadas en las piernas, con la vista fija en la línea de separación entre un azulejo y el otro como si fuera lo más interesante del mundo. Atisbó entonces sus negras muñequeras con una runa bordada, y sintió cómo el pecho se le contraía de dolor.

—Esas te las dio Sadie, ¿no? —preguntó.

—Sí —respondió con un hilillo de voz.

—¿Por qué?

—No lo sé. —Y en verdad no lo sabía, ella nunca se lo dijo, solo se las puso y ya—. Cuando la fiesta de Annabeth y ella fue a mi cuarto, al verme mal me las puso. No me dijo «¡eh, son para ti!» o algo así, solo me las puso y ya. Supongo que lo hizo para levantarme el ánimo.

—Ya veo. —Le puso una pata en el hombro—. ¿Y cómo te sientes ahora?

—Mal. —Apretó los puños, sin alzar la mirada—. ¿Cómo he de sentirme? Si hubiera sido más insistente al tema de dejar de dárnosla de imbatibles, ella no estaría ahí dentro. Si tan solo...

—Nico, es Sadie —replicó su madre—, seamos sinceros, ¿crees que hubieras podido hacerla desistir?

Buen punto.

—No. —Una sonrisa juguetona bailó un momento en sus labios—. Lo dudo mucho, la verdad. Ella es... ¿cómo decirlo? Persuasiva. Insistente y persuasiva. Incluso cuando pasó todo, fue hasta la casa y me hizo bajar con un sistema de rapel. ¡Un rapel! ¿De dónde lo sacó? No lo sé. —La fugaz alegría se apagó como el fuego de una vela—. Es que...

—Hubieras preferido ser tú a ser ella, ¿me equivoco?

Ladeó la mirada y buscó los ojos de Judy.

—¿Cómo lo...?

—Nico, soy tu madre —dijo, como si eso fuera explicación absoluta—. Además, eres clavado a Nick.

—¿Papá vivió algo así? —se interesó.

—Parecido —repuso, dándole unas palmaditas en el hombro—. Y Nick, en ese caso, quería estar en el lugar de tu hermana. No lo dijo, pero se percibía. Y de igual forma lo percibo de ti, Nico.

—¿Y qué hago entonces con esto? La molestia por no haberlo visto venir sigue aquí; el dolor de verla como la vi también; y las ganas de ver muerto a quienes le hicieron eso también.

—El lince murió, Nico. Se suicidó. —Ella hizo una breve pausa, tomándolo por la barbilla y fijando las miradas—. Nicholas Wilde, no eres el único que ha pasado por eso y tal vez no serás el último. Todos sufrimos día a día y es normal, está en ti el superarlo. Mira a tus hermanos: Meloney superó algo que casi la mató de niña y afrontó con aplomo lo que le pasó a Sabrina; James lo que sucedió con Rachel y lo que ahora le pasó; el resto de tus hermanos se levantaron y no dejaron que el secuestro que vivieron los amedrentara. ¿Tú dejarás que esto de desmoralice?

No respondió. Se quedó en silencio. Ciertamente lo que le pasó no se comparaba a lo que vivió cuando fue secuestrado, esto era mil veces más doloroso; porque bien pudo soportar lo que le hicieron, o hubiera resistido si lo que le pasó a Sadie le hubiera pasado a él, pero ver en el estado en que la encontró, al animal que amaba, era desgarrador.

Cuando abrió los labios para responder, el anuncio de neón que había sobre las puertas dobles del quirófano se apagó y poco después Sadie salió, dormida, en una camilla que era empujada por tres animales. Ambos se pusieron de pie y fueron tras ella, pero el doctor a cargo, un león, les hizo una seña de alto.

—Deben esperar un poco —les recomendó—. Aunque la operación no hubiera sido del todo invasiva, está sedada. No pudimos salvarle el ojo, había daños muy profundos e incluso en el nervio óptico, sin embargo, la extracción del globo fue exitosa. Ahora solo queda esperar si no es muy traumático para ella.

—Conociéndola —murmuró Nico—, no lo creo. —Sonrió, más libre de aquella presión depresiva—. Es Sadie después de todo.

—En unas horas, cuando despierte, podrán verla —comunicó el doctor, se despidió de ellos y se retiró.

Con una especie de energía renovada, aunque sintiendo el espectro de la duda consigo, soltó el aire que se dio cuenta estaba conteniendo.

—¿Cuál es tu respuesta? —quiso saber Judy.

Nico se volvió a verla.

—No lo sé. —Se encogió de hombros—. Si ella está bien, supongo que lo estaré yo también.

—Lo superarás —dijo, y asintió para reafirmar su aseveración.

—¿Por qué tan segura?

Por entre el cansancio que ella emanaba como un océano, sonrió con un brillo en los ojos.

—Porque...

—Eres mi madre —completó él, previendo la frase.

—No.

—¿Entonces? —Bajó una oreja, sin entender.

Ella le dio un suave toque en el pecho, justo sobre el corazón; la pequeña diferencia de tamaños empezaba a notarse.

—Porque la quieres.



148 horas para El Renacer.

No había nada mejor que llegar a su departamento para poder descansar y echarse una buena siesta, ahora que sabía, tendría una semana libre, aunque solo usara un día de aquella semana. No obstante, un día libre significaba dormir a sus anchas, algo que necesitaba con urgencia, porque su cuerpo estaba al borde del colapso por agotamiento.

Al abrir la puerta, todo parecía calmado, pero cuando Lune entró a su cuarto, la ventana rota la recibió con impasibilidad. Bufó, molesta, imaginando cuánto le costaría arreglar aquel desastre, y lo peor no era eso en sí, sino que debía hacerlo lo más rápido posible porque no podía dejar aquel agujero; cualquier malviviente podría entrar.

A su lado, Carla dio un silbido largo y fluido.

—Fue agitada —recalcó.

—¿Tú crees? —replicó ella, decaída.

—¿Te sientes mal? —preguntó, dándose cuenta de su estado.

—Dejando de lado el dolor que tengo en el hombro, ¿por qué lo estaría? —Alzó la cabeza, como si pensara—. Ah, claro, por el pase gratis para ladrones que hay en mi habitación.

—No entrará nadie, Lune —comentó Carla. Ella se volvió a verla, la gasa y el pequeño vendaje que cubría la quemadura del roce de la bala, contrastaba contra su pelaje—. Ahora —agregó, alzando una bolsa con unos medicamentos—, debes tratarte las puntadas como te dijeron.

Esa escena se le hizo a la loba roja muy extraña, es decir, las veces que resultó herida en el trabajo, las heridas se las trataba sola, sin ponerse quejas y obviándolas, dejando a su suerte si se hacía las curas bien o si pescaba alguna infección o cosas de esas. Pero ahora no estaba sola, Carla estaba allí para ayudarla, tal como hizo en la jefatura al encontrarla.

La jefatura.

Inspiró profundo sin hacer mucho ruido para no alertar a la gacela, pero los sucesos de esa misma tarde les llegaron de golpe. La tortuosa angustia que tuvo al no saber el paradero de ella, la tranquilidad como un océano al saberlo, y la pequeña arritmia que le dio al verla venir hacia ella, con sangre en el cuerpo y una quemadura en el rostro. Y sobre todo, no podía faltar, la sensación cuando recostó su frente en su pecho.

Sintió la cara incendiársele al recordar aquello.

—¿Lune?

—¿Eh? —Volvió en sí.

—Te pregunté que si lo harás sola o si querías que te ayude.

¿Lo hizo?

—Ayúdame, por favor.

—Ve al sofá —le indicó—, mientras yo dejo todo esto en el botiquín y llevo lo que se necesite.

Asintió y se retiró, para luego escuchar la puerta de su habitación cerrarse. Buena idea, pensó, en caso de que alguien llegase a entrar, no podría adentrarse más en el departamento. Se tumbó en el sofá y con su brazo sano tomó el control de la televisión de plasma frente a ella, anexada a la pared, y lo encendió. En la mayoría de los canales de información reportaban lo sucedido hoy en la ciudad.

Que si por qué un grupo tan pequeño atacaría la ZPD. Que si eso estaba ligado con lo que pasó en el Hospital Central. Que si la policía no podía hacer frente a lo que enfrentaban. Reportajes amarillistas y para esparcir la duda y el pánico. Sacó su teléfono del bolsillo de su camisa de policía y tecleó con rapidez en la pantalla un mensaje para Dan, que debería estar en el Hospital Militar.

«¿Todo bien?»

La contestación duró un poco en llegar.

«Podría ser mejor.»

«¿Qué tal tus hijos? ¿Fue muy grave?»

«Algo así. Están fuera de peligro, pero no es algo que un padre debería de ver.»

«¿Cuánto estarán en el hospital?»

Por un rato no respondió, y cuando Lune pensó que de seguro no le tenía respuesta, un audio apareció. Cliqueó.

«—Alan tiene el brazo fracturado en dos puntos —decía, con voz agotada— e Isa... gracias a los dioses no fue tan grave, solo magulladuras, pero parecían haber salido de una pelea profesional. Cuando los vi... —Una respiración temblorosa—. No imagino cómo debió sentirse Jenny al encontrarlos. Estarán bien, físicamente. Isa solo tendrá una pequeñita cicatriz en el mentón. —Un suspiro—. Gracias por preguntar, Lune.»

«De nada. Es lo menos que puedo hacer.», le envió como respuesta. Al ver que Carla se aproximaba, se apresuró a enviar otro mensaje. «Debo irme; adiós.»

Alzó la mirada y Carla ya estaba a dos pasos, sosteniendo en un delicado equilibrio, contra ella, unas gasas, un vendaje, una cajita de algodón y una botella de agua oxigenada. Lune sintió como si Carla fuera un verdugo que viniera a darle la inyección letal.

—Retrocede, Satanás —le exclamó, recostándose más contra el sofá, acorralada. Era irónico cómo ella, siendo una depredadora, estaba arrinconada por una presa—. A mí no me vas a colocar agua oxigenada.

—Es lo que la osa de la enfermería de la jefatura me dijo que hiciera —repuso, sin lugar a réplicas.

—¡Me matarás! —exclamó.

—¡Es agua oxigenada, por favor! —replicó—. No es cianuro o ácido. Es simple agua.

—¡Simple agua mis ovarios! ¡Eso arde más que el alcohol quirúrgico! —Empezó a arrastrase más hacia los lados del sofá, alejándose de ella; podría ser una policía, podría soportar el dolor relativamente bien, pero algo que odiaba con cada célula de su ser era aquella sensación de ardor y molestia de los antisépticos. ¡Eso era traído del mismo infierno!

Carla se acercaba con firmeza y sin vacilar, fijándola con aquellos ojos grises que ahora mismo le hacían parecer una homicida.

—Lune...

—Carla, por amor al cielo, no. —La gacela se sentó en el sofá y empezó a extender lo necesario. De la cajita de algodón sacó dos cotonetes—. No vas a forzarme —le advirtió—: gritaré.

—¿Tienes ocho años acaso? —Arqueó una ceja, quitándose el parche-venda de la mejilla; tenía una quemadura bastante fea, de no más de centímetro y medio de ancho y dos de largo, con el pelaje rasurado en esa zona y dos puntadas. Humedeció un cotonete en el agua oxigenada y con ligeros toques se untó en la herida; una espuma muy blanca surgía como lava de un volcán—. ¿Ves que no molesta tanto? —dijo, viéndola.

Lune frunció el ceño y se cruzó de brazos, ignorando el latigazo de dolor que le subió por el brazo izquierdo, enfurruñada. Odiaba que hicieran aquello. Recordaba con una claridad asombrosa cómo los demás tendían a usar aquella manipulación para hacer que accediera a algo.

—Bien —refunfuñó, acercándose un poco—, haz la cura rápido.

Ajustando con una cinta adhesiva médica el parche-vendaje a su piel, Carla se volvió y buscó sus ojos, esta vez esbozando una sonrisa victoriosa y a la vez suave. ¡No era una cría, demonios; no debían tratarla como tal!

—Con la camiseta puesta no puedo hacer nada —le hizo saber, señalándole la camiseta. Lune sintió la cara caliente el entender el contexto de lo que pedía. Debía quitarse la camisa y el vendaje para que ella pudiera tratarla; y no era que eso la incomodara, porque lo hizo sin problemas con la policía que atendía la enfermería, pero hacerlo con Carla era... No sabía bien cómo era, lo que sí sabía era que la ponía nerviosa—. ¿Sucede algo? —preguntó, ladeando un poco la cabeza, intrigada.

Estaba segura de que la estaba poniendo al límite; había que ser muy inocente para no darse cuenta de a dónde estaba yendo la situación, y sabía que ella de inocente no tenía un pelo. Todo lo contrario, estaba poniéndola de los nervios.

Lune inspiró profundo y empezó a desabrocharse la camisa dejando ver el torso vendado hasta el plexo solar. Carla se levantó, se fue y al rato volvió con unas tijeras, comenzó a cortar y el frío metal contra la piel de Lune le sacó un escalofrío. «Ya, ya. Céntrate.»

Ladeó la mirada, porque sabía que cuando sus azules oscuro se toparan con los grises de ella, esta se daría cuenta de las locuras que le pasaban por la mente. Al principio solo tenía aquel sonrojo que su cobrizo pelaje le cubría, pero cuando sintió la pata de ella rozándole el hombro fue como si la hubieran conectado a una fuente de alta tensión. El corazón le latía tan rápido que faltaba poco para que dejara de hacerlo, y la piel quemaba ahí donde ella tocaba.

—Necesito ayuda, Lune —comunicó, indicándole con los labios la zona donde necesitaba que ella misma se sostuviera. Acató; hizo un poco de presión en los vendajes un poco más arriba del pecho, dejando espacio para que los que estaban cortados cayeran.

La herida seguía ahí, molesta, horrible y sin ganas de querer irse. La zona circundante a las puntadas que tenía estaba rasurada para evitar una infección, pero los bordes de las mismas puntadas tenían un color entre rojo, rosa y purpura. Inflamada, y para peor, a un paso de infectarse. Captó de soslayo cómo Carla mojaba un trozo de algodón con el agua oxigenada y se volvía hacia ella, extendiéndolo. Lune inspiró profundo, sintiéndose débil y frágil ante el tortuoso futuro que le deparaba.

Dio un quejido seguido de un gemido que no le gustó cómo sonó cuando sintió la presión húmeda del algodón contra su piel, seguido de ese ardor insoportable. Carla presionó dos veces, que le dolieron como cuando le dieron las puntadas y luego lo apartó. Lune se permitió respirar como si volviera a la vida para luego casi morir cuando sintió el tacto delicado de ella en su clavícula y cuello. «Oh, dioses, no creo poder aguantar.» Y luego de pensarlo se quedó en blanco, ¿aguantar qué, precisamente?

—No te muevas —dijo Carla, y Lune sintió el aliento en su cuello—, necesito ver cómo es que debo vendar.

—V-v-vale —convino ella, pensando en otra cosa. Cualquiera, pero no debía enfocarse en la cercanía.

—Quítatelo.

—¡¿Qué?! —chilló ella, sorprendida.

—Que te quietes el vendaje. —Asintió, dándole más veracidad a sus palabras.

—¿Pa-para qué? —«¡Corazón inservible, deja de latir...! Deja de latir tan rápido, mejor.» Respiró dos veces para calmarse—. No me voy a quitar el vendaje así como así, Carla; no soy una naturalista. —Cometió el error de verla, y ella abrió los ojos con vergüenza y sorpresa al comprender—. Solo tengo el vendaje.

—Oh... —Su mente quedó en el infinito por unos momentos, y Lune pudo detectar con su agudo ojo de depredadora el leve rubor que le perlaba las mejillas—. Ya... ya veo. No quise decir eso. Es decir —balbuceó—, no es que te esté pidiendo que te desnudes ni nada por el estilo, que no me molestaría, pero... —Carraspeó—. Quiero decir, que necesito que te quites el vendaje para poder colocarte uno nuevo. —Asintió, ida—. Sí, sí. Eso.

—Para cambiar el vendaje —repitió Lune.

—Para cambiar el vendaje —corroboró—. No es mi culpa que no tengas brassier, aunque pensándolo bien es normal; no podrían haberte suturado si tenías el sujetador molestando en el proceso.

—Date vuelta, por favor. —Carla lo hizo y Lune se giró también, ambas quedando espalda contra espalda.

Con cuidado de no lastimarse tanto la herida como un seno, fue desenvolviendo el apretado vendaje que le colocaron en la jefatura. La parte inferior fue sencilla, solo quitar un pequeño nudo en un punto exacto y las vendas cayeron como seda, el problema llegó en la parte superior, donde tenía que sí o sí alzar ambos brazo, para desanudarse, solo que no podía elevar ambos.

Necesitaba ayuda.

Oh, dioses.

—Carla —le llamó—, ayúdame. —Sintió la presión cambiando en el sofá—. Necesito que me desamarres aquí —dijo, tocándose el sitio con su pata sana.

Sin decir una palabra, Carla llevó sus patas al lugar: un poquito más arriba del omóplato, y lo desanudó. Al sentir el resto de las vendas caer con delicadeza, Lune se sintió demasiado expuesta, y no le gustaba. Nunca le había gustado sentirse vulnerable. No se sentía en su terreno de esa forma. Se tapó los senos con un brazo mientras, al girar la cabeza, pudo ver a Carla, a su espalda, estirar las gasas y cortar un cuadro relativamente grande.

Se miraron, y como un disparo, desvió la mirada. Se le hizo cómico a la loba roja aquella reacción.

—Ten —dijo Carla, tendiéndosela—; presiónala contra los puntos y no la muevas hasta que te vende.

—De acuerdo. —Así lo hizo.

Acto seguido, ignorando el escozor en las puntadas, se concentró en la sensación de los brazos de Carla rodeándole la cintura, comenzando a vendarla. Ella, lo hacía con delicadeza, como si fuera de porcelana y se fuera a romper con un tacto muy fuerte, y Lune se quedó observando que cerca de las muñecas, Carla tenía varias cicatrices. Unas profundas, otras leves, largas y cortas. ¿Qué había vivido para tenerlas así? El vendaje empezó más arriba de su ombligo y subió, pero se detuvo cuando llegó a su pecho.

—¿Puedes...? —Le temblaba la voz.

—No, Carla, no puedo —replicó ella—. Con una pata me tengo la gasa y con la otra los senos. Quisiera tener un tercer brazo, pero es lo que hay. Continúa.

Estuvo a nada de estremecerse arqueando la espalda cuando sintió un tembloroso suspiro de la gacela en su cuello. Estaba demasiado cerca, tanto que sentía las pieles de sus brazos rozándose entre sí. «No pienses en la cercanía. No pienses en la cercanía. No pienses en la cercanía.» Se repetía aquello sin cesar para no bajar la vista y percatarse de que tenía las patas de Carla sobre sus senos. No tocándolos, obviamente, sino girando con una suavidad desesperante las vendas.

«¿Cómo se sentiría si...?»

Negó furiosamente con la cabeza.

—¿Sucede algo? —preguntó, agotada. ¿Por qué estaría agotada? Solo estaba vendándola—. ¿Estoy apretando muy duro? —Aquello no sonaba nada bien—. Si quieres aflojo un poco.

—N-no, tranquila —negó, ¿qué clase de demonio la había poseído para pensar aquello?—. No, está bien. No hay mucho que apretar, tampoco.

—Ah... Alza los brazos, por favor. —Lo hizo; Carla le reposó la barbilla en el hombro sano y Lune se sintió temblar—. Ahora, bájalos, debo hacer el giro para poder abarcar la gasa y un poco de tu cuello.

De alguna forma, la gacela hizo alguna magia para lograr que el vendaje quedara ajustado, pero no lo suficiente como para ser asfixiante. Carla se apartó un poco y Lune se volvió, moviendo el hombro herido para cerciorarse de que no era muy restrictivo la venda. Era perfecta.

—Gracias. —Lune se sentía acalorada, cansada como si hubiera corrido una maratón y urgente de algo, aunque no lograba saber qué exactamente. Su compañera respiraba agitada igual que ella, pero le mantuvo la mirada—. ¿Dónde aprendiste a hacer vendajes? —preguntó, luego de un largo rato de miradas en silencio.

—Mi tía me enseñó —respondió, esbozando una triste y retrospectiva sonrisa—. Ella tenía muchos... accidentes en su trabajo.

Esa tía. —Carla asintió—. Ya.

—Sirvió para algo, al menos —dijo, y sonrió por completo. Sonrió, esta vez radiante, y Lune sintió como si tuviera un pajarillo aleteando con ferocidad dentro del pecho, ansiando salir.

Y entonces lo entendió.

Fue como una revelación.

Le dio vueltas y vueltas al asunto mientras comían y al estar ambas tumbadas en el sofá, viendo una película de terror con menos presupuesto que una serie animada, hasta que la realidad de ello fue tan innegable que solo lo aceptó.

Estaba enamorada de Carla.

No sabía cómo pasó, cómo llegó hasta allí, o cómo aquellos sentimientos tomaron tal fuerza, no lo sabía ni podía hacer una línea de tiempo para intentar acertar cuándo empezó. Lo que sabía con certeza, con tal fuerza que la(le) abrumaba, era que estaban allí. Y no tenían intención de irse.

Ahora, estando Carla sentada a sus anchas en el sofá y ella acostada, con la cabeza reposada en el regazo de ella, se sentía más en calma sabiéndolo. Aunque quería seguir explorando esa vía; era la primera vez que le pasaba aquello. Tuvo sus romances de más joven, pero nunca con una chica.

Bostezó, captando la atención de la gacela.

—Deberías ir a dormir —le aconsejó.

—No, ahora no —respondió—. Yo te aviso.

—Vale. —Y siguió viendo la televisión.

Lune se quedó en silencio, con la vista fija en su compañera de piso, delineándole con la mirada el cuello. Su instinto depredador salió a flote, como un fugaz brillo en los ojos, para luego, con el cuerpo adolorido, relajarse.

No le avisaría cuando se fuera, porque no se iría. No podía pensar mejor lugar para dormir que en el regazo de Carla.


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Hola, gente, ¿qué tal?

¿Qué les pareció el cap?

¿La escena con Neit?

¿La de Nick y la explicación general?

¿La de Nico en el hospital?

¿La final con Lunarla 7u7?

Dejen su review, gente, no olviden dejar su review, así me alientan a continuarlo.

Nos leemos luego.

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