XIV. Intercepción
160 horas para El Renacer.
La propiedad de Inval en Sabana Central era un simple departamento en un edificio exactamente igual a los otros tres cercanos del complejo. La torre A, que era donde debían buscar, era una edificación de quince pisos más el pent-house, de un blanco hospital por fuera, y con baldosas crema por dentro. Debían ir al quinto piso solos, ya que la orden que tenían no obligaba al conserje a que les diera las llaves del departamento, sumado a que existía la posibilidad de que no las tuviera, y como si eso fuera poco, el conserje, un armadillo de unos cincuenta años, pudo apuntar Dan, era el ser más quejumbroso que hubiera conocido.
—¿Tienes idea de cómo entraremos? —le preguntó a Lune, quien estaba con la mente en otro lado—. Hey... ¡Hey! —Ella pegó un respingo al volver en sí; Dan ladeó la cabeza, sin entender. Todo el tiempo que hubo trabajado con Lune, ella había sido la más centrada de los dos, nunca se quedaba así, en el aire, pero desde lo de Inval para acá...—. ¿Sucede algo?
—No. —Corto y claro... y sospechoso, porque ni siquiera lo miró a los ojos.
—Lune...
—Estaba pensando.
—¿En qué? —quiso saber—. ¿En el caso?
—Eh... sí. Sí, en el caso. —Asintió para darle más credibilidad a sus palabras, aunque su expresión no era esa, parecía más bien ocultar algo.
—¿Y bien?
—¿Y bien, qué?
—¿Cómo abrimos la puerta? —preguntó, impaciente—. Lune, ¿en donde tienes la mente? —El ascensor llegó al piso y las puertas se abrieron sin ningún sonido.
El suelo era igual al corredor de la planta baja, mismas baldosas crema y mismas paredes blanco hospital, y el departamento en cuestión, el 502, difería un poco de los otros tres del mismo piso: mientras los otros tres tenían una reja precediendo a la puerta de entrada, este tenía solo la puerta. ¿Inval le quitó la reja? ¿Eso no es peligroso? Podrían haberlo robado.
Lune, quien notó esto, lo miró a los ojos, y luego asintió con firmeza; el mensaje era claro: Inval no habría hecho eso por pura coincidencia. Se acercaron a la puerta y Dan se agachó, analizando la cerradura. «Sencilla.»
—¿Para qué estabas preguntando cómo abrirla si parece que puedes? —dijo Lune.
—Lo dije por la reja —repuso Dan, agachado y sin volverla a ver mientras sacaba sus llaves y retiraba un fino alambre que sostenía el llavero que Isa le había hecho para el día del padre, lo giró como un garfio y lo introdujo en la cerradura—. Puertas es harina de otro costal. Son más sencillas.
Una vez que se desbloqueó con un chasquido, con un empujón bastó para abrirla. Entraron. El departamento era un poco más grande que el que tenía Jeannette, al cual lo había llevado cuando tuvo el nombre limpio: en el suelo había azulejos blancos con motas negras que lo hacían parecer mármol, en el centro de la sala un comedor de vidrio reforzado con madera y más alejados, varios sofás orejones y mullidos, puestos de tal forma que hacían una media luna mirando a un televisor de plasma.
Decidieron separarse y cada uno revisar una habitación distinta, por lo que mientras Lune se quedaba revisando al dedo la sala, Dan iría a la habitación principal, y si terminaba, revisaría la segunda, que era más bien de huéspedes.
La habitación principal era impresionante, y denotaba el lujo que debió tener Inval: un somier matrimonial con una cabecera de madera labrada, con el diseño de un sol, un televisor de plasma igual que el de la sala, un aire acondicionado anexado a una de las esquinas y, lo que le llamó más la atención, un armario de pared completa. Empezó a escudriñar el cuarto, moviendo la cama, revisando bajo esta, dentro del mismo colchón, los gabinetes de la cómoda, pero su sorpresa fue cuando abrió la puerta corrediza del armario.
Había de todo, literalmente, aunque segmentado. En la derecha, separados del medio y la izquierda por una delgada división de madera, había esmóquines de distintos colores, negros, azules, uno purpura y uno blanco con una rosa en la solapa, con sus respectivos pares de zapatos a juego en la parte de abajo. En la del medio había ropa casual: camisetas, bermudas, jeans, chaquetas. En la tercera, sin embargo y para su confusión, había ropa de hembra: faldas, jeans ajustados, chaquetas con motivos femeninos, camisetas voyage y esas raras que no sabía cómo se llamaban, pero que parecían de pitonisa, anchas y aireadas.
«¿Qué demonios?», pensó sorprendido, revisando que en el lado izquierdo había más prendas femeninas, incluso un surtido juego de distintos calzados. No obstante, aunque eso lo impresionaba bastante, fue una esquina de lo que parecía ser una lámina de papel bond, al fondo del armario, lo que llamó la atención.
Siguiendo una corazonada, Dan empezó a sacar toda la ropa, descolgándola y lanzándola hacia la cama, y cuando lo hizo por completo vio que, en efecto, era una lámina de papel pegada a la pared; con revisar las demás constató que parecía más un poster que abarcaba de extremo a extremo. Cuando empezó a limpiar el closet, sacando todo lo que había, oyó la voz de Lune a su espalda.
—La jefa nos ha... ¿Qué estás haciendo?
—Limpio.
—Ya veo... —El tono precavido que tenía le indicó a Dan que no entendía el por qué hacía aquello—. ¿Necesitas ayuda?
—Sí —dijo, sintiendo una corazonada con aquel lugar—; respóndeme algo: ¿qué animal tiene ropa de hembra en el closet de su habitación?
—Ninguno que estuviera solo —dijo, muy seria—. Inval vivía con alguien —sentenció—. Eso —añadió—, o el lobo era travesti.
Con una risotada, Dan sacó los dos últimos trajes del armario pudiendo ver con claridad que la especie de tapiz tenía un trazado con líneas negras, solo que no lograba descifrar qué significaba.
—Mira esto, Lune —dijo, llamándola con la pata. Ella se puso a su lado y analizó el papel con expresión crítica.
—No parece ser nada importante —dijo—, pero no estoy segura. ¿Qué tan probable es que alguien tenga un tapiz en la pared del fondo de su armario, donde tiene prendas de ambos sexos?
—Improbable. O al menos, en mi casa no tengo un tapiz. —Dan se rascó el mentón mientras ladeaba la cabeza hacia ambos lados tratando de encontrar el significado de esas líneas negras imprecisas que iban de un lado a otro, horizontales, verticales—. ¿Crees que signifique algo?
—No lo sé —reconoció Lune, mirándolo también—, aunque con lo que he encontrado en el otro cuarto, no me extraña que sea algo raro.
—¿Por qué?
—Encontré tintes. De todos los tipos y colores. O Inval se disfrazaba para que no lo encontrásemos o quién hubiera vivido aquí, tenía esa costumbre.
—Mmm... —Dan no estaba prestándole mucha atención en tratar de entender qué o quién había estado en ese departamento, sino en qué significaban esas líneas, que por alguna razón presentía era importante. Y muy bien sabía que no debía dejar escapar algún presentimiento—. Tal vez... —dijo, rodeando la cama que estaba en el centro de la habitación y colocándose en la pared opuesta.
Entonces lo vio, y con una expresión apremiante le dijo a Lune que se acercara y mirara, confirmándole que veía lo mismo que él. Ahí, en el fondo del armario, las líneas que parecían aleatorias tomaron sentido, conformando un mapa.
—¿Un mapa de qué? —preguntó a nadie en especial.
—Algún sitio en específico de la ciudad, ¿tal vez? —insinuó Lune, con la misma impresión que él.
Obviamente, pensó Dan. Solo que no parecía un lugar en específico del mapa de la ciudad, sino más bien un edificio, el mapa interno de un edificio.
—Un edificio —murmuró Lune, notando lo que él.
—Parece más bien un pasillo —destacó Dan, apuntando a una sección a la derecha—. Fíjate, eso parece una compuerta y esa parte de allí, el corredor. Aunque no sé dónde sea o... —Hizo silencio, el edificio al lado del pasillo le parecía extrañamente familiar—. Eso no es...
—¿Distrito Forestal? —terminó ella, viendo lo mismo que él—. Sí, fíjate. La zona del medio parece la avenida Ivy, y en la parte derecha es...
—El obelisco de la plaza en dicha avenida —coincidió—. Apostaría mi cola a que allí hay algo importante. —Se volvió a mirarla, impaciente y emocionado por ir allá—. ¿Qué me ibas a decir de la jefa?
Lune salió de su sorpresa sacudiendo la cabeza.
—¡Ah, sí, la jefa! —asintió volviendo en sí—. Que debíamos ir a la jefatura cuanto antes; hay algo urgente que debe decirnos. Asimismo dijo que iba a ponernos al día de lo que acababa de enterarse de Empresas Roux, le dije que estábamos investigando una de las casas de Inval, el departamento, y nos ordenó ir hacia allá. Por su tono —agregó—, parece ser grave.
—¿Mucho?
Como única respuesta Lune asintió frunciendo los labios en señal de impotencia, se encogió de hombros y esperó su respuesta. Dan, en cambio, no quería dejar esa pista, porque sabía que podría escapársele de las patas en cuanto se descuidara. ¿Y si en ese lugar había algo con lo que pudieran detener el plan de Inval? ¿Grave? ¡Grave sería dejar escapar aquello! Por eso, cuando le dijo a Lune cómo procederían, lo hizo con aplomo y sin lugar a dudas:
—Ve tú, yo iré a Distrito Forestal a ver qué consigo.
—¿Y si la jefa Hopps pregunta?
—Le dices que estoy en reconocimiento: en busca de una posible pista importante sobre Inval —respondió, mientras sacaba su móvil y le tomaba una fotografía al mapa—. Le dirás, solo si pregunta, que te mantendré informada, para que tú le informes a ella, sobre lo que encuentre o no —finalizó, llegando a la puerta del departamento—. Por cierto —añadió, antes de salir del lugar—, no salgas del departamento antes de que manden a una brigada para tomar huellas y todo eso. No sabemos cuántos o qué tipo de animal vivió aquí con Inval.
—Bien —asintió Lune, mirándolo fijamente con esos ojos azul oscuro que contrastaban con su pelaje rojizo—. Daniel, ¿estás al tanto de lo que haces, no? Estás desobedeciendo una orden directa de la jefa, y sabes tan bien como yo que cuando está... con ese tono, con tal seriedad, es severa. Podrían amonestarte.
—No lo hará —dijo, y lo creía con firmeza.
Lune arqueó una ceja, interesada.
—¿Por qué?
Dan sonrió, como quien guarda un secreto.
—Porque tenemos historia, tanto con ella como con Wilde... ambos Wilde. —Se tocó todos los bolsillos para estar seguro de no haber olvidado nada—. Por eso no me dirá nada. Más bien —agregó con una sonrisa bromista cuando estaba en el ascensor y ella lo veía desde el umbral, frunciendo el entrecejo—, me agradecerá cuando le traiga una buena pista.
159 horas para El Renacer.
Habiendo seguido el rumbo que ambos habían acordado ayer para revisar los dos sitios que tenían alguna alusión a la cultura egipcia, se dirigieron al Centro de la ciudad, más específicamente al Hospital Central, que entró en funcionamiento hacía poco. Se lograron recuperar del ataque químico que les lanzaron y resurgieron, atendiendo a la misma capacidad que antes del suceso, pero, como Nico notó, había menos cantidad de pacientes. «Tal vez aún tienen miedo a venir.»
—Me parece extraño —susurró Sadie, mientras entraban al hospital, tomándole la muñeca, aprovechando la natural capacidad para pasar desapercibido del zorro con melanismo— que esté en un hospital. —Pasaron muy juntos contra la pared para no llamar la atención de las enfermeras que pululaban murmurando las instrucciones que los doctores les daban para sí mismas—. Digo, si está ligado al ataque, al grupo ese que tu madre quiere detener, ¿no es raro que esté en un hospital?
Nico no respondió, estaba concentrado en que ambos mantuvieran un perfil bajo mientras se desplazaban por el lugar, tratando de orientarse y encontrar el pasillo que llevaba hacia donde el doctor Fawkes curó a Sadie cuando esta se había peleado, y así encontrar el despacho del traumatólogo en jefe. «No es que sea raro, sino que es práctico. ¿Cómo, si no, atacaron el hospital con tanta facilidad?», pensó recordando cómo había escuchado la conversación que tuvieron sus padres con los demás en su despacho.
Giraron en un pasillo y, luego de que comprobara que era el correcto, hallaron el despacho; se encaminaron hacia este. Ambos se detuvieron y chequearon que no hubiera enfermeras cerca, pero como era una hora en teoría temprana, las nueve de la mañana, no había moros en la costa. Mientras Sadie giraba el pomo de la puerta, Nico se quedó mirando el símbolo Anj de la puerta y bajo la figura, las palabras «TRAUMATÓLOGO EN JEFE». Entraron. El despacho era como cualquier otro: un estante en la pared derecha, un mini-bar en el otro extremo, y en el centro un escritorio que tenía varias pilas de papeles en un delicado equilibrio que amenazaba en romperse con solo el soplar de una respiración.
—Aquí no hay nada —dijo Sadie, por lo bajo, revisando los cajones del escritorio, lanzando de tanto en tanto miradas furtivas a la puerta.
—Si vas a tocar algo —la advirtió—, asegúrate de dejarlo en el lugar exacto donde estaba. No quiero que se den cuenta que estuvimos aquí.
—Bien —convino mientras seguía hurgando, luego de unos momentos sacó una libreta—. Ven a ver esto —lo llamó con voz urgente. Nico estaba concentrado en el estante con libros, donde sus ojos fueron a parar en un libro de azul de matemáticas que resaltaba de los demás verdes y de biología, anatomía y enfermedades—. ¡Ven!
Él se volvió, aún con la interrogante de por qué un doctor necesitaba un libro como ese. Apartó ese absurdo pensamiento de su mente al notar que los ojos de Sadie, que ahora parecían de un verde agua, lo miraba apremiante. Él se acercó y miró la libreta por sobre el hombro de la lince. Era una libreta negra, como un agenda, y leyó lo que ponía: era una especie de bitácora o diario, donde encontraba, por páginas y páginas, el haber notado que la ciudad que parecía ser autosustentable que le habían pintado de joven, iba en una espiral de destrucción. Sin embargo, lo que le activó las alarmas, fue lo que encontró después.
Una llamada de Inval, donde se conocieron por primera vez. Cuando entendió lo que planeaba y que él tenía razón. Las largas conversaciones por teléfono. Las reuniones que celebraron. Las muestras de sangre que le entregó. Y como cereza, los alias (o al menos eso fue lo que Nico se imaginó) de los demás: Neit, Seth y Maat.
—Esto...
—Lo sé —la interrumpió, sorprendido y nervioso, sintiendo como si una presencia se cerniese sobre ellos y los atrapara. Habían descubierto algo grande, algo enorme: el doctor que laboraba en ese despacho era uno de los que habían realizado el ataque químico a ese mismo hospital, peor aún, era uno de ellos—. Nos vamos —sentenció y, quitándole la libreta de las patas y guardándola de nuevo en el cajón de donde la había sacado, que tenía un pequeño candado, le tomó la pata para irse de allí—. Ahora.
—¿Qué? —Sadie se soltó y lo miró con el ceño fruncido—. No; no podemos irnos.
—¿Ah, no? —preguntó con impaciencia—. Dime por qué.
—Porque tenemos que tener pruebas si quieres decirle a tu madre sobre esto.
¿Decirle qué? Oh... cierto, su madre; Nico no había pensado en ella ni un solo momento, estaba más preocupado en la seguridad de Sadie antes que en todo lo que tuviera que ver con la investigación de Judy. Aunque su novia tenía razón, Judy debía saber qué pasaba, y sobre todo quién era el doctor de ese despacho, que según esa agenda se llamaba Zury Nassar. «El doctor que atendió a James.» ¡Oh, por... debía ir de inmediato con su madre!
Sadie sacó su móvil y luego la agenda, comenzó a tomarle fotos a las páginas y luego de tener las suficientes, la guardó en el cajón y cerró el candado que tenía.
.—¿Dónde aprendiste a abrir candados sin ganzúa? —preguntó Nico, dándose cuenta apenas.
—No eres el único que tiene trucos —respondió ella, con una sonrisa.
—Debemos irnos ahora —apremió—. Debemos llevarle esto a mamá para que aprese a este doctor.
—Sencillo —asintió ella, guardándose el móvil en el bolsillo, caminó hacia la puerta y se asomó en busca de algún animal; luego se volvió—. No hay nadie. Yo iré al último lugar, en Tundratown. —Le sacó la memoria SD a su móvil y se la entregó—. Tú, en cambio, ve a la jefatura, ¿vale?
—¿Te has vuelto loca? —exclamó Nico, arriesgándose a que alguien los encontrara, pero antes de que pudiera decir algo más, Sadie salió como un rayo del despacho.
Él la siguió, logrando mantenerse pegado a las paredes, pasando junto a dos enfermeras que estaban comentando apabulladas sobre cuántos miligramos les había dicho el doctor para inyectar, y logrando divisar a la lince en las puertas del hospital.
—¡Sadie! —gritó, una vez afuera, donde ella lo esperaba con una sonrisa burlona e impaciente por lanzarse a lo desconocido; Nico bufó cuando llegó con ella, pensando seriamente en encontrar algún pasatiempo que ambos pudieran hacer que no implicara ofrecerse en bandeja de plata a la muerte—. ¿Se puede saber por qué saliste así?
—Pues para irme, ¿no? —Su tranquilidad era insultante.
—Sadie —dijo, recuperando un poco el control—, no puedes hacer eso. No puedes lanzarte a la boca del lobo así como así.
—Sabes que lo haré de igual forma.
—No —sentenció, frunciendo el cejo y mirándola con tal intensidad que ella bajó las orejas, tan rápido que el mechón de las puntas de las mismas hizo un frufru en el aire—. No lo harás. No irás a Tundratown. Irás derecho hacia la estación y le avisarás a mamá lo que encontramos, ¿quedó claro? —Se dio cuenta de que estaba siendo igual de dominante que su madre y se dejó caer de hombros—. Yo iré a Tundra. —Le tomó la pata, y luego de hacerle un gesto para que la abriera, le colocó la micro SD en ella—. Ten.
Ella no se la aceptó.
—Llévala tú, así tomarás alguna foto que creas necesaria —sonrió, y él notó una sombra en sus ojos, como si de repente entendiera la delicada situación—. ¿Crees que Judy esté en la jefatura?
Recuperando su temperamento natural, despreocupado pero no demasiado, respondió.
—¿Cuándo no está? —bromeó; miró al norte, donde se veía la cúpula del ecosistema ártico a la vez que introducía la SD en su móvil, casi automáticamente—. Será mejor que me vaya.
Sadie se acercó y le dio un pico.
—Cuídate.
—No —dijo, tocándole la nariz con la punta del dedo—, cuídate tú. —Se giró hacia Tundra y empezó a caminar. Alzando una pata y haciendo un gesto para despedirse, emprendió camino.
159 horas para El Renacer.
En su departamento, sentada frente al ordenador, Natasha tenía unos audífonos al oído, mientras escuchaba por la frecuencia que Malik le había dado sobre los micrófonos, y que un aparato que tenía anexado a su ordenador captaba, la conversación de dos animales en el despacho de Jonsu. «Sirvió de algo el que decidiera poner micrófonos.»
Por la cadencia de las voces eran dos animales jóvenes, tal vez menos de veinte años, aunque por la ligera estática que había, puesto que captar la señal desde el hospital hasta su departamento era un tramo largo, no podía determinar si la cadencia de las voces era de macho o hembra. «Aun así no importa, debo atraparlos.» Escuchó que se dirigirían a la jefatura de policía, aunque por desgracia no escuchó sus nombres, porque ninguno de ellos se había llamado así, Natasha dedujo que no lo hicieron porque se estaban cuidando, o tuvieron la ridícula suerte de no hacerlo solo porque sí.
—Van a la jefatura —susurró. Eso era todo lo que necesitaba saber. Tomó otro de sus móviles desechables y le marcó al número de Malik—. ¿Dónde estás? —preguntó una vez el oso contestó.
—Trabajando —gruñó él, dándole a entender que debía estar cumpliendo las peticiones que le había dado esa madrugada.
—¿Dónde y en qué?
—En Sabana Central, recolectando información.
—¿Qué información? —¿Era sobre los planos o sobre los blancos que le dio?
—Los objetivos —respondió, y Natasha oyó el suave rumor de un auto que está estacionado, luego el arranque—. Resulta que todos los objetivos, excepto esa loba roja, tienen hijos. Adivina —añadió, con un gruñido más suave y armónico, más como contento— qué es lo que pienso hacer.
Oh, por Ra, Malik había atacado donde más duele. Todo iba de maravilla.
—¿Qué paso con los planos y el propano?
—Está listo, desde hace una hora. —Hizo una pausa, mientras suspiraba—. ¿Para qué llamabas?
—Necesito que captures a un animal, joven, no mayor de veinte años que se dirige a la sede de la policía; los micrófonos en el despacho de Jonsu dieron resultado, y sea quienes fueran, descubrieron algo de nuestro cornudo socio, así que quiero que interceptes al que va hacia allá. Ah, y por cierto, quiero que mates a Jonsu también, será medio millón. —No necesitaba en su grupo animales que fueran tan imbéciles como para dejar algo que los comprometiera tan fácil con Osiris.
—Entendido. —Escuchó que el motor se apagó—. Pero no puedo ir por el animal ese. Estoy a punto de conseguir una presa... —Dejó la frase en el aire e instantes después escuchó—: ¡Muévanse, muévanse! La madre los acaba de dejar con la niñera que los está llevando a lo que parece ser la escuela, ¡quiero que maten a la niñera! A los niños los dejan vivos, pero que el mensaje sea claro. ¡Vamos! —Luego oyó la excitada respiración de Malik en el auricular del teléfono—. Nos vemos. Y quiero que me des fecha para la muerte de tu compañero.
Acto seguido escuchó el chasquido de la llamada que terminaba. Estuvo a punto de estrellar el móvil contra la pared del enojo, porque en ese momento, en ese preciso instante ese animal estaba rumbo a la jefatura, y si llegaba y decía lo que sabía, Jonsu caería, y poco después ella.
Se serenó un poco y relajó la presión del teléfono, porque los puntos amenazaban con saltárseles, pensó en el animal que le quedaba, que era el que o le serviría, o terminaría arruinándolo todo, y de igual manera lo llamó. Si eso no funcionaba, se dijo, tendría que matarlo... aunque igualmente lo iba a matar, él arriesgaba mucho a Osiris. Nunca se sintió cómoda con su presencia entre ellos, y esta era una excusa para deshacerse de él con facilidad.
Cuando escuchó su voz al otro lado de la línea, Natasha habló con una voz calma y aterciopelada, como una serpiente que atrajera a un ratón.
—Seth, necesito que me hagas un favor...
158 horas para el Renacer.
Sadie se había ido trotando a la jefatura de policía, con la mente en Nico, pensando en si cuando llegara a ese lugar encontraría algo tan revelador como lo del despacho de aquel hospital. Durante el camino estuvo dándole vueltas a por qué ese despacho le parecía tan conocido, y fue entonces, faltándole dos intersecciones para llegar a la jefatura: la calle de los edificios de los abogados y la plaza central con el obelisco, que supo porqué. ¡Era de aquel alce! No recordaba el nombre, pero sí el aspecto.
Cuando solo faltaba una calle, la de los abogados, Sadie tuvo que tomar una desviación, porque la misma estaba repleta de animales que formaban una pared viviente, reclamándoles y exigiéndoles al bufete que hicieran algo al respecto con sus demandas contra el Ayuntamiento por lo ocurrido en el hospital de donde venía. Giró a la derecha, tomando un rodeo en C de la calle para salir al costado de la ZPD. Sin embargo, a medio camino, sintió un cosquilleo en la nuca, como si alguien la estuviera vigilando. Se detuvo y miró trescientos sesenta grados sobre sí, sin encontrar nada.
—Qué raro —murmuró para sí.
Volvió a ir hacia la jefatura, aunque esta vez caminando, recuperándose un poco de la corrida, sin dejar de ver hacia los lados. Con cada paso que daba sentía más fuerte esa sensación de que alguien la observaba.
—No es nada, no es nada.
Y entonces sintió cómo la tomaban por el cuello de la camisa y la alzaban hacia atrás; lo siguiente que sintió fue su rostro estampando contra el suelo, para luego una presión en la espalda, del peso de otro animal sobre ella, y que le doblaran al brazo en una llave a la espalda, inmovilizándola.
—Al fin —dijo quien la tenía. Su voz era tan impasible que asustaba.
Sadie ladeó la cabeza lo más que pudo y apenas logró ver qué era lo que la tenía sometida en el suelo: un lince adulto de unos ojos amarillos tan serenos que en lugar de transmitir calma o firmeza, dejaban entender que tras ellos había un aspecto salvaje y penetrante.
—Temía que te terminara perdiendo —dijo.
—¡Suéltame, bastardo! —espetó, dando un quejido de dolor al tratar de soltarse, si seguía así se dislocaría el brazo.
Pudo ver de soslayo cómo el lince sacaba un móvil con la mano libre y se lo llevaba al oído.
—Ya la tengo —dijo, luego la analizó con la mirada—. Debe de tener unos dieciséis años, más o menos. ¿Es ella?... Bien, bien, pero no tienes que gritar, y no, no la mataré... ¿Servirnos? ¿Para qué?... Bueno, bueno, ¿a dónde la llevo?... ¿A mi despacho, para qué si no hay nadie?... Oh, ya, bien. —Cuando colgó, la miró con una sonrisa socarrona—. Lo siento, pero vienes conmigo, no puedo dejar que nos des el pitazo con la policía —dijo, encogiéndose de hombros.
La mente de Sadie comenzó a trabajar a toda velocidad. No podía dejar que la llevaran, que la secuestraran, tenía que decirle a Judy lo que habían encontrado... ¡Oh, Nico! Debía advertirle a Nico que no fuera para allá, ¿quién sabía qué animal lo estaba esperando? Un momento... ¿cómo sabían que ella iba a la ZPD? ¿Acaso...? ¿Cómo no había supuesto que podría haber micrófonos en ese despacho?
Los habían oído. «Yo iré al último lugar, en Tundratown. Tú, en cambio, ve a la jefatura, ¿vale?», recordó que le había dicho Nico. Agradeció infinitamente a que él se hubiera ofrecido a ir a Tundra, porque así no estaría en el escenario que estaba ella. Él había dicho que en su despacho no había nadie, ¿era posible que fuera el lugar a donde Nico iba? Quería creerlo. Debía creerlo. Debía creer que él estaba sano y salvo.
—No me llevarás a ningún lado, malnacido —gruñó, revolviéndose.
—¡Quédate quieta! —la regañó, impasible, aunque parecía que su calma flaqueaba—. Te romperás un brazo o qué se yo. No quiero que Neit me haga un número por culpa de una adolescente.
Sadie inspiró con fuerza, preparándose para hacer una maniobra, no era una luchadora experta como tal, pero bien sabía que aquella postura para inmovilizarla que él usaba como mucho le dislocaría un brazo, y si tenía que infligirse dicha lesión para liberarse, lo haría.
—¡No me subestimes, malnacido! —rugió, girando el cuerpo, escuchando un sordo «crac» que le nubló la vista por el dolor y consiguió, con la pata libre, darle un zarpazo en el costado del rostro, haciendo que se echara hacia atrás y gritara de dolor, llevándose ambas patas al rostro.
Sadie logró ponerse de pie, sintiendo con una macabra precisión la suave brisa que se colaba por entre los edificios y que le causaban un dolor enorme en el brazo, se enderezó jadeando y vio que el lince estaba quejándose del dolor. «No puedo correr así», pensó al verse el brazo, por lo que solo tenía una sola cosa que hacer; apretó los dientes y cerró los ojos mientras con otro «crac» esta vez menos doloroso, se reacomodó el brazo, aunque lo sentía como si estuviese dormido, como si miles de agujas le recorrieran el mismo con cada movimiento.
Y antes de poder preocuparse por algo más, salió a correr hacia la jefatura, que estaba a quinientos metros. Podía llegar.
Entonces, con un rugido furibundo, el lince se lanzó hacia ella, corriendo en cuatro patas; a Sadie solo le dio el tiempo suficiente para voltear a ver dónde estaba el lince para que este, como un destello, le diera un zarpazo en el rostro tan fuerte que sintió cómo sus garras le desgarraban la piel.
El dolor fue horrible, indescriptible, la cara le ardía, podía sentir sus latidos en la piel, y por alguna razón no podía abrir el ojo izquierdo; dolía y ardía. Cuando se dio cuenta que él tenía la otra pata en alto para hacer lo mismo pero en el otro ojo, con un chillido de adrenalina y temor, le dio un zarpazo al cuello, aunque no logró desgarrar muy profundo ni un lugar importante.
«Debo salir de aquí. Ahora. O me terminará matando.»
Sin embargo, el dolor le pasó factura, tanto del brazo como del rostro, ralentizándole los reflejos, por lo que no pudo esquivar la pata que la tomó por el cuello y la azotó contra una pared, aturdiéndola.
El último pensamiento que le llegó antes de caer desmayada por el golpe, viendo esos ojos amarillos con esa sonrisa que destilaban locura, fue para Nico. Y con otro golpe más, todo se puso oscuro.
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Hola, gente, ¿qué tal?
¿Qué les pareció el cap?
¿La escena con Dan y Lune?
¿La de Nico y Sadie?
¿La de Natasha/Neit?
¿Ese final tan... brutal :v?
Dejen su review, gente, no olviden dejar su review, así me alientan a continuarlo.
Nos leemos luego.
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