XIII. Encargos
164 horas para El Renacer.
No había dormido mucho por culpa del dolor en el antebrazo, sin embargo, Natasha no necesitaba más, estaba lo suficientemente descansada como para que no le afectase sus decisiones ni su habilidad motriz. Le dolía un poco el tomar las cosas con la pata herida, aunque no era nada que unos analgésicos no aplacasen. Se fue hacia donde estaba su ordenador, se sentó y una vez encendido empezó a trazar una línea de sucesos de lo que haría.
Lo más importante sería llamar a sus ayudantes. Tomó uno de sus móviles desechables para evitar rastreos y marcó un número, luego de cinco timbrazos, contestaron. Malik era un animal de cumplir los encargos y no desobedecer cualquier orden que se le diese, y como era de esperarse, cuando ella le comunicó que lo necesitaba en su departamento lo más pronto posible, acató. Diez minutos después, de alguna forma que la leopardo de las nieves aún no entendía, el timbre de su departamento sonó. Malik había cruzado el distrito completo evadiendo los controles de seguridad de la policía y llegó.
Al abrir la puerta un animal que transmitía aplomo y seriedad militar, casi mecánica, la recibió. Malik era un oso pardo de unos treinta años, la verdad era que nunca se había interesado por su edad, y tampoco era su problema, con tal de que cumpliera con su cometido, estaba satisfecha. De ojos grises como un día de tormenta, fornido y de aspecto intimidante; cualquiera que lo viera pensaría que era el típico animal correcto y estricto, pero nada más lejos de la verdad, Malik hacía cualquier cosa, desde orquestar un robo a un negocio hasta un ataque a escala distrital, si había dinero de por medio, lo que en este caso había.
Con un gesto de la cabeza Natasha lo invitó a pasar, y una vez que Malik se hubo sentado, sacó dos pequeños vasos de tragos y los llenó del licor más fuerte que tenía. Se sentó al otro lado de la mesa y tomó el vaso, mirando el licor transparente.
—Te tengo un trabajo.
Malik tomó su bebida y la acercó a sus labios, el vaso en él era tan pequeño que fácilmente lo podría equilibrar en dos dedos.
—¿Cuál? —preguntó con voz ronca, parecía que estuviera gruñendo—. Mejor dicho, ¿cuánto?
—Más bien son tres. —Le dio un pequeño trago a su copita, dejándola por la mitad—. Cien mil dólares por la primera y tercera, quinientos mil por la segunda.
—¿Qué?
—¿Lo harás?
—¿Qué necesitas? —repitió frunciendo el ceño.
—Tres cosas, como dije —sonrió, ignorando la sensación en su herida, como de piquetitos—. La primera: que instales micrófonos en el despacho de Jonsu en el Hospital General y en el de Seth en Tundratown. La segunda: que ataques a ciertos blancos que te proporcionaré, el método lo dejo a tu elección, siempre y cuando me garantices que sufran lo que se merecen. Y la tercera: que me consigas unos planos y una docena de tanques de propano.
—Espionaje, ataque e investigación —gruñó como si le doliera la garganta, y tragó el contenido de su pequeña copa de un golpe—. Dalo por hecho.
—Necesito un estimado de tiempo —comentó Natasha.
—Si me das la dirección exacta de los consultorios, lo de los micrófonos lo tendrás antes de que inicie el turno en el hospital —informó—. Con los objetivos, necesito nombres, especies, vínculos y todo, absolutamente todo lo relacionado con ellos para poder atacar como se debe; un día mínimo, dos máximo. Para lo último, esta noche, si me dices de cuál lugar quieres los planos.
Una sonrisa de malévola superioridad se dibujó en el rostro de la leopardo de las nieves. Pronto, muy pronto, todo iba a acabar.
—A las diez horas te enviaré un archivo con todo lo necesario, en cuanto a las direcciones... —Se levantó, fue hasta donde estaba su computador y tomó un trozo de papel, garabateó las direcciones y se las entregó al oso—. Aquí están. Espero buenos resultados, Malik.
—Siempre los doy —replicó él, poniéndose de pie y bufando con fuerza—. Lo sabes muy bien.
—Por esa razón lo digo, mi estimado.
161 horas para El Renacer.
En su departamento, sentada en la mesa, Lune devoraba su improvisado desayuno de seis tostadas, dos con queso crema, dos con mantequilla y dos con mermelada, antes de irse a la ZPD, o mejor dicho, antes de que Dan pasara buscándola. En teoría no iban a ir rumbo a la jefatura, sino que irían directo a Sabana Central, a la propiedad de Alastor Inval de aquel distrito.
Carla, sentado en el sofá mirando la televisión, y habiendo notado que no era ella sino el, tenía la atención absorbida en las noticias, las cuales la loba roja podía captar con facilidad gracias al volumen del plasma.
«—...como pueden ver —continuaba diciendo el reportero—, el ataque químico, según nos confirmaron los cuerpos de seguridad, fue realizado la madrugada del día de ayer, luego de dadas las doce de la noche. Fue realizado con agentes químicos que causaron la muerte del ochenta por ciento de los animales en el recinto, de las cuales, se contabilizaron doscientas cuarenta y dos del personal, tanto obrero como médico, quinientas setenta y ocho de adultos, ciento setenta y un infantes y cuarenta y siete cachorros de la unidad neonatal.
»Los familiares de los fallecidos exigen a las autoridades y al Ayuntamiento una indemnización por sus seres queridos, siendo en su mayoría los animales de los adultos fallecidos. El Ayuntamiento aún no se ha pronunciado, y el Departamento de Policía de Zootopia está realizando una investigación sobre el siniestro ataque.
»Para Noticias ZNN, Álvaro Brown.»
Lune se había quedado sorprendida por la cantidad de muertos que resultaron. Si bien sabía que ochenta por ciento de los que estaban en el edificio era una alta cantidad, jamás se preocupó por saber el número exacto, y ahora que lo sabía se conmocionó. Y eso no era lo peor, lo que la hizo enojar fue que, según la reportera, solo reclamaron los allegados de los adultos, ¿y los pequeños?
—Es increíble que eso esté pasando —gruñó, molesta, mientras se ponía de pie y llevaba el plato a la cocina.
—No te sorprendas —le dijo Carla, elevando la voz para que se escuchara desde el sofá.
—¿Por qué? —comentó ella, caminando hacia el llavero de la puerta, sin encontrar sus llaves—. ¿Has visto las llaves?
—Aquí. —Levantó una pata y giró las llaves; se las arrojó y Lune las atrapó al vuelo—. ¿Por qué? —sonrió con pesadez—. ¿No te has dado cuenta? El mundo está podrido. ¿No te has fijado que en todas las tragedias pasan una de dos cosas: o usan los muertos para indignar a los que quedaron vivos y hacer que estos hagan lo que los de arriba quieren, y si son cachorros, mejor, nadie le duele más la muerte de un cachorro desconocido que a un adulto; o utilizan eso para ganarse a las masas?
—¿Qué quieres decir?
—Con el primer escenario, ¿no te fijas que los que siempre pierden serán los pequeños? Vivos o muertos, son los que pierden. Si mueren, se usan como propaganda dolorosa, apelando al instinto de protección en los demás, y luego se olvidan. En lo segundo utilizan la desdicha para tener más seguidores y una vez lo hacen, ¿quién los recuerda?
—No creo que...
—Dime, Lune —preguntó con un tono que dejaba en claro que lo que diría sería irrefutable—, ¿has llegado a ver las campañas de los alcaldes? ¿No te has dado cuenta que prometen y nunca cumplen? Quizá lo veas normal, y lo es, pero... —Suspiró—. Quiero que te fijes en el alcalde actual, ¿cuánto durará en hacer alguna promesa temeraria y que parecerá caída del cielo, usando las muertes de ese hospital como aval? Todo pensaran «Vaya, él se preocupa por nosotros», sin embargo, lo que le importa es seguir donde está. Solo está aprovechándose de eso.
No respondió. Sabía en el fondo que tenía razón, que todo lo que él decía era cierto, y aún así, ¿qué animal no aprovecha la desdicha ajena para escalar en lo que quiere? No era por excusar a nadie, mas si se fijaba, el mundo funcionaba así. El fuerte se come al débil. No se podía pretender que, por ejemplo, un empresario dueño de una franquicia se preocupara por la competencia, su objetivo es ser el mejor y único, y hará lo posible para superar a la competencia, y si esa competencia está muriendo, la devorará.
Lo ideal sería que si quieres ser mejor fuera por su propio medio, solo que no era así. Ella no era la excepción a la regla, consiguió dos medallas al mérito cuando, junto a Dan, capturaron a un grupo peligroso porque dos policías a los que le habían asignado ese caso, no rindieron lo necesario. Ellos fallaron, y por eso, ambos ascendieron.
No era lo que debería de ser, pero es lo que es. No podía hacer nada. Ella solo era una loba.
—Pues —suspiró—, es lo que hay, Carla. —Hizo una pausa—. ¿Por qué lo dices? ¿Te pasó algo así?
Carla se tomó su tiempo para responder.
—¿Recuerdas que te hablé de mi tía? —preguntó, Lune asintió—. La mataron.
La revelación le cayó como un yunque, se sintió mal y estuvo a punto de decirle que lo sentía a la vez de pedirle disculpas por haber preguntado, pero él, al notar su reacción, negó suavemente con la cabeza para que no lo hiciera. Carla se cruzó de piernas y estirando los brazos en el espaldar del sofá, continuó:
—Fue dos meses después de que me fuera con ella —dijo—. Estalló un problema en la ciudad y murió. Nos emboscaron, ella me dijo que me escondiera y vi cómo la mataron. Y lo que más me enfureció fue que la Alcaldía encontró su cuerpo y yo pensé que iban a atrapar al culpable. —Rió molesta—. Usaron mi caso mientras la ZPD luchaba contra lo que pasaba, para ganar más simpatía, y luego, cuando ganaron y todo estuvo mejor, me desecharon como basura. —Lune no sabía qué decir, estaba consciente de que si se disculpaba él se molestaría, y para cualquier respuesta que pudo haber dado, Carla se levantó y caminó hacia ella. Una vez al frente levantó una pezuña y le tocó la mejilla—. «O mueres siendo un héroe... —Le dio dos palmaditas suaves, fijando sus ojos gris ceniza—... o vives lo suficiente para volverte un villano».
Tragando grueso y sin apartarle la mirada al mismo tiempo que sentía un raro cosquilleo en la mejilla, seguido de unas puntaditas nerviosas en el estómago, Lune frunció el ceño y cruzó los brazos, sin apartarlo de ella.
—¿Estás usando diálogos de películas conmigo?
Y pese a lo que le había contado, Carla estalló en carcajadas.
—¿El punto es el mismo, no? —sonrió, guiñándole un ojo y caminando hacia la habitación de huéspedes, donde se quedaba.
—Pues no —le replicó, tomando su tranquilizante, su arma de fuego y las esposas, del estante junto a la puerta donde los tenía—. Estás dando a entender que me volveré mala.
—Tarde o temprano, Lune. —Se detuvo en la puerta y sus ojos refulgieron como dos nubes de tormenta, de un gris casi negro—. Eres policía. Para atrapar a un maleante, debes pensar como él. Si miras mucho tiempo al abismo, el abismo verá dentro de ti.
—¿Porque lo dices tú? —repuso Lune, colocándose las esposas a la cintura, para luego reposar su pata en la misma—. No es muy convincente que digamos. Después de todo, si así fuera, andarías por ahí partiéndole el alma a los ladrones, ¿o no?
Carla se encogió de hombros, sin darle mucha importancia a aquello.
—Si quieres puedes preguntárselo a la coneja (¿ella es la jefa, cierto?) y te darás cuenta. Tarde o temprano. —Él desvió la mirada—. Solo recuérdalo, ¿vale? —Y antes de cerrar la puerta, con un tono de voz agudo, como apenado, agregó—: Nos vemos, cuídate.
Habiendo salido del departamento, esperando que el elevador llegara a su piso y cuando estaba dentro del mismo y sus puertas dobles se cerraron, para poco después iniciar el descenso, seguido de la sensación de vacío en el estómago, Lune trató de calmar esa extraña sensación en ella; era como si se hubiera comido algún ser fantástico que estuviera haciendo una fiesta en su estómago.
160 horas para El Renacer.
Angustiado porque su cuñada escuchara con ese oído fino el rasgar de la soga contra su ventana, Nico volvía la vista hacia la puerta de su habitación cada dos segundos, rogando internamente para que Sabrina no escuchara nada, mientras se preguntaba dos cosas. Primera: ¿por qué estaba por salir de su habitación como si fuera un ladrón a través de una soga en la ventana? Y segunda: ¿de dónde demonios sacó Sadie un sistema de rapel? La última vez que fue a su casa, hacía dos semanas, ella no tenía semejante equipo.
Era mejor no pensar en eso, conociendo a su novia, cualquier cosa era posible, tanto como que pudo haberla tenido en, tal vez, el ático, como que pudo habérselo pedido prestado a un escalador sin avisarle.
Tragó grueso cuando se inclinó por sobre el borde de la ventana y miró a Sadie, en el suelo del jardín de la entrada, con una mano en la cintura y tamborileando el suelo con una pata. «Se parece tanto a mamá que es preocupante.» Cuando sus ojos encontraron los de ella, esta señaló el suelo con un gesto claro: baja ahora mismo. A lo que Nico le señaló la puerta de su cuarto y luego se tocó el oído, indicándole que alguien podría oírlo.
—¡Nico —susurró Sadie, apremiante y sin lugar a réplicas—, baja ahora mismo!
—Sabrina está aquí, con Jaune—le respondió, a susurros también—. Me pueden oír.
—Me importa un comino que esté tu cuñada y tu sobrino, Nico —replicó—. ¡Baja ahora mismo! Ayer aplazamos la revisión de los edificios que encontramos con el símbolo por darte gusto, porque era muy tarde, y me prometiste que hoy iríamos.
—Pero...
—¡Se macho y cumple tu palabra!
—No me harás bajar con cuestionar mi masculinidad, Sadie. —Se quedó en silencio a oír el llanto de Jaune.
—Nico —le amenazó con un fulgor en los ojos caleidoscópicos—: o bajas, o subo. Tú decide.
Hija de... ¡Agh! Ella sabía que al decirle eso lo puso en un predicamento. Si subía a su cuarto, Sabrina preguntaría que por qué estaba allí, y Sadie respondería sin miramientos, asociándolos con el caso, y ahí su madre los pondría en un lugar seguro, como hizo con James; y peor, si llegaba a subir por la soga era seguro que algún vecino la vería y la cosa estaría peor.
«Lince chantajista», refunfuñó para sus adentros y sacando los pies, colocándolos en el borde de la ventana, tomando la soga y comenzando a bajar. Mientras lo hacía, poco a poco, y renegando de no haber puesto más énfasis en las clases de gimnasia donde los ponían a escalar por soga, pudo oír con claridad el «¡Oh, Nico, deja caer tu pelaje!» con el que ella se burlaba. Una vez abajo, se desperezó y observó cómo Sadie tiraba de la cuerda, la envolvía y la escondía en unos arbustos cercanos.
—¿Listo? —preguntó, radiante. Nico, con el entrecejo fruncido y chequeando que no hubiera dejado nada importante, asintió—. ¡Vamos, pues! —Sonrió.
Y con cuidado de que nadie los viera, se encaminaron hacia el Centro, donde se encontraba el primero de los dos lugares a buscar.
159 horas para El Renacer.
—¡No pueden entrar así! —espetó la nutria—. ¡Es propiedad privada!
—Tenemos una orden. —Fue todo lo que Judy dijo, dándoles paso así a la docena de animales que estaban tras de ella, en parte de la ZPD y en parte del Departamento de Agentes Infecciosos de Zootopia.
—Te veo mejor, Zanahorias —dijo Nick, con un tono, pese a la situación, alegre.
En parte era verdad, estaba un poco mejor, aunque no era completamente por eso. La razón por la que no estaba como ayer, sorprendida y aterrada de lo que habían encontrado, era porque por esa misma razón, no podía caer en eso. Ella era la jefa del Departamento de Policía, si no mantenía la compostura, ¿cómo podría esperar que sus oficiales hicieran lo mismo? Tenía que averiguar todo lo posible sobre los virus que habían encontrado.
El Departamento de Agentes Infecciosos no les dijo algo más de lo que ya sabían al haber leído las fichas técnicas, que las muestras que Alastor utilizó fueron peligrosas y, de una manera inexplicable, había logrado combinarlas con algún organismo (no tenían en claro si era un virus o una bacteria) que se adaptó a estos y los hizo mutar.
Cuando hacía una hora había oído de boca del jefe del Departamento aquel veredicto, su mente trabajó tan rápido que no tenía cosa con qué comparar. Mutar. Recordó entonces que Dan y Lune habían ido a Empresas Roux y habían obtenido un permiso de la cabeza de la compañía farmacéutica, Lyneth Roux, para investigar la transferencia de dinero que le había hecho a Inval y que, como bono, esta le había dicho cómo funcionaba su vacuna. Era interesante cómo por segunda vez la investigación sobre el lobo los arrojaba a aquel lugar.
Sin embargo, esta vez, la cosa pintaba más peligrosa de lo que parecía a simple vista. En la mente de Judy no dejaba de rebotarle la posibilidad... no, la certeza, de que ahí había un punto clave, ridículamente clave, del plan de Inval.
Entonces, mientras seis de los animales más corpulentos de su personal policíaco, dos osos, un elefante, una tigresa y dos rinocerontes, empezaban, junto a los miembros del Departamento de Agentes Infecciosos, a decomisar todo lo importante, los suyos, peinarían todo lo que encontraran, informes y cualquier papel, y los de Agentes iban hacia los laboratorios, Judy se centró en la nutria que estaba a cinco pasos de ella, gritando furiosa que no tocaran nada de lo que no estuvieran seguros porque podrían causar un desastre.
—Señorita Lyneth Roux —la llamó Judy—, necesito hablar con usted.
Cuando se volvió a verla, los ojos azules de la nutria parecían echar dagas de hielo.
—Más le vale que nada desaparezca ni de mi oficina, ni de los laboratorios.
—¿Es una amenaza? —inquirió en tono dominante.
—Tómela como quiera —soltó Lyneth, mirándola con tal intensidad que Judy juraba que en cualquier momento los anteojos se le derretirían.
Suspiró dos veces, no iba a dejar que el arrebato de una empresaria la dominara.
—Usted le dijo a dos de mis oficiales que la vacuna que le vendió Alastor Inval mutaba, ¿cierto? —preguntó.
—Sí. —Lyneth se cruzó de brazos, frunciendo los labios—. ¿Y eso qué, eh?
—¿Podría explicarnos? —intervino Nick, al notar que se había quedado asintiendo con la cabeza repetidas veces.
—Es algo complicado para alguien que no sabe de medicina o, al menos, de virus —comentó ella—. Solo deben de saber que la vacuna copia el código del virus, mutando en el mismo, para que luego el sistema inmune lo memorice y una vez el virus original vuelva a ingresar al cuerpo, lo elimine. Y así sucesivamente con los distintos virus de gripe. —Hizo un gesto con la pata para restarle importancia—. Si no me dicen con qué bases vienen con una orden del juez a desarmar mi empresa y laboratorios, será mejor que se larguen. No querrán que les ponga una demanda por abuso de poder.
—No ha llegado a pensar, señorita Roux —comentó Judy al fin, barajando algo que no le gustaba para nada, pero que a la vez le encantaba: creía haber dado con una de las bases de Inval. Una importante—, ¿qué tal vez esa vacuna sea, además de eso, un virus atacante?
El rostro de Lyneth se crispó al oír la insinuación de que la vacuna que poseían podía ser, en lugar de un agente que traería salud, algo con el potencial de matar animales. No, dedujo Judy, no era eso, su expresión se debía a que al sugerir aquello, indirectamente estaba diciendo que su empresa era tan irresponsable que distribuía en las calles posibles virus mortales.
—Espero —comenzó a decir, con un tono lento y claro, trasluciendo el enojo contenido que tenía. «¿Quién pensaría que en ese pequeño cuerpo cabría tanto enojo?»— que lo que está insinuando sea eso: una insinuación. ¡No pensará que soy tan estúpida como para distribuir a las masas un agente asesino!
—No estamos diciendo eso —intervino Nick; Judy le lanzó una mirada fugaz en un intento de decirle que fuera delicado con lo que dijese—, sino que puede que, usted sin saberlo, al distribuir esa vacuna, dejara libre un agente peligroso. Simple.
—Eso es...
—No la estamos culpando de nada —continuó Judy sin tomar en cuenta la réplica de la nutria—. Estamos diciendo que tal vez la usaron como un puente. Piénselo un poco: un lobo novicio viene con una vacuna milagrosa que promete luchar contra todos los tipos de cepas de gripe, usted le pone el ojo y ve que es una ganancia y la compra, la distribuye y vive de las regalías, y como bono, el lobo jamás vuelve con usted ni le cobra más. ¿No parece sospechoso?
Lyneth se dejó caer de hombros, empezando a murmurar para sí a tal velocidad que era ininteligible. Poco después una expresión de abatimiento le surcó el rostro.
—Pero... pero... pero mis científicos hicieron las pruebas —farfulló—. La vacuna eliminó todas las cepas que se les colocaron, mutó en dos minutos. ¡Dos minutos! —les exclamó, como si Nick y Judy supieran de eso; ella, el notar que no tenían ni idea de qué les decía, añadió—: Lo normal es que mutara en dos horas, máximo. ¡Dos minutos! Era... —De pronto Lyneth pareció aturdida—. Ricardo me lo había advertido... y yo no le hice caso.
—¿Ricardo?
—Uno de mis científicos —les explicó, quitándose los anteojos y guardándolos, para luego apretarse el entrecejo—. Me había dicho que no era normal que un virus modificado reaccionara tan bien con otros, que era como si los absorbiera y además de copiar su ARN y ser como un clon, lograba parecer uno nuevo. Más fuerte.
—¿Más fuerte? —preguntó Judy, con un tono un poco más grave de lo normal, había recordado las fichas técnicas que había leído y que todos los virus, bacterias y organismos que había combinado con Osiris resultaron en uno más fuerte o una mutación peculiar. ¿Era posible que esa vacuna fuera Osiris? Sintió los labios secos cuando formuló la siguiente pregunta—. ¿Dónde están las vacunas, Roux? ¿A qué centro médico las envió? Necesitamos encontrarlas todas.
Lyneth soltó una risa vaga y opaca, abatida y con el tono de voz quebrado.
—No lo logrará —dijo con pesimismo—. Son demasiadas.
—¿Cuántas son? —urgió, si podían encontrarlas todas lograrían destruir el plan de Inval, aunque sea en un flanco—. ¿Cien mil? ¿Quinientos mil? ¿Un millón?
Ella miró su reloj antes de responder.
—A la fecha de hoy deben de haber más de treinta millones de vacunas por ahí.
—«¿Debe?» —cuestionó Nick—. ¿Cómo que «debe»? ¿No tiene constancia de cuántas vacunas suministró?
—No es eso —respondió ella con un gesto negativo de la cabeza—. Yo suministré quinientas mil.
—¿Y entonces? —soltó Judy con un gesto de impaciencia de la pata, estaba empezando a molestarse—. Vamos por esas quinientas mil, ¿por qué dice que habrán más de treinta millones? Y si las hay —añadió—, pues iremos por esas treinta millones.
—Por eso les digo que no podrán —insistió ella—. No pueden encontrar treinta millones de vacunas que se mueven, mucho menos en Distrito Forestal.
Judy tragó grueso. ¿Qué se mueven? ¿Es que ya había inyectado las vacunas a animales?
—¿En quienes las usó? —preguntó, controlando su nerviosismo.
—No en quiénes, jefa Hopps; sino en qué. —Suspiró—. ¿En qué moví la vacuna? Esa es la pregunta. —Ante sus reacciones en blanco, Lyneth agregó—. ¿El zorro y la loba que vinieron no se lo dijeron?
Ciertamente no se los había dicho, y tampoco ella había preguntado, sino que se había centrado en investigar sobre el anillo de Inval y encontrar el cuerpo del mismo, intuyendo que ahí estaba una gran pista. Y aunque no se equivocó, había dejado de lado algo importante.
—¿En qué?
Roux suspiró.
—En mosquitos —contestó, y la respuesta le cayó a Judy como un rayo que la fulminase en ese instante, dejando solo un cuerpo inerte y con la mente en blanco de la impresión—. En este momento deben de haber treinta millones de mosquitos con el Alphavirus de la vacuna de Inval sobrevolando la ciudad, y al menos las tres cuartas partes de los habitantes ya deben tener la vacuna en su sistema. —Y luego agregó—. Y es probable que ustedes también la porten.
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Hola, gente, ¿qué tal?
¿Qué les pareció el cap?
¿La escena con Natasha/Neit?
¿La escena de Lune y Carla?
¿La de Nico y Sadie?
¿La final?
Dejen su review, gente, no olviden dejar su review, así me alientan a continuarlo.
Nos leemos luego.
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