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XII. Ficha técnica

175 horas para El Renacer.

No había durado mucho en llegar, cruzar desde Plaza Sahara hasta Tundratown no era muy difícil, ambos distritos estaban uno junto al otro, lo que sí fue difícil fue adaptarse al cambio; cuando había llegado a Sahara, su cuerpo estaba, en teoría, recién levantado, pero ahora que estuvo tanto rato en el arenoso distrito y cambio bruscamente a Tundratown, con climas opuestos en su totalidad, el cambio climático le pegó duro.

Sí, Nick era un zorro que se movía con sencillez entre los distritos, sin embargo, todo animal sabía que entrar de un distrito a otro tenía su impacto en el cuerpo, quizá no mucho de, por ejemplo, Sabana a Forestal, aunque de Tundra a Sahara o viceversa la cosa cambiaba mucho. Se había sentido mareado cuando condujo su patrulla por el túnel de la barrera divisoria entre los distritos, aclimatando el interior de la misma con el aire acondicionado, bajando dos grados la temperatura, en un intento de aclimatarse al abrasador frío del ártico distrito.

Estacionó en la dirección que Zanahorias le dio por mensaje, encontrando así la propiedad de Inval, y también a ella, esperándolo golpeteando el suelo con una pata, con una actitud molesta, Nick diría que casi desesperada. Sonrió cuando giró la llave de la patrulla para apagarla; «algunas cosas nunca cambian.»

Bajó y llegó con ella, y luego de saludarla y pasarle la cola alrededor del cuello para resguardarla del frío (porque bien sabía que ella no toleraba muy bien el distrito, por más que se empeñara en demostrar lo contrario) observó la propiedad del difunto lobo negro. Era una casa enorme, de dos pisos, y aunque tenía el mismo diseño que las contiguas, algo se destacaba de esta, y era que, además de estar pintada de un blanco casi igual a la nieve que caía, difiriendo de las demás, tenía dos enormes generadores de electricidad a cada lado.

Eso activó una alarma en Nick, y también en Judy, ya que sintió como su nariz se movió contra el pelaje de su cola, lento y pausado, indicativo de estar pensando algo con detenimiento, porque ninguna casa corriente, por más grande que fuese o muchos electrodomésticos que tuviera, necesitaría dos generadores industriales. Le dio una mirada a ella y cuando sus lilas encontraron sus verdes, supo que irían a chequear la línea eléctrica del lugar; llevaban tantos años trabajando juntos, siendo parte del otro, que incluso sabían lo que el otro pensaba.

Judy se salió del abrazo de su cola y se fue al generador derecho, mientras Nick al izquierdo. Al llegar, admiró su rumor intimidante, como si fuera un Bogo que en cualquier momento daría una cornada; tenía un leve vibrar, lo que daba a entender que estaba en funcionamiento. Revisó el voltaje y casi se cae hacia atrás por el número, superaba con creces, con una ridícula cantidad, los normales 120 voltios o incluso los aumentados 220 voltios de las casas o departamentos normales. Posó una mano en la carcasa exterior, percibiendo el confortable calor que irradiaba, derritiendo la fina capa de escarcha de nieve encima del metalizado refuerzo.

Luego de revisarlo al dedo y no encontrar nada más destacable que lo anteriormente visto, volvió con Judy a la puerta de entrada.

—¿Piensas lo mismo que yo, pelusa? —dijo Nick.

Judy asintió.

—Ninguna casa normal se maneja con tan ridícula cantidad de corriente, esto es como para suministrar a tres centros comerciales a la vez, o qué se yo. Es demasiado. Aquí hay gato encerrado.

—¿No querrás decir lobo encerrado?

Judy se le quedó mirando, alineando ambas cejas en una línea perfecta.

—¡Oh, vamos, Zanahorias! —exclamó Nick—. Ese fue bueno, y lo sabes. —Ella levantó la comisura de sus labios a la vez que movía la cabeza en gesto negativo casi imperceptiblemente—. ¿Ves? Te lo dije —Nick se estiró el cuello de la camisa, conforme consigo mismo—. Aún no he perdido facultades.

—Vale, vale —dijo Judy, apuntando la cerradura de la casa con la mirada—; ahora, torpe zorro con delirios de comediante, ¿podrías abrirla?

Nick se llevó una pata al pecho, fingiendo haber sido herido.

—Judy, me ofendes. —Se agachó y sacó una garra—. Aún no existe algo que no pueda abrir. Aunque no creo que se vea muy bien que dos policías estén abriendo una puerta a hurtadillas.

—¿Acaso eres la voz de la razón? —replicó, con diversión.

—Una muy sexy voz de la razón, se te olvidó agregar —comentó cuando la cerradura se abrió con un chasquido, seguido de la puerta. Se puso de pie y le hizo un ademán para que pasara—. Después de usted, my lady.

Luego de que Judy entrara, Nick la siguió. Se dividieron la casa en un piso para cada uno, él con el de abajo y ella con el de arriba; cuando subió Judy subió se puso patas a la obra. La sala era sofisticada, con el suelo de madera, parqués recordaba que se llamaba, muebles anchos y mullidos que parecían susurrarle que se sentara en ellos, un estéreo de última generación con, además de los altavoces comunes, bocinas en las esquinas superiores de la casa, un comedor de cristal reforzado con madera y un plasma de cuarenta y dos pulgadas. Un silbido escapó de sus labios, al parecer ese lobo no tenía mala vida; si pudo costearse todo eso con un sueldo de genetista, Nick pensó que eligió la profesión equivocada.

Revisó concienzudamente todo lo que pudo, sin encontrar nada resaltante, se fue luego a la cocina y lo mismo, nada importante, aunque saltó a la vista las vajillas chinas que había en los gabinetes. Cuando estaba en el estudio, alfombrado, con un escritorio de caoba en el centro que tenía una pequeña pirámide de oro, un gabinete con licores y dos estanterías llenas de libros de medicina, microbiología, matemáticas, genética, números primos, uno que como título tenía Enigma, la máquina de códigos por excelencia, y demás.

Tomó el de matemáticas, picándole la curiosidad de por qué un genetista como Inval, tendría esos libros. Se dio cuenta entonces que no era uno precisamente de la materia, sino de acertijos numéricos de todo tipo. Algo que lo intrigó fue que en el índice una entrada estaba subrayada con resaltador amarillo. Cifra de cambio de Julio César: cuadrado perfecto.

Pasó las páginas, dirigiéndose hacia el número específico y lo leyó. Julio César, explicaba la entrada, fue el primer escritor de códigos secretos de la historia. Cuando sus emisarios empezaron a caer en emboscadas y sus mensajes comenzaron a ser robados, diseñó un método rudimentario de codificar órdenes. Reordenaba el texto de sus mensajes de manera que la correspondencia parecía absurda. Cada mensaje contenía siempre un número de letras que constituía un cuadrado perfecto, en función de lo que necesitara decir.

En la página siguiente a la explicación aparecía un cuadrado perfecto como ejemplo y otro con unas letras disparadas, alentando a quien leyera, lo interpretara.

Suspirando sin encontrarle el sentido a ello, Nick colocó el libro de nuevo en la estantería.

Escuchó la voz de Judy a su espalda.

—El segundo piso está vacío.

Se volvió, reparando en que estaba con el ceño fruncido y los hombros caídos, la nariz la movía a una velocidad media.

—¿Cómo vas? —le preguntó a Nick.

—Igual —respondió, volviendo a buscar algo que le diera una pista, sin éxito—. La cocina y la sala están limpias; la única evidencia que encontré era que tenía una buena vida.

—Demasiada, diría yo —comentó ella—. Dudo que un doctor, genetista, o alguien así pudiera costearse todo esto.

—La vacuna —apuntó Nick, revisando los gabinetes del escritorio—. Dan y Lune nos contaron que Inval hizo una súper vacuna, ¿cierto? Bueno, lo que le haya pagado Empresas Roux por ella le dio el aval para costearse estos lujos.

—Ajá. —El tono de Judy denotaba que no estaba convencida—. ¿Y cómo explicas los generadores?

—Por algo estamos aquí, ¿no? —Nick empezó a revisar los estantes—. Ahora, bola de algodón, si eres tan amable de ayudarme con el otro estante, te estaría agradecido de por vida.

—Ya lo estás —repuso Judy, con un tono más alegre.

Ambos empezaron a revisar todos y cada uno de los libros, quitándolos del estante, abriéndolos y sacudiéndolos en busca de algún papel que llegara a estar dentro de las páginas. No había nada. En ninguno de ellos. Todos contenían o formulas químicas, o formulas matemáticas, acertijos matemáticos, nombres de virus, estructura del genoma animal, pero nada que les diera una pista.

Sin embargo, al quitar un libro sobre números primos del estante que Nick estaba revisando, algo capturó su atención, la delimitación de una pequeña compuerta en la madera del librero, casi pasaba desapercibida por que se mimetizaba con la madera, aunque para la vista de cazador de Nick no fue problema verla. La compuerta tenía un pequeño círculo, casi del tamaño de la cabeza de un alfiler, delimitado por una plancha mínima de metal: un botón. Al presionarlo, la compuerta se abrió, dejando ver que dentro contenía una llave del largo de uno de sus dedos; la llave era normal hasta el extremo inferior, donde se dividía en tres y formaba como una pirámide.

—Zanahorias —llamó—; Judy. Judy ven a ver esto.

Sacó la llave y se la mostró, ella sonrió radiante ante tal descubrimiento.

—Lo tengo —se maravilló—, buscaré una cerradura.

—No. No, mi pelusa. Busca una compuerta como esta. —Se apartó para que ella pudiera ver con mejor claridad la compuerta de donde había encontrado la llave—. Por poco se me pasa, estaba bien camuflada en el librero.

Ella se acercó para verla mejor, se puso de puntillas y la analizó con detenimiento. Acto seguido irguió las orejas de golpe tan rápido que fue cuestión de que aplicara más fuerza para que no se le desprendieran y se clavaran en el techo. De dos zancadas, casi como saltos, llegó al librero del frente, el que ella revisaba, y se colocó de puntillas, tocando algo.

—A mí se me pasó —dijo, contra su librero—, pensé que era una veta en la madera, pero no. —Hubo un instante de silencio—. ¡La llave, Nick! Tráela. Ven y mira esto, aquí está la cerradura.

Nick caminó hacia ella y se percató de que en su librero había una compuerta exactamente igual a la que él había encontrado, solo que en esta, en lugar de contener una llave, había una cerradura en forma de cuadrado. Miró a Judy y ella le asintió con un brillo en los ojos, Nick sonrió recordando que tenía mucho tiempo de no ver aquel brillo en ella, desde que había descubierto todo el enredo de la SPQR con los trozos esos de metal, y metió la llave.

Cuando la pirámide de la forma entró por completo y luego un poco del cuerpo, esta se le escapó de la pata y sonó con un «clunk»; «¿Un imán?», pensó. Cuando quiso girarla le costó un poco, confirmándole que sí, la llave y la cerradura funcionaban con un sistema imantado; al girarla escuchó con una claridad inaudita cómo los engranajes sonaron y luego de un «clac» metálico, oyó un «ssuuuissh», para luego quedar todo en silencio.

Nick colocó la oreja en el librero y giró la llave al derecho y al revés, escuchando el mismo «ssuuuissh» una y otra vez. En algún lado debía de ser, pensó, en algún lado tenía que estar el punto procedente de dicho ruido.

—Nick —lo llamó Judy—, no busques más.

—¿Qué? —Se separó del librero, extrañado de aquellas palabras, ¿es que acaso ella le estaba diciendo que no buscara más? ¿Se había vuelto loca?—. ¿Cómo que...? —No pudo terminar de completar la oración, su vista se quedó fija en el escritorio.

En el escritorio, la pirámide de oro, de la mitad para arriba, estaba abierta por sus cuatro lados, como una flor en pleno florecimiento, y en el centro de la misma, un pequeño botón rojo parecía decirle que lo presionara. Sus ojos se toparon con los de Judy, como preguntándole si lo presionarían. Como única respuesta ella se acercó y lo presionó.

Ambos esperaron a que algo pasara; nada pasó.

Y justo cuando Judy pareció perder los ánimos, un sonido de maquinaria industrial resonó en el estudio, como una válvula de compresión. Tres segundos después el gabinete de los licores pareció abultarse un poco, pero en realidad fue que se movió unos centímetros hacia adelante, como si alguien lo hubiera movido.

Judy se acercó al gabinete y lo revisó como si estuviera mirando una bomba, y luego sonrió, metió su pata tras el gabinete y con un empujón este se abrió como cualquier puerta; las botellas dentro tintinearon un poco. Tras él se veía un pasillo de hormigón con unas escaleras que se perdían en vertical, hacia abajo.

—¿Es que estamos en la jodida casa de Batman? —preguntó Nick a nadie en específico, cuando llegó junto a Judy, mirando la escalera.

Se tomaron unos momentos viendo la escalera de caracol que bajaba, al menos, dos pisos bajo tierra, y traía un aire frío, más que el de la calle, el sonido de los generadores amplificados y un olor a lejía, como un hospital.

—Parece que encontramos algo —murmuró Judy.

—¿Tú crees? —respondió Nick, aún sorprendido, pero más que nada intrigado por saber qué había abajo.

Le dio una mirada confirmando si bajarían; ella le dio un gesto que lo entendería ahí o en China: bajaremos.

Comenzaron a descender. Mientras más descendían el aire era más denso y frío, haciendo que respirar fuera como inhalar nieve recién caída, y las escaleras parecían no terminarse. Cuando llegaron al fondo se toparon con que a cinco pasos de la escalera había una pared que iba de extremo a extremo de la casa, con una puerta circular de dos metros de circunferencia, presurizada. Se acercaron y vieron que en la pared, había un pequeño teclado alfabético y una pantalla verde, con diecisiete caracteres parpadeantes.

—Pide una clave de acceso —hizo notar Nick, acercándose al teclado.

—Diecisiete caracteres —dijo Judy—. ¿Alguna idea?

—No más que tú, pelusa —reconoció—. ¿«Osiris» o «Anubis» cuántos tienen?

—Seis —respondió casi al instante—. Y tampoco juntos, porque igualmente no alcanzarían. ¿Crees que se bloquee, como en los bancos, si la colocamos mal? No quisiera que...

—¿Que qué?

—Eso es. —Judy sonrió; Nick supo que había dado de alguna forma con la clave—. Trece, catorce, quince —contó Judy con un murmullo moviendo un dedo en el aire—. Diecisiete. ¡Eso es, Nick!

Él estaba confundido, movió los ojos sin mirar a ambos lados y sonrió con pena.

—¿El qué? —quiso saber.

—«¿Quién guiará al juez?» —Sonrió—. El anillo. Diecisiete letras. He ahí la clave.

—¿Estás segura? —preguntó sorprendido y a la vez un poco escéptico; le parecía, con todo lo que ambos habían pasado estos veintitrés años en la ZPD, que había sido demasiado fácil.

—Elemental, mi torpe zorro —dijo ella, colocando la clave en el teclado—; es la casa de Inval, ¿cierto? La clave, ya que es tan larga, debería ser algo que no se le pudiera olvidar, y con tantas cosas que le absorbieran la atención, lo lógico sería que fuese algo simple.

—¿Eso te parece simple? —se sorprendió, levantando ambas cejas. Sus definiciones de simples eran muy, pero que muy distintas.

—Simple en el sentido de la forma en que la recordaba. —Hizo una pausa a la vez que tecleaba el Enter en el teclado, para acto seguido la puerta abrirse con un sonido de vació, colándose hacia ellos un aire tan frío que juró que le congeló el pelaje de los pies—. ¿Cómo olvidas algo que siempre llevas en un dedo?

—Creo que lo de coneja astuta está quedándose corto, Zanahorias —dijo, sincero, cruzando la puerta.

Cuando ambos entraron en el laboratorio no pudieron contener la exclamación de sorpresa; las paredes eran de un blanco estéril, sin ninguna ventanilla, solo con un ducto de aire acondicionado que le proporcionaba el frío al lugar; una enorme nevera en la pared derecha, en la del fondo había una pizarra que iba de punta a punta, y en la pared izquierda había una mesa metálica igual de larga. Nick se dirigió a la nevera y Judy a la mesa; cuando él abrió el refrigerador encontró cuarenta y ochorecipientes de Petri sellados con plástico y con una equis con marcador indeleble negro, en cada una de ellas había un escrito: «N° 1», «N° 2», «N° 3» y la lista seguía y seguía.

—Nick —lo llamó ella con aprensión y miedo en su voz. Tragó grueso, en este tiempo pocas cosas le causaban miedo a Judy, y si lo hacía era porque era realmente grave—. Ven. Ahora.

Cuando llegó con ella la vio con unos papeles en sus patas; ella le pasó uno. Leyó.

Prueba: n° 1

Espécimen: virus de inmunodeficiencia.

Conclusión: negativo. Su mutación resulta de tal forma que su eliminación se torna simple.

Pros: posible cura para el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida. Profundizar más.

Contras: no es compatible con Osiris.

Nick apartó los ojos del papel y sintió cómo un sudor frío le recorrió la espalda; ¿había acabado de leer una ficha técnica de un experimento bacteriológico? La expresión de Judy se lo confirmó. Y peor aún, esa ficha hablaba de Osiris. ¿Qué demonios era Osiris? ¿Un virus? ¿Una bacteria? ¿Un organismo?

—Judy, esto es...

—Hay más —dijo, con un temblor de la voz, tendiéndole otra hoja—. Lee.

Nick tomó la hoja, leyendo lo que ponía.

Prueba: n° 17

Espécimen: virus de la rabia.

Conclusión: negativo. Su mutación resulta en un virus fulminante que reescribe los linfocitos, haciéndolos atacar los órganos respiratorios y el corazón; efectos exteriores asfixia y convulsiones. No es viable.

Pros: posible arma química para vender al ejército, tiempo estimado de reacción de cero punto cinco segundos. Investigar más.

Contras: no es compatible con Osiris.

Judy le fue pasando más y más hojas, todas con un virus, un parásito, una bacteria o cualquier organismo distinto; en todos, se leía el «no es compatible con Osiris». Los últimos, sin embargo, le pusieron la piel de gallina a Nick; eran compatibles.

Prueba: n° 48

Espécimen: Neisseria meningitidis, uno de los microorganismos causantes de la meningitis.

Conclusión: negativo. Su mutación resulta en un virus más potente que termina atacando el cerebro y la médula espinal, causando interferencia en la señales eléctricas; muerte cerebral fulminante. No es viable.

Pros: es compatible con Osiris.

Contras: no se obtiene el resultado deseado.

La siguiente fue más... perturbadora.

Prueba: n° 49

Espécimen: Toxoplasma Gondii.

Conclusión: negativo. Su mutación resultante difiere totalmente del original se desplaza por el cuerpo a través del flujo sanguíneo hasta el cerebro, alterando las facultades y el raciocinio del sujeto de pruebas, creando conductas erráticas. El sujeto de prueba 49, siendo herbívoro, mostró intensos deseos de consumir carne, habla reducida y muerte cerebral luego de siete horas. Al revisar la materia gris se encontró casi desecha.

Pros: es compatible con Osiris.

Contras: no se obtiene el resultado deseado. (Y no estoy tan loco como para soltar un virus zombie).

DESCARTADO EN SU TOTALIDAD. ENVIAR A SU DESTRUCCIÓN.

Sin embargo, fue la última la que le hizo clic a Nick.

Prueba: n° 51

Espécimen: Plasmodium falciparum, parásito del paludismo.

Conclusión: positivo. Su mutación resultante inhibe las funciones respiratorias, atacando la sección del cerebro encargada de transmitir las señales eléctricas de los pulmones, causando muerte respiratoria a los diez minutos de entrar el virus en el flujo sanguíneo.

Pros: compatible con Osiris.

Contras: método de obtención del parásito muy complicada.

Nick aparó la vista de golpe y la centró en ella.

—Judy —dijo, llamándola por su nombre; la situación era muy delicada—, ¿dónde está la prueba número cincuenta?

—Esas son todas, Nick —respondió ella, denotando en su mirada que también había reparado en que era la única ficha que faltaba—. Inval debió encontrar su número ganador en el cincuenta. —La nariz se le movía a mil revoluciones por minuto—. Debemos llamar al Departamento de Agentes Infecciosos, si es que no es tan grave como para que intervenga la OMS, Nick; esto se nos fue de las patas. No es algo como Los Olímpicos o SPQR. Esto tiene alcances mundiales. Y... y lo hizo un solo animal.

No lo había pensado así, pero ella tenía razón. Todo lo que Inval estuvo haciendo ese tiempo en que estuvo escondido de todos fue probar y probar lo que sea que fuese Osiris con diversos virus, bacterias y parásitos causantes de enfermedades; y peor aún, tuvo sujetos de pruebas. Cincuenta y un animales desafortunados que fueron presas de los experimentos del lobo, y de los cuales no se tenía nada: ni familias reportando sus desapariciones, ni las identidades; nada. Algo le quedó claro a Nick, sea lo que fuese Osiris, era algo demasiado malo, dañino y sin duda mortal; no podían permitir que viera la luz y la ciudad... no, el mundo cambiaría para siempre.

El mundo. Mundial. De pronto sintió en sus propios hombros el peso que sentía Judy: una decisión mundial. Un problema mundial. Y todo estaba en las patas de la ZPD, en las patas de Judy, su jefa. Era demasiado para un solo animal. Una sola decisión mal, un solo error, una suposición mal hecha y no lo pagaría un animal, dos, tres, el departamento completo o un distrito; lo harían los millones de animales que habían en el mundo.

Era demasiado.

Apretó la hoja en su pata, se agachó a su nivel y le dio un abrazo tan fuerte que sin querer le rasgó el traje con sus garras. Sintió su temblor contra su cuerpo y soltando el papel, le acarició las orejas, tratando de tranquilizarla.

—Todo estará bien, Judy —le susurró con cariño—. No pasará nada; ya verás.

—Nick —chilló con un hilillo de voz, apretándole la camisa del uniforme, pegándolo más a ella—; Nick, esto es más de lo que puedo manejar. De lo que podemos manejar.

—No, Judy, no lo es. Podrás. Podremos con esto.

—Esto no es como Los Olímpicos, Nick; ni como SPQR —dijo—. Un tío tuyo no aparecerá para ayudarnos cuando lleguemos a un punto muerto, ni tampoco un lobo que era hermano de crianza de Bellwether. Estamos solos en esto.

—¿No lo hemos estado siempre? —preguntó, apoyando su mentón en el hombro de ella, soltando un poco el agarre, dejando de ser tan fuerte y tornándose cariñoso—. James solo nos dio un móvil con Zeus, fuimos nosotros, tú y yo, quienes atacamos su mansión; con ayuda de los demás Gigantes, pero nosotros dos igualmente. No fue Samuel el que descubrió dónde estaba Bellwether y nos salvó cuando yo estaba bajo los Aulladores. Y no fui yo quien resolvió el caso de los Aulladores, en primer lugar. —Suspiró—. Has sido tú. Tú, quien siempre parecía verle el lado bueno a todo mientras el mundo se desmoronaba. Tú, con tu optimismo que rayaba lo absurdo. No empieces a cambiar ahora, por favor. Ahora cuando más se te necesita; cuando más te necesito. —Hizo una pausa mientras la escuchaba respirar más despacio—. Hagamos algo: vamos a llamar al Departamento de Agentes Infecciosos, les diremos que encontramos un laboratorio clandestino y los pondremos al tanto de todo, esperaremos que ellos nos den un resultado de qué combinaron con los virus y demás cosas que hay en los recipientes del refrigerador, mientras seguimos por nuestro lado buscando otras pistas de Inval; de esa manera no te sentirás tan agobiada por todo esto. ¿Te parece?

Le tomó su tiempo, pero Judy asintió.

—Ahora necesito que te calmes, respira profundo las veces que necesites y cuando estés lista, me sueltas y nos vamos a la jefatura, dejando todo como lo conseguimos aquí.

Sintió en el pelaje bajo su camisa las pesadas respiraciones, y también el ligero cosquilleo del aire que exhalaba y que se colaba por la camisa y la guardacamisa. Luego de separó y lo miró a los ojos; Judy tenía pequeñas gotitas brillantes en los lagrimales y las comisuras de los ojos, mas no lloraba, sino que hacía acopio de sus fuerzas para mantenerse firme, y después sonrió. Esa sonrisa que contenía a la misma Judy que había conocido hace tantos años atrás.

Esa Judy que seguía amando con locura.

—¿Mejor? —le preguntó.

—Mejor —le confirmó.

—Ahora, Zanahorias —dijo, poniéndose de pie, recogiendo la hoja y colocándola en la mesa metálica junto a las demás—, creo que es hora de irnos. Nuestro nieto nos espera en casa, ¿recuerdas?

—Sí —asintió—; vámonos.

Sintió cómo ella deslizó su pata en la de él, y ambos salieron del laboratorio, cerraron la puerta circular y se encaminaron hacia la escalera de caracol. Una vez salieron al estudio de Inval lo dejaron todo así y fueron a la salida. Al salir al frío distrito Nick le pasó la cola alrededor del cuello sin soltarle la pata, ella con la otra la pegó más y él sintió cuando aspiró con fuerza, absorbiendo su olor.

Rumbo a su patrulla, sintió sus labios moverse contra su pelaje y la oyó murmurar algo.

No necesito preguntarle para saber, tantos años con ella le dieron su respuesta. Y después de todo, en esos momentos, solo sería capaz de decir tres palabras; tres palabras que conocía muy bien: «Gracias, torpe zorro».



172 horas para El Renacer.

Sabía que ese presentimiento estaba correcto, después de todo James le había enseñado bien. Lourdes luego de que estuviera en el despacho de Judy esa madrugada y escuchara como la animal había herido a su hija con una precisión mortal y tuviera ese estilo de pelea tan peculiar, pensó en un solo grupo de animales que cumplieran esas características. Y no se equivocó.

Una Spetnaz. Una militar del grupo de comandos especiales rusos.

Recordaba algo de lo que James, hacía tantos años, cuando era joven, le había enseñado en su intento de que conociera las mejores maneras de defenderse, y por consiguiente, la instrucción sobre qué tipos de pelea tenía cada grupo militar, grupo de calle y las artes marciales distintas. En teoría se podía decir que estaba entrenando a una soldado, pero Lourdes nunca se sintió así.

Lo sintió como un padre enseñándole a una hija cómo cuidarse.

Y tenía que reconocer que el estilo de pelea era interesante; certero, pero interesante. Las piernas abiertas como un peleador de karate, para evadir con rapidez o dar una patada con fuerza; una pata en el costado al nivel de la cintura para golpear con velocidad y una pata al frente de rostro, casi encima, para tomar los ataques que pudiera y aplicar alguna llave para inmovilizar; sumado a que la forma de esquivar mezclaba la agilidad de la gimnasia.

Sin embargo, había un punto débil en aquella formación: la posición de boxeo. Si bien esa forma de luchar de los Spetnaz era complicada de romper y seguir, la de boxeo la deshabilitada, puesto que como un boxeador en su mayoría se centra en el ataque, manteniendo la guardia baja, le sería complicado a la leopardo de las nieves mantenerse mucho tiempo con esa posición a los múltiples golpes que le vendrían de izquierda y derecha.

Cuando la puerta del ascensor se abrió en el piso seis, salió de sus pensamientos y se encaminó por el pasillo hacia donde estaba Rachel, aunque no estuvieran en horario de visita le habían permitido verla, más que todo por la insistencia de Judy. Cuando llegó a Cuidados Intensivos, donde la tenían, se le hizo un nudo en la garganta y apretó las patas hasta casi clavarse sus propias garras. Su hija estaba en una camilla, vendada de los ojos hacia abajo, con una traqueotomía para suministrarle el oxígeno y varias agujas y electrodos en brazos y pecho. Sabía que no podía entrar, pero era lo que más ansiaba en ese momento, entrar y ver que todo estuviera bien.

Un reno, el doctor Zury, se acercó a su lado y le empezó a contar el historial clínico de Rachel: la herida de bala era limpia, entró por la mejilla izquierda destruyendo el tejido y quebrándole los dos premolares más próximos al final, salió por la derecha, prácticamente arrancándole tres de los cuatro premolares tanto superiores como inferiores y astillando un colmillo, dejando una abertura de casi cinco centímetros de salida.

—Cuando entró en cirugía —dijo el doctor Zury— ya teníamos seguro que íbamos a reconstruirle la mejilla, iniciamos todo el proceso, aunque a último momento tuvimos que detenernos.

—¿Por qué? —preguntó Lourdes, quitando la mirada del cristal que la separaba de su hija y enfocando al reno, extrañada.

—No sabíamos si la cantidad de anestésico que le deberíamos administrar para que resistiera una cirugía reconstructiva tanto facial como dental (en este caso facial porque nos decantamos por lo seguro) le afectaría a ella o al feto.

Lourdes se sintió mareada cuando escuchó las últimas palabras, tanto que tuvo que afincarse del cristal. Sin apartar la mirada del doctor, logró preguntar:

—¿Al qué?

El doctor Zury alzó la vista de su portapapeles y la miró confundido.

—Del feto. —Formó una expresión de comprensión—. Oh, ya veo, ¿no lo sabía, cierto? —Como no respondió, prosiguió—. Bueno, supongo que no es el mejor momento para comunicarle que será abuela.

—¿Cuántos meses? —preguntó, luego de un rato.

—Tres meses —respondió él, ojeando de nuevo los papeles—. Aquí está; según el eco que se le practicó en plena cirugía para determinar la cantidad de anestésico, se determinó que el feto tenía doce semanas, rondando casi la decimotercera. Pese a que la madre haya sufrido este incidente, el pequeño se encuentra en el mejor estado de salud.

—¿Macho? —quiso saber, sintiendo una extraña sensación en el pecho; abuela, se oía extraña esa palabra, extrañamente linda—. ¿Qué es? —Por su mente pasó un híbrido de zorro y lobo, con combinaciones extrañas, cada una más diferente de la otra. Pero no era posible, los híbridos se daban en especies muy selectivas y con genoma casi idéntico, por más que James y Rachel sean cánidos, el genoma de zorro y el de lobo diferían en puntos clave, en cromosomas esenciales que no podían unirse. Bien se lo habían dicho hace dos décadas cuando ella y Finnick intentaron concebir así, suponiendo que al ambos ser cánidos se pudiese; aunque la realidad no siempre te apoya, por lo que tuvieron que adoptar a Rachel.

—Sí; un cachorro de lobo. Quisimos tomar alguna muestra del líquido amniótico, solo que nos abstuvimos, no sabíamos si intervenirla de nuevo para una muestra sería exigirle al cuerpo más de lo normal. —Suspiró—. Ya de por sí está en un predicamento, su cuerpo tendrá que elegir entre enfocarse en su recuperación o en el pequeño, y si lo toma a partes iguales le llevará un tiempo sanar. Yo no me preocuparía mucho, el cuerpo femenino está predispuesto a, en estos casos, centrarse en el pequeño.

—¿Un lobo? —¿Cómo era posible que fuera un lobo? ¿No debía ser una cruza o algo así?—. ¿Puro?

—Puro —corroboró el doctor Zury—. Si todo sale bien, en tres meses tendrá a su nieto en brazos, señora Howlin.

Lourdes se paso una pata por el rostro, dejándose el pelaje de la cabeza un poco en punta, tratando de contener la sonrisa bobalicona que quería con todas su fuerzas dibujársele en los labios.

—¿Puedo ver a James? —preguntó; tenía muchas cosas que hablar con ese zorro—. James Wilde.

—Claro —asintió el reno—, su habitación está en este mismo piso. ¿Ha seguido el tratamiento que le he recomendado?

Sin comprender, Lourdes ladeó un poco la cabeza, y entonces lo reconoció: aquel reno era el mismo que había atendido a James en el hospital que fue atacado hacía poco.

—Usted —preguntó—, ¿es el mismo reno?

—Sí —asintió con una sonrisa cansada.

—¿Qué hace aquí?

—Me trasladaron. —Suspiró dejándose caer de hombros—. Una desgracia lo que le pasó al hospital, y aún así eso no significaba que me dejarían en paz. Me despertaron antes de que saliera el sol para que viniera aquí, al Hospital Militar, y atendiera a todos los heridos del ataque, entre ellos, su hija. Si todo sale bien, mañana podré volver a mi despacho y levantar el hospital poco a poco con los que sobrevivieron.

Ella asintió, comprendiendo, luego se dio media vuelta y se encaminó hacia la habitación de James. La terminó encontrando pocos minutos después, tocó con calma y escuchó la voz de su nuero que articulaba un flojo y aburrido «adelante».

Abrió y lo encontró acostado en una camilla, con las muñecas esposadas a los manubrios de su cama desplazable, cuando los ojos de ambos se encontraron, él perdió la expresión molesta y aburrida que tenía, sustituyéndola por una de pavor mortal. «Ya debe de saber a qué vengo», pensó a la vez que una sonrisa maliciosa se le formaba en el rostro. Caminó hasta él, tomó una de las sillas que había cerca y se sentó cerca de la cama.

—James —dijo. Él trataba de controlar su respiración, y con cada una un ligero silbido aparecía—. ¿Te encuentras mejor?

—Sí —dijo, titubeante, moviendo los ojos a sus esposas, como tratando de soltarse—. ¿Por qué no lo estaría?

—Lo sé. —Corto y preciso, con todo lo que tenía que hacer, no iba a alargarlo más—. ¿Cómo?

—¿Cómo qué? —James fingió demencia.

—¿Cómo es posible que mi hija esté embarazada y de un lobo puro, ni más ni menos?

—Bueno, cuando mamá loba y papá zorro se quieren mucho, mucho...

Lourdes inspiró profundo para no terminar diciendo o haciendo alguna tontería; sabía que había animales que cuando se sentían en peligro recurrían al humor, pero esto era ridículo.

—James...

—¿No espera que se lo diga de verdad, o sí? —se sorprendió—. ¿Pues cómo más? Rezando no fue.

—Yo sé muy bien que fue con sexo —zanjó ella, no muy dispuesta a saber los detalles—. Lo que quiero saber es por qué el resultado fue un lobo puro, debió de ser un hibrido.

—Ah, eso. —Pareció elegir las palabras a decir—. Simple. Paul es producto de una inseminación artificial, usamos el óvulo de Rachel y un donante de una casa de esperma y voilá: hay bebe.

Inseminación artificial. Recordó cuando Finnick en su tiempo le propuso aquello, de la misma forma que habían hecho Rachel y James, sin embargo ella no accedió; le había parecido que si iban a tener una cría, era mejor adoptar a una y darle la oportunidad de tener una familia. Le parecía lo más correcto, y noble. Aunque no le parecía mal lo que su hija hizo, cada uno elegía cómo formar su familia.

Inspiró profundo. Paul. Ya le habían puesto nombre y todo. Se sintió extrañamente feliz.

—¿Paul?

—¿A que es un nombre increíble? —sonrió—. Paul. Suena tan rudo, alegre y sensible a la vez.

Sí, debía reconocer que sonaba bien.

—¿Por qué no habían dicho nada? —quiso saber.

—¿Sor... presa? —sonrió él, tratando de hacerse pequeño en la camilla.

Lourdes suspiró, sonrió, negó con la cabeza y se levantó para irse; cuando llegó a la puerta, James la llamó.

—¿Se lo dirá a alguien más? —preguntó. Ella volvió la vista.

—¿Quieres que lo haga?

—No. Quiero que sea una sorpresa; aunque usted ya se enteró.

—Entonces no le diré a nadie. Queda entre nosotros. —Asintió con la cabeza para dar más credibilidad a sus palabras.

Los ojos azules de su nuero la vieron con una seriedad poco característica de él.

—¿A dónde irá?

Ella se tomó su tiempo para responder, cuando lo hizo, su tono, semblante y personalidad se oscurecieron, destilando deseos de venganza por cada vello de su pelaje.

—A cazar una leopardo de las nieves.

Y salió, cerrando la puerta tras de sí.



168 horas para El Renacer.

—¿Qué hiciste qué? —gruñó Neit cuando Zury estaba suturándole las heridas del antebrazo, en el departamento de ella. Zury le dio otra puntada, con más fuerza de la necesaria para que se callara, cuando respondió.

—Que atendí su cirugía —repitió, como si nada; dio otra puntada—. Después de todo, ¿qué más da? Igual todos vamos a morir cuando Osiris se libere, ¿qué importa si la curé o no?

Neit respiró trémulamente por el dolor de la herida cuando volvió a dar otra puntada.

—Aunque debo reconocer que el tiro que le diste fue más para desfigurarla que para lastimarla, ¿verdad?

—¿Qué comes que adivinas, Jonsu? —dijo, con una sonrisa torcida—. Y tienes razón, qué carajos, vamos a centrarnos en cosas más importantes.

—¿Y esas son?

—Que estamos con el tiempo apretado. —Contuvo una mueca de dolor con otra puntada—. Se supone, según lo que me había dicho Anubis antes de tener la brillante idea de lanzarse al vacío, Maat sería el encargado de activar Osiris, a la Doceava Hora.

—Solo si se producían la Cuarta y la Octava —resaltó el reno—, y ayer cumpliste la Cuarta; tal como vamos, dudo que lleguemos a la Octava.

—Tendremos que acelerarla —comentó—. Nos están pisando los talones esos malditos policías.

—¿Alguna idea? La militar eres tú.

—Tengo algunas, sí —respondió—. Cuento con varios animales a mi disposición para que nos... aligeren la cosas.

—¿Cómo? —quiso saber Seth, que entraba al departamento con una calma casi espectral, aunque tenía un ligero tic en el ojo derecho.

—Atacando, ¿cómo más? —Sonrió—. Supongo que eso les gustará a las vocecitas que te carcomen la mente, ¿no, Seth? Matar para ti es como ondear algo rojo frente a un toro.

El lince se llevó una pata a la sien.

—Cállate, Neit; por amor a Ra, cállate —le riñó.

—En fin. —Hizo un gesto con la pata sana para restarle importancia al lince—. Este es el plan: contactaré con algunos pandilleros para que me hagan unos favores. Ya tengo los nombres de los animales que nos han estado fastidiando hasta la muerte: Judy Hopps, la jefa de la ZPD; Nick Wilde, el segundo al mando; Daniel Van der Welk y Lune Vicario, los que están siguiendo el caso de Inval, y por consiguiente a nosotros. Un lobo que Jawhar me dijo está fisgoneando mucho donde no debe, y Meloney Wilde, quien es una pequeña venganza por haberme dejado el brazo así.

»Ah, sí, también mandaré a que pongan micrófonos en sus respectivos despachos, tanto en tu hospital, Jonsu —dijo mirando a Zury, luego miró al lince—, como en tu despacho, Seth.

—¿Y eso para qué? —quiso saber Seth.

—Precaución —supuso Zury.

—Eso —asintió Neit.

—¿Y qué harás con los que nombraste? —preguntó el reno, dándole otra puntada; estiró la pezuña para tomar las tijeras y cortar el hilo.

—Eso me lo reservo yo, mi estimado doctor. —Hizo una última mueca cuando él anudó el hilo, prensándolo un poco. Neit chequeó que su sutura estuviera bien hecha, cuando lo confirmó se volvió hacia ambos—. Ahora quiero que se vayan de mi departamento, debo planear qué hacer con la Octava Hora, que, como vamos, tendremos que adelantarla.


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Hola, gente, ¿qué tal?

¿Qué les pareció el cap?

¿La escena Nicudy?

¿La escena de Lourdes y James?

¿La de Zury con Neit y Seth?

Dejen su review, gente, no olviden dejar su review, así me alientan a continuarlo.

Nos leemos luego.

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