Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

XI. Como si ya se conocieran

180 horas para El Renacer.

El introducir Anj en el buscador de Zoogle no les arrojó resultados concretos, solo apuntó lo que ya sabían: que era un símbolo egipcio que representaba la vida, más nada. Luego de recorrer páginas y páginas en el buscador, decidieron enfocar la búsqueda de forma más específica, colocando así edificios, construcciones o algo en la ciudad que contuviera dicho símbolo. Por un momento se habían ilusionado al ver que solo eran cinco enlaces, pero todos eran de negocios de envíos Egipto-Zootopia.

Nada que valiera la pena.

Nico se había sentido esperanzado, es decir, si no encontraban nada referente a eso en la edificaciones quería decir que no tendrían que lanzarse aquella campaña en búsqueda de todos los lugares, sin embargo, poco le duró la esperanza, porque exactos diez minutos luego de que Sadie se diera por vencida con respecto a la búsqueda virtual, le propuso la mayor locura del mundo:

—Busquemos nosotros mismos.

—¿Estás de broma? —respondió Nico, sin tomar enserio aquella propuesta, ¿de verdad pensaba que iban a buscar distrito por distrito algo que tuviese que ver con los Anj?

No necesito respuesta, con ver el brillo en sus ojos, que ahora parecían color verde grisáceo, supo que lo decía enserio. Eso, y sumado a que estaba empezando a curvársele una sonrisa. ¡Por los dioses, ¿es que esa lince no podía divertirse como un animal normal?! ¿Qué tenía de emocionante el seguirle la pista, o en dado caso intentar de seguirla, a unos locos asesinos? Es como si gritaran para que los maten. Bueno, tenía que ser sincero, sí causaba cierta emoción, la forma en que podrían ser más astutos que ellos y poder encontrarlos, o la adrenalina por cubrir sus pasos para no dejar que los encuentren; si eso era ser policía, no veía tan mal la carrera. Tal vez podría ser como Meloney. Pero luego recordó todo lo que pasó de más chico, el secuestro de la SPQR de sus hermanos, el cómo le inyectaron el nuevo prototipo de los Aulladores, y cómo terminó Sabrina, para alejarse totalmente de eso.

Sería policía el día que Sadie fuera introvertida.

Lo que es igual a nunca.

Se pasó una pata por el rostro y luego por las orejas, rozando la perforación que tenía, la cual se lo había hecho en un cumpleaños de ella, aunque no tenía recuerdos de cómo y se recordó el tener qué quitársela. Se dejó caer de hombros a la vez que suspiraba, sonriéndole resignado al destino que lo deparaba.

Después de todo, si se mantenían con cuidado, ¿qué sería lo peor que podría pasar?



178 horas para El Renacer.

—Sí, Sabrina —le contó Meloney por teléfono mientras subía en el ascensor del Hospital Militar al piso donde tenían a James, le sorprendía el hecho de que su móvil tuviera señal dentro de aquel cubículo, aunque más le sorprendió el hecho de cómo había quedado Rachel. Ella no era un as con las armas, o con la precisión, pero solo tuvo que ver el rostro de su cuñada para darse cuenta que lo que dijo su padre había sido poco; semejante nivel de precisión no lo tenía cualquiera. La bala, según lo que le habían dicho los médicos, le había atravesado la mejilla izquierda, quebrando dos colmillos de ese lado y destruyendo cinco del lado derecho, no hizo falta decir que la mejilla derecha se la tuvieron que reconstruir con cirugía plástica. No pudo mirarla mucho tiempo, le hizo recordar cómo había estado Sabrina aquel tiempo, postrada en una cama. «Los Wilde parecemos tener una maldición que ni siquiera nos afecta a nosotros, sino a lo que más nos importa», había pensado al verla; primero Nick con James, según él mismo le contó, luego ella con Sabrina, y ahora James con Rachel—, eso fue lo que el médico me dijo de ella.

—¿Y qué te dijeron de James? —preguntó, de fondo se escuchaba el llanto de Jaune.

—Voy a verlo —respondió, observando cómo el número en la pantalla sobre el tablero de control del elevador, cambiaba poco a poco de forma ascendente hacia el piso seis—. ¿Por qué Jaune está llorando tanto? —quiso saber.

—Estoy tratando de cambiarlo, Mily —contestó; Meloney pudo percibir y a la vez imaginarse cómo estaría ella maniobrando el móvil en su hombro mientras lo cambiaba—. No es fácil.

—Por favor, Sissy —replicó ella, sonriendo por la situación—, es solo un cambio. No es una bomba que debas desactivar, o un código para una cura mundial; es simple.

—¿He de recordarte que mi destreza con los bebes es de menos quince?

—Pues aprende —rió la vulpina—; ser madre lleva tiempo.

—Bah —le restó importancia Sabrina, con el llanto de Jaune más fuerte, aunque parecía más un gruñido generalizado—, nada que un tutorial de Zootube no ayude. Nos vemos, Mily, dale saludos a James de mi parte.

Meloney hizo un esfuerzo monumental para no soltar unas carcajadas, ¿era enserio? ¿De verdad buscaría algún tutorial en Zootube sobre cómo cambiar a un bebe? Mejor aún, ¿lo conseguiría de verdad? «Bueno, si hay tutoriales de cómo hacer limonada, puede que haya delo otro.»

—Vale —dijo al fin—, nos vemos, te quiero. —Y colgó al tiempo que las puertas dobles metálicas del ascensor se abrían con un «Ding».

Caminó por el pasillo del piso seis, que como todo hospital olía a lejía y antiséptico en cada esquina y rincón, y las baldosas blancas como fantasmas no ayudaban a mejorar esa imagen; si al morir había que cruzar un dichoso túnel hacia una luz, Meloney tenía la certeza de que el camino era así, con ese olor que te recordaba la muerte misma. Cuando llegó a la habitación de su hermano tocó suavemente la puerta, esperando respuesta; le autorizaron pasar.

—Hola, hermanita —saludó James, con una sonrisa entre sarcástica y enojada—, gracias por visitarme. Ahora si puedes hacerme un favor —añadió al ver su reacción—, ¿podrías, no sé, aplicarle alguna llave de la ZIA a estas brujas con traje de enfermeras? La del sueño estaría bien.

—¿Por qué está así? —le preguntó a una de las enfermeras, una cabra; James estaba acostado en su camilla desplazable con esposas en las muñecas, que a su vez estaban en los manillares de la cama, por lo que parecía un paciente psiquiátrico.

—El paciente no se quedaba quieto ni dejaba que le colocásemos el nebulizador luego de que despertara —explicó otra de ellas, una zarigüeya, con tono firme, como si estuviera acostumbrada a ese tipo de... medidas—, y al hacerlo estuvo tratando de salir de la habitación, algo que tenemos expresamente prohibido.

—¡Pero si solo quería ver a Rachel, por amor a...! —espetó James, explotando y revolviéndose.

La cabra se giró como si estuviera poseída y fulminó a James con la mirada.

—Tenemos órdenes expresas de no dejarlo salir, y no dejar entrar a nadie más que a sus familiares. Por favor, comprenda.

—¿Ordenes de quién? —quiso saber ella.

—La Jefa Hopps.

¿Su madre? Vale, es entendible que lo quiera proteger por lo que le pasó, porque posiblemente más tarde lo interrogara para averiguar qué sabía, sin embargo, a Meloney le parecía excesivo el que lo esposaran a la cama. «Es James, a fin de cuentas.» Suspiró.

—¿Pueden darme un momento con él? —pidió. Ambas enfermeras asintieron y salieron, parecían más soldados que enfermeras. Cuando se hubieron ido y se aseguró de que pasaran al menos unos minutos para que no los escucharan, se sentó en el sofá que había en la pared de la habitación, abriendo los brazos y colocándolos sobre el respaldo—. Y bien, James, ¿qué quieres saber?

—¿Cómo está Rachel? —En sus ojos azules brillaba el desespero por saber.

Ella le contó todo lo que le había dicho el médico: que la herida de bala le había roto varios colmillos, que el orificio de entrada era pequeño comparado con el de salida, que le tuvieron que hacer una reconstrucción en la mejilla y que ahora se encontraba vendada en cuidados intensivos, monitoreándola por si tenían que intervenir; aunque a sus ojos, parecía estable.

—En pocos días ambos estarán fuera —dijo—, ya verás.

—Oh, sí, claro —ironizó él—, sobre todo con estas atenciones tan celestiales que me brindan mejoraremos en un parpadeo. —Movió las muñecas, haciendo que las esposas en cada pata repiquetearan contra los manubrios de la camilla—. Entiendo que mamá quiera mantenernos a salvo. ¡Vamos, que no nací ayer! Quiere protegernos, pero si yo hace tres años me lancé contra viento y marea por ir a rescatar a Rachel en MarmotMeadows, lo mínimo que podría hacer sería, digo, no sé, no tratarme como un preso. —Suspiró relajando las manos, aunque se le escuchó como un silbido—. ¿Papá dijo algo de lo que yo le dije? —preguntó, con la vista fija en el techo.

Meloney se extrañó.

—¿El qué?

—¿No se los dijo? —se molestó, mirándola de golpe; luego refunfuñó con un tono más bajo—: Bueno, lo entiendo, quizá se le pasó.

—¿El qué, James? —repitió ella. Él puso los ojos en blanco y señaló con sus labios la portátil que había en una mesita junto al sofá.

—Abre la portátil y entra en el ícono con un gusano.

Sin entender el por qué le pedía semejante cosa tan rara, tomó la laptop, la encendió y luego del sonido y que apareciera el fondo de pantalla, dio doble clic en el icono de un gusanito con unos lentes de espía. ¿En serio? Parecía la computadora de un niño pequeño, ya que mientras esperaba que el launcher de ese programa terminara de cargar, oteó el escritorio, encontrando más accesos directos de juegos en línea que de programas de su trabajo. Y eso que era criptógrafo.

Dos minutos después la pantalla se puso negra y siete números amarillos, como los números de un reloj, aparecieron en la pantalla; y no le cupo duda que era una cuenta regresiva, aunque la pregunta era de qué. «178: 10: 09», pensó, «¿Qué demonios? ¿Ciento setenta y ocho horas para qué?»

James le contó cómo había llegado a ese limbo donde estaba, que era una cuenta regresiva, como bien se notaba, aunque no sabía para qué. Le pidió que intentara encontrar a alguien con quien pudiera aliarse y así acelerar el proceso para sacar el spyware de ese limbo, y saber así a qué pertenecía dicha cuenta regresiva.

—¿Me estás diciendo que estás en la base de datos de ellos, de quién sabe qué, y no te han descubierto? —se sorprendió ella, sabía que James tenía dotes para los pinchazos y extracción de información o espionaje, pero no que tanto.

—No con esas palabras, pero sí. Me encontraron, pero fueron tan engreídos, o yo fui muy astuto (quiero pensar que es lo segundo), que no se dieron cuenta que mi pequeño bebé sigue en su data —sonrió él.

Meloney intentó abrir la data del spyware, tecleando el comando básico de todos los programas de espionaje, que le habían enseñado en la ZIA, sin embargo, al hacerlo, una ventana blanca emergió pidiendo una contraseña.

—¿Tienes contraseña; no es tu ordenador personal?

—Sí, y sí, pero que sea mi ordenador no significa que esté de sobra poner una clave.

—¿Y esa es?

James pareció pensar si dársela, luego resopló resignado.

—Paul.

—¿Un nombre? ¿Por qué?

—Tú solo pon la clave, ¿bien? —masculló; ella lo miró de soslayo tratando de saber qué escondía ese nombre, y como tal vez no fuera la gran cosa, lo dejó de lado.

Introdujo la contraseña y un panel de miles de números, únicamente dos dígitos, ceros y unos, aparecieron. Se quedó en blanco al verlos, esto era código binario, era la raíz del programa, ella conocía cómo manipularlo, mas no el cómo hacerlo de esa manera.

—¿Para poder manipularlo debo hallar la secuencia?

—¿Qué comes que adivinas, hermanita? —dijo James, divirtiéndole su reacción.

—Tendré que ir con Benjamín —comentó, recordando que el guepardo tenía buena mano con las computadoras, sobre todo con programación. Y si era así, tal vez el espionaje le fuera pan comido. Se puso de pie para irse, aún con el ordenador en la pata—. ¿Te importa que me lo lleve o prefieres que venga él y haga todo desde aquí?

—No. Llévatelo. —Su hermano menor cerró los ojos y suspiró lentamente, como repasando todo lo que pasaba o tratando de calmarse—. ¿Puedo pedirte un favor?

—Solo dilo.

—¿Podrías venir y mantenerme al tanto de cómo evoluciona Rachel? —dijo, con un tono que denotaba preocupación, dolor y enojo por no poder salir por sus propios medios—. Es decir, quiero saber cómo sigue y saber exactamente qué le están administrando porque...

—James —lo cortó ella, firme—, no tienes que excusarme el por qué quieres eso, o darme alguna razón. Lo haré —asintió a la vez que sonreía—; te mantendré al tanto. —Caminó hasta la puerta y abrió, se volvió a verlo—. Nos vemos, hermanito.

Mientras caminaba hacia el ascensor para salir del hospital, iba tomando nota mental de lo siguiente que haría: pasaría por su apartamento a ver cómo iba Sabrina con Jaune, más que todo para asegurarse que el pequeño no estuviera pasándola mal, la amaba, pero bien sabía que Sabrina no era como quien dice delicada; después iría a la jefatura a ver si su madre ya mandó a los demás a las residencias de Inval por la ciudad; y tercero y más importante, iría donde Ben para que le echara una pata con eso.

De que descubría a qué pertenecía aquella cuenta regresiva, lo descubría.



177 horas para El Renacer.

—¿Cómo que se nos adelantaron, Jeannette? —preguntó Judy, sintiéndose en un espacio vacío. De seguro ella se había equivocado, sí, quizá la hiena se equivocara y dijera eso por error. Debía ser eso.

—Vaciaron la bóveda —le comunicó, con la voz abatida y cansada—. No sé cómo, no sé quién, pero lo hicieron.

—¿Qué no sabes cómo? —se exaltó Judy—. ¿Cómo mas iba a ser? Tuvieron la tarjeta y la clave. ¿Cómo? No lo sabemos, pero la tuvieron. Inval —gruñó tiempo después—, ese bastardo planeó su posible muerte.

—Esto no puede ser cosa de unos meses, Hopps —dijo—; esto lleva años.

—¿La pregunta es cuántos? —dijo con desdén—.Inval no tenía más de treinta años. —Suspiró sonoramente y se pasó una pata por el rostro; se suponía que iba a mandar a Dan y Lune a Sabana y ella y Nick irían a Tundra a revisar las propiedades del lobo, aunque se abstuvo porque estaba esperando a que Jeannette le trajera buenas noticias. ¿Es que no aprendía? En estos años había pasado que mientras más esperaba, más peliagudo se ponía todo; «Idiota.»—. ¿Tienes cámaras de seguridad en tu banco?

—Claro que las tengo —respondió ella, como si hubiera preguntado algo estúpido—. Y con respecto a ello, le tengo grabado en dos, aunque parece ser que conocía las ubicaciones de las cámaras y los puntos ciegos de las mismas, porque se movió con agilidad, dificultando el filmarle.

—¿Podrías traerme las cintas? —preguntó Judy, viendo una pequeña posibilidad de identificar al intruso. Si bien se movió ágilmente, no contaba con el ojo experimentado de la coneja, que se agudizó con estos veintitrés años en servicio—. Quizá podríamos averiguar quién es... o al menos qué.

—Mañana a primera hora te las tengo —aseveró Jeannette tras la línea—. Debo irme, Hopps.

—Nos vemos —repuso, y colgó.

Judy se frotó el entrecejo y apretó sus ojos, como tratando de contener el peso de todos los pensamientos que tenía, el cómo encontrar al animal, sea el que fuese, y saber qué sacó de la bóveda, y para qué. Sin embargo, pese a que todo estaba agobiándola se centró en pensar positivo, tenían dos lugares qué revisar: las dos propiedades de Inval. Checó la hora en su móvil, casi las cuatro de la tarde. En teoría, el fin de los turnos de ellos ya había pasado, puesto que a las tres de la tarde se les daba de baja el día de hoy, por lo que decidió decirle al zorro y la loba que mañana a primera hora fueran a Sabana Central. Nick y ella, sin embargo, irían a Tundra a revisar la propiedad.

Pocos minutos más tarde Meloney se pasó por su oficina, contándole que fue a visitar a James, y le contó también cómo estaba Rachel, que había salido bien de cirugía, pero que le tuvieron que reconstruir la mejilla; también le contó que James había encontrado una especie de cuenta regresiva de algo, que, al mostrársela, no hizo sino que aumentarle aún más el peso de saber qué demonios había planificado Inval, y por qué usó un método tan encriptado para ocultarlo. Sus antiguos enemigos, por llamarlos de alguna forma, fueron cautelosos, sí, pero siempre tenían algo o alguien por el cual podían encontrar una abertura y atacar: Zeus con Nick, Bellwether con Samuel, por ejemplo. En cambio, de Inval no se tenía nada más que su nombre, propiedades, aficiones, profesión, logros y cuenta bancaria.

¿Qué encontraría con eso? Esa la pregunta por la que Judy estaría dispuesta a vender el alma si había de ser necesario... y por cómo iban las cosas, era lo más probable.

Le dijo que por hoy, al menos, no iba a mandar a Dan o Lune a Sabana, aunque le pidió con apremio que fuera lo más pronto posible donde Ben, ya que sabía dónde quedaba el departamento de Samuel, y le pidiera que le echara una pata con el asunto. Ella asintió y luego de preguntarle si quería que se pasaran por la casa con Jaune para relajar un poco el ambiente tan tenso que había, y Judy responder que sí, salió.

Una vez que Meloney se hubo ido, tomó su móvil y marcó al número de Nick; dos timbrazos después este contestó.

—Dime, Zanahorias —dijo Nick.

Judy suspiró con fuerza.

—¿Sigues buscando algo de los dioses?

—Sí.

—¿Dónde?

—Plaza Sahara —respondió con un pequeño jadeo; el calor, supuso—. Me imaginé que si esos dioses eran de Egipto, tal vez los animales de Plaza Sahara supieran algo.

—Nos vemos en Tundratown —dijo, con un tono que no admitía réplicas—. Allá te cuento todo lo que pasó.

—¿Iremos a la propiedad?—preguntó con un suspiro—. Bien, el frío es mejor que cocerme en mis propios jugos. Nos vemos allá, pelusa.

Colgó casi dando un salto de su escritorio a la puerta, confirmó que tuviera todas sus cosas (placa, arma de fuego y tranquilizante, dos pares de esposas y la radio), les mandó un mensaje a Dan y Lune por la línea de la ZPD con su walkie-talkie, y salió.



175 horas para El Renacer.

Era la tercera vez que tocaba la puerta, sin obtener respuesta. Estaba a punto de empezar a llamarla a gritos para que abriera, pero se contuvo, recordando que, para su suerte o desgracia, siempre tenía una llave de repuesto, por si llegaba a perder la primera, escondida. Era cliché, no lo iba a negar, aunque no tanto como para esconderla bajo la alfombra, eso rayaba lo ridículo, sin embargo, nadie buscaría en la toma de fusibles eléctricos del piso.

Abrió la toma y con cuidado de no rozar ningún interruptor, tomó la pequeña cajita plástica que contenía la llave; Lune no era tonta en ese sentido, colocar una llave de metal por donde circulan cientos de voltios no era algo inteligente como tal, pero al aislarla en una caja de plástico, nada ocurriría. O al menos esa era la teoría.

Giró la llave en la cerradura y entró, cerrando la puerta tras de sí, estaba enojada, aunque algo descansada ya que la jefa Hopps no la envió con Dan a revisar la propiedad de Inval, pero eso no evitó que su preocupación disminuyera. Si la jefa no los mandó era porque estaba esperando algo; «Tal vez lo que tenía la bóveda», pensó, recordando lo que había dicho Jeannette.

—Carla —la llamó caminando por la sala, no escuchaba ruido en ningún lado—. Carla, ¿estás aquí?

Silencio.

—¿Carla? —preguntó a nadie en específico. No hubo respuesta.

Revisó de punta a punta su departamento, pasando por la cocina, su habitación, la de huéspedes y el baño; nada. Ni rastro de la gacela. Fue a donde estaba el llavero, porque si ella se había marchado, lo más normal sería que hubiera dejado las llaves. Al ver que no estaban allí, supuso que estaba fuera, lo que significaba o que se fue para dar una vuelta o que se fue definitivamente.

Por alguna razón, la segunda opción no le gustó, le pareció que no tenía razón de ser, y de que no le gustaría que ella se fuera. «¡¿Qué demonios?!» se sorprendió pensando así, luego se convenció de que lo hizo fue porque, al menos, si se iba a ir, debía al menos despedirse y devolverle la llave. Es decir, ella le dio asilo y la sacó de la cárcel, era lo mínimo que le debía.

Sí, debía de ser eso.

Miró el reloj en su cocina al servirse un vaso de agua, percatándose de que eran las cinco de la tarde, se preparó un emparedado sin darle mucha importancia a que Carla no estuviese, de hecho, había un cómodo silencio sin su presencia. Un silencio que en dos segundos se volvió el mismo limbo que era antes de la llegada de la gacela; gruñó cuando se dio cuenta de ello, de que extrañaba esa sensación de compañía. Porque no iba a reconocer que era que la extrañaba a ella, no, simplemente no podía ser eso; era imposible.

Tiempo después, tumbada en su habitación luego de haberse dado una ducha, mientras pasaba los canales en busca de algo que le distrajera la mente, tuvo que salir de su departamento a dar una caminata. No soportaba ese ambiente tan asfixiantemente solitario, ¡y eso que ella era una loba! Se supone que el andar sola no sería un problema.

Tomó su móvil y lo guardó en uno de los bolsillos de su jean, se colocó una camiseta negra sobre una manga larga blanca y salió, mirando de refilón la hora al salir. Las ocho de la noche. Se detuvo un momento antes de cerrar la puerta y volvió a por su arma tranquilizante, guardándosela en la cintura. Nunca estaba de más un poco de seguridad.

No tenía rumbo al cual ir, siendo sincera; solo había salido por ahí para despejar la mente, y, antes de darse cuenta de adónde la llevaban sus pasos, llegó a la plaza en el Centro, que tenía un aspecto fantasmagórico: las luces de las farolas, algunas amarillas, otra blancas, daban un brillo brumoso a la zona, que sumado al aire frío de la noche y la suave neblina que siempre se formaba en dicha zona de la ciudad ya que el calor de Sahara se mezclaba con el frío de Tundra y la humedad de Distrito Forestal, le hacían parecer como un portal a otro mundo. Y por sobre eso, el pequeño obelisco en el centro de la misma se alzaba imponente, haciéndolo parecer la aguja de un reloj de sol.

«Es curioso cómo nunca había notado esto; ¿alguien más lo habría hecho? Es lindo.»

Sin ganas de hacer más nada, sino quedarse en esa especie de linde entre este mundo y otro, buscó una banqueta y fue entonces cuando la vio. Carla estaba sentada, con las pezuñas entrelazadas a nivel de su mentón, afincando los codos en las rodillas y con la mirada perdida, pensativa. Lune se acercó y se sentó a su lado, ella no la sintió llegar, Lune agradeció a su sigilo natural por permitirle eso. La respiración de Carla era pausada y calmada, con el ceño fruncido y la mente en otro lugar.

—¿En qué piensas? —le preguntó.

Carla pegó un respingo, alzó las orejas de golpe y giró la vista, sorprendida por verla allí.

—¿Cómo diablos...? —murmuró sin creer que ella estuviera allí; la forma de verla hacía que Lune se sintiera incómoda, sentía como si estuviera en un lugar que no debía, que era un momento muy de ella.

—No lo sé —respondió, con un suspiro a un paso de ser divertido; y era en serio, no lo sabía. Solo llegó—. ¿Y bien, en qué piensas? Te veías muy seria.

—En cosas. —Suspiró; Lune se percató de que parecía estar aislándose.

No supo por qué lo preguntó, pero lo hizo.

—¿Tiene que ver con el cachorro de esta mañana?

Carla se tomó su tiempo en responder.

—En parte. —Hizo una pausa que empezó a volverse incómoda—. ¿Recuerdas que me habías dicho que por qué me puse así? —Lune asintió—. No. No me pasó lo mismo... no exactamente. Por eso estoy pensando si debí reaccionar así.

—Estaban agrediendo a un pequeño, Carla —dijo Lune con vehemencia—; cualquiera hubiera reaccionado así. Bueno —añadió—, así, así como tal, no, pero tú entiendes.

Ella formó una semisonrisa, que Lune tenía que resaltar se veía genial; ese aire misterioso, con ese ambiente tan fantasmagórico, le daban un aire de alguien malo.

—Sí; sí entiendo. —Se enderezó y estiró los brazos por sobre el espaldar de la banqueta, mirando la negrura azulada que era el cielo; sin una sola estrella—. Aunque —añadió, después de suspirar—, no creo que todo el mundo lo hiciera. Dime, Lune, ¿quién además de nosotras reaccionamos? —Lune no respondió, no porque ella tuviera razón, lo que era cierto, nadie movió un dedo, sino porque estaba un poco contrariada por las cosas que pasaban dentro de sí: no podía dejar de pensar que ella al tener los brazos de esa manera, pareciera que fuera a abrazarla por los hombros; y luego se reprendió de pensar aquello—. Exacto —continuó, tomando su silencio como una respuesta a su favor—, nadie. ¿Se supone que una madre te protege, cierto? ¿Por qué lastimarlo? Si estaba enfadada pues que suelte una grosería y ya, ¿por qué pegarle? Es lo que no entiendo...

—¿Te llegaron a golpear de pequeña? —soltó de improvisto, luego hubo un silencio tenso. Demasiado tenso. Tenía que haber asentido y no preguntar nada, pero ya estaba hecho.

—No —respondió, con un enojo palpable—; nunca. Me lastimaron de otra manera.

Lune se mordió el labio para resistir y no preguntar cómo había sido o qué le hicieron, en esos momentos su curiosidad nata de policía le jugaba en contra; vamos, que preguntarle de su pasado a alguien que no tenía ni una semana de conocer no es normal, incluso pensó que rozaba lo acosador. Sin embargo, cuando ella cruzó esos ojos gris ceniza, que dejaban ver un brillo de dolor, con sus azules oscuros, toda precaución, barrera o fortaleza se desmoronó como un castillo de naipes, haciéndola preguntar:

—¿De qué forma?

Carla volvió a mirar el cielo, como buscando una estrella en la cual aferrarse.

—¿Sabes qué soy, no?

—Em... una gacela —respondió, poniendo los ojos en blanco de la impresión por esa pregunta tan rara.

Ella rió, y le pareció algo bonito, se reía de forma grave, como si lo hiciera desde el estómago.

—Sí, aunque no era eso lo que quise decir —aclaró—. Soy género fluido, lo sabes.

—Así que...

—Sí; ¿adivina cómo reaccionaron mis padres? Bueno, madre, a mi padre nunca lo conocí y no me afecta, pero... —Se le quebró la voz, cuando reanudó pudo palpar el rencor con el que lo decía—... fue mi madre, la reacción de ella, lo que me lastimó.

Sin poder evitarlo, Lune le puso una pata en el brazo, como diciéndole que no contara más, aunque muy en el fondo ella quería saber, sin embargo, o ella no supo esconderlo o Carla era experta en leer a otros animales.

—Ya te podrás imaginar —continuó—, que cuando le dices a tu madre que te sientes como un chicho y a veces como chica, la reacción que tuvo. Me dijo que estaba confundida, que era muy joven (¡vamos, tenía diez años!) que debía cambiar porque yo era una chica, y me quería así. —Suspiró—. El mensaje quedó claro, no te quiero si te sientes así, si eres tú, o eres como digo o no te querré.

—¿Y qué pasó? —preguntó con un hilillo de voz; ya había supuesto cuando ella le dio la especie de clase aclarándole cómo era, que quizá la forma de decirle a sus padres fue difícil, solo que no pensó que hubiera sido tan dura.

—Me fui —rió con pesadez—. Me fui de la casa tres días después, mi madre no me hablaba, ni siquiera me daba de comer, tenía que hacerme yo todo. Quizá nunca me golpeó, como aquel cachorro, pero su indiferencia dolió más. Me fui con mi tía, que no puso reparo en tenderme la pezuña. Nunca le estaré tan agradecida a alguien como se lo estuve a ella.

—Quizá algún día a tu pareja —soltó, sin poder ponerle un parado a su lengua.

—No tanto, Lune —respondió alicaída—, no tanto como a ella. Si hubiera estado a ese nivel de agradecimiento no lo hubiera dejado morir.

Lune no supo qué decir, ¿Carla tuvo novio? Peor aún, ¿murió?

—Lo siento por... —comenzó a decir, ella no la dejó terminar.

—No. —Negó con la cabeza—. No lo sientas. Siempre supe que moriría.

—¿Enfermedad terminal?

—Parecido —suspiró, tal vez recordándolo; Lune sintió una puntada en el pecho, aunque no supo interpretarla—. Si se podría decir que una idea pueda matarte.

—¿Cómo era él? —«Por todo lo bueno, Lune; deja de preguntar. No es tu vida.»

—Astuto. Demasiado. —Sonrió—. Sabía muchas cosas, y fue como un clic, ¿sabes? Lo conocí hace tres años y... Ahora que lo pienso bien —se interrumpió, ladeando la mirada hacia ella y sonriendo divertida— fue parecido que contigo.

Lune sintió las mejillas arder, suerte que su pelaje rojizo se lo camuflaba.

—¿Qué?

—Sí —asintió casi alegre—; recuerdo que alguien estaba molestándome en la universidad porque en ese momento era él y él se puso en medio del animal al que le lancé la patada, solo que lo hice con tal fuerza que no pude frenar y le di en la mandíbula, mandándolo a la enfermería. Se podría decir que nos enamoramos de golpe. —Rió.

«¿Será consciente de lo que está dando a entender al poner ambos ejemplos?»

—Me enseñó muchas cosas —siguió Carla—, y coincidíamos en las buenas, como en las malas. Y aunque había veces que a él o a mí se nos iba la pata, nos entendíamos, y entendíamos el por qué de todo lo del otro. —Suspiró con pesadez de nuevo, perdiendo el aire alegre—. Y luego... —Sacudió la cabeza—. No importa. Disculpa por contarte eso, solo... —Torció los labios e hizo un gesto con la pezuña para abarcar el cómo se sentía.

—No te preocupes —repuso Lune, sinceramente; no le molestó que ella se hubiera abierto, todo lo contrario, al menos ahora sabía que su «invitada» no era una asesina serial, una violadora en potencia o quien supiera qué cosa.

Carla se puso de pie y estiró la cintura, girando un poco, luego se giró hacia ella y se llevó una pezuña a la cintura.

—¿Y qué hace mi casera tan tarde fuera en la noche? —preguntó, medio en broma, medio en serio.

—Buscando a mi inquilina —dijo, encogiéndose de hombros con una sonrisa, después se levantó—. Más que todo por las llaves.

Ella se llevó una pezuña al pecho, haciéndose la ofendida.

—¿Es lo que valgo? ¿Apenas las llaves?

—Las llaves son importantes —respondió con vehemencia, siguiéndole el juego—. Y son caras.

Carla le puso una pata en el hombro, riendo tan... peculiar como lo hacía. Era raro que le revolviera por dentro con solo oírla reír. Lune sonrió, parpadeando a su vez, dándose cuenta que por primera vez comprendió el término «como si ya se conocieran», porque la confianza que surgió, enlazó y solidificó entre ambas en tan solo veinte minutos de charla en la banqueta de un parque en la noche, no podía describirse mejor que de animales que fueran como si ya se conocieran.



169 horas para El Renacer.

No podía conciliar el sueño pensando en que la búsqueda que estaba haciendo para Samuel era una pérdida de tiempo. Sí, él le había dicho que un doctor loco había dado una amenaza general a la ciudad, y que cuando murió, dijo algo sobre dioses egipcios, sin embargo, lo único que pudo encontrar de Anubis y Osiris era lo que ellos y él ya sabía: que eran el dios de la muerte y la resurrección, respectivamente.

Luego de que revisara el Libro de los Muertos junto a Jawhar, este le tradujo todos los jeroglíficos que tenía, diciéndole lo que le había dicho mientras bajaban a la cámara subterránea. Cuando su recorrido hubo terminado y le pagó, le preguntó dónde podría encontrar los demás libros, o al menos leerlos sin las restricciones de un museo, que bien sabía Atha, eran demasiado quisquillosos.

El camello había estado reacio a decirle, como pensando que él como turista molestaba mucho, aunque fue la mirada que le lanzó antes de responder, como si le advirtiera que no indagara mucho por donde no debía, lo que le dio de nuevo esa sensación de alerta con el camello. Más tarde le indicó que había un lugar muy sencillo en dónde encontrar los libros sin restricción: el mercado negro de la ciudad.

En el mercado del oeste de la ciudad, según le indicó Jawhar, había un vendedor de jarrones que respondía al nombre de Salib, y que diciéndole que «quería ver la hora», este entendería y le guiaría por los pasadizos de las casas hacia la especie de negocio donde se llevaban a cabo dichas transacciones. Al inicio le pareció raro que él le recomendara aquello, sin embargo, al darle un poco más de dinero por la valiosa información, fue el mismo Jawhar quien lo llevó allí.

En efecto, Salib, un lince ya entrado en años y con unos ojos grises con una inteligencia filosa como una hojilla, lo guió por los laberinticos caminos, llegando a una casa con techo de paja y ladrillos de lo que parecía barro, le enseñó los libros que necesitaba, pero que no eran nada económico.

Leyó los tres primeros, mientras Salib le dijo que iba a «hablar con sus contactos para conseguir el Libro de Amduat», contándole a rasgos simples de qué se trataba: el viaje de Ra, el dios del sol, en su barca solar a través de la Duat. El Libro de las Puertas era el viaje del espíritu al otro mundo, el Libro de las Cavernas era sobre las ubicaciones de las cavernas en la Duat y El papiro de Ani era una extensión del Libro de los Muertos.

Estaba sin opciones, solo tenía que esperar a mañana, cuando según Salib iba a traerle el de Amduat.

En eso su móvil sonó, al tomarlo notó que era una videollamada internacional; Samuel. Contestó, viendo al lobo marrón al otro lado de la pantalla.

Se pusieron el día. Atha le contó sobre que no había encontrado nada, relatándole que visitó las Pirámides de Giza ni en los libros que se suponen arrojarían luz a su búsqueda; a lo que él le contó que tampoco la tenían fácil, porque el animal que le había dicho no trabajaba solo, y sus compañeros realizaron un ataque químico al hospital que mató al ochenta por ciento de los animales en el mismo. Y que andaban como él, sin alguna pista o luz en el caso.

Antes de que pudiera hablar, el novio de Samuel, que recordaba se llamaba Ben, se adelantó, diciéndole a lo lejos:

—Nada aún.

—¿Nada aún qué? —quiso saber Atha.

Samuel hizo un gesto con la mano, denotando la exasperación y el agotamiento.

—La hija de Judy, Meloney —respondió—; la recuerdas, ¿no? —Atha asintió—. Bueno, Meloney trajo la portátil de su hermano y le pidió a Ben que tratara de hacer algo con el spyware que su hermano introdujo en la base de datos de ellos.

—Por ellos te refieres a...

—Sí, ellos —concordó—; no sé cómo llamarlos. Solo son animales con delirios de salvadores, aunque estos sí van a lo grande, no como SPQR.

Un sentimiento de dolor por Ren, y odio por la SPQR, floreció en él.

—¿Y qué es? —masculló.

—Una cuenta regresiva —respondió, dejándose caer de hombros—. Ahora va por... —Se volvió hacia Ben—... ¿cuánto?

—Ciento sesenta y nueve horas.

—¿Horas? —se extrañó Atha—, ¿es una cuenta regresiva específica?

—Sí —repuso Ben, apareciendo en la pantalla, sus regordetas mejillas cubrían tres cuartas partes de la misma, dejándole un pedacito para Samuel, pero no pareció molesto, todo lo contrario, cuando Ben se puso a su lado para hablar, un brillo alegre, y sobre todo de cariño, se dejó ver—; es una cuenta regresiva de algo. Aunque no tengo le fecha de inicio, pudo haber sido hace días, tal vez.

Días.

Eso hizo que algo despertara en Atha. Días. ¿Podía la cuenta regresiva simbolizar días? No. No podría ser factible, ciento sesenta y nueve días y el año terminaba, ¿quién haría su movimiento en un año? Eran horas, como dijo Ben; sería posible que...

—Samuel —dijo, sobresaltándose, un haz de luz había pasado ante él con esa información, solo debía ser lo suficientemente astuto e inteligente para poder seguirla y descubrir el significado de eso—; ¿cuántos días son 169 horas?

—Una semana —respondió, confundido—. Una semana y un poco más. ¿Por qué?

—¿Cuánto ha pasado desde que ese animal, el lobo, murió?

—Cuatro. —Miró su reloj de mano—. Casi cinco; en una hora se cumple el quinto día.

Oh, dioses, ¿sería posible que tuviera razón?

—Escucha —dijo lentamente, para que sus palabras se entendieran—; creo que sé qué significa esa cuenta regresiva, pero tendré que confirmarlo. Me llevará tiempo. No sé cuánto. Yo te llamaré. Cuando lo haga es porque te tengo la respuesta.

Samuel y Ben abrieron los ojos como platos.

—Bien —asintió el lobo.

—Nos vemos —se despidió Ben, ondeando la pata en un saludo.

—Adiós. —Y Atha colgó; levantándose de la cama de un brinco, corriendo a su portátil. Estaba seguro que había tomado por la cola a esa pequeña luz y había dado con algo importante, solo debía confirmarlo.

Esperaba poder hacerlo a tiempo.

Esperaba poder hacerlo a tiempo.


-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-


Hola, gente, ¿qué tal?

¿Qué les pareció el cap?

¿La escena con Nico y Sadie?

¿La de Meloney?

¿La de Judy?

¿La de Lune y Carla?

¿La de Atha?

Dejen su review, gente, no olviden dejar su review, así me alientan a continuarlo.

Nos leemos luego.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro