VIII. Cuarta Hora
VIII
Cuarta Hora
214 horas para El Renacer.
En El Cairo, Atha se desplazaba por la ciudad tratando de encontrar algún lugar donde pudiera haber información para Samuel. El sol parecía quemar a tres veces su capacidad y el bullicio del mercado principal de la ciudad no ayudaba a mejorar la situación. Se encontraba en la zona más cercana a las pirámides, que se alzaban fuertes e inamovibles al fondo del paisaje, mercaderes y animales varios pululaban por el lugar, incluso, cada tanto veía alguna hembra usando un burka; se preguntó cómo las pobres no morían carbonizadas por el calor.
Se abanicaba con su propia camiseta sin mangas tratando de no morir por un golpe de calor, preguntando de tanto en tanto a los mercaderes si conocían algo relacionado con Anubis u Osiris en un tosco árabe que recién practicaba. Los mismos les respondían a una velocidad que parecían un comentarista deportivo pasado de emoción; no entendía casi nada. Al final, todos terminaban por apuntar hacia las pirámides.
Siempre a las pirámides.
Encaminándose hacia el lugar, ellas se veían cada vez más y más grandes, parecía que perforaban el cielo, lo que le hizo sentir un poco mal al recordar a Ren.
Ren.
Su casi hermana. Estos años sin ella habían sido tristes, pero conociéndola como la conocía, sabía que ella hubiera detestado que él se quedara lamentando su muerte. Lo más probable era que se hubiera burlado e incitado a hacer algo que la olvidara. Y eso hizo. Viajó. Viajó a los lugares que siempre quiso visitar y a los que ella también, recorrió Galés, España, Alemania, La Toscana, Roma, Francia y ahora, Egipto; hizo todo aquello, pero aún sentía pena por ella.
Todo porque no mató al jodido mapache que tenía que haber eliminado.
Suspiró apretándose el entrecejo tratando de sepultar esos recuerdos. No era el momento. Nunca sería buen momento. Cuando todo su cuerpo fue engullido por una enorme sombra alzó la mirada, y vio que estaba entrando en el rango de una de las pirámides.
—Bien —se dijo a sí mismo, cubriéndose el rostro de la arena que traía el viento—, ya estoy aquí. ¿Ahora qué?
El lugar estaba desierto, literalmente, el desierto se alzaba a ambos lados de las pirámides y poco más lejos comenzaba la ciudad. No había un animal a la redonda, el único era un camello con un estilo fresco, una franelilla sin mangas, un short y unos lentes oscuros, parado bajo la reconfortante sombra de una sombrilla ancha. «Un guía.» Caminó hasta él y le dijo en un brusco árabe que si podía hacerle un recorrido por las pirámides.
—¿Americano, cierto? —dijo con una sonrisa, dispuesto a ganarse un cliente.
—Sí —respondió Atha, mucho más cómodo en hablar inglés.
—¿Un recorrido? —Como los franceses, el camello tenía una forma peculiar de pronunciar la R.
—Por favor. —Atha se limpió el sudor de la frente, llevaba dos meses en Egipto y no se había acostumbrado al sofocante calor—. Quiero saber algo con respecto a Anubis y Osiris.
—Oh, claro, claro —comentó el camello indicándole que caminaran hacia la entrada de la pirámide—. El dios de la muerte y el dios de la resurrección. Dentro hay jeroglíficos que explican todo eso. Venga.
—He escuchado algo sobre Los Libros, ¿tienen algo que ver con esos dioses? —preguntó, camino a la entrada: una carpa blanca que se había tornado amarillenta por el tiempo—. ¿Los conoce?
El camello le apartó una parte de la carpa y le sonrió para entrar.
—Sí, los he oído. También hay jeroglíficos dentro de los mismos. ¿Visita normal o quiere que sea detallada en los tallados de las paredes?
—Detallada, por favor.
—Muy bien —asintió—. Yo soy Jawhar y seré su guía, espero disfrute la maravillosa experiencia que es visitar las Pirámides de Giza.
Atha suspiró antes de adentrarse en el oscuro pasillo de la caverna, siendo engullido por la edificación y las sombras danzantes que las pequeñas antorchas dibujaban en las paredes, era como volver en el tiempo.
206 horas para El Renacer.
—Este es el último —dijo Sadie, aún no convencida por todo lo que encontraron, o mejor dicho, por lo poco que encontraron.
Nico suspiró dejándose caer en una banqueta, estirando las piernas, miró su móvil y constató que eran las diez y cuatro minutos de la mañana. Hacía dos horas ella había, de alguna manera, escalado hasta su habitación en el segundo piso de la casa y lo despertó arrojándose sobre él. En el momento que había lanzado un quejido ella le tapó los labios y le guiñó un ojo, que recién despierto, a Nico le pareció color avellana.
—¿Qué haces aquí? —le había preguntado cuando ella le apartó la pata de la boca, sentada a horcajadas sobre él; Nico alternaba la mirada de ella hacia la puerta, si alguno de sus hermanos llegaban a entrar iban a malentender la escena—. Son las... —Miró su reloj digital—... ¡ocho de la mañana! —se quejó en un susurro—. ¿Qué haces en mi cuarto a las ocho de la mañana? ¿No conoces el sagrado voto de dejar dormir, Sadie?
—¿Recuerdas que ayer te dije que íbamos a ir a buscar símbolos egipcios en la ciudad? —preguntó, sonriendo emocionada. Nico suspiró, abriendo los brazos y dejándolos caer a ambos lados de la cama, sin apartarle la mirada.
—Sí.
—Bueno, vamos entonces.
—Son las ocho de la mañana, Sadie —replicó.
—Y qué importa. —Alzó un papel que llevaba en sus patas—. Ayer me puse a revisar por internet a ver qué conseguía y sé que un símbolo egipcio típico son los obeliscos.
—¿Y? —Arqueó una ceja a la vez que bostezó.
—Que en la ciudad hay obeliscos; cinco.
—¿Y quieres ir ahora? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta, solo quería hacer más tiempo para quitarse el sueño que aún lo tenía en sus garras, y otro poco, para seguir así. Le gustaba.
—Claro —asintió, emocionada—. Vamos.
Nico murmuró algo ininteligible y cerró los ojos para pensarlo, aunque sabía que nada haría que Sadie esperara, ya había llegado y lo haría ir con ella costase lo que le costase . No duró ni dos segundos así porque Sadie ya le daba toquecitos en las mejillas, al abrir los ojos Nico se topó con el rostro de la lince muy cerca del suyo.
—Nos vamos —susurró, muy cerca, le llegó su aliento olor a canela. Nico sonrió, se irguió un poco y le dio un pico.
—Si me dejas levantarme —repuso.
Veinte minutos después Nico salió cambiado con una muda de ropa de su habitación y empezó a revisar que no hubiera nadie cerca. Agudizó el oído y notó que Hazel estaba arriba, le llegaba el sonido de los parlantes conectados a su portátil; hoy habían tenido el día libre en sus respectivas escuelas por lo que todos estaban, no obstante, Leo y Luke habrían salido con sus novias, nunca se quedaban mucho en casa, Annabeth de seguro estaba en su habitación leyendo y no tenía que pensar siquiera en Jason, era obvio que estaba durmiendo.
Caminaron con sigilo por la sala y salieron, Nico no se relajó hasta que estaban a dos calles de su casa, podrían haber salido, pero él no se fiaba de sus vecinos, cuando los necesitaban fingían demencia, pero cuando no, parecían buitres mirando por las ventanas. Por suerte hoy no había ninguno. Luego de haberse librado, Nico le pidió la hoja de papel que ella tenía, en la misma estaban escritos los cinco lugares donde estaban los obeliscos.
No tuvieron mucha suerte en cuanto a encontrar algo relacionado al grupo que su madre perseguía. Él sabía que estaban caminando por los lindes del abismo, si se daban a notar mucho esos criminales terminarían por buscarlos y al final encontrarlos. No quería que se repitiera lo que le sucedió con los de SPQR; no por sí mismo, sino por Sadie, no soportaría que le pasara algo.
Algo que le pareció curioso al zorro con melanismo era que en cada distrito había uno. Pasaron primero por el de Tundratown, para salir lo más rápido posible del helado distrito, el obelisco no tenía algo que dijese «Hey!, esto es muy egipcio» o algo que les diera una pista sobre los criminales, solo estaba cubierto de una pequeña capa de escarcha y en su punta, nieve.
En el de Distrito Forestal no les fue mucho mejor, la suave llovizna se les clavaba como agujas bajo el pelaje, el obelisco se alzaba como el anterior unos cinco metros del suelo y terminaba en punta, en cambio, este estaba cubierto en algunas partes de musgo y en otras por lianas enredadas. Nada que les dijera algo importante. Lo mismo pasó con el de Sabana Central y con el de Plaza Sahara, solo que este último, en la punta, estaba cubierto de arena.
El último fue en el Centro, lo que notó Nico con respecto a los demás fue que era más bajo, unos tres metros, y a diferencia de los otros, este estaba en el centro de una plaza y no en esquinas o intersecciones. Lo más resaltante era que este sí tenía símbolos, pero eran solo grafitis de pandillas o algún adolescente sin nada más que hacer.
Alzó la mirada y se reacomodó en la banqueta, Sadie continuaba buscando alguna otra cosa que les diera alguna pista, dando vueltas alrededor del obelisco.
—¿Y bien? —preguntó Nico alzando la voz para que llegara donde ella, aún sentado—. ¿Algo?
—Nada —le respondió Sadie de la misma forma, sin apartar la vista—. Puros grafitis. Aunque hay algunas marcas en la piedra.
—¿Marcas? —Se puso de pie y caminó hasta ella. Una vez llegó se inclinó un poco hacia el pilar. Efectivamente, tenía varias marcas talladas en la piedra: dos nombres encerrados en un corazón, un «Ce mamó», una especie de pluma, nombres al azar y un «Angi estuvo aquí»; nada más resaltante—. No hay nada que tenga referencias egipcias —hizo notar.
Sadie suspiró, decaída.
—¿Una pérdida de tiempo, eh?
—Ya, ya —la animó Nico, colocándose el frente ella y apretándole las mejillas—, no fue una pérdida de tiempo.
—No encontramos nada —repuso.
—Eso no importa, tenemos todo el día, son las diez, ¿ha de estar abierta la biblioteca o no? —Sonrió—. Tal vez allá encontremos algo en la sección de historia. Algo sobre Egipto ha de haber.
Sadie lo abrazó de golpe.
—Entonces vamos —dijo, pero no se fueron sino hasta pasado un tiempo después, disfrutaban estar así.
202 horas para El Renacer.
Llevaban casi veinticuatro horas recorriendo los ríos adyacentes al Moongose en busca del cuerpo de Inval. Desde que salieron de Empresas Roux, Dan le había sugerido comenzar la búsqueda lo antes posible, y la jefa Hopps les dio luz verde para hacerlo. Fueron hasta los depósitos de la ZPD en busca del equipo de buceo, trajes de neopreno, tanques de oxígeno, mascarillas para ver bajo el agua, linternas y demás y partieron.
Lune sabía que el río Moongose, uno de los más grandes del Distrito Forestal, era un río con otros que se dividían del mismo, sí, pero lo que no sabía era que fuesen tantos. Cada determinado número de metros, como una calle, el río se dividía o se ramificaba en uno o más riachuelos, por lo que ambos tenían que separarse para buscar, recorrer el riachuelo y volver en caso de no encontrar nada.
Y eso habían hecho... dieciocho veces. En cada una de las ramificaciones, que no eran menos de dos cada veinte metros, habían tenido que separarse y buscar, volver y continuar Moongose abajo. Lune estaba cansada, hambrienta y con sueño; y con esas tres cosas, el enojo venía como un plus. Miró a ambos lados; árboles. Árboles tan altos como la cúpula del distrito, barrancos y montañas de tierra y el río que empezaba a tranquilizar su cauce. Dan estaba a su lado, nadando y con la vista bajo la superficie, buscando algo.
A lo lejos, unos cincuenta o setenta metros, ella divisó la malla protectora que retenía los escombros y/o desperdicios que el río llevase, evitando que salieran del distrito, la empresa de aguas era la encargada de limpiarla una vez por semana, Lune esperaba que no lo hubieran hecho aún. De pronto, Dan alzó una pata sin sacar la cabeza del agua y le hizo un gesto indicándole que había algo bajo el agua. Lune se llevó el regulador a los labios y se sumergió.
Abajo, a unos tres metros de distancia y el doble de profundidad, enganchado a unas puntiagudas rocas el cuerpo con indicios de descomposición de un lobo negro, luchaba contra la fuerza del río.
Alastor Inval.
Lune le hizo a Dan un gesto para ascender y ambos lo hicieron, una vez arriba se quitaron el regulador. Dan torció los labios.
—Así no podremos sacarlo —hizo notar lo evidente, frunció el ceño—. Tendremos que llamar al Departamento Forense.
—Eso veo —coincidió la loba roja—, ¿crees que esté el anillo?
Dan se pasó una pata por la nuca.
—Eso espero —dijo—, es nuestra única posible pista.
199 horas para El Renacer.
En su despacho, Judy giraba entre los dedos de sus patas el anillo que Dan y Lune habían recuperado del cuerpo de Alastor. Ellos le habían informado cuando hallaron el cuerpo del lobo negro, sin embargo, pese a la débil luz que había sido el hallazgo, un pozo de negrura la engulló por completo cuando le comentaron el sitio donde lo encontraron. Ella había tenido la pequeña esperanza de que la malla protectora detuviera el cuerpo de Inval, no había previsto que se atoraría con una roca y permanecería allí, por lo que para sacarlo debían, sí o sí, llamar al Departamento Forense. Eso era lo que no quería, los forenses siempre tardaban demasiado en procesar un cuerpo, desde hacía poco menos de seis meses dejaron su ritmo de un cuerpo al día a uno cada tres días.
Tres días. Judy no tenía tres días.
Hacía tres horas cuando ambos se comunicaron con ella para informárselo, Judy, luego de haberle pedido al Departamento que acudiera al lugar para la extracción del cuerpo, llamó a la Alcaldía y solicitó que le comunicaran con el alcalde. El secretario del mismo era insufrible, tuvo que molestarlo y amenazarlo de que buscaría su auto y le pondría tantas multas que sus nietos las terminarían pagando para que le pasara la llamada al alcalde, una vez hecho casi le rogó a este que presionara a la morgue para que les dejaran las pertenencias a la ZPD.
El alcalde le dijo que haría lo posible para agilizar el proceso, y entretiempo ella se subía por las paredes sin nada con qué distraer su mente del caso, su mente iba de Inval a los dioses, Jonsu, Anubis y Osiris, en busca de alguna conexión verdadera.
Tres horas después, Dan se apareció por su oficina sosteniendo en su pata un anillo negro, casi como el carbón, con un delicado grabado. «¿Quién guiará al juez?» Por alguna razón que no supo explicar, a Judy le dio mala espina ese grabado, con la forma de actuar de Inval, su secretismo tan raro que ahora tenía a todo el departamento de cabeza y esa vacuna que está, literalmente, flotando en el aire, esa frase no le gustaba para nada.
Dan bostezó emitiendo un sonido, lo que sacó a Judy de su ensimismamiento; ella sacudió la cabeza y se dirigió a él:
—Puedes irte —dijo, con tono calmo, el pobre zorro llevaba casi un día entero recorriendo las aguas del río Moongose en busca de Inval, Lune se había ido a su casa, pero él prefirió quedarse. Sus ojos se desviaron a la cicatriz que tenía en el brazo izquierdo, iba desde el codo hasta la muñeca. Suspiró, no podía exigirles más por hoy—. Ve a tu casa, Dan —le insistió—, hablé ayer con Jeannette y me mandará lo antes posible todo lo referente a la cuenta bancaria de Inval. Ve con tu familia.
Otro bostezo y Dan asintió, agradecido, con un gesto de la pata que quedó a medio saludo, se despidió y salió, cerrando la puerta con una suavidad casi fantasmal. Judy se apretó el entrecejo y tomó su móvil para llamar a casa, sabía que Nick se iba a quedar con James, por lo que anteriormente le había pedido a Meloney que cuidara a los demás mientras volvían; además, Hazel y Annabeth no eran muy desordenadas y de seguro se enamorarían de Jaune, Leo y Luke estarían con sus chicas y Jason... bueno, él de seguro estaría durmiendo.
Mientras esperaba que su hija contestara, tamborileó los dedos de su otra pata en el escritorio, esperando que hoy o mañana, Jeannette le enviara todos los papeles de la cuenta bancaria de Inval.
192 horas para El Renacer.
En la azotea de uno de los edificios cercanos al Hospital Central de Zootopia, una leopardo de las nieves sacaba una de sus armas y se afincaba en el borde de la terraza, espirando con lentitud para agudizar su puntería. Tenía tres objetivos no más grandes que una lata de soda colocados de forma que serían los vértices de un triángulo, cerca de los ductos de ventilación del hospital, y en el centro de los mismos, otro objetivo, el verdadero, un paquete con un explosivo cuya onda de choque era lo suficientemente potente para destruir los contenedores y hacer que su contenido fuera absorbido por el sistema de ventilación.
Para cualquier animal hubiera sido imposible acertar a tan pequeños objetivos estando en el edificio contiguo al hospital sin tener un rifle de francotirador, mucho menos con una pistola nueve milímetros, sin embargo, Natasha no era cualquier animal, era una antigua Spetsnaz, su rango de tiro y precisión eran mucho mejores que los de los policías corrientes, era pan comido acertarle.
Su dedo pasó lentamente por el gatillo del arma, pensando que además de dar inicio a la Cuarta Hora, habría un plus en lo que haría, según tenía entendido el zorro que le había clavado aquel cuchillo e intentó entrar en Osiris, que por suerte no lo logró, no encontró nada, estaba internado allí.
Inspiró con fuerza, reteniendo el aire para que su pulso no la traicionara con un temblor involuntario y disparó.
No hubo un estruendo por el silenciador. La bala surcó el aire a una increíble velocidad, casi como un silbido, y entonces... la explosión resultante al impactar, sacudió los cimientos del hospital, y los tres contenedores se quebraron como si fueran de papel, liberando el agente.
Neit no se relajó como siempre hacía, sino que se guardó el arma y bajó corriendo escaleras abajo, hacia la salida del edificio a esconderse en algún callejón. Sabía que no todos los animales morirían, y en definitiva, no le importaba mucho, pero sí quería que uno solo de ellos lo hiciera, y si llegaba a salir vivo, ella se encargaría de eliminarlo.
192 horas para El Renacer.
En la habitación de James, Nick estaba junto a Rachel, pasando la noche con su hijo, al principio las enfermeras habían puesto todos los peros del mundo para impedirles a ambos quedarse luego de la hora de visitas, situación que Nick resolvió de forma sencilla al explicarles que él, además de ser su hijo y la pareja de la loba, era un testigo de máxima seguridad (y no mentía, lo era) que requería protección las veinticuatro horas, a lo que la enfermera, luego de mostrarse indecisa, cedió.
Rachel estaba sentada junto a la cama de James, quien estaba apoyado contra el espaldar de la camilla en su laptop, tecleando como si tuviera veinte dedos en cada mano, en lo que le había dicho era el intento de expandir el spyware, ella estaba cabeceando del sueño y parpadeaba con cansancio. James se volvió a mirarla y le acarició la mejilla.
—Deberías descansar —le dijo con la voz carrasposa, Nick contuvo un bostezo, pero no hizo seña de interrumpirlos.
—No. —Rachel negó con la cabeza—. Quiero quedarme aquí.
—Debes irte —le insistió, esta vez con un tono más firme—. Sabes muy bien por qué.
Rachel, con sueño, frunció el ceño y casi fulminaba a James con la mirada, como una discusión silenciosa entre ambos, Nick sonrió ante esto, recordándole que así era él a veces con Zanahorias. Se puso de pie para ir al lavabo, saliendo de la habitación, dejándolos en un momento de intimidad para ellos.
Recorrió los pasillos del hospital hasta llegar al servicio, no obstante, no había entrado cuando una fuerte explosión sacudió el edificio, haciendo sonar varios monitores cardíacos y creando un pánico general.
Nick, aturdido, sacudió la cabeza para orientarse, los cimientos del edificio estaban bien, aunque había pequeñas grietas en las paredes. «¿Qué sucedió?» Vio que varias enfermeras corrían asustadas hacia las salidas de emergencia y poco después las luces murieron, para momentos después, el generador de emergencia del hospital se activase, suministrando la electricidad suficiente como para que los pacientes que tenían sustento artificial, no muriesen. Nick intentó calmar el pánico, estaban en un quinto piso por amor a las moras, no podían volverse un enredo por un siniestro, debían calmarse o atestarían las salidas de emergencias.
Un atisbo de movimiento a su derecha le llamó la atención, un doctor salía de una de las habitaciones, tosiendo y nervioso:
—Mi paciente —murmulló temblando—, mi paciente está muriendo.
—¿Cómo? —Nick miraba a ambos lados al preguntar, tratando de contabilizar cuantos animales estaban por el pasillo: iban veinte y seguían saliendo, doctores, enfermeros, pacientes que sostenían el tubo de apoyo de sus sueros e incluso animales de limpieza—. ¿Dónde?
El doctor señaló la habitación tras de sí y Nick entró, encontrándose tres animales dentro, dos de ellos enfermeros y en una camilla el paciente, una cebra. La cebra parecía haber entrado en convulsiones porque se revolvía con ferocidad en la camilla y los pitidos de los monitores cardíacos eran incesantes y cada vez más rápidos. Sin embargo, no lo alertó el estado de la cebra sino el de los enfermeros; por una de las escotillas de ventilación un miasma amarillento ingresaba, arremolinándose como delgados dedos de muerte en el suelo y extendiéndose con rapidez.
Nick dio un paso atrás y se llevó una manga a la boca para no respirar, puesto que notó que ambos enfermeros quienes lo respiraban tosían con violencia y parecían asfixiarse; uno de ellos dejó de moverse y dio pequeños espasmos que se detuvieron, el segundo lo miró con ojos suplicantes mientras parecía toser con más debilidad.
Sin nada más en mente que su hijo y nuera salió corriendo hacia la habitación de ellos, dejando atrás a todo el que encontraba, si ese humo amarillento mataba a quien lo inhalaba, debía sacarlos a ambos de allí, pese al estado de James. Cuando giró en una esquina, casi derrapando por la corrida, vio que Rachel y James, este último cojeando, se dirigían hacia la escalera, junto a la manada de animales que gritaban aterrados.
Los gritos, la tos, los llantos de algunos animales inundaba el lugar.
—¡James, Rachel! —los llamó gritando para sobreponerse al bullicio.
Estos voltearon sin dejar de avanzar y Nick les hizo una seña con el dedo: bajen, para luego indicarles con otra que se taparan la boca. Era más fácil decirlo que hacerlo porque su hijo tenía en sus patas su portátil, y perderla significaría echar al caño el spyware y dejar esa valiosa información. Caminando hacia ellos sopesó sus opciones, no podía devolverse y arriesgarse a respirar ese humo que cada vez estaba más cerca, cerniéndose como un muro, pero tampoco podía pedirle a ellos que se quedaran quietos, si no resultaban lastimados por los animales que huían, lo harían por el miasma. Y más aún que James estaba delicado.
Estiró su pata para tomar su radio, mas se contuvo. Era tonto. Pedir refuerzos era una pérdida de valiosos segundos, Zanahorias de seguro ya estaba al tanto de la explosión y debió de haber mandado a alguna unidad de rescate, tal vez unos camiones o un helicóptero para...
¡Un helicóptero!
Eso es. No debía bajar, debían subir.
Nick llegó con ellos, esquivando animales, usando su flexibilidad natural para llegar más rápido y los tomó por el hombro.
—No respiren ese aire amarillo —los advirtió—, quienes lo hacen se asfixian y mueren. —Hizo una pausa—. Hay que subir.
James asintió e hizo ademán para subir, pero Rachel se lo impidió; un castor tropezó con ella y casi cae escaleras abajo.
—No —terció ella—, hay que bajar.
—¿Qué? —se extrañaron ambos.
—Piensen —les reprochó, tirando de James hacia las escaleras; los tres comenzaron a descender—. Usted nos dijo que ese humo mata —denotó, mirando a Nick—, ir hacia arriba sería un suicidio. ¿Por dónde entró el humo? Por las escotillas de aire, ¿y dónde están los motores del aire, genio? —preguntó, mirando a James.
—Arriba —musitó este.
—Esto es un ataque organizado. —Nick se rompió parte de su uniforme y le dio a cada uno un trozo para que usaran a modo improvisado de máscara de gas—. Es un ataque químico.
—Rachel, ¡¿por qué no dejaste el jodido hospital cuando te lo pedí?! —explotó James.
—¿¡Te vas a poner con esa ahora?! —replicó ella, en el mismo tono—. ¡No te me estés quejando que muy bien puedo soltarte y dejar que camines solo! Ah, verdad, no puedes. —Nick se quedó en silencio, eso era tan él y Judy—. No soy yo a quien le rebanaron un pulmón. Ahora —añadió, cuando llegaron al segundo piso, estaban cerca de la salida—, sigue caminando.
James siguió refunfuñando entre pequeños hipidos, Nick sabía que no debía estar mucho tiempo desconectado del respirador que lo ayudaba, pero era eso o morir. Al llegar al primer piso Rachel iba a salir sin ton ni son, pero Nick se lo impidió, si alguien había coordinado ese ataque, lo más probable era que estuviera cerca.
Asomó la vista y... nada. No había animales en la zona. Nick le hizo una seña a ambos para avanzar, caminaron por la recepción del hospital y cuando estaban en la puerta, una vez abriéndolas preguntó:
—¿Por qué tanto querías que se fuera, James?
Rachel los pasó a ambos y sostuvo la puerta de cristal para que ambos salieran, mirándolos de medio lado.
—Porque ella... —No pudo terminar la frase, fue interrumpido por un ruido.
Un sonido que Nick conocía casi por instinto.
Un disparo.
Un disparo seguido del sonido del cristal rompiéndose y sus trozos quebrándose en el suelo, seguido de un grito de dolor y un quejido.
Por reflejo Nick desenfundó su arma reglamentaria y buscó al tirador, topándose en la otra calle a una leopardo de las nieves que los apuntaba con una nueve milímetros, sonriendo con prepotencia. Sin embargo, fueron los quejidos de Rachel y los llantos de James los que lo hicieron virar la mirada, ahogando una expresión de sorpresa: Rachel estaba hincada en una rodilla con una herida de bala en la boca, le entraba por una mejilla y salía por la otra.
Nick se volvió hacia la leopardo de las nieves, sintiendo que esos ojos verde oscuro lo escaneaban como un láser, ella levantó el arma y la movió un poco, apuntando, sin que la sonrisa se le borrase. Algo tenía claro él: ella no era una simple leopardo. Un animal común y corriente no tendría semejante puntería para haber logrado ese tiro tan limpio en Rachel.
Con un suspiro relajado le apuntó:
—Estoy muy viejo para estos trotes —refunfuñó, y abrió fuego.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Hola, gente, ¿qué tal?
¿Qué les pareció el cap?
¿La escena con Atha?
¿La búsqueda Nico x Sadie, lograron ver las dos pistas que dejé?
¿El anillo; alguna suposición?
¿La que se armó en el hospital?
¿Preparados para Nick vs Natasha? :v
Dejen su review, gente, no olviden dejar su review, así me alientan a continuarlo.
Nos leemos luego.
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