VII - Alphavirus
VII
Alphavirus
229 horas para El Renacer.
Al llegar a la sede principal de Empresas Roux, una de las cinco grandes empresas farmacéuticas que había en la ciudad, Lune y Dan bajaron de la patrulla.
Lune seguía todavía conmocionada por lo que había sucedido en el departamento. Habiendo seguido el consejo que Dan le había dado sobre preguntarle a Carla qué era en sí ser género fluido, se terminó llevando una sorpresa que le dejó más dudas que respuestas.
Sí, él le explicó con lujo de detalles lo que era ser género fluido, sumado a una clase de diversidad sexual que casi le hizo derretir el cerebro por la cantidad de términos, etiquetas, y cosas que había, sin embargo, lo del final fue lo que la hizo casi explotar... y, para su sorpresa, dudar.
Todo fue relativamente bien hasta ese fatídico momento. ¿Por qué tuvo qué replicarle sobre su asexualidad? Peor aún, ¿por qué tuvo que sentirse así por ese beso? No era la primera vez que era besada por alguien, antes había tenido parejas como para no inmutarse por ello, ¿entonces por qué? No tenía la menor idea de si Carla se llegó a sentir como ella, con esa especie de nerviosismo y temblor cuando la besó. «No sentí nada», recordó sus palabras. Un gruñido subió hasta su garganta y se quedó allí, esperando a ver si Lune se decidía a soltarlo.
¿Cómo no se puede sentir nada al besar a alguien? Por más que cualquiera diga que un beso es un beso, siempre deja una sensación de fondo. Es imposible que exista alguien que no sienta nada. ¿Pero si no sentía nada, por qué lo hizo? Lune no se terminaba de creer que era para probar un punto, solo le hubiera bastado decirle que era complicado de explicar y listo. No era necesario el haberla besado.
—Lune —la llamó Dan—, te están hablando.
La loba roja parpadeó saliendo de sus pensamientos, estaba en la recepción del edificio, un enorme espacio con azulejos blancos y paredes grises, al fondo se divisaban dos ascensores, por los cuales todo tipo de animales en trajes entraban y salían, frente a ella había una enorme recepción de piedra, que, tenía que admitir, combinaba bien con los azulejos. Tras esta, había un conejo, blanco como la nieve, de ojos verdes y, curiosamente, con un mechón igual de negro que su traje; parecía una imagen en negativo.
Este la miraba como esperando algo.
—¿Disculpe? —preguntó.
El conejo espiró con molestia y fijó su mirada en ella.
—Le acabé de preguntar si su motivo de visita es el mismo que el del policía aquí presente —dijo—. Nosotros no podemos interrumpir a la jefa cada que viene cualquiera y solicita verla.
Lune iba a decir algo, pero Dan se le adelantó, carraspeó para hacerse notar y le mostró la orden del Fiscal con falsa modestia. El conejo sacó unas gafas del bolsillo de su saco y se las colocó, pasó los ojos por la orden y chistó por lo bajo, se dirigió hacia el teléfono fijo en su escritorio y apretó un botón. Luego de dos tonos, una voz elegante, resuelta y con el inconfundible toque femenino, habló:
—¿Sucede algo, Alex?
El conejo, Alex, pareció escoger las palabras para decir.
—Señorita Roux, dos oficiales de la ZPD están aquí pidiendo verla; tienen una orden emitida por el Fiscal de la ciudad...
—Y que es para ahora —enfatizó Dan.
Alex le lanzó una mirada homicida al zorro y se centró en la línea, se veía tenso, como si temiera algo. «Es la jefa, es normal, quizá teme que lo despidan.» Luego de que Roux dijera un claro y corto «hazlos subir», el conejo les indicó el piso en el que se debían bajar, el pasillo a tomar y la sala a la cual entrar. Acto seguido se quitó las gafas, las limpio con cuidado y los miró con un pequeño vestigio de enojo.
—Les agradecería que se retirasen —dijo—, su presencia altera a los demás trabajadores.
Lune sintió como el enojo parecía susurrarle al oído y soltarle algo al conejo, pero Dan solo le dio unos toquecitos en el hombro para que centrara su atención en él y caminaron hacia los ascensores. Entraron. Mientras el cubículo en el que estaban subía más y más, denotando los números de cada planta en un pequeño recuadro a la derecha, Lune trató de acomodarse un poco el uniforme. La asaltaron los mismos pensamientos que tuvo durante todo el camino hasta el edificio.
—Te vez nerviosa —comentó Dan, cuando el ascensor iba por el piso veintidós—. ¿Sucede algo?
—No, nada —respondió, tratando de sonar normal, lo menos que quería era que él averiguara lo que pasó con Carla.
Por unos exasperantes minutos, y diez pisos después, él no dijo nada; se mantenía mirándose en el espejo del ascensor, acomodándose el uniforme. Estuvo tentada a preguntar cualquier cosa con tal de romper ese tenso silencio que empezaba a formarse, no obstante, apenas abrió los labios, Dan se adelantó.
—¿Hablaste con Carla? —preguntó. «¡Demonios!»
—Sí. —Lune luchaba por estar resuelta.
—¿Te dijo algo importante?
—Nada.
—¿Enserio? —preguntó, escrutándola. Ella sintió el ritmo acelerarle un poco. ¿Cómo reaccionaría si le decía que él la besó?
Por suerte para ella, el ascensor dio un pequeño «ding», indicando el piso de llegada, el cincuenta. Las puertas dobles se abrieron, dejando ver un pasillo que se dividía al fondo, en cinco más pequeños, varios animales de distintos tamaños iban y venían con folios y papeles. Tomaron el pasillo que les había indicado el conejo y llegaron a la oficina. Ella tocó con delicadeza y luego de un firme, pero sofisticado «pasen». Entraron.
Para ser sincera, Lune esperaba algún animal de gran tamaño, una tigresa, una loba, una leona o, tal vez, una elefante, sin embargo, en lugar de eso los recibió una pequeña nutria. Estaba de pie frente al escritorio, con un porte seguro y sereno, con un traje a la medida y unas gafas de media luna muy delicadas; sus ojos azules los miraron a ambos; parecía que ese pequeño cuerpo no tenía alma.
—Oficiales —saludó, con una sonrisa igual de falsa que las modelos.
Dan saludó con gesto de la pata, Lune no hizo nada.
—Señorita Roux, ¿cierto? —dijo Dan.
—En efecto —asintió.
—Necesito hablar con usted. —Ondeó la orden—. Quiero saber sus negocios con el doctor Alastor Inval, en qué consistía la vacuna que usted le compró y una autorización para investigar la transacción bancaria que le hizo por los derechos de la vacuna.
La nutria frunció los labios y dio un pequeño latigazo con la cola al suelo, se podía palpar la inquietud que tenía con la petición de Dan. Se dio media vuelta y caminó tras el escritorio, tomó asiento y les hizo un gesto para que se acercaran y tomaran asiento. Se acercaron, pero se mantuvieron de pie.
—¿Puedo saber el por qué tienen interés sobre la vacuna? —preguntó ella, ajustándose los lentes con una garrita.
—Alastor Inval murió hace dos días —respondió Lune.
—¿Y eso en qué me afecta a mí?
—El difunto, antes de morir, realizó operaciones dudosas, escondiéndose de la policía y la Alcaldía, sumado a que antes de suicidarse, lanzó una especie de advertencia, advirtiendo un renacer de la ciudad.
—Aún no veo la conexión.
—No le será muy difícil hallarla, mi estimada —intervino Dan, quien pareció detectar una rencilla en ambas hembras—. Solo hay que pensar un poco, Alastor era un patólogo, infectólogo y genetista, ¿no le parece que la vacuna que le vendió podría estar trucada?
—No lo está —zanjó la nutria.
—¿Cómo lo sabe? —replicó Lune.
—Porque por lógica le colocamos la vacuna a los sujetos de prueba, y estos reaccionaron bien a la misma. —Sus ojos azules lanzaban dagas—. Si la vacuna hubiera estado alterada de alguna manera mi equipo de científicos lo hubieran notado o algunos de los sujetos de prueba hubiera reaccionado negativamente.
—Bien —concilió Dan—, ¿puede hacernos una explicación de la vacuna?
—Es sencilla. —Hizo un gesto con la pata para restarle importancia—. ¿Saben lo que es un Alphavirus? Es un virus de ARN monocatenario positivo, lo que el doctor Inval hizo fue reescribir el ARN de un Alphavirus con el de la cepa de la gripe.
»El virus de la gripe es el más difícil de combatir en parámetros de vacunas, ya que tiende a mutar y cambiar cada dos por tres, sin embargo, de alguna manera que mis científicos no han logrado entender aún, Inval logró que el Alphavirus se adaptara a la cepa de gripe de turno. Es una vacuna mutable, por decirlo de algún modo.
»Lo realmente inventivo de todo aquello, además de lo que hizo con el Alphavirus, fue su método de propagación. Una de las formas más comunes de infección de dicho virus es por la picadura de mosquitos, y he ahí nuestro transporte. Inval nos vendió todo: virus, vacuna y transporte. Logró hacer que a los animales de Zootopia se les administre la vacuna sin siquiera ellos saberlo. Díganme, ¿cuándo han visto jornadas de vacunación de la vacuna Roux?
Esta vez Lune tenía que darle la razón, jamás las había visto, de hecho, no fue consciente de que la vacuna existiese, solo hasta que Dan le había leído los documentos encontrados en la base de datos de la estación.
—Y nosotros no cobramos —prosiguió la nutria—, la Alcaldía nos da un subsidio generoso por dejar que la vacuna siga en «producción».
—¿Pero los mosquitos no mueren? —preguntó Dan.
—Sí, aunque eso no importa. Solo basta que un mosquito pique a alguien sano para que el Alphavirus, con el código de ARN de la cepa de gripe actual entre en el organismo. Y el resto es biología básica. El sistema inmune reconoce los agentes de la vacuna como extraños, destruyéndolos y recordándolos. Cuando una versión muy alta o nociva llega al organismo, el sistema inmune ya está preparado para atacar.
»Y como dije, lo mejor de todo, es que el Alphavirus no se estanca en esa cepa; si otra cepa llega a invadir el cuerpo, el virus muta, la copia, y como ya está dentro del sistema inmune, la ataca. Simple.
—Si el virus muta —dijo Lune, con una pregunta rondándole la cabeza—, ¿es posible que se use para otras enfermedades?
Por primera vez en el día, la nutria sonrió, y un brillo de inteligencia atravesó sus ojos.
—Bingo, oficial —asintió—; eso es lo que mi gente está haciendo: intentando saber si es posible aplicar ese mismo mecanismo con otras enfermedades. Imagina las posibilidades: VIH, Ébola, Malaria, Rabia, etc. Si llegásemos a producir alguno para esas enfermedades, mi empresa sería mundialmente reconocida. Ganaría millones.
—Y —preguntó Dan— ¿recuerda algo de Inval?
La nutria se quedó un rato pensativa, dando golpecitos con su dedo al escritorio; Lune miró de reojo a Dan y le preguntó, con un levantar de cejas, si entendió algo de lo que ella había dicho, él solo movió su pata de un lado a otro en un claro «más o menos». La nutria se acomodó en su silla y suspiró.
—Lobo negro, aspecto culto, su forma de actuar era algo dominante, y ese anillo negro que llevaba era tan anticuado. —Hizo un mohín, despectivo—. Yo hubiera sido él y hubiera escogido uno más llamativo, uno que resaltara...
Por acto de reflejo, las miradas de Dan y Lune se encontraron y ambos supieron lo que el otro pensaba: ¿Qué anillo?
—... algo que me resultó peculiar fue que se lo giraba mucho —continuó—. Cada que decía algo lo giraba. Como un tic.
El vulpino le agradeció la colaboración a la nutria, deteniéndose antes de que dijera otra cosa que mermara la atención de ambos de esa pista peculiar que les había dado sin saber: el anillo. Le acercó la orden del Fiscal e hizo que la firmara, luego le pidió con amabilidad que le facilitara un consentimiento para investigar la transferencia que hubo desde Empresas Roux a la cuenta de Inval, a lo que la nutria aceptó con resistencia.
Una vez firmado el permiso, Dan lo tomó, junto con la orden, pasó los ojos por los mismos y sonrió.
—Gracias por ser de ayuda, señorita Lyneth —dijo, caminando hacia la puerta, Lune lo siguió—. Si no hay nada extraño no nos volverá a ver, de lo contrario...
Dejó la palabra en el aire, dando a entender lo que quiso decir. Recorrieron el corredor y llamaron el ascensor. Lune suspiró y se metió las patas en los bolsillos del uniforme.
Muchas cosas le revoloteaban en la mente, el caso, Inval, el qué se supone que iba a hacer Inval, qué quiso decir con Osiris y, ahora para empeorar el asunto y llevarla al borde del precipicio de la cordura, Carla. Se llevó una pata a los ojos y presionó con fuerza, como impidiendo que todo lo que pensaba terminara saliendo. Suspiró.
Parpadeó varias veces, centrándose en lo que ahora era más importante.
—¿El anillo?—preguntó Dan.
Ella sonrió, no por nada era su compañero.
—El anillo —confirmó.
Cuando las puertas dobles del ascensor se abrieron, tenían claro lo que harían: encontrar el anillo. Lo que significaría encontrar, de alguna manera, el cuerpo de Inval.
225 horas para El Renacer.
En su oficina Judy trataba de encontrarle sentido a toda esa maraña de información suelta que había recolectado. Primero tenía lo que sabía de antemano, antes de que todo se volviera complicado, el que Inval era un genetista, patólogo y un infectólogo, que le había dado un ultimátum a la Alcaldía hacía tiempo y que por alguna extraña razón se mantuvo oculto por un tiempo. Ahora, gracias a las investigaciones de Van der Welk y Vicario, sabía que Inval fue el creador de una vacuna que se reescribía a sí misma para adaptarse a los virus de la gripe. También sabía que tenía la misma costumbre que Nick: girarse el anillo, acto que para ella no pasó desapercibido, si ese anillo significaba para Alastor algo parecido que el de James para Nick, era importante encontrarlo, lo que a su vez hizo que ella mandara a Dan y Lune a por el cuerpo; y por último la mitología egipcia.
Anubis y Osiris.
Ya Nick le había dicho antes que esos dos dioses tenían una relación en común. Muerte y resurrección. Y para colocarle la cerecita al pastel, la información de mitología egipcia en la ciudad era casi mínima, abundaba la mitología griega y la romana por los acontecimientos que hubo con Los Olímpicos y SPQR, pero la otra nada que ver. Sin embargo, mientras todos estaban en sus respectivas labores, Judy se había dado la tarea de encontrar cualquier cosa referente a dicha mitología que pudiera arrojarle luz al caso, encontrando así, en una pequeña biblioteca en el extremo más lejano de Distrito Forestal, un libro para niños que explicaba algunas cosas.
Un libro para niños. ¿Desde cuándo la policía tenía que buscar información para un caso de un libro para niños? Bufó molesta y abrió la cubierta de Las maravillas de cuentos egipcios. Al inicio no decía mucho, solo hacía una aclaración de qué atributo poseía cada dios. El primer cuento era uno que, si Judy tenía que ser sincera, se veía un poco interesante, pero estaba narrado para niños y por esa razón no era muy claro. El nacimiento de Osiris.
La joven y bella diosa del cielo, Nut, se enamoró de Geb, dios de la tierra.
Ra, dios del sol, les prohibió casarse, pero ellos lo hicieron sin su consentimiento, y como castigo, Ra elevó una maldición sobre Nut, prohibiéndole dar a luz en cualquier día o cualquier noche del año.
Tot, dios de la sabiduría, se compadeció de ellos y convenció a Jonsu, dios de la luna, en jugar un juego. El premio sería la luz de la misma luna.
Tot ganó tanta luz de luna que pudo crear cinco días más que agregó al año, que por esos entonces era de trescientos sesenta. Días que no pertenecían a ningún mes en concreto.
Así, Nut tuvo a sus cinco hijos, uno por día, y sin desobedecer a su padre. El primer día fue Osiris; el segundo día, Horus; el tercero, Seth; el cuarto, Isis y el quinto día a Neftis.
El cuento en sí no le dijo nada importante, solo que Osiris nació un día que, según esa mitología, fue fruto de que el dios lunar perdiera contra el del conocimiento, y sus cuatro hermanos en los días siguientes. Leyó lo que cada dios representaba y no halló nada revelador. Osiris era el dios de la resurrección (como ya sabía), Horus el dios celeste, Seth el del caos y el desierto, Isis la de la magia y Neftis la de las tinieblas.
Nada importante. «Que Samuel le pida a Atha que investigue», pensó, al recordar que este le había dicho que ya le pidió a Atha el que buscara algo sobre mitología que les ayudase.
Miró su móvil, las tres de la tarde, hacía cuatro horas que mandó a Dan y Lune a por el cuerpo de Inval; la tarea en sí no era complicada, Judy bien sabía que todos los ríos de Zootopia, antes de que la aguas salieran a los pueblos aledaños, tenían que pasar por un control, una especie de rejilla que impedía que los desechos que algunos animales arrojaban al agua, terminasen en los ríos y riachuelos de los pueblos. Si lograban localizarlo, solo deberían extraerle el anillo y luego llamar al Departamento Forense para que lo recojan.
Ella muy bien sabía, durante todos estos años de trabajo, que el equipo de forenses cuando tenían un cuerpo, se tardaban en examinarlo de cabo a rabo, por lo que no podía darse el lujo de que el anillo esperara. Debía, no, necesitaba luz sobre el caso ya.
Tomó la orden de la Fiscal firmada que tenía y el permiso otorgado por Empresas Roux para poder investigar a fondo la transacción que hizo con Inval, y por consiguiente la cuenta del mismo; algo tenía que esconder para haber desaparecido así, «¿pero qué?»
Descolgó el auricular del teléfono fijo y oprimió el botón que la comunicaba con el Banco Central de Zootopia, tenía que hablar con Jeannette.
223 horas para El Renacer.
La habitación de James despertaba el instintivo rechazo de Nick a los hospitales, los pisos blancos, las habitaciones con ese olor a lejía y el lugar en sí, con el aura de la muerte rondando por los pasillos, esperando ansiosa a llevarse a los que no aguanten. Por su mente pasó una escena de hacía tantos años, muchos, cuando él mismo estuvo recuperándose por unas costillas rotas al haber protegido a Judy del ataque de Dioniso.
«Han pasado tantos años», pensó, observando a James, quien además de esa horrorosa bata azul, tenía una mascarilla que le administraba oxígeno, ya que aunque él pudiera respirar por su propia cuenta (casi a la perfección) la seguía necesitando. El doctor le había recomendado no forzar los pulmones hablando por lo que la conversación de ambos se hacía a través del móvil; Nick hablaba y James tecleaba.
Estaba sentado a un lado de la cama «conversando» con su hijo, sentado en una de las incómodas sillas metálicas y con una portátil en las piernas. Judy le había dicho que no le trajera nada, pero él conocía a su hijo, sabía que sin una laptop moriría. Le contó que Meloney y Sabrina habían vuelto, ¡con un pequeño! Le dijo que ahora era tío de un hermoso cachorro de tigre llamado Jaune, le dijo que Jason había ganado la competencia con su pintura, pero antes de que pudiera decirle algo más, James enfatizó lo que tenía escrito en su celular, dándole varios toques.
«¿Cómo van con el muerto?»
—¿Qué muerto? —Nick fingió demencia, ¿cómo sabía James que tenían un caso con un muerto? Solo pocos en la jefatura sabían lo de Inval, incluso Judy había hecho de la vista gorda con recoger el cuerpo del lobo por eso mismo, para no levantar revuelo.
James tecleó con rapidez en su celular.
«Papá, no nací ayer. Sé lo de Alastor. ¿Por qué crees que estoy aquí?»
—Momento —dijo Nick, sin creérselo—, ¿estás aquí por Inval? Explícate.
«Yo estuve dándole cacería a Inval desde hacía meses. La Alcaldía fue al Departamento de Criptología y me pidió que los ayudara. Desde ese momento he estado rastreando todo de Inval, sin éxito. Y, antes de que digas algo, no, no podía decirles, se supone que era secreto.»
—Hace cuanto —le preguntó Nick, sorprendido.
«Siete meses.»
Oh... ahora entendía el cómo hacía casi ese mismo período de tiempo, James se fue de la casa, rentando un departamento en Distrito Forestal para él y Rachel. Al principio Nick había pensado que lo hacían porque, ya que ambos tenían trabajo, él de criptógrafo y ella de bajista, habían reunido lo suficiente, pero nunca se le pasó por la mente aquello.
Sin embargo, algo llamaba la atención de Nick, él había dicho que estaba así por Inval, solo que no era posible que fuera así, Inval estaba muerto cuando él ingreso al hospital.
—James —dijo, con firmeza en la voz—, ¿qué sucedió para que te pasara esto? —Con los labios lo señaló completo.
James hizo una seña para que le pasara la portátil; reacio, Nick aceptó. Su hijo la encendió y una vez que sonó la tonada de Windows, movió sus dedos como si cada uno tuviera consciencia propia, tecleando a una rápida velocidad. Aún acostado, volteó la pantalla hacia Nick y él leyó lo que ponía en el bloc de notas:
«No fue Inval propiamente dicho, papá, fue la que supongo es parte de su grupo. Durante el tiempo que estuve tratando de localizar a Inval, la Alcaldía me proporcionó información, como que el lobo se mantuvo en contacto con otros cuatro animales de los que no tenemos contacto justo días antes de desaparecer. Durante ese tiempo estuve tratando de hallar un bache, algo, para poder hackear a Inval, y no fue sino hasta que se delató sin querer (o eso pienso) que lo encontré. Pude intervenir su cuenta, siendo más preciso, el movimiento, y metí un spyware.
»Él abrió la cuenta desde una terminal en algún lugar, pero no pude acceder a ella, solo llegué a un especie de limbo. Mi espía no se pudo mover de allí, fue como un pozo. Y cuando intenté derribar los muros para salir y hacerlo volver, me detectaron. Ese mismo día me topé con quien me dejó aquí. No pude ver qué era porque me atacó en un callejón, pero logré defenderme y le clavé uno de mis cuchillos.»
—¿Lograste sacar el spyware? —quiso saber Nick, todo eso lo había tomado por sorpresa. Jamás hubiera pensado que Inval tuviera algunos aliados, y si era así, ¿quiénes eran? ¿Cuáles eran sus objetivos? ¿Dónde estaban?
James sonrió con suficiencia y tecleó algo en el ordenador, duró varios minutos sumergido en la laptop, mientras Nick trataba de ordenar sus ideas; con esta información de su hijo las cosas habían dado un giro demasiado conocido para él. Ya había pasado dos veces antes, no estaba con ganas de una tercera.
—Descubrí... —habló James, con la voz carrasposa y agotada, como un Darth Vader, volteando la laptop hacia él—... esto.
Nick miró la pantalla y no supo si asustarse, confundirse o preocuparse; en la pantalla, completamente negra, brillaban siete números en amarillo, en una especie de cuenta regresiva.
222: 43: 17
219 horas para El Renacer.
—Es muy improbable que sea eso —respondió Nico.
En su habitación, tumbado en la cama, Nico estaba hablando con Sadie sobre quién sería el desquiciado que había atacado a su hermano, y también sobre cómo poder ayudar en la investigación de Judy, en la que ambos no pintaban nada. Sin embargo, la idea ya se le había metido en la cabeza a Sadie, y él bien sabía que nada en este mundo haría que la dejara.
Y no era que Sadie fuera un cerebro deductivo, acabó de preguntarle que tal vez James estuviera así porque había descubierto algo de extrema importancia del grupo que Judy había dicho que había. No obstante, para Nico la cosa no cuadraba, si él fuera alguien buscado por la policía o miembro de un grupo no dejaría las cosas así, hubiera matado a quien lo pudiera delatar.
¿Por qué dejar vivo a James si eso es lo que hubiera pasado?
—Imposible —repitió, se movió, quedando acostado de lado—. ¿Y si mejor dejamos esto para mañana u otro día?
—Bien —dijo Sadie, tras la línea, no muy convencida—, mañana seguimos con eso.
—Sabes que no es nuestro deber hacer esto, ¿no?
—Vamos, Nico, no me niegues un poco de emoción.
—¿Te recuerdo cómo terminé yo la última vez? —replicó, un poco molesto, los recuerdos de SPQR no eran precisamente un dulce.
—¿Quién dice que será igual? —repuso ella—. En fin, dejando el tema de lado, ¿leíste El Martillo de Thor?
Nico miró de reojo el libro sobre su mesita de noche, Sadie se lo había traído hacía dos meses, cuando salió, diciéndole que lo leyera, y como él tenía la primera parte, lo aceptó. La historia le gustó a grandes rasgos.
—Es una buena continuación de Magnus Chase —respondió, y era verdad, habían cosas que les gustaron.
—¿Qué tal Alex? —El entusiasmo de Sadie era palpable tras la línea.
—Me gustó —reconoció—, el personaje es peculiar, y que sea un metamorfo como su hermana le da unos puntos.
—¿Ves? Te dije que... —comenzó a decir, pero Nico no la escuchaba. Algo había quedado retumbando en su mente. Metamorfo. Un ser que cambia de forma. ¿Sería probable que el grupo que su madre estaba siguiendo «cambiaran de forma»? De alguna manera tenían que comunicarse o saber dónde se establecían los demás, alguna señal tendrían que tener.
¿Y si metamorfosean algo para que sea su señal?
¡El símbolo del hospital! El símbolo que tenía el despacho de aquel alce podría ser una señal, es decir, el símbolo de los doctores es una Copa de Esculapio, no ese símbolo raro. Tal vez aplicando esa lógica podrían encontrarlos.
—¡Alex, Sadie! —exclamó Nico.
—¿Qué?
—¡Alex, eso es! Alex Fierro era un metamorfo, cambiaba de forma, ¿y si a quienes buscamos tuvieran una forma de «cambiar de forma ante todos»?
—¿Cómo un símbolo?
—¡Sí!
Por un momento no hubo palabras.
—¡Eres un genio, Nico! —exclamó ella.
—Lo sé —dijo, con falsa molestia y en broma.
—¿Qué vas a hacer mañana?
—¿Por qué?
—Porque vamos a ver qué símbolos son egipcios en la ciudad...
212 horas para El Renacer.
Natasha Krieg miraba una de las pantallas de su ordenador, con el móvil desechable, para impedir que la rastrearan, en altavoz. Era un gran ordenador, con cinco pantallas, dos en cada lado y una central, en las cuales estaban varias imágenes: en el derecho superior, el mapa de la ciudad, con los puntos donde estaba la mayor concentración de animales por distrito; en el derecho inferior, la ubicación de los puntos claves por distrito; en la superior izquierda, la cuenta regresiva de Osiris; en la inferior izquierda, las Horas, y en la central los medios para dictarlas.
Como antigua Spetsnaz, el grupo de comandos especiales ruso, sabía qué procedimientos seguir para obtener buenos resultados, y su método personal consistía en la simpleza: tener todo listo antes de tiempo. Eran las cuatro de la mañana, pero ya tenía los materiales a utilizar para La Cuarta Hora; la Octava y Doceava serían aún mayores que esta.
Una sonrisa le pasó por el rostro a la leopardo de las nieves. Desde hacía años, cuando estaba al frente de Spetsnaz, no hubiera sentido tal emoción por hacer lo que haría, estaba entrenada para no demostrar emoción alguna en algún operativo. No parecer débil. Asumir todo sin queja alguna. Y, por ello, había visto lo podrido que el mundo estaba, niños matando ancianos, adolescentes peleando a cuchillo por comida, proxenetas explotando hembras.
No merecían perdón, ninguno de ellos.
Ni ella misma lo merecía. Lo sabía. No era una santa, pero si podía llevarse a otros consigo y evitar que siguieran pudriendo el mundo, valdría la pena. «Somos plagas; Osiris es la cura», pensó, revisando las armas que tenía en la mesa contigua al ordenador. No llevaría mucho. No era necesario. Era solo la Cuarta Hora; tal vez para la Octava. Esta vez sería más... sencillo.
Tomó el móvil y habló:
—Jonsu, ¿cómo vas?
—Estoy saliendo de mi turno —dijo este, notoriamente cansado. Le parecía graciosa la coincidencia de que su alias y él fueran parecidos. Así como Jonsu perdió luz de luna, este perdía poco a poco su fuerza; no sabía qué le había dicho Anubis a él, pero algo que si sabía era de estrategia: «Si impones tu voluntad a alguien tendrás un enemigo; si le haces creer que él es quién decide, tendrás un aliado con una venda en los ojos.» Inval había desarrollado Osiris, pero nunca sin ayuda de Jonsu—. ¿Lo harás después de todo?
—Me ofendes, mi estimado —repuso ella, guardando una pistola en la funda de su cintura, el hombro le dio un rayo de dolor, mas lo ignoró—. Convenimos hace mucho llevar las Horas a cabo cuando la cuenta iniciara. No te eches para atrás. No quiero traidores.
—No lo haré. —Tras el cansancio del reno, percibió firmeza.
—Muy bien —dijo, suspendiendo el ordenador y guardando una segunda pistola. «Hembra precavida vale por dos.»—. ¿Los contenedores?
—Están dónde deben.
—¿La cepa?
—Dentro. No es como Osiris, es de reactivo limitado; durará por una hora y luego morirán quienes las inhalen, pero está.
Ella revisó que nada quedara fuera de su lugar, tomó las llaves y fue a la puerta.
—A las 24:00 de hoy...
—La Cuarta Hora... —repuso él—. Solo asegúrate, Neit, que yo no esté allí.
—Veremos...
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Hola, gente, ¿qué tal?
¿Qué les pareció el cap?
¿La escena con Lyneth y la explicación de la vacuna?
¿La historia del nacimiento de Osiris?
¿La cuenta que encontró James
¿Lo que harán Nico y Sadie?
¿La escena con Natasha?
Dejen su review, gente, no olviden dejar su review, así me alientan a continuarlo.
Nos leemos luego.
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