VI. ¿Nada?
VI
¿Nada?
246 horas para El Renacer.
Eran las seis de la tarde cuando Dan llegó a su casa, apenas el rechinido de la puerta resonó por toda la sala al cerrarla con lentitud, escuchó los pasitos acelerados de su hija aproximándose hacia él. Momentos después Isa apareció, veloz como una flecha, y de un brinco se le enganchó a la cintura en un abrazo.
Dan, ya habiendo dejado la pistola tranquilizante en el estante lejos del alcance de los pequeños, cargó a Isa, como siempre y se la subió a los hombros. Era la rutina de ambos, y pese a que todos los días era exactamente igual, adoraba el repetirla. Si fuera por él lo haría por siempre.
—Hola, Isa —saludó Dan.
—Hola, papá.
—¿Y mamá? —sonrió.
—En la habitación de Alan —respondió, tomándolo por las orejas cuando comenzó a caminar hacia la escalera del segundo piso.
—¿Y eso? —quiso saber, era muy temprano para que los niños se acostaran.
—Alan está haciendo los deberes —dijo— y mamá lo ayuda.
—¿Enserio? —Movió la cabeza un poco para poder verla a los ojos, ella aún se agarraba de sus orejas—. ¿Y los tuyos, jovencita?
—Ya los hice —respondió con un tono alegre.
—¿Enserio? —Dan conocía muy bien a su hija, sabía que ella era como él a esa misma edad, movía cielo y tierra para escapar a los deberes—. Entonces no te importará que vaya y los revise, ¿o sí? —sonrió.
Sintió como el agarre en sus orejas se tensó un poquito más y él supo que había dado en el clavo: no los había hecho. Llegó arriba y bajó a Isabel de sus hombros, aunque la mantuvo aún cargada mientras la llevaba a su habitación.
—Isa, cariño —dijo, con voz tranquila—, sabes que tienes que hacer lo que te asignen en la escuela. Es tu responsabilidad.
—Es que no me gusta —murmuró contra su pelaje, algo molesta, pero que sonaba aún más adorable, como un gruñidito.
—No tienen que gustarte —rió—; por eso se llaman deberes. —Llegó a su habitación y la colocó en el suelo, se agachó a su altura, viendo sus ojos azules; era la copia exacta de Jeannette—. Ve y haz tus deberes y tal vez te de alguna chuche sin que mamá se dé cuenta, ¿bien? —Isa asintió, Dan le removió el pelaje; ella rió, se dio media vuelta y entró a su cuarto.
Emitió un suspiro complacido por su gran labor de padre del día y dio media vuelta para ir al cuarto de Alan, sin embargo, Jeannette estaba saliendo del mismo, cuando los ojos de ambos, azules hielo y oscuros, se encontraron, una sonrisa tironeó de los labios de Dan, y aunque Jeannette no lo admitiera, de la de ella también. Se encontraron en el barandal de la escalera y se dieron un beso como saludo.
—¿Qué tal tu día, solecito? —preguntó, colocándole las patas en los hombros.
Ella se mostró un poco reacia al cariño del zorro, pero momentos después relajó los hombros.
—Tenso, si te soy sincera.
—¿Ah, sí?
—Suéltalo de una vez, mocoso —interceptó ella—. Tú no eres cariñoso solo porque sí.
Dan le apartó las patas de los hombros y se llevó una al pecho, haciéndose el ofendido, a la vez que ella se giraba y lo miraba de frente. La verdad era que sí, iba a pedirle algo, pero no se suponía que lo descubriría tan rápido, ¿dónde quedaban sus dotes de zorros? «Ha sido mi esposa por tres años, más bien qué no me conoce.»
Ella arqueó una ceja mientras esperaba que él hablara, Dan se dejó caer de hombros mientras esbozaba una sonrisa de culpabilidad.
—Está bien, está bien —dijo, alzando las patas en señal de rendición. Suspiró—. Necesito que me ayudes con una cuenta bancaria.
—¿La del lobo que se suicidó? —apuntó Jeannette.
Dan se mostró perplejo.
—Sí, ¿cómo lo supiste?
—La Alcaldía me lo pidió esta tarde —respondió, rodando los ojos, su tono dejaba ver el disgusto que le tenía a la oficina gubernamental—. Creen que uno puede hacer y deshacer solo porque yo manejo el banco. ¡Las cosas no funcionan así!
—Naturalmente, naturalmente —asintió Dan, llevándole de nuevo las patas a los hombros y guiándola al cuarto—. Son unos desconsiderados.
—Les dije hasta el cansancio que no podía hacerlo así como así, pese a que el banco es mío —continuó ella, Dan abrió la puerta y entraron—. Tengo que hacer una reunión con mi comitiva para que estén todos a favor de exponer públicamente la cuenta de AlastorInval.
—Y si no está de acuerdo la mitad más uno —convino él, recordando que la junta administrativa de un banco se regía como una asamblea— no puedes ventilar la cuenta, por así decirlo.
—Sí. —Jeannette cruzó los brazos y bufó molesta; a veces Dan notaba el cambio que ella había tenido, casi no parecía la mafiosa con la que tuvo que colaborar y posteriormente luchar, hacía tres años—. Me provocó romperle las piernas. —Y a veces volvía a aflorar.
Retrospectivo, y a la vez que se recordaba que pasase el tiempo que pasase Jeannette seguiría siendo en el fondo la hiena ruda e independiente de la que se enamoró, soltó una suave risilla. Ella se volvió y lo miró con el ceño fruncido.
—¿Qué te causa risa? —preguntó.
Dan la abrazó por la cintura.
—Nada. —Hizo una pausa—. ¿Podrías, si tuvieras una orden que te facilitara el trámite de la ventilación de la cuenta?
—Me haría la vida más sencilla —reconoció la hiena.
—Creo que te la conseguiré —prometió, recordando que la jefa Hopps, que estaba de un humor casi perfecto por la llegada de Meloney y Sabrina ¡y su cachorro!, le había mandado a la Fiscal una solicitud para emitir una orden contra Empresas Roux.
El ambiente semiromántico que había logrado para calmar a la hiena, fue interrumpido por la llamada de Alan, quién le pedía ayuda con algo. Jeannette se salió del agarre de Dan con delicadeza y se volvió hacia la puerta.
—El deber llama —comentó. Él sonrió.
—Madre ejemplar.
Al salir ella, Dan se tumbó en la cama y sacó su móvil, si no mal recordaba Vicario le había dicho que sacaría a la gacela de la cárcel y le conseguiría un lugar donde quedarse para que esta no presentara la demanda contra la jefatura. Inteligente, sí, pero eso implicaba mucho movimiento y estar pendiente de varias cosas a la vez, ocultando información, sabiendo moverse entre mentiras y demás; y Dan, con las mentiras de su muerte con el caso de la SPQR hacía tres años, el vigilar que a Jeannette no la atraparan y demás, ya había tenido suficiente.
Encontró el contacto de Lune y le mandó un mensaje sencillo:
«¿Qué pasó con lo que ibas a hacer?»
A los pocos minutos le llegó contestación.
«Ni te imaginas en el lío que me acabo de meter.»
Dan no hallaba si reír o llorar por la triste suerte de su compañera.
241 horas para El Renacer.
Era una buena hora para llamar a Atha, probablemente deberían ser entre las nueve y once de la mañana en Egipto. En su despacho, Samuel marcaba el código numérico que servía de extensión para las llamadas internacionales, en específico para dicho continente; en cierta forma que el caso tuviera, según le contó Judy, involucrada mitología egipcia, era suerte, ya que Atha se encontraba en El Cairo.
Samuel podía contar con los dedos de una sola pata las veces que se había comunicado con Atha, ya sea por iniciativa de ambos; él sabía que Atha no era muy sociable que digamos, y luego de la muerte de Ren, su forma de ser introspectiva se agudizó aún más. Él prefería viajar por el mundo, conocer sus secretos y plasmarlos en un escrito.
Y para Samuel estaba bien así. Ren era la que aligeraba el ambiente entre los tres cuando estos estaban escondiéndose, estar con Atha a solas era un poco incómodo por su manera de ser. Los dos eran parecidos y por esa razón se formaban esas lagunas silenciosas incómodas.
Mientras sonaban los tonos de marcado y esperaba, evocó los recuerdos que habían tenido cabida hace tres años, y si era sincero consigo mismo, hacía mucho más. Le llegaron a la mente las muertes que presenció de joven por Cristian y Bellwether, sus retorcidos planes, los rostros de Agatha y Fred, los ojos sin vida de Ren con su última sonrisa en el rostro, los estragos emocionales que había tenido Jeannette cuando Dan resultó herido y, lo que más le aterró, las heridas casi mortales de Ben.
Benjamín.
Haría lo que fuera para protegerlo de cualquier peligro esta vez, incluso si para ello tuviera que sacrificarse. No volvería a perder a alguien, mucho menos a Ben. La voz del lobo lo sacó de su ensimismamiento.
—¿Bueno? —La voz de Atha seguía igual de diplomática, más incluso—. ¿Quién habla?
—Atha, soy yo, Samuel.
—Oh. —Se escuchaba una ligera estática y un bullicio en algún idioma que no conocía. «¿Un mercado, quizá?»—. ¿Necesitas algo?
Samuel le hizo un rápido resumen de lo que tenían: que una especie de doctor loco había dicho algo con referencia a la mitología egipcia antes de suicidarse y que estaba bajo la lente por algunos procedimientos extraños y algunas amenazas.
—En palabras simples —comentó Atha—: quieres que, como te dije hace dos meses que estaría de visita en El Cairo, investigue algo, ¿me equivoco?
—Tan sagaz como siempre —repuso Samuel.
Se oyó un suspiro tras la línea.
—Lo pensaré. —Por la forma en que lo dijo, Samuel juraría que estaba pensando en Ren. Ojalá ella estuviera aquí, pensó, si así fuera lo hubiera hecho aceptar en un parpadeo—. Me pasaré por ahí a ver qué encuentro, pero no te hagas ilusiones. No me llames, yo te llamo.
—Gracias. —Como ninguno de los dos tenía más que decirse, el lobo gris colgó.
Se frotó el entrecejo mientras dejaba el móvil en el escritorio, no tenían nada de nada, solo una posible conexión que, según le dijo Judy, Dan y Lune habían encontrado, llevándolos a Empresas Roux, aunque no sabía si su jefa había emitido o no la orden de pedido al fiscal.
La puerta del estudio rechinó al abrirse, un guepardo rechoncho entró bostezando.
—¿Sam? —dijo, con evidente sueño. Samuel no pudo menos que sonreír.
—¿Sí, Ben? —Por más que llevaran juntos, siempre que veía a Ben todo parecía volverse más alegre. No pasaba día en preguntarse qué hubiera pasado si no hubiera tenido el valor de besarlo en aquel concierto. «No gozaría de esta felicidad.»
—¿Vas a venir a dormir o te quedarás toda la noche trabajando? Son las once.
Miró los papeles que tenía en el escritorio y luego a Ben, quien parpadeaba perezosamente, sonrió y se levantó. Era hora de dejar de trabajar.
233 horas para El Renacer.
Estaba alistándose por completo cuando su reloj digital marcó las siete de la mañana y su móvil vibró en la cama a modo de alarma vespertina. Solo le faltaba la camisa azul y la placa, sería rápido; se la colocó, la abotonó y se prendió la placa al pecho, puliéndola un poco.
Salió de su habitación rumbo a la cocina para prepararse algún desayuno ligero antes de irse, un sándwich tal vez. Algo que sintió diferente fue cuando cruzó el trayecto de la sala a la cocina, el departamento, a diferencia de antes, no parecía emitir esa deprimente soledad de siempre, pareciera que el que Carla estuviera tumbado durmiendo en el sofá llenaba el lugar.
Al atravesar el umbral de la cocina y empezar a prepararse dos emparedados, empezó a pensar sobre Carla. El tema que él le había dicho sobre que era género fluido ciertamente la tomó por sorpresa, jamás en su vida había oído de dicho término, y la explicación que este le dio, aunque le ayudo a comprenderlopor el momento, fue un poco simple, haciendo que la curiosidad le picara bastante.
Terminó de comerse los dos emparedados y luego de lavar el plato, guardarlo y asegurarse de que no dejaba nada desordenado, salió de la misma. Llegó a la puerta y tomó las llaves para irse, sin embargo, algo la detuvo. Alguien, más bien. De soslayo vio como Carla estaba a piernas sueltas en el sofá, con los labios un poco abiertos y algo brillante que parecía saliva en una de sus comisuras.
No supo por qué lo hizo, tal vez precaución, tal vez cortesía, tal vez empatía, pero antes de salir fue hasta un estante cerca de la puerta y tomó una hoja para anotar; la nota era simple: «Prepárate algo. Espero sepas cocinar. Si necesitas otra cosa (y que sea urgente) me llamas a mi número, está guardado en el fijo.»
Le dio una última mirada, tratando de entender si valía la pena dejarle la nota, no obstante, su móvil vibró de nuevo, era la segunda alarma, la que marcaba las siete y treinta; debía irse. Abrió la puerta y salió.
Al llegar a la jefatura la recibió Dan, quien la esperaba en la entrada con un papel en la pata, su expresión era de alegría pura. Llegó con él y apuntó la hoja con los labios.
—¿Y eso? —preguntó
—La solicitud de la orden —respondió, con una actitud tan alegre que si sonreía un poco más la cegaría—. Tengo que ir a hablar con la Fiscal y exponerle lo sucedido. Si está de buen humor, aceptará. —Se arregló la corbata con falsa modestia—. Y Lune, estás viendo a un gran negociante.
—Y por eso estás tan... ¿alegre? —quiso saber.
Dan movió un dedo de forma juguetona.
—¿Es que no puede uno estar alegre? Mira el día, es hermoso. Se puede...
—Oh, ya veo. —Lune rodó los ojos—. Jeannette te... atendió.
—Muy zagas, Vicario —rió; inspiró con fuerza y se encaminó hacia la patrulla que estaba estacionada en la entrada, ella lo siguió—. ¿Cómo te fue con Carla?
Lune frunció el ceño y soltó un gruñido bajito.
—Ya te lo conté.
—Cierto, ayer por mensaje. —Llegaron a la patrulla, el entró en el lado del conductor y ella en el del pasajero; las puertas se cerraron con un pequeño estruendo—. ¿Tienes idea de a dónde la llevarás?
—No lo sé —respondió, cuando la patrulla cobró vida con un rugido, la casi imperceptible vibración del motor, la relajaba apenas un poco—. No sé por qué lo dejé quedarse
De repente se dio cuenta que dijo «lo» en lugar de «la», se preparó para la pregunta ya que lo único que no le había contado a Dan sobre Carla, era que era género fluido, consideraba que el tema no tenía que contarlo ella, sino él.
—¿«Lo»? —se extrañó el zorro rojo, mirándolo de soslayo. Pararon en un semáforo—. ¿Cómo que «lo»? ¿Qué Carla no es mujer?
Lune se frotó el entrecejo. ¿Por qué demonios tenía que ser él de género fluido? ¿No podía ser mujer y ya?
—Carla es de género fluido. —Rápida y precisa, no necesitaba dar más detalles. Cuando Dan la miró con duda, se encogió de hombros para hacerle creer que no sabía nada... y no estaría lejos de la verdad; no sabía mucho.
—Bueno —dijo, extendiendo la palabra. Lune reconoció ese gesto, él siempre lo hacía cuando trataba de entender algo que no entendía—. ¿Y cómo lo llevas?
—¿El qué?
—Que sea de género fluido.
—Es raro. —Lune se reacomodó en el asiento, no sabía por qué se le hacía algo incómodo de hablar del tema, si el que era así era Carla y no ella—. No sé cuándo es cual.
—¿No le has preguntado? —Dan arqueó una ceja, girando en una esquina; ella la reconoció en el acto, era la calle de su edificio.
—¿Qué hacemos aquí? —repuso, haciendo caso omiso de la anterior pregunta.
—Anoche por mensaje me habías dicho que querrías sacarla de allí lo más pronto posible, ¿no?
—Sí.
—Entonces aprovecha el tiempo en que yo dure en Fiscalía para que tú y Carla salgan a buscar algún otro lugar —le aconsejó—. Son las ocho y treinta, tal vez a las nueve o diez, no sé, estaré saliendo de Fiscalía. Estaríamos matando dos pájaros de un tiro.
Lune estaba reacia a aceptar que Dan tenía razón, una razón aplastante. No dijo nada durante el trayecto hasta su edificio, y cuando este frenó y la miró como si estuviera mirando a uno de sus hijos, bufó y se bajó del vehículo refunfuñando su estúpida idea de sacarla de la cárcel.
No vio la patrulla irse, pero si la oyó, los neumáticos quemándose en el asfalto. Con su llave única abrió la puerta y entró, se dirigió al ascensor y marcó su piso mientras se recriminaba cada rato lo mismo:
—La sacaré de la cárcel para que no me demande, será grandioso. Qué ilusa fui.
Las puertas se abrieron con un «ding» y fue bombardeada por una música a alto volumen, Lune frunció el ceño, notando que la misma emanaba de su departamento. «¿Qué demonios está pasando?», pensó mientras abría le puerta. El sonido se duplicó y cuando cerró, vio que Carla le bajaba volumen con el mando desde el comedor, devorando un emparedado de vegetales.
Lune cerró los ojos e inspiró profundo, conteniendo las ganas de matarla allí mismo. Total, nadie notaría que él faltaba. «Los nuevos vecinos.» Despejó su mente tratando de sacar esos pensamientos que ahora mismo se veían muy tentadores. Carla sonrió y la saludó con un gesto de la pezuña.
—Hola, casera —dijo, y dio otro mordisco a su emparedado—. ¿Qué cuentas?
«Con calma. Con calma. Mira que sus patadas duelen.» Y como seguro, le dio una puntadita de dolor en la mandíbula. La loba roja tensó las patas y suspiró, tranquila.
—Tener la música tan alta me dará problemas —le hizo saber, con un tono diplomático—. Los vecinos no son muy alegres que digamos, y los nuevos no sé.
—Um...
Lune hizo acopio de todo su autocontrol y se sentó en la mesa, a un lado de Carla, mientras fijaba sus ojos azul oscuro en él. Ahora que se ponía a ver, este era un buen momento para, tal vez, preguntarle sobre él.
—¿Puedo preguntarte algo? —comunicó.
Carla alzó la mirada de su plato y la fijó en ella.
—¿Es por mi... condición?
—¿Es una enfermedad acaso? —A Lune le molestaba esa palabra. «Condición» era la forma en la que a su madre le decían sobre el cáncer. «Es una condición delicada.»
—No —respondió Carla, inmutable—, pero muchos dicen que lo es.
—Entonces no le digas «condición» —puntualizó Lune—. Es parte de ti, tu forma de ser, no lo trates como enfermedad.
Carla se le quedó mirando, muy distinto a como hizo apenas pocos segundos, parecía haber sorpresa en sus ojos gris ceniza, sorpresa y ¿agradecimiento? Luego sonrió de medio lado y suspiró.
—¿Qué quieres saber? —repuso, esta vez parecía más... ¿abierto? No supo decirlo a ciencia cierta, pero se notaba distinto, algo más agraciado.
Ahora que tenía carta blanca para preguntar, no se detuvo, aunque se sentía algo extraña por hacerlo, como una intrusa, si curiosidad pudo más que ella.
—Explícame todo.
Él apartó el plato cuando hubo terminado y entrecruzó sus pezuñas por sobre la mesa. Dejó soltar aire lentamente, como tratando de ordenar sus ideas, y habló:
—¿Tienes algún conocimiento o algo?
—No mucho —reconoció, encogiéndose de hombros. Carla frunció los labios.
—¿Tienes lápiz y papel?
Lune sacó de su uniforme la libretita que usaban para las multas de tránsito para cuando estaban en rondas y el bolígrafo que tenía colgando en uno de los bolsillos de su camisa; se los tendió. Carla los tomó y dibujó un intento de gacela en la hoja, parecía los dibujos de las crías en los preescolares. Le dibujó en donde deberían ir los genitales, un círculo con tres líneas: el símbolo de masculino, el de femenino y el de intersexual.
—Cada persona se compone de tres elementos, cuatro si tomas otro —empezó a explicar—. El primero y más sencillo es el sexo biológico: hombre, mujer o intersexual.
—Te sigo.
—Bien, porque ahora viene lo complicado —sonrió él, en la cabeza de la gacela dibujó un maltrecho cerebro—. Lo siguiente es la identidad de género: cómo percibes tu género. Lo complicado viene porque se inicia con dos definiciones, cisgénero y transgénero. El cisgénero es todo, por decirlo de alguna forma, lo común: hombre o mujer; binario. Mientras que el transgénero es todo aquel que no se siente cómo en su género biológico. ¿Me sigues?
—Más o menos, ¿transgénero no es lo mismo que transexual?
—No. —Carla movió el lapicero entre sus pezuñas—. Los transgénero son personas que no se sienten cómodas con su género biológico, pero se dividen en dos: los transexuales (que se sienten del otro género, véase hombre a mujer o mujer a hombre, y se quieren cambiar el sexo) y los no binarios, que son todos aquellos que no se sienten a gusto con su género, mas no desean cambiarse el sexo. Un poco complicado.
Lune sentía que la cabeza le daba vueltas, pero lograba entenderlo... más o menos. Un transexual es un transgénero binario, ya que quiere ser el otro género con qué se siente a gusto, y un transgénero no binario es aquel que aunque no está a gusto con su género, no quiere cambiar su sexo.
—No, tranquilo —repuso la loba—, te sigo.
Carla asintió, parecía contento de que entendiera.
—Entre los transgénero no binarios hay una larga, pero larga lista: género fluido, agénero, bigénero, poligénero, género neutro, género espejo, mutogénero, etc. —Hizo una pausa y le dibujó un corazón a la gacela—. Ahora vamos con la tercera: la orientación sexual. Aquí no hay mucho que explicar, están heterosexual (atracción al sexo opuesto), homosexual (atracción a los del mismo sexo), bisexual (a ambos), asexual (a ninguno), pansexual (a cualquiera, independientemente de su género o sexo) y demisexual (atracción sexual solo hacia las personas con las que haya desarrollado previamente lazos emocionales fuertes).
—¿Bisexual y pansexual no son lo mismo? —preguntó Lune.
—No. Un bisexual siente atracción hacia hombres y mujeres, ambos, pero únicamente binarios; un pansexual, sin embargo, siente atracción tanto hacia los binarios como los no binarios. Por cualquiera.
—Ya.
Carla le dibujó una especie de malla a la gacela, pequeñas líneas que rodeaban el contorno del dibujo.
—Por último tenemos la expresión de género —continuó—: el cómo te expresas, movimientos, forma de ser; masculino, femenino o andrógeno (que sería un término medio entre ambos). —Hizo otra pausa, y la miró con intensidad—. ¿Llegaste a entender algo?
Lune se quedó en silencio un rato, mientras Carla se levantaba y llevaba el plato a la cocina, se escuchó el chorro del agua cuando este lo lavó. La macroexplicación que él le dio era intensa, muy intensa, pero ahora veía a Carla con otros ojos. Si para ella entender toda esa bomba de información era complicado, como habría sido para él cuando lo descubrió. ¿Cómo habrían reaccionado sus padres? ¿Su familia? ¿Sus amigos?
Se sorprendió pensando eso, ella no era nada ni nadie para pensar en lo que Carla tuvo que haber pasado, a duras penas llegaba a ser su casera. El sonido de las pezuñas de Carla sobre los azulejos del suelo la sacó de sus pensamientos, este se detuvo frente a ella y la miró de arriba abajo, Lune se sintió un poco incómoda. Él le tendió la libretita y el bolígrafo, ella los tomó y los guardó.
—¿Entendiste algo? —preguntó.
—Sí —respondió—; tomándote como ejemplo diría que tu sexo biológico es hembra, tu identidad de género es género fluido, tu expresión de género diría que es más masculina, y tu orientación... —Se quedó en silencio, no sabía qué responder a ello.
—Asexual —completó él—. Soy asexual.
—O sea —tradujo Lune—, no sientes atracción por nadie.
—No necesariamente, los asexuales nos podemos enamorar, tener una vida sexual activa luego de tener la pareja, pero antes de ello, es casi imposible que sienta atracción sexual por alguien. —Se llevó una pezuña al rosto—. Como puedes ver, mi único amor han sido las artes marciales. —Una sonrisa que pareció bromista surcó su rostro—. La patada que te di es un claro ejemplo. Y —añadió, esta vez como apenado—, lo siento por eso.
Lune estaba muy confundida como para sorprenderse por la disculpa.
—Pero si me acabaste de decir que los asexuales no sienten atracción por nadie —replicó.
Carla rodó los ojos y bufó con molestia, Lune se puso de pie e iba a reclamarle que le explicara aquello... y entonces, él hizo lo impensable. La tomó por la camisa y la besó.
La sorpresa fue tal que se quedó estática en el sitio, dando un pequeño quejidito de sorpresa. Sintió un latigazo en el cuerpo cuando, para bien o para mal, su cerebro decidió enfocarse en la sensación de sus labios contra los suyos; de una suavidad casi cariñosa y que parecía incitarla a responderle. Él intensificó un poquito el beso, repitiéndolo, aunque sin ser uno profundo como tal, y a Lune las piernas casi la traicionaron. Carla se separó y la miró con una tranquilidad casi insultante.
Lune estaba agitada y una preocupante sensación de no querer que eso acabara, sentía el corazón como un tambor, y que con cada latido, la cabeza amenazara con explotarle. Carla sonrió despreocupado.
—¿Ves? —dijo, encogiéndose de hombros—. Nada. No sentí nada. ¿Entiendes ahora lo que es ser asexual?
Las patas de Lune se contrajeron en puños, apretándolos tan fuerte que los nudillos se le pusieron blancos, el vibrar de su móvil contra su bolsillo la calmó por un instante. Era un mensaje entrante de Dan, había logrado acelerar el proceso y ahora, a las diez de la mañana, tenía la orden lista. Ella lo guardó y suspiró, tomando las llaves, caminó a la puerta.
—Por lo general los demás no entienden que es ser asexual de género fluido, pero...
Lune se volvió como la depredador que ella es y le estampó una bofetada que lo hizo tambalearse, tan fuerte que la pata le quedó ardiendo. El enojo bullía en su interior. ¿Cómo se atrevió a besarla así como así? ¿Quién besa a otro para probar un punto? ¿Los demás; con cuantos más había aplicado lo mismo?
«No sintió nada. ¿Cómo carajos no siente nada?»
Bufó furiosa, destilando enojo en cada respiración y con unas ganas de saltarle encima y hacerla girones, sin embargo, se logró controlar. No supo de dónde sacó la calma, pero lo hizo.
—Carla Blair, vuelves a hacer eso —amenazó, gruñéndole cada palabra lentamente para darle a entender que no estaba solo molesta, estaba que se subía por las paredes del enojo— y te juro, te juro por la tumba de mi madre que no amaneces viva. ¿Comprendido?
Carla la veía con sorpresa y lo que parecía ser miedo, no sabía y no le interesaba, quería salir de allí lo antes posible. Él asintió repetidas veces y Lune salió, azotando la puerta.
Una vez afuera, suspiró para calmarse, sin conseguirlo. Llamó el ascensor y esperó. Tal vez la ida a Empresas Roux le mejorara el ánimo, o le hiciera olvidar lo que pasó.
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Hola, gente, ¿qué tal?
¿Qué les pareció el cap?
¿La escena con Dan?
¿Con Samuel?
¿Lune y Carla en el final? 7u7
Agárrense que ahora terminó lo calmado :v Prepareishon para lo que viene xd
Dejen su review, gente, no olviden dejar su review, así me alientan a continuarlo.
Nos leemos luego.
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