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IX - Probabilidad

212 horas para El Renacer.

No se sentía muy cómodo dentro de la pirámide. Sí, era un patrimonio cultural impresionante, con muchos años de antigüedad, pero Atha no era un lobo de interiores, detestaba estar encerrado, y las paredes que se alzaban fuertes e inamovibles, así como muy viejas, salpicadas de jeroglíficos y antorchas, no ayudaban. Sentía que en cualquier momento podían derrumbarse y sepultarlo. «Un faraón del siglo veintiuno.»

Jawhar, en su recorrido, le había contado, sin dejar de caminar, que la pirámide de Giza fue mandada a construir por Keops, que estaba compuesta por tres cámaras principales, dos situadas en el interior de la pirámide, las cámaras del rey y cámara de la reina, y en el subsuelo, la cámara subterránea. También había una que se llamaba la Gran Galería. Para Atha todo eso sería interesante, como cuando visitó los castillos de Gales, sin embargo, puesto que estaba buscando algo que le dijera «¡eh, aquí hay algo de esos dioses!» no podía disfrutar la ruta.

En las paredes habían infinidades de jeroglíficos tallados, figuras y formas, algunos parecían animales, otros líneas, otros curvas y así iban, variando cada tanto. Al preguntarle a Jawhar qué significaban la mayoría de los jeroglíficos este le decía que eran en su mayoría sortilegios para que el faraón llegara al mundo de los muertos bien, algo con el Libro de Los Muertos. Ese libro. Mientras caminaban por la Gran Galería, Atha preguntó:

—Este Libro de los Muertos... ¿existe en físico?

Jawhar asintió sin dejar de caminar.

—Claro que existe —confirmó—, de hecho en cada pirámide hay uno.

—¿Ah sí? —se interesó Atha.

—Por supuesto. —Jawhar asintió y la sombra de la antorcha a su derecha se le dibujó en la cara, dándole un aspecto tétrico, como un ladrón de tumbas. Había algo en su mirada, que le erizaba el vello a Atha; sacudió la cabeza para dejar esa paranoia—. El Libro de los Muertos, consiste en una serie de sortilegios mágicos destinados a ayudar a los difuntos a superar el juicio de Osiris, asistirlos en su viaje a través de la Duat y viajar al Aaru, en la otra vida —dijo de forma mecánica, como si su cerebro estuviera acostumbrado a decir lo mismo.

—¿Duat? ¿Aaru?

—Inframundo y paraíso egipcio, respectivamente.

Atha asintió, pensativo. ¿Podría ser el Libro de los Muertos lo que buscaba; tendría la información que necesitaba?

—Asimismo —añadió el camello, descendiendo por una rampilla a lo que Atha suponía era la cámara subterránea— existen otros escritos: el Libro de las Cavernas, el Libro de Amduat, el Papiro de Ani, el Libro de las Puertas y otros varios más.

Sin embargo, había una cosa que le terminó revoloteando en la mente, Jawhar había dicho «el juicio de Osiris.»

—¿El juicio de Osiris? —preguntó—. ¿Qué es eso?

Con una sonrisa, quizá demasiado amplia, a la vez que se internaban cámara abajo, Jawhar respondió:

—El juicio de Osiris era el acontecimiento más importante y trascendental para el difunto, dentro del conjunto de creencias de la mitología egipcia —explicó—. En la Duat, el espíritu del fallecido era guiado por el dios Anubis ante el tribunal de Osiris. Anubis extraía mágicamente el Ib, el corazón, que representa la conciencia y moralidad, y lo depositaba sobre uno de los dos platillos de una balanza. El Ib era contrapesado contra la pluma de Maat, símbolo de la Verdad y la Justicia Universal, situada al otro lado del platillo.

»Mientras, un jurado compuesto por dioses le formulaba preguntas acerca de su conducta pasada, y dependiendo de sus respuestas el corazón disminuía o aumentaba de peso. Thot, actuando de escriba, anotaba los resultados y los entregaba a Osiris, y dependiendo si pasaba o no, iba al Aaru o era devorado por Ammyt.

Interesante. Así que Osiris además de ser el dios de la resurrección, presidía del tribunal del inframundo y juzgaba a los muertos, con la ayuda de Anubis, quien colocaba su corazón en la balanza pesándolo contra Maat. Si lo veía con detenimiento, el peso de las acciones cometidas en vida que determinaban el camino a seguir, Aaru o devorado por Ammyt, le recordaba a la filosofía cristiana; en ambas mitologías las acciones conllevan consecuencias y determinan un destino.

No sabía por qué, pero algo en él le decía que esas palabras eran claves. Acciones y consecuencias.

Sacudió su cabeza para apartar eso de su mente, debía centrarse en los dioses que Samuel le pidió. Con un suspiro se dirigió hacia el camello.

—¿En esta pirámide —comenzó, se agachó para pasar por una especie de puerta y se apartó las telarañas que se le enredaron en el pelaje— está algún libro?

—Oh claro —respondió—; como le dije, el Libro de los Muertos.

—¿Y los demás?

—Los demás están en el museo de El Cairo, son reliquias antiguas, invaluables. Sería un insulto no haberlas sacado de aquí y mantenerlas en un lugar adecuado para su conservación, en cambio, el Libro de los Muertos es repetitivo en todas las tumbas, pirámides, necrópolis, como guste; solo bastó con llevar uno a restauración y conservación y dejar los demás.

Con un asentimiento de la cabeza, Atha terminó de ingresar a la cámara subterránea de la pirámide.



191 horas para El Renacer.

El disparo fue tan limpio que lo hizo evocar cuando había disparado un arma en una situación similar. Veintitrés años atrás; si recordaba bien, fue contra Afrodita porque... no, fue contra sus esbirros. «Qué rápido pasa el tiempo», pensó, disparando de nuevo, sintiendo el temblor del estallido, el cual casi no le afectó, ya estaba acostumbrado.

La bala surcó el aire y le rozó el costado a la leopardo de las nieves, como advirtiéndole que se detuviera, Nick gritó la voz de «Alto», mas ella no se detuvo, solo hizo algo que lo sorprendió, tanto por la locura del movimiento, como por la asquerosa certera precisión que tuvo. Ella, sin voltear ni disminuir su corrida, levantó su arma y apunto por sobre su hombro, disparó y la bala le rozó la oreja.

«¿Es que tiene ojos en la espalda o qué diablos?»

Sin dejar de correr, persiguiéndola, Nick disparó hasta que el cargador de su arma quedó vacío, sin acertar ninguna; lo máximo que llegó a atinarle fue un roce en el hombro, donde había una especie de vendaje que empezaba a aflojarse por el movimiento de la corrida. Un vendaje, pensó, estaba herida en el hombro, debía apuntar allí. Cargó su arma y sacó una segunda que tenía oculta dentro de la camiseta. Judy le había dicho incontables veces luego de SPQR que solo debían cargar un arma reglamentaria, pero Nick no quería arriesgarse, ya habían tentado a la muerte muchas veces, ellos, sus conocidos y sus hijos, como para que después de todo eso, siguiera sin cuidarse.

Con ambas armas en patas y cargadas, la persiguió calle abajo. No disparaba sin que le importase nada, no quería herir a nadie, y los pequeños temblores que causaba cada que se impulsaba con una pata le afectaban la precisión, era bueno disparando, pero no perfecto.

Estaban llegando a una intersección en la calle, y los esfuerzos estaban haciendo mella en Nick, no estaba para sobreexigirse tanto, después de todo, los años no pasan en vano, alzó una de las pistolas y disparó. La bala surcó el aire con un estruendo y le perforó la oreja a la leopardo, quien no pareció inmutarse por el agujero que tenía en la misma; solo siguió corriendo. Nick maldijo por lo bajo y continuó la persecución. Al llegar al cruce, la leopardo de las nieves derrapó en el suelo para girar a la izquierda, por la velocidad a la que iba, logró recomponerse y corrió con fuerza.

Sin dejarse amedrentar por aquella leopardo continuó corriendo hasta llegar a la intersección, sabiendo que por el impulso que tenía le sería difícil hacer el giro a la izquierda sin perder preciados segundos, que podrían hacerle perder de vista a la perseguida, decidió acelerar más. Se llevó un arma a la boca para dejar una pata libre y cuando llegó al cruce, tomó el poste del alumbrado, aprovechando la inercia de la corrida sumado a su flexibilidad natural de zorro le fue relativamente sencillo hacer el giro y tomar aún más impulso para correr.

A ambos los separaba antes una distancia variante de tres a cinco metros, pero con el impulso del giro la redujo a dos metros, aunque él bien sabía que si alargaba esto mucho más la terminaría perdiendo; tenía que capturarla en los próximos trescientos metros antes de que su estamina se agotara.

Se quitó el arma de los labios y vació el cargador disparando en un intento de darle, dos le rozaron el brazo y una la mejilla; con un gruñido molesto arrojó el arma vacía y sin dejar de correr apunto con la otra. «El hombro. Debo darle en el hombro.» Empezando a enojarse por la desesperación por no darle volvió a disparar, esta vez, logró atinarle una bala en el hombro, solo que no donde quería: el vendaje estaba casi sobre el omóplato y él le logró dar más hacia el ligamento.

Ella soltó un quejido de dolor y se llevó la pata, soltando el arma, al hombro, Nick aprovechó para reducir la distancia, tomando sus esposas con la pata libre. Al llegar con ella y bajar el martillo del arma para volver a disparar si la situación lo requería, levantó las esposas.

—Manos arriba y...

No pudo terminar la frase, la leopardo de las nieves, como un haz de luz, con los ojos verde oscuro tan intenso que parecía un demonio, se giró y con la pata sana le asestó un golpe en la muñeca, haciéndole soltar el arma y arrancándole una corriente de dolor por el brazo. Una sonrisa surcó por sus labios al ver su expresión y, veloz como una flecha, le dio un golpe al estómago, sacándole el aire. Nick se dobló por el dolor, a lo que ella aprovechó y, con una postura de pelea muy extraña, con una pata casi en su rostro y la otra a nivel del costado, sumado a que las piernas estaban muy abiertas, lo golpeó.

Fue como si una locomotora lo hubiera arrollado, tenía una fuerza ridícula. No. No era solo fuerza. Era la técnica. Al ella tener una postura tan abierta de pies y la pata al costado a nivel de la cintura, el movimiento giratorio para ejercer el golpe le daría una fuerza máxima que provenía de la cadera, le subiría por el brazo y explotaría en su pata. Sacudiendo la cabeza para recuperarse algo le quedó claro: no podía recibir muchos de esos golpes porque quedaría noqueado.

Quería pelear a la antigua, ¡pues venga! Nick se llevó ambas patas al rostro, poniéndose en guardia y poco después lanzó el primer golpe. Recordando su entrenamiento de hacía tantos años en la Academia, que lo tenía grabado con fuego en cada parte de sí, empezó a lanzar varios golpes, derechazos y combos, sin embargo, ella los esquivaba todos con una gracia insultante. No obstante, algo de lo que se dio cuenta era que, además de esquivarlos dando un paso atrás o hacia la dirección contraria de los golpes, como una serpiente, el pie izquierdo no lo despegaba del suelo, lo arrastraba con una delicadeza de bailarina y tampoco se apartaba la pata del rostro.

Los movimientos fluidos que realizaba para evadirlo lo desconcertaban, en la Academia, como en las prácticas en el gimnasio de la ZPD siempre lo hacían con diferentes artes marciales para que, en casos como estos, no los tomaran desprevenidos, no obstante, ese estilo de ella era nuevo para él. Sin dejarse intimidar lanzó más golpes con más intensidad, y cuando lanzó uno con la derecha, ella, con su pata que tenía casi en el rostro, le tomó la pata, frenándolo, respondió con tres golpes al rostro y giró su cuerpo, aplicándole una llave de judo, arrojándolo al suelo.

Nick impactó de espaldas contra el suelo, con un latigazo de dolor por la columna, la leopardo alzó una pata y trató de golpearlo, pero él logró detener el golpe tomándosela y tirando con fuerza, haciéndola perder el equilibrio. A la vez que ella caía, él se levantaba y saltaba sobre ella, quedando sentado a horcajadas en la leopardo. Esta se quiso revolver para sacárselo de encima, aunque Nick lo evitó sacando sus garras y clavándoselas en la herida.

—No te muevas —gruñó, cansado; ella no le hizo caso, por lo que apretó más fuerte, la sangre de ella le manchaba el rojizo pelaje de la palma. Al fondo detectó el sonido de las sirenas policiales.

—Maldito policía —masculló ella, frunciendo el ceño y escaneándolo con esos ojos verdes.

Nick, sin sacarle las garras de la herida en el hombro, alcanzó el otro par de esposas que tenía al cinturón y las abrió para apresarla. Sin embargo, un ruido lo distrajo; un repiqueteo, uno que conocía muy bien. Giró la cabeza un poco a la derecha para constatar que era, pero no, no era una granada aturdidora, era una de humo. Instantes después, como si un volcán hubiera exhalado tal cantidad de humo, una pantalla negra le nubló la visión, para un momento después invertir los papeles y ser ella quien lo tuviera dominado.

No sabía quién, no sabía de dónde, no sabía cuándo, pero alguien la había ayudado. Alguien había lanzado aquella bomba. Oteó lo poco que no estaba cubierto de humo y entonces lo vio, una sombra se escabullía con gracia felina, trató de agudizar la visión, pero el sonido de un martillo le absorbió la atención. Ella lo apuntaba con su propia arma. El corazón le empezó a latir con fuerza al ver el cañón del arma casi en su rostro.

—Nos vemos, policía...

—No lo harás a tiempo —dijo Nick, tratando de conseguir tiempo—. No podrás huir a tiempo. Aunque me mates no saldrás con vida de esto.

Ella pareció divertirse por lo que dijo.

—¿Eso es lo que crees? ¿Crees que quiero salir viva? —Negó con la cabeza—. Nadie saldrá vivo, policía.

A Nick esas palabras lo hicieron ponerse nervioso, más aún que el tener un arma casi en el hocico.

—¿Qué quieres...? —comenzó, pero no pudo terminar.

—Porque somos una plaga —dijo— y Osiris es la cura... —Presionó el cañón contra su mejilla—. Se acaba el tiempo de decidir, policía.

Nick cerró los ojos esperando el disparo, sin siquiera pensar en otro animal que no fuera Judy. Oyó un disparo y contuvo el aliento, mas no sintió dolor ni nada, y él conocía perfectamente cómo dolía un disparo, primero calor y luego el dolor, pero esta vez no estaban esas sensaciones. Dubitativo, abrió los ojos, para toparse con que la leopardo sostenía la pistola de forma errática, con sangre goteándole de una agujero en el antebrazo.

—¡Papá! —gritó una voz, Nick ladeó la mirada y encontró a Meloney, caminando hacia él, a paso lento pero decidido, sin dejar de apuntar a la leopardo—. ¿Estás bien? —preguntó, un poco más calmada, pero sin perder esa firmeza en la voz.

—Sí, hija —asintió Nick—; gracias.

Cuando la leopardo giró la cabeza para mirar a Meloney, él aprovechó para desarmarla dándole un golpe en la herida del antebrazo, cuando el arma cayó, la tomó y le apuntó.

Pese a que ambos, él y Meloney, la tenían a tiro de mira, ella no pareció preocuparse. Sangraba, estaba desarmada y la superaban en número, no había forma de que huyera; y aún así, estaba tranquila. A la vez que Meloney se acercaba, ella suspiró y cerró los ojos, como esperando algo, oyendo algo o entrando en un trance, Nick no sabía qué, luego los abrió y una sonrisa algo desquiciada le deformó el rostro.

—Nos vemos, oficiales —dijo—. Mándale saludos al otro zorro de mi parte, y a la loba también, le hice una linda perforación, ¿verdad?

Se inclinó un poco y replegó sus orejas, a la vez que cerraba los ojos. Nick detectó un atisbo de movimiento por el rabillo del ojo, una figura que parecía tener cuernos arrojó desde la azotea de un edificio cercano algo cilíndrico. «Demonios, no de nuevo.»

—Meloney... —empezó a decir, mas no terminó.

Como si una estrella estuviera naciendo en el mismo aire, todo brilló con intensidad por un momento, cegándolo y haciéndole doler los ojos, acto seguido un pitido atronador sonó, haciéndole sentir como si le taladraran la cabeza; conocía muy bien el efecto. Una granada aturdidora.

Cuando terminó el efecto y se hubo recuperado, la leopardo no estaba, se había esfumado, como si se hubiera volatilizado en el aire. Oteó la zona en su búsqueda, pero lo único que halló fue a su hija, apenas sosteniéndose de pie y con una pata en la cabeza. De seguro tenía el mismo efecto que él, supuso.

Se puso de pie, tambaleante y lanzó un juramento, casi gruñendo.

La había tenido ahí y no la arrestó, o al menos, disparado para inmovilizarla.

Sin embargo, pese a la pérdida, había descubierto dos cosas importantes: que Osiris era algo grande, muy grande, con un efecto devastador, y que, en efecto como había dicho James, Inval no trabajaba solo.



188 horas para El Renacer.

Judy, en el despacho de su casa, trataba de reorganizar todo lo que tenían. Había hecho una improvisada reunión en su casa, por motivo de todo lo que estaba sucediendo, sin tener casi ninguna pista fuerte, todo parecía estar escapándosele de las patas. Llamó a Lourdes, Dan, Lune, Samuel, y acompañándola mientras llegaban estaban Nick y Meloney.

Aún tenía la imagen de James, con lágrimas corriéndole por los ojos azules arrancándose la camiseta para detenerle el sangrado a Rachel de la herida de bala en la mejilla de lado a lado, le había sorprendido el vendaje que tenía en el pecho y los puntos que sobresalían del mismo por los extremos.

—¡James —había dicho, cuando llegó con él, ambos, Rachel y él, fijaron su mirada en ella— aparta y dale espacio a los paramédicos! —No había sido tan ingenua como para venir sin ambulancias, el ataque, sea el que fuese, había sido en un hospital, por lo que los heridos debían de ser muchos.

En una ambulancia del Hospital Militar de Zootopia, un antílope y un búfalo, se acercaron y trataron de hacerla tumbarse en la camilla, a lo que ella se negaba y empujaba a James para que fuera él quien lo hiciera. Ninguno de los dos parecía ceder y Judy no sabía a quién mandar primero, si a Rachel, quien estaba sangrando y tenía una herida abierta, o a su hijo, que aunque no tuviera herida visible, el doctor Nassar, le había dicho que no debía durar mucho tiempo desconectado de respirador porque podría entrar en shock.

Con un gruñido exasperado tomó su radio y pidió a las demás ambulancias que apuraran el paso.

—¡Son la una por la mañana, por favor! —se quejó—. Las calles están vacías. ¡Apúrense! —Se volvió hacia James y Rachel—. Rachel, a la camilla, ahora —ordenó, con un tono que no daba lugar a réplicas. Ella quiso responderle, pero bastó con una mirada de Judy para que bajara las orejas e hiciera todo sin problemas.

A su lado James dejó escapar aire, que en lugar de un suspiro pareció más un silbido. «Preocupante.» Caminó hasta él y se sentó a su lado, en el suelo.

—¿Por qué tan nervioso, hijo? —le preguntó. Sabía que era una pregunta tonta, ¿razones? Primera, puede que le un shock respiratorio y muera; segunda, hubo un ataque al hospital (que momentos después le contó él que fue químico) y tercera, a su novia le dieron un tiro en la cara, atravesándole las mejillas. ¿Le hacían falta más razones? No obstante, no lo hizo por ello, sino para que se desahogara, ella bien conocía que llevar tanto peso encima terminaba por hacer ceder al más fuerte—. Deberías preocuparte por ti, lo de Rachel es poco. Una herida de bala en la cara —se apresuró a agregar al ver cómo fruncía el ceño—, pero poco comparado contigo. ¿Respiras bien?

—Sí, sí, mamá —respondió con un gesto de la mano para restarle importancia. Judy entrecerró los ojos, sospechosa; James no era animal de preocuparse tanto por los demás, ni siquiera su novia. Bueno, sí, un poco, pero no a esos niveles. Se dejó caer de hombros, abatido—. ¿Crees —preguntó con un ronquido— crees que estará bien?

—Sí, James —lo calmó, colocándole una pata en el hombro—; sé de heridas de bala, créeme, y lo mucho que podría pasar sería que se desmaye por la pérdida de sangre. Si se presenta el caso, una transfusión de sangre, puntadas y analgésicos para el dolor y listo.

—¿Puntadas? —ironizó—. Mamá, no soy ciego, eso no se cura con puntadas. Cirugía plástica tal vez. Te creo con la herida de entrada, pero no la de salida; tendrán que reconstruirle la mejilla.

Judy torció los labios.

—Sí, tienes razón. —Suspiró—. Pero nada que los médicos no arreglen.

—¿Le pondrán drogas?

—Claro —respondió, confundida. ¿Por qué preguntaba aquello? Era lógico que los médicos lo harían—. ¿Por qué? ¿Es alérgica a algo?

—No. —Negó con la cabeza—. No es por eso precisamente, es que... —No terminó la frase, la segunda ambulancia llegó y él, con dificultad, subió y se fue. Judy se levantó y cuando ordenó a sus oficiales equipados con los trajes y suplementos para ataques químicos, la alertó que calles abajo, una nube negra se elevara en el aire.

No podía ir, pero Meloney estaba corriendo hacia allá.

El sonido de la puerta la sacó de sus pensamientos, alzó la mirada, Lourdes, Lune, Samuel, Dan y curiosamente Jeannette entraron al despacho, siendo esta última la que cerró la puerta con suavidad para no despertar a los pequeños. A Judy se le hizo peculiar el imaginarse cómo sería la hiena de madre.

—Ya que estamos aquí —inició, pasando la mirada por cada uno— pongámonos al día. —Suspiró—. Como saben, todo esto gira en torno a Inval, patólogo, infectólogo y genetista fugitivo de la ley que murió hace poco, habiéndose suicidado arrojándose de un barranco en Distrito Forestal, cuyo cuerpo ya fue encontrado. No tenemos pistas sólidas que nos digan algo claro, solo tres cosas: el anillo del mencionado en cuestión, con una inscripción que parece no tener sentido «¿Quién guiará al juez?»; es el responsable de la vacuna suprema de gripe que está en propiedad de Empresas Roux, que según lo que Lune y Dan investigaron, muta y se adapta a los nuevos virus. Una supervacuna, por decirlo de alguna forma. Y los dioses de la mitología egipcia: Anubis, dios de la muerte y Osiris, dios de la resurrección. Sumado a esto, recién constatamos que no trabajaba solo.

—Además —añadió Nick—, los que trabajan con o para Inval, suponemos, fueron los que realizaron el ataque al hospital.

—¿Sabes qué tipo de ataque fue? —quiso saber Lune.

—Químico.

—¿Químico? —se hizo notar Samuel—. ¿Qué clase de químico?

—No sabemos —dijo Judy, alicaída—. Medicina Forense está revisando los cuerpos para encontrar algún rastro de lo que sea que los mató.

—¿Cuántos murieron?

—El ochenta por ciento de los que estaban en el edificio.

Se hizo un silencio de cementerio, Judy juraba que si caía una aguja la oiría sin dudas, eso, y por su sentido del oído.

—Un ataque químico —dijo Jeannette, impasible, con el ceño ligeramente fruncido y en su pata apretaba un folio, en sus ojos bailó un destello de sagacidad— es algo que no se consigue a la ligera. ¿Qué pasó con el que lo llevó a cabo?

—La —rectificó Nick—; era una leopardo de las nieves. —Se llevó una pata a la nuca, entre molesto y avergonzado—. Escapó.

—¿Se te escapó?

—Sí. —Se notaba que no le gustaba hablar de eso—. Pero lo que puedo decir es que era un animal entrenado, como menos, parecía no cansarse, pese a haber corrido bastante, tiene un rango de tiro casi perfecto, la herida de mi nuera lo confirma, además de una precisión demoníaca y me da la impresión que está entrenada para soportar el dolor porque tenía un vendaje en el hombro derecho, le di un disparo en una oreja y Meloney le atravesó el antebrazo con otro; y a pesar de todo, no gritó, y no dejó de moverse como lo hacía. —Se tocó la mandíbula—. Ese estilo de pelea es muy raro.

—¿Cómo? —se interesó Lourdes, su tono de voz traslucía la enorme ira que tenía en contra de aquel animal.

—Postura abierta, una pata casi sobre su rostro, que usó para evitar un golpe mío, y la otra a nivel de la cintura, que era con la que atacaba.

—¿Algún otro rasgo resaltante?

—Cuando se movía para esquivar, uno de sus dos pies lo mantenía siempre en el suelo.

—Ya. —Lourdes asintió, pensativa, no dijo nada más, solo se quedó en silencio, aislándose de los demás, haciendo sus conjeturas.

—En fin —habló Jeannette, rompiendo el silencio, tendiéndole a Judy el folio—, aquí tienes la información de la cuenta bancaria de Inval. Te la iba a llevar hoy a las doce, pero... bueno, toma.

Judy agradeció al tomar el folio, lo abrió y pasó la vista por el mismo. Eran varias hojas, tres de ellas engrapadas que, al leer con rapidez, era el contrato que se tenía que firmar para la apertura de cualquier tipo de cuenta, las dos últimas eran un protocolo que algunos bancos de la ciudad tenían, pero que el de Jeannette, profundizaba más. No estaba muy al tanto de los protocolos extra del banco de Jeannette, pero recordaba que profundizaban en la información personal, por más irrelevante que fuera, con cuentas especiales para no dar por error la tarjeta de las bóvedas a otros animales, más cuando el color de pelaje y de ojos se puede cambiar con facilidad con tintes y lentillas.

No había mucho de lo que agarrarse, la cuenta la abrió cuando estaba estudiando en la universidad para que le depositaran el salario de su empleo, nombre completo, Alastor Greco Inval, tenía su residencia en Sabana Central y otra en Tundratown, la ocupación, las relaciones sentimentales, que eran nulas, y los pasatiempos. Eso último picó a Judy, le parecía peculiar que alguien en medicina le gustara los acertijos y las matemáticas, de hecho, su tesis de graduación fue sobre números primos. «Bah, cada loco con su tema.»

—Jeannette —dijo Judy luego de un rato—, aquí dice que Inval tenía una cuenta especial, ¿siguen siendo como las conocía?

—Sí —confirmó la hiena—, esta cuenta posee una pequeña bóveda tipo casillero en la sede principal del banco mediante la cual se puede ingresar con un código y una tarjeta.

—¿Hay manera de que logren obtenerlas? —quiso saber; tal vez algunos de los compañeros de Inval tenían la tarjeta o el código.

Jeannette negó con la cabeza.

—Sin la clave y la tarjeta no se puede abrir la bóveda. Y si los socios de Alastor tuvieran ambas ya hubieran sacado lo que sea que estuviese allí.

—¿Sabes qué es?

—No. Solo el propietario de la bóveda lo sabe. —Hizo un gesto con la pata—. Ya sabes, política de privacidad. Y por si te lo preguntas, no, no pueden forzar la clave como en los cajeros automáticos, las bóvedas están diseñadas de tal manera que si introduces la tarjeta especialmente diseñada y no tienes la clave, o te equivocas una sola vez, se bloquea y tienes que hacer una cita para que te la desbloqueen. Es antirrobos por esa razón.

—¿Puedes acceder a esa bóveda? —Judy estaba empezando a barajear la posibilidad de que en la misma hubiera algo de gran importancia para el lobo, y si la conseguían antes que sus socios, irían por delante. Aunque estaban en zona muerta, al igual que ellos, la ZPD no tenía forma de acceder a la bóveda, Jeannette, sin embargo, sí—. ¿Tienes alguna copia de la tarjeta?

—Sí. —La hiena se dejó caer de hombros, demostrando por primera vez desde que la coneja la conocía, alguna señal de cansancio; Dan, a su lado, le puso una pata en el hombro—. Debemos tener, por así decirlo, la plantilla de cada tarjeta, pero sin la clave no puedo hacer nada.

—¿Hay alguna forma de saber la clave?

—El sistema es como un cajero: insertas la tarjeta en una ranura y en una pantallita con un teclado, introduces la clave, lo que... —Alzó las orejas de golpe y la comisura de los labios se movió un instante—. Oh, ya veo por donde quieres ir. —Fijó en Judy esos ojos azul hielo—. Como las bóvedas tienen una pista para la clave, ya que no hay algún animal atrás para verla, podrías tratar de adivinar la clave y con la copia de la tarjeta, abrirla. —Judy asintió con una sonrisa—. De adivinarla, puedes, pero si te equivocas una sola vez, se bloqueará y me llevará tres días el desbloquearla.

—¿Para cuándo podrías tener la copia de la tarjeta? —preguntó ella, con una nota de esperanza en la voz.

—Para hoy mismo; a la cinco de la tarde —respondió—. A más tardar, a las nueve de la noche. Depende de si mis ejecutivos no se ponen quisquillosos con todo esto.

—Perfecto —asintió Nick—. ¿Algún otro dato que tengan? —Nadie habló, Lourdes seguía en su burbuja. Él se volvió a la coneja—. Zanahorias, ¿algo más?

—No. —Pasó la vista por todos los presentes, sintiendo el agotamiento del día de hoy, miró su móvil. «Las cuatro de la mañana.»—. Jeannette, te agradezco que hagas todo lo que puedas para conseguir la tarjeta. Samuel, ¿cómo vas con lo de Atha?

—No he recibido noticias de él —respondió el lobo, encogiéndose de hombros con impotencia—, pero supongo que dentro de poco ha de llamar.

—Bien; Dan y Lune, mañana después del medio día deberán ir y revisar al hilo la residencia de Inval en Sabana Central, Nick y yo iremos a Tundra. Lourdes...

—¿Mmm? —Alzó la mirada.

—Rachel está en el Hospital Militar, junto a James, por si quieres pasarte por allá.

—Lo haré, esta misma mañana lo haré. Solo que estoy con una posibilidad inquietante... —Dejó la frase en el aire y volvió a su silencio.

—Meloney —le pidió a su hija, que estaba de pie, estoica, al lado de Nick—, cariño, ¿puedes ir mañana a la jefatura y dar las tareas diarias por mí? Ni tu padre ni yo aguantaremos más, necesitamos dormir.

—¿No lo han hecho? —se sorprendió ella. Judy sonrió con pesadez.

—¿Tú qué crees?

—Vale —asintió ella.

—Gracias. —Se volvió a los demás—. Gracias por haber venido ahora y lo lamento también, supongo que algunos de ustedes debieron estar durmiendo.

—Yo lo estaba —dijo Lune, hablando por segunda vez desde que estaba allí, parecía que el sueño le estaba ganando—. Aunque te agradezco por sacarme de allá.

—Yo no lo estaba —dijo Samuel—. Bueno, no precisamente. —El tono lo decía todo. Dan le echó una pata al hombro.

—¿Así que tú también? —rió, ¿cómo hacía él para que nada de lo que pasara le afectase? O pareciera, al menos—. Noche loca, ¿eh? Digo, por todo esto que pasó. —Le guiñó un ojo tan descaradamente que para ser un zorro, no sabía qué era ser sutil, Jeannette, a su lado, gruñó; un gruñido que parecía un anuncio de muerte.

—Mocoso...

Bueno. —Dan extendió la palabra, quitando la pata del hombro de Samuel y dando un pequeño aplauso—. ¿Podemos irnos, jefa?

Judy aún trataba de procesar cómo ambos, lobo y zorro, hacían para estar frescos y normales en semejante situación.

—Este... sí, sí, gracias. Nos veremos mañana.

Todos se pusieron de pie y empezaron a retirarse, Lune caminaba dando pequeños cabeceos, Samuel con las patas en los bolsillos, y Jeannette con una pata en el hombro de Dan, peligrosamente cerca del cuello. «Espero que llegue a mañana.» Meloney los fue a acompañar a la salida, dejando a Nick y ella solos en el despacho.

Cuando nadie los vio Judy dio un largo bostezo y apoyó los codos en el escritorio, para luego apoyar su rostro en sus patas.

—Zanahorias, compites con cualquier depredador con ese bostezo —se burló Nick. Judy sonrió.

—Cállate, torpe zorro —murmuró, cansada—. Es sueño, cansancio, estrés; no sé cómo sigo viva.

—Porque eres tú —dijo, tocándole la punta de la nariz—; por eso, principalmente.

—Necesito olvidarme de esto, despejarme la mente.

—Oh, perfecto. —Él se levantó y caminó hasta la puerta, sonrió con malicia a la vez que le pasaba seguro—. ¿Sabes? Conozco una manera.

—¿Ahora? Dulces galletas con queso, Nick. ¡Son las cuatro de la mañana!

—Reconócelo, sabes que quieres. —Sonrió matador.

—¿Lo sé? —Sonrió, siguiéndole el juego—. Sí. Sí, lo sé.

Nick se acercó a ella y la besó.

Después de todo, era para despejarse...


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Hola, gente, ¿qué tal?

¿Qué les pareció el cap?

¿La escena con Atha?

¿El Nick vs Natasha?

¿La investigativa de Judy y los demás?

Dejen su review, gente, no olviden dejar su review, así me alientan a continuarlo.

Nos leemos luego.

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