III. Cuatro libros
III
Cuatro libros
273 horas para El Renacer.
En la sección de Informes, Nick estaba en el ordenador buscando alguna relación entre los nombres «Anubis» y «Osiris»; Judy le había dicho que le hiciera el favor de buscarle el significado o referencias de dichas palabras mientras ella trataba de investigar todo lo referente a Alastor. Ella le relató exactamente lo mismo que Dan y Lune le dijeron, lo que no era mucho, en realidad. Lo único de relevancia era el sobre que él destruyó y la frase tan extraña que dijo.
Dejando escapar aire medio frustrado empezó a buscar con más ahínco, y varios minutos después encontró información con respecto a esas dos palabras. No le gustó para nada.
«Otra vez no.»
Pasándose una pata por el rostro, leyó lo que ponía el pequeño artículo sobre dichos nombres. Ambos eran los nombres de dos dioses egipcios: Anubis, el dios de la muerta y Osiris, el dios de la resurrección y que presidía el tribunal del juicio de los difuntos.
Eso le dio mala espina a Nick, ya de por sí por tercera vez tenían que lidiar con algunos lunáticos con delirios mitológicos, esta vez con la cultura egipcia, la coincidencia de que Alastor, un genetista, patólogo e infectólogo, que le dio un ultimátum a la Alcaldía, tuviera Anubis como alias era muy preocupante. También le inquietaba lo que quería decir Osiris y eso del libro, no era una buena señal. Si él tenía el alias del dios de la muerte y sea lo que sea o quien sea Osiris, era el de la resurrección... y solo se puede renacer si se muere antes.
Aún le quedaban dos incógnitas: qué quería decir con el libro y qué tenía el sobre. Sacudió la cabeza y tecleó en la base de datos algo que coincidiera con las palabras del lobo sobre un gran libro.
—Tráeme buenas noticias —susurró—. Vuelve y dile a papá que no hay nada de qué preocuparse.
Sin embargo, no fue así. El buscador arrojó cuatro grandes libros sobre mitología egipcia, solo que ninguno de ellos estaba en la base de datos, solo los nombres. El libro de los muertos, el libro de Amduat, el libro de las Cavernas y el libro de las Puertas.
Ahora más que nunca necesitaba saber el qué había en el sobre que tenía Inval y por qué lo destruyó.
272 horas para El Renacer.
En su oficina, Judy estaba leyendo el informe que habían realizado Dan y Lune sobre el arresto del lobo y la gacela. Por como lo veía el asunto no pintaba bien para la jefatura, mucho menos para ella, estaba demasiado ocupada tratando de encontrar información de Inval como para centrar su atención en un asunto menor.
Tomó los informes en sus patas y los releyó. Lune había recibido la llamada que informaba sobre un robo en la zona cercana a donde ella se encontraba, hasta ahí todo bien, pero todo tomó un giro extraño cuando la que estaba siendo robada era quien estaba apaleando a su ladrón; Lune, como cualquier animal hubiera supuesto, dio por sentado que la gacela (que según el informe se llamaba Carla) era la que estaba cometiendo el crimen. Luego de que esta atacara a la loba, Lune la inmovilizó, dejando escapar al lobo, para acto seguido darse cuenta de que el ladrón era el lobo y no la gacela.
Concordando con el informe de Dan, él, al recibir el aviso de Lune, procedió a capturar al lobo, solo que este no tenía el bolso robado en su posesión, sino que, basado en las sospechas del zorro, se lo había entregado en una estratagema a un tigre con el que casualmente había chocado.
Dejó los informes en su escritorio y miró los ojos azules oscuros de Lune.
—¿Y Dan? —le preguntó.
Lune, quién tenía la zona de la mandíbula inflamada, respondió:
—En espera para tramitar los cargos de ambos animales. —Se llevó una pata donde tenía hinchado y al tocárselo dio un quejidito de dolor—. ¿Lo busco?
—No. —Judy se apretó el entrecejo—. Lune, tienes que ver cómo encuentras ese bolso.
—Lo sé, jefa, pero...
—No hay pero que valga, Vicario —sentenció ella—. Si esa gacela decide poner una demanda a la jefatura por exceso de fuerza o, incluso, abuso, nos la veremos muy feo. No creo que sea una sorpresa para ti, pero ya has de saber que la Alcaldía ha reducido los fondos que nos proporcionan, si llegamos a perder un proceso judicial en nuestra contra lo mínimo que podrían dictar serían unos tres millones de dólares como indemnización. ¿De dónde sacaremos una cantidad así?
—No era mi intención, jefa.
—Lo sé, Lune —suspiró Judy y se reclinó contra la silla, presionándose los ojos, en un intento fallido de evitar que el estrés que tenía se manifestara a los demás—. Es solo que... la situación no es buena, ¿comprendes? Aún no hemos logrado dar con nada de Inval, solo tenemos sus cuentas bancarias mas no el qué hizo con ella. —Suspiró—. Necesito algún hacker que pueda rastrear el benefactor final del movimiento que nos llevó a Alastor.
—¿Garraza, tal vez? —sugirió Lune.
—No, Ben es de la policía, darían con nosotros si lo llegan a descubrir. Necesito a alguien que no sea del cuerpo.
—Los hackers independientes cobran muy caro, jefa.
Judy lo sabía, contratar un hacker independiente sería como terminarse de poner la soga al cuello, traía muchas desventajas. Además de la ridícula suma que podían cobrar, nada les garantizaba que ese mismo hacker no vendiera la información que recolectara para ellos al que le doble la apuesta.
Sin embargo, había uno. Conocía de primera pata a uno que no les cobraría nada, pero era demasiado arriesgado para él.
James.
—¿Tu hijo no trabajaba en eso? —dijo de improvisto Lune, como leyéndole el pensamiento—. Él podría ayudarnos.
Judy se llevó una de sus garritas a los labios.
—Podría ser —dijo con parsimonia—, solo que no quiero exponerlo.
En verdad no quería. Durante todo este tiempo que llevaba de policía, durante el caso de los Olímpicos y la SPQR había perdido muchos compañeros, demasiados. Los que murieron con los Olímpicos no eran responsabilidad suya, no obstante, los caídos con la SPQR, sí; y ella cargaba con todos esos nombres, esos compañeros que dejaron familias solas, cargaba con los sentimientos de culpabilidad que sus familias le atribuían a Judy. Y en parte era su culpa; en parte.
Lo último que ella quería era que James fuera uno de los que terminara cargando por el resto de su vida. No lo soportaría.
—¿No habías dicho hace un año que trabajaba en eso?
—No exactamente en eso —corrigió Judy—. Trabaja como criptógrafo, es algo más que un hacker.
—Es lo mismo —exclamó Lune, apuntando al frente—. Tiene veinte años, jefa, ¿no le parece sorprendente que sea criptógrafo tan joven? Lo normal es que te contraten para ellos a los veinticinco o más.
Judy se mordió la garrita con inquietud.
—Dejemos eso de lado por ahora. —Abrió los folios y los firmó, para luego colocarles el sello y entregárselos a ella—. Ten. Al lobo déjalo el tiempo correspondiente en prisión, a la gacela, sin embargo, déjala... no sé, unos tres días en prisión para que aprenda a no atacar a los policías.
—¿Y con el asunto del bolso? —preguntó Lune, una vez tomó los informes.
—Es tu problema —se desentendió ella—. Encuentra la forma de que el lobo te diga dónde está su cómplice, o en cuyo caso el bolso, y también la forma de calmar a la gacela. Ingéniatelas.
Lune dejó caer los hombros, resignada, asintió y se levantó para irse. Poco tiempo después de que se cerrara la puerta Judy, por el intercomunicador, le pidió a la secretaria del vestíbulo que le pidiera a Samuel que se pasara por su oficina; acto seguido el anuncio resonó por las bocinas de la jefatura.
Cinco minutos después, el lobo entró.
—¿Qué necesita, jefa? —preguntó Samuel.
«Muchas cosas.»
—Quiero que me consigan, de la manera que sea, todo lo referente a Inval: seguro social, registro bancario, registro médico, propiedades, lista de conocidos; quiero saber qué hacía, qué no hacía, qué hizo en cada momento de su vida. Todo. —Judy colocó las palmas sobre el escritorio; se había decidido, si iba a terminar con eso lo haría de la forma más agresiva posible—. Y dile a Ben que lo necesito.
—¿Para qué? —Samuel, quien se mostraba tranquilo durante todo, se crispó cuando mencionó a Ben—. Sabes que Ben no puede sobreexigirse y lo sabes.
—Lo necesito por sus habilidades en informática, Samuel —dijo—. No hay nada de qué preocuparse.
Él la miró con los ojos entrecerrados, como queriendo desvelar qué sucedía, y luego de unos instantes salió de la oficina.
Acto seguido al salir Samuel, Nick entró agitado. Judy no necesitó palabras, sabía que él encontró algo que no pintaría bien con la investigación. Llevaba tanto tiempo con él que reconocía a simple vista las pequeñas señales de su lenguaje corporal; además, le había pedido que buscara qué tenían que ver las palabras «Anubis» y «Osiris»; y por como viene, no podía significar nada bueno.
—Zanahorias...
270 horas para El Renacer.
—¿Eso dijo la jefa? —preguntó Dan.
Luego de haber esperado casi dos horas para poder tramitar los cargos y el respectivo arresto de ambos animales, Dan se había sorprendido por la decisión de Judy. Si bien comprendía la equivocación de Lune sobre quién era el ladrón, había supuesto que como mínimo la suspenderían unos dos días o en el peor caso una semana, sin embargo, el que no le pusiera alguna amonestación era extraño.
O bueno, si se fijaba, no lo era tanto. Ya con tener que recuperar el bolso de la gacela y hacerse cargo de esta durante el tiempo en el que el mismo no aparezca, parecía bastante castigo como para que la suspendieran unos días.
—Sí. —Lune se recostó en la pared y se toqueteó la mandíbula—. Tiene la mente en lo de Alastor.
—Ya. —Dan tomó al lobo por los hombros y lo metió en su celda—. No han encontrado nada que nos ilumine el panorama.
Lune negó con la cabeza, cuando él tomó a la gacela por los hombros para dejarla en la celda también, esta se revolvió un poco.
—Ni te atrevas a ponerme en esa misma celda —le advirtió—. Apenas me quites las esposas, lo mato.
Dan rodó los ojos y con una mirada le preguntó a la loba qué hacer; ella con un gesto de los labios le dijo que no la metiera en la misma. Él suspiró y la colocó en la contigua. Luego de esto, Dan, cansado, y mirando la hora en su móvil se recostó contra la pared y lentamente terminó sentado en el suelo.
Alzó la mirada hacia la de Lune.
—¿Qué piensas hacer? —quiso saber.
—¿De qué? —Movió una oreja—. ¿Del bolso o de Alastor?
Dan hizo un gesto con la pata.
—De ambos.
Lune inspiró con fuerza.
—No lo sé.
—¿Por qué?
—Con Alastor no tenemos nada que nos ayude, no hay pistas, no hay nombres, no hay asociaciones, nada —repuso—. Y con ella... —Hizo un gesto con la cabeza, señalando la celda—... lo mismo. Si el lobo no habla, nos quedamos en el aire.
—Déjenmelo a mí un rato —dijo la gacela—, yo lo hago hablar.
Esa reacción causó que Dan soltara una risa divertida, hacía tiempo que no tenían presos tan... activos. Por lo general al llegar a la celda se encerraban en sí mismos, como una celda para sus emociones, y no decían palabra alguna para no perjudicarse después, pero a ella parecía no importarle la situación en la que estaba.
Lune bufó con molestia y caminó hasta su celda.
—¿Puedes guardar silencio? —soltó.
Dan pudo notar como la gacela arqueaba una ceja.
—¿Disculpa?
—Que te calles, ¿puedes?
—¿Por qué? —se enfadó—. Por tu culpa estoy aquí, ¿recuerdas?
—Yo no te mandé a que me dieras una patada como una karateca —replicó.
—Yo no te mandé a que fueras de salida y te metieras en mi problema, que, claramente, estaba resolviendo. —La gacela se dio la vuelta, dándole la espalda a ambos—. No es mi culpa que fueras tan inepta para no esquivarla.
¡Uh! Golpe bajo, pensó Dan, algo que muy bien sabía, después de llevar tanto siendo su compañero, era que Lune detestaba que le sacaran los errores en cara, podía soportar muchas cosas, bastantes, de hecho, menos que alguien que fue causante de un fallo en su desempeño se lo sacara en cara.
Era como ondearle una bandera roja a un toro desbocado. Un suicidio.
Lune apretó las barras de la celda, afincando la frente en las mismas.
—¿Te llamabas Carla, no? —Estiró una pata hacia Dan—. Dame las llaves, que la mato.
Carla se volvió.
—Ven pues —incitó—, quizá ahora pueda darte una patada al otro lado y emparejarte la quijada. ¿A que sí?
Dan trataba de aguantar la risa que amenazaba por salir, le divertía bastante ver a la loba perder los estribos de esa manera, cuando ella de por sí era un animal relativamente calmado; aunque bueno, la gacela no hacía nada para evitar eso.
Se levantó y giró las llaves de la celda en un solo dedo.
—Lune, vámonos —dijo Dan—. Está por terminar nuestro turno.
—Yo me quedo —comunicó ella—. Necesito interrogar a este lobo. —Apuntó al lobo en la celda contigua—. Nos vemos mañana.
Dan se encogió de hombros. Se dio media vuelta y se fue.
268 horas para El Renacer
—No debiste hacer hecho eso, Sadie —dijo Nico por quinta vez.
Nico estaba en el Hospital Central de Zootopia esperando a que el doctor que los atendía, Fawkes, terminara de hacer lo suyo. Bueno, técnicamente estaba atendiendo a Sadie por unos cuantos zarpazos en el rostro, brazo y cuello.
Ella después de asentir cansina a lo que el médico le decía, que Nico bien sabía no le estaba prestando atención, lo miró y sonrió. Nico también le sonrió, no podía enojarse con ella. Llevaban un año y un poco más juntos, y aún no terminaba de descubrir todas las reacciones de la lince. Y eso que llevaba tiempo conociéndola, mucho, en realidad, sin embargo, pese a todo eso, aún le sorprendía lo emocional que terminaba siendo.
Y era por ser así de emocional y espontáneaque la quería con locura, puesto que como él no era muy expresivo, sumado a que su innata capacidad para pasar desapercibido, ella terminaba por ser quien sacara las muy receladas y protegidas emociones de él.
Y hoy no fue la excepción. Cuando se la encontró esta mañana en la secundaria y ella lo abordó en un parpadeo, le contó que Jason había ganado el concurso con la pintura que expuso, Sadie se alegró por él y le propuso que la llevara a la casa para felicitarlo como debía. Nico conocía las «celebraciones» de Sadie, la última fue cuando ella cumplió sus dieciséis, todo había sido normal hasta que dieron las doce de la noche y olvido todo lo que pasó de allí en adelante. Lo único que recordaba era haber despertado en el suelo, acurrucado junto a ella, con la cabeza retumbándole con cada pequeño ruido y con una perforación en la oreja.
No se la había notado sino hasta que llegó a casa y su madre le preguntó que cuándo se la hizo; pegó el grito en el cielo al verse en el espejo y corroborar que, sí, era una perforación hélix. Cuando le preguntó a Sadie que cómo o por qué terminó así ella solo se encogió de hombros con una sonrisa burlona, para luego confirmarle que ella tampoco sabía. Supuso que alguno de los invitados se habría pasado con la medida de alcohol.
No obstante, cuando creía conocer o al menos estar preparado paratodas las espontáneas reacciones de Sadie, lo de hoy lo tomó por sorpresa. Luego de que Nico le dijera que a Jason no le importaba si lo felicitaban o no (lo que era cierto, su hermano no era precisamente alguien que disfrutara de la atención, si tenía una cama para dormir y algo para pintar, podía no salir en días), Sadie decidió el celebrar ambos por su hermano.
Al salir de la secundaria, tipo seis de la tarde, ella lo llevó a rastras al cine y lo obligó a ver una película. Hasta ahí todo bien, pero fue durante la melosa película que las cosas tomaron el giro que los llevó al hospital. Como en toda película que iban a ver, ninguno de los dos perdía el tiempo y terminaban apapachándose o dándose algunos besos durante la función. Y fue en uno de esos besos que unos de los que veían la película con ellos habló:
—¡No sean asquerosos!
Ambos voltearon atrás y vieron a una pareja, no mayor que ellos, de dos lobos que los miraban y les decían insultos. Nico rodó los ojos, ya estaba acostumbrado a que de vez en cuando a algunos animales no les gustaran las parejas inter-especies, después de todo, en el mundo hay de todo; solo que a Sadie no le pareció el comentario. Ella le respondió, la loba le siguió, el lobo también y Nico, aunque no quisiera, no podía dejarla sola.
Total fue que la loba y Sadie se fueron a las garras, solo que la pobre no sabía que Sadie le había pedido a Judy, tiempo atrás, que le enseñara a defenderse por si acaso. Ella le dislocó el brazo a la loba con una llave y el lobo intentaba hacer que esta dejara de buscarle problemas a Sadie antes de que llegaran a más.
Al final Sadie quedó con unos cuantos zarpazos mientras que la loba quedó con la nariz rota, el brazo dislocado y respiraba con un silbido. Ni el lobo ni Nico se inmiscuyeron en la pelea, ambos se vieron y Nico se encogió de hombros como diciendo «hice lo que pude».
Luego de eso casi tuvo que obligarla a ir al hospital para que le revisaran los zarpazos. Les llevó casi veinte minutos el que los atendieran, pese a que dos de los ocho zarpazos que tenía sangraban y Sadie solo le decía, fijando sus ojos que, después de tanto, no lograba dar con su color exacto, aunque ahora parecían ámbares, que no se preocupara.
Los terminó atendiendo un zorro ártico, el doctor Fawkes, que estaba hablando con un reno blanco; otro doctor, supuso Nico al ver su uniforme, y cuando el reno entró a lo que era su despacho, una puerta marrón con «TRAUMATOLOGO EN JEFE» escrito y una cruz con la parte superior en forma de óvalo como símbolo, el zorro ártico les dijo que lo siguieran. «Qué raro —había pensado Nico—, el símbolo de los médicos es la copa de Esculapio, no esa cruz.»
—¿Tienes en claro lo que tienes que hacer para que no se infecten? —dijo el doctor Fawkes, sacando a Nico de su ensimismamiento—. No son zarpazos profundos —añadió, apuntando a uno en la mejilla y uno en el dorso de la pata de Sadie—, a excepción de estos dos.
—Sí, doctor —dijo Sadie, arrastrando las palabras.
—No se preocupe, doctor —dijo Nico—, yo me encargaré de todo.
Fawkes asintió, Sadie resopló.
—Yo puedo muy bien cuidar de mi misma.
—Ajá. —Nico hizo un gesto vago con la pata, se volvió hacia el doctor—. Podemos irnos.
—Sí. —Garabateó algo en una hoja de papel y se la tendió—. Procura que se tome esto una vez al día, prevendrá una infección.
—Bien —asintió, tomando el papel y guardándolo.
Sadie se levantó de un brinco de la camilla donde estaba sentada y se puso a su lado, lo tomó por la muñeca y sonrió. Esa era una de las cosas que compartían ellos dos, algo muy de ambos. Luego de que Sadie le diera hace tiempo las dos muñequeras con la runa grabada para ocultar la cicatriz de la quemadura por las ataduras en sus muñecas, cuando el caso de la SPQR, siempre, después de que empezaron a andar juntos, ella lo tomaba por allí.
Las parejas normales se tomaban de la pata; bueno, ella lo tomaba por la muñeca. Porque lo primero era muy mainstream.
Salieron del consultorio del doctor mientras a la vez entraba un pequeño con una fea raspadura en la rodilla, y entonces el hospital pareció convertirse en una zona de guerra.
Los gritos de las órdenes de los enfermeros retumbaron por todos lados, por lo que Nico oyó, un herido por arma blanca estaba por ingresar al hospital. Dos enfermeras, una jaguar y una cebra, corrían hacia las puertas de Emergencias; Sadie le apretó un poquito la muñeca.
—Vamos a ver —dijo, con esa sonrisita traviesa.
—Sadie, debemos irnos —repuso el zorro con melanismo—, es tarde. ¿Recuerdas lo que me dijo tu madre de que no volviéramos muy tarde? —Miró el reloj del hospital—. Son las ocho. Es tarde.
—Vamos. —Acto seguido lo llevó a la fuerza a la zona de Emergencias.
Estaban en una esquina del lugar, Sadie se pegaba a él, aprovechando la capacidad de Nico de no llamar la atención, mientras ambos veían como los animales parecían tener un orden en ese pequeño Armagedón que sucedía. El reno apareció por el pasillo por donde habían venido Nico y Sadie y empezó a gritar pidiendo datos.
—¿Qué tenemos? —preguntó al equipo.
Al fondo se oía la sirena de la ambulancia, las luces rojas atravesaban las ventanas circulares de las puertas dobles.
—Según el paramédico de... —empezó a decir una enfermera.
Ambas puertas dobles se abrieron con un estrépito, dejando pasar a cuatro animales y uno en una camilla; estaban tan juntos que no dejaban ver quién era el paciente.
—¡Zorro de unos veinte años —vociferó uno de los técnicos al reno—, herida de arma blanca en el pectoral derecho, pulmón perforado, posible neumotórax, pérdida de sangre en curso y saturación de oxígeno de ochenta por ciento!
El reno hizo un gesto con la pata imponente, haciendo que su bata blanca se ondeara como la capa de un emperador o un rey.
—Necesito seis unidades de sangre O- y suero fresco —ordenó; se volvió hacia uno de los técnicos, envuelto en un mono azul, un león—. ¿Le han dado antibióticos?
—Queríamos hacerlo, pero se nos ha salido la vía por los temblores y no hemos podido ponerle otra.
Nico trataba de ver, pero la espalda del reno le obstruía la visión, y si se movían mucho los enfermeros podrían descubrirlos y sacarlos de allí. El reno empezó a pedir muchos medicamentos (o eso es lo que parecían, todos tenían nombres distintos y Nico no sabía nada de medicina como para saber si eran otra cosa), luego pidió análisis de sangre y demás.
—Niveles de saturación de oxígeno bajando; ahora son del setenta y ocho por ciento —anunció un cerdo—. Le cuesta demasiado respirar. Le estoy administrando albuterol sin diluir.
El reno se apartó un poco y entonces Nico lo vio, Sadie le apretó la muñeca al verlo también, se la soltó y entrelazó sus dedos con los suyos.
Era James.
Su hermano mayor estaba en esa camilla con una enorme mancha roja en la camiseta en el lado derecho del pecho, temblaba y se revolvía del dolor, y de un momento a otro escupió un poco de sangre, arqueándose.
El reno reaccionó al momento.
—No es un maldito neumotórax —espetó a nadie en particular—, es un edema. Llévenlo a la sala S-14 y eviten que entre en shock. —Se volvió hacia la cebra que había estado esperando la llegada de la ambulancia—. Dile a Radiología que la quiero allí ahora. Y recuérdales que «ahora» es «ya». —Se frotó el entrecejo y se volvió hacia la jaguar—. Avísale a quirófano que estén preparados; si no logramos estabilizarlo tendremos que llevarlo a cirugía y drenar el edema allí. —Hizo un gesto con la pata—. ¡VAMOS!
Nico aún no se recuperaba de la impresión cuando, entre gritos, órdenes, el ruido del chirriar de las ruedas y de las puertas abriéndose de golpe allí por donde la camilla pasaba, se llevaron a su hermano. ¿Qué había pasado para que él estuviera así?
Una vieja sensación que creía olvidada lo embargo: miedo. James no era cualquiera, él sabía cómo defenderse contra algún ladrón de quinta y salir ileso; no por nada tía Lourdes le había enseñado a manejar los cuchillos, y Rachel también sabía cómo defenderse, entonces ¿cómo terminó James así?
Sintió que Sadie le apretaba aún más el agarre, Nico volvió en sí y se preocupó de que el zarpazo en el dorso se le fuera a abrir.
—¿Qué habrá pasado? —le preguntó, y por su tono de voz de seguro ella estaba sacando las mismas conclusiones que él.
—No lo sé —respondió; la puerta de Emergencia se abrió y una loba marrón con tres perforaciones en cada oreja, sus ojos lilas se movían frenéticamente por el lugar. «Buscando a James, tal vez.». Le tocó con cuidado uno de los mechones que Sadie tenía sobre las orejas y cuando lo vio, señaló con la cabeza a Rachel—. Pero vamos a preguntárselo.
-o-
Hola, gente, ¿qué tal?
¿Qué les pareció el cap?
¿La escena con Lune y Carla?
¿La escena final con James herido? :v ¿Es idea mía o todos los James tienen una maldición encima :v
Dejen su comentario y voto, gente, así me alientan a continuarlo.
Nos leemos luego.
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