II. Sin arrepentimientos
II
Sin arrepentimientos
285 horas para El Renacer.
En Tundratown, en un domicilio de tamaño normal para no levantar sospechas de las reuniones que se llevaban a cabo, un reno de pelaje blanco con manchas negras estaba sentado en un mullido sillón en la sala del departamento, esperando a su compañera.
Miró el reloj en su muñeca. «Las tres de la mañana». Soltó un bufido molesto que formó un vaho ante la baja temperatura del aclimatado distrito. Empezó a tamborilear impaciente su rodilla con sus pezuñas. «Para ser una militar retirada es demasiado impuntual.»
Se quitó las gafas e inspiró mientras las limpiaba con cuidado con su camiseta de botones. A veces se molestaba que de los cinco, él y Anubis fueran los que más estaban al pendiente de todas las movidas que había en el grupo. Bueno, era un grupo variopinto, la verdad; era obvio que no todos serían iguales, no obstante, todos compartían el mismo objetivo en común.
Él también había notado la espiral de autodestrucción en la que se estaba sumergiendo la ciudad, y si no se detenía, en pocos años el mundo entero compartiría ese mismo panorama. Solo le bastaba ver la cantidad de animales que entraban en el hospital que trabajaba para ver la realidad: falta de insumos, falta de habitaciones, pacientes tendidos en pleno pasillo. Era una locura. Y era peor cuando iba a pediatría, más desgarrador. Sin embargo, la unidad neonatal parecía estar siempre abarrotada.
Suspiró y se repitió la misma frase de siempre para cuando le pegaban esos ataques de culpabilidad. «Tiempos desesperados, requieren medidas desesperadas.»
Anubis también había visto eso, de hecho, fue él quien lo contactó. Jamás olvidaría ese día. Había terminado su turno nocturno y realizado exitosamente una operación, cuando su móvil sonó.
—Doctor Zury Nassar —había dicho Anubis.
—¿Quién es usted? —se había extrañado, solo animales de su íntimo círculo personal tenían su número de teléfono—. ¿Cómo consiguió mi número?
—Doctor Alastor Inval —dijo—, patólogo, infectólogo y genetista; un placer. Vi su interés en mi proyecto para mejorar a futuro las condiciones de la ciudad. ¿Es correcto?
Nassar se había mostrado sorprendido. Sí, estuvo interesado en el proyecto sin especificar de la página de Inval, pero ¿qué él mismo lo llamara?
—¿Qué tiene que ver eso conmigo? —dijo el doctor—. Es su proyecto e investigación, no el mío.
—Entonces no me niega que se ha dado usted cuenta del futuro que le espera a la ciudad, ¿cierto? —Zury no respondió—. Ya veo. —Inval hizo una pausa, tras la línea se oía su calmada y acompasada respiración—. Dígame, ¿estaría interesado en ser parte del mismo?
A partir de ese momento la vida del reno cambió de una forma increíble. Al inicio fueron conversaciones telefónicas que mantenía con Alastor, y al cabo de un tiempo empezaron las reuniones. Él le contaba sobre su proyecto y lo que haría, al inicio Nassar se mostró alarmado, hasta el punto que dejó de contactar con el lobo negro, pero luego de dos semanas y ver, atender, perder y curar pacientes que apenas salían del hospital volvían con nuevas heridas, entendió el punto de Inval.
Había que hacer algo.
Algo grande.
La especialidad de Zury no era la genética, su área de trabajo y confort era traumatología, y fue exactamente por eso que Inval contactó con él ya que por atender en Emergencias tenía fácil acceso a varios tipos de sangre de distintas especies, algo que el lobo en su laboratorio no podía obtener con facilidad. Le proporcionó a Inval todas las clases y tipos de sangre que este le pidió, sin saber a ciencia cierta para qué los usaba.
Luego vinieron otros dos miembros: Neit y Seth.
Neit era una militar retirada por una herida en la rodilla que se había hecho en una de las batallas que se libraban diariamente en oriente; era en toda regla una hija de la guerra, no dudaba, no temblaba, si se le decía que hiciera algo ella lo hacía sin reparo alguno. Seth... él era más complicado, era un psicólogo reconocido, sin embargo, el problema con él es que precisamente estudió psicología para tener controlada su esquizofrenia, incluso tenía un cuarto en el que se recluía cuando presentía que los brotes iban a venir.
Ambos animales habían presenciado la decadencia en la que estaba cayendo la ciudad, solo que por su propia área.
Al único que Zury no conocía era a Maat.
Anubis le había hablado a todos de Maat, el miembro clave del grupo, incluso más que él, porque era Maat quien conocía la localización de Osiris, y quien lo activaría llegada la hora. Pero eso lo inquietaba, así como no le gustaba «echarle cuchillo» a un paciente, como decían en el hospital, sin saber todo sobre este, no le gustaba el estar en el grupo sin saber nada de Maat; solo Anubis la conocía.
El sonido del timbre lo sacó de sus pensamientos, miró su reloj, las tres y treinta. Caminó hasta la puerta, sintiendo la felpuda textura de la alfombra, que cubría los azulejos del suelo en sus pezuñas y abrió. Una leopardo de las nieves de ojos amarillos y con un conjunto de camuflaje estaba tras el umbral.
—Llegas tarde, Neit —le recriminó Zury.
—No tengo tiempo para tus quejas, Jonsu —gruñó ella, abriéndose paso hacia dentro del apartamento—. Traigo malas noticias —dijo, dando largas zancadas hacia uno de los muebles.
Jonsu la siguió con la mirada, enarcó una ceja.
—¿Cuáles? —preguntó, cerrando la puerta.
Neit se tumbó en el mueble.
—Anubis murió.
281 horas para El Renacer.
Las siete de la mañana y Lune ya estaba a punto de salir a la jefatura, estaba dándose los últimos retoques, terminó de cepillar su pelaje marrón rojizo y le sacó brillo a su placa. Se dio una última mirada en el espejo de cuerpo completo y sonrió, solo que le salió algo pesada.
Siempre pasaba lo mismo todas las mañanas.
Sus ojos azul oscuro se quedaron fijos en el reflejo del espejo, analizándose en silencio. «Es un nuevo día, Lune», se dijo, y su eco resonó por el vacío apartamento, como si de una gruta se tratase. Detestaba esa soledad tan horrible, que la envolvía con sus zarpas y la hacía sumirse cada vez más en ella.
Era un nuevo día y eso era lo único que la motivaba, su oficio soñado, el ser policía.
El ritmo acelerado de patrullar por las calles, perseguir delincuentes, frustrar robos era lo que le daba esa pizca de emoción a su vida vacía. Tres años con ese vacío. Suspiró. Desde que su madre había muerto, las cosas, aunque en su vida profesional fueron en ascenso, en la emocional fueron a la inversa. Siempre habían sido su madre y ella, solas contra el mundo, y a Lune le gustaba así, veía en su madre una figura fuerte, decidida y por partes iguales amable y firme. Sin embargo, al momento de entrar en la Academia, hacía cuatro años, le habían detectado cáncer. Su madre no se lo dijo hasta que había sido tan grave que tocó internarla en un hospital, Lune iba a dejar la Academia para cuidarla, pero ella se lo impidió.
Durante el tiempo que duró su adiestramiento físico y educativo, no dejaba de pensar en su madre. La usaba como punto de apoyo para seguir, y también como objetivo, tenía que salir rápido, trabajar en la policía y pagarle algún tratamiento o intervención que fuera necesaria para que viviera. Cuando recibió su placa en la juramentación salió corriendo con una sonrisa en el rostro rumbo al hospital. Llegó a la habitación de su madre y entró agitando una pata con la placa. Su madre estaba conectada a muchos cables, pero logró erguirse en la cama y sonreír, pese al estado tan demacrado en el que estaba.
—Mira, mamá —había dicho, alegre, tendiéndole la placa.
Su madre la había tomado y con el cuidado como si fuera la más delicada porcelana, le había sacado brillo con la bata del hospital. Con una pata tomó las suyas y con la otra se la depositó en las manos.
—Será difícil, Lune —dijo, con la voz débil.
—Lo sé, pero es lo que quiero. —Hizo una pausa—. Ya verás, cuando obtenga mi primer salario podré costear lo que sea que tengan que hacerte. Volverás a la casa antes de que puedas pestañear.
—Está bien, cariño. Si eso es lo que quieres, sé feliz con ello.
Su madre sonrió y la miró con una emoción que no supo cual era; tiempo después Lune se dio cuenta de que esa sonrisa era de esas resignadas, pero alegres; de las que sabes que ya no hay nada que hacer, y aún así, se alegraba de haber vivido como lo hicieron.
Murió el mismo día, tarde en la noche.
Desde ese punto la vida de la loba roja se volvió rutinaria, ya no tenía a su madre para ir a visitar todos los días, solo era trabajo-casa y viceversa; y con el paso del tiempo sus relaciones amorosas terminaron en el olvido, no volvió a tener más citas, pretendiente o intereses. Se selló herméticamente del mundo. Lo único que la alentaba era su trabajo, y por como seguía, terminaría siendo así toda su vida.
Se dio unas palmadas en las mejillas. «Es un nuevo día, Lune», se repitió. Se colocó la placa al pecho y le sacó brillo de nuevo. Salió de la habitación, tomó las llaves del llavero en la pared y salió de su apartamento.
Afuera, en la calle, Dan la esperaba recostado contra la patrulla, llevaba un vaso de papel humeante en una pata, probablemente café, y un trozo de pizza en la otra. Lune sonrió mientras caminaba hacia él.
—¿No invitas? —preguntó, rodeando la patrulla para ir en el asiento del conductor. Abrió y entró.
Dan abrió la puerta del pasajero y se sentó.
—Si tuviera más, sí —repuso, y dio un sorbo de café—. Esto es de anoche.
—¿Pidieron pizza? —Lune lo miró intrigada—. ¿Les dieron pizza a los niños tan tarde?
—¿Qué te puedo decir? —Se encogió de hombros—. Se me dio por hacer la cena y hela aquí, saludable pizza. Y... —Dio un mordisco—... mis pequeños demonios aman la pizza.
—¿Tu esposa te complace en eso? —preguntó, girando la llave; el motor bramó volviendo a la vida.
—Y en muchas cosas más —rió y le guiñó el ojo.
Lune le siguió la risa mientras pisaba el acelerador y salía rumbo a la jefatura.
278 horas para El Renacer.
Judy al fin se había podido librar del papeleo que dejó pendiente el día de ayer por culpa de Samuel. No obstante, tenía que reconocerle al lobo que tenía razón con lo de que su ánimo se reflejaba en el estado de la jefatura. Ayer estaba agotada y por consiguiente sus oficiales al mando se mostraban apáticos, sin embargo, gracias a Samuel, y a Nick... Nick ayudó mucho anoche, el día de hoy ella estaba enérgica y con el optimismo a cien por cien.
Esos días le recordaban su primer día en la ZPD.
Alzó la mirada al reloj digital que había en la pared de su oficina y se percató de que eran las diez de la mañana. Bien, había durado menos tiempo, con los expedientes de los criminales, los informes redactados por los policías en la escena y la firma de los documentos correspondientes, que la última vez.
Por su intercomunicador mandó a llamar a Lune y Dan; era hora de que hablaran sobre lo sucedido anoche.
Mientras esperaba Nick entró en la oficina casi corriendo, con una sonrisa en el rostro y agitando frenéticamente el móvil.
—¡Zanahorias! —exclamó.
—¿Qué sucede?
Nick no respondió, rodeó con rapidez el escritorio, la levantó de la silla y se sentó él, para luego sentarla a ella en su regazo. Judy soltó una expresión ahogada, iba a reñirle el porqué de la sorpresiva acción, aunque no era que le molestase, pero se detuvo en seco cuando la vio.
En la pantalla del móvil de Nick se veía a Meloney, que tenía una sonrisa en el rostro.
—¡Hola, ma! —saludó ella, entusiasmada.
—Meloney —sonrió Judy—, ¿cómo estás? ¿Ya terminaste el entrenamiento de la ZIA? ¿Qué ha sido de Sabrina? ¿Qué tal ambas? —Judy no cabía en sí de la emoción. Casi no habían sabido nada de Meloney desde que se fue a la ZIA, aunque sabían que el entrenamiento era intenso y no permitían celulares, siempre esperaban una llamada de ella.
—Bien —respondió—. Terminé el entrenamiento hace como dos meses; Sabrina está bien, también. Estamos felices a más no poder.
—¿Y eso? —preguntó Nick, pasándole la cola por la cintura.
—Porque... —comenzó a decir Meloney, pero al fondo se oyó una voz.
—¡Mily! —gritó Sabrina, en la voz se le notaba ansiosa—. Échame una pata aquí, no sé qué hacer.
Meloney negó con la cabeza sin que se le borrara la sonrisa.
—¡Ya voy! —gritó—. Espera un poco, ni que fuera una bomba. —Se volvió hacia Nick y Judy—. Tengo que irme, llamé para decirles que nos vamos a Zootopia.
Judy alzó las orejas de la emoción, volvería a ver a Meloney.
—¿Cuándo?
—Mañana. —Miró a lo lejos, de donde venía la voz de Sabrina—. Los quiero, adiós.
La llamada finalizó y en el móvil de Nick quedó la imagen de Meloney. El día de Judy había mejorado en grande al saber eso, Meloney volvería a la ciudad después de tres años fuera. ¿Cómo estaría? ¿Más rápida, fuerte? No lo sabía, y eso era lo que la emocionaba. Sintió el mentón de Nick posarse en su hombro.
—¿Estás emocionada? —le preguntó, contra la oreja.
Ella levantó la pata y le tocó la mejilla.
—¿Qué pregunta es esa, torpe zorro? —repuso—. Claro que sí, son casi tres años que no la vemos. Estoy que exploto de la alegría.
—Hum... —susurró contra su oreja, el aliento de Nick contra su pelaje le sacó un escalofrío.
—Nick... estamos de turno.
—¿Y qué tiene?
—Soy la jefa, no sería un gran ejemplo —dijo con un hilillo de voz.
Él la abrazó por la cintura con las patas, apretándola contra sí.
—Nadie nos va a ver, pelusa —fue su única respuesta, acto seguido le dio un beso en el cuello. Judy iba a quejársele que estaban en servicio, pero antes que pudiera la puerta sonó. Alguien tocaba.
Nick se separó de ella y chistó, se levantó de la silla y la colocó de nuevo en ella. Se acomodó el uniforme y le dio una sonrisa pícara.
—En otro momento será, zanahorias.
Judy trató de recuperar la compostura y se acomodó el uniforme, tantos años y ese zorro siempre lograba tomarla desprevenida. La puerta volvió a sonar, y antes de que ella pudiera decir el «adelante» él abrió. Dan y Lune entraron en la oficina a la vez que Nick salía y los saludaba sin denotar cómo se sentía.
Judy les indicó con un gesto de la pata que se sentaran, mientras internamente trataba de hacer que su corazón recuperara el ritmo normal, en lugar de estar latiendo como loco. Cuando se hubo calmado, carraspeó y habló.
—Necesito saber qué pasó con Alastor Inval —dijo Judy, suspiró juntando sus patas sobre el escritorio—. Cuéntenme lo que sucedió con él.
Dan y Lune se dieron una mirada y asintieron a la vez, comenzó Dan. Le contó sobre que la persecución les había llevado desde el momento que lo localizaron por el movimiento en la cuenta bancaria, no obstante, no fue fácil, el lobo negro lograba escabullirse por callejones y lugares que hubieran confundido a cualquier animal; por suerte Dan conocía las calles que había tomado gracias a que Nick se las había enseñado hacía tiempo.
Luego Lune tomó la palabra, relatándole el trayecto escabroso que tomaron por Distrito Forestal, y que Inval se internó por una maleza por la cual la patrulla no podía pasar, por lo que procedieron a perseguir al objetivo a pie. También le contó que Inval se hirió la pierna al tropezar, caer y cortarse con una piedra, lo que les dio a ambos un rastro a seguir: el de la sangre.
Dan retomó la conversación, haciendo notar que Alastor tenía en sus patas un folio que protegía celosamente, como si en él se ocultara algo; había supuesto que serían sus planes, o los presuntos ayudantes que tuviese, ya que para alguien en solitario es imposible esconderse de la policía, más aún cuando esta lo busca con todos sus recursos.
—¿Algo de importancia que haya dicho o hecho? —preguntó Judy.
Dan frunció los labios y Lune se reacomodó en la silla con molestia.
—¿Además de que se mató? Sí —dijo Dan—. El sobre que tenía lo volvió pedazos y lo que dijo, bueno, es un poco inquietante.
—¿Por qué? —Judy colocó ambas patas en el escritorio, con una de ellas empezó a tamborilear; estaba barajeando una posibilidad que no le gustaba nada.
—Cito —dijo y carraspeó—: «Como en el libro, habrá un renacer; un renacer dado por Osiris. No lo olviden oficiales. Cuando la ciudad nazca de nuevo, recuerden que fui yo, Alastor Inval, Anubis, quien les dio la oportunidad.» —Dan se pasó una pata por el rostro a la vez que suspiraba, la cicatriz de su pata izquierda destacaba—. No entendí qué quiso decir con eso.
Judy inspiró con fuerza y fue dejando salir el aire muy despacio, se llevó un dedo a los labios y mordisqueó su garrita con preocupación. Esto estaba empezando a tomar tintes muy extraños, además de que la palabra «Osiris» le sanaba de algo, solo que no lograba recordar de qué.
—¿Algo más? —preguntó, luego de un rato. Dan y Lune negaron con la cabeza—. ¿Los restos del folio?
—A estas alturas ya debería estar en otro estado, país o en el mar —dijo Lune—; se los llevó el río.
Judy se reclinó sobre la silla y, mirando al techo, se frotó el entrecejo. Necesitaba investigar más sobre esto, encontrar de algún lugar más información para poder trazar una línea de tiempo y saber qué era lo que hacía Inval. «Anubis y Osiris», se dijo, «¿de dónde me suena?»
Sacudió la cabeza para centrarse y miró al zorro y la loba.
—Gracias —les dijo—, ahora vuelvan a lo que hacían. Si no mal recuerdo eran rondas, ¿correcto?—Ambos asintieron, Judy sonrió tratando de evitar que se le notara la preocupación y asintió—. Bien, pueden retirarse.
Cuando la puerta se cerró, Judy se quedó mirando la nada con varias cosas dándole vueltas en la mente, mientras repiqueteaba su dedo con un «tap, tap» ahogado contra el escritorio. Suspiró y de un salto bajó del asiento, con el destino ya fijo: informes. Tenía que ver por qué «Anubis y Osiris» le sonaban tanto.
275 horas para El Renacer.
El sol se reflejaba contra uno de los parquímetros del borde de la acera y su brillo pegaba contra el parachoques de la patrulla, cegándola. Lune bufó y con una pata bloqueó el resplandor. «¿Por qué tarda tanto?» Ella estaba esperando que Dan volviera de comprar los almuerzos de ambos en el restaurante favorito de ella: K' Deli.
Se recostó contra la ventanilla del auto, viendo pasar los ajetreados animales, tanto trabajadores como padres y madres de familia, que pululaban de un lado a otro. Vio que en el mar de animales que iban de un lado a otro había una pareja, un tigre y una osa, que iban de la pata sin que les importara el ajetreo de los demás. Lune los siguió con la mirada mientras caminaban, cruzaron una calle y se detenían en el siguiente cruce esperando que el semáforo cambiara a verde.
Por alguna razón le molestaba, no era que estuviera en contra de las parejas interespecie, no, estaba en contra de las parejas en general. ¿Por qué tenían que manifestar su amor cuando ella estaba más sola que el uno? Apartó la vista de ellos y sus ojos terminaron en el vaso de papel que Dan había dejado allí, dos moscas volaban en círculos. Perfecto, incluso las moscas tenían más emoción que ella.
La radio de la patrulla chirrió.
—A las unidades en la zona de Sabana Central —dijo la voz de la que si mal recordaba, era la secretaria de la estación—, tenemos un reporte de robo en calle Acacia, frente al centro comercial.
Lune irguió sus orejas de golpe, ella estaba en calle Acacia, y el centro comercial estaba al girar la esquina. Lo pensó por unos tres segundos cuando tomó la radio.
—Aquí Vicario —dijo—, procedo a ir al lugar del hecho. —Acto seguido salió de la patrulla, corriendo a toda máquina. Giró en la esquina y al fondo, a unos diez metros, vio a una gacela peleando con un lobo. Lune tomó el walkie-talkie de su cinturón—. Veo al sospechoso, procedo a intervenir. Cambio y fuera. —Cambió el canal al que Dan y ella usaban—. Dan, veme en el centro comercial de Acacia, tengo un robo con lucha. —Y cortó.
Corrió hacia la gacela con el arma tranquilizante en alto.
—¡ZPD alto! —gritó.
La gacela quitó la vista del lobo por un momento y la fijó en ella, Lune se sorprendió un poco, ella tenía los ojos de un gris tan intenso que parecía ceniza, y el lobo aprovechó ese instante para escabullirse de ella y salir huyendo.
—¡Hijo de...! —bramó la gacela, volviéndose de nuevo al lobo, este corría por las calles, esquivando peatones con un bolso de mano en la pata.
Lune llegó con la gacela con el arma en una pata, la tomó por el hombro para hacerle un placaje, derrumbarla y así colocarle las esposas. La gacela, sin embargo, apenas sintió la pata de ella en el hombro, se volvió con una agilidad de cheeta y le dio una patada a la mandíbula a ella al mejor estilo de karate y, una vez Lune aturdida, le quitó el arma de la pata y salió corriendo hacia donde iba el lobo.
Lune se tambaleó apretándose la mandíbula. «Un poco más arriba y me noquea.» Se quedó atontada un momento mirando a la gacela, quien se movía ágilmente por entre los animales, y entonces notó que tenía su tranquilizante en las pezuñas. Lune se miró las patas, ¿cuándo se la quitó?
Sacudió la cabeza y centró su objetivo en la gacela, el gris de su pantalón de chándal parecía una cortina de humo que se moviera con ella. El enojo burbujeó en ella y salió corriendo detrás.
La separaban de ella unos tres metros de distancia, pero Lune corría bufando y sintiendo como el aire le expandía el pecho. Iba a atraparla. Nunca ningún ladrón se le había escapado, y hoy no sería la primera vez. Dos metros. «¿Es que es una hija del viento o qué demonios?» Se puso en cuatro patas, ahora jadeaba con frenesí, como si estuviera cazando a una presa. Un metro. Estaba a casi nada; cuando estuvo lo suficientemente cerca dio un salto, estiró una pata delantera y le dio un golpe en las patas a ella.
La gacela trastabillo y cayó de bruces al suelo, Lune le saltó encima y se sentó a horcajadas sobre ella, quien se revolvía tratando de sacársela de encima. La loba jadeaba con suficiencia mientras tomaba las esposas de su cinturón y las separaba para colocárselas. Hacía tiempo que no tenía persecuciones así.
—Ahora sí —jadeó—. Quedas bajo arresto. —Empezó a colocarle las esposas—. Tienes derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que digas podrá y será usado en tu contra en un juicio. Tienes derecho a un abogado, si no puede pagarlo el Estado te proporcionará uno. —Terminó de colocarle las esposas, el pecho le ardía y ahí donde ella le había dado la patada le dolía como el demonio cuando hablaba—. ¿Te ha quedado claro?
—¡Imbécil, qué se escapa! —Fue lo único que le soltó ella.
—Sí, eso veo —asintió Lune, viendo como el lobo se perdía en los animales—, me alegra que no hayas podido robarle.
—¿Es que eres imbécil? —gritó—. ¡Él era el que me estaba robando!
Lune se quedó en blanco.
—¿Qué? —titubeó—. Pe-pero eras tú la que lo estaba apaleando.
—¡Por eso mismo, Einstein! ¿Qué iba a hacerle al que me robaba? ¿Invitarlo a cenar?
—Oh, por... —Oteó por donde el lobo se había ido, no lo veía. Tomó su radio—. Dan, ¿dónde estás? Sospechoso en fuga, un lobo marrón de unos veinte años, debe estar en la esquina del centro comercial.
La radio crepitó con el sonido de la estática.
—Aquí Dan —contestó—; lo veo. Voy por él.
Lune dejó escapar aire, algo más tranquila. Se bajó de sobre la gacela y, tomándola por la camiseta deportiva purpura, la levantó del suelo.
—A ver, joyita, a la patrulla.
—¿Qué? —se quejó esta—. ¿Por qué?
—¿Te parece que herir a un oficial de policía es poco? —preguntó, señalándose donde la había golpeado.
—Por favor, solo fue una patada.
—Sigue siendo agresión a un oficial.
La gacela rodó los ojos y bufó molesta. Lune, quien no quería seguir discutiendo eso, la llevó a rastras hasta donde la patrulla estaba localizada, en el camino la cabeza le palpitaba como un tambor cuando la dejó en el asiento trasero de la patrulla y ella se sentó en el del conductor. Usando el retrovisor chequeó que no se fuera a inflamar. Tiempo perdido porque empezaba a hincharse, y cuando se tocó la zona dio un quejidito de dolor.
La radio sonó.
—Aquí Dan —habló—; tengo al lobo. Repito, tengo al lobo.
Lune tomó la radio del auto.
—Tráelo y no olvides el bolso negro de mano de la víctima.
—¿Qué bolso de mano?
—El bolso de mano que se robó —dijo Lune, extrañada.
—Este lobo no tiene ningún bolso...
La gacela en el asiento trasero dio un respingo y pegó el rostro contra la rejilla que separaba los asientos.
—No me digas que no lo tiene, ¡él me lo quitó! ¡No pudo haberlo perdido!
Lune se volvió hacia ella.
—Es solo un bolso, cálmate.
—¡Es mi bolso! —chilló ella—. ¡Ahí tengo mi tarjeta del hotel, si lo pierde me quedo en la calle! Además de mis tarjetas bancarias e identificaciones. Más les vale encontrar ese jodido bolso.
Lune se masajeó el entrecejo y habló.
—Dan, ¿seguro que no lo trae consigo?
La radio crepitó.
—No. Está limpio —respondió él—. Aunque... Cuando lo perseguía chocó con un tigre, quizá era su compañero y se lo entregó, tal vez.
Se tomó su tiempo para responder. Ya había tenido un fracaso ayer como para que hoy tuviera otro; se supone que iba a ser una ronda común y corriente, tal vez con una persecución. No esto. Bueno, esto técnicamente era una ronda común y corriente con una persecución, solo que no salió como debería ser.
—Tráelo, por favor —dijo, luego de un rato—. Ya veremos qué hacemos.
—Vale —aceptó Dan—, y luego volvemos a K', dejé la comida paga.
—Bien, si vamos a hacer el informe del arresto, mejor que no sea con hambre. —Dicho esto, colgó.
—Tú traes a ese infeliz y te juro que lo mato aquí dentro —amenazó ella.
—¿Cómo? —Una sonrisa surcó los labios de Lune, aunque no la pudo esbozar bien por el dolor—. Estás esposada, si no te has dado cuenta. ¿A mordiscos? —Rió—. Adelante, por mi no hay problema. Eso te agregaría homicidio a la lista de cargos y harás mi trabajo más fácil, menos papeleo.
La gacela la fulminó con la mirada y no dijo nada.
Lune se pasó una pata por el rostro, lo que venía en la jefatura si no llegaba a aparecer el jodido bolso, iría para largo.
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