XIV. Justicia
El comienzo lo crearemos con nuestras propias manos, algún día
y con lo amable que eres, estoy seguro de que tu voz cambiará al mundo.
Puesto que la gente no puede alzarse por sí sola,
nos ayudaremos juntos, uniendo nuestras manos
y llegaremos al mañana que todo lo supera.
Netsujou no Spectrum. Ikimonogakari.
Donovah caminaba con un dolor que amenazaba con partirlo al medio en la zona del pecho, cada respiración era horrible y el dolor consecuente le mermaba las pocas fuerzas que tenía. El brazo le dolía ahí donde Celeste, su anterior objetivo, le había dado un zarpazo cuando trató de defenderse. Le había costado matarla, aunque lo logró, y ahora sólo quedaba un último cabo suelto.
Se adentró por los lugares adyacentes de la enorme mansión del zorro de mármol, usando las prolongadas sombras de los muros de hormigón para pasar inadvertido de los leones que hacían guardia en la entrada. Aunque estuviera muriendo y con un dolor que volvería loco a cualquiera, aún conservaba su físico en buen estado, por lo que saltar y tomar la cornisa del muro, dos metros más arriba, fue relativamente fácil. Cayó al suelo y flexionó las rodillas para absorber el impacto y, luego de verificar que nadie lo hubiera notado, corrió en cuatro patas hasta la puerta trasera y entró.
Una vez en la cocina, notó que no había servidumbre, todo tenía un silencio fantasmal. Ignoró eso y caminó por la mansión, usando el mapa de la edificación que tenía como guía. Agradeció mentalmente al animal que le hizo llegar eso... todo, en general: los objetivos, el veneno, todo. Subió una majestuosa escalera que se arqueaba un poco a la derecha y llegó a la segunda planta, avanzó hasta un despacho en el que claramente se veían las luces tras la rendija inferior de la puerta.
Suspiró, y le dolió como el demonio. Sacó cinco capsulas de su bolsillo y las tomó de golpe; sabía que se estaba arriesgando a una sobredosis, pero ese anestésico tendría que bastar para poder moverse sin problemas. Giró con cuidado su bastón y cuando oyó un mínimo clac lo desenvainó, no dejaba de serle útil el arma oculta en éste; había un brillo amarillento en la punta. El veneno. «Una última cosa», pensó, sacando con cuidado una jeringuilla que tenía el veneno concentrado, parecía oro líquido.
La ironía de la muerte de Faircross sería enorme: muerto por su propio producto.
Con cuidado empujó la puerta del despacho, estaba abierta.
—Pasa —dijo una voz dentro—. Ya sé que vienes a por mí.
Donovah abrió la puerta por completo, fijando su vista en su último objetivo. El zorro de mármol lo miraba desafiante con sus ojos bicolores, sosteniendo en su pata un revólver.
—Te estaba esperando —dijo Faircross.
Donovah apretó el sable en su pata, y con una precisión milimétrica fue girándolo muy despacio. Si él estaba armado no podría acercarse lo suficiente como para asestarle un golpe e inocularle el veneno, por lo que tendría que hacer lo mismo que con el león en la plaza. Sintió el cambio de peso cuando el sable quedó como una jabalina, separándose del mango.
—¿No le temes a la muerte? —preguntó Donovah, con un ligero silbido en la voz.
—No realmente. —El zorro se encogió de hombros—. Hoy no moriré yo.
—¿Crees que seré yo?
—¿Quién más? —Faircross hizo un gesto vago con el arma—. Quizá no es te incumbencia, mi estimado, pero supongo que te gustará saber que quien mató a tu esposa y a la niña fueron, respectivamente, Gabriel y Joselin, no yo.
—Tú orquestaste eso —gruñó—, eres el más culpable de todo.
Faircross se encogió de hombros con una sonrisa simplona.
—Tenía que cuidar lo mío, campeón. Es lo más lógico. Nadie mandó a tu loba a meter las narices donde no debía. Lástima que la niña hubiera muerto. —Hizo una pausa y se inclinó un poco sobre la mesa, sin dejar de apuntarlo—. ¿Cómo diste con ellos; conmigo? ¿Cómo y por qué después de tantos años decides actuar?
Donovah rió, y una tos se apoderó de él; logró calmarse.
—No lo sé —repuso, y era verdad, todas las cosas habían llegado a su puerta en un paquete: veneno, identidades, locaciones, planos, mapas, líneas de tiempo que relataban los hechos de cada uno de los sujetos, no obstante, cuando la había abierto, dos de los nueve blancos estaban tachados, una cerda y un carnero. Algo que recordaba con claridad era la pequeña nota anexada—, pero era un empleado tuyo, de eso no tengo duda. —Sonrió, un hilillo de sangre le cayó por el labio—. ¿Qué pasó Faircross, no tratas bien a tus empleados que ellos te venden al mejor postor?
El zorro de mármol frunció el ceño. Bajó el martillo del arma.
—Ya haré limpieza en los míos cuando estés muerto. Me despido.
Todo pasó demasiado rápido. El estruendo del disparo resonó por la habitación, la bala salió del arma sin perder tiempo directo hacia él, sin embargo, Donovah, quien había anticipado el disparo, se inclinó un poco hacia la derecha; no evadió el disparo, le dio, sí, sólo que en lugar de matarlo, lo hirió en el hombro. En el mismo instante que sentía la bala abrirse paso por su hombro izquierdo y detenerse súbitamente, él arrojó la jabalina, clavándosela en la muñeca al zorro, quien soltó el arma por el dolor.
Faircross gritó de dolor y cinco segundos después dio varios gemidos ahogados revolviéndose en la silla. El veneno ya estaba surtiendo efecto y lo estaba entumiendo. Donovah, tambaleándose, se irguió con el dolor del hombro, que se le extendía por el cuerpo y pecho como tentáculos, y fue hasta el zorro. Éste lo seguía con los ojos, no podía moverse.
Donovah se inclinó un poco, metió la mano en su bolsillo y le enseñó la jeringuilla con el líquido amarillo. Faircross pareció comprender qué significaba aquello porque abrió los ojos como platos. El lobo guardó la jeringa y lo tomó por el cuello.
—Ven —dijo—, tenemos que hablar mejor... aquí no hay casi ventilación. —Miró el reloj que había en la pared del despacho—. Además —agregó—, creo que tendremos compañía dentro de poco.
Estaban tomando las curvas de la ciudad al mejor estilo de los corredores de Fórmula 1, esquivando los autos de los empresarios que volvían a casa, de los trabajadores que acababan de cerrar las tiendas o de los padres de familia que regresaban con los suyos. Judy había «pedido prestado» el auto de un transeúnte vociferándole que era cuestión de vida o muerte, iban a atrapar a un asesino y lo perderían si no contribuía. El pobre animal, llevado por la sorpresa, les cedió el auto, aunque no dijo alguna otra palabra.
Tampoco es que ella hubiera oído otra, sólo tenía una cosa en mente: llegar con Faircross.
Al fondo pudo ver el edificio donde se encontraba el departamento de Donovah, irguiéndose como un obelisco ante el cielo nocturno.
—¿Adónde vamos, Zanahorias? —preguntó Nick—. El Distrito Nocturno está hacia la izquierda.
—No vamos al Distrito Nocturno; vamos al departamento de Donovah.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Para ir sobre seguro. —Judy giró en una curva; las ruedas chirriaron, quemando el caucho contra el pavimento—. Mira lo que pasó con Al, terminamos yendo al lugar equivocado. Tuvimos que haber sabido que era Donovah.
—¿Ah sí, cómo? —replicó él.
—No lo sé —reconoció ella, elevando un poco el tono; la situación era muy delicada—. Él es un profesor de literatura, y el asesino usa citas. Debimos sospechar de él...
—Y de los miles de profesores que hay por la ciudad. Por favor, Pelusa, era imposible saberlo.
Nick tenía un punto, uno muy fuerte. No había casi nada que relacionara a Donovah con los homicidios, sólo el nombre de su pareja; eso fue algo que la sorprendió e inquietó a la vez. Romanov había muerto, según los expedientes y lo que Nick le contó que Garraza averiguó, durante el disturbio hace veintiún años. Sin embargo, lo que era raro, era que no murió en servicio, sino de civil. Los datos eran dudosos porque muchos animales murieron ese mismo día, pero ella, una niña y otros tres civiles murieron en el mismo lugar.
Aún así, eso no les daba una pista fuerte de que era Donovah, si no hubiera sido por Al que les dio el nombre completo de su madre: Vanessa Cleophe Romanov, no hubieran podido hacer la conexión. Sólo que algo faltaba, algo clave, ¿cómo estaba seguro Donovah que eran esos animales los que las mataron? Pudo haber sido cualquiera.
¿Qué era lo que se les iba de las patas? ¿Qué, quién o cuál era esa pieza que faltaba para que todo cobrara sentido de una vez por todas?
La radio en su cintura crepitó, el sonido de la estática se oía ahogado por el rugir del motor del vehículo. Le hizo una seña a Nick para que le tomara la radio y éste asintió, se inclinó hacia ella y, colocándole una pata en la cintura, le tomó el radio con la otra.
—Aquí Wilde y Hopps —dijo Nick—, ¿qué sucede?
—Aquí el equipo Bravo. —Judy reconoció la voz, era Francine—. Estamos en la mansión de la víctima, esperamos ordenes de Bogo para entrar. ¿Dónde se encuentran?
—Vamos hacia la vivienda del sospechoso para verificar evidencias que lo señalen como el único —dijo.
—Bien, Wilde, estaremos... —La voz de Francine quedó opacada por el sonido de un disparo.
—¿Qué sucedió? —soltaron Nick y Judy a la vez, agitados.
—Un disparo —respondió Francine—, se oyó del lado este de la mansión. Cambiaré para contactar a Bogo. Cambio y corto. —Acto seguido, la radio crepitó y no volvió a sonar.
Judy pisó el freno de golpe y por inercia se inclinó un poco hacia adelante, sólo que Nick, como no tenía el cinturón puesto, pegó la frente contra el parabrisas. Se volvió hacia ella y la miró una expresión confundida.
—¿Qué demo...?
Judy tomó la palanca de cambios y cambió de marcha. Aceleró y dio un giro cerrado hacia la izquierda.
—Ahora sí vamos a Distrito Nocturno.
El ruido era caótico, por donde quiera que mirase había algo que generaba ruido: los pasos agitados de los pasajeros para abordar, los atronadores motores de los aviones, los incesantes llamados para que ingresaran al tren de abordaje; era una locura.
Santiago suspiró y chequeó que todo estuviera en orden.
Caminó junto a Albert hacia el avión y abordó, buscó sus asientos y luego de hallarlos guardaron el poco equipaje, para luego sentarse.
Se pasó una pata por el rostro.
—Cálmate, Santi —dijo Albert, sentado a su lado y ojeando un folleto de la guía turística de Hawái. El zorro lo miró alzando una ceja, ¿cómo hacía para despreocuparse tan sencillo si hacía poco, cuando estaban en el departamento, estaba vuelto un manojo de nervios?—. Nos iremos lejos. ¿Qué es lo peor que podría pasar?
—Muchas cosas, Albert —dijo, recostándose contra el espaldar del asiento; los de primera clases eran ridículamente confortables. Dejó escapar aire, tratando de dejar de pensar en eso. Desde el momento en que despegara, dejaría lo que conocía.
—Ten —Albert le tendió un folleto con la programación que tendría el avión—. Al menos olvídalo y mira esta peli, durante el vuelo van a pasar Donde están las cheetas.
Santiago lo tomó, una sonrisa divertida le surcó los labios. La película trataba de unos lobos que se hacían pasar por cheetas para capturar a unos traficantes. Soltó una suave risa, parecía ideal para él, Mortati también traficaba con drogas.
Mortati.
Sacó su móvil del bolsillo y leyó el mensaje que antes había pasado por alto. «Necesito que te reúnas conmigo lo antes posible» era lo único que ponía. Inspiró con fuerza. «Ya no será.» Abrió el móvil, le sacó la SIM y la quebró con sus garras, ya no tendría más molestias de Mortati nunca más, sólo le bastaría con transferir todo su dinero de sus cuentas falsas a la única verdadera. Sonrió. Aunque Mortati se entere de que había huido no lograría dar con él, nunca le había dado su nombre verdadero.
Bueno, no totalmente, era increíble que pudiera ser otro con solo cambiar una letra de su nombre. «Vuelvo a ser Zantiago», pensó mirando los dos trozos de la SIM en su pata.
—¿Sucede algo? —preguntó Albert, sus ojos avellana lo escrutaban.
—No. —Movió la cabeza en gesto negativo—. Sólo pensaba.
—Pues no pienses. —Le tendió los auriculares—. Mira la peli y listo.
Volvió a ver los trozos de la tarjeta y, luego de sacudir la cabeza, los botó en la pequeña papelera que había a su derecha. El avión tembló y los motores de las turbinas rugieron como pequeñas tormentas contenidas, al cabo de unos segundos empezaron a elevarse en el cielo. Miró por la ventanilla, las nubes grisáceas de la noche se ensortijaban unas en otra.
Se volvió hacia Albert y tomó los audífonos.
—Vale —sonrió—, veamos qué tal con la película.
La mansión estaba rodeada con cinta amarilla de «PROHIBIDO EL PASO», mientras un grupo de policías de no más de siete estaban esperando las órdenes de Bogo, todos voltearon a ver a Judy cuando ésta entró con el auto como una exhalación y estacionó derrapando.
Se bajaron. No esperaron a ver la sorpresa de los compañeros policías en el lugar, sino que fueron directo a la mansión. Ambos sólo tenían una 9mm en su posesión, aunque no es que fueran a iniciar la balacera del siglo; iban por un solo objetivo: Donovah.
La radio de Judy crepitó y él la volteó a ver, ella la apagó y con un gesto de la pata le indicó que no le diera importancia. Nick asintió y empezaron a limpiar la mansión. Judy le susurró que se separaran y buscaran, ella iría por el primer piso y él al segundo.
Asintió y subió la escalera hacia el piso superior. No tuvo que buscar mucho, un pequeño rastro de sangre lo guió por el lugar; salía de lo que parecía ser un despacho al fondo, pasaba justo por donde Nick estaba parado y seguía derecho hasta perderse en una bifurcación en T del pasillo. Lo siguió.
Cuando llegó a la abertura del pasillo la sangre doblaba hacia la derecha, la siguió. Llegó a una puerta que parecía ser de la servidumbre, ya que no tenía el motivo grabado en la madera como aparecían en las puertas aledañas, cuando le dio un pequeño empujón vio que, efectivamente, era de la servidumbre, y daba hacia una escalera de caracol en ambos sentidos: uno que bajaba al primer piso y seguía hacia abajo («Tal vez a un sótano») y hacia arriba, hacia la terraza de la mansión.
La sangre iba en ascenso.
Con el arma apretada en su pata y en alto, subió las escaleras. Sus pasos hacían que el metal del que estaban hechas crujiera un poco cada vez que afincaba el pie, intentó ser más sigiloso, pero como lo más probable era que el lobo ya hubiera matado a Faircross, subió sin amedrentarse por eso. Llegó, una gruesa puerta metálica lo separaba de la terraza, la empujó con una pata y se abrió con una suavidad casi fantasmal, como un telón que le dejara ver una obra.
Caminó con el arma en alto y ahogó una expresión.
—Suéltelo —ordenó, apuntando a Donovah.
El profesor negó con una cabeza mientras una sonrisa le tironeaba los labios, un fino hilo de sangre le caía desde la comisura derecha. Uno de sus hombros estaba herido y sangraba, y con el otro brazo rodeaba el cuello de Faircross, sosteniendo una jeringuilla con un líquido amarillo.
—No, Nick —dijo, y la voz sonó demasiado ronca y con un ligero silbido. Se le notaba el esfuerzo al respirar. De hecho, estaba muy mal, parecía más delgado y bajo sus ojos, alzándose sobre el pelaje, unas enormes y profundas ojeras se hacían presentes—. Primero lo mataré. Es lo mínimo que puedo hacer.
Nick lo apuntó.
—Señor Scaledale, por su bien, suelte al zorro.
—¿Por mi bien? —Tosió un poco e hizo una mueca de dolor—. ¡¿Por mi bien?! ¡Este maldito mató a mi pareja y a mi hija, ¿te parece que debo dejarlo vivir por mi bien?! ¡Debe morir!
Oyó que la puerta a sus espaldas se abría y de soslayo vio cómo Judy se colocaba a su lado, sin apartar la mirada de Donovah.
—Entiendo que quiera hacer justicia, señor —dijo Nick—, pero esta no es la manera. No puede tomarse la justicia por sus propias patas.
—¿Lo entiendes? —soltó el lobo, la jeringuilla en su pata temblaba—. ¡No lo entiendes para nada!
—¡Usted no ha sido el único que ha perdido a alguien! —bramó Nick—. ¡No es el único y no lo será!
—¿Vas a darme justicia acaso? —preguntó irónico—. ¿Vas a llevarlo a juicio sabiendo que sus abogados lo sacaran en un parpadeo? Vamos, Wilde, mi hijo decía que eras astuto, mas no parece. ¿Cuántas veces ha salido libre pese a que lo han capturado? —Tosió de nuevo, esta vez escupió una bocanada de sangre—. ¡Y eso es cuando lo atrapan al momento! ¡¿Cómo vas a probar que es culpable si no hay pruebas contra él?!
Nick frunció el ceño, los ojos bicolores de Faircross iban de Judy a él.
—Si no hay pruebas, ¿cómo sabe que es él? —dijo—. ¿Qué fueron ellos?
—Sólo lo sé. —Donovah estaba respirando con más esfuerzo—. No tienes qué saber cómo lo sé, sólo que así es.
—Suéltelo o tendremos que disparar —sentenció Judy, apuntándolo también.
—Adelante, oficial Hopps —la incitó él—; no serías mejor que él.
—Sería mejor que tu —replicó ella.
Donovah rió, y escupió otra bocanada de sangre, se tambaleó un poco y la jeringa se acercó peligrosamente al cuello del zorro de mármol. Nick lo sabía, sabía que, pese a los métodos, él tenía razón. No había pista alguna que relacionara a Faircross o a los demás animales con los homicidios, sin embargo, con sólo ver los ojos del lobo se daba cuenta de que era verdad. Nadie actuaba tan al límite por una posibilidad, ni por muy desesperado que estuviera.
Dejó escapar aire muy despacio, serenándose, en lugar de arrestar al malo, estaban en contra del bueno que actuó de forma mala; no contra el verdadero malo.
El mundo no es siempre como debería ser.
—Si lo suelto, vivirá —vociferó Donovah—, y una plaga como esta no lo merece. ¿Saben lo que hace, cierto? ¿Ven esta jeringa? ¿Saben que contiene? ¡Veneno de paraponera!, el mismo veneno que él trata de convertir en droga para sustituir la heroína, las metanfetaminas y demás. —Una sonrisa le pasó por el rostro—. ¿No es irónico? Morirá por su propia droga. Justicia poética.
Lo sabía.
Nick sabía que él tenía razón, pero a la vez no podía permitirlo. No todos los problemas pueden resolverse matando a los demás, por mucho daño que ese otro nos haya hecho. Si todos se dejasen llevar por la venganza, hace rato que ya no hubieran seres en el planeta.
—Señor Donovah —dijo Nick, con la poca fuerza de voluntad que le quedaba. No quería disparar, no quería matar al padre de uno de sus dos mejores amigos—, por favor, suelte a Faircross y veremos cómo resolvemos esto por juicio. Es mejor. —Desde esa altura se oían las órdenes de Bogo—. Hágalo por Al.
La expresión decidida del lobo flaqueó por un momento.
—Al —dijo y la palabra flotó en el aire—. Por quién crees que hago esto, ¿eh? —Se oyó exhausto, no corporalmente, sino agotado de todo—. Por él. No sé quién me dio todo para encontrarlos, pero lo hago por él. De esta forma la memoria de Cleo, su madre y mi amada, estará limpia. —Suspiró—. Murió por hacer lo que le gustaba: ser policía. —Unas pequeñas gotas brillaron en sus ojos—. Respóndeme algo, Nick: ¿cómo te sentirías si alguien que amaras fuera asesinada por hacer lo que ama? ¿No te enojarías? ¿No harías lo imposible para vengarla?
El labio de Nick tembló y por acto de reflejo miró a Judy, sabía que ella amaba ser policía más que a sí misma, y por un momento entendió el dolor de Donovah. ¿Cómo se sentiría él si Judy muriera en servicio? La ciudad era un caos, y al salir cada día no daba la garantía de volver.
¿Se volvería como él?
—Ah, la coneja... —musitó Donovah—. Ya veo. Así que Al no es el único. —Hizo una pausa—. No puedes responderme. Bien. Me pides que deje que se haga justicia por los medios normales, juicios, sentencias. —Negó con la cabeza—. No viviré para ver eso, de hecho, no creo que pase de hoy; sin embargo, te pregunto: ¿los policías fueron justos hace veintiún años con la pareja inter-especie?
—Estaban cumpliendo su deber —dijo Judy, su nariz se movía demasiado rápido.
—¿Manteniéndose al margen? —Donovah rió, sarcástico—. ¿Acaso esas parejas no pedían que el derecho universal a amar se les fuera concedido, o al menos, reconocido públicamente sin tener que vivir con pena, vergüenza o escondidos? ¿Estás diciéndome que el Alcalde no pudo sólo aprobar una ley para que sus emociones fueran legales? —Hizo una mueca de dolor, unos gemidos ahogados escaparon de él y se doblegó un poco, aunque sin soltar su agarre en Faircross. Jadeó, se irguió y fijó sus ojos ámbar en ellos—. ¿Es el deber de los policías quedarse neutrales en un territorio en el que claramente los derechos de un grupo de animales están siendo ignorados? —Se dirigió a Nick—. Quizá tu sepas de quien es este dicho: «Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en tiempos de crisis moral». No me pinten a la policía como unos guardianes —jadeó—, si ni siquiera pusieron empeño en resolver las muertes de Cleo, así como los demás oficiales, ¿qué se puede esperar para los demás ciudadanos?
Judy se quedó en silencio, Nick también. Ambos sabían que tenía razón de nuevo.
Se oían los pasos pesados de los oficiales abajo en la mansión, estarían arriba dentro de poco.
—¡Suelte al zorro o disparo; última advertencia! —espetó Judy.
Una sonrisa entre débil, adolorida y algo siniestra, se formó en el rostro del profesor. Nick sentía que el arma en las patas le pesaba miles de toneladas.
—¡Mátame entonces! —Se pegó el cuerpo de Faircross aún más a él—. Si disparas le terminarás dando. Hazlo y me facilitarás las cosas, Hopps, matarás también al que quieres salvar. —Una tos lo tomó por sorpresa, escupió una gran bocanada de sangre, salpicando el suelo; se tambaleó y por poco no soltó la jeringa. Era obvio para Nick que estaba en las últimas,
Bajó el arma.
—Por favor, basta. —Ya no sentía esas ganas de detenerlo, solo una profunda lástima—. Muera con dignidad y suelte a Faircross, usted mismo sabe que está a punto de morir. —Apuntó el charco de sangre en el suelo.
Donovah negó con la cabeza.
—No. —De reojo Nick vio como Judy estaba lista para disparar—. No lo haré —dijo Donovah, su voz tembló un poco—. Sé que será imposible que termine tras las rejas. Hay muchas cosas imposibles en la vida, y esa es una de ellas. —Alzó la jeringa—. Yo no voy a...
Un disparo.
Judy disparó. La bala surcó el aire con un destello y paró en la cabeza de Donovah, quien cayó de espaldas al suelo con un ruido sordo, y Faircross, aún paralizado por el veneno de hormiga bala, cayó de bruces al suelo, temblando de tanto en tanto.
Acto seguido irrumpieron Bogo y los demás oficiales, vieron el cuerpo inerte de Donovah y luego a ambos. Judy les dijo lo que había pasado y que Faircross estaba bien. Nick sólo oía, se sentía raro, como si no hubiera hecho lo que, se supone, debía haber sido lo correcto. Ladeó la cabeza apartando la mirada del cuerpo de Donovah.
Se dio media vuelta y bajó al primer piso por la escalera, Judy lo siguió, y una vez abajo, en la majestuosa sala del zorro de mármol, ella dejó ver que parecía estar igual que él. Nick se tumbó en uno de los sofás y se inclinó un poco, entrecruzando sus patas bajo su mentón, apoyando los codos en sus piernas. Judy se sentó a su lado.
—¿Por qué esto no se siente como una victoria, Nick? —preguntó con un murmullo, a su lado.
—Porque no lo es, Pelusa —respondió—. Sí, Donovah mató a esos animales, pero... el por qué lo hizo, es lo que me... nos da remordimiento. Sólo estaba haciendo la justicia que nosotros, la ZPD, no le dimos en su tiempo.
Donovah hizo lo que hizo porque se sentía solo y dolido, y ese dolor y soledad que guardó dentro tantos años lo terminaron convirtiendo en un asesino; creció como una enredadera hasta dominarlo por completo. Miró de soslayo a su compañera y una puntadita en el pecho lo asaltó, si la llegara a perder tenía claro que podría volverse como el lobo. Nadie entendería su dolor. Y eso era lo peligroso. El peor tipo de soledad en el mundo es la de ser malentendido, puede llegar a provocar que se pierda el contacto con la realidad.
—Nadie es el malo de su propia historia, ¿eh? —dijo ella y agachó la mirada; su nariz se movía muy lento. Nick reconoció el gesto, estaba pensando en algo triste.
Le tomó la pata sin que le importara si los veían o no.
—¿En qué piensas, mi Zanahorias? —murmuró con cariño.
Ella fijó sus ojos lilas en los suyos.
—En lo que dijo. «Hay muchas cosas imposibles en la vida». —Suspiró—. Crees... que lo nuestro sea imposible.
—Es posible —repuso Nick—, estamos juntos. Para mí es todo lo que importa.
—No quise decir eso —se rectificó—, sino que... si algún día será aceptado. ¿Acaso llegaríamos a provocar otra revuelta como la última?
—Judy... —Nick se llevó el dorso de ella a los labios y le dio un beso— entonces no pienses que es imposible. Piensa sólo en cambiar de perspectiva y en que algún día los demás aceptarán que el mundo es así, que el amor no distingue entre especies, sexos, colores o razas. Sólo es lo que es. —Suspiró—.Míralo de este modo. A lo largo de la historia, todos los avances comenzaron con una simple idea que amenazaba con derribar todas las convicciones. Las mentes pequeñas siempre atacan lo que no entienden. Hay quienes crean y quienes destruyen. Esa dinámica existe desde el principio de los tiempos. Pero, al final, los creadores encuentran creyentes y, cuando el número de creyentes alcanza una masa crítica, entonces la percepción se transforma y nace una nueva realidad.
»Lo que quiero decir es... no pienses que es imposible, Judy —dijo, y le dio un beso en cada uno de los dedos—. Quizá ahora así parezca, pero más y más animales encontraran el amor en una especie distinta a la propia, y las parejas inter-especie aumentarán hasta el punto en que todos se darán cuenta de eso. De que el amor es como es. —Suspiró—. A lo mejor no será hoy, no será mañana, a lo mejor la aceptación se dará en un mes, un año, una década, o tal vez muramos sin que sea aceptado, pero... si vivimos como queremos, como seamos felices, como nos guste, podremos esperar el tiempo que haga falta.
Judy se quedó mirándolo sorprendida, sonrió entre feliz y triste, una sonrisa agridulce, que entendía que lo de ambos no sería bien visto, pero que podían ser felices si se tenían a ambos. Se puso de pie sin soltarle la pata, miró a los lados, como para percatarse de que estaban solos, y cuando lo verificó se acercó y le dio un rápido beso en los labios; apenas llegaba a pico. Nick sonrió sin apartar la vista de los ojos de ella, que brillaban como piedras preciosas.
—No te conocía esa faceta —comentó, en voz baja.
Nick le pasó un pulgar por la mejilla, grabándose sus rasgos.
—Aprovéchala, Zanahorias, que dudo mucho que la vuelvas a ver.
Nick afincó las palmas en sus piernas y se levantó del sillón, abrazó a Judy con la cola y caminaron hacia la salida de la mansión. Tenían que avisarle a Al lo que había pasado.
—¿Sabes, Pelusa? —dijo Nick, cuando llegaban al auto en donde vinieron—. Mi padre tenía una frase para estas situaciones.
Ella abrió la puerta y entró en el lugar del conductor, Nick rodeó el auto y se subió en el del pasajero.
—¿Cuál? —preguntó ella, girando la llave; el motor revivió con un bramido.
—Todo es posible —dijo y colocó su pata sobre la de ella—, conseguir lo imposible solo cuesta un poco más.
Ella se acercó un poco a él.
—¿Y de cuánto tiempo estamos hablando? —dijo, con voz provocativa.
Nick sonrió.
—El que haga falta.
Y la besó.
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