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XI. Robert Wilde

A veces odiamos lo que es diferente a nosotros, pero muy a menudo se debe a que tenemos miedo de lo que no conocemos, de lo que es distinto. Y es porque, en el fondo... tememos que nos guste.


Memorias de Idhún. Laura Gallego García.


Judy se sorprendió, alzando las orejas de golpe, la pregunta la había tomado por sorpresa, y no era para menos, Tessa le había dicho que era la pareja de Nick.

—Yo-yo no soy su pareja —balbuceó.

Las comisuras de los labios de Tessa se tensaron un poco, como si la sonrisa que tenía se fijara o le costara mantenerla. Entrecruzó sus piernas y colocó sus patas sobre ellas, tenía la gracia y el porte de esas antiguas pinturas de las duquesas; inclusive, la camiseta holgada que tenía y el pantalón de chándal no la disminuía. Sus ojos verdes, como los de Nick, la analizaron por completo, como si tratara de hacerse un perfil de ella, o confirmando si en verdad era ella.

—Si lo eres, Judy —dijo Tessa—. Te he visto. —Su rostro adoptó una expresión entre alegre y melancólica—. Cuando... cuando los fotografiaron luego del caso de los Aulladores.

Judy se relajó un poco. «Entonces me conoce.» Se alisó el suéter que tenía para calmarse un poco y no parecer muy apresurada. Tessa alzó la mirada.

—Dime, ¿qué quieres saber? —preguntó.

Ella dejó de lado la aclaratoria de que no era pareja de Nick, sin embargo, si lo tomaba desde el punto de vista como en el restaurante y en la casa del zorro, pareja es sinónimo de compañera. Ella era la compañera de Nick. Sí. Eso. Entonces, ¿por qué tenía esa extraña sensación en el pecho cuando Tessa dijo eso? Fue como...

No sabía a ciencia cierta cómo era esa sensación, era algo nuevo para ella.

—Cuénteme sobre Nick —pidió—. Quiero... —Dudó sobre si decirle o no, tenía miedo de tocar un tema que fuese demasiado sensible, tanto para Tessa como para Nick, y por consiguiente para ella. Si se ponía a ver, no era nadie para pedir eso. Solo era la compañera de Nick, su mejor amiga; no era su novia como para querer saber de él, de su pasado. Sin embargo, algo en ella se lo pedía, le urgía saber más sobre él—. Quiero saber por qué es tan reservado. ¿Por qué nunca habla sobre usted o él mismo?

Tessa suspiró.

—¿Qué sabes de Nick? —quiso saber.

—Yo, bueno, no sé si lo sepa, pero Nick es policía.

—Lo sé, linda, lo sé. —Se le notaba triste—. Me lo dijo cuando lo juramentaron. Solo que... él está reacio a reunirse conmigo.

—¿Por qué?

—Dice que aún tiene que enmendarse. —Tessa se acomodó en el mullido sillón—. Su pasado como estafador aún lo molesta, me ha dicho repetidas veces por teléfono que sólo podría verme sin tener vergüenza el día en que consiga, a su modo, expiar eso.

—¡Ya lo ha hecho! —Judy se sintió molesta, ¿cómo era posible que Nick pensara así? Es decir, en parte lo entendía, pero con haberla ayudado a resolver lo de los Aulladores había, según como lo veía, enmendado su pasado como estafador—. Ese torpe zorro ha ayudado a arrestar a muchos ladrones, me ayudó con el caso de los Aulladores, y ahora estamos moviendo cielo y tierra para atrapar a un asesino. —Tessa abrió los ojos de golpe, algo sorprendida. Vale, tal vez no tuvo que haber dicho eso último—. Lo que quiero decir es que —dijo— Nick no tiene necesidad de hacer eso.

—Gracias, Judy —dijo, y su tono no sonaba tan cálido como siempre—. Supongo que cuidar a Nick es agotador. —Una sonrisa retrospectiva le surcó el rostro.

—En parte —reconoció ella, un poco apenada—, a veces vaguea un poco, pero nada que no pueda arreglar. —Hinchó el pecho con orgullo—. Si pude con todos mis hermanos, podré con Nick.

Una risa suave salió de los labios de Tessa.

—¿Querías saber por qué es tan reservado, no? —Judy asintió; Tessa suspiró—. Se volvió así desde lo de Robert. Su padre.

—¿Qué sucedió? —preguntó, con delicadeza.

—Robert... murió.

Judy se quedó de piedra, había tocado un tema sensible. Y aunque todo su sentido común le gritaba, le exigía, que no preguntara, que no se inmiscuyera en ello, algo en lo más profundo de ella quería saber, saber más de Nick; saber de la misma forma que él sabía de ella.

No dijo nada, se mantuvo en silencio, esperando que Tessa continuara o le explicara, si estaba dispuesta a hacerlo. Ella la miró. Los ojos verdes se toparon con los lilas y Judy se sintió pequeña, aún más de lo que ya era. Por un largo rato, no hubo palabras, sólo las miradas sostenidas, y después hubo un brillo en los ojos de Tessa, como si hubiera decidido algo. Suspiró y comenzó.

—No es una historia larga o muy importante, la verdad —dijo—. Solo una historia más.

»Mi esposo se llamaba Robert Wilde, era, al igual que Nick y yo, un zorro rojo, y tenía una peculiar afición a los libros; de cualquier clase y género. Los que nos conocían bromeaban con que Robert nació de un libro en lugar de una zorra. —Tessa rió con nostalgia—. Y Nick. Oh, Nick, era igual a él. Desde pequeño siempre fue un zorro muy expresivo y afectivo, pese a que siempre nos discriminaban a cualquiera de nosotros por ser lo que somos. Zorros.

»Nick era igual a Robert, sí, en actitud, en lo emocional y en el gusto por los libros. Bueno, creo que esto último se lo introdujo el mismo Robert. Lo único que tenía mío eran sus ojos. Siempre que su padre no estaba, Nick se ponía en la ventana con uno de los antiguos volúmenes que tenía Robert a leer. Leía de todo para ser tan chico, no importaba lo complicados que fuera, lo gruesos, si eran dramas o poemas, odas o tragedias; leía de todo. Y uno de sus favoritos, aunque yo cuando lo leí no me llamó la atención ni a Robert tampoco, era La Divina Comedia. Incluso había hecho una lista de las palabras que no entendía.

»Luego pasó lo de los exploradores y algo del Nick amable y cariñoso se perdió un poco. Nunca le hizo daño a nadie, es verdad, pero ya no era el mismo; empezó a replegarse y levantar el muro que ahora me imagino ha de estar como un castillo. En fin, luego de eso se formó el gran disturbio que movió los cimientos de la ciudad, hace veintiún años si no mal recuerdo.

»La primera semana de las dos que duró estuvimos bien, sin embargo, al séptimo día se acabaron los insumos de la casa, y Robert decidió que debía salir a conseguir algo. Le dije muchas veces que no saliera, que sería un suicidio, pero él sólo con «Lo necesitan», hacía oídos sordos a mis advertencias. A veces era un poco chocante lo entregado que era. —Tessa suspiró—. Por varias horas estuve muerta de la preocupación, veía como una por una las horas, los minutos, lo segundos, pasaban sin detenerse, como si fuera una soga que poco a poco me quitaba la respiración. Entonces, cuando el sol estaba por ocultarse, llegó.

»Trajo todo lo que hacía falta, incluso más, pero... —La voz le titubeó por un momento—... llegó mal. Tenía una puñalada en el costado, una muy profunda, que lo hacía respirar con un hipido. Tal vez le perforara un pulmón, no lo sé. —Colocó una pata sobre la otra para mantenerse firme, en lo que podía—. Nick veía todo asustado, asombrado y petrificado, se me rompió el corazón en dos, una parte por Robert y otra por Nick; él era muy pequeño para ver eso. Cuando le pregunté qué sucedió me dijo que había logrado traer todo, pero en el trayecto vio que un grupo de animales estaban apaleando a una pareja inter-especie, un castor y una nutria, si no mal recuerdo; y él, como siempre, no pudo evitar ayudarlos. Fue ahí cuando lo hirieron.

»Robert sonreía. Pese a que sabía que el sangrado lo mataría, no se le borraba la sonrisa. «Al menos ellos salieron con vida, Tessa», me había dicho. —Unas lágrimas comenzaron a salir, ella se las enjugó rápidamente—. Me dio un beso y abrazó a Nick, le dijo una palabra rara y murió.

Judy estaba sin palabras. Conocía la historia, la conocía de boca de quien la había vivido. Esa era la historia de Nick, la que le había pedido en un arranque de estupidez que le contara el mismo día que había visto las carpetas en la laptop. Unas lágrimas le brotaron de los ojos, ella se llevó las patas al rostro para limpiarlas, pero salían como si hubieran estado reservadas sólo para ese momento.

Tessa notó eso y se detuvo, Judy siguió tratando de detenerlas, sin éxito. Por cada una que se limpiaba, cinco salían. Recordó cómo Nick le había contado la historia, con ese tono tan común, tan normal, como si no fuera su historia. ¿Tanto había logrado aislar sus emociones que podía relatar ese traumático hecho de su vida de esa forma tan sencilla? «Es mi historia y puedo terminarla como quiera...» «...usa esa martirizante cabecita tuya para saber qué pasó con el niño...». Recordó también el libro todo desgastado y antiguo que él tenía en el estante en su habitación, cuando ella había buscado alguna referencia sobre descifrar el código de Faircross. Había visto que ese libro, de páginas antiguas y amarillentas, era La Divina Comedia; era el libro de su padre.

Mientras recordaba más cosas y las relacionaba con ese pasado, las lágrimas salían con más fuerza. Era... era como si llorase por Nick, como si derramara las lágrimas que el zorro se había negado a dejar salir, las que guardó en esa barrera sentimental.

—Disculpa, Judy —dijo Tessa, tendiéndole un pañuelo; ella lo rechazó educadamente con un ademán—, no pensé que te fuera a impactar.

—No, no se preocupe —dijo negando con la cabeza y esbozando una sonrisa pesada; las lágrimas comenzaron a aminorar—; es solo que... ese torpe zorro me la había contado. Aunque no como tal, me lo dijo en forma de historia para dormir.

Tessa abrió los ojos al oír eso, y sonrió.

—¿Enserio?

Judy asintió y Tessa se enjugó una lágrima que tenía en el borde el ojo, para acto seguido centrar su atención en ella,

—¿Sabes? Nick me ha hablado mucho de ti.

Judy alzó la mirada, las lágrimas empezaban a detenerse por completo. Se sintió avergonzada por un momento, ¿qué le había contado Nick de ella a su madre? Tessa notó esto y, pese al recuerdo doloroso, sonrió e hizo un gesto vago con la pata.

—Tranquila, no es nada malo —la calmó—. Nick me llama cada semana para saber cómo estoy y cómo va mi salud, y había veces en que me relataba sobre su pareja en la policía, una coneja que, aunque es algo obsesionada por el trabajo, es el animal al que le confiaría la vida. Hubo una vez que habló casi una hora solo de ti: tus logros, tus gustos, el que le gustaba molestarte, que eras muy sentimental... muchas cosas.

El rubor dominó a Judy por completo, ¿Nick había dicho todo eso de ella? Se sentía apenada y a la vez alegre. ¡Nick había hablado de ella!, la había unido, sin ella saberlo, a ese pasado que poseía, hablándole de ella a su madre. Y había compartido, sin decírselo realmente, un pedacito de él con ella.

Algo en su pecho se agrandó felizmente. Ese torpe zorro no le escondía cosas, es decir, lo hacía, pero poco a poco, paso a paso, se iba abriendo en su totalidad con ella.

—Yo —dijo Judy, apenada—, no sé qué decir.

Tessa movió la cabeza.

—No tienes que decir nada —dijo, y sonrió—, soy yo la que debe decir algo. —Suspiró—. Gracias. Gracias por guiar a Nick.

—¿Guiarlo? —preguntó, ladeando la cabeza un poco—. No comprendo.

—No hay necesidad, Judy; sé que por la manera en que mi hijo me habla de ti, lo has ayudado más de lo que crees. —Fijó en ella una mirada suspicaz—. Y creo que tal vez...

—Tal vez, ¿qué? —quiso saber, no comprendía por qué Tessa había dejado la frase inconclusa. Ella hizo un gesto vago con la pata.

—Nada. —El tono que detecto la coneja fue extraño, como divertido o si contara una broma privada—. ¿Alguna otra cosa que quieras saber de Nick?

Judy se enjugó las últimas lágrimas solitarias que tenía mientras negaba con la cabeza. No tenía el valor para seguir preguntando después de lo que había oído. Se prometió que si iba a saber más de Nick, iba a ser por boca de él, no por nadie más. Se puso de pie.

—Tessa, traeré a Nick la próxima vez —dijo con vehemencia—; aunque tenga que traerlo a rastras.

La vulpina rió.

—Te lo agradecería.

Judy sonrió y asintió, se despidió de Tessa y salió de la casa. Ella le dio las gracias de nuevo, haciéndola sentirse extraña, estuvo a punto de decir que era él quien la guiaba a ella, mostrándole una perspectiva distinta a la que tenía concebida, pero se lo guardó, se imaginó que decir eso en ese momento sería dar pie a un malentendido, aunque dicho pensamiento fuera cierto. Al cerrarse la puerta Judy chequeó la hora en su móvil, faltaban diez minutos para las diez de la noche. Bien, se dijo, sus padres aún estarían despiertos para pedirle quedarse con ellos.

Cuando estaba por llamar a casa, su móvil sonó, y al ver la llamada entrante se fijó que era Nick. Carraspeó para que la voz no le sonara ahogada y con un ademán de la pata llamó a un taxi que estaba en las cercanías.

—¿Bueno, Nick? —dijo, subiéndose al taxi. Le indicó al conductor que la llevara a la granja Hopps—. ¿Algún descubrimiento que valga la pena?

—¡Zanahorias —exclamó Nick, la voz le sonaba agitada—, no te imaginas lo que pasó! La información de Ben me aclaró unos puntos y Al me llamó poco después.

—¿Qué sucedió? Explícate, te noto alterado.

—Verás... —Y Nick le hizo un resumen. Le contó todo el suceso de hace veintiún años, y Judy pudo cuadrarlo con lo que Tessa le había contado también. Le contó que todo lo sucedido fue por una pareja inter-especie, lo que le causó una puntadita en el pecho; también le contó lo que el padre de Savage le había sugerido al alcalde por ese tiempo qué hacer; sobre la cantidad de arrestos, heridos y muertos que hubo en ese disturbio. Hasta ese punto todo calzaba, ya tenía una idea de los motivos del asesino, era lógico que alguien querido o importante para él, de cualquier índole, murió en ese disturbio, lo que no comprendía era qué tenían que ver esos animales muertos. Sin embargo, lo que más le sorprendió fue lo que la había revelado Al durante la cena con Faircross—... es él, pelusa. No hay duda.

Judy se frotó el entrecejo, entre alegre por el descubrimiento y angustiada por el mismo. Sí, que Faircross trafique drogas desde Europa era una cosa, y que específicamente sea la misma droga que Medicina Forense halló en el sistema circulatorio de los occisos lo deja como el asesino, no obstante, pese a que todo apuntaba al zorro de mármol, había algo que la inquietaba.

—¿Quién sabe de esto? —le preguntó a Nick.

—Solo Ben, le dije que se lo dijera a Bogo y que tomaran las medidas pertinentes. Espero que lo atrapen antes de que vaya a Burrows. —Tras la línea pudo oír cómo Nick suspiraba—. Y ese es el otro asunto, Pelusa, voy en el tren hacia Burrows en este instante. ¿Lograste hablar con tus padres?

—¿Cómo?

—Claro, ¿no fue para eso que te adelantaste? —Nick sonaba confundido—. Averiguaste que la siguiente víctima sería en Burrows y saliste para allá a hablar con tus padres para que nos dejaran quedar y seguir con la investigación, ¿me equivoco?

Judy inspiró con fuerza, Nick se había hecho una suposición casi completamente cierta, nada más que no vino antes para hablar con sus padres, sino que vino a averiguar de su madre. Dejó salir el aire muy despacio sin hacer ningún sonido que pudiera alertar al zorro.

—Claro, torpe zorro, ¿qué creías? —dijo, usando el mejor tono relajado que le pudo salir.

—Vale, Pelusa, debo colgar —dijo—, me están pidiendo que apague el celular. —Bufó—. Como si esto fuera un avión. Nos vemos allá.

Ella colgó y soltó un largo suspiro llevándose las patas a los ojos, como si tratase de retener algo inminente, y en parte era así. Tenía que hablar con sus padres, ponerlos al tanto de la situación, y lo peor de todo, que Nick era su compañero e iba a quedarse con ella. Nunca les había comentado la especie de Nick, no se imaginaba la reacción de ellos al saber que su hija trabajaba codo a codo con un zorro, y no se diga las veces que habían dormido juntos.

Un rubor comenzó a agolparse en sus mejillas. ¿Por qué? Había dormido con Nick, sí, pero había sido como amigos, ninguno de los dos lo había visto como algo más, ¿entonces por qué se sentía así? Esas emociones extrañas llevaban desde la fiesta de Faircross. Y entonces la escena de ambos bailando le llegó de repente, haciéndola sonrojarse más y haciéndola sentirse rara. Era un raro lindo. Un raro de algo sin conocer, pero que se sabe que será bonito.

Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos y le colocó los auriculares a su móvil. Buscó la grabación que Ben le había mandado del micrófono de Nick y le dio iniciar. «Luego de esto llamo a mis padres.»

Poco a poco comenzó a oírla, y cuando llegó a una parte que el sonido de la música se oía amortiguado y lejos, ahogó una expresión de sorpresa.



Santiago y Albert llegaron a la mansión del señor Morati, le mostraron la identificación a los tigres que hacían de seguridad en la entrada, al león mayordomo en la puerta de la misma, e ingresaron.

El zorro de ojos azules había recibido un mensaje hace unos treinta minutos aproximadamente, en el que Mortati le pedía que vinieran ya que se encontraba libre de compromisos, sin embargo, no le contó qué estuvo haciendo en el tiempo antes a su llegada, y Santiago tampoco preguntaría. Mortati ordenaba y él cumplía; ese era su trato.

Recorrieron el elegante vestíbulo y los pasillos de la mansión, hasta que llegaron al pasillo que daba hacia el estudio del señor Mortati. Se llevó una pata al traje para chequear que estuvieran tanto la tarjeta de memoria desencriptada y la memoria USB, ambas con el audio limpio, y al percatarse, caminó hacia el estudio de su jefe.

Apenas había dado unos cinco pasos rumbo al estudio cuando escuchó un ajetreo afuera de la casa, ambos asomaron la vista por una de las ventanas que había y vieron que al menos una docena de patrullas se estacionaban alrededor de la mansión. Santiago tragó grueso, ¿habrían descubierto los negocios del señor Mortati? No. Era imposible. Él se aseguraba de no dejar alguna pista que lo vinculara con su contacto en Italia.

Vio salir de una de las patrullas a un fornido búfalo, seguido de un guepardo pasado de peso. Bogo. El mismísimo jefe de la policía estaba aquí. Santiago oyó ruidos provenientes de la puerta y, por primera vez en varios años, un sudor de nerviosismo lo invadió.

Antes de que pudiera hacer algo, Albert tiró de su traje y lo empujó a uno de los cuartos donde las de servicio almacenaban las escobas y lo demás. Trastabillo un poco y cuando iba a caer el jaguar lo tomó de la chaqueta, cerró la puerta tras de sí y musitó un ahogado «no hagas ruido».

Santiago se quedó en silencio, pegando la oreja a la puerta de madera para poder captar algo y entender qué sucedía. Albert le dio unos toquecitos al hombro y le mostró su móvil.

«Bájale el brillo al teléfono y habla por él —estaba escrito en un mensaje—, así no nos podrán oír».

El zorro asintió, sacó su móvil, le bajó el brillo y escribió.

«¿Por qué tenías que meterme precisamente en un almacén de limpieza?».

Albert sonrió, el brillo del móvil de Santiago se reflejaba en los ojos avellana del jaguar.

«No, pues, para la próxima te consigo un hotel cinco estrellas. ¡Es lo que había a pata!».

Santiago rodó los ojos y continuó con la oreja pegada a la puerta. Se oía el ajetreo de los oficiales por la mansión, temió que se les diera por abrir esa puerta y los encontraran. No iba a ir a la cárcel, ni mucho menos inmiscuir en eso a Albert.

El jaguar se revolvió un poco en el angosto espacio que tenían, dándole sin querer un codazo al zorro, se colocó delante y luego de inclinarse un poco también pegó el oído a la puerta.

—Dame un poco de espacio, Santi —susurró—; apenas si oigo.

Santiago frunció el ceño al instante y le tapó la boca a Albert para que no hiciera ruido. Al fondo se oían los bramidos de Bogo.

—Busquen en el lugar algún indicio incriminatorio, encuentren donde hace las cuentas y...

—¡¿Qué demonios está pasando?! —Esa voz la reconoció, era la de Mortati.

Oyó un bufido de Bogo.

—Estamos aquí para registrar la casa —dijo—, tenemos pruebas de que está usted en actividades ilícitas.

—¡¿Ah sí?! —gritó—. ¡¿Dónde está la puta orden?! ¡Sin la orden no pueden hacer nada! ¡Fuera!

Bogo no respondió, pero los pasos de los oficiales se seguían oyendo cada vez más cerca. «No abran esta puerta. No se les ocurra abrir esta puerta», pensó.

—¡Óigame bien, Bogo! —espetó Mortati—. ¡Sin una orden emitida por un juez no pueden pisar esta casa! Pero adelante, hágalo. Venga... ¿ve esa puerta al fondo de este pasillo? Ese es mi estudio. Vaya, ábralo y registre —lo desafió—. Hágalo y le aseguro que antes de que salga el sol mis abogados se comerán sus testículos guisados para desayunar, las demandas que tendrá serán tantas que aún después de muerto tendrá que seguirme pagando. Y si desaparece algo de mi propiedad, así sea una mota de polvo, por obra de sus oficiales, también se le comerán el bazo. —Hubo una pausa—. ¿Tiene una orden? No, no la tiene; qué pena. Ahora, largo; tengo que salir y no estoy para sus tonterías.

Santiago escuchó el bufido molesto de Bogo y la orden para que los demás oficiales se retiraran. El zorro suspiró tranquilo y dejó caer los hombros, y con ellos la tensión que tenía. Sintió unos toquecitos en el dorso de la pata y cuando bajó la mirada vio el opaco brillo del móvil de Albert.

«¿Sabes? Yo pensaba que primero sería una cena o una salida al cine, no ir tan rápido».

Rodó los ojos y le apartó la pata de los labios al jaguar. Éste se volvió hacia él en el poco espacio que tenían y sonrió, parecía que iba a romper a reír, pero se contuvo. Se pasó una pata repleta de anillos por el rostro, y su expresión cambió. Tecleó rápidamente algo en su móvil y luego se lo mostró.

«¿En qué demonios me metiste? ¿Quién diablos es Mortati, Santi? Me habías dicho que era tu jefe, pero no en qué».

Santiago bufó.

«Luego te lo explico, Albert, ahora solo déjame llevarle las memorias al despacho y nos vamos».

Albert lo tomó del brazo y lo miró con el ceño fruncido.

«Oh no, ni creas. Le vas a llevar la USB, la extraíble me la quedo yo. Voy a oír lo que tenga, Santi; quiero saber en qué rollo estoy metido. Mejor dicho, en qué me metiste».

El vulpino negó con la cabeza, ¿y si Mortati se llegaba a enterar de eso? Podría matarlo, o matarlos a ambos. No. No estaba a discusión. Sin embargo, antes de que pudiera darle una respuesta más extensa, Albert metió la pata en su traje, toqueteó hasta que encontró el bolsillo donde tenía ambas memorias y las extrajo como un ladrón profesional. Santiago iba a replicarle, mas la mirada del jaguar era definitiva.

Él estiró la pata y Albert le entregó la memoria USB, y cuando le exigió la otra, éste negó con los ojos cerrados y con una sonrisa entre divertida y enojada.

—Nos matarán si se entera —musitó Santiago.

—Si no nos descubren, no es ilegal—gorjeó por lo bajo; abrió la puerta y le hizo un ademán para que saliera—. Después de usted, mi estimado.

Él rodó los ojos mientras salía primero e iba a dejar la USB en el despacho de Mortati. Luego de hacerlo, volvió sobre sus pasos y al final del pasillo lo esperaba Albert, quien estaba oteando el lugar en busca de animales, y mientras iba hacia él una pequeña sonrisa tiró de la comisura de sus labios. Le emocionaba saber qué había en esa memoria.

Sólo esperaba que no fuera nada de lo que hubiera qué preocuparse.



Cuando Nick llegó a la granja de los Hopps, se encontró a una Judy con una cara distinta a la de siempre.

Luego de que Nick hubiera recibido la llamada de Al y unir cabos, le había pedido a Ben que informara lo más rápido posible a Bogo e hicieran lo que tuvieran que hacer. Nick se sentía bien, habían dado con el asesino, sólo era cuestión de tiempo para que lo atraparan.

Luego de eso se fue a todo lo que su cuerpo le daba hacia la estación de trenes de Zootopia, y logró, a penas, tomar el último tren que iba rumbo a Burrows. En el trayecto llamó a Judy para avisarle cómo iba todo y ella le había confirmado sobre que había hablado con sus padres sobre quedarse.

Esa fue una de las cosas que pensó mientras iba en el taxi rumbo a la granja de los Hopps. Los padres de Judy. ¿Cómo tomarían que su hija tenga de compañero un zorro? ¿Cómo lo tomarían a él en sí? Y eso era lo más normal, no tenía ni idea de cómo irían a reaccionar si se enteraban que ambos habían dormido juntos de vez en cuando, o que estaba enamorado de ella. ¡Ja! Si se llegaba a saber eso último iba a ser seguro que los Hopps tendrían una alfombra de piel de zorro. Una muy apuesta, se atrevía a agregar.

Sin embargo, cuando llegó, no había un ejército de conejos como pensó que habría, ni los padres de Judy estaban en la entrada. Sólo estaba ella, sola, con la trémula luz de la luna haciéndola parecer de plata, como la más perfecta de las conejas. «Ya. Nada de pensar en eso.» Le pagó la carrera al taxista y fue hacia ella.

—Hola, Zanahorias —saludó, cuando estuvo a su lado.

—Hola, Nick —dijo, y lo miró a los ojos. ¿Era idea suya o ella tenía los ojos rojos?—. ¿Qué tal el viaje?

Nick arqueó una ceja, ¿qué le pasaba a Zanahorias?

Em... bien, supongo. —Hizo una pausa—. ¿Te sientes bien?

—Sí —asintió mecánicamente—, sólo... —Suspiró—. Nick, tenemos que hablar.

—Un momento, Pelusa —se alarmó—. No uses esas palabras, me da repelús. Parece que estuvieras embarazada. —Rió de su propia broma, pero ella se mantenía impasible. Tragó grueso—. Judy —dijo y se agachó a su altura—, ¿te encuentras bien?

Sin avisar antes, ella le tomó la pata y lo llevó a rastras a un lugar apartado de la propiedad. Nick pasó saliva de nuevo, ¿qué estaba pasando?

Al cabo de caminar un poco y hallarse a unos diez metros de la granja, ella lo soltó y se volvió. Sin verle, metió su pata en sus jeans, sacó su móvil y reprodujo un audio. Al oírlo, a Nick se le cayó el alma a los pies, era el audio de la fiesta. Oh, por la moras, se había olvidado de ello.

—«... maldita sea, no puedo enamorarme de Zanahorias... —reprodujo Judy, se oyó un golpe y una respiración agitada. Nick lo recordaba como si hubiera sido ayer—... Amo a esa martirizante, enojona y sentimental coneja. Demonios, la amo...». —Ella detuvo la grabación y lo miró a los ojos; el lila se veía acuoso, estaba reteniendo las lágrimas—. ¿Por qué?

Nick se sintió desarmado y se llevó una pata al entrecejo, tratando de centrarse. ¿Qué iba a decirle? ¿Le diría que la amaba con el alma o que no, que era solo una confusión, y así evitar que ella terminara despedida?

—¿Tan horrible es para ti el haberte enamorado de mí que tienes que pensarlo, Nick? —Estaba al borde del quiebre—. ¿Por qué no me lo dijiste y te lo callaste? Entiendo que no sea la mejor hembra, pero tenías que habérmelo dicho.

Nick abrió los ojos de golpe y se agachó a su altura, mirándola a los ojos.

—¿Có-cómo puedes decir eso? —titubeó y le apretó una pata con fuerza—. Zanahorias, no digas eso. Tú... —«Dilo»—... tú eres la mejor hembra que he conocido, no... no digas eso.

—¿Y por qué? —Unas lágrimas cayeron por sus mejillas—. ¿Por qué no me lo dijiste?

—Judy, no es tan sencillo —dijo, con la voz ahogada—. Si te lo decía corría el riesgo de que ya nada fuera como antes, y, además, una pareja inter-especie está mal vista. Si se llegaban a enterar que sentía, de que siento algo por ti, podrían despedirte de la policía. Puedo soportar el que nunca lo supieras, podría soportar el que nos pusieran en turnos distintos, pero lo que nunca me podría perdonar sería que por mi culpa, por esto que siento, te hubieran despedido. Te hubieran arrebatado tu sueño. —Hizo una pausa y le apretó más la pata—. Siempre pensé que eso del amor eran tonterías, cuentos de hadas y todo ese rollo, que todo el que se enamoraba terminaba irradiando arcoíris y nubes rosas, incluso me juré que nunca lo haría.

»Y entonces llegaste tú. —Se percató de que ella abrió muchos los ojos, Nick sonrió y le limpió una lágrima con el pulgar—. No sé cuándo pasó, en qué momento comencé a sentir esto, pero lo que sí sé, es cuándo lo acepté. Fue en la fiesta. Fue por ese Savage. Me sentí mal cuando te vi con él, cuando me di cuenta de que yo no podía ser él, y en ese momento me pregunté por qué —suspiró—; eran celos. Estaba celoso no de él, en realidad, sino de cualquier conejo, cualquiera que estuviera contigo que no fuera yo.

»¿Quieres que te lo diga? Bien. —Inspiró armándose de valor—. Sí, Judy, te quiero. Te amo. Lo hago como nunca. Y es por esa razón que no te lo dije. Prefiero tu felicidad a la mía, y sé que ella está en la ZPD, sé que tu alegría es ser policía. ¿Quién soy yo para interferir en eso?

Al terminar de exponerse por completo, ladeó el rostro dispuesto a levantarse e irse, pero entonces Judy se lo impidió, le apretó aún más las patas y lo obligó a estar a su altura.

—¿Que quién eres tú? —repuso ella—. Eres Nick Wilde, un zorro. Mi torpe zorro. ¿Quién te crees para decidir lo que me conviene o no? ¿Quién te crees para pensar en si me quedaría o no en la ZPD? Tú me conoces, Nick. Soy autosuficiente. Independiente. ¿Cuándo, del tiempo que nos conocemos, necesité alguna ayuda que no fuera la tuya? —Apretó aún más el agarre, ya dejó de tener ese romanticismo y comenzó a doler un poco—. Yo soy la que decide lo que me conviene o no, en donde me quedo o no, a quien quiero o no. —Empezó a fruncir el ceño y Nick sonrió, he ahí la coneja de la cual estaba perdidamente enamorado—. No seré la que capte todo a la primera, porque ni siquiera fui capaz de entender la historia que me contaste, ¿pero acaso crees que no notaría con el pasar del tiempo que morías por dentro?

—Zanahorias, como... —¿Cómo sabía ella lo de la historia?

—Conocí a tu madre, Nick. Conocía a Tessa. —Por un momento Nick se sintió mal, traicionado, ¿cómo había osado ella revisar sus documentos? Sin embargo, un instante después eso quedó de lado al oír las siguientes palabras—. El que no me lo dijeras te empezaría a matar por dentro, Nick. —Inspiró—. Yo... —ladeó el rostro un poco— yo no sabré nada de eso, del amor, pero algo que sí sé es que... —Volvió a verlo— me gustaría... quiero decir, yo...

Nick le colocó ambas patas sobre los hombros.

—Judy, acaso tú...

—No lo sé —repuso—. No lo sé, Nick. Sin embargo, algo que no puedo negar es esa sensación tan rara que empecé a tener luego de la fiesta. Cada vez que estaba cerca de ti, cada vez que recuerdo cuando bailamos yo... No sé lo que siento, ¿bien? Nunca he sabido qué es el amor como para saber cómo moverme o qué decir. —Respiró con nerviosismo, la nariz se le movía como si tuviera vida propia y tenía, bajo el gris de su pelaje, un pequeño rubor—. Sólo sé que estas emociones están allí y...

Nick no le dio chance a terminar. La atrajo hacia sí y colocó sus labios sobre los de ella. La sensación fue de otro mundo, las piernas lo traicionaron haciéndolo caer de rodillas, los brazos lo sintió de goma y podría jurar que la cabeza le iba a explotar; eran demasiadas sensaciones todas de golpe. La textura de los labios de Judy era mágica, suave y embriagante, y cuando ella colocó sus patas en su rostro, fue la señal para intensificar el beso. Le acarició con cariño las orejas, las mejillas, el mentón, no había lugar de ese pequeño rostro que no explorara con las patas.

Se separó por aire y la vio abrir los ojos con lentitud, aturdida por las sensaciones.

—Nick... —musitó.

—¿Sí, Pelusa?

—Quiero seguir.

—¿Con qué?

—Con esto —respondió con vehemencia—; con todo esto. No me importa lo que pase, lo que digan o lo que hagan. Me contaste que lo que pasó hace veintiún años fue por una pareja inter-especie, y no me importa. No me importa.

—Zanahorias —intervino Nick—, no quiero que te odien por estar conmigo. Yo puedo aguantarlo porque mírame, soy un zorro, pero tú...

—A veces odiamos lo que es diferente a nosotros, torpe zorro —dijo ella, separándose un poco y viéndolo a los ojos con una sonrisa—. Te acabé de decir que no me importa, deja de decidir qué es bueno y qué no para mí. Yo te elijo a ti. Te quiero a ti. No importa nada más.

Nick sonrió.

—Eres imposible de convencer, mi testaruda coneja.

—Lo mismo digo, mi torpe zorro.

Esta vez la que lo besó fue ella. De una manera más tierna, más cariñosa, y más inexperta. Él le besó con delicadeza los labios, la comisura de esta, la pequeña nariz que se movía sin cesar. Ella abrió los ojos y rió, como una niña pequeña cuando obtiene algo, y él le pasó un dedo por el rostro, grabándose sus rasgos.

—Te amo, Zanahorias. Nunca lo olvides.

—Nunca lo haré —sonrió, acariciándole la mejilla—. Ahora, ¿te parece si vamos a dormir?

—¡Zanahorias! —exclamó—, ¿no llevamos ni una hora juntos y ya quieres aprovecharte de mi inocencia?

Ambos rieron por la broma del zorro. El frío viento nocturno sopló con fuerza, abrazándolos, llevando sus risas con él.

—Entremos —sugirió Nick.

—Sí —coincidió ella.

—Por cierto, Pelusa —dijo, mientras caminaba hacia la granja con Judy en brazos—, ¿qué dijeron tus padres de mí?

Las orejas de Judy se alzaron de golpe.

—Yo..., bueno, no le dije qué eras —murmuró contra su hombro—. Sólo dije que mi compañero de la policía iba a quedarse conmigo porque teníamos un caso que resolver.

—Pareja —la corrigió él—, en todos los sentidos. —Alzó las cejas varias veces, sugestivamente—. La sorpresa que se llevaran tus padres será enorme —rió—. Espera, ¿les diremos?

—Ya veremos.

Nick asintió, y cuando estaban casi en la puerta de la granja, preguntó:

—Pelusa, ¿dónde dormiré yo?

Ella no respondió, se bajó de él, abrió la puerta con cuidado y con una seña de la cabeza lo incitó a entrar. Nick con un alzamiento de cejas enfatizó la pregunta, a lo que ella sonrió con timidez y se dio media vuelta. Él sonrió y se frotó las patas como si tuviera la mejor mano de cartas de su vida.

«Interesante —pensó, siguiéndola por los laberínticos cuartos de la estancia—, y algo suicida también. Si los padres de ella nos encuentran durmiendo juntos, nos matarán.

»Te matarán, querrás decir —le respondió una vocecita.

»¿Otra vez tú? ¿Qué quieres? Ya le dije a Zanahorias que la quiero, cumpliste tu cometido. ¡Ahora, shoo!

»Yo solo te advierto.

»¿Advertirme de qué?

»¿Cómo crees que reaccionarán cuando vean a un zorro en la misma cama que su hija? Van a creer que te la comiste, y no necesariamente como presa...

»Yo no...

»¿No aprovecharías? Por favor, Nick, soy tu conciencia. Dime que si se da la situación no cederías a tus instintos.

»...

»...

»...

»¿Ves?

»Ya comprendí. Andar con cuidado, vale. ¡Largo!

»Que obstinado. Bueno, me voy. Pero antes, un consejo:

»¿Cuál?

»Las almohadas en la puerta no dejan que salga el ruido de dentro. Chau.»

—Nick —susurró Judy, sacándolo de sus pensamientos, ella estaba apuntando a una habitación y lo miraba, apremiándolo a entrar.

—Sí, sí —murmuró en respuesta—, lo siento. Me distraje.

Ella rodó los ojos y Nick entró, Judy lo siguió detrás y cerró la puerta con cuidado. Era un cuarto espacioso para un conejo, aunque no tanto para un zorro, si Nick se ponía de puntillas sus orejas rozaban el techo. Había una cama que se veía muy esponjosa junto a la pared, una cómoda al lado y frente a esta un tocador con varias fotografías.

Era la habitación de Judy.

Se inclinó un poco y vio que en una de las fotografías estaba ella de pequeña con un uniforme de policía. Iba a bromear con eso, pero el cansancio pudo más, eran casi las doce de la noche, debían dormir.

Como pudo se acostó en la cama que había, que apenas era justo para él, hizo un espacio y dio varias palmaditas mirando a Judy. Ella sonrió y se acostó a su lado, Nick le pasó la cola por la cintura y la acercó más hacia sí. La sensación de sus pelajes rozándose lo volvía loco.

—Descansa, Nick —dijo ella, volviéndose hacia él y mirándolo a los ojos; bostezó.

—Descansa, Zanahorias —dijo él, y depositó un beso en su frente.

Se dieron una sonrisa y se dejaron vencer por el sueño.

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