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X. Inter-especie.

La verdad es que nadie vive de la verdad y, por ello, a nadie le importa la verdad. La verdad que nos inventamos simplemente es la suma de lo que le conviene a la gente, sopesado con el poder que ostentan.

El murciélago, Jo Nesbo.


Apenas cortó la llamada con Nick, Judy telefoneó a Benjamín. El tono sonaba y sonaba; uno, dos, tres, cuatro timbres y el guepardo nada que contestaba, parecía que no lo cargaba consigo. «Calma, Judy. Quizá Ben está con los audífonos puestos oyendo Gazelle.» Sin embargo, la voz de la leopardo de las nieves que transmitía las noticias sobre el reciente homicidio, no era precisamente una voz relajante, todo lo contrario.

La llamada fue redirigida a buzón de mensajes, Judy bufó y volvió a intentar llamar. Esta vez, luego de tres timbres, sí cayó.

—¿Judy?

—¡Ben! —exclamó ella, irguiendo las orejas de golpe—. ¡Por fin contestas!

—Lo siento, estaba en informes —dijo—. Encontré lo que necesitaban.

—¿Lo que pasó hace veinte años?

—Sí, y acabo de leerlo a escondidas... —Un tenso silencio se formó en la línea, luego Ben suspiró—. No es bonito. No es ni siquiera lo que se sabe.

—¿Y qué pasó? —quiso saber, el pulso le estaba subiendo de la adrenalina. Por fin, después de todo esto, una pequeña luz se veía al fondo del túnel.

Otro suspiro de Ben.

—¿Puedes venir?

—No. ¿Puedes venir tú? —El departamento de Nick era lo suficientemente espacioso para el guepardo, además de que no podían volver a la jefatura hasta que el caso se resolviera—. ¿Sabes dónde queda la casa de Nick?

—Sí.

—Bien, vente cuando salgas del turno.

—Eso es a las ocho. En... hora y media.

—No importa, ven de todos modos. —Hizo una pausa y se calmó un poco—. ¿Algo sobre el muerto? ¿La cita?

—La tengo, la saqué del expediente de Savage mientras éste no estaba y le saqué copia —dijo—. Es extraño, parece tener una ene en la esquina.

—¿Una ene; la letra ene? —Ella arqueó una ceja. ¿Qué se supone que era eso?

—Sí.

—¿Qué dice la cita? —En otro momento le prestaría atención a la letra. Es raro, pensó, van tres letras independientes a la cita: «F», «S» y «N».

—Dame un momento. —Tras la línea se oía el sonido de los papeles al moverse y luego de un minuto Ben carraspeó para hablar—. «Entre dos mundos, la vida cuelga como una estrella, / ni noche ni día, sobre el filo del horizonte / ¡Qué poco sabemos cuál somos! / ¡Y cuán menos aún lo que seremos!» —Hizo una pausa—. ¿Alguna idea?

Judy se quedó en silencio tratando de procesar la cita. «Piensa», se dijo. Donovah había dicho que todos los poemas tienen dobles sentidos o significados, entonces, lo más sencillo debería ser encontrar el significado general. ¿Qué era lo que se oía más común de todo el verso? Nada. No lograba comprender nada. Bufó ofuscada y volvió a centrarse en el celular.

—Ben, ¿con respecto a la grabación que te mandé?

—Ya está —le confirmó él—. Te la mandaré al móvil.

—Vale, gracias. —Cerró los ojos y suspiró—. Te esperaré aquí a las ocho. Nos vemos. —Y colgó.

Una vez que cortó la comunicación con él, se tumbó en el sofá y miró el resto del reportaje en la televisión. Lo veía sin ver. Sus ojos estaban enfocados en la pantalla, pero su mente estaba en otro lado, más específico, en tratar de descifrar la cita. Había algo que se le estaba escapando, algo que se supone era importante. Apagó la televisión y se masajeó las sienes tratando de concentrarse.

A ver, Donovah había dicho que el siete era un número importante, por lo que ella dedujo que eran siete lugares. Bien. Siete lugares, de los cuales, ya van cuatro: Tundratown, Plaza Sahara, el Centro y, ahora, Sabana Central, entonces quedaban tres, Distrito Forestal, Distrito Nocturno y BunnyBurrows. Espiró. «Entre dos mundos, la vida cuelga como una estrella». Dos mundos... dos mundos...

Abrió los ojos de golpe. ¿Acaso...?

Sí. Tenía que serlo. Era el único lugar que cuadraba con una descripción así.

Se puso de pie de un brinco, tomó sus cosas y salió disparada hacia la puerta. Sus patas tomaron el juego de llaves que le había dado Nick; temblorosas, abrieron la puerta. Cerró y corrió hacia las escaleras. Bajó y cuando llegó a la puerta de planta baja, una mancha anaranjada apareció tras ella.

Él la miro sorprendido por la velocidad a la que venía, ella consideró por un momento el detenerse y contarle lo que había descubierto, pero lo dejó de lado. Aprovecharía esta oportunidad para, además de confirmar si su sospecha del lugar era cierta, matar esa incesante vocecita que le decía que encontrara la casa.

En el momento exacto en que pasó a su lado, Nick la tomó de la muñeca, deteniéndola en seco.

—¿Qué sucede, Zanahorias? —preguntó.

—Nick no tengo tiempo, debo irme —le apremió.

—¿Qué? ¿Por qué? —se extrañó él.

Judy lo miró, bajó y alzó las orejas y fijó sus ojos en sus verdes.

—Creo que tengo una pista —dijo—. Solo que necesito confirmarlo. —No era del todo cierto, sí tenía una pista, la localidad, mas no tenía que confirmarlo, sabía que era allí; lo que quería ver era otra cosa. Mejor dicho, a alguien.

Nick la miró aún más confundido y arqueó una ceja, Judy suspiró y se relajó un poco, aunque llevara prisa tenía que explicarle a él hacia donde iba, se supone que ambos eran un equipo y estaban juntos en esto. Algo de lo que se percató es que, pese a que ya no estaba tan inquieta por irse, él no le soltaba la muñeca; la tenía agarrada con firmeza, aunque con el delicado tacto suyo.

Sacudió la cabeza para apartar esos pensamientos, no era el momento.

—Voy a... —se detuvo. No podía decirle a dónde iba, si lo hacía sabría que había espiado en su computador, y posiblemente tendrían una discusión, y lo menos que necesitaban ahora era separarse por algo tan simple. Suspiró para ordenar las ideas y optó por lo más fácil—. ¿Confías en mí? —preguntó, entre burlona y seria, llevándose la pata libre a la cintura.

Nick se quedó mirándola como si hubiera le preguntado lo innombrable, apretó un poquito el agarre en su muñeca, pero lo aflojó al instante. Fue tan rápido que ella apenas pudo percatarse del mismo.

—¿Después de todo este tiempo? —Le sonrió.

Ella le devolvió la sonrisa.

—¿Confías o no?

Él aflojó el agarre en su muñeca y con un suave movimiento la soltó, acariciándole en el proceso la pata y el dorso de la misma; unas pequeñas descargas eléctricas le recorrieron a Judy el brazo y ella se preguntó el porqué de eso.

—Siempre —repuso él, y luego señaló la puerta con la cabeza—. Ve... y cuídate.

Judy sonrió a sus anchas y asintió. Le dijo que apenas confirmara la pista le llamaría y le avisó sobre que Ben vendría apenas terminara su turno. Y cuando giró en la esquina del edificio rumbo al tren para partir, su móvil sonó, indicando la llegada del audio de los micrófonos que tenían en la celebración de Faircross.



Luego de varias horas de que Albert hubiera iniciado a descifrar el código que tenía la tarjeta de memoria que le había entregado, Santiago notó que el jaguar estaba a poco de obtener lo que sea que estuviese en ella. Santiago durante ese tiempo había estado como siempre cuando venía a donde el jaguar, inquieto y aburrido. Él no era el mejor zorro en lo que a tecnología se refiriera, lo suyo eran los trabajos sutiles, robos u homicidios, infiltraciones o algo por el estilo, y quedarse en una habitación que parecía un refrigerador con un jaguar que parecía ser más máquina que animal, no era de sus actividades favoritas.

Santiago, luego de que Albert obtuviera el código para poder quitar el encriptado, había ido a la sala, llevó una silla hacia el futurista cuarto y se sentó a esperar a que él terminara. Se había leído tres textos sobre computadoras, robótica y mecatrónica de Albert, y ahora estaba matando el tiempo con uno de sistemas.

—¡Al fin! —exclamó Albert, sacando a Santiago de su ensimismamiento; el zorro alzó la mirada del libro de formulas y números binarios.

—Al fin, ¿qué?

El jaguar giró la silla y quedó mirándolo. Sonrió.

—Pude tumbar la barrera que tenía la memoria —dijo—. En diez minutos extraigo lo que tenga y te lo paso a una USB. —Giró la silla hacia la pantalla, sacó de un cajoncito cercano unos audífonos y los conectó al ordenador—. Haz algo por la causa y tráeme un sándwich —pidió, haciendo un gesto vago con la pata.

Santiago arqueó una ceja.

—¿Disculpa?

—Disculpa aceptada —rió—. Ahora, creo que en la nevera quedaron varias rebanadas de pescado; ponme unas cuatro.

—¿Me crees un sirviente? —repuso, volviendo al libro, que aunque no entendiera mucho, servía para despejar la sensación de espera.

—Oh, vamos, Santi —se quejó él, medio burlón, medio en serio—, ¿qué te cuesta? Colabora con el pobre y entregado hacker que está haciendo lo imposible para ayudar.

—Te van a pagar —cortó.

—Sí, pero eso no significa que deba morir de hambre.

—Levántate y hazlo tú.

—Santi...

—No.

—Por favor...

—Que no. —Estaba comenzando a perder la paciencia.

—¡¿Qué te cuesta?!

—¡No soy tu perra! —gruñó, con el ceño fruncido y fijando la vista en los ojos avellana del jaguar—.¡Hazlo tú mismo!

Ambos se quedaron en silencio en un duelo de miradas que Santiago no tenía intención de perder, si podía hacerle frente a extorsionistas y negociadores que querían pasarse de listos, podía con Albert. Al cabo de diez segundos él suspiró resignado, se pasó una pata repleta de anillos por el rostro y se levantó; Santiago esbozó una media sonrisa victoriosa.

Salió del estudio dando un portazo, Santiago se levantó y oteó una de las pantallas, en la cual había una pequeña ventana de un conversor de archivos mostrando el tiempo que le tomaría transformar el formato de lo que sea que había en la memoria a uno legible. Se acercó un poco más y notó que era una especie de archivo de audio. «¿Diez minutos para un audio?». Espiró y volvió a su silla. Sacó de su traje su móvil y le mandó un mensaje a Mortati.

«Señor, lo que contiene la memoria está casi listo. ¿Instrucciones?».

Al cabo de unos minutos le llegó respuesta.

«Perfecto. Santiago, apenas Albertico tenga listo el archivo me lo haces llegar de inmediato. Solo una cosa: no oigas su contenido. Por ahora no me mandes más mensajes, tengo otros asuntos».

Al terminar de leer el mensaje guardó su móvil y volvió a leer el libro que tenía. No comprendía por completo el porqué todo se basaba en ceros y unos, pero, total, el hacker era Albert, no él.

La puerta se abrió de nuevo y la bisagra chilló un poco, Albert entró y pasó de largo, se tumbó en la silla y se volvió hacia el ordenador, colocó una memoria USB en el mismo y luego de presionar unas teclas rápidamente, mordió el emparedado.

De la nada, un paquetito voló desde la silla y Santiago lo atrapó al vuelo. Era un emparedado un poco más pequeño que el que el jaguar tenía, sin embargo, seguía siendo uno. Miró extrañado el alimento y luego lo miró a él, pero este estaba centrado en la pantalla, dándole la espalda.

—¿Y esto? —preguntó.

—De nada —masculló Albert, y le dio un bocado a su sándwich.

—Yo no te pedí uno.

Él hizo un gesto con la pata para restar importancia tras la silla.

—Solo come y ya. —Hizo una pausa—. El archivo estará dentro de poco, ¿qué hago después?

Santiago desenvolvió el sándwich con toda la tranquilidad del mundo y, luego de hacerlo, le dio una mordida. No está mal, pensó, las rebanadas delgadas de pescado casi como sushi con los condimentos y demás sabían delicioso; Albert debería ser chef en lugar de hacker.

—Lo llevamos donde Mortati.

—¿Llevamos? —Albert se inclinó un poco de lado y lo miró tras el espaldar de la silla.

Santiago se encogió de hombros.

—Debes cobrar lo tuyo, ¿no? —Y dio otra mordida. «De verdad está bueno.»

Albert hizo una mueca alegre, se encogió de hombros y se volvió hacia el ordenador. Santiago suspiró y continuó comiéndose el emparedado mientras trataba por todo los medios entender el chiste de los ceros y los unos.



Cuando Ben llegó a su departamento eran casi las nueve de la noche.

Luego de que Judy saliera de esa manera tan... rara, y le preguntara algo que lo hizo extrañarse a tal punto que pensó que iba a una misión sin retorno, Nick había llegado a su casa y se había tumbado en el sofá, tratando de mantener a niveles normales el investigar al asesino y los sentimientos por Judy.

Estuvo tentado a soltarlo cuando estaban en el recibidor del edificio. En teoría no era difícil, sólo debía decir que la quería, que la amaba, pero... no se dio, la situación no se dio. Sólo optó por apretar un momento el agarre en ella, como para tratar de procesarlo y hacerse la idea de que en otra ocasión sería, y la soltó. Cuando el timbre sonó sacándolo de sus pensamientos, se levantó y fue a abrir. Tal cómo Judy le había dicho antes de salir a correr a quién sabe dónde, Ben vino; llevaba unas carpetas en sus patas e iba de civil. A Nick le pareció peculiar ya que no estaba acostumbrado a verlo así, llevaba unos jeans anchos y una camiseta azul con un estampado de Gazelle en ella.

Lo invitó a pasar, cerró la puerta y cuando éste se sentó en la mesa, colocando ambos folios en la misma, él lo imitó. Se percató de que parecía cansado, se veía todo lo contrario a como normalmente estaba, en lugar de una sonrisa alegre y bonachona había una línea larga y un seño empezaba a fruncirse, uno que parecía estar apareciendo por primera vez. Nick carraspeó y Ben asintió, ensimismado.

—¿Y esto es...? —preguntó Nick, apuntando los folios.

—Lo que pasó hace veintiún años —respondió Ben. Nick irguió las orejas de golpe por la impresión.

—¿Te haces una idea de lo que pasó? —preguntó, abriendo la primera carpeta.

—Sólo sé que hubo una especie de disturbio. —El recordar eso le traía nostalgia y una enorme tristeza al vulpino.

—En parte, sí. —Ben abrió el folio—. Un megadisturbio que comenzó en Sabana Central y se fue extendiendo por todos los distritos, incluido Burrows.

—Explícate —le pidió.

—Todos saben que, en efecto, hubo un disturbio —empezó, revisando las hojas de la carpeta—, pero nadie sabe el porqué de ello. ¿Por qué razón? No lo sé. Sólo sé que es así.

»Hace veintiún años se inició dicho disturbio por la cosa más insólita y ridícula que pudo ser. Una pareja; una pareja inter-especie para ser más exactos. —Nick abrió los ojos como platos—. Un antílope y una leona. La cosa, como te la podrás imaginar, no fue tomada con mucha aceptación, tanto por los tiempos tan cerrados que eran como por el asunto depredador-presa. Claro, existen parejas inter-especies aceptables como lo tigre-leona, caballo-cebra, leopardo-cheeta; parejas que no afectan mucho a la sociedad en cuanto a impacto, mal vistas, sí, pero aceptables al fin y al cabo. Sin embargo, para los animales extremistas y/o mente cuadradas, una pareja depredador-presa fue su excusa para encender la mecha.

»Primero fueron simples marchas para expresar su opinión sobre lo «antinatural» de eso. —Ben hizo las comillas en el aire—. No obstante, la cosa no paró allí, sino que aumentó de nivel. Los lados liberales empezaron a marchar a favor de la diversidad, tanto inter-especies como homosexuales, y el otro lado aumentó las suyas. La cuestión es que todo inició un día en que ambas marchas coincidieron en un lugar y hubo un muerto. Como siempre, a la policía se le pedía que estuviera presente en dichas manifestaciones para evitar una catástrofe, pero la desgracia alcanzó a un oficial. Un león. Y fue ahí donde se abrieron las puertas del infierno.

Ben se detuvo un momento, buscó unos papeles y los colocó sobre la mesa, junto a Nick. Éste notó que no eran simples papeles, eran expedientes, seis para ser exactos.

—El primero de los oficiales muertos fue él. —Apuntó al expediente del león, junto a este había de otros cuatro animales; dos lobos, un tigre, un elefante y un hipopótamo—. A partir de ese momento, las manifestaciones se volvieron violentas, desencadenando el macrodisturbio que hubo. Durante el período que duró murieron los otros cinco oficiales que puedes ver en los demás expedientes, a la vez que empezó a haber saqueos, robos organizados y ataques a parejas inter-especie. Hubo cientos de arrestos, heridos y decenas de muertos.

»Luego de los disturbios, el que en ese tiempo era el alcalde, estuvo entre la espada y la pared. Por un lado tenía a los animales que reclamaban sus derechos a estar juntos, y por otros estaban los que estaban en contra, además de que como los animales damnificados fueron en su mayoría presas, éstos estaban pidiendo que los depredadores tuvieran un medio de contención. El alcalde no podía ceder de ninguno de los cuatro lados. Si apoyaba a los inter-especie, los extremistas podrían iniciar una nueva revuelta. Si apoyaba a los extremistas, los inter-especie podían alegar que sus derechos estaban siendo violados. Si apoyaba la medida de contención propuestas por las presas (un collar de electrochoques que se activara con el ritmo cardíaco), los depredadores se alzarían; y si no lo hacía, las presas, que superaban a los depredadores en nueve a uno, podrían alzarse. Por donde sea que lo viera, era muerte política segura.

»Sin embargo, el Ayuntamiento tuvo una ayuda inesperada. Alexandre Savage, una liebre y el padre de Jack Savage, le propuso al alcalde una solución polémica: apoyar a los cuatro lados y a ninguno a la vez. —Nick se extrañó y Ben, al notar esto, procedió a explicar—. Apoyó tanto a los inter-especie como a los extremistas al no penar ni prohibir dichas relaciones; serían posibles, sí, mal vistas, también, pero ni legales, como unos querían, ni penadas como otros demandaban. Y con las presas y depredadores fue algo parecido, apoyó a las presas monetariamente, ayudando a los damnificados y de esa manera no se alzarían las presas y los depredadores no se verían afectados. Y como cereza del pastel, todo lo ocurrido, en cuanto a las causas del disturbio, se mantuvieron en secreto para todo el público.

Ben terminó de hablar y Nick se quedó en silencio, tratando de procesar la enorme, realmente enorme información con la que había sido bombardeado. Lo primero que pensó fue en Judy y él, si todo ese disturbio se realizó por una pareja inter-especie depredador-presa, sus planes de decirle a Judy sobre lo que sentía (que no era muy altos, siendo sincero) cayeron al suelo. No podía decirle, no si no quería que la historia se llegara a repetir. Y lo segundo es la causa del asesino.

El motivo.

Lo más lógico era que alguien querido por él muriese en dicho disturbio... y que los animales que había matado tuvieran algo que ver en ello. Uno no mata a tantos animales de maneras tan horribles sólo porque sí. Ahora la pregunta principal es quién. ¿Quién de entre todos los muertos fue el ser querido del asesino? ¿Y quiénes son los implicados en ese crimen?

Se llevó una pata al entrecejo y lo frotó con fuerza, tanta información tan de golpe lo abrumaba, sin embargo, arrojaba una claridad ridícula al caso.

—Ben, ¿cuántos animales cayeron presos durante el tiempo del disturbio? —preguntó Nick; si no tenían la identidad de quien sea quien haya perdido el asesino, tenían un dato importante, los muertos, siendo más específicos, el arresto que tenían.

—Sé por dónde quieres ir, Nick —dijo Ben, tendiéndole una hoja—. Este es el registro de todos los animales que fueron arrestados.

Nick tomó la hoja y miró.

¿¡Trescientos doce animales!?

¿Qué demonios? ¿Por qué tantos?

Luego de un suspiro molesto empezó a buscar a Gabriel Bearash, lo encontró. Fue arrestado por el cargo de alteración del orden público el séptimo día de haber comenzado el disturbio. Ya con esta información de la fecha, separó a todos los demás animales que fueron arrestados ese mismo día y bajo el mismo cargo, la lista se redujo en mayor medida, pasando de trescientos doce a solo cincuenta y tres. Vale, se dijo, ahora estamos mejor. De los cincuenta y tres descartó a los que vivían en Tundratown, Plaza Sahara, el Centro y Sabana Central, volviendo a reducir la lista, quedando así un total de nueve animales: cuatro conejos en Burrows y en Distrito Forestal, dos lobos, un jaguar, un lince y una cebra.

Donovah había dicho que el siete era un número importante, ajá, y Zanahorias se lo confirmó con los distritos, entonces tenía que averiguar en qué distrito aparecería la próxima víctima. Se volvió hacia Ben, quien estaba mirando el otro folio. Por encima, Nick pudo ver que se trataba del último muerto.

—¿Puedo verlo? —le preguntó.

Ben lo miró y asintió.

—Ten. —Le tendió la otra carpeta, Nick la tomó.

En esa no había mucha información relevante, más allá de que el animal era una hiena, que tuviera la misma puñalada en el pecho mediante la cual le inocularon el veneno de la hormiga bala, la manera en que murió y la cita. Tomó la copia de la cita y la leyó, lo primero de lo que se percató era que en la esquina inferior derecha, estaba escrita una letra, una «N».


Entre dos mundos, la vida cuelga como una estrella,
ni noche ni día, sobre el filo del horizonte.
¡Qué poco sabemos cuál somos!
¡Y cuán menos aún lo que seremos!


Nick arrugó los labios sin comprender la cita en absoluto. Bufó, dejó los papeles sobre la mesa, y fue al ordenador a buscar de quién era dicha cita, con la copia de la misma en sus patas. Tomó la portátil y la llevó a la mesa, la prendió, y luego de un rato apareció la «nube azul» de Windows. Abrió el navegador y copió tal cual la cita en el buscador, dándole como resultado la entrada de un tal Lord Byron, un conejo.

Un conejo.

BunnyBurrows.

Leyó de nuevo la cita y trató de encontrar alguna mención de Burrows en la misma, y esta estaba tan a simple vista que rayaba el descaro. «Entre dos mundos». Burrows quedaba como pueblo intermediario entre Zootopia y Reptilia, ambas, grandes ciudades con su propio sistema de convivencia. Y aunque no solo Burrows estuviera entre ambas ciudades, sino también MarmotMeadows y FoxVille, Burrows era el único pueblo de los tres en el que había conejos.

Entonces comprendió la acelerada carrera de Judy hacía horas, había dado con el lugar y lo más probable era que saliera rumbo a Burrows para hablar con sus padres y permitir que se quedaran allá mientras resolvían el caso.

Un sudor frío invadió a Nick, no estaba preparado para esas dos cosas juntas. No podía ir donde los padres de Judy con ella porque no sabía cómo irían a reaccionar, ni cómo afectaría su relación con ellos o la de ambos; pero tampoco podía ir al mismo lugar donde estaba su madre. No aún. No estaba preparado para ello.

Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos, lo importante era centrarse en lo que tenían ahora. Un problema a la vez, y ese ahora era el dónde iría a estar en Burrows, y quién, de entre la marea de conejos, sería la víctima. Tenía cuatro nombres, uno de esos cuatro, sí, ¿pero cuál?

Pensó en llamar a Judy para comentarle el hallazgo y el cómo se moverían por Burrows, sin embargo, cuando iba a tomarlo, éste repicó. «De seguro es Zanahorias», pensó, no obstante, quien lo llamaba era otro animal.

—¿Al? —murmuró para sí, y luego recordó la charla que tuvieron en la cafetería. «¡La cena con Faircross!» Lo había olvidado por completo. Carraspeó haciéndole una seña a Ben para que no hiciera ruido y contestó—: ¿Bueno?

—Nick —dijo Al, la voz parecía nerviosa, algo raro en él—; tengo noticias.

—¿Qué sucedió; estás en la cena con Faircross?

—Sí, y no vas a creer lo que escuché.

—¿Qué? —Nick comenzaba a ponerse nervioso—. ¿Algo importante?

—Ni te imaginas. —Al comenzó a hablar y de a poco fue disminuyendo el tono de voz hasta que llegó a susurros—. Después de la cena, que estuvo deliciosa, por cierto, Carlos entró a su oficina y yo le dije a Vity que iba un momento al baño, lo que no era cierto, iba a seguirlo. Bueno, la cosa es que él se encerró en su despacho y lo oí hablando con alguien y...

—Ve al punto, Al —cortó Nick—. No tengo tiempo ahora, estoy con una pista prometedora y tengo que salir ahora. —Aunque en parte fuera cierto, no tenía que salir ahora, tendría que llamar a Judy para cuadrar todo.

—Bien, lo siento —suspiró Al—, la emoción del momento. Vale, sé qué droga es la que trafica Faircross.

A Nick se le cortó la respiración por un instante, Al había descubierto algo enorme.

—¿Cuál? —logró preguntar pese a la sorpresa.

—Veneno de paraponera. —Nick abrió los ojos como platos. No era posible—. ¿Sabes lo que es?

—Sí —dijo en un susurro—: veneno de hormiga bala...



Durante todo el trayecto en tren de Zootopia a BunnyBurrows Judy estaba muy inquieta pensando en cómo abordaría el tema y cómo haría para no decir que lo había descubierto al haberlo espiado. No, se dijo, no hay que temer. Había logrado descifrar rápidamente que el lugar en el que el próximo ataque se daría sería en Burrows, mas no quién sería la víctima o la identidad del asesino.

El tren llegó a destino y ella vio en el reloj de la estación que faltaban pocos minutos para las ocho de la noche. «Ben saldrá dentro de poco.» Caminó hasta la salida y llamó un taxi, una vez dentro de éste le pidió al chofer que la llevara a una dirección que le entregó; dirección que tenía anotada en su celular y era donde se encontraba la casa de la supuesta madre de Nick.

Un nerviosismo la invadió por dentro al pensar en qué iba a decirle a la zorra, si en verdad era la madre de Nick. «Hola, soy Judy, la compañera de Nick, vengo para saber por qué él nunca habla de usted»; «Hola, ¿sabe que su hijo nunca habla de usted»; «Buenas, soy policía, ahora necesito que me hable de Nick». No. Simplemente no podía ir y aparecerse así como así. A Judy se le hizo un parecido a como cuando hay que conocer a los padres de una pareja. Se dio una bofetada mental, Nick no era pareja de ella y si hipotéticamente, solo hipotéticamente, lo fuera, ¿no debería ser él quien la presentara?

«Ya. No es momento de pensar en eso.»

El taxi la dejó frente a la casa, ella pagó y se bajó. Cuando el taxi arrancó y se perdió a lo lejos, ella soltó el aire que retenía viendo la edificación. Era una casa pequeña, pero acogedora, pintada con colores cálidos, transmitiendo la sensación de bienestar y buen recibimiento.

Con cada paso que daba era un pensamiento distinto. «La madre de Nick.» Paso. «¿Cómo será?» Paso. «¿Será como Nick o no?» Paso. «¿Cómo le digo quién soy?» Paso. «¿Qué pensará de que su hijo tenga como pareja en la policía a una coneja?» Y entonces se le acabaron los pasos, se encontraba frente a la puerta.

Inspiró armándose de valor y tocó el timbre.

Durante unos largos y exasperantes tres minutos no pasó nada, pero después los seguros de la puerta sonaron y Judy se echó un rápido arreglo; jeans, bien; camiseta azul sin mangas, listo; suéter negro, una pequeña pelusa, la sacudió, perfecto. Cuando la puerta se abrió una zorra roja mayor, y con algunas canas salpicadas en el pelaje, fijó sus ojos verdes en ella, de repente Judy se sintió minúscula. ¿En dónde había venido a meterse?

—Buenas noches —saludó con un hilillo de voz y una risa nerviosa—, soy la o-oficial Judy Hopps...

La zorra se talló un ojo y esbozó una sonrisa. «¡Oh, dulces galletas con queso, tiene la misma sonrisa pícara que Nick!»

—Dígame en qué puedo ayudarla, oficial —dijo, y su tono era tan cálido que Judy al instante perdió su miedo; era como Nick, solo que más... amable. Le tendió la pata—. Tessa Wilde, un placer.

Tessa. Por eso la carpeta del ordenador tenía una T. T por Tessa. Ella le tomó la pata y la saludó con una sonrisa. La cual, se le borró al recordar el porqué estaba aquí. Quería saber la razón de Nick para no hablar de ella.

—Disculpe que venga tan tarde, señora Wilde...

—Dime Tessa, por favor, señora Wilde me hace sentir vieja —rió—, aunque ya lo sea.

Judy sonrió y asintió.

—Verá, Tessa, tengo que hablar con usted de algo.

—¿De qué?

—De Nick.

Tessa se sorprendió y recobró su compostura relajada, abrió la puerta por completo.

—¿Me repites tu nombre de nuevo, por favor? —pidió, haciendo ademán para que pasara dentro.

—Judy Hopps —respondió a la vez que entraba.

Tessa cerró la puerta y le indicó a Judy que se sentara en uno de los mullidos muebles que había, mientras ella se sentaba en el otro. Judy lo hizo y notó que cuando la zorra se sentó, en su frente había pequeñas arrugas, como si su llegada le hubiera hecho recordar cosas tristes.

Alzó la mirada y esbozó una sonrisa entre pícara e interesada.

—Así que dime, Judy, ¿qué quiere saber la pareja de mi hijo?

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