VIII. Es una treta, tesoro
La medida del amor es amar sin medida.
San Agustín
En su despacho, Mortati estaba tratando de pensar en una cantidad razonable para poder conseguir información procedente de la policía. Debía escoger un precio ancla, ni muy alto como para que quien acepte a darle información lo haga una vez y desaparezca, pero ni muy bajo como para que lo vean como una burla y le den información falsa. Suspiró moviendo el bolígrafo en su pata y viendo la chequera. ¿Cincuenta mil? ¿Cien mil? No. Ahora no iba a poner un precio sin siquiera saber cuánto ganaba un policía al año; ya partiendo de esa suma podía hacer una oferta apetitosa y sin perder demasiado.
La puerta de su despacho sonó y Mortati le indicó al animal que pasara. Un zorro de ojos azules con traje negro entró y caminó hasta su escritorio, sacó un sobre de su bolsillo y lo colocó sobre éste. Mortati alzó la mirada del sobre y arqueó una ceja.
—¿Esta dentro? —le preguntó.
—Sí, señor —asintió Santiago.
—¿Te vieron?
—No.
—¿Dejaste rastros?
—No.
Mortati sonrió y tomó el sobre, lo abrió y vio que dentro estaba una tarjeta de memoria de 64GB como suponía. Cerró el sobre y lo volvió a dejar sobre el escritorio, alegrándose de haber puesto ese sistema de audio en la casa de la cerda; después de todo, ella era la más endeble a hablar.
—Santiago, quiero que lleves... —Un ataque de tos lo tomó por sorpresa.
Fue fuerte y Mortati sintió como si le quemaran el pecho; duró unos minutos y luego se detuvo. Santiago se mostró indeciso si sobre ayudar a su jefe o mantenerse en su sitio, al final optó por lo segundo, y Mortati sonrió para sí. Lo último que necesitaba era la compasión de sus hombres. Cuando se hubo recuperado, se apartó la pata de la boca y vio unas gotitas de sangre. Chistó.
—Señor —dijo Santiago, su tono de voz era dubitativo—, debería descansar.
—Santiago. —El tono de Mortati era final, una orden—. Toma esto y llévalo con Albertico, dile que extraiga lo que haya en la tarjeta y que, una vez hecho, me lo haga llegar a través de ti. —Le dio una mirada neutral—. Mis dolencias son problema mío. Gracias, pero no necesito de tu preocupación.
Santiago tomó el sobre y lo volvió a guardar en su traje.
—¿Algo más, señor? —preguntó.
—No. —Mortati se levantó, caminó hasta uno de los estantes que había en el despacho que llegaba al techo, que estaba colmado de libros de todo tipo, algunos incluso en otros idiomas. Fue hasta la caja fuerte, la abrió y se tomó unas píldoras que habían allí; estaba arto de estos síntomas que no tenían intensiones de irse—. Maldita bronquitis —murmuró para sí luego de tomar las píldoras. Se giró hacia Santiago y notó como sus ojos azules lo escaneaban—. Retírate.
Santiago asintió y salió.
Mortati fue hasta su escritorio, tomó la chequera, garabateó la suma de cincuenta mil dólares, tomó sus cosas y salió.
Ya en la mañana Judy había llamado a Nick para que, antes de ir a la jefatura, se pasaran por el departamento del padre de Al y así conseguir que les dijera qué significaba la cita, o por lo menos, arrojarles algún dato que pudiera servirles de ayuda. A todo esto Nick había dicho que sí, y había buscado por internet a quién pertenecía la cita, logrando dar con un león de nombre Edward Fitzgerald, por lo que ahora sabía que la próxima víctima iba a ser un león. Y aún así era difícil, en Zootopia habían miles de leones repartidos por todos los distritos, bueno, menos en Sahara y Tundra; los que había en ellos se contaban con los dedos de una pata. No obstante, aún así, con toda la investigación que tenían, Nick no dejaba de pensar en lo que había sucedido anoche.
¿Por qué razón ella le había dado ese beso? No era que no le gustase, no, claro que le gustó. Le encantó. El punto estaba en el porqué. Nick trataba de esconder esos sentimientos por el bien de ella, al vulpino no le importaba mucho él mismo, le importaba ella; y en la policía no estaba permitida una relación entre los compañeros de trabajo. Serían dados de baja de la fuerza antes de que siquiera pudieran chasquear los dedos. Tenía que aplacar esas emociones si quería que Judy siguiera siendo policía, sumado al hecho de que no soportaría no volverla a ver.
Decidió no pensar más en ello asignando ese beso a uno de amistad; era normal despedirse de un amigo con un beso en la mejilla. Sí. Solo eso.
Pasó por el departamento de Judy y fueron al de Donovah. Durante el camino ninguno de los dos dijo nada referente a lo que había pasado la noche anterior, Judy solamente hacía como si eso fuera normal (y el zorro trataba de convencerse de que era cierto, eran amigos, nada más), mientras Nick le lanzaba miradas furtivas de tanto en tanto tratando de encontrar alguna señal de algo. Nada. O de verdad no era nada, o esa coneja había aprendido muy bien el arte del engaño.
Al llegar al departamento tocaron el timbre y esperaron; nadie apareció. Tocaron de nuevo y de nuevo nadie salió a abrir.
—Qué raro —dijo Judy.
—Sí —asintió Nick; miró el reloj de su móvil—; son las siete de la mañana, es imposible que no esté despierto. Es profesor, las clases de la Universidad comienzan media hora antes.
—¿Crees que esté en la universidad?
—Puede ser.
—Llama a Al.
—¿Para qué?
—Es su padre. —Judy lo veía como si hubiera preguntado una estupidez—. Debería de saber dónde está.
Y ahora Nick se dio cuenta de que, en efecto, su pregunta fue de lo más estúpida. Rió con nerviosismo y marcó el número de Al, mientras lo hacía se renegaba a sí mismo el cómo podía ponerse nervioso con esa coneja. Él era Nick Wilde, maestro estafador por veinte años, evasor de impuestos como ninguno, ¿por qué se le olvidaba como ser él mismo con ella cerca?
«Por que la amas —canturreó una vocecita en su mente.
»Por el amor de... Otra vez no.
»No seas malagradecido, Nick. Por mí es que te diste cuenta de que amas a la coneja.
»¿Y qué debo, darte las gracias?
»Deberías.
»Sirve para algo y piérdete. Y llévate a las emociones contigo, necesito estar sereno.
»¿Sereno? ¡Ja! Nick, soy tu sensual conciencia, inteligente y sabia, pero no hago milagros. No los ocultes y déjate llevar. Sé que quieres.
»¡Cállate!»
—Bueno —contestó Al, luego de cinco tonos; sonaba soñoliento y la voz algo molesta.
—Al —empezó Nick, mas no terminó.
—¿Tienes idea de la hora que es? —le soltó el lobo y luego bostezó—. Primero Finnick me llama para que fuésemos a buscar una pieza de repuesto para su camioneta porque no me encontró en la casa, y ahora tú. —Suspiró—. Habla.
—¿Sabes donde pueda estar tu padre? —preguntó.
—No. De seguro está dando alguna clase o no sé. No es que nos hablemos mucho, la verdad.
—¿Algún otro lugar que... no sé, se te ocurra?
—No... —Otro bostezo—. Ahora, si me dejas dormir tranquilo...
—¿Si no estás en tu casa, dónde estás? —preguntó Nick, cayendo en cuenta de lo que el lobo había dicho. Al no respondió, solo hubo un incómodo silencio y entonces, entendió—. ¡Al, ¿acaso?! —Más silencio—. ¡Oh, sí! ¡Sí! ¡Demonios, Al, eres un tigre!
—No. Soy un lobo.
—No te hagas el loco. —Nick estaba que no cabía de la emoción; sabía que su plan de unirlos iba por buen camino, aunque nunca pensó que iba a ser tan rápido. Judy lo miró confundida y con un levantamiento de cejas le preguntó qué pasaba. Nick soltó una sonrisa y tapó con una pata el móvil—. Pelusa, Al y Vayentha... —Alzó las cejas repetidamente con una sonrisa pícara y ella asintió con un ligero sonrojo. Se volvió al móvil—. Bueno, Al, ejem..., gracias, supongo. —Hizo una pausa—. Y que no tiemblen las paredes —se burló.
—Te digo lo mismo con la coneja, Nick —contraatacó él y colgó.
Nick se quedó estático en el lugar. Al se la había devuelto con creces, y luego de salir de la impresión inicial se volvió hacia Judy. Le dijo que lo más probable era que Donovah estuviera en la universidad impartiendo alguna clase de literatura y que, si ella estaba de acuerdo, sería mejor ir para allá.
Judy asintió y empezó a salir, él la siguió. Nick no podía sacarse las palabras de Al de la mente. Es decir, no iba a negar que le atrajera Zanahorias, era obvio para él, aunque no quisiera sacar esos sentimientos a flote, lo hacía, la quería. Pero de ahí a lo otro... hay un mundo. Cuando bajaban las escaleras sus ojos fueron directo a la cola de Judy. «¿Se enfadaría si...?», pensó y luego se reprendió por esos pensamientos. Una cosa era pensar en besarla y otra muy distinta era preguntarse si podría tocarla.
Se dio una bofetada mental y continuó bajando el edificio. No era tiempo para esos pensamientos, tenían que atrapar a un asesino.
«Se ve suavecita.» Eso no lo podía negar.
El animal ya estaba en el lugar.
Conocía la rutina que su próximo objetivo realizaba todos los días gracias a que estaba anexada a la hoja con la fotografía de los objetivos y sus respectivos perfiles. Era un león que debería estar próximo a llegar a su trabajo en el Centro de la ciudad, y no en cualquier lado, sino cerca de la Alcaldía. Sonrió para sí, imaginándose cómo respondería el alcalde a un homicidio en sus narices.
La plaza estaba desierta, sólo unos pocos animales se veían pasar, unas jirafas que iban a la imprenta, el ejército de roedores que iban al Departamento del Tesoro y un castor que estaba abriendo su tienda a una calle de allí; de resto, sólo estaba él. Su arma ya tenía en la punta el químico necesario, su cita estaba en su bolsillo y su hábito le cubría los rasgos más resaltantes del cuerpo; no necesitaba de la capucha gracias a que casi no había animales.
Todo era perfecto.
A la vuelta de la esquina de la plaza apareció el susodicho, venía hablando por su celular y con un maletín en la pata. Bien, se dijo el animal, será fácil. Esperó hasta que el león estuviera lo suficientemente cerca para caminar hacia él. Cuando estuvo a cuatro metros, avanzó, apretando con fuerza su arma.
Chocaron. El león dejó caer el maletín y se disculpó con el sujeto, y no se dio cuenta cuando este hizo ademán de herirlo. El animal logró clavarla en su vientre, no en el estómago, como siempre acostumbraba. El león se tambaleó y se llevó una pata al lugar de la herida a la vez que alzaba la vista para ver al animal.
Entonces su rostro pasó por varias facetas: sorpresa, incredulidad, dolor y miedo.
—Tú.
El animal sonrió con suficiencia.
—Ah... —dijo, se sentía bien que al menos uno de sus objetivos recordara quien era. Matarlos sin saber quién los mataba no tenía chiste—; me recuerdas.
El león se puso de pie con dificultad y el animal no dejó de apretar su arma con fuerza, se percató de que el veneno no estaba surtiendo efecto a la velocidad que debía. Miró la herida y se dio cuenta que estaba muy al costado, no debió haber rozado algún órgano como para que se absorbiera rápido. Chistó.
El león hizo una mueca de dolor y dio un paso atrás.
—Tú mataste a los demás —logró decir.
El animal se encogió de hombros con falsa modestia, con una sonrisa tanto burlona como de satisfacción.
—Mi fama me precede.
—Amigo, sabes que nosotros lo hicimos sólo porque nos obligaron —se excusó dando pasos hacia atrás sin apartar sus ojos de él—. Sólo vimos la oportunidad y la tomamos; eran tiempos difíciles. Ni siquiera sabíamos tu nombre o los de los demás.
El animal dio pasos lentos hacia el león y éste retrocedía a la vez. El arma en su mano temblaba, o era él. No estaba seguro. De lo que sí lo estaba era que quería matarlo. ¿Los obligaron? ¿Obligaron a ocho animales a matar? No. Él los había contratado, lo sabía, llevó veinte años investigando el suceso, casi no dormía los primeros meses por buscar a los responsables. Ocho animales al azar no pueden coordinarse tan bien.
—No quiero excusas, igual vas a morir. —Levantó su arma, apuntando al pecho del león; los rayos del sol matutino se reflejaron en la superficie metálica—. Y por cierto, no es necesario que recuerdes mi nombre, parte de él murió. Sólo dime Dolos.
Cuando Dolos iba a clavarle su arma al león, un fuerte dolor en el pecho lo tomó desprevenido. Soltó su arma que cayó con un repiqueteo metálico al suelo, mientras se llevaba ambas patas al pecho y se lo agarraba con fuerza. El león aprovechó ese momento de debilidad de Dolos y le dio un derechazo al rostro, usando la diferencia de especie, él era más grande y fuerte que Dolos. No obstante, el golpe no lo aturdió mucho, puesto que el león estaba bajo los efectos del veneno, aunque muy débilmente, lo que le mermaba fuerzas. Luego trató de darle un zarpazo al estómago, pero Dolos, como pudo, se echó hacia atrás para esquivarlo.
El león se movió y empezó a caminar, ni muy rápido ni muy lento, hacia la Alcaldía, iba lo más rápido que el dolor del veneno le permitía. Dolos se dio la vuelta y trató de alcanzarlo, pero cuando dio el primer pasó tuvo que hincarse de rodillas; el dolor en el pecho era demasiado. Acto seguido tosió, se llevó una pata a la boca y escupió una gran bocanada de sangre, dejando la palma de su pata roja por completo, como si la hubiera sumergido en pintura.
—Ahora no, maldita sea —jadeó, y unos hilillos de sangre le caían de la nariz y las comisuras de la boca.
El león seguía caminando hacia la alcaldía. Llegó al obelisco de la plaza, ahora solo le quedaban tres metros para llegar al edificio, y Dolos estaba a cuatro del felino. Debía hacer algo rápido, estaban empezando a aparecer animales.
Se puso de pie como pudo e ignorando el dolor tomó su arma y la giró con brusquedad logrando separarla del mango, ahora tenía una barra metálica del largo de su brazo y de un peso óptimo para poder arrojarla. Se limpió la sangre de la pata y rebuscó la cita en los bolsillos de su chaqueta bajo la túnica, con su garra rasgó la esquina derecha de la misma, formando una maltrecha S y la clavó a la barra por la esquina izquierda. Tosió otra bocanada de sangre y el dolor se volvió más punzante. «Ignóralo.» Afincó su peso en el pie derecho, dio dos pasos y cuando al terminar el segundo paso su peso se afincó de nuevo en el derecho, inclinó un poco su torso hacia atrás y de un tirón arrojó la barra.
Surcó el aire con un ¡fffzzz!, y se clavó en el león, que al caer hacia adelante quedó en diagonal; la barra sobresalía del otro lado y bloqueaba su caída.
No tuvo tiempo de admirar lo que pasó, tomó la vaina de su arma, la unió con el mango y la guardó bajo el hábito. No era tiempo para aparentar. Se llevó una mano al recuerdo que le colgaba del cuello y susurró con voz cariñosa, casi era como si oyera hablar a otro animal:
—Falta poco.
Y entonces un alguien gritó.
Dolos levantó la cabeza y vio que una cebra que iba hacia el edificio estaba horrorizada mirando al león en ese tipo de empalamiento. Por acto de reflejo se subió la capucha ocultando su rostro y dio media vuelta para irse, cada paso le costaba un mundo y cada respiración era como agujas en el pecho. Dio una última mirada de soslayo hacia donde estaba el león y notó que estaba dando sus últimos temblores.
Dolos caminó con la agilidad de un felino tratando de evitar los animales curiosos que estaban empezando a llegar. Suspiró cuando llegó a la salida de la plaza y sintió cómo el dolor en el pecho estaba remitiendo. Se limpió la sangre de la boca, sonrió y se llevó de nuevo la pata al cuello.
—Cuatro más —susurró para sí—; sólo cuatro más.
En la jefatura, luego de que ambos fueran a la universidad y preguntaran por Donovah y les dijeran que el profesor no estaba, que estaba en su consulta rutinaria, Judy trataba de descifrar la cita de esta vez, sin éxito. Nick le había dicho que pertenecía a un león, nada más.
Nick.
Esa era la razón por la que estaba tan enfocada en encontrarle un significado a la cita. Era una manera de no pensar en lo que sucedió anoche; y si se lo llegaba a preguntar, su respuesta era que no sabía lo que hizo. Y era verdad, no lo sabía. Bueno, solo en parte, le dio un beso, obvio, pero el porqué aún no lo tenía claro. Judy había salido con conejos en la secundaria, uno solo, pero contaba como cita, antes de centrarse en la Academia; ese conejo la había llevado a lugares bonitos en Burrows y al finalizar la cita, cuando la dejó en su casa, le robó un beso. Ella se había sorprendido, era una inexperta en ese campo.
Hasta allí todo bien, el punto era que con Nick no fue una cita propiamente dicha, fueron las lamparitas de Al y Vayentha; no fue nada romántico. Judy, sin embargo, había estado pensando en cómo se despediría del zorro mientras iban en silencio a su departamento, aún recordaba la sensación suave y algo picosa de la cola de Nick rodeándole el cuello. Una vez en el umbral de su diminuta residencia la cosa se tornó algo tensa, el vulpino estaba nervioso y pensativo, como si dudara de algo. Y entonces perdió noción de lo que hacía, o sea, sabía lo que hacía, aunque era como si su cuerpo estuviera en automático: le hizo una seña al zorro y cuando éste se agachó, lo besó.
Fue en la mejilla y aún así, se sintió bien. No bien como cuando lograba cumplir su meta del día, como atrapar un número mínimo de ladrones, o el tipo de bien cuando tomaba algo caliente teniendo frío, era un tipo de bien que no podía explicar. Fue más suave que cuando bailó junto a Nick y más fuerte que cuando sólo estaba con él. Fuese lo que fuese, quería más, una sensación que le nacía en la boca del estómago y se expandía por el cuerpo le gritaba que quería más. Era raro.
Nick llegó con una carpeta y al fijar sus ojos en ella, la agitó con una sonrisa.
—Buenas noticias, Zanahorias —dijo; sus ojos brillaron, Judy no supo si fue por verla a ella o por las noticias, quiso pensar que fue lo primero y luego se preguntó por qué—. Medicina Forense dio los resultados de la sustancia inyectada en los cuerpos.
Judy sonrió.
—¿Y qué es, torpe zorro?
—Ya te digo. —Abrió el folio y comenzó a leer—: «Según los resultados del Departamento de Toxicología de Medicina Forense, el químico encontrado en el sistema circulatorio de los occisos es la poneratoxina, un péptido neurotóxico paralizante aislado del veneno de la paraponera clavata que afecta los canales de ion sodio dependientes de voltaje y bloquea la transmisión sináptica en el sistema nervioso central...». —La voz fue reduciéndose hasta que solo quedó un murmullo casi ininteligible.
—¿Y bien, Nick? —Alzó una ceja—. Tradúceme eso.
—Al final de este informe está simplificado. —Frunció el ceño e hizo un mohín—. ¿Concentrado de veneno de hormiga bala? ¿Qué demonios?
Judy pensó algo al respecto, si no mal recordaba las hormigas balas eran unas hormigas negras cuya picadura, como su nombre indica, dolía como recibir un disparo, pero era por causa del veneno. A uno de sus tíos lo picó una mientras recogía la cosecha y como su cuerpo era pequeño el veneno le afectó más, causándole una ligera parálisis. Entonces, si una picadura podía causar tanto dolor, un concentrado sería casi mortal.
Alzó la vista y los ojos de Nick buscaron los suyos, había ese brillo que ella sabía sólo aparecía cuando descubría algo. Se sonrieron; ambos parecían saber lo que el otro pensaba.
—Así puede matarlos... —comenzó Nick.
—Sin que opongan resistencia —le siguió Judy.
—Los paraliza —concluyeron ambos al unísono.
Ambos se quedaron viendo un momento y al percatarse de esto, Judy carraspeó un poco para aligerar la tensión.
—Con respecto a la cita... —Ella hizo una mueca, inconforme.
Nick caminó hasta ella y se apoyó sobre el apoyabrazos de la silla.
—¿Qué estás buscando? —quiso saber.
—La verdad, no lo sé —respondió y tomó una cita transcrita, la original estaba en Medicina Forense—. Algún indicio de quién morirá o cómo.
Nick le dio un golpecito suave en la frente con el dedo.
—Pelusa, no lo veas tan directo —aconsejó—; tú misma escuchaste a Donovah, las citas son referencias múltiples o unilaterales. Hacen mención a él, o a la víctima. —Se encogió de hombro—. Tal vez sea un lugar o qué se yo.
Se quedó un momento pensando en lo que le dijo el zorro. ¿Un lugar? ¿Podría un lugar caer en la característica de noches y días? La cita decía «Sobre su tablero de Noches y Días», ahora bien, ¿qué lugar de la ciudad calzaba con esa descripción?
—Nick —dijo—, ¿qué color le das al día y la noche?
El vulpino la miró con desconcierto.
—¿Qué piensas, Zanahorias?
—La cita decía eso: Noches y Días; tal vez, como dices, se refiera a un lugar.
—Bueno. —Nick se llevó una pata al cuello y se mostró pensativo—. No sé. ¿Blanco y negro, tal vez?
—Blanco y negro... blanco y negro... —murmuró para sí, y luego de un rato exclamó—: ¡Nick, lo tengo!
Él arqueó una ceja y levantó una de sus orejas. Judy sonrió y de un salto se bajó de la silla, se acercó a Nick y tiró de él a la salida.
—¡Zanahorias, espera! —dijo.
Ella no hizo caso, sólo siguió tirando de él hacia la puerta.
—Sé dónde será —sentenció sin la menor duda, y eso la puso en un dilema. Tenían que evitar que matara al siguiente objetivo o la tendrían fea.
Ya estaban en la puerta y cuando iba a abrirla, ésta se abrió antes. Bogo apareció como una montaña, con la mirada de piedra, que se ajustaba a la perfección con su manera de ser, los miró a los dos como si los matara con la mirada y soltó un bufido.
—Veo que ya se enteraron —dijo, molesto—. Apúrense.
Ambos, Nick y Judy, se quedaron confusos.
—¿Disculpe? —preguntó ella—. ¿Enterarnos de qué?
—De que apareció la siguiente víctima. En el centro; en la plaza frente a la Alcaldía para ser exactos.
Mientras iban en la patrulla hacia la plaza de la Alcaldía, Nick era consciente del nerviosismo de Judy. Ella estaba moviendo sin cesar una pierna y repiqueteando los dedos de una pata en la rodilla, sumado también a que su nariz parecía ir a una frecuencia más alta que su corazón; se movía sin parar un segundo. Y no era para menos, había logrado dar ella sola con el lugar del homicidio, pero no lo suficientemente rápido como para impedirlo, y a causa de eso se podía haber formado la grande en el lugar.
No temía por él.
Temía por ella.
Porque si el Alcalde cumplía lo que dijo de sacarlos del caso, Judy no lo soportaría. Y él no aguantaría verla triste.
Giró en una esquina, la Alcaldía se veía a los lejos. Nick quitó una pata del volante y la colocó sobre la de Judy.
—Zanahorias —dijo, con voz amable—, todo va a estar bien.
Ella no respondió, sólo le tomó la pata con fuerza, más de la requerida, y calmó su floreciente ansiedad... al menos un poco, porque su nariz seguía moviéndose con furia. Apretó más fuerte y mantuvo la mirada al frente. Nick siguió conduciendo hasta que llegaron al lugar, al fondo pudo ver que la policía estaba tratando de mantener a los curiosos tras la cinta amarilla, mientras los forenses hacían su trabajo; estaban terminando de colocar el cuerpo en la bolsa para cadáveres. Y la prensa estaba tirando fotos como si Gazelle estuviera allí. Estacionó y suspiró, miró a Judy y sus ojos lo buscaron como pidiendo apoyo.
—Todo va a estar bien —susurró con una sonrisa triste, lo soltó, abrió la puerta y salió.
Nick la siguió y cuando llegaron al lugar no había mucho que ver, los forenses les informaron que el animal, un león, había muerto por un trauma en el pecho: una barra de metal de un kilogramo aproximadamente con una de las puntas afiladas, como un sable, le atravesó el pecho, los demás diagnósticos los haría el forense de turno. Les entregaron la cita y Nick la tomó y se agachó al nivel de la coneja para que ambos la leyeran.
No, no lo haré, consuelo carroñero. Desesperación, no gozaré de ti; no desataré, por débiles que sean, las últimas hebras de hombre que hay en mí, o, cansado, gritaré: "No puedo más".
Sí puedo; puedo algo, no esperanza, la llegada del día venidero, no elegir el no ser.
—¡A un lado! —vociferó una voz. Nick no necesitó mirar para saber que era Leonzáles. Guardó la cita en su bolsillo, se irguió y miró a león, que venía hacia ellos con paso decidido y fuego en los ojos, y, detras de éste, Jack lo seguía—. ¡Hopps, Wilde; ¿qué se supone que significa esto?!
Judy se puso firme de golpe.
—Señor alcalde, nosotros...
—¡Nada, Hopps! —El león parecía a punto de saltarles encima; Nick le puso una pata en el hombro a Judy para darle fuerzas—. Me dijeron que no iban a permitir otro numerito de esta clase; que atraparían al asesino. —Apuntó a los forenses con un amplio movimiento de la pata sin dejar de mirarlos—. ¿Qué significa esto?
El zorro notó cómo Judy apretaba las patas con fuerza.
—Señor, habíamos descifrado parte de la cita —dijo, tratando de hacer comprender al león—, sólo que un poco tarde. La próxima...
—¿Próxima? —espetó, sarcástico—. No, Hopps, no habrá próxima, yo soy un león de palabra. —Estiró su pata hacia ambos—. Sus placas; quedan relegados del caso. A partir de este momento Crímenes Mayores se encargará de esto.
—Es nuestro caso —replicó Nick—. Sólo Bogo puede retirarnos.
Leonzáles lo fulminó con la mirada.
—Yo tengo más autoridad que Bogo, Wilde. Si hubieran cumplido su deber con rapidez esto no estaría pasando. —Nick podía sentir los flashes de las cámaras sobre la nuca—. Tú menos que nadie puede replicar, después que hice de la vista gorda contigo.
Nick inspiró profundo mientras entregaba su placa y su arma reglamentaria, miró a Judy y vio cómo los ojos estaban cristalizándosele a la vez que se quitaba la placa y la entregaba. Sintió como si le dieran una puñalada en el pecho al verla así, pequeñitas lágrimas se agolpaban en sus ojos, pero no de tristeza, de enojo; de una furia incontrolable.
Luego de tomar las placas, Leonzáles se dio media vuelta y caminó hacia la Alcaldía, unos reporteros le bloquearon el paso y éste les informó que de ahora en adelante el agente Savage estaría a cargo de investigación. Savage, por otra parte, caminó hasta ellos y los miró con una falsa tristeza.
—Lo siento, Judy —dijo, y alzó la pata para tomar el hombro de ella, pero ésta le dio un golpe, aparatándola.
—No digas nada —susurró con un tono capaz de matar a cualquiera—. Has de estar feliz, ¿no? Igual que una maldita víbora estabas esperando a que esto pasara, a que nos arrebataran el caso. —Apretó sus patas formando puños y lo miró con desprecio—. Bogo tenía razón, eres igual a tu padre.
La liebre frunció el ceño y una sonrisa viperina se le formó en los labios.
—No es mi culpa que no sepas hacer tu trabajo —siseó—. Si hubieras logrado predecir al asesino esto no estaría pasando, Hopps. Pero claro, ¿qué se puede esperar de ti y ese zorro? Lo de los Aulladores fue pura suerte.
Tanto Nick como Judy se quedaron estáticos, él sintió cómo el enojo comenzaba a bullir dentro de sí, mientras que Judy trataba de contener las lágrimas de ira que gritaban por salir. Sólo que llore, se dijo, si derrama una sola, mato a esa liebre.
—Aprende a ser policía y después puedes siquiera pensar en un caso como este.
Y ahí fue, Judy derramó una lágrima y levantó una pata para darle su merecido al conejo.
—Hijo de...
Pero Nick fue más rápido que ella y antes de que la dejara terminar la frase le conectó a la liebre un golpe al rostro que lo mandó al suelo. Le dio tan fuerte que la pata le quedó doliendo, y cuando vio que un hilo de sangre le caía de la boca al conejo, sonrió para sí.
—¡¿Quién mierda te crees para hablarle así a mi Zanahorias?! —bramó caminando hacia Jack. Pudo percatarse de cómo todos los que estaban cerca contuvieron el aliento, de reojo vio cómo Leonzáles volteaba a verlos y los periodistas los enfocaban—. ¡Muy alzado con Pelusa, ¿no?! ¡A ver, niño bonito, háblame así para que veas cómo te quiebro los dientes! —Lo alzó por el cuello del traje, Jack le dio una patada en las costillas que le sacó el aire y Nick respondió con otro golpe al rostro, mandándolo de nuevo al suelo.
Se tambaleó hacia atrás llevándose una pata a las costillas, mientras el conejo se ponía de pie. Judy reaccionó y lo llamó, él volteó y al verla sorprendida se calmó un poco. Suspiró y se serenó, dio media vuelta y caminó hacia ella. Al fondo, pudo oír el grito de Leonzáles.
—¡Quedan dados de baja hasta que se resuelva el caso!
Sin embargo, a Nick poco le importaba eso ahora. Sólo quería irse, acababa de gritar «mi Zanahorias» frente a periodistas con cámaras y grabadoras. Tenía que salir del lugar lo más próximo posible. Caminó hasta la patrulla estacionada en la calle contigua de la plaza y oculta tras una Toyota tamaño elefante. Abrió la puerta, entró y cerró los ojos respirando profundo para aliviar el dolor en el costado.
Al instante, la puerta del conductor se abrió y Judy entró, la cerró y bajó los seguros.
—¿Tienes ideas de lo que acabas de hacer? —preguntó.
—Sí —respondió con desgano—, algo que tenía ganas de hacer desde la fiesta.
Judy se quedó un momento en silencio.
—¿Por qué lo hiciste?
—Era mejor a que lo hicieras tú. —Nick abrió los ojos y notó que los lilas de ella lo escudriñaban buscando una respuesta—. A ti te tienen en buena posición porque eres quien resolvió lo de los Aulladores hace seis meses, Zanahorias, en cambio yo soy un simple zorro. ¿Qué importa que un zorro haga eso? Una raya más para el tigre.
—No eres un simple zorro —replicó ella—, eres mi zorro.
Nick arqueó una ceja.
—Mi torpe zorro, quiero decir, mi compañero, ya sabes. —Judy parecía atorarse con las palabras.
Él rió.
—Bien, pelusa. —Suspiró—. ¿Me vas a decir que Savage no se lo merecía después de lo que dijo?
—Tiene razón. —Ella apretó los puños sobre sus rodillas—. Si tan solo hubiera tenido más agilidad para descifrar las citas a tiempo, esto no estaría pasando. Por mi culpa...
Nick no resistió más y la atrajo contra sí en un abrazo, quedaron en una posición un poco incómoda en el asiento del auto: Judy estaba sobre él y ahogó un gritito cuando la apretó con fuerza.
—Zanahorias —la consoló—, ni se te ocurra decir que lo que pasó fue tu culpa. ¿Somos un equipo, recuerdas? Si te vas a echar la culpa, entonces yo también la tengo. ¿No lo has olvidado, o sí? Jamás dejes que vean que lograron herirte.
—No, no lo he olvidado —murmuró contra su pecho—. Y si me van a ver, al menos me alegra que seas tú. Tú entiendes.
—No creas que no aprovecharé esto, Zanahorias —bromeó él—. Si llegas a explotarme otra vez te recordaré quién estuvo allí en tus momentos de debilidad. —Sintió a la coneja reír contra él, haciéndole cosquillas. Luego de una pausa, habló—. Además, te necesito para dar con el asesino.
Judy se separó de él de golpe, apoyándole las patas en sus hombros y mirándolo sorprendida.
—¿Cómo dices?
Nick sonrió con astucia, sacó la cita de su bolsillo y la agitó.
—Sin esto esa bola de pelos no podrá avanzar en la investigación, y (¡oh, qué sorpresa!) los únicos que la tenemos somos nosotros. Ha de ser una señal.
Rió con complicidad y ella le siguió. Sus ojos brillaron de nuevo, y pequeñas lagrimitas se volvían agolpar en ellos, en verdad parecían dos joyas.
—No vayas a llorar, Pelusa —sonrió, acariciándole la mejilla—, sé que mis ideas son increíbles, majestuosas, pero no son para tanto.
Judy sonrió y una de ellas le surcó la mejilla, seguida de otra.
—¿Es una treta? —preguntó—. Ni se te ocurra bromear con eso, si resolvemos el caso...
Nick sonrió y la abrazó otra vez.
—No bromearía con eso, mi Zanahorias. —Sintió su entrecortada respiración atravesarle la tela de la camisa, calentándole el pelaje del pecho—. Y Judy...
—¿Qué? —repuso ella con un hilillo de voz.
Acariciándole una oreja, bajó la cabeza, le apoyó los labios en la frente y le susurró:
—Es una treta, tesoro.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro