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VII. Jugando a ser Cupido

Porque ser sabio y enamorado excede el poder del hombre.

Troilus y Cressida. Shakespeare


En el segundo mensaje que Bogo le mandó luego de Nick avisarle a Judy que iría al lugar y que, pese a todos los intentos que hizo para evitar que fuera con él, le indicó que era en Plaza Sahara; iba conduciendo a toda máquina.

Trataba de conducir el auto con la mayor rapidez y cuidado posible, si lo dañaba era zorro muerto.

Cuando Judy había logrado martirizarlo tanto que lo hizo ceder a que lo acompañara ignorando las ordenes de Bogo, se presentó la otra situación. Eran las doce de la noche y no tenían vehículo para trasladarse, el metro estaría cerrado al igual que el teleférico a tales horas de la noche. Había suspirado derrotado y a la vez, un poco calmado; no tendría que ver al muerto. No obstante, Judy propuso una idea que, si lo pensaba con detenimiento, era hasta buena.

—¿Y si le preguntas a esa hiena; cómo se llamaba?

—¿Pedirle aventón a Vayentha? —había preguntado, incrédulo.

—Claro. —Ella se había encogido de hombros—. ¿Por qué no?

Porque, primero y principal, la cosa no era así tan sencilla. Uno no podía ir y decirle a alguien que apenas conoció que le diera un aventón, ¿y si era una asesina?, ¿o una secuestradora?, ¿o una ninfómana? Bueno, lo último no estaría tan mal.

Nick negó con la cabeza.

—No, Zanahorias.

—Si no vas tú, iré yo. —Nick se mostraba impertérrito—. Nick...

El vulpino volvió a negar con la cabeza y antes de que pudiera siquiera hablar, Judy se movió a pasos largos por el salón, esquivando el océano de animales del lugar y llegando con la hiena, que estaba bailando con un lobo; junto a ella, ese conejo, Savage, bailaba con una nutria. Judy se detuvo junto a la hiena y la llamó con delicadeza, ésta se volteó y luego de sonrisas y asentimientos de cabeza, voltearon a ver a Nick.

Él levantó la pata, sonriendo con incomodidad, puesto que no sabía qué le habría dicho la coneja a ella; esperaba que no dijera que fue idea de él. Aunque conociendo mejor a Judy, era probable que lo hiciera. Vio a Vayentha asentir con una sonrisa y empezaron a caminar hacia él. Savage trató de conseguir la atención de Judy, pero la hiena sólo alzó la pata con un porte de realeza y éste se replegó sobre sí mismo, sobrecogido o enojado; Nick quería pensar lo segundo. Rió por lo bajo, divirtiéndose, y cuando ambas chicas llegaron, Vayentha habló.

—Nick, me hubieras dicho que necesitabas moverte. —Sonrió.

Em... —Él se llevó una pata a la nuca—. Bueno, la cosa es... —Debía pensar una mentira rápido— que tenemos un..., conocido, sí; un amigo enfermo y pues, debemos ir a verlo.

—El pobre de Finnick está grave —le siguió el juego ella.

Nick estuvo a punto de soltar una carcajada, aunque logro contenerse, la idea de Zanahorias de usar a Finnick como pretexto era cómica, aunque cierta, de seguro lo más probable era que el fennec estuviera muerto en vida pasando la resaca. Vayentha lo miró como analizando la verdad de sus palabras. Nick no supo por qué accedió, tal vez fue porque confiaba en él, o porque estaba pasada de tragos o qué iba a saber; el punto fue que accedió. Sacó un juego de llaves de su bolsillo y se las arrojó.

Las atrapó al vuelo y cuando las miró, era un juego de al menos unas siete llaves de autos, más las de puertas y demás. Miró a Vayentha sorprendido.

—¿Cuál de todas? —preguntó.

La hiena hizo un gesto vago con la pata.

—Usa el Lamborghini, la tercera llave a la izquierda —dijo—. Sí. Ese es el de hoy.

—¿El de hoy? —intervino Judy.

—Yo uso uno por día.

—¡¿Qué?! —Ambos estaban anonadados. Vayentha rió.

—Primero muerta que sencilla. —Fue a beber de su trago pero este estaba vació; frunció los labios—. Voy por otro. —Dio dos pasos hacia la barra y giró la cabeza para verlos—. Me lo traes en la mañana. Llévalo al Hotel Fur, y pregunta por mí.

Nick la miró aun sorprendido por el hecho de que la hiena usara un auto distinto por día, mientras Judy le daba las gracias. Vayentha repitió el mismo gesto con la pata cuando se adentraba en el mar de animales rumbo a la barra.

No hubo más palabras. Salieron del salón con tranquilidad, sin mostrar ninguna señal de su apuro y cuando llegaron al estacionamiento, que quedaba dos pisos más abajo del bar y tenía salida hacia otra calle, que no era donde el mismo se encontraba, vieron un desfile de autos carísimos. Todos colocados en fila para, específicamente, sacarle el aire a quienquiera que los viera; y Nick tenía que reconocer que con él dio resultado.

Eran un total de diez plazas, de los cuales él supuso que siete eran de Vayentha y sus autos. Pasaron junto a ellos buscando el Lamborghini, y en su camino Nick reconoció varios modelos: un Bugatti, un Ferrari. Localizaron el Lamborghini y Nick ahogó una expresión. Era hermoso. De un negro absoluto y con un diseño maravilloso; apretó el botón de la llave y éste sonó con un bip, bip. Se acercaron para entrar, pero Judy notó unas marcas de neumáticos en el suelo y que faltaba un auto en una de las plazas.

—¿Este Faircross no había dicho que tenía asuntos que hacer? —preguntó ella.

—Sí. —Nick comprendía por donde iban los tiros. Que Carlos hubiera desaparecido de la fiesta, uno de los autos no esté y que poco después apareciera un muerto no era buena señal; o bueno, para ellos lo era. Él podría ser el asesino.

—Crees que...

—No lo sé, Pelusa. Pero no demos nada por sentado.

Judy asintió con los labios apretados y con una delicadeza, como si estuviera tocando la reliquia más cara y antigua, abrió la puerta y entró en el auto. Nick la siguió y al encenderlo el motor retumbó con un sonido que le hizo burbujear la sangre de emoción.

—¿Oyes eso, Zanahorias? —Sonrió—. Poder puro.

Ella sonrió también.

—Ahora vamos a Plaza Sahara.

Nick giró en una calle y ahora se encontraba a poco de la división entre distritos. Aceleró y entró en el túnel que atravesaba una gruesa pared que hacía de división entre los distintos ecosistemas artificiales; a veces a Nick le parecían que todos vivían dentro de muros o fortalezas acordes a sus necesidades. Un pensamiento extraño e inquietante. Al salir al otro extremo, el asaltante calor de Plaza Sahara los abordó de lleno, aunque no estaba tan intenso como en el día ya que, como en el verdadero desierto, la temperatura bajaba ridículamente al anochecer. Parecía una versión más suave de Tundratown, aunque eso no le quitaba el calor.

Y entonces lo vieron.

Una columna de humo negro carbón se elevaba ensortijándose sobre sí misma kilómetros adelante. Ninguno de los dos dijo nada, sólo se lanzaron una mirada furtiva y ambos tragaron grueso.

En poco menos de cinco minutos llegaron a la escena. Era una casa al final de una calle ciega, pintada de un color blanco y que de sus ventanas y puerta salían nubarrones de humo. El equipo de bomberos estaba controlando el fuego y luego de unos veinte minutos, lo extinguieron por completo. El que sería el jefe de ellos empezó a hablar con Bogo, gesticulando a su vez.

Nick miró a Judy y notó su expresión ansiosa. Quería salir.

—Zanahorias —comenzó—, necesito que te quedes aquí.

—Nick... —trató de replicar ella.

—Judy, no. —La miró con severidad—. Bogo dijo que no te quería aquí porque la escena es muy fuerte, y recuerda lo que dijo: que si llegábamos a cometer otra falta nos arrebatarían el caso. ¿Quieres que se lo quede ese tal Savage?

Judy no respondió, sino que bajó la mirada y sus orejas. Nick quería abrazarla y decirle que si de él dependiera la llevaría consigo, y acto seguido se obligó a reprimir esas emociones. «Es tu compañera. No pienses en más.» Abrió la puerta del auto y le dio una última mirada a la coneja, sus ojos lilas se fijaron en los suyos, y por un momento no existió nada más, eran uno; luego ella trató de sonreír para alentarlo. Le salió opaca; no era la misma sonrisa que le gustaba ver.

Suspiró y caminó hacia la casa.

Al llegar con Bogo, lo saludó de forma informal y le pidió detalles del suceso.

—Es similar a la muerte de Miranda, aunque... —Bogo hizo una mueca de disgusto o asco, o ve a saber qué emoción, en el búfalo todas parecían iguales— algo más peculiar. El cuerpo tiene la herida característica en el estómago y la cita, por lo que no hay duda de quién fue. Sin embargo, hay algo en la frente que... —Dejó la frase suelta e hizo una seña con la pata para incitarlo a entrar.

Nick se detuvo en el umbral de la casa, hacia adentro todo se veía quemado menos una pequeña sección cerca de la puerta.

—¿Que qué? —preguntó—. ¿Qué tiene en la frente?

Bogo suspiró frotándose el entrecejo.

—Deberás verlo por ti mismo. —Terminó de abrir la puerta—. Wilde, trata de no sorprenderte.

Nick asintió sin saber qué esperar, dudaba mucho que este muerto fuera peor que Gabriel. O sea, ¿qué es peor que ver a alguien con los brazos fracturados en una extraña posición y sosteniendo sus propios ojos?; comparado con eso, un animal incinerado es algo más suave. Digo, pensó, Miranda estaba quemada y apenas se pudo identificar.

Cruzó el umbral y se llevó una pata a la nariz, apestaba a pelaje y piel chamuscada. El equipo forense aún no se había aparecido por el lugar, pero no le costó trabajo hallar al camino al cuerpo, la zona negra de uno de los pilares al fondo de la casa demostraba el sitio en el que ardió con más intensidad el fuego. Fue hasta el lugar y cuando llegó, ahogó una exclamación.

La víctima era un camello hembra de, al parecer, unos cuarenta y tantos años, atada con unos cables telefónicos a la misma columna de la casa y, en la base de esta, en sus patas, unas especies de leños (que resultaron ser parte de las sillas del comedor), de modo que el soporte de la casa sirviera como hoguera. Sin embargo, pese a que la forma de muerte debió haber sido espantosa, fue el estado del cuerpo lo que lo sorprendió: la parte inferior del cuerpo estaba carbonizada, y manaba sangre de unas heridas abiertas en los muslos. Las tibias estaban al descubierto. Su rostro estaba quemado y de la frente fluía sangre, había una especie de corte con forma, pero Nick no se quedó a verlo.

No pasaron ni quince segundos desde que vio el cuerpo cuando salió corriendo hacia afuera, al salir se dobló sobre sí mismo en el jardín circundante y, luego de las arcadas, vomitó.

Alzó la mirada y vio que Judy venía como un rayo hacia él. Nick quería decirle que no viniera, que se detuviera, pero las imágenes del camello parecían, irónicamente, grabadas a fuego en sus ojos. Las patas le temblaban sin control. Judy llegó a su lado, le sacó uno de los pañuelos que llevaba en el bolsillo del traje y le limpió los labios con cuidado. Si no hubiera estado tan impactado por lo que vio, hubiera apreciado el gesto.

Judy se volvió hacia la casa y Nick, al ver sus claras intenciones de entrar, la tomó de la pata y le impidió irse.

—Zanahorias, por favor, no. —La voz le salió carrasposa y adolorida—. No te vayas.

Ella trató de soltarse e ir, mirándolo con el ceño fruncido, mas Nick no iba a ceder. Si él que tenía temple para ese tipo de escenarios, le impactó hasta tal grado, no quería ver cómo afectaría eso a Judy. No podía hacerlo. Se dieron un duelo de miradas por unos segundos que parecieron eones, luego ella suavizó la expresión y con un suspiro de derrota entrelazó sus dedos con los de suyos.

—Bien —dijo, medio refunfuñando medio cooperativa—. ¿Tan grave es? —preguntó luego de un rato con un tono dubitativo.

Nick suspiró.

—Es horrible, Pelusa.

Sus patas seguían con los dedos entrelazados, y se miraron sin decir nada. Los forenses pasaban a su lado ingresando a la casa, aunque sus pasos, voces y órdenes parecían estar en un segundo plano. Se sintió tentado de tirar de ella y abrazarla, pero se abstuvo.

Nick no había logrado entender la referencia de Bogo de que los periodistas parecían buitres sobrevolando alguna noticia que contar. Sin embargo, ahora lo comprendía.

Se abstuvo de abrazarla porque los periodistas y sus camarógrafos venían hacia ellos, oliendo una noticia impactante para un titular, asemejando a un grupo de carroñeros.

Y cuando llegaron los flases, el bullicio y las preguntas no se hicieron esperar.



Al día siguiente Nick y Judy habían recibido una llamada directa de Bogo notificándoles que el alcalde requería su presencia de inmediato en su despacho. Judy había dormido poco esperando los resultados de Medicina Forense para poder hacerse una idea de lo que había pasado con el animal, y también sobre qué quería hablar el alcalde con ellos. Y como si eso no hubiera sido suficiente, también estuvo pensando en Nick, en lo que había pasado en la fiesta (porque no quería borrársele) y sobre cómo se encontraría.

Cuando le llamó antes de salir de su casa para confirmar que se encontrarían en la Alcaldía, éste le había contestado que estaba en camino al Hotel Fur, llevándole el auto a Vayentha, y que de allí iría a la Alcaldía. Durante el camino, Judy pudo notar cómo los animales cuchicheaban sobre lo que había pasado anoche en Plaza Sahara. Pudo ver, en una tienda de ventas de televisores mientras iba camino al Ayuntamiento, cómo la Jefatura de Policía estaba atestada de reporteros; tal como cuando lo de los Aulladores.

Miró el reloj de su móvil y decidió ir trotando, su condición física no iba a ser problema y le serviría para despejar la mente así como para entrenar. Lo hizo. Durante el trayecto, en lugar de tener la mente en blanco, sólo pensaba en qué decía la cita, qué sucedió con el muerto, quién será el siguiente y de qué manera moriría.

Suspiró cuando llegó a la Ayuntamiento, o mejor dicho, a la plaza circundante. Era una plaza sencilla, con un obelisco de tres metros en el centro y el suelo tenía enormes azulejos blancos y negros; se le hizo un parecido a un enorme tablero de ajedrez. Se recostó cerca del obelisco a esperar a Nick y, al cabo de quince minutos, éste llegó.

La saludó con una de sus zorrunas sonrisas, aunque tenía unas notorias ojeras oscuras bajo el pelaje; llevaba un folio bajo su brazo

—Zanahorias, traigo buenas noticias —dijo—. Convencí a Vayentha de que nos acompañara al mediodía a recorrer la ciudad, y Al aceptó. —Sacudió la cabeza con una sonrisa—. Apenas le dije «hembra» y «salida» no lo dudó ni un instante. Y... —Se llevó la otra pata al cuello— tendremos que acompañarlos.

Judy asintió. Vio a Nick incómodo y se preguntó por qué, entonces comprendió que por debajo de la mesa eso parecía una invitación a salir. Un calor como un cosquilleo se le subió a las mejillas.

—Tendremos como... ¿nosotros? —Hizo aspavientos nerviosa—. O sea, ¿tú y yo? ¿Juntos?

Em... bueno, sí. ¿Algún problema?

De pronto la idea de salir con Nick la puso nerviosa. «¿Qué demonios? ¡Ya he salido con Nick varias veces! ¿Qué tiene esto de diferente?».

Asintió y luego de un tortuoso momento de silencio, apuntó el folio.

—¿Qué es eso? —quiso saber.

—El folio que Bogo me encargó que pasara a buscar a Medicina Forense, sólo por si el alcalde se pone intenso. Está todo. —Se lo tendió—. Míralo.

Judy lo tomó, un poco mejor por el cambio de tema, y lo abrió. Dentro estaba todo lo que se pudo saber del animal. Murió incinerado y los detalles de cómo quedó su cuerpo la impactaron, lo cual hizo que agradeciera mentalmente que Nick no la hubiese dejado entrar a la casa. El occiso fue identificado como Joselin Hood, una camello; muerte causada por incineración, y presentaba en su frente una herida cortante con forma que el médico a cargo concluyó como una F. La herida parecía una especie de escrito, sin embargo, debido a que el tejido de la frente estaba tan quemado, la única parte rescatable fue esa letra.

La cita era un poco más complicada que las anteriores.

Pero indefensas piezas del Juego que Él Juega
sobre su tablero de cuadros de Noches y Días
aquí y allí mueve, acorrala y da muerte.

No pudo darle más importancia a la cita porque ya que no la comprendía en absoluto sería perder el tiempo. Le devolvió el folio a Nick y entraron a la Alcaldía. Recorrieron la recepción y al hablar con la secretaria encargada fueron escoltados al despacho del alcalde. Tocaron con educación y una voz molesta les rugió desde dentro un tosco «Adelante».

Entraron. Y Judy no soltó un juramento porque estaba frente al alcalde y tenía que aparentar serenidad, a Nick no le importaría oírla, con tal, ya la ha oído varias veces.

Jack Savage estaba de pie frente al escritorio.

Una sonrisa cautivadora se le formó a la liebre en el rostro, dirigida hacia Judy. Ella sonrió por cortesía, pero lo que más quería era largarse del lugar. Leonzáles les indicó con un gesto de la pata que se sentaran.

Lo hicieron. Nick en medio de ambos conejos.

El alcalde los puso al día con los acontecimientos que los agobiaban, en mayor parte era los periodistas que esperaban algún dato para poder hacer una noticia amarillista. «Porque son como hienas, si uno tiene el dato, darán la señal para que vengan los demás». A Judy le resultó un poco chocante esa comparación, mas no dijo nada.

Savage le informó al alcalde que su investigación de Carlos Faircross no estaba dando resultado, era un magnate que se movía bajo la superficie de la ciudad y cuyos nexos con los mafiosos y comerciantes en el Distrito Nocturno, pese a ser fuertes, no lo implicaban en nada. Y además de ello, no había obtenido información relevante.

Eso le confirmó a Judy que lo que Jack hacía anoche en la fiesta era de encubierto, además de que le abrió nuevos horizontes a ella. Si Faircross tenía conexiones fuertes con el submundo de Zootopia, podrían intervenirlo de alguna manera para, posiblemente, identificar al asesino. Si es que alguna de sus fuentes lo conocía.

Y lo mejor de todo era que ni Savage ni Leonzáles sabían que Vayentha y ambos planeaban reunirse hoy. Era un punto a favor.

Nick abrió la boca para hablar, pero Judy alzó la pata y lo impidió.

—¿Sucede algo, Hopps? —preguntó Leonzáles, gruñendo.

—Señor, nuestros avances no han sido muchos, de hecho, como usted bien sabe, los muertos vienen con una especie de inscripción —respondió Judy—. Hemos tratado de descifrarlas y aunque vamos a un ritmo lento pero constante, hemos decodificado algunas. Por desgracia, no hemos podido prever la siguiente víctima. No obstante... —Miró de soslayo a Savage— creo que nuestra investigación es eso. Nuestra. Del oficial Wilde y mía. De la ZPD. —Suspiró—. Me parece que el señor Savage, que según tengo entendido es de Crímenes Mayores, no debería estar presente, puesto que estaríamos revelando información del caso a alguien que no es parte del mismo.

El alcalde se revolvió en su asiento, molesto y pensativo; Nick sonrió con burla y a la vez con respeto por la coneja, y Jack la veía entre asombrado y a la vez molesto, como si se hubiera dado cuenta de que ella sabía más de él de lo que él pensaba. Luego de un momento, Leonzáles movió una pata indicándole a la liebre que abandonara el despacho. Jack acató, aunque algo reacio y dirigiéndole una mirada gélida a Judy.

Estando los tres en el despacho, Nick y Judy lo pusieron al tanto de lo que habían descubierto, lo que no era mucho, y que estaban por reunirse con una fuente confiable que les podría arrojar luz al caso.

Leonzáles los dejó ir con una advertencia.

—Si por causa de ustedes dos vuelvo a tener a la prensa sobre mí —dijo, fulminándolos con la mirada—, despídanse del caso. Se lo entregaré a Savage. Estoy seguro que en Crímenes Mayores podrán hacerse cargo.

Judy le dio una sonrisa al león, desafiante y feroz.

—No será necesario. —Y salieron.



Nick y Judy se habían puesto de acuerdo en llevar a Vayentha y Al a la misma cafetería donde éste trabajaba. No porque el lobo trabajara allí (bueno, sí, en parte, y eso significaba descuento) sino porque, como la hiena quería conocer la ciudad pues, tendrían que hacer una parada técnica para recobrar energía.

Nick los citó a todos a encontrarse en el teleférico del Centro que daba a Distrito Forestal. El plan (corroborado por ambos) era primero viajar en el teleférico de dicho distrito y observarlo desde el cielo, luego ir a Sabana Central y llevarla a las tiendas y demás lugares que puedan ser de su gusto; seguido, una visita a Plaza Sahara; llegado a este punto irían al Centro para recargar baterías y, si la hiena quería, irían a Tundratown y si le quedaban ganas, ver Little Rodentia, aunque sea de reojo.

Todos llegaron a la hora estipulada; mediodía. Judy llevaba un conjunto sencillo, jeans rasgados y una camiseta azul con un estampado que rezaba «I'm not tender». Al venía con unas bermudas grises, una chemise blanca y sobre ésta una cazadora negra, estilo tipo malo; y Vayentha, ella era la que más resaltaba de todos, llevaba un suéter manga larga de cuello alto, negro azabache, que resaltaba su pelaje grisáceo, y unos jeans azul marino, sumado a un delicado collar de plata al cuello y sus dos pendientes en forma de gota de agua. Nick, bueno, el iba con su atuendo favorito, sus pantalones marrón claro, su camiseta hawaiana verde y su corbata.

Después de presentarlos, los cuatros tomaron el primer destino: Distrito Forestal. Por cuestión de estrategia ambos tomaron un teleférico mientras Al y Vayentha tomaban otro, ellos dos solos. Y de forma disimulada, ambos veían de reojo hacia atrás intentando notar algún avance entre ellos.

Todo fue transcurriendo con normalidad. En el teleférico ellos dos socializaron tranquilamente, en Sabana Central recorrieron las tiendas, o mejor dicho, ambas hembras los arrastraron; Judy y Vayentha parecían niñas en confitería. Luego, en Plaza Sahara, la cosa fue bien también, aunque no pudieron moverse por completo debido a lo que pasó ayer, y cuando llegaron al Centro, el hambre estaba reclamándolos como trofeos.

Al propuso ir a la cafetería donde trabajaba (aunque no dijo que trabajaba en ella) y que él pagaría. Nick y Judy rieron por lo bajo, cómplices; habían acertado, Al los llevaría al lugar. Cuando por fin estuvieron allí, tomaron una de las mesas más amplias que había y de nuevo, Nick y Judy a un lado y Al y Vayentha al otro.

Uno de los que atendía llegó, tomó las órdenes y se retiró.

—¿Y qué te trajo de Italia a aquí? —preguntó Al. «Eso es», pensó Nick.

Vayentha hizo un gesto vago con la pata.

—Quería tener otro aire. —Suspiró—. En Italia son aburridos. ¡Oh, que si el arte! ¡Oh, que si la comida! ¡Oh, que si las esculturas, basílicas, el Vaticano y todas esas cosas! Al principio es atrayente y todo, pero después de un tiempo, aburre. —Frunció los labios—. ¿Y tú, hay algo interesante?

—No mucho —reconoció Al con una sonrisa—. Trabajo y estudio.

—¿Qué estudias?

—¿Prometes no enfadarte? —Al le guiñó un ojo.

Vayentha le dio un suave empujón en el brazo.

—No; ahora dime —sonrió.

—Historia del Arte.

—¿Arte? —Soltó una risilla y luego la ahogó—. Vengo al otro lado del charco huyendo de eso y me topo contigo. —Rió con suavidad—. Lo siento.

Al negó con la cabeza.

—¿Por qué?

—Es que, bueno. —La expresión de Vayentha se puso turbia—. En cualquier lado a las hienas, bueno, tú sabes... la risa.

—Bah, gran cosa. —Se llevó una mano al pecho, imitando a la perfección a Faircross, como si lo hubiera visto la noche anterior—. Signorina, la sua risata è bella. «Señorita, su risa es bella»

Nick se quedó sorprendido, no tenía conocimiento de que Al hablara italiano. Aunque pensándolo bien, su padre tenía varios reconocimientos mundiales, lo más probable era que lo aprendiera de él.

Vayentha rió un poco y Nick pudo detectar un ligero rubor. «Eso es, diablos. Vas bien, Al», pensó.

No, questa è una bugia —repuso con un hilillo de voz y hizo un gesto con la pata. «No, eso es mentira».

È la verità. —Entonces ambos empezaron a reír. Nick volteó a ver a Judy y esta se encogió de hombros, sin entender nada de lo que habían dicho, pero eso no impidió que levantara ambos pulgares en gesto de aprobación, iban por buen camino; él sonrió. Al reparó en el anillo—. Anello familiare? —preguntó señalándolo. «¿Anillo familiar?»

Ejem..., chicos —intervino Nick—. Nosotros no hablamos italiano.

Al y Vayentha los miraron sorprendidos y luego de mirarse entre ellos, rieron de nuevo.

Le mie scuse, Nick —dijo ella—. Es la costumbre.

—¿Qué te dijo? —quiso saber.

Vayentha trató de restarle importancia a la pregunta, aunque a Nick no se le pasó por alto ese rubor. Miró de soslayo a Al, le guiñó un ojo con picardía y sonrió, ese bastardo estaba ligando como un profesional.

—Nada importante —repuso la hiena—; me preguntó si este anillo es familiar. —Se volvió hacia Al—. Y sí, lo es. ¿Cómo lo supiste?

—Porque el mío es igual —sonrió y levantó su pata derecha, enseñándole su anillo de obsidiana con una balanza grabada—. El mío es por Scaledale, que sería como «Valle de las Balanzas». Lo mandó a hacer papá cuando fuimos a una ceremonia en Florencia.

—Yo también lo hice en Florencia —exclamó ella, emocionada; levantó su pata y Nick notó el anillo de ella: de plata y con una cruz grabada—. El mío es por Faircross, es como «Cruz Justa». —Señaló el collar en su cuello—. Este anillo y este collar.

La sonrisa alegre de Al se perdió un poco, volviéndose algo triste.

—Yo tengo este anillo, y también este collar. —Se tocó con dedos delicados el medallón de oro que le colgaba del cuello con las letras «R y C».

—¿Qué significan? —preguntó Judy de improvisto, ganándole la pregunta a Nick.

Éste puso especial atención a la respuesta de su compañero. Si algo era cierto, era que la curiosidad de saber el por qué de las posesiones de Al. Acabó de descubrir que el anillo es por su familia, sólo le faltaba el medallón y el brazalete.

—Rebeca y Cleophe —respondió—. Mi hermana mayor y mi madre. —Suspiró—. Murieron cuando yo tenía un año.

De repente el silencio se hizo en el lugar, sólo se oía el rumor de los demás comensales en el lugar, las respiraciones de los cuatro parecían haberse detenido al mismo tiempo.

—Y por si se preguntan —repuso, más alegre—, el brazalete es una frase de uno de los libros de mi padre. Digo —carcajeó—, algo se me tuvo que quedar después de vivir veintidós años con un profesor.

—¿Qué frase? —Vayentha le puso una pata en el hombro a Al, y entonces Nick pareció entender lo que estaba haciendo su amigo: se estaba mostrando rudo, pero débil en el fondo, y el vulpino muy bien sabía que nada atraía más a una hembra que un macho sensible. «Hijo de la...», pensó con una sonrisa.

—«Si no puedo llegar al cielo, alzaré los infiernos». —Los ojos del lobo, ya de por sí tan oscuros que parecían que pupila e iris fueran uno solo, se oscurecieron; parecían dos trozos de carbón—. Lo interpreté como «Si no consigo algo de una manera, lo intentaré de otra». Es lo que me repetía cuando empecé la universidad. Como papá me dijo que ya que no tomé una carrera seria como..., no sé, ingeniería, medicina o qué se yo, no me ayudó. Y pues, tuve que resolvérmelas.

«Por eso trabaja aquí.»

Nick sonrió, entendiendo, admirando y respetando al lobo. Nunca se le había ocurrido que Al hubiera tenido que pasar por todo eso. Se había ganado cada vello marrón de su pelaje como todo un lobo.

Luego de reponer energías, decidieron recorrer la zona del Centro y cuando empezó a atardecer estuvieron de acuerdo en ir a Tundratown. Llegar fue fácil, sin embargo, aunque los tres optaron por ir en un taxi a la zona ártica, Vayentha se impuso en que ellos irían en uno de sus autos. Sacó su móvil e hizo una llamada, y luego de una simple orden, colgó. Cinco minutos después una limusina negra los recogió.

Entraron y Al soltó un silbido.

—Linda.

Vayentha sonrió triunfante.

—Y eso que no has visto mis otros autos. Te dejan sin palabras.

Nick se sentó en los mullidos y largos asientos de uno de los costados, Judy le siguió y cuando ella se hubo sentado, le dio un golpecito con el codo y le hizo una seña con la pata para que se agachara. Él asintió y acató, sintió los labios de la coneja rozándole el oído.

—¿Crees que Al pueda? —le susurró.

—¿Al? —Nick rió por lo bajo; miró hacia donde el lobo estaba y notó que hablaba con la hiena, ambos sostenían unas pequeñas copas—. Nah, no lo dudo. Lo sé.

—¿Tú crees?

—Zanahorias. —Se llevó una pata al pecho, fingiendo indignación—. Me ofendes. ¿Cuándo me he equivocado? No me respondas —añadió rápidamente.

Ambos rieron. Judy se acomodó y miró a Al y Vayentha.

—No sé, Nick —dijo—, me parece que no deberíamos jugar a ser Cupido.

—Falacias, Pelusa —sonrió—. Esos quedan juntos o dejo de llamarme Nick Wilde.

—Te llamas Nicholas —apuntó ella.

—Pues por eso. —Rió.

Ella le dio un suave golpe en el brazo y se acomodó en el asiento, esperando que llegaran a Tundratown. Nick suspiró y se acomodó también, miró de reojo a Judy y vio cómo los tonos rojos, naranjas y amarillos del sol del atardecer delineaban sus facciones.

No había visto hembra más hermosa.

En Tundra la situación no mejoró, pero tampoco empeoró. Debido al clima gélido del lugar no pudieron hacer mucho, y puesto que ya estaba anocheciendo, algunos negocios empezaban a cerrar, lo que no que dejaban muchas opciones. Fueron a una cafetería sólo a comprar un buen chocolate caliente y siguieron caminando por el distrito.

Judy tiró de la camiseta de Nick y con una seña de la cabeza le indicó que aminorara el paso. Él lo hizo sin entender por qué, pero cuando miró adelante entendió la razón; Al y Vayentha caminaban juntos adelante, muy juntos, de hecho. Nick miró a Judy con una sonrisa incrédula en el rostro y ésta se encogió de hombros con falsa modestia.

Anduvieron un rato más y de pronto vio cómo Al, como quien no quiere la cosa, al notar el ligero temblor de Vayentha, se quitó su chaqueta y se la colocó por los hombros. Acto seguido sintió un golpe de Judy en el estómago, con un poco de fuerza de más. Al verla, ella los señalaba con silenciosa euforia y sonriendo.

Él sonrió a su vez.

—¿Qué te puedo decir, Zanahorias? —Se acomodó la corbata en tono juguetón—. El «Doctor Corazón» Wilde nunca se equivoca. Te dije que era una brillante idea, ¿no? Bueno, ahora hay que esperar, no sé, un día o dos para que se conozcan...

—Pero si ya se conocen —argumentó.

—A fondo. —Alzó las cejas con sugestión, Judy asintió formando una «O» con los labios y Nick rió por lo bajo. Luego de un rato, añadió—; Pelusa, creo que deberíamos irnos. Los tortolos necesitan espacio.

—Al, Vayentha —los llamó ella y sacó su teléfono. Ambos voltearon—. Debemos irnos; asuntos de trabajo —informó señalando su móvil.

—Vale. —Vayentha se acomodó mejor la chaqueta de Al sobre los hombros; ambos se despidieron de ellos con un gesto de la pata y Nick notó que el lobo sonreía con más ganas, como dándole las gracias.

Nick y Judy se dieron vuelta y decidieron volver a sus respectivos apartamentos caminando.

Al llegar al Centro, que era donde el departamento de la coneja quedaba, una ráfaga de aire frío los abrazó a ambos. A Nick no le importó mucho, le gustaba la noche, dejando de lado que sea un animal nocturno, y no le afectó el frío, no obstante, Judy era un animal que no estaba adaptado al frío nocturno y cuando el aire pegó, se abrazó a sí misma frotando sus brazos.

Notándolo, pensó si hacer lo que estaba pensando hacer. Tenía que evitar esas emociones o esconderlas... aunque eso no podría tomarse a malentendidos, era solo ayuda. Bufó sin importarle nada y con cuidado le pasó su cola alrededor del cuello. Judy pegó un suave respingo cuando se la enrollaba, mas no se la apartó, sólo la apretó con suavidad.

Ninguno de los dos dijo nada. Se mantuvieron así hasta que llegaron al edificio donde ella vivía. Cuando llegaron a la puerta, Nick iba a desenroscarse, pero ella siguió de largo. Sin más opciones, la siguió, ignorando las miradas curiosas de la armadillo que estaba hablando con una oveja en el vestíbulo, igual de anciana que ella.

Llegaron al diminuto departamento de Judy y ella se desembarazó de su cola con cuidado, abrió la puerta y se dio la vuelta. Lo quedó viendo con una sonrisa.

—Le vas a tener que contar a Al lo que sucede con Vayentha —dijo.

—Sí —asintió Nick.

Silencio.

—Con respecto a la cita —dijo Judy al fin—, tendremos que ir mañana donde Donovah para pedirle que la descifre y así prevenir la muerte del que siga.

—Ajá. —Nick estaba tensó. La situación no lo ayudaba. Ya había pasado por eso una vez, con una zorra ártica que si no mal recuerda se llamaba Skye, y llegado este punto lo que quedaba era un beso. Claro, eso era si de verdad hubieran salido, en cambio, lo que habían hecho era estar de lamparitas sobre Al y Vayentha. La miró, tentado a hacerlo, mas no debía. «Calma, Nick, calma.» Carraspeó—. Bueno, me avisas cuando vayamos a casa del padre de Al.

Ya había dado media vuelta para irse cuando ella lo llamó:

—Nick.

El volteó; Judy lo veía fijamente.

—¿Qué?

Judy no respondió. Por un instante ninguno dijo o hizo nada, y después ella movió la pata como en la limusina: quería que se agachara.

—¿Qué sucede, Zanahorias? —Inclinó la cabeza a un lado.

No hubo respuesta, solo el mismo gesto. Nick suspiró y se agachó, quedando a la misma altura. Fijó sus ojos en los de ella.

—Dime, Zanahorias.

Nick se podía ver reflejado en el lila de sus ojos, Judy no dijo nada y creyendo que era una broma de su parte, hizo ademán para levantarse. Entonces ella se aceró y lo besó en la mejilla.

—Nos vemos mañana —dijo, y sonrió.

No respondió, sólo se quedó en silencio mientras se levantaba mecánicamente, ni siquiera había pensado en ponerse de pie, su cuerpo lo hizo de forma automática. Oyó cómo la puerta de ella se cerraba y entonces parpadeó, recuperando por un momento el control.

Miró a todos lados, buscando a alguien que los pudiera haber visto; estaba solo en el angosto pasillo. Se llevó una pata a la mejilla, incrédulo de lo que había pasado. ¿Es que ahora que admitió que amaba a la coneja y decidió guardárselo, el universo se opone a eso y los quiere juntos? Sin embargo, no iba a negar que le gustara el beso.

¿Le gustó?

¡Le encantó!

Una sonrisa empezó a formársele en los labios y aunque trató de suprimirla recordándose que ella era su compañera y nada más que eso, otra parte de él (la que empezaba a sospechar era su consciencia) le gritaba que lo disfrutara. Terminó cediendo y se frotó la mejilla mientras la sonrisa se ensanchaba más y más. .

—Nos vemos mañana, Pelusa.

Y sin que se le fuera la sonrisa, se marchó.

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