IX. Piedra angular.
La naturaleza humana es un bosque enorme y compleja
que nadie puede conocer a la perfección.
Ni siquiera una madre conoce los secretos más profundos de su hijo.
El murciélago. Jo Nesbo
El estudio de Albertico estaba en los límites entre Distrito Forestal y Tundratown, casi pegado al grueso muro divisorio entre los aclimatados distritos; lo suficientemente cerca como para que el frío de Tundra se sintiera en el estudio.
El lugar era confortable, en lo que se podía. Albertico no era un amo del orden. Entrar al departamento fue sencillo, la entrada no tenía una cerradura como las puertas comunes sino que donde debería estar el ojo de la llave había un pequeño teclado táctil, sólo tenía que colocar la clave y la puerta se abriría con un clic al mejor estilo de las películas de ciencia ficción. La sala de la residencia estaba con pequeñas pilas, unas de ropa, otras de cajas de comida china, pizza, entre otros. Más adelante, donde estaba el estudio, se podía oír con claridad el ruido de los ordenadores.
Esta vez la puerta era manual; tomó el pomo y entró.
Cinco ordenadores enormes estaban en el estudio, donde hacía un frío demoníaco para mantenerlos a la temperatura adecuada. Cinco pantallas planas estaban en semicírculo hacia una mullida silla estilo ejecutivo, en ella, un jaguar atacaba las teclas a una velocidad que sorprendió a Santiago.
—Albert —llamó Santiago. No tuvo respuesta; carraspeó para hacerse notar—. Albert.
El jaguar ladeó el rostro de las pantallas y fijó sus ojos avellana en él. Sonrió y el piercing del labio se tensó un poco.
—Santi —dijo—; ¿a qué debo esta visita? —Siguió tecleando aún sin mirar las pantallas.
Santiago sacó del bolsillo interno de la chaqueta de su traje el sobre con la tarjeta de memoria, lo abrió y se la mostró al jaguar. Éste dejó de teclear y giró la silla, quedando viéndolo de frente.
—¿Te mandan o viniste por algún problema? —le preguntó Albert.
—Me mandó el señor Mortati —respondió—. Necesita que extraigas lo que hay en esta tarjeta.
—Para verla. —Albert estiró su pata; en cada uno de sus dedos tenía un anillo. Santiago le entregó la memoria y él le dio una rápida mirada, luego la introdujo en un lector junto a su teclado. Miró la segunda pantalla a la derecha—. Toshiba de 64GB, algo fácil. —Frunció el ceño—. Qué raro. Está encriptado.
Santiago caminó hasta quedar junto a Albert, quien estaba inclinado sobre el tecleando atacándolo sin parar. El vulpino se afincó en el apoyabrazos y miró la pantalla en la que aparecía la data de la memoria, pero un cuadro de texto con una X en la esquina impedía el acceso.
—¿Qué sucede? —quiso saber.
El jaguar suspiró y se pasó una pata repleta de anillos por el rostro.
—¿Qué te dijo Mortati? —preguntó fijando en él sus ojos.
—Que extrajeras lo que hay y al terminar se lo llevara —respondió neutral.
—¿Para ahora?
—Sí.
Albert se levantó de la silla, se estiró con gracia y con pasos largos llegó a una pila de ropa que había en una de las esquinas, escarbó, sacó un grueso libro y volvió con él. Se tumbó sobre la silla y le lanzó el libro al vulpino.
Santiago lo tomó y miró extrañado a Albert. Éste le hizo una seña con su pata indicándole que se tumbara por ahí, mientras volvía a teclear sin compasión.
—Ábrelo en decodificación —le indicó sin dejar de teclear.
—¿Para qué?
—Santi, cariño, ¿quieres que Mortati tenga lo que hay aquí? —Señaló el lector—. Entonces abre el libro en decodificación. La jodida tarjeta tiene un código más viejo que yo.
Santiago frunció el ceño.
—¿Cuánto llevará esto?
Albert se encogió de hombros.
—Soy hacker, belleza, no adivino. Horas, tal vez. Un día, quizá. —Señaló el libro por sobre su hombro—. Busca lo que te dije y tal vez terminemos rápido.
Santiago bufó y hojeó el libro sin moverse un ápice. Tomó su móvil y le mandó un mensaje a Mortati informándole que saber lo que la tarjeta contenía iba a llevar su tiempo. Minutos después le llegó una respuesta al zorro.
«Tárdense lo que sea, pero traigan lo que hay en ella. Es importante».
En su habitación, Dolos trataba de mantenerse consciente pese al horrible dolor que lo embargaba, los ataques de tos volvieron y tuvo que hincarse de rodillas, mientras trataba de contener la sangre que escupía. La agonía fue por unos largos y tortuosos minutos y cuando remitió, sólo un poco pudo ponerse pie, quitarse la túnica y abrir el closet donde la guardaba. Dentro del mismo había una puerta oculta. La abrió. Guardó la túnica en ella y el encubrimiento de su arma.
El depósito de la puerta oculta tenía, además de esas cosas, una pequeña botellita negra, la cual era el veneno que usaba en sus víctimas, los perfiles de cada uno de los objetivos, las demás citas ya impresas y en la cara interna de la puerta, un papel pegado con una tachuela con las fotografías de los blancos. Tachó el del león con una enorme equis y cerró.
Luego se dio la vuelta y sobre la cómoda había unos frasquitos con unas pastillas; los abrió y tomó tres capsulas. Eso debería mitigar el dolor, pensó.
Esperó unos minutos y, en efecto, el dolor disminuyó lo suficiente como para dejarlo pensar con claridad. Se acercó al calendario que colgaba cerca del espejo del tocador y tachó el día de hoy con una equis en negro, siguió con su vista la fila de días hasta que llegó a un recuadro encerrado en un círculo rojo.
Tres días.
Le quedaban cuatro objetivos, debía hacer las cosas lo más rápido que pudiera.
Suspiró y se fue al baño para limpiarse. Llegó al lavabo y abrió el grifo, el agua era fría y conforme surcaba sus patas se teñía de rosa al llevarse la sangre. Se lavó el rostro, los labios y las muñecas; quedando sin rastro alguno de sangre. Se miró al espejo, buscando rastros que delataran su condición. Ninguno. Todo estaba como siempre, aunque bajo sus ojos, podía notar unas pequeñas ojeras de cansancio, cosa que su pelaje ocultaba muy bien.
El timbre sonó. Dolos levantó las orejas y agudizó su audición. Sí, fue el timbre. Volvió a sonar y después escuchó algo siendo arrastrado por el suelo y luego... silencio. La tonada de un mensaje entrante de su móvil lo alertó, se cambió de camiseta y fue a la sala. Tomó su celular y cuando leyó el mensaje, por un momento sintió miedo.
«Reconozco las huellas de una antigua flama».
Tragó grueso al comprender: aquella era una cita de La Eneida uno de sus libros antiguos más preciados. Por el cuerpo del mensaje y que sólo fueron esas simples palabras, lo puso sobre alerta. No. No pudieron haberlo reconocido, nadie conoce sus motivos para hacer lo que hacía, y ni la policía le había seguido el ritmo como para que sea posible que el mensaje lo hubiera mandado un oficial.
Notó que cerca de la puerta había un sobre de manila. Ese fue el ruido, se dijo, el ruido que oyó hace un momento. Caminó hasta el sobre, se agachó y lo tomó. Respiró profundo antes de abrirlo, dicha acción le quemaba como brasas, y lo abrió.
Suspiró relajado cuando vio el contenido. No había ningún documento en el sobre, ni nada que le sugiriese que había sido descubierto. Bueno, sí lo descubrieron, pero no era algo grave; sólo es un problema menor.
Metió la pata y sacó lo que había, para luego quedándose mirándolo con retrospectiva.
Apretó el objeto con fuerza y lo guardó en su bolsillo. Suspiró. Era obvio que alguien lo terminaría notando. Volvió a su habitación y planeó cómo atacaría al segundo blanco del día de hoy.
Dieron las dos de la tarde mientras Nick y Judy seguían tratando de descifrar la cita que habían logrado obtener de la escena. Aunque Bogo los hubiera llamado para avisarles que la sentencia de Leonzáles de darlos de baja hasta que el caso se resolviera era definitiva, eso no les impidió continuar con la investigación.
Nick había propuesto que, si iban a continuar clandestinamente, podrían ir a su departamento a seguir en ello. Fueron y dejaron la patrulla en la jefatura, se despidieron de Ben hasta nuevo aviso, aunque éste les dijo que los ayudaría en lo que fuera.
—No quiero que Crímenes Mayores resuelva esto —había dicho, Nick y Judy habían sonreído, asentido y retirado.
Optaron por caminar hacia la casa de Nick y en el camino el zorro se debatía sobre lo sucedido en la patrulla. Al recordar ese momento entre ambos las patas le empezaron a temblar con ligereza y el corazón le latió como en la patrulla. Empezó a preguntarse si ella pudo haberlo oído al haber estado recostada contra él... Se dio una bofetada mental; ¡claro que lo escuchó!
Trató de no pensar en ello, de dejar esos sentimientos de lado, pero mientras más lo hacía más se daba cuenta de que era imposible. No podía dejar de quererla. Sus ojos se posaron en ella, y la admiraron. Admiró su forma de caminar, que aunque estuviera mal porque los hubieran delegado, seguía siendo segura y firme; la forma en que parecía que fuera a dar un pequeño brinco con cada paso, inclusive la forma en que sus orejas se movían casi imperceptiblemente ante el menor ruido.
Se llevó una pata al entrecejo, cerró los ojos y dejó salir aire; preguntándose cuándo demonios empezó a sentir algo por ella. Si le hubieran dicho antes que se enamoraría de una coneja se hubiera reído.
Y ahora, bueno...
Llegaron al departamento y lo primero que hicieron fue ir propulsados hacia el ordenador. Nick lo tomó, colocó la cita en el buscador y terminó por encontrar lo mismo de siempre: el autor y la especie.
—Una hiena —murmuró Judy; Nick volteó a verla—. Hay muchas en la ciudad.
Él suspiró, pensativo. Donovah había dicho algo sobre que el siete era un número de peso, y también dijo algo de que eran siete lugares los que eran más habitados por animales...
—Tundratown —dijo para sí—, Plaza Sahara, el Centro...
Judy lo miró con una ceja arqueada.
—¿Qué piensas, Nick?
—El padre de Al había dicho que eran siete lugares los más poblados en la ciudad, ¿verdad?
—Sí.
—¿Te has fijado que cada animal es de su distrito característico? —expuso, y contó con los dedos de sus patas—. G en Tundra, esa camello en Sahara y el león en el Centro. —Sonrió—. ¿Cuáles quedan?
Judy sonrió, entendiendo lo que él le quería dar a explicar.
—Sabana Central, Burrows, Distrito Nocturno y Distrito Forestal. —Abrió los ojos como platos—. Las hienas viven en su mayoría en Sabana.
—Bingo, Pelusa —asintió él—. Ahora el dilema es qué parte de Sabana Central podría aparecer.
Ella miró la hora en su móvil, frunció el ceño y la nariz se le movía de la misma forma en que lo hacía cuando estaba pensando algo. Tocó la pantalla varias veces y cuando la llamada cayó, la colocó en altavoz.
—Bueno. —Era Ben. Nick arqueó una ceja, ¿para qué llamaba a Ben?
—Ben, ¿hay alguien cerca o que pueda oír la conversación? —preguntó Judy.
—No, pero para...
—Necesito un favor. Busca algo sobre lo que pasó hace veintiún años —pidió—. Creo que esa es la piedra angular del caso. Si logramos descifrar eso, podríamos dar con las futuras víctimas. —Hizo una pausa—. Y no es que queden muchas.
—Veré qué encuentro, Judy —dijo Ben, tras la línea—. Aunque hace rato oí a Bogo discutiendo con el alcalde por la línea directa a la Alcaldía.
—¿Y eso? —preguntó Nick.
—¿Nick? —se sorprendió Ben—. Bueno, no importa. Es por ustedes. Bogo le estaba diciendo a Leonzáles que no podía sacarlos del caso así como así, si no quería que se repitiera lo de antes.
Nick miró a Judy, intrigado, y ella le devolvió la mirada de la misma forma.
—¿Cómo que «lo de antes»? —preguntó él.
—No lo sé. —Ben fue bajando el tono de voz hasta que llegó a los susurros—. Buscaré algo referente a esas fechas. Yo los llamo si encuentro algo.
Se oyó cuando la llamada terminó y Judy suspiró bajando las orejas. Acto seguido las irguió de golpe y sonrió como si se hubiera inyectado positivismo en las venas. De un brinco se bajó del sofá donde estaban y lo incitó a irse, sin embargo, el estómago de ella tenía planes diferentes; rugió como una bestia encadenada. Judy se replegó las orejas a la espalda y se sonrojó por ello.
Nick rió, se levantó y se agachó a su altura.
—¿Qué clase demonio tienes allí, Pelusa? —bromeó, picándole el estómago con un dedo.
—No seas idiota, Nick —replicó ella.
Él se irguió y se encogió de hombros.
—No me culpes por tener curiosidad. —Sonrió.
Ella iba a decir algo, pero antes de que articulara palabra la puerta principal se abrió y Finnick entró. Iba con su típico conjunto y con la misma cara gruñona y ceño fruncido de siempre, aunque esta vez parecía más enojado, y tenía un cigarro en los labios.
Los saludó con un asentamiento de la cabeza y pasó a su lado para luego encerrarse en su habitación. Lo siguiente que se oyó después fue la retumbante música proveniente del equipo de sonido en la habitación de Finnick. Judy miró con una ceja arqueada a Nick y éste se encogió de hombros con una sonrisa.
—¿Finnick fuma? —preguntó.
—Zanahorias, eso que no has visto a Al. —Nick sacudió el ligero hilillo de humo que quedó suspendido en el aire—. Finnick fuma, sí, pero Al fuma puros. —Hizo un mohín y luego sonrió—. Ven —dijo, arremangándose las mangas y caminando hacia la cocina—, el chef Wilde hará el almuerzo.
—¿Será comestible? —bromeó ella
Sonriendo, giró la vista.
—Tal vez.
—¿Al menos no tóxico?
—Ten un poco de fe. —Y le guiñó un ojo.
Luego de almorzar lo que, para sorpresa de Judy, fue una comida deliciosa, decidieron dividirse tareas para abarcar más terreno: Nick iría a hablar con Al y ponerlo al tanto de la situación con Vayentha y ella iría a casa de Donovah para ver si él podía averiguar algo sobre las citas.
Judy estaba en el elevador del edificio donde vivía el profesor. Al llegar al piso las puertas dobles se abrieron con un ding y ella salió, caminó hasta la puerta y tocó el timbre.
Mientras esperaba se llevó una pata al pecho, tocando el bolsillo de la parka que tenía puesta, verificando si las citas estaban allí. Sí estaban. Suspiró. Era la segunda vez, desde los Aulladores, que tenía que ir a buscar pistas para resolver un caso vestida de civil; y esta vez no cometería el error de la última vez. Ahora llevaba una parka y unos pantalones de chándal, ya que si llegaba la hipotética situación de que tuviera que salir a perseguir a alguien, estaría preparada.
La puerta se abrió y Donovah sonrió.
—Oficial Hopps.
—Señor Donovah —asintió ella.
—Así que ha pasado de nuevo... —Frunció el entrecejo, pensativo, luego sonrió y con un gesto de la cabeza la invitó a entrar.
El recorrido fue el mismo, desde la puerta a través de la sala hasta el despacho. Judy caminó tras el lobo y algo que notó era que éste se afincaba mucho más en el bastón cuando iba a caminar que la última vez que vinieron; parecía cansado. Él abrió el despacho, se sentó tras el escritorio y con una sonrisa llena de agotamiento le indicó que se sentara.
Ella caminó hasta la silla y sin dejar de ver al lobo, tomó asiento.
—Señor Scaledale —dijo—, estás son las citas. —Metió su pata en el bolsillo de la parka y las colocó sobre el escritorio.
El lobo las tomó y las miró con detenimiento. La sonrisa pasó a un ceño fruncido que le denotó unas arrugas en la frente, pese a su pelaje; parecía tener mil años. Suspiró y se las devolvió a Judy. Levantó la mirada y cuando los ojos ámbar con motecitos verdes la enfocaron, pudo ver que estaba cansado.
—Señor Donovah, ¿se encuentra bien? —preguntó Judy.
—Sí; no se preocupe. —Hizo un gesto vago con la pata—. Pesqué influencia por uno de los alumnos de mi clase. De hecho, hoy fui al médico para hacerme unos exámenes y, efectivamente, mis sospechas eran ciertas. Me recetaron lo que todo doctor: paracetamol.
—Ah, ya veo —asintió—. Con respecto a las citas...
Donovah frunció los labios.
—La primera es de El Rubaiyat de Omar Khayyam y como según noté, hay una alusión a él mismo y a sus víctimas en «indefensas piezas» y «acorrala y da muerte»; aunque no logro entender lo de «su tablero de cuadros de Noches y Días».
—Era un lugar —le aclaró ella—. Eso hacía referencia a un lugar: la plaza de la Alcaldía.
—Ah, sí. Algo oí de eso en la universidad.
—¿Y la segunda?
—La segunda... —Donovah inspiró—. Es de Consuelo de la carroña y es la que más me inquieta. A primera vista diría que ese sujeto está desesperado por algo y algo lo debilita, pero al leer entrelíneas se puede ver que algo lo está deteniendo, sin embargo, pese a ese algo, él sigue en lo suyo. —Tosió un poco—. Tal vez tenga razón, tal vez no, oficial. Ese sujeto usa trozos de poemas y el truco de eso es que los poemas tienen distintos significados.
—¿Es eso posible? —preguntó ella, sorprendida.
El profesor asintió con pesadez.
—Sí; aunque es verdad que todos tienen un significado claro, es decir, el general que cualquiera capta, siempre, o casi siempre, hay uno o varios ocultos.
Judy tomó las citas del escritorio y las guardó de nuevo en su parka, se levantó y le dio las gracias al lobo por su ayuda en la interpretación de éstas. Se despidió de él y salió del apartamento, y mientras iba en el ascensor sabía que tenía razón en lo que le dijo a Ben. Saber lo que había pasado hace dos décadas era el punto clave para poder resolver el caso o, al menos, tener en claro las víctimas y el motivo del asesino.
Y también estaba el punto de lo que había pasado en la fiesta. No sabía por qué, pero Faircross no le daba buena espina. Bufó exasperada por todas las interrogantes que no hacían nada más que aumentar y las respuestas que no daban señal de querer aparecer. Se calmó y empezó por lo más sencillo, tenía que revelar el audio de su collar.
Las puertas dobles se abrieron al llegar a la planta baja, y al salir rogó a que Ben encontrara lo que ella necesitaba lo más rápido posible.
Nick estaba esperando en la cafetería donde Al trabajaba, a que él llegara.
Lo había citado allí para hablar sobre su situación con Vayentha. Aún no tenía muy en claro sobre cómo abordaría el tema con Al, sin embargo, no pensaba que se fuera a impactar mucho, la verdad. Es decir, Vayentha no es necesariamente una hiena que le guste pasar desapercibida y...
Oyó la campanilla de la puerta y al alzar la mirada del menú que tenía en sus patas vio que Al entraba, iba con unos jeans y una camiseta negra manga larga; extraña combinación. Llegó a la mesa, se sentó, colocó su móvil en ésta y estiró sus brazos abriéndolos por sobre el espaldar de la silla.
—Dime, Nick —dijo—, ¿de qué querías hablar?
—De Vayentha.
—¿Qué sucede con ella? —Arqueó una ceja.
Nick suspiró.
—Ella... bueno, no ella, su hermano no tiene negocios limpios.
—¿Y?
—Mira, iré al punto, Al. —Lo miró fijamente—. Vayentha es hermana de un posible sospechosos de homicidio, y quiero que hables con ella, como insinuándole la cosa como para que diga algo sobre su hermano.
Al soltó aire y una sonrisa se le formó en los labios.
—Pequeño Nick, yo usé mi encanto y ya hice que ella dijera algo de eso.
—¿Qué? —se sorprendió él.
—Para que veas, mi estimado. —Llevó sus patas adelante sonriendo con falsa modestia—. Sólo dime que no te reirás.
—¿Por qué?
—Oh, vamos, Nick, tu sabes el porqué. Cuando Finnick nos contó sobre su ex nosotros lo molestamos por un mes. ¿Qué me garantiza que no pasará lo mismo contigo?
—Vale, vale. —El vulpino levantó una pata—. Lo prometo.
Al lo escaneó con la mirada y por unos momentos se mantuvo en silencio, se llevó una pata al medallón de oro en su cuello, lo tocó con cariño y suspiró.
—Hoy en la noche voy a cenar con Carlos.
—Espera, ¿qué? —Nick no podía creer lo que oía.
—Sí —repuso como si nada.
—¿Cómo que vas a cenar con ellos? ¿Cuándo? ¿Cómo?
—Bueno, Vayentha me lo propuso esta mañana luego de que me llamaste. Ya sabes, ambos en la cama, ella junto a mí y de repente, «Ali, ¿quieres cenar esta noche en mi casa?». —Se encogió de hombros—. Y le dije que sí.
Nick no podía contener la sonrisa que se le estaba formando, los labios le tironeaban hacia arriba. El plan había salido ridículamente a la perfección.
—Carajo, Al, no llevan de un día de conocerse y ya te está invitando a su casa, ¿no es algo apresurado?
—¿Qué te puedo decir?—repuso en todo juguetón—. Las hembras no quieren dejar escapar este perfecto espécimen.
—Al, de verdad. —Nick trató de mostrarse serio, algo que le estaba costando mucho—. Faircross no es alguien al que le guste que juegues con su hermana. Es peligroso.
La sonrisa de Al se fue perdiendo y poco a poco se volvió una línea en su rostro.
—Lo sé, Nick —dijo y suspiró—. Vity me lo contó.
—¿Qué te contó?—preguntó y se inclinó hacia adelante.
—Cuando terminamos de... bueno, hacer ejercicio, nos pusimos a hablar de estupideces. Yo le conté de que mi relación con papá era pésima y que desde hace meses que no nos hablamos, es decir, lo básico. —Suspiró—. Ella en cambio me contó que su hermano, aunque la apoya en todo lo que ella quiera hacer, anda en aguas turbias. No sabe mucho, pero luego de que le prometiera que no hablaría de eso, me dijo que cree que trafica droga. No sabe qué clase de droga, pero está segura que la trae de Europa hacia acá.
Nick asintió pensativo. Era un dato interesante, aunque sin saber el tipo de droga que el zorro de mármol traficaba, no tenían mucho. No obstante, eso pintaba bien; podían hacerle una visita a Faircross para decirle que si no cooperaba con ellos y le facilitaba información, lo delatarían con la ZPD.
—¿Asistirás? —preguntó por fin.
Al levantó las orejas.
—¿A la cena?
—Claro —asintió.
—Obvio que iré.
—¿Por qué? —Arqueó una ceja. Nick conocía a Al desde hace tiempo, y sabía muy bien que el lobo tenía de mujeriego lo que él de astuto y sin embargo, parecía que hacía las cosas de verdad, sin ese brillo vivaracho en los ojos. Parecía sincero. Nick inspiró con fuerza—. Por amor de... Al, ¿acaso te enamoraste de ella?
Él bajó las orejas y desvió la mirada. ¡Oh, por todas las moras! De verdad sentía algo por ella. «Esto se descontroló.» Se supone que solo sería una salida casual, si él se interesaba amorosamente por ella, las emociones podrían jugarle mal a Nick. Al podría incluso proteger a Faircross.
—Al... mírame a los ojos. —El lobo lo hizo—. Su hermano es un traficante, ¿sabes en lo que te metes?
—Pero Vity no lo es, ella ni siquiera sabe qué trafica Carlos —replicó él, frunciendo el ceño—. Y te conozco, Nicholas. Si crees que pensaré en defender a su hermano, te equivocas. —Se llevó una pata a su anillo y lo hizo girar varias veces—. Ella...
—Ella, ¿qué?
Él frunció el ceño e hizo un gesto con la pata, molesto, como tratando de darse a expresar.
—Ella me recuerda a mí —dijo—. Míralo así, tú amas a esa coneja, ¿correcto? No quieres que le pase nada y quieres cuidarla. Digamos que me pasa así, ¿bien?
—¿Cómo supiste lo de Zanahorias? —balbuceó Nick.
—Por favor, es demasiado obvio. Hasta el vecino del piso de arriba de tu apartamento lo vería. ¡Y es ciego!
—Pe-pero lo de pelusa y yo... es decir, no es algo de un día. Llevó su tiempo.
—Nick, seré claro, me gusta Vity, ¿vale? —Al lo fulminó con la mirada como retándolo a que lo contradijera—. No me importa nada. Me la trae colgando que las relaciones inter-especie sean mal vistas. —Hizo una pausa—. Y eso, Nick, es algo que deberías hacer con tu coneja. Dile que la quieres. Si te corresponde, gózalo; si no, qué importa.
Nick no supo qué responderle al lobo, en cierta forma él tenía razón. Sin embargo, él no le decía nada a Judy sobre lo que sentía porque, además de lo de la relación inter-especie, entran dos dilemas: el factor depredador-presa y sus trabajos. La policía tiene prohibido las relaciones sentimentales entre los miembros del mismo cuerpo; si eso llega a pasar hay tres escenarios posibles: que despidan a uno, que cambien los turnos de ambos para que no congenien al mismo tiempo o que los despidan a ambos.
Entrecruzó sus patas bajo su mentón y dejó salir aire con pesadez.
—Al —dijo, con voz calmada y neutral—, cuando vayas a la cena de esta noche, por favor, estate atento a lo que diga Faircross. Cualquier cosa sirve.
—No te preocupes, Nick —sonrió Al—, cuenta conmigo; siempre quise participar en esas infiltraciones policíacas. ¿Me darán un micrófono?
Nick sonrió.
—Tal vez.
Al se volvió a girar el anillo.
—Si llegan a atrapar a su hermano —pidió—, no le digas a Vity que yo ayudé. No sé si me perdonaría.
Nick quiso decirle que no se preocupara, con tal, técnicamente lo de ellos no llevaba ni un día, parecía más bien esos amores irreales de las películas; no obstante, al ver a los ojos a Al podía ver que no era así. Él la quería, algo raro que naciera tal emoción de un día para otro, pero la quería.
Al se levantó y le avisó a Nick que esperara un momento mientras iba al lavabo. Él asintió y Al se fue. Nick trató de pensar en algo referente al caso, en quién sería la siguiente víctima, en qué parte de Sabana aparecería, o cualquier cosa que lo llevara con el asesino; sin embargo, las palabras de Al estaban en su mente «...es algo que deberías hacer con tu coneja...». Suspiró. Debería, sí, mas no estaba listo.
De improvisto, el móvil de Al en la mesa vibró y Nick miró de reojo, era un mensaje de Vayentha. Uno muy meloso. Él hizo un mohín. «Si yo estuviera con Zanahorias no sería tan empalagoso», pensó, y luego sacudió la cabeza para quitarse esos pensamientos. Momentos después el teléfono recibió una llamada entrante, pero Nick no contestó, primero porque no era su teléfono y sabía cómo era Al de celoso con su móvil y segundo porque la tonada que sonaba era atrapante.
No reconocía el grupo, aunque sí el género, era metal sinfónico. Comenzaba con un coral muy suave que iba subiendo de tono junto a una guitarra y una batería, luego se volvía más intenso y comenzaba la letra...
Today i killed; he was just a boy
Eight before him, I knew them all
In the field a dying oath:
I'd kill them all to save my own.
Cut me free, Bleed with me, Oh no
One by one, We will fall, down, down
Pull the plug, End the pain; run'n fight for life
Hold on tight, this ain't my fight
I envy the nine lives that gave me hell...
Y la llamada se cortó. Nick se quedó repitiendo la tonada de la música en su mente y, de nuevo, otra llamada entró. Esta vez Al apareció corriendo y contestó.
—Vity. —La cara se le iluminó, Nick supo que ese era su pase de salida si quería seguir conservando su seriedad—. Hola, linda, ¿qué haces?
Nick se levantó.
—Nos vemos... Ali —bromeó sin poderse contener. Iba a aprovechar las oportunidades para molestar al lobo.
Salió de la cafetería y empezó a recorrer las calles del Centro, rumbo a su departamento en Sabana Central. Mientras lo hacía parecía que el mundo estaba conspirando en su contra, porque donde quiera que pusiera la mirada veía alguna pareja feliz de la vida. Una pareja de lobos, una de elefantes, incluso una de osos. Bufó exasperado y cambió de rumbo, tomaría otro camino para llegar.
Sacó su móvil, eran las tres y treinta de la tarde, y estuvo pensando en si mandarle un mensaje a Judy o llamarla para saber si logró hablar con Donovah. Cerró los ojos y suspiró sin dejar de caminar, los abrió y se decidió; la llamaría.
Marcó su número y esperó.
—Bueno —dijo ella, al oír su voz una sonrisa se le formó a Nick.
—Hola, Zanahorias.
—¿Qué sucede?
—¿Es que no puedo llamar para oír tu voz? —bromeó y luego de un momento, dijo—: Te llamé para saber si Donovah te dijo algo.
—Pues... —Judy comenzó a contarle lo que el lobo le había dicho.
Nick la oía y a la vez no, aún le daban vueltas las palabras de Al en la mente. La voz de ella era melodiosa y parecía darle una calma de otro mundo, y sumado a los cálidos rayos del sol de la tarde que con lentitud hacía su recorrido para ocultarse, la relajación era mayor. Siguió caminando diciendo pequeñas palabras de vez en cuando para confirmarle a ella que aún estaba al habla. Giró en una esquina y siguió caminando a su departamento, pasó por varias tiendas, las cuales le recordaron las andadas con Finnick en sus antiguas estafas; y como por azar del destino terminó pasando al frente de la heladería donde se encontró por primera vez con Judy.
Sonrió; jamás hubiera pensado que su vida cambiaría tanto. Al llegar a la siguiente esquina pasó al lado de una tienda de electrodomésticos y en su parador, varias televisoras estaban encendidas al mismo tiempo. Casi no lo notó, sin embargo, por el rabillo del ojo percibió que una de ellas, la quinta a la derecha, estaba transmitiendo un noticiero en vivo.
Y la noticia en sí era familiar.
—Zanahorias —interrumpió—, ¿dónde estás?
—Llegando a tu casa —respondió tras la línea—, ¿por qué? —Se oyó el sonido de su puerta abriéndose.
—Corre y prende la televisión. Calan ZNN. Ahora.
Nick se quedó mirando la televisión tras el aparador y por el móvil oía cómo Judy se movía por el departamento y prendía la tv.
Oyó la expresión ahogada que dio ella y él suspiró.
—¿Lo viste? —le preguntó.
—Sí.
—Llama a Ben otra vez y pregúntale qué averiguó. —Hizo una pausa sin apartar la vista—. Te veo allá.
Dicho esto, colgó. Nick apuró el paso para llegar antes y lograr trazar algún plan, porque lo que vio no le entusiasmó nada. ZNN estaba transmitiendo el hallazgo de un nuevo cuerpo, y como habían adivinado, fue una hiena; sin embargo, esta vez fue menos violento que las otras veces. La transmisión tenía su advertencia de contenido gráfico por el estado del cuerpo: la misma puñalada en el estómago y otra única herida, una en el antebrazo, donde tenía conectada una intravenosa suelta... muerte por desangramiento lento.
Pese a que hubo una nueva víctima, algo le levantó el ánimo a Nick, y eso era que en dicha transmisión, Leonzáles le reclamaba a Savage sobre el muerto y éste estaba sin respuestas.
Nick sonrió... este caso era de ellos. De Judy y él.
Y ellos serían quienes lo resolvieran.
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