III. La plata necesita el fuego.
Amor, esperanza, miedo, fe; eso conforma la humanidad;
Esas son sus señales, su tono y su carácter.
Paracelsus. Robert Browning
Nick veía fijamente el móvil, sin borrársele la sonrisa. Después ésta pasó a una línea recta en su rostro. El zorro frunció el ceño y por un momento no dijo nada, luego sus ojos verdes la buscaron.
—¿Estás pensando lo que creo que estás pensando? —le preguntó.
Judy sonrió.
—¿Qué comes que adivinas?
—Deja que al menos termine de comer, Pelusa. No se me antoja ver a Bogo con el estómago vacío.
Ella iba a responder diciéndole que deberían salir ahora mismo, pero Nick tenía razón, además, Bogo no le había dicho que fuera, sólo le informó lo ocurrido. Se encogió de hombros y siguió comiendo su torta de zanahorias. El ambiente del lugar, entre hogareño y casual, influyó en su decisión.
—La cita es parecida a las otras —comentó Nick, luego de un rato, antes de dar una mordida al emparedado que le quedaba.
—Sí —asintió Judy—, pero no entiendo qué significa, o, como mínimo, qué pretende decir.
Nick miró el móvil tratando de descifrar algo. Luego comenzó a repetir la cita en voz baja.
—«La maldición de un huérfano arrastra al infierno / hasta un ángel de lo alto; / pero ¡más horrible aún es / la maldición en los ojos de un muerto! / Siete días, siete noches, esa maldición vi. / Y ni así pude vivir». —Negó con la cabeza—. No entiendo nada. Es muy confuso, definitivamente la poesía no es lo mío. —Le pasó el móvil a Judy, quien había terminado su tarta y ahora estaba con el café—. Lo único que me llama la atención es el número siete. ¿Tendrá que ver con tu teoría?
Judy se revolvió en su asiento, incómoda.
—Tal vez —dijo no tan convencida—. Quizá si tratamos de entender las citas... Recuerdo que de adolescente, en secundaria, mi profesora de literatura dijo que para entender un poema, en este caso la cita, hay que ponerse en el lugar del escritor y así sentirás lo que él siente.
Nick arqueó una ceja y soltó un bufido.
—¿Y cómo se supone que sienta lo que ese sujeto siente? —Empezó a fruncir el entrecejo—. Para mí es un asesino, Zanahorias. Alguien que quemó viva a una cerda y le perforó los pulmones a un carnero para que muriera de asfixia, y que, ahora, mató a otro animal de ve tu a saber qué manera... y seguirá matando más. ¿Cómo se supone que pensemos como él?
—A lo mejor hay que leer entrelíneas —vaticinó Judy.
—¿Sí? —preguntó él—. Entonces ilumíname, Zanahorias. Veámoslo entrelíneas, pues. ¿Cuál o qué es la maldición? ¿Quién es el huérfano? ¿Quién es el ángel que cae? ¿Quién es el muerto cuyos ojos lo hicieron caer? —Tomó un trago de su batido y lo dejó en la mesa con un estrépito; la miró—. Yo no le veo el sentido por ningún lado.
—Lo estamos entendiendo mal. Quizá para él signifiquen más, pero para nosotros esas citas son sólo... citas.
—Muy aclaratorio. —Nick se terminó de comer el emparedado—. Deberías ser poeta. ¿Este plato es sólo un plato? ¿La mesa es sólo una mesa? ¿Este batido de mora es sólo un batido de moras?
—Bueno, ¿y a ti qué te pasa? —preguntó molesta—. Fue una sugerencia.
Nick le clavó la mirada, enojado, luego pareció darse cuenta de su actitud. Bajó las orejas y desvió la mirada, claramente apenado.
—Lo siento —dijo vacilante—, es que...
—Estás frustrado, lo entiendo; yo también, pero el caso apenas comienza. Debemos ser pacientes.
Él negó con la cabeza.
—No es eso, Pelusa, no es frustración. Por favor, yo tengo más aguante que tu. Es que... me molesta el asesino, ¿se entiende? —La volvió a ver, aunque esta vez los ojos de Nick parecían temerosos—. No puedo ponerme en su lugar, no puedo pensar como el causante del que casi te diera un trauma. —Entrecruzó los dedos de sus patas sobre la mesa—. O sea, es en parte por él.
—¿Y la otra parte? —preguntó Judy, aunque ya intuía la respuesta.
—Tú —respondió—. No me malentiendas, Pelusa. No tengo nada contra ti, bueno, sí; mejor dicho, a tu instinto suicida, y eso es lo que me preocupa. —Suspiró—. Cualquier otro animal hubiera pedido un cambio de compañero, pero yo no. Jamás lo haría. No podría. Judy, no es por sonar repetitivo... Debes pensar antes de lanzarte a la acción.
—¿No confías en mis habilidades? —Se sintió ofendida.
Nick abrió los ojos, sorprendido.
—¿Qué cosas dices? ¡Claro que sí! Demonios, Judy, yo pondría mi vida en tus patas sin dudarlo por un segundo, sin embargo, es tu manera de reaccionar a las situaciones lo que me hace estar así. Siempre tengo que cuidarte para que salgas ilesa, y no debería. Somos compañeros. Soy tu compañero, no tu niñera. —Hizo una pausa—. Lo que quiero decir es que si queremos resolver este caso debes... necesito, que seas prudente. Es un asesino a quien perseguimos; no a ladrones. Un asesino. Y él no durará en matarte si le das la oportunidad. —Los ojos de Nick, fijos en los suyos, brillaban con un instinto de protección—. No se la des. No puedes darte el lujo de morir. No quiero que mueras. ¿Tienes idea de lo que pensé, de cómo me sentí cuando te vi cubierta de sangre? Creí...
Judy tragó saliva, contrariada. Por un lado quería decirle que ella era autosuficiente que no necesitaba que la protegieran, pero por otro lado, el más fuerte y sensato, sabía que él tenía razón; y eso la hizo sentir mal. ¿Cómo no se dio cuenta de que Nick siempre estaba velando por ella? Colocó una pata sobre las de él y recordó cómo, cuando llevaban poco de conocerse, había hecho lo mismo en el teleférico.
—Lo siento.
Nick negó con la cabeza.
—No lo sientas, no has hecho nada malo para disculparte.
—Pero acabaste de decir...
—Esa tendencia suicida —dijo, algo más alegre— es parte de ti. No serías mi Zanahorias si no fuera así.
«Su». Trató de entender qué quiso decir, aunque era obvio. Ella era la compañera de Nick. Su compañera. «Es normal. No significa nada.»
—Seré más precavida —repuso.
—No. No lo serás. —Sonrió a la vez que negaba—. No te mientas.
—No lo hago —replicó Judy, dándole un golpecito en el dorso de la pata.
Nick sonrió por completo.
—Lo haces. Porque pedirte que cambies es lo mismo que pedirme a mí que deje de ser tan guapo y cautivador; ambos sabemos que es imposible. —Rió con suavidad—. ¿Sabes? Mi madre tenía una frase para eso. —Judy paró oreja a escuchar eso. Nick nunca hablaba de su pasado, lo que todo el tiempo era molesto y la hacía enojar, ya que sentía que no lo conocía, y ahora que lo decía, no iba a dejarlo pasar—. «A veces somos menos infelices cuando aquellos a los que... —Miró a Judy y pareció elegir las palabras—... estimamos, nos engañan, que cuando no nos engañan».
Se hizo un tenue silencio entre ambos. Tanto la frase del zorro, y la manera en que lo dijo, como si recordara algo que lo hiciera feliz y triste a la vez, la dejaron sin palabras. Nick pareció darse cuenta de que habló demasiado y que se puso muy emocional, algo inusual en él. Se quitó la pata de Judy y bebió lo que le quedaba del batido de moras. Carraspeó y recuperó su tono despreocupado.
—Bueno, Pelusa, supongo que seguirá igual. Tú te lanzas sin pensar; yo trato de que no te maten. Ya sabes, lo común. Ahora —añadió levantándose—, vamos a ver a Sonrisitas.
—¿A quién? —pregunto Judy, sonriendo y levantándose.
Nick esbozó una de sus sonrisas matadoras, dejó dinero en la mesa y le hizo una seña para irse.
—¿Quién más, pelusa?: Bogo.
Judy soltó una risotada y, negando con una sonrisa, se fue con Nick.
Como ninguno de los dos tenía vehículo para trasladarse del Centro a Tundra, les tocó tomar un taxi. Una vez en el vehículo Judy sacó su móvil y se sumergió de lleno en la cita. Por su parte, Nick no hacía más que tamborilear con sus dedos sobre su rodilla tratando de cuadrar el por qué dijo lo que dijo en el café. Es decir, todo iba bien, empezaron a hablar de la cita, ella propuso entenderla (que era una idea buena), pero para él era imposible hacerlo, sólo tenía que recordar la expresión de sorpresa y horror en su rostro salpicado de sangre, para enojarse. Y entonces la conversación tomó un giro raro. Pasó a hablar de ella a través de sus ojos. De cómo le agotaba protegerla; que temía que muriera y, entrelíneas, le dijo que apreciaba la mentira blanca que le dijo, pese a que él sabía que era una mentira. Lo peor fue lo que habló de su madre. Casi dos décadas sin hablar de ella y, cuando creyó que creía que no le afectaría, de buenas a primeras la nombra.
Miró a Judy que estaba con la vista en el teléfono y su pequeñita nariz se movía cada tanto. Nick con el pasar del tiempo llegó a descubrir que, depende de la velocidad con la que se movía, indicaba un estado de ánimo. Ahora parecía ser frustración. Nunca le pareció más tierna.
«No. No puedes pensar que es tierna —se reprendió—. Si quieres conservas los colmillos, no puedes pensarlo.»
Aún así no le apartó la vista. La luminiscencia de la pantalla le brillaba en los ojos y cuando pasaron por un túnel que conectaba el Centro con el ecosistema de Tundratown, las sombras entre luces y luces se le dibujaban en el cuerpo; cuando le deba la luz parecía hecha de plata y cuando no, le daba un aire centrado y seguro.
«No es tierna —dijo una vocecita en lo más profundo de su mente—. Es linda.»
«Cállate», la silenció, y sacudió su cabeza.
Alzó sus defensas y le preguntó.
—¿Lograste descifrar algo?
—No —respondió, suspiró y bajó las orejas.
—Ya. —Nick miró por la ventanilla; ya estaban en Tundratown, vio que a unos quince metros la zona estaba delimitada con la cinta de criminalística. Con una palmada al asiento del conductor le indicó al chofer que se detuvieran—. Zanahorias, espero que... —comenzó a decir mientras pagaba la carrera, y cuando se volvió, lo único que vio fue la puerta abierta y una coneja corriendo como una atleta olímpica.
Con un suspiro pesaroso y enojado, bajó del vehículo y corrió tras ella. La alcanzó cuando ya estaban en la escena. Ella pasó sin decir palabra junto a Bogo, quien dejó de hablar con un animal vestido con el uniforme forense y pasó su visa a la borrosa mancha grisácea que traspasaba la escena. El búfalo se volvió a Nick.
—¡Wilde —le espetó con su tono típico, aunque esta vez cargado de sorpresa—, que no entre!
—¿Por... qué? —preguntó entre jadeos
—¡Obedece! —vociferó señalando el callejón que se abría entre dos edificios—. Esta escena es peor que la de la jefatura.
No hicieron falta más palabras, porque Nick salió disparado hacia el callejón. Era amplio, como del tamaño suficiente para que dos osos cruzaran lado a lado, y al fondo de este, en la salida que daba a la otra calle, estaba el equipo forense. Judy estaba en el límite de la cinta amarilla, rígida como una estatua y muy tensa. «Le prohibieron el paso», pensó antes de llegar a su lado.
Pero no era eso.
Era peor.
Mucho peor.
Frente a ellos, tras la cinta, el cuerpo de G se encontraba recostado de espalda contra la pared, con una puñalada en el estómago y dos cortes en el rostro que iban desde la frente hasta la mandíbula, a nivel de los ojos, pero estos estaban cubiertos con su propia corbata. Eso no era lo impactante. Lo que le heló la sangre a Nick fue lo que había en sus patas. Estaban torcidas en un ángulo extraño, una más alta que la otra, como si verificara el peso de algo, y ese algo eran sus ojos. Estaba... sostenía sus ojos.
Parecía la estatua que había en los juzgados.
—¡Maldición! —exclamó Nick.
En un rápido movimiento tomó la pata de Judy y la hizo voltearse, quedando de espaldas al cuerpo y haciéndola verle. Se agachó a su altura y la tomó de las mejillas. Los ojos lila estaban idos de la impresión.
—Zanahorias —la llamó—. Pelusa. Mírame.
Nada. Ella seguía impactada.
—Judy, mírame. —Le pasó un dedo por la mejilla con suavidad. De nuevo estalló en él la misma sensación que en la jefatura: un instinto de protegerla, tan fuerte que lo sorprendía; ella era el primer animal que le despertaba esa sensación. Judy reaccionó—. Judy.
—Nick —susurró la coneja. Parpadeó varias veces para reaccionar y ubicarse; una sombra oscureció sus ojos por un instante—. Nick, el...
Ella hizo un movimiento para voltearse, pero él se lo impidió y la retuvo, fijando sus ojos con los suyos.
—Judy, lo sé —la calmó—. Es G, no tengo duda, pero no lo verás. Te afectará.
—No me...
—Lo hará —sentenció con un tono que no admitía réplicas—. Ya lo hizo. Mírate, estás tensa. Al borde del shock. No me digas que no —añadió cuando ella iba replicar—, sólo tengo que ver cómo tu nariz se mueve como si tuviera vida propia. —Soltó una risilla—. Te ves tan tier... indefensa —corrigió al ver el ceño fruncido que comenzaba a formarse en ella—. Indefensa. Sí.
Judy se llevó una pata a la mejilla y la colocó sobre la de Nick.
—Pero...
—Investigaremos en la estación —le propuso al saber que ella no desistiría—. ¿Te parece?
Asintió, Nick se levantó para irse, pero cuando iba a soltarla, ella se lo impidió. Con cuidado se retiró sus patas de sus mejillas, le tomó una y la apretó con fuerza, como si necesitara apoyo para no derrumbarse.
Nick no dijo nada, sólo se fueron del lugar.
Y mientras se iban, se preguntaba, ahora que el impacto pasó, en parte, el por qué esa emoción despertaba con ella y qué significaba. Apartó esos pensamientos. No era el momento y, además, de seguro era porque Zanahorias era su compañera y mejor amiga. Sí. Debía ser eso.
Giró la cabeza hacia atrás y vio a Judy quien estaba cabizbaja. Dio un suave apretón; ella alzó la mirada y trató de sonreír, como no pudo, sólo le devolvió el apretón. Nick suspiró.
«Sí. Es sólo porque es Zanahorias.»
Cuando llegaron a la jefatura, Nick ayudó a Judy a ir al despacho donde tenían los expedientes. Varios oficiales les lanzaron miradas a ambos mientras cruzaban el vestíbulo, y no los culpaba, después de todo iba de la pata con Nick.
No lo había soltado desde Tundra. Ni cuando Bogo los reprendió con la mirada por haber ido («¡Bogo!... La que nos espera»). Ni cuando el taxista los miró con recelo por el espejo retrovisor al pedirles destino.
Recordó la conversación que habían tenido en el taxi.
—¿Mejor o peor? —le había preguntado Nick. Ella había notado que al zorro no le molestó el estado del cuerpo.
—Algo mejor —había respondido y luego de una pausa, preguntó—: ¿Cómo lo haces?
—¿El qué?
—El que no te afecte. Es decir, mientras yo me impresioné, tú..., tú lo viste y en lugar de asustarte sólo me ayudaste.
—¿Impresión? —El tono de Nick era burlón—. Fue más bien un shock. Pelusa, me atrevo a decir que casi te da un infarto.
Judy, pese a todo, había conseguido sonreír.
—Ajá. Enserio, ¿cómo lo haces?
Nick suspiró, acomodó su posición en el asiento y, con la pata que no sostenía la de ella, le dio unos suaves golpecitos en el dorso.
—Judy... no es que no me afecte. Lo hace. Sólo... que yo tengo más temple porque, sencillamente, he visto cosas peores.
Esa respuesta había dejado intrigada a la coneja. ¿Qué era peor que ver un muerto?
—Miranda no fue el primer cadáver que viste, ¿cierto?
Nick negó con la cabeza, con un aire triste, lo que fue una señal para Judy para que no preguntara más.
Eso le dio a ella una nueva perspectiva, respeto y aprecio por Nick, porque pese a todo lo que había vivido (que ella desea saber con ansias), siempre se preocupaba por ella; tanto como con lo sucedido con Buck en la jefatura, como con lo de Gabriel en Tundratown.
Y si en ese momento no lo soltó, no lo haría ahora en la jefatura. En parte porque la fortaleza de Nick aumentaba la suya propia y por otra porque, por más que lo negara, una vocecita que tenía algo de razón le decía que estaba a gusto.
Pasaron por el vestíbulo con rapidez, saludando apenas a Ben y chocando sin querer con un tigre que vestía un traje negro. El tigre los miró con un enojo despectivo y fue cuando Judy se percató de que no era un solo animal, eran unos diez o doce, entre los que había tigres, hienas, osos y demás. Esa docena de animales flanqueaban, al mejor estilo de unos guardaespaldas, a un zorro de mármol que se pavoneaba diciendo: «Libre de cargos. Nos vemos después, pobres mortales».
Dejando de lado al zorro, Nick la llevó a la sala de expedientes que quedaba conjunta a la de informes.
—Ya vuelvo, Zanahorias, voy por unos cafés —dijo, soltándola. Ella no quería, pero no tuvo elección.
Cuando el zorro se fue y la dejó, Judy se dirigió a los estantes de los expedientes y empezó a buscar por la B. Luego de unos minutos dio con el expediente de Bearash y al ojearlo le sorprendió lo limpio que estaba, considerando que según Nick era uno de los osos de Mr. Big; la única mancha era un arresto hace veintiún años bajo el cargo de alteración del orden público.
Otra vez el mismo cargo que los dos anteriores, en el mismo día del mismo año. «Eso ya es demasiado raro para que sea un coincidencia.»
Nick entró con dos vasos de papel humeantes, ella tomó uno y le contó las coincidencias.
—Es una posible conexión —convino Nick.
—Entonces deberíamos buscar alguna información sobre lo que sucedió hace veintiún años. —Judy bebió un sorbo—. ¿Sabes algo? —le preguntó al zorro.
—No recuerdo mucho —confesó él—. Lo único que sé es que hubo un rollo por algo que pasó. Hubo caos, eso lo recuerdo, y luego... —Se cortó de repente.
—¿Luego qué, Nick?
—Nada.
—Nick...
—Judy, por favor. —Él la miró a los ojos dándole una súplica silenciosa para que no preguntara.
La coneja decidió no insistir, había algo en los ojos del zorro que le recordó su conversación en el taxi. «Terreno peligroso.»
Suspiró con un nuevo punto a investigar en la lista: motivo de los homicidios, próxima víctima, descifrar las citas, identidad del asesino y, ahora, saber qué diablos pasó cuando ella tenía tres años. Se levantó y con café en pata fue hacia Nick. El vulpino sostenía su vaso de papel con la mente en otro sitio.
—¿Todo bien? —le preguntó a él.
Nick salió de su ensimismamiento y asintió.
—Pues no lo parece. —Judy sentía que ahora era su turno de ayudarlo—. ¿Pasó algo?
—Nada, Pelusa. —Sonrió con tristeza—. Nada más que... recordé a alguien.
Aunque Judy se moría por saber, no preguntó; asintió. Nick le agradeció el gesto con un asentimiento. Ella sonrió para aligerar el ambiente.
—Ahora ponte guapo, porque vamos a visitar a mi ahijada —repuso alegremente.
Él sonrió de la manera despreocupada de siempre y Judy supo que, sea lo que haya sido que recordó, ahora volvía a ser el mismo. Sin embargo, eso no le quitaba la curiosidad. Iba a averiguarlo porque sí.
—Zanahorias, me ofendes. —Se levantó y se llevó una pata al pecho, pareciendo indignado—. Yo siempre estoy guapo y presentable. Incluso si sólo llevara una hoja por vestimenta al estilo hijo del bosque. —Pareció pensarlo—. No, muy peligroso. Muchas hembras saldrían en mi búsqueda.
Ambos estallaron en carcajadas y cuando se calmaron Judy le hizo una seña para irse.
—Vamos de una vez, torpe zorro —sonrió ella.
—Como digas, coneja astuta —sonrió él.
Al volver a Tundra, a Nick le regresaron las imágenes de esa mañana. Según su móvil eran las dos y cuarenta de la tarde, aunque en Tundra la luz del sol era bloqueada en parte y daba la sensación de que hubiera un amanecer permanente.
Se encontraba en las lujosas limusinas de Big, camino a la mansión del jefe de la mafia de la zona ártica; había bastado que Judy llamara a FruFru y al cabo de cinco minutos una limusina los buscó.
Al parecer la hija de Big no sabía de la muerte de G, pero los demás sí. Kevin los había recogido y aunque saludó a Judy con el asentimiento seco que caracterizaba a los miembros de Big, se mostró reservado durante el viaje. Más de lo normal.
Durante todo el trayecto se la pasó tratando de recordar qué fue lo que sucedió hace dos décadas. Recordaba poco. Solo retazos sueltos. En ese tiempo Nick tendría unos once años, dos días antes le había pasado lo de los exploradores, por lo que no prestaba atención a lo que sucedía a su alrededor, y dos días después estalló el caos. Algo había pasado en la ciudad, algo que con el pasar de los días empeoraba; el miedo y la incertidumbre se cernía por las calles como niebla. Su madre se encargaba que ni él ni su padre se preocuparan. Y luego...
El traqueteo de una reja lo sacó de sus pensamientos. Uno de los osos de Big abrió la reja. La limusina entró.
Luego de que se bajaran del auto, siguieron a Kevin a la mansión. El oso los guió por la enorme sala, con una hermosa alfombra persa, sillones mullidos italianos y pinturas que parecían ser en extremo valiosas.
«La alfombra», pensó asustado, recordando cómo quiso estafar a la musaraña.
Kevin los llevó al despacho de Big. El estudio aún seguía con sus paredes color limo, el escritorio de madera con la silla estilo ejecutivo en la que se sentaba Koslov con Big en sus patas, la alfombra que servía como tapadera de la trampa bajo ellos y el cuadro de La Abuela cuyos ojos parecían seguirlo. Se sentaron en las dos sillas frente al escritorio.
—Koslov llegará pronto con el jefe —dijo Kevin, y se retiró.
La puerta del despacho se cerró, sumiéndolo en un tenso silencio. Un rato después, Judy le dio unos golpecitos en el hombro.
—¿Todo bien? —le preguntó—. Te ves nervioso.
—No me gusta estar aquí.
—¿Por qué?
Nick enarcó las cejas.
—Oh, vamos, Zanahorias. Contigo es... —Carraspeó intentando imitar la voz de Big—. Hola, mi niña. Gracias por salvar la vida de mi hija. La madrina de mi nieta. En cambio conmigo —añadió con su voz normal—; pues, no he muerto porque soy tu compañero.
Judy rió.
—Eso no pasaría si le hubieras vendido una buena alfombra.
—Cierto.
Antes de que ella pudiera decir algo más, la puerta se abrió con un chirrido; Koslov entró con Big en sus patas, sentado en una silla ejecutiva. El oso se sentó tras el escritorio, abrió las patas y Big se mostró.
—Judy, mi niña —saludó con voz grave y enigmática que casi parecía un susurro.
Big mostró su mejilla y Judy lo saludo con un beso; cuando vio a Nick, estiró su pata dejando a la vista el anillo, él se lo besó.
—Dime, pequeña —dijo Big, recostándose en la silla—, ¿en qué puede ayudarte este viejo?
Judy, con firmeza aunque con delicadeza, le contó los hechos que habían ocurrido las últimas veinticuatro horas: la muerte de Miranda, la de Buck y la de G. Big oía todo imperturbable, y Nick se preguntó cuántas veces le habrían dado la noticia de la muerte de uno de los suyos. Cuando ella hubo terminado, el líder de la mafia habló con un tono de voz serio y resuelto.
—Mi niña, lo único en que puedo ayudarte es sobre lo sucedido hace dos decenios.
—¿Sabe algo? —A Judy los ojos le brillaron por un instante.
—No mucho. Lo que sé es por lo que mis muchachos me contaron. En ese tiempo hubo un fuerte conflicto que desató el caos, yo me quedé en la mansión mientras los muchachos salían a... hacer encargos. —La manera en que Big dijo «hacer encargos» le dejó muy claro el significado a Nick—. Durante dos semanas, que fue lo que duró el problema, ellos salían, sabiendo que no tenían certeza de volver.
—Pero, ¿cómo fue posible?
Big soltó un suspiro pesaroso.
—No sé cuál fue el detonante, mi niña. Sólo sé que perdí a muchos de los míos. —Su voz tomó un tono triste—. Tuve que enterrar a muchos.
—¿Tiene alguna idea de por qué pasó eso?
—No. Según mis chicos, se trató de un caso de derechos animales. —Suspiró—. Lo de siempre. Depredador-presa.
—¿Y sobre Bearash?
—El pequeño G en ese tiempo tenía veinte años, aún era un niño. Me dijo que necesitaba unos días para centrarse en su madre, que en ese tiempo estaba delicada, comprarle los medicamentos y cuidarla en todos aspectos. Intenté ofrecerle mi ayuda, porque mis muchachos son mi familia, pero se me hizo curioso que la rechazara. Yo tenía una sola regla con ellos si abandonaban la mansión por sus distintas cuestiones: que diariamente, una sola vez, de preferencia en la noche, que reportaran su ubicación. Por tres días recibí la de el pequeño Gabriel, sin embargo, el cuarto día no hubo rastro. Supuse lo peor, y sin embargo, en la tarde del quinto día recibí una llamada de la jefatura; era él. —Hizo un gesto con la pata tratando de olvidar el pasado—. Ahora tendré que avisarle a su madre y esposa sobre su muerte; la pequeña Victoria crecerá sin padre. Qué lástima.
Se hizo el silencio. Judy tenía el ceño fruncido, tratando de descubrir la conexión; Nick, en cambio, intentaba no evocar los recuerdos de ese tiempo. Que aunque pocos, eran dolorosos.
—Gracias, Mr. Big —habló Judy al fin—. Eso nos es de mucha ayuda. Atraparemos al asesino de Gabriel.
Big asintió; una sonrisa se formó en su rostro.
—No tengo duda. —Le hizo un ademán a Koslov—. Entrégasela, puede que sirva de algo.
Koslov rebuscó en su traje, sacó una tarjeta blanca y se la dio a Nick. Éste la leyó.
QUEDAN CORDIALMENTE INVITADOS POR
LOS OJOS Y OÍDOS DEL BAJO MUNDO
A SU MAGNÍFICA Y ESPECTACULAR FIESTA DE LIBERACIÓN.
«LIBRE. OTRA VEZ. ¡DEMONIOS! CREO QUE CALIFICO PARA EL GUINESS»
LUGAR: FACILIS DESCENSUS AVERNI
FECHA: MAÑANA A PARTIR DE LAS 22:00
VALIDO PARA MR. BIG Y COMPAÑÍA (O EN DADO CASO, A LOS QUE ÉL DESIGNE)
—Quizá en esta... reunión, puedan encontrar pistas —dijo Big cuando Nick terminó de leer—. Se hace llamar los «Ojos y Oídos del Bajo Mundo». No conozco su nombre real, especie o aspecto, aunque siempre me manda esas tarjetas cuando lo liberan.
—¿Facilis Descensus Averni? —preguntó Nick—. ¿Qué significa?
—«El descenso al infierno es fácil» —respondió Big.
—¿Es el nombre de un lugar?
—No. Es un código. Una clave. Descifras el código y darás con el lugar. En este caso parece ser una metáfora.
—Ya.
Judy alternaba la mirada de Big a Nick y viceversa.
—¿Qué sucede? —quiso saber.
Nick le pasó la tarjeta.
—Oh... —dijo ella luego de un rato—. ¿Sabe más que usted? —le preguntó a Big.
—Sin duda —asintió él—. Encontró la manera de enviar la tarjeta a mi dirección, pese a que mi verdadera dirección postal (la de mi casa oculta) es secreta.
—Ya.
—Y bien, Zanahorias. —Nick sonrió y le ofreció el brazo—. ¿Me haría el honor de acompañarme a la fiesta?
Judy sonrió.
—Si no hay más remedio —bromeó, tomándole el brazo. Se dirigió hacia Big—. Gracias por la información y la tarjeta.
Una sonrisa surcó el arrugado rostro del mafioso.
—Sólo te pido una cosa, mi niña: encuéntralo para cobrarme la muerte de Gabriel. Nada más eso.
Judy asintió y, junto con Nick, se retiró.
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