Epílogo: Un abrazo
Voy a continuar con este dolor
Seguiré viendo siempre adelante
Aunque no pueda hacer nada para olvidar lo que he hecho y avanzar.
Por más que mis enemigos intentaron lastimarme
Con fuerza me aferro a la luz, aunque es débil.
Si llegué tan lejos, entonces...
Quisiera respirar.
Diver. NICO Touches the walls.
Una semana después
Los sucesos que le siguieron a la muerte de Donovah fueron demasiado intensos.
Al día siguiente, luego de que ambos volvieran al departamento de Nick (sugerido por él mismo) y pasaran la noche, la cosa se tornó un caos. Ni siquiera habían despertado por sus propios medios cuando la puerta del departamento de Nick sonaba tan fuerte que parecía que la iban a derrumbar. Se despertaron asustados, aún con sus uniformes puestos, y fueron a la sala. Nick miró por el ojo mágico de la puerta e hizo un mohín: era Savage y varios animales con caros trajes a su espalda. Abogados, razonó.
Le dijo a Judy que se hiciera la dormida en un sofá para así dar la coartada de que habían venido al departamento y ella se quedó a dormir por el agotamiento físico y mental, y de esta manera no se pondría en evidencia la relación sentimental de ambos, que, al saberse, pondría en riesgo sus empleos.
Abrió la puerta y, pareciendo soñoliento, pasó la mirada por la liebre y los abogados.
—¿Tienen idea de lo temprano que es? —dijo Nick, con parsimonia.
—Wilde —dijo Savage, como si le asqueara el pronunciarlo; eso no causó mucha reacción en Nick, después de todo ya había demostrado con anterioridad que podría pelear con él en cualquier momento. La liebre de ojos azules le tendió un sobre—. Esto es un citatorio, tú y Hopps están citados en la corte mañana por la mañana.
—¿Por cuáles cargos? —Miró con desconfianza el sobre y luego a Jack.
—Agredir a un oficial...
—Eres un detective, no un oficial, te me bajas de esa nube, primero y principal. Segundo, policías somos Zanahorias y yo. Y seamos realistas, pequeña serpiente —añadió, tomando el sobre con desagrado—, si no hubieras dicho lo que dijiste de pelusa, no te habría dado tus merecidos golpes.
—Obstruir una...
—¿Investigación? —se mofó Nick—. ¿Llamas a eso una investigación? ¿Qué hiciste además de revelar el método del asesino por televisión y esparcir el pánico por la ciudad? De seguro creías que sería fácil, que si... —dibujó unas comillas en el aire con su pata libre— «lograste desmantelar un cartel de drogas experimentarles» (lo que es mentira), este caso sería más sencillo. Pues te tengo noticias. Upsi, no era tan fácil. A lo mejor pensaste que como el asesino usaba citas podrías predecir las muertes; doble upsi. Y upsi número tres, pequeña cucaracha, no diste con la identidad del asesino, no lograste salvar a nadie, no hiciste sino entorpecer la investigación. Nuestra investigación. —Espiró por la nariz con fuerza y sonrió con cinismo—. Ahora, mi estimado, si me disculpa, tengo que comer, porque parece que no respetan el sagrado derecho a dormir. —Bostezó con falsedad para molestar a Savage—. Y si no es mucho pedir, quiero que se larguen tú y tus abogados. Veo que eres incapaz de hacer algo si no te sientes respaldado. ¿Te sigue doliendo donde Zanahorias te golpeó? —lo provocó, y acto seguido le cerró la puerta en la cara.
Luego de esto esperó a que pasaran unos minutos para asegurarse de que se hubieran ido, cuando verificó a través del ojo mágico de que en verdad lo hicieron, fue hasta el sofá donde Judy estaba acostada y se tumbó junto a ella. Agradecía el haber comprado con el dinero que le había quedado de ser estafador esos sofás tamaño oso, iban perfecto para acurrucarse ambos. Le pasó la cola por la cintura y sonrió viéndola a los ojos.
Al decirle sobre la citatoria ella frunció el ceño y murmuró algo sobre que volvería a darle otro golpe a Savage si se presentaba la ocasión, Nick sonrió y la apretujó más contra sí, depositando un beso en su frente.
Al día siguiente, fueron a visitar a Mr. Big para decirle, como Judy le había prometido, quién fue el culpable. Al contarle al mafioso que el asesino era un lobo de nombre Donovah, que lo único que hizo fue vengar la muerte de su esposa e hija, pareció tomar un semblante grave: frunció el ceño y su pequeña boca pasó a una línea fina en su rostro. Y mientras tanto, Judy continuó explicándole que Gabriel murió porque él había participado en el homicidio de Cleophe y Rebeca, la esposa e hija de Donovah.
Cuando hubieron terminado, Big se inclinó un poco hacia ellos, entrecruzando sus patas sobre sus piernas.
—Comprendo —dijo, y la frase revoloteó en el aire por un rato—. Entiendo a la perfección lo que hizo ese tal Donovah, niños —habló al fin—; cuando la Abuela murió, nos sentimos devastados, supongo que si la hubieran asesinado yo habría hecho lo mismo sin lugar a dudas. —Sonrió y se dirigió hacia Judy—. Gracias, mi niña. ¿Puedo agradecértelo de alguna manera?
Judy sonrió con malicia y asintió.
Horas más tarde, los miembros del jurado fallaron a favor de Nick y Judy. Luego de que las pruebas presentadas ante el juez sobre que fueron ambos quienes dieron con la identidad del «Asesino Literario» como, recién se enteraba, le habían puesto los medios; que ellos dos fueron quienes salvaron a Faircross y que luego de que Bogo hubiera registrado el departamento de Donovah y encontrado varios bastones con sables ocultos y una pequeña capsula vacía que, luego de los análisis, se supo contenía veneno de hormiga bala, tenían razón en suponer que fue el profesor, el juicio en su contra fue sencillo de ganar.
Como había dicho, Leonzáles los reasignó a la policía apenas terminó el caso, agradeciéndoles públicamente el haber «sido de gran ayuda y demostrar que aunque el panorama fuera complicado y poco prometedor, el no rendirse y perseverar era la clave del éxito, tanto en la ZPD como en cualquier área de trabajo», en palabras exactas del león. Sin embargo, ambos sabían que eso era un mero acto ante las cámaras. Aunque Judy se veía alegre al volver a portar la placa al pecho, y si ella era feliz, Nick también lo era.
Dos días más tarde Nick se armó de valor y fue a hablar con Al. Su mejor amigo se veía mal, estaba algo triste y no estaba, como siempre, predispuesto a hablar. Vayentha estaba a su lado y, por cómo se mostraba con él, cariñosa y atenta, le daba la impresión al zorro de que ella no sabía el porqué de las cosas.
Vayentha se fue un momento a la cocina, dejándolos a ambos solos en el cuarto, cuando Al le pidió que le trajera un vaso de agua.
Nick estaba de pie frente a él, quien estaba sentado en la cama, alicaído.
—¿Ella lo sabe? —le preguntó—. ¿Sabe lo de tu padre?
Al negó con la cabeza.
—No se lo he dicho —respondió—. Faircross tampoco ha contactado con ella y no sé la razón.
Nick no sabía qué decirle exactamente, la policía lo había puesto al tanto de todo lo sucedido, y Al había dejado de lado la oportunidad de ponerles una demanda a la jefatura por haber irrumpido en su departamento. Todo porque no quería causarles inconvenientes ni a él ni a Judy.
—Me voy de viaje —soltó de improvisto.
Sorprendido, Nick le preguntó:
—¿A dónde?
—A Italia. —Al giró su anillo de obsidiana con la balanza grabada. «Scaledale», pensó Nick. El valle de las balanzas. Parecía que el apellido le iba perfecto a Donovah, sólo estaba buscando justicia para él y los suyos—. Vity quiere que vaya con ella, quiere enseñarme Florencia, Roma, La Toscana; después dijo que tal vez se pasaba por Paris para comprar ropa. —Una pequeña risa escapó de él y alzó la mirada hacia Nick—. ¿Tienes idea de lo loco que se oye eso? ¡Ir a Paris a comprar ropa!
Él también sonrió, el ver a Al un poco mejor, lo alegraba. Arqueó una ceja y se cruzó de brazos.
—No estás chuleando a la pobre, ¿cierto? —bromeó.
—Nunca. —Suspiró—. La quiero de verdad. —Nick se llevó una pata a la muñeca, chequeándose el pulso, Aloysius se extraño—. ¿Qué haces?
—Viendo si no he muerto —dijo, asintiendo—, Finnick y yo decíamos que primero estaríamos muertos antes de que tú te enamoraras, y mira, ha pasado.
Ambos rieron. Nick se metió una pata al bolsillo y sacó un brazalete.
—Ten —dijo, tendiéndoselo; Al inspiró sorprendido al verlo—. Logré tomarlo al escabullirme en la morgue, ¿era tuyo, cierto?
—Sí. —Al tomó el brazalete y pasó con cuidado una de sus garras por el grabado que tenía «Acheronta Movebo», sonrió con pesadez—. Gracias.
Silencio.
—¿Cuándo se van? —preguntó Nick luego de un rato.
—En cinco días; cuando esta semana acabe.
—Ya. —Como no tenía nada más que decirle, hizo ademán de retirarse; cuando llegó al umbral de la puerta de la habitación se volvió—. Suerte, Al.
El lobo marrón sonrió y se colocó la pulsera de plata, se detuvo un instante mirándola con detenimiento; miró a Nick.
—A ti también —dijo—, supongo que la coneja no es fácil, ¿o sí?
—Lo mismo que tú con Vayentha, ¿me equivoco? —repuso, encogiéndose de hombros.
—Touché.
Ambos rieron y Nick se fue.
En una hermosa playa de Hawái, Zantiago estaba tumbado sobre la arena en una toalla, bajo la protectora sombra de su sombrilla. Se le hacía extraño estar allí, divirtiéndose, sin pensar en su próximo trabajo. Toda su vida había sido seguir una orden, estar al tanto, nunca bajar la guardia; y ahora que ya no tenía que seguir así, no sabía cómo comportarse.
El imponente azul de la playa contrastaba con el dorado de la arena, sin embargo, el océano tomaba un color azul cobalto muy al fondo, donde era más inhóspito.
—Zanti —dijo Albert, cerca. Zantiago ladeó la vista y vio que el jaguar venía con dos cocteles, un salvaje rayo de sol chocó contra el vidrio y se reflejó hacia él. El vulpino alzó una pata para protegerse.
—¿Qué es eso? —preguntó.
—Tragos, ¿qué más? —respondió el jaguar, como si fuera lo más normal del mundo. De hecho, si se ponía a pensarlo, de verdad lo era.
Tomó uno y le dio un sorbo. «Está bueno.» Mientras bebía sin ninguna preocupación, tratando de acostumbrarse a esa sensación, Albert se adentró en la incesante marea. Zantiago se quedó viéndolo. Debía ser bonito estar tranquilo siempre, pensó, como él. Las gotas que se condensaban fuera del vaso le mojaban los dedos.
Respiró profundo, sintiendo la brisa salada del mar en su nariz. Tal vez él sea así porque hace lo que quiere, razonó. Albert salió de la playa y sacudió la cabeza para secarse un poco. «Sí; puede ser así», pensó tratando de encontrar algo que quisiera hacer. Una fugaz imagen se coló en su mente. Sus padres.
Sí, ¿por qué no? Tenía mucho tiempo sin verlos. Tal vez sea hora de pasarse a saludar, lo más probable sea que su madre brinque de la alegría al saber que dejó esa vida, y su padre, de reacio carácter, sólo se contente al saber que fue un soldado elite en sus tiempos. No tenía por qué revelarles que trabajó para un mafioso.
Se decidió, lo haría.
—Albert —dijo, cuando este estuvo frente a él y lo miraba con una expresión que claramente le decía que se metiera al mar, mas Zantiago no lo haría—, ¿te parece si vamos a Noruega?
Él movió una oreja, intrigado.
—¿A dónde?
—Hellesylt.
—¿Hay algo importante allí?
—Quiero visitar a mis padres.
Albert lo miró suspicaz, entrecerrando los ojos y sonriendo apenas. Se llevó una pata repleta de anillos a la cintura.
—¿Es idea mía o estás insinuándome algo? —Sonrió por completo.
Zantiago rió por primera vez en mucho tiempo, y se sorprendió de lo natural que le salía.
—Puede ser.
Cinco días después, Al estaba llegando a la mansión de Faircross, le sonrió a los leones que hacían de guardias y estos, luego de sonreírle en respuesta y asentir, abrieron el enorme portón metálico de la entrada.
Luego de cruzar el jardín, entrar a la mansión, subir al segundo piso y estar frente a la puerta del despacho, tocó con suavidad. Una voz dentro dijo un amortiguado «adelante» por la madera de la puerta cerrada, Al abrió y entró. Faircross estaba sentado tras un escritorio de caoba pulida con unas pequeñas montañas de papeles que se mantenían en un delicado equilibrio. En la pequeña chimenea de una de las paredes crepitaba una fogata, aclimatando muy a gusto el estudio.
—Buenos días, señor Faircross —saludó Al, con un gesto de la pata.
El zorro de mármol alzó la mirada y ladeó un poco la cabeza, como si no supiera quién era él, acto seguido alzó ambas cejas, al acordarse.
—El novio de Vita, ¿cierto? —repuso—. ¿Aloysius, correcto?
—Sí, señor —asintió.
—¿Sucede algo? —preguntó, volviendo su atención a los papeles; el bolígrafo en su pata se movía como un rayo.
—Vine a despedirme. Por parte de ambos.
—¿Despedirse? —Faircross se mostró confundido, mas no levantó la mirada—. ¿Se van?
—Sí, señor. A Italia. Vity quiso decírselo, pero usted no contestaba sus llamadas.
—Ah, bien. Chao. —Hizo un gesto vago con la pata, la otra estaba bajo la mesa y la movía muy poco—. Dile a Vita que se cuide.
Al no se movió, se llevo una pata a la espalda.
—Quería despedirme personalmente de usted, señor —dijo, sacando un arma con silenciador y apuntando al zorro—. Haga el favor de mirarme a la cara cuando le hablo, Faircross.
El mencionado alzó la mirada, cansino, y cuando se topó con el cañón que lo apuntaba, se exaltó y abrió mucho los ojos. Al sintió cómo la adrenalina le agudizaba los sentidos, no había querido llegar a estos extremos, se supone que su padre era el que haría todo el trabajo. No él.
—¿Qué quieres? —dijo Faircross, con un tono calmado—. ¿Dinero?
Al rió a sus anchas. ¿Dinero? ¿Acaso no sabía quién era él? No, recordó, no lo sabe, nunca le había preguntado su apellido.
Alzó la pata derecha y la movió un poco, la pulsera metálica bailó en su muñeca. El zorro inspiró violentamente cuando la reconoció.
—¿Ahora sabes quién soy? —preguntó—. Soy su hijo. Aloysius Scaledale. —Se inclinó apenas, como una reverencia burlona—. Un gusto. Vengo a terminar lo de mi.
—¿Cómo? —preguntó sin rodeos—. ¿Cómo diste conmigo, cómo supieron tú y él que fui yo?
Eso dejó desconcertado a Al, debería estar rogando por su vida, no preguntando cómo dio con él. ¡Debía suplicar que no lo matara! ¿Acaso... acaso creía que sobreviviría? ¿De verdad lo creía? Soltó una risa. Era gracioso. Era muy gracioso que llegase a pensar esa pequeña posibilidad. No había policías esta vez que buscaran a su padre, no había nadie que advirtiera que él vino a matarlo, y cuando la servidumbre encontrara el cuerpo de Faircross muerto en su despacho, él y Vity ya estarían a miles de kilómetros de allí.
—De verdad que no prestas atención a los que te rodean, malnacido —gruñó Al, apretando la pistola con su otra pata—. ¿Recuerdas... —dijo, caminando alrededor del despacho, sin dejar de verlo— cuando estabas construyendo el jardín trasero?
—Sí —dijo, impertérrito; eso molestó a Al, o era que estaba seguro de que iba a vivir o estaba resignado a que iba a morir—. ¿Qué tiene que ver eso?
—¿Muy interesantes las estatuas de querubines en la fuente, cierto? —Faircross abrió los ojos como platos—. Veo que lo captas —rió Al—. ¿Sabes? —Se llevó un dedo al mentón—, estudiar arte y, como consecuencia, historia del mismo, tuvo sus ventajas. —Se encogió de hombros, burlón—. Pero quién le presta atención a sus escultores.
»¿Cuánto tiempo fue? ¿Seis meses? —Frunció los labios, restándole importancia—. Durante ese tiempo no le prestaste atención al joven lobo que trabajó en tus esculturas, pero debiste hacerlo. Seis meses, estableciendo patrones, aprendiéndome tus horarios y, luego, espiando. —Apuntó al teléfono en el escritorio—. Ese teléfono lo pinché cuando, si no mal recuerdo, tuviste problemas con la red de la casa y tenías miedo a que se te filtrara información.
—¿Cómo...?
—¿Cómo lo sé? —Rió y apuntó al enorme librero de la otra pared—. Por los pequeños micrófonos de allí, que puse dos días antes de pinchar el teléfono. —Hizo un gesto vago con la pata—. En fin, de esa forma establecí tus contactos, y me enteré de muchas cosas. Como que Miranda había grabado el momento en que les habías dado las órdenes a los demás para matar a mi madre. —Inspiró—. Sólo fue cuestión de ir y buscar cuando ella no estuviera en casa. Encontré una de las dos que había...
—¡¿Eran dos?! —se exaltó el zorro.
—¡Shh! —Al lo apuntó con el arma y le hizo un gesto para que colocara ambas patas en la mesa; él acató, una de ellas estaba vendada—. Déjame terminar y saborear el momento. —Hizo una breve pausa—. Y sí, eran dos, una en la toma eléctrica de la ventana, solo que ese tenía contraseña así que no pude llevármelo, pero el otro estaba debajo del azulejo cerca de la cama, junto a un fajo de dinero que, siendo sincero, me vino de maravilla. Sin embargo, en la que yo encontré tú no decías cómo querías que mataran a mi madre, solo decías los nombres de todos y «óiganme bien», después el audio se cortaba.
»Encontrar a cada uno me llevó su tiempo, seguirlos e investigarlos detalladamente. Eso, seguir con la construcción de las esculturas de querubines y robarte un pequeño frasquito de veneno del depósito del sótano, me llevó todo ese tiempo. Aunque, ¡mira! —Sonrió hasta mostrar los colmillos—. ¡Valió la pena!
—Eso no me dice cómo diste conmigo —replicó el zorro, moviendo lentamente la pata hacia un cajón; Al previó que a lo mejor estaba tratando de llegar a un arma y le disparó. Faircross ahogó un grito mientras en el escritorio empezaba a formarse un charquito escarlata.
—No te quieras pasar de listo, Carlos —lo advirtió—. En cuanto a cómo di contigo pues... diría que fue por mi padre. De pequeño un día oí una conversación que tuvo con alguien, ahí me enteré de que mamá y mi hermana fueran asesinadas; sí, me impactó bastante saberlo, pero lo que más me llamó la atención fue que, según papá, Rebeca no murió al momento, fue herida de bala en el pecho y luchó por vivir. Yo tendría un año, o bueno, casi uno. Mi padre fue al hospital y cuando trató de que ella hablara, Rebeca solo dijo una cosa: Mortati; más tarde supe que ese nombre lo dijo uno de los animales.
»Crecí con ese nombre en la mente y traté de encontrarlo, mas no daba con él. Hasta que... —Inspiró con fuerza y sonrió— el nombre vino a mí. Yo estaba en el último año de secundaria cuando un tal Savage desmanteló una banda criminal narcotraficante, cuyo líder se apodaba Mortati. ¿Y adivina? —agregó con un entusiasmo casi infantil—, apareció tu fotografía.
»Según supe durante dos años no apareciste por la ciudad, sólo hasta que todos se olvidaron del asunto, pero yo no te olvidé. Y bueno... lo demás ya lo sabes, me contrataste y blah, blah, blah. —Irguió las orejas de golpe—. ¿En dónde estábamos? ¡Ah, sí! En que iba a ponerte una bala en la frente.
El móvil en su bolsillo vibró, lo tomó y vio que era una llamada entrante de Vayentha; le mostró el teléfono a Faircross.
—Mira, es Vity —dijo—. Debe de ser para que vaya al aeropuerto. No te preocupes —se apresuró a añadir al ver los ojos bicolores de él—, a Vity la quiero con el alma. Me cayó del cielo, ciertamente. Jamás podría lastimarla. Mi problema es contigo nada más.
Dejó que la llamada se perdiera y guardó el móvil; de uno de los bolsillos de su camisa sacó un puro y un encendedor de jade. Se colocó el abano en los labios y lo encendió; dio una calada y la soltó, el humo giraba sobre sí mismo elevándose hacia el techo. Luego lo lanzó hacia la fogata y se quedó por un momento ensimismado observando cómo las llamas devoraban el puro. Esa extraña costumbre que tenía de siempre, cuando tenía éxito, encender un abano, dar una calada y botarlo, era desde hacía un año.
«Supongo que en algo me parezco a papá.»
Se llevó una pata al collar en el cuello y se sintió un poco mal. No quería llegar a esto. Había trabajado hasta lo imposible para conseguir todos los datos, todas las cosas, toda la información necesaria para que cuando se la diera a su padre a través de un paquete, él fuera quien los matara.
A los únicos animales que mató fueron a Miranda y a Buck. Y se había sorprendido de haberlo hecho, de que en su ser habitara tal capacidad. Y era por esa misma capacidad, que no quería volver a hacerlo.
Si Nick se hubiera dado cuenta más tarde su padre lo habría logrado.
Sólo había necesitado un poco más de tiempo.
Sacudió la cabeza para sacar esos pensamientos. El pasado, pasado.
—Hasta nunca, Carlos Mortati Faircross.
Disparó.
El único sonido que hubo fue un ligero pitido del silenciador, más nada. La cabeza del zorro se sacudió hacia atrás, como un latigazo en un choque de autos, y quedó inclinada hacia abajo, como si se hubiera dormido por el cansancio, un fino hilo de sangre le caía como una cascada de la frente.
No sintió nada; ni bien ni mal. Sólo nada. Era como si matar al zorro de mármol no hubiera significado mucho. Quizá, solo quizá, hubiera significado más para su padre que para él, después de todo, Aloysius no tenía recuerdos de su madre.
Miró el reloj en su muñeca, faltaba poco para que su vuelo saliera, de seguro Vayentha ya estaba rumbo al aeropuerto. Sin pensarlo mucho, salió de la mansión.
Ahora haría una vida tranquila con Vayentha, y si todo salía bien, ella nunca se enteraría de esto.
Judy podía casi tocar el nerviosismo de Nick en el aire mientras caminaban por BunnyBurrows hacia la casa de Tessa.
Se hallaban a menos de cinco metros de la casa cuando Nick le apretó la pata con ansiedad. Ella se la apretó con cariño y con cuidado tiró de él cuando éste se detuvo, mirando fijamente la casa.
—Ten valor —lo animó—, no es algo peor que un asesino.
—Para mí lo es —refunfuñó Nick.
—¡Es tu madre! —rió.
—Por eso. —El tono de Nick, aunque un poco calmado, seguía nervioso—. Aún no...
—Es sencillo, torpe. —Ella hizo una seña con la pata para que Nick se colocara a su altura, él lo hizo—. Ya has hecho mucho, Nick. Te eximiste de ser estafador, de ese pasado, con ayudarme a resolver lo de los Aulladores, y aún más con esto.
—Pero...
—Tessa no te culpa por ello, ni yo tampoco —dijo, rozándole la mejilla con dedos cariñosos—. Hiciste lo que debiste, si la ciudad no te tomaba en serio por ser zorro, lo más lógico era que actuaras como ellos esperaban que lo hicieras. —Inspiró—. No pienses más en ello. Piensa en el ahora. Sé que tu pasado es doloroso, por tu padre, pero tu madre y yo estamos aquí, te podremos ayudar con lo que necesites.
Nick la rodeó por la cintura y la abrazó con fuerza.
—¿Quién eres y qué hiciste con mi Zanahorias? —bromeó con afecto—. Devuélvanme a la coneja estresante, martirizante, fanática del trabajo de la que me enamoré.
Ella rió suavecito y le dio un beso en los labios, era su manera de decirle que estaba allí para él, para sostenerlo si llegaba a caer, que, pasase lo que pasase, siempre estará allí.
Con él.
Juntos.
Nick se puso de pie y, luego de sonreírle y asentir, caminó a su lado. Llegaron a la casa.
—Aún puedes retirarte —lo probó ella. Nick negó con la cabeza, le soltó la pata y se acomodó la ropa: su típico conjunto.
—No, Pelusa. Estoy listo. —Tocó el timbre.
Durante unos minutos el silencio rondó entre ambos, y luego abrieron. Cuando Tessa vio a Nick se quedó sorprendida, con los labios ligeramente abiertos de la sorpresa. Nick, al contrario, sólo le temblaba un poco el labio inferior. Sintió los verdes ojos de la zorra posarse sobre ella y Judy sonrió como diciéndole «le dije que lo traería».
Ella le dio un toquecito en la muñeca a Nick.
—Ve. —Le dijo, él dio un paso y antes de que diera el siguiente Tessa ya lo estaba abrazando.
Nick alzó los brazos y correspondió el abrazo.
Durante los minutos siguientes Judy esperó un poco incómoda, tratando de no hacerse notar y darle espacio a ambos zorros. Pasados unos minutos Nick se separó de su madre, palmeándole tiernamente el hombro. Ésta rió, aunque tenía los ojos cargados en lágrimas.
—Estás muy guapo, Nicholas —dijo Tessa.
Nick se enjuagó unas lágrimas locas que amenazaban con salir y sonrió.
—Lo sé, me lo dicen seguido —bromeó con cariño. Se volvió hacia Judy—. Sólo que ella no.
Judy se cruzó de patas, siguiéndole el juego.
—No veo a nadie que valga la pena decírselo —sonrió.
Nick movió un dedo en el aire.
—Coneja astuta.
—Torpe zorro.
Tessa alternaba la mirada de su hijo a Judy y viceversa.
—¿Tienes algo que contarme, Nicholas? —preguntó, colocando sus patas en su cintura. La sonrisa que tenía tal vez fuese una verdadera en mucho tiempo.
—Ciertamente —asintió y abrazó a Judy por la cintura con su cola—. Tengo muchas cosas que decirte. Entremos para hablar mejor, mamá. —Miró a Judy—. Los tres...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro