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—No hablo luxemburgués, pero comparto el mismo amor por Tokio Hotel—mascullé, frotándome los brazos por el frío que calaba mis huesos. Maldije entre dientes por no traer mi sudadera.
Ellas se miraron entre sí y una en específico se acercó a mí. Era menos rubia que el resto.
—¿Formas parte del grupo Verstoppt? —me preguntó con un acento inglés muy marcado. Sus fríos ojos azules estaban fijos en los míos.
—Disculpa, ¿Qué significa "verstoppt"? —fruncí el ceño.
—Oculto—respondió—nosotras entraremos de manera incógnita al área VIP del concierto y luego a conocerlos en persona con ayuda de mi madre. Ella es guardia de seguridad del evento, ¿eres la última chica restante de Norteamérica? Porque ya vamos tarde.
—Sí—dije con voz temblorosa porque no sabía mentir.
La chica debía tener dieciséis años y me evaluó con la mirada.
—Para ser fanática de Tokio Hotel, te ves mayor, incluso que ellos—hizo una mueca—ni si quiera estás vestida correctamente...
—Casi pierdo el avión—mentí—y me perdí, lo lamento.
—De acuerdo, vámonos ya. El punto es que ames a los chicos y nada más—sonrió levemente y se volvió a las demás chicas a comunicarles en luxemburgués lo que estaba pasando.
En lo que respectó a mí, vislumbré con mayor detenimiento todo a mi alrededor. El ochenta por ciento era naturaleza pura. Bellísimo. Estaba en Europa en el año 2010, a escasos minutos de estar en un concierto de Tokio Hotel y de quizá conocerlos cara a cara. A juzgar por el color naranja y rojizo que comenzó a adquirir el cielo, deduje que estaba anocheciendo. Mi Apple Watch aun funcionaba, pero estaba quedándose sin batería, pero no servía de nada porque no tenía la fecha correcta ni hora.
—Lindo reloj—me dijo la chica— ¿Dónde lo compraste?
—Es simple lujo. No sirve—sonreí con nerviosismo y ella con descaro tomó mi muñeca para echarle un vistazo.
—Apple Watch—arrugó la nariz, perpleja—he oído hablar que están saliendo unos teléfonos inteligentes de la marca iPhone muy costosos, pero jamás oí de un reloj.
—Es de mentira—insistí.
Me soltó la muñeca y asintió, no muy convencida.
—En quince minutos vendrá una furgoneta por nosotras—me informó— ¿Cuál es tu nombre? Porque en Facebook estábamos con apodos.
—Luna Grey—titubeé.
—Annick Lentz—respondió, estirando la mano y se la estreché.
La chica había tenido razón en que llegaría una furgoneta por nosotras, porque en el tiempo establecido, llegó. Contándome a mí, éramos seis en el grupo. Annick me empujó a entrar primero y después las demás. Me sentía fuera de lugar con mi blusa sin mangas, sandalias y vaqueros de mezclilla. La mariconera era lo único casi normal en mi atuendo, pues las chicas llevaban bolsos cruzados sobre el pecho.
Tuve que hacer oídos sordos ante las conversaciones en luxemburgués y no marearme por el parloteo adolescente en un idioma extraño para mí. El viaje a mi fantasía y deseo hecho realidad duró aproximadamente cuarenta minutos, ya que cuando descendimos, todo estaba oscuro. Ya era de noche.
—¡Hemos llegado! —gritó Annick en mi dirección, haciendo que pusiera atención al frente porque yo había permanecido sumida en mis pensamientos y no vi que estábamos rodeadas de coches que hacían fila para entrar al estacionamiento de donde iba a efectuarse el concierto.
Se me erizó la piel de solo comprender lo que sucedía. Dios mío. ¡De verdad estaba ocurriendo!
Entramos por un callejón cercano, desviándonos del resto y pronto divisé que nos adentramos a la parte trasera de aquel sitio, donde solo personal autorizado tenía derecho y permiso de acceder. No sabía por cuanto tiempo podía estar ahí, pero lo aprovecharía al máximo. Una vez aparcada la furgoneta, nos movilizaron afuera. Seguí a Annick con cautela para no perderme. Ella se acercó a una mujer de rostro serio y duro, vestida de negro y lentes de sol oscuros con un radio en el pecho y audífonos especiales en una oreja. Se dieron un fraternal abrazo y comprendí que era su madre.
Annick sacó una hoja de papel con un bolígrafo y se acercó a mí.
—Luna Grey, ¿verdad? —se cercioró y asentí. Anotó mi nombre hasta el final de la lista de nombres de las chicas y se volvió a su progenitora y le entregó la evidencia de que teníamos paso VIP a hurtadillas en el concierto y en el Fanmeeting.
Intercambiaron algunas palabras antes de dirigirnos por un pasillo iluminado. Sentía cosquilleos en toda la piel ante la emoción y euforia. Dios. En ese momento deseé besar a Arlen Packart por haber creado la única cosa en el mundo que valía la pena en el ámbito tecnológico, porque no solo iba a servir para acontecimientos como el mío, sino para incluso prevenir accidentes o ver a un ser querido fallecido, aunque sea de lejos, en el pasado, pero siempre y cuando teniendo la mente abierta y el corazón duro para soportarlo.
Boquiabierta, entramos por una puerta oscura y observé la magnitud del lugar. Estaban entrando fanáticas por montón y yo las miraba desde el sitio más cercano al escenario. Entorné los ojos al ver a Annick haciéndome señas para seguirla en la primera fila del concierto, en donde estaríamos sentadas. Demasiada coincidencia y casualidad. ¿A qué se debía todo? Es decir, yo no era la chica americana que esperaban esas chicas y, aun así, no dudaron en meterme a su grupo sin asegurarse de mi identidad, era como si alguien hubiese planeado todo minuciosamente. Primero pensé en Hein y sacudí la cabeza ante la idea. Él era un chiquillo amable nada más. No sabía nada ni habría podido arreglarlo sin ayuda de más personas y obviamente Arlen no prestaría su invento para algo tan banal, además, no me conocía lo suficiente.
Salí del ensimismamiento y corrí a sentarme en el asiento vacío faltante de la primera fila, junto a Annick Lentz. No sabía si estaba soñando o verdaderamente me encontraba ahí.
—Tienes esa mirada de "esto no puede ser real" —bromeó Annick y volteé a verla, asintiendo.
—¡Sigo sin creérmelo, es tan inefable!
—Y eso que aún no comienza—canturreó. Sentí que la chica estaba tomándome más confianza de la que debería—además, recuerda que iremos al fanmeeting para una foto y quizá autógrafos.
—¿Cómo es que tu mamá pudo ayudarnos a entrar sin problemas?
—Los de este foro le deben muchos favores porque ella ha trabajado muchos turnos y es muy buena en su trabajo, así que cuando se enteró de la nueva gira, solicitó permiso para acceder sin comprar boletos VIP, pero luego se nos ocurrió conseguir algo de dinero y venderles el acceso a más chicas, teniendo un poco de ganancia.
—Ah—dije, confundida—supongo que cobraron antes, ¿verdad?
—¿Lo olvidaste? Fue la primera condición de la ayuda. Lo depositaron a la cuenta de mi madre—ladeó la cabeza al ver mi extrañeza—lo hiciste, ¿verdad?
—Eso creo—balbuceé—un amigo mío se hizo cargo.
—Perfecto, cuando salgamos, verificaré tu depósito porque recuerdo haber recibido el pago de todas—sonrió.
La sonrisa de la chica me tranquilizó. En cuanto terminara el concierto, me largaría de ese año y volvería al presente. Quizá para el 2023 Annick ya no me recordaría en lo absoluto ni el fraude que le hice.
En menos de una hora el foro quedó completo y los instrumentos ya los habían colocado en su lugar. Había muchas adolescentes gritando de emoción porque, al igual que yo, tampoco creían que eso estaba ocurriendo. Un concierto de Tokio Hotel. En vivo. Y yo en primera fila VIP. ¿Qué más podía desear? Tener un romance intenso con uno de los gemelos o ambos, pero eso ya sería muy avaricioso de mi parte.
De pronto, las luces se apagaron y los gritos aumentaron, incluyéndome. Annick entregó a todas unas varitas de luz fluorescente de colores. A mi tocó color azul con naranja. Extrañamente cada color favorito de los gemelos Kaulitz de aquel año. ¿Feria de las casualidades? Azul por Tom y naranja por Bill.
Iba a comentárselo a Annick, cuando, sin miramientos, unas luces deslumbrantes inundaron el escenario y dejé de respirar por un momento.
A paso lento, pero seguro, aparecieron los gemelos, situándose al borde del escenario con una bella sonrisa en sus labios. Bill estaba estrenando su nuevo look: cabello levemente rapado a los laterales de su cabeza y el resto peinado hacia atrás, viéndose extremadamente guapo. Llevaba un chaleco de mezclilla celeste y debajo un conjunto negro de cuero que le cubría todo el cuerpo, incluso las manos, muy ajustado y con adornos de púas y brillos extravagantes. Las botas negras llevaban una pequeña cadena plateada que brillaba más que mi futuro. Su maquillaje oscuro le daba el toque perfecto a su apariencia misteriosa y cautivadora, y el piercing en su ceja derecha era lo más sexy.
Por otro parte, Tom, portaba un gorro negro en la cabeza, sobre sus trenzas que parecían estar menos llamativas que antes, quizá pronto iba a quitárselas. Recordé cuando eso ocurrió y todo el fandom se escandalizó. El vestuario de Tom era parecido al de Bill nada más en el tono, puesto que él tenía puesto un chaleco grueso tipo impermeable negro, una camisa negra debajo, Jeans de mezclilla y tenis. Demasiado cómodo. El piercing en su labio, que estaba en el borde izquierdo se contrajo cuando este sonrió al público con coquetería.
Dijeron algunas palabras que no entendí y después todas aplaudimos. Me di cuenta de que las lágrimas escapaban de mis ojos al parpadear. ¡Dios mío! ¿Cómo se podía tatuar un momento tan precioso?
Colapsé en el instante que Gustav y Georg hicieron acto de presencia en sus lugares, saludando a todos con timidez, en especial el baterista, que apenas sonrió.
El primer concierto del Humanoid City Tour dio inicio y mi corazón no paraba de latir aceleradamente, sintiéndome plena y muy sensible de estar en mi sueño realizado. A mis catorce años, en este año, al enterarme del tour, me eché a llorar por no tener el dinero suficiente para ir. Mis amistades quisieron hacer una colecta para que yo fuera al próximo concierto en Norteamérica, pero estuvieron carísimos y ni si quiera alcancé a preguntar porque se agotaron rápido y cerraron los sitios.
Ahora, trece años después, el novio de mi mejor amiga estaba cumpliendo mi sueño frustrado de manera indirecta. Me dispuse mentalmente a decirle cuanto apreciaba su cerebro por haber creado la máquina de los deseos (del tiempo).
Abrieron el concierto con Phantomrider, después Hey You y continuaron con el resto de las canciones del álbum.
Llegué a un punto en el que ni si quiera podía escuchar mi voz que se fusionaba con las demás chicas que coreaban a todo pulmón las canciones. Llorando y cantando, moviendo la varita de colores y dándome manotazos de emoción con Annick. Todo a la vez.
Por petición del público, decidieron darnos el gusto de cantar la de Monsoon, pero la versión real y alemana "Durch Den Monsun". La voz de Bill sonaba tan perfecta, tan divina, tan inefable que quise correr a abrazarlo, pero lógicamente que me empujaría y los de seguridad me sacarían a patadas, por eso me contuve. Después de semejante presentación de una canción tan preciosa, hicieron una pausa para recuperar el aliento y hablar con el público.
Solo escuché sin comprender. Annick se inclinó a mí a traducirme.
—Están diciendo que quieren que una de nosotras suba al escenario para acompañarlos a cantar—dijo ella y entorné los ojos—porque únicamente estarán los gemelos en el escenario con el piano.
—¿Cuál van a cantar? —hice memoria, pero mi cabeza estaba en blanco.
—Tal vez la de Zoom Into Me.
Ay, Dios. Era mi canción favorita. La que me hacía berrear hasta quedarme dormida y querer cortarme las venas por el sentimiento. Por eso es que se me hizo raro que todavía no la cantasen.
La voz de Tom hizo que todas enloqueciéramos.
—¡Elegirán alguien del VIP! —chilló Annick, gritándome.
Alzamos las varitas de colores con locura, moviéndolas al ritmo de los gritos eufóricos de nuestras gargantas, que amenazaban con sangrar con tanta locura y adrenalina.
Tom se paseó por el borde, escudriñando a cada alma sentada frente a ellos. Su mirada casi miel pasó encima de mí y bajé la mano con la varita porque me sentí idiota. Bill y Tom Kaulitz eran más jóvenes que yo en este momento, no al revés. ¡Qué vergüenza! Tenían casi veintiún años y yo casi veintisiete. ¡Qué escándalo!
Todavía me sentía joven, pero...
Parpadeé cuando un reflector apuntó a mi cabeza y se hizo el silencio abrupto. Volteé a ver a Annick y la encontré cubriéndose la boca de la impresión como las demás del grupo. Miré a todas partes, menos al escenario porque no entendía que pasaba. Hasta que...
—Wir wählen dich (te elegimos)—le oí decir a Bill Kaulitz y volví el rostro al escenario, en donde mi corazón quiso salir por mi pecho ante la sorpresa.
Bill y Tom Kaulitz sostenían un micrófono cada uno, tenían esbozadas sus características sonrisas torcidas y con sus perfectos dedos, me señalaban. A mí. Entre toda la multitud.
—¿Qué dijo? —balbuceé a Annick, presa del pánico. ¿Me iban a echar? ¿Se habían dado cuenta que entré ilegalmente?
—¡Te han elegido para subir al escenario! —gritó Annick.
Y los gritos eufóricos del público irrumpieron sin miramientos. Pero yo no sabía que estaba pasando. Estaba en shock. En especial cuando divisé a Bill moviéndose por escenario y apareciendo por unos escalones que daban a la zona VIP.
Maldita sea.
Dios, ayúdame.
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